INTRODUCCIÓN
El 5 de abril de 1879, Chile le declaró la guerra al Perú luego de develarse el tratado defensivo que unía a esta nación con Bolivia, tras la ocupación en febrero de ese año del entonces puerto boliviano de Antofagasta. Así, Chile, el Perú y Bolivia decidirían por las armas la posesión de los territorios salitreros de Antofagasta y Tarapacá. Aquello, provocó la movilización de los gobiernos y sociedades de los países involucrados, volcando sus esfuerzos e interés en el desarrollo de la campaña militar. En efecto, la escuadra chilena bloqueó ese mismo día el puerto de Iquique, a la sazón peruano, lo cual inauguró la primera campaña denominada como “Marítima”, donde las flotas de Chile y Perú, pues Bolivia no disponía de fuerza naval, disputaron el control de las aguas del Pacífico sur de Sudamérica entre los meses de abril y octubre de 1879. Resultaron vencedores los chilenos tras el combate de Angamos (08/10/1879), ocasión en la cual la flotilla encabezada por los blindadosCochrane y Blanco Encalada, capturó al monitor Huáscar, mientras que su compañera, la corbeta Unión, huyó de sus perseguidores.
La prensa de los países involucrados ocupó un rol significativo en la satisfacción de la necesidad de información del desarrollo de las acciones bélicas, además de influir sobre los preparativos de los respectivos ejércitos. Los periódicos peruanos comunicaron lo que ocurría en la zona en disputa, al sur del país, en lugares tales como Iquique, Arica y Tacna, todos alejados de Lima, la capital, y de los centros poblados del norte y de la sierra tales como Arequipa, Huánuco, Cajamarca, Trujillo, Piura o Chiclayo. En consecuencia, para el grueso de la población, el conflicto, su derrotero y las repercusiones inmediatas se experimentaron a través de las nuevas y la interpretación entregada por los medios escritos.
En los diarios peruanos se recogió, modeló, expresó y concentró la interpretación general respecto del desarrollo de las hostilidades, liderada por una elite burguesa que los controló llevando adelante una intensiva campaña antichilena.1 Asimismo, sus editores y colaboradores alimentaron la esperanza de triunfo a partir de un discurso, retórica y lenguaje nacionalista, belicista y, en ocasiones, soberbio.2
De ese modo, la prensa se transformó en el espacio de distribución de novedades e ideas, llamando mediante mecanismos retóricos y discursivos a la población a participar del esfuerzo bélico.3 Así, catalizó las pasiones públicas a través de un lenguaje altisonante que legitimó las acciones del Estado peruano en contra de Chile.4 En ese sentido, la causa nacional no solo fue el vehículo para restituir la honra patria, vejada por lo que se interpretó como materialización del expansionismo chileno cuyo corolario fue la agresión a Bolivia, y por extensión al Perú, con la ocupación de Antofagasta en febrero de 1879;5 en tanto según las autoridades de este último país, la confrontación fue premeditada por Chile con el objeto de consumar sus planes expansionistas a expensas de sus vecinos del norte.6 Además, según la interpretación peruana contemporánea a los hechos, este país era inocente de toda intención espuria contra la nación del sur, pues el tratado que unió a los aliados en 1873 era defensivo y solo se mantuvo en secreto el artículo que disponía esa condición.7
Ello permitió la articulación y organización necesaria para la “regeneración” del país, el cual se encontraba envuelto en querellas de partido y conflictos al interior de la élite durante las décadas precedentes.
Así, los grupos ideológicos a través de sus medios de prensa expresaron su perspectiva a propósito de los hechos de la guerra, aunque con un énfasis geográfico centralista en tanto la mayoría de los rotativos eran publicados en la capital, articulando su retórica y discurso desde el ideal americanista y republicano.8 Aquellos se encontraban emparentados, y eran parte constitutiva, del Romanticismo latinoamericano como categoría estética y política, como parte de la búsqueda del ser nacional, 9 cuya manifestación por excelencia fue el relato escrito literario, del cual la prensa decimonónica es deudora, con la finalidad de perfeccionar la vida y las instituciones republicanas, aspirando a realizar una pedagogía cívica moralizante de quienes debían constituirse en los ciudadanos del nuevo régimen racional, ilustrado y liberal, lo cual era premeditado, expreso y consciente al momento de su creación.10 El enfrentamiento con Chile era funcional para congregar al proyecto nacional y, dada la coyuntura de guerra, alentando la alianza con Bolivia para aglutinarles frente a la amenaza de un enemigo externo.11 En esa narrativa creada en tiempo presente desde el teatro de operaciones, predominaron la perspectiva y escala de valores asociados a los sentimientos nacionales,12 eficaces para la consolidación de un régimen de nosotros y otros, en un momento que significó un punto de inflexión para las letras peruanas respecto de esas construcciones culturales.13
Este artículo examinará la correspondencia enviada a los periódicos peruanos El Comercio, El Nacional, La Opinión Nacional y La Patria todos ellos publicados en Lima, además de El Comercio de Iquique, con el objeto de caracterizar las temáticas presentes en ellas, a través de las cuales se informó el público peruano de las alternativas de la campaña marítima entre los meses de abril y octubre de 1879.14 Todo ello se articuló con la posición y mensaje del gobierno del Perú. También explorará en las representaciones e imaginarios allí creadas, generados a partir de la reelaboración personal y colectiva de estereotipos nacionales específicos en que se forjaron a partir de bagajes culturales, lecturas, técnicas, apreciaciones simplificadas, prejuicios nacionales, memorias históricas y juicios de valor respecto de la identidad propia y de la alteridad chilena. Esas construcciones culturales se materializaron en imágenes y escritos que alimentaron la interpretación contemporánea y futura del conflicto, transformándose en el canon de valoración respecto del comportamiento propio como el de sus enemigos. Esas formas de expresión, son entendidas como el conjunto de conocimientos socioculturales de sentido común para los individuos, grupos o sociedades determinadas que permiten la interpretación respecto de una realidad concreta, mediadas por las condiciones específicas del contexto espacio temporal en que ocurren, las que fijaron los parámetros de conducta y relaciones, a partir de los significados asignados a los hechos interpretados,15 los cuales se comparten y decodifican a partir de una cultura común entre los productores de contenido y sus receptores.16
¿Cuáles fueron las características de la correspondencia enviada a los periódicos peruanos durante la campaña naval? Esos escritos reconstruyeron los pasajes más importantes de la excursión del Huáscar, Unión, Independencia y otras naves durante los meses de abril a octubre de 1879. Al igual que las crónicas de sus pares chilenos, desplegaron una retórica e interpretación funcional con la causa aliada. Amplificaron las acciones de sus connacionales, crearon un estereotipo positivo respecto de los aliados bolivianos y, especialmente, de los peruanos, además de construir y negar la alteridad chilena.17 Asimismo, criticaron las expresiones de la prensa de ese país, respecto de sus afirmaciones a propósito del derrotero de la guerra, considerándolas como exitistas y alejadas de la realidad. De este modo, crearon un “otro”, alejado de los valores americanistas e irrespetuoso de las normas de la guerra, llevando el conflicto a un plano de discursos, representaciones e idealizaciones (rencor, miedo, desprecio, etc.), funcionales para reafirmar la identidad propia a partir de la comparación con sus adversarios y promover su desaparición, alcanzando el desprecio racial y social.
¿Cuáles fueron los tópicos tratados en su correspondencia? A partir de una narrativa en clave nacionalista, patriótica, nacionalista, belicista en clave romántica, relataron e interpretaron los hechos desde una perspectiva subjetiva, los cuales se pueden resumir en tres temáticas. En primer lugar, el relato de las acciones de la campaña naval y a partir de allí la construcción heroica de Miguel Grau, luego la autovaloración de los peruanos y sus aliados bolivianos, además de la creación de la alteridad chilena y las críticas al trabajo de su prensa.
La campaña marítima definió el canon interpretativo futuro del conflicto a partir del desarrollo de las acciones de guerra naval y las circunstancias que le rodearon tanto en Bolivia, Chile y Perú. En efecto, tanto el trabajo de los corresponsales en particular, como el de la prensa peruana en general durante el resto del enfrentamiento se produjo en los términos discursivos, retóricos e interpretativos asentados durante esta etapa, tendientes a la unificación de la nacionalidad y la construcción de un imaginario al servicio de la causa de la guerra, el cual en la posguerra y las décadas posteriores fue reforzado y sacralizado por el trabajo de la historiografía.
Antes de terminar estas páginas introductorias, es menester señalar que el presente artículo es resultado de la investigación desarrollada en el marco del proyecto ANID-FONDECYT Regular N°1200530 financiado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, Gobierno de Chile, intitulado “La guerra de tinta y papel: Opinión Pública, debate y representaciones en la prensa peruana y boliviana durante la Guerra del Pacífico (1879-1884)”.
LOS CORRESPONSALES PERUANOS DE LA CAMPAÑA MARÍTIMA EN LA GUERRA DEL PACÍFICO
Durante la campaña marítima hubo tres tipos de corresponsales que informaron a los periódicos peruanos. El primero fueron los enviados especiales embarcados en las unidades de la Marina de Guerra del Perú, a saber, la Independencia, el Huáscar y la Unión. También lo hicieron en transportes como el Oroya y el Chalaco. Se trató de escritores empotrados, es decir, que permanecieron parte importante de su comisión en el mar, estableciendo un grado de cercanía con los mandos y tripulación de la nave. Así, se estableció una relación provechosa para la institución castrense y los cronistas, regulando el acceso a la información, basándose en la confianza mutua para no entorpecer el desarrollo de sus respectivas tareas.18 Se entiende de su presencia allí que fueron aceptados por el alto mando naval y la oficialidad de las naves para que desempeñaran su labor. Fue el caso de Julio Reyes, José del Campo y Manuel Horta, que escribieron para los rotativos limeños La Opinión Nacional, El Comercio y El Nacional respectivamente. Con todo, se desconoce la manera específica a través de la cual esas personas accedieron a los buques, con la excepción de Reyes quien era amigo personal de Miguel Grau jefe del monitor Huáscar. 19
El segundo grupo estuvo constituido por colaboradores habituales o eventuales, que relataron las acciones bélicas in situ, aunque sin permanecer en persona en alguna unidad en la flota peruana. Para el caso en estudio, estos cronistas despacharon desde los puertos de Iquique y Arica, donde se produjeron acciones navales de diversa magnitud e importancia, o bien, desde la ciudad Tacna, donde existió la expectativa de que se produjeran novedades relacionadas con encuentros armados, ante la eventualidad de una incursión terrestre chilena desde Arica. En esa categoría, se encontraron Benito Neto de La Patria, además de Samuel Sologuren y Gustavo Rodríguez quienes reportaron para El Nacional.
Finalmente, se encuentra el caso de Modesto Molina, editor de El Comercio de Iquique, quién producto de las acciones que ocurrieron en ese puerto (El bloqueo de la escuadra chilena, los combates del 21 de mayo y 10 de julio, entre otras) escribió para su medio narrando los hechos que presenció en el lugar donde residía.
A partir de la publicación de material exclusivo, los medios con un corresponsal donde se produjeron las noticias de la guerra exhibieron un atributo de modernidad, frente a otros periódicos en el contexto de la disputa por el mercado de la información e incrementando el potencial de influir en sus audiencias. Además, brindaron una sensación de inmediatez y ubicuidad respecto del acontecer de la guerra, al integrar y sincronizar en sus publicaciones las novedades contenidas en su correspondencias especial, con las obtenidas a través del telégrafo y la trascripción de documentos tales como comunicaciones oficiales, partes de batalla, cartas de particulares y la reproducción completa o parcial de material de otros diarios; pese a la diversidad de su naturaleza y velocidades de llegada a cada oficina de redacción y a los lectores.20 Ello permitió también unificar la causa nacional, comunicacional y territorialmente, en tanto generaba la percepción de un compromiso transversal de la población en torno al esfuerzo bélico, en tanto la información contenida en los escritos publicados era concordante con un discurso unitario y patriótico unívoco, el cual se presentaba a los lectores por todo el país y que además tuvo eco en los aliados bolivianos.21
Sin perjuicio del resultado final de la guerra, la derrota de los aliados perú-bolivianos, el contenido y manera en la cual se presentaron las alternativas del conflicto en general y la campaña naval en particular, constituyen un ejemplo de cómo se condujeron los dueños y editores de los medios de prensa peruanos, al comprometerse con la consecución de la victoria sobre Chile, intentando influir sobre el grueso de la población motivándoles a participar directa o indirectamente del conflicto, incluyéndoles simbólicamente en el esfuerzo bélico al interpelarles directamente narrando y analizando las circunstancias del conflicto.
Pese a adscribirse sin ambages a la causa peruana y, por extensión, la aliada, los corresponsales peruanos suscribieron implícitamente la búsqueda del prurito de la veracidad, precisión e imparcialidad informativa. Por ejemplo, Julio Reyes, enviado de La Opinión Nacional, anotó desde Arica el 20 de mayo de 1879, que estaba dispuesto a informar “cuanto acontezca a bordo de los buques de nuestra escuadra”,22 afirmando ser “los más breves posible y verídicos, de manera que nuestros lectores deben dar completa fe a nuestros datos, pues ni nuestro celo patriótico nos hará desistir de tal propósito”.23
Otro tanto hizo José del Campo, militar que incursionó en el periodismo como producto de su amistad con el director de El Comercio José Antonio Miró Quesada,24 quien el 22 de mayo de 1879, a propósito del combate registrado en Iquique y Punta Gruesa el día anterior afirmó que: “paso a hacer una relación exacta y detallada del combate naval habido entre la primera división de nuestra escuadra compuesta del monitor Huáscar y la fragata Independencia”.25 Asimismo, el 8 de junio de 1879 a bordo del Huáscar señaló que “cumplo con hacerles una narración exacta y detallada de las excursiones de este monitor”.26 Cuando no estuvo presente, Del Campo transparentó la situación y lamentó no haber presenciado personalmente los hechos, por ejemplo, la batalla entre el Huáscar y la Esmeralda (21/05/ 1879), afirmando que por oficiales de la nave peruana “he tenido conocimiento aunque no tan detallado como lo habría deseado, del combate habido entre el monitor y la corbeta Esmeralda”.27
En ese mismo contexto, al no estar a bordo de las naves peruanas, Benito Neto de La Patria, uruguayo de pluma encendida y aguda que continuó trabajando en distintos medios peruanos hasta el fin de la guerra,28 y Modesto Molina, Redactor de El Comercio de Iquique y que luego de la ocupación de Tarapacá por los chilenos dirigió El Boletín de la Guerra publicado en Arica y Tacna hasta la entrada de los chilenos a esta última ciudad en mayo de 1880,29 observaron el combate del 21 de mayo a bordo de un bote.30
EL PERÚ Y LOS PERUANOS
Los corresponsales construyeron y representaron una visión idealizada de lo que era el Perú y los peruanos, exaltando lo que su juicio eran las cualidades de sus connacionales, creando de ese modo un relato funcional para la causa nacional en la guerra en desarrollo, basado en la idea de la superioridad moral y la justicia de la causa a partir de lo que se interpretó como la agresión chilena contra Bolivia primero y el Perú después, justificando su proceder y comparándolo con el de sus adversarios.
El 17 de abril, a bordo de la Unión, luego de ser testigo del combate de Chipana (12/04/1879), tiroteo entre esa nave y la Pilcomayo contra la Magallanes de Chile, José del Campo señaló que “Los primeros cañones que hemos disparado en su contra, el 12, fueron también los primeros que en 1866 rompieron sus fuegos en su defensa”,31 en alusión a la guerra Hispano-Sudamericana donde Chile y Perú fueron aliados contra España, materializando el espíritu americanista de la época, el cual en 1879 los chilenos fueron acusados de romper. Además, agregó que Chipana era el primer paso para que Perú obtuviera “la reparación que le exige su dignidad y que ha de merecer por el valor y el sacrificio de sus hijos”.32
Del mismo modo, el 22 de mayo, tras la pérdida de la Independencia a manos de la goleta chilena Covadonga en las rocas de Punta Gruesa (21/05/ 1879), con lo cual la Marina de Guerra del Perú perdió una parte importante de su poder naval, José del Campo, hizo un llamado a la calma y recomponer el ánimo luego de la derrota. Aseguró que el revés “ha servido para retemplar el corazón, que ansía derramar su sangre en holocausto de lo más sagrados deberes para con la patria”,33 y agregó, que el triunfo sería para el Perú pues “defendemos el honor patrio, infamemente mancillado, y porque nos asiste la justicia de nuestra causa”.34
El enviado de El Comercio de Lima apeló a que el conflicto contra Chile, al que el Perú se vio arrastrado producto del tratado de 1873, horadaba la dignidad de la nación en tanto la guerra llevada adelante por la nación del sur era espuria, de agresión y con la finalidad de obtener de manera artera los territorios salitreros de Antofagasta y Tarapacá, interpretación concordante con el discurso y retórica predominante en el gobierno y sociedades aliadas. En consecuencia, la causa del Perú en particular, y aliada en general, se vinculaba con la justicia y las formas civilizadas propias del siglo XIX, arraigadas en la modernidad racional ilustrada y fundamentadas en el positivismo decimonónico y la idea del progreso constante.35 Así, el Perú contaba con las simpatías del resto del mundo. José Del Campo relató el 14 de septiembre de 1879, a propósito de la expedición al Estrecho de Magallanes hecha por la Unión (08/1879) con el objeto de interceptar al transporte Glenelg, que llevó armas y pertrechos para los chilenos, que se encontraron con el vapor alemán Sakkarah desde el cual aseguró se “prorrumpieron en estruendosos y entusiastas vivas al Perú”.36 A su juicio, este hecho hará entender a Chile “que no solo en la América toda, sino en Europa, se simpatiza con la justicia de nuestra causa”,37 y que “junto con la derrota material”,38 pronto las naciones repudiarán “su desmedida ambición y su felonía para hacer la guerra”.39
Otro aspecto remarcado por los corresponsales peruanos fue la valentía y patriotismo de sus connacionales al hacer la guerra. Así, por ejemplo, el enviado de El Comercio destacó la actitud de Juan More, comandante de la Independencia durante el combate contra la Covadonga en Punta Gruesa, quien con una “serenidad y valor notables, dirigía desde el puente el gobierno de su buque en el fragor del fuego”,40 aunque “sus subordinados le pedían que pasara a la torre”.41 Asimismo, el propio Del Campo relató que el tercer jefe de ese blindado fue herido y “a pesar de esto y sin cuidarse de la sangre que le bañaba el rostro, entusiasmaba a la tripulación con vivas al Perú y pedía volver a su puesto”.42 De la misma manera, Julio Reyes, de La Opinión Nacional, narró la actitud de los marinos del Huáscar al momento de enfrentar a las baterías de Antofagasta (28/08/1879). Aseguró que “El ardor y entusiasmo de sus tripulantes para entrar en lucha es grande, extraordinario”.43 De la misma manera, “una excitación nerviosa, un ardor bélico se apodera de los individuos al pensar en la defensa de la Patria y todos y cada uno de sus hijos rivalizan por cumplir con ese sagrado deber”.44 Por su parte, Manuel Horta, portugués que reportó para El Nacional y que luego de la entrada de los chilenos a Lima en enero de 1881 formó parte de la resistencia en la Sierra a las órdenes de Andrés Cáceres,45 aseveraba respecto de la expedición de la Unión al Estrecho de Magallanes, que “No se puede pedir valor más; ni la audacia se contentaría con menos. Es un triunfo de uno de los barquichuelos de la flotilla de Eneas”.46 Con esas palabras equiparó simbólicamente el viaje de la corbeta peruana, con el de los troyanos a Cartago relatado por Virgilio en la tradición grecorromana, señalándole como una gesta que podía inscribirse entre los anales de la historia naval universal.
La valentía y cualidades combativas como característica intrínseca de los peruanos, también alcanzó a los bolivianos. En octubre de 1879, desde Arica, lugar de acantonamiento del ejército aliado, Gustavo Rodríguez aseveró que “el entusiasmo de los peruanos y bolivianos se apodera cuando se les dice que la hora del combate se aproxima” y “se animan entonces sus fisonomías cual si se tratara de asistir a un banquete de placeres y amor”.47 Además, aseguró que les invadió un inigualable “fuego del patriotismo”.48
En septiembre de 1879, los corresponsales de El Nacional y La Patria, Samuel Sologuren y Benito Neto respectivamente, se encontraron en Arica y Tacna donde tuvieron la oportunidad de observar los ejercicios de las tropas bolivianas acantonadas allí. También compartieron con el jefe de Estado boliviano, Hilarión Daza, de quien solo tuvieron palabras de alabanza. Respecto de las condiciones operativas del ejército boliviano, el 7 de septiembre Sologuren, cuyo nombre figura como representante por Tacna para la Asamblea de Ayacucho de 1881 instalada tras la ocupación de Lima por los chilenos en enero de 1881,49 aseguró encontrarse complacido por observar “el alto grado de adelanto y pericia militar en que se encuentra el ejército de nuestra hermana y aliada República de Bolivia”.50 Más adelante se preguntó: “¿Será posible que soldados de esta clase resistan a nuestros enemigos el primer empuje de nuestros aliados? ¡Imposible! Chile está muy lejos de competir con las repúblicas aliadas, en milicia, en marina y en patriotismo”.51
Por su parte, Benito Neto al referirse a los ejercicios realizados por los Granaderos de Sucre señaló que “Contemplando aquellos veteranos, pensaba en el bello espectáculo que presentarán el día de la batalla, maniobrando al frente de un enemigo bisoño e indisciplinado como es el chileno, que no ha luchado, que no se ha fogueado jamás”.52 En efecto, más adelante afirmó que los sureños intentaban “competencia en lo que ha sido nuestra tarea diaria, nuestro entretenimiento desde hace más de cincuenta años: la milicia, la guerra encarnizada y cruenta”.53 Con seguridad, Neto aludió a la serie de conatos revolucionarios y guerras civiles ocurridos recurrentemente en el Perú, además de la confrontación con España, en alianza con Chile, ocurridas en las décadas de 1850 y 1860, lo cual les dejaba en una posición ventajosa respecto del mejor manejo de las artes guerreras en relación con sus adversarios.54
A propósito de Daza, Sologuren aseveró que “en su modo de dirigir las maniobras nos dio pruebas de sus profundos conocimientos militares, tanto teóricos como prácticos”,55 razón por la cual “he adquirido el convencimiento de que cuanto se diga en su favor como caballero y como buen militar no será jamás exagerado”.56 En ese mismo sentido, Neto destacó que el “estimado Presidente de Bolivia”,57 era un hombre de había conquistado en él y su colega de El Nacional, “franca y delicada cortesía”,58 lo cual le “han conquistado el aprecio y la estima de cuantos lo conocen”.59
Otra temática presente en la narrativa de los corresponsales se relaciona con el apego de los peruanos al derecho de gentes contemporáneo al conflicto de 1879, en especial, al comparar las acciones propias con las de los chilenos. A propósito de la captura del transporte Rímac (23/07/1879), Julio Reyes de La Opinión Nacional, afirmó que los oficiales del regimiento Carabineros de Yungay, unidad que viajaba a Antofagasta a bordo de la nave, se manifestaron “muy agradecidos del trato que han recibido de nosotros desde que quedaron en condición de prisioneros”.60 Respecto esa misma acción, José del Campo aseguró que, al momento de su desembarco en Arica la población se acercó para observarles: “¡Qué silencio, cuánta circunspección, más diré, nobleza, en nuestro pueblo! Ni una palabra inconveniente, ni una manifestación hostil, nada que pueda ser humillante para los que acaban de sufrir tan duro revés”.61 Más aún, “Hay personas que se acercan a los grupos invocando la tradicional hidalguía del Perú y como para representar el espíritu elevado y digno del país y del ejército, se presenta allí la Cruz Roja, que viene a llenar su misión de caridad en demanda de cuatro heridos chilenos”.62
Por otra parte, el propio Del Campo consignó el 25 de septiembre de 1879, que, en la expedición de la Unión al Estrecho de Magallanes, fue interrogado un chileno al cual “Se le detuvo, preso en la toldilla, incomunicado, sin martirizarlo”.63 Luego agregó: “Pruebas numerosas tienen dado los buques peruanos, de la humanidad con que hacen la guerra, formando contraste con la conducta observada por los chilenos”,64 afirmando que según la declaración del jefe de uno de los buques chilenos se “colgó de un penol a un pobre italiano pescador, porque creyó que le iba a aplicar un torpedo”.65 Así, el Perú y los peruanos actuaban en acuerdo a las normas humanitarias y el respeto a los usos de la guerra contemporánea.
LA CAMPAÑA DEL HUÁSCAR Y LA CONSTRUCCIÓN HEROICA DE MIGUEL GRAU
Tras la jornada del 21 de mayo de 1879, con la pérdida de la Independencia la escuadra peruana vio reducida drásticamente su capacidad para enfrentarse a los chilenos. Con todo, Grau procedió de acuerdo con el plan establecido al inicio de las hostilidades, el cual consistió en utilizar Arica como base, incursionando desde Antofagasta al sur para hostilizar los puertos chilenos y capturar o destruir naves y cargamentos.66 Así, las operaciones navales de la flota peruana quedaron circunscritas en lo fundamental a las incursiones del Huáscar, de la Unión y, en menor medida, de la Pilcomayo.
De ese modo, Grau concentró la esperanza de victoria producto de su actuar en Iquique, transformándose en el emblema de la cruzada contra Chile. Con su muerte en combate, frente a un enemigo material, técnica y numéricamente superior, consolidó su transformación en el símbolo de los valores del Perú. Aquello fue construido socialmente a través de fenómenos discursivos, estéticos y políticos colectivos en los cuales se sublimaron sus dotes como comandante de su nave y héroe popular, a partir de sus proezas militares y sacrificio personal, en el marco de la consecución de un objetivo y de una causa superior común, que se transformó en un momento decisivo para la construcción de la identidad colectiva.67 En definitiva, Grau representó para la sociedad peruana un ejemplo a seguir, tanto en el conflicto en desarrollo, como para el futuro de la República.
La información fáctica entregada por los corresponsales se transformó en el insumo fundamental para la construcción de Grau como máximo héroe nacional. Desde el lugar donde ocurrían los hechos, los corresponsales subrayaron las cualidades humanas y militares de Grau. Modesto Molina de El Comercio de Iquique, relató que el objeto del jefe del monitor durante el combate del 21 de mayo frente a Iquique fue intimar rendición a la Esmeralda, pues “desde el principio fue ese el objeto del valiente comandante señor Miguel Grau, lo prueban las bombas y balas rasas que reventaron en el cerro de Huantaca”.68 Más aún, aseveró que durante el combate “el comandante Grau intimó rendición a la Esmeralda; pero el jefe de la corbeta chilena se negó a arriar la bandera”.69
Luego de la pérdida de la Independencia, Grau, sus hombres y su buque, fueron presentados a la opinión pública peruana como el bastión de la causa del Perú. Julio Reyes, escribiendo a bordo del Huáscar, el 4 de junio, a dos semanas del combate de Iquique, el cual en los días siguientes destruyó algunas naves particulares chilenas y rehuyó dos veces el combate frente al blindado chileno Blanco Encalada y la cañonera Magallanes (30/05 y 03/06 1879), aseguró que el buque “en muy corto tiempo ha hecho demasiado poniendo en jaque a los enemigos”,70 y que “nuestra campaña naval ha sido hecha por esta sola nave”.71 Tras resumir lo obrado por el Huáscar en ese exiguo periodo, señaló que “nosotros como peruanos, no podemos menos que felicitarnos y felicitar a su comandante y dotación”.72
Respecto del liderazgo de Grau, el propio Julio Reyes a propósito de la incursión furtiva del Huáscar a la rada de Iquique (10/07/1879), en ese momento bloqueada por los chilenos, que lo enfrentó a la Magallanes en un corto pero intenso combate, escribió que “pertenece al número de individuos cuya voluntad lleva siempre el sello de dominio y nada más natural y lógico que sus subordinados que tanto lo respetan y estiman aceptasen su plan y por sobre todo en defensa de la patria”.73
A comienzos de octubre, luego del combate en Iquique contra la Magallanes, de la captura del Rímac, las incursiones en Taltal, Tocopilla, Caldera y Antofagasta (08/1879), entre otras acciones menores, Gustavo Rodríguez escribió a El Nacional una crónica en clave de panegírico en la cual se refirió al significado que tenía en ese momento el Huáscar para el Perú y los peruanos. Afirmó que “Siéntase satisfacción, contento, amor, al pronunciar el nombre del baluarte en el cual hoy descansan la honra, la integridad y las esperanzas de nuestra hermosa patria”.74 Más adelante exclamó: “Mírame! Contémplame! Yo soy la gloria y la Inmortalidad Patriota ámame! Cántame, poeta!”.75
Expresiones como las señaladas en los párrafos precedentes, convirtieron a Grau en un héroe viviente y popular. José Del Campo relató el recibimiento que tuvo elHuáscar en Mollendo el 5 de junio, donde “fuimos recibidos por el pueblo, con gran entusiasmo”.76 Además, anotó que “vinieron a bordo todas las autoridades y muchas otras personas del puerto a felicitarnos y darnos la bienvenida”.77 Por su parte, Julio Reyes narró la llegada del monitor al Callao el 8 de junio, asegurando que “Cuatro o cinco mil personas visitaron durante el día aquella nave y felicitaban llenos de entusiasmo al comandante Grau que con singular modestia daba las gracias, manifestando a la vez que se había hecho poco y todo en cumplimiento del deber”;78 subrayando en la masividad de la recepción además de la humildad y sentido del deber de Grau ante expresiones como esas. Asimismo, mencionó que “dos señoras pidieron permiso con instancias para penetrar a la cámara del comandante, y al encontrarle allí ¡le arrojaron una verdadera nube de perfumadas flores!”.79 Agregó que luego de la llegada del jefe naval al muelle, “más de doscientas personas del pueblo acompañaban hacia el arsenal vivándolo con entusiasmo!”.80 De ese modo, reparó en el estatus de héroe masivo que Grau ostentaba a pocos meses de iniciada la campaña.
Algo similar ocurrió en Arica a fines de agosto de 1879. Julio Reyes relató que Grau a su aparición fue “objeto de espléndidas ovaciones”,81 por parte de “todas las clases sociales de Arica y Tacna, y con música y cohetes lo acompañaron hasta la casa que ocupa el supremo director de la guerra [Mariano Prado]”.82 Al igual que en junio en el Callao, “Muchas señoras le arrojaron flores en su tránsito y la respetable señora de Román, le obsequió una lindísima corona”.83 Además, fue felicitado por el general Daza y su Estado Mayor.84 Al respecto, los éxitos de Grau fueron interpretados en Bolivia como propios, en tanto se trató de acciones realizadas por la Alianza contra Chile.85
Las andanzas del Huáscar finalizaron el 8 de octubre en Angamos. Grau murió y el buque fue capturado. Las circunstancias del combate, luchando con un enemigo superior y su pérdida contribuyeron a la canonización final. Ninguno de los corresponsales peruanos se encontraba a bordo del monitor durante la brega. José Del Campo y Manuel Horta estaban embarcados en la Unión, compañera del Huáscar en su expedición final. Pese a ello, desde allí narraron lo observado, mientras huían de los buques chilenos Loa, Magallanes y Covadonga.
José del Campo apuntó la idea de un combate desigual: “Dos formidables naves de guerra, con 12 cañones de a 300 y un blindaje de 9 pulgadas [los buques gemelos Cochrane y Blanco Encalada], batiéndose con un débil monitor de 2 cañones de a 300 y media pulgadas de blindaje al centro, por 3 y 2 y medio en las extremidades”.86 Lo mismo aseveró Manuel Horta: “Era la lucha de David con Goliath”,87 pues se enfrentó “un pigmeo con los alientos de un gigante contra un monstruo”.88 Pese a su desventaja, el corresponsal de El Nacional aseveró que “El Huáscar no era una máquina de guerra inconsciente que arrojaba proyectiles; tenía una fisonomía propia, era la expresión de la voluntad de su comandante que se veía en todas sus manifestaciones; parecía un león hostigado que estaba dispuesto a vender caro su vida”,89 subrayando en que Grau era quien imprimió en sus hombres la voluntad de plantar cara a los chilenos, incluso ante la superioridad de sus adversarios.
Ante la imposibilidad de prestar auxilio al Huáscar, la Unión se alejó del lugar y con ella los corresponsales. Manuel Horta se excusó pues “Se había hecho todo lo posible por salvar el Huáscar y no se podía hacer más”,90 y aseguró que “con la pérdida de la primera nave de nuestra escuadra, en un combate honroso para el Perú y en la que la derrota era una verdadera gloria”.91 Ante la desaparición de Grau y la captura del monitor, José Del Campo afirmó: “El valor, energía y patriotismo del bravo contralmirante Gran y su digna oficialidad y tripulación, es sin igual; no tiene ejemplo”.92 Más adelante, como frase final de su crónica señaló: “¡Loor a los héroes del “Huáscar”! ¡Gloria a los mártires del 8 de octubre!”.93
Confirmada la noticia de la pérdida del Huáscar y la muerte de Grau, Sologuren escribió desde Iquique para El Nacional un corolario respecto del significado de su figura para los peruanos, tanto los contemporáneos como las generaciones posteriores, en tanto ciudadano y marino: “Con Grau se pierde una preciosa existencia que tenía la gloria de pertenecer, no solo a la América sino al mundo entero, como pertenecen Nelson, Gravina y Churruca […] porque los hombres que en su carrera llegan a la altura a que había llegado él alcanzan la admiración y el afecto de todas las clases”.94 De ese modo, la figura Grau se convirtió en patrimonio de la humanidad, en tanto sus acciones le valieron compararlo con insignes navegantes del siglo XIX como el inglés Horacio Nelson, los españoles Federico Gravina y Cosme Damián Churruca, quienes se distinguieron al servicio de sus respectivas banderas en la batalla de Trafalgar.
LOS CHILENOS
Durante el desarrollo de la campaña naval, los corresponsales peruanos fueron parte de la creación de un paradigma crítico respecto de la alteridad no aliada, anclada en la formulación de estereotipos sobre los chilenos, a partir de su comportamiento en la guerra y las expresiones de su prensa, forjando una imagen homogénea y diáfana del enemigo al que debía enfrentarse, alcanzando el desprecio racial y social. Aquella visión, más allá del prejuicio nacional y la diferenciación con el adversario, configuró las coordenadas representativas relacionadas con la superioridad y hegemonía moral, que por extensión debían materializarse en lo militar.
Símbolo a partir del cual se construyó la diferencia entre aliados y chilenos fueron los ataques realizados por parte de la escuadra mapochina a las localidades costeras de Pisagua, Huanillos, Pabellón de Pica y Mollendo (04/ 1879), interpretados en Perú y Bolivia como violaciones flagrantes al derecho de gentes contemporáneo, al ser considerados arteros, cobardes y desleales, en tanto se consideraban lugares desprovistos de artillería, aunque allí se emplazaron tropas para evitar un desembarco. Aquello, se convirtió en parte del discurso a través del cual se esbozó y fundamentó parte de la representación de los chilenos, basándose en una acción específica que permitió la definición del canon de conducta para el resto de la contienda.
Por ejemplo, Benito Neto, a días de ocurrido el ataque a Pisagua (18/ 04/1879), desde Iquique señaló que se encontraba “al alcance del tremebundo Rebolledo”,95 comandante en jefe de la Armada chilena, “este insigne pirata de nuestros indefensos puertos”;96 comentando que recibieron la nueva del “cobarde atentado, perpetrado por los buques chilenos, contra el patriota puerto de Pisagua, que según noticias, ha quedado totalmente arruinado”.97 Por su parte, en la relación de Julio Reyes para el combate del 26 de junio del Huáscar con las baterías de Antofagasta, se afirmaba que “Nuestros enemigos han recibido, pues, una buena lección; han visto, que no incendiamos cobardemente indefensas poblaciones, sino que los buscamos en sus plazas fuertes”.98 De ese modo, el cronista de La Opinión Nacional diferenció el proceder de ambos contendientes. Hacia fines de julio, Reyes insistió en que la escuadra chilena, incapaz de detener al Huáscar y las otras naves peruanas solo han “buscado como blanco para saciar su impotente rabia, puertos indefensos como Pisagua, Mollendo, Mejillones y las guaneras, sin embargo, en todos ellos han sufrido bajas respetables”.99
Por su parte, José del Campo, en julio al relatar la expedición del Huáscar y la Unión que trajo como consecuencia la captura del Rímac, aseguró que ante la presencia de las naves peruanas en el puerto de Caldera, Mejillones y Carrizal, “brillaban por su ausencia las banderas chilenas”,100 pues “creyeron sin duda sus habitantes, que los peruanos seguirían el ejemplo de su almirante Williams en Pisagua, Mollendo, Huanillos y Pabellón de Pica”.101 Y agregó “¡Cuán distinto modo de hacer la guerra! Los chilenos incendiando poblaciones indefensas y huyendo cobardemente de nuestros puertos fortificados, nosotros presentándonos en sus puertos artillados a provocarlos al combate”.102 Manuel Horta, en el mes de octubre a bordo de la Unión rumbo al sur a la cuadra de Pisagua, señaló que desde el buque observó “los restos de esta población incendiada por las bombas enemigas en un bombardeo injustificable ante todas las leyes de la civilización”,103 y aseguró que “vamos a hacer tanto daño como el que hemos recibido hasta ahora, pero con una sola diferencia: vamos a batirnos y no a incendiar, somos guerreros y no piratas”.104 De ese modo, advirtió de la reta-liación que pronto vendría, pero en concordancia con las leyes de la guerra.
Respecto los denominados “rotos”, es decir, el bajo pueblo mestizo de Chile, Julio Reyes, al narrar los desórdenes producidos en el Rímac una vez que se vio imposibilitado de huir del Huáscar y la Unión, aseguró que: “¡La rotería se manifestaba en esos momentos fiel a sus negras tradiciones!”,105 aludiendo a su carácter irascible, descontrolado e incivilizado estableciéndolo como su canon de conducta a partir de su origen social y ascendiente amerindio. “¡Salvajes!”, continuó, “Como una horda de bárbaros malogran cuanto encuentran a su paso”.106 El propio Reyes aseguró que “los “rotos”, ni en los instantes de la defensa de su patria, olvidan los hábitos de robos, desorden y perversidad, que forman el modo de ser de muchos de ellos”.107 A mediados de agosto, luego del levantamiento del bloqueo del puerto de Iquique, hizo extensiva la calificación incivilizado a todos los chilenos, pues aseguró al país en su conjunto como “jactancioso”108 y a su pueblo como “bárbaro y crédulo”.109
Por su parte, Benito Neto señaló el 8 de agosto de 1879, que “ahora estudiando a los chilenos he llegado a formarme una idea cabal de ese género despreciable de canalla, que en nuestro siglo se moteja con el nombre de farsantes”.110 Según Gustavo Rodríguez, la “Gran misión”111 de los aliados era “arrojar de este templo de la libertad que se llama América, a esos comerciantes sacrílegos”112 y “Hacer desaparecer esa fea, horrible peca, que se llama Chile, de la faz de la hermosa América!”,113 imponiendo a los aliados la misión supranacional de la pacificación de América a través de la erradicación de los chilenos.
Otro aspecto presente en la pluma de los corresponsales peruanos, fueron las afirmaciones hechas por la prensa chilena a propósito del derrotero de la guerra. Especial atención, recibió el continuo ensalzamiento de las acciones realizadas allí por editores y publicistas, sin importar necesariamente su trascendencia para el desarrollo general de la campaña, considerándolas siempre exitistas y alejadas de la realidad. Aquello fue una constante en la prensa aliada.114 Respecto de los periódicos en general, Julio Reyes aseguró que “No hay vapor que venga del sur que nos transmita alguna nueva, torpe y ridícula ensartada en los diarios de Valparaíso o Santiago, con el exclusivo objeto de embaucar a sus intensas masas con soñados triunfos y fingidas victorias”.115 En ese mismo sentido, Benito Neto aseguró que al revisar los diarios chilenos “es imposible dejar de sentir cierto escozor ante aquel relajamiento que se palpa de la dignidad humana, y hasta el simple buen sentido y propia estima”.116 En ese contexto, uno de los objetivos de sus críticas fueron los publicistas chilenos. Con motivo de un tiroteo entre la Pilcomayo y la O’Higgins en Arica (05/10/1879), Gustavo Rodríguez espetó: “Veremos ahora que gritan los [Benjamín Vicuña] Mackennas, los [Isidoro] Errázuriz y los [Justo Arteaga] Alempartes”,117 señalando a algunos de los más connotados personajes públicos de Chile. Y continuó: “Dirán que la escuadra chilena se paseó impávida y que nuestros fuertes ni dieron señales de vida y que nuestros soldados y pueblo corrieron desolados a esconderse tras los cerros”.118
De ese modo, colocaron las afirmaciones de los chilenos en perspectiva, no solo para los lectores y sociedad peruana, sino también para los del resto del orbe, disputando el favor de la opinión pública internacional dada la retransmisión de las noticias a través del telégrafo y la reproducción de los escritos en los diarios de diversos países llegados a manos de los redactores a través del transporte marítimo.
PALABRAS FINALES
Desde el inicio de las hostilidades en abril de 1879 hasta la definición de la campaña en el Pacífico sur en octubre de ese mismo año, las crónicas enviadas por los corresponsales Julio Reyes, José Del Campo, Benito Neto, Samuel Sologuren, Manuel Horta, Modesto Molina y Gustavo Rodríguez, se convirtieron en el vínculo que acortó la distancia entre donde se llevaban a cabo las acciones navales y las principales ciudades de los países aliados. Ellos llevaron el espectáculo de la guerra a la población no combatiente, asentado en la fianza sociocultural que entrega el ser testigo presencial, o reconstruyéndolo a partir de antecedentes recogidos in situ, de un hecho trascendente para las sociedades involucradas, como lo fue la Guerra del Pacífico.
Los escritos de los corresponsales peruanos que cubrieron las alternativas de la campaña naval de la Guerra del Pacífico contribuyeron a la creación de representaciones, imaginarios y arquetipos funcionales para aglutinar la causa aliada, reforzando la identidad nacional a partir de la valoración de la propia, el rechazo de la alteridad chilena y su contribución a la hora de presentar a Miguel Grau como un héroe transversal. Esas percepciones se manifestaron al comienzo de la contienda con la campaña naval y maduraron durante el resto del conflicto, perviviendo en la postguerra merced a la acción de la historiografía, transformándose en el parte del canon interpretativo aliado de la confrontación.
En efecto, hasta el final de la guerra en abril de 1884, con la firma del Pacto de Tregua entre Chile y Bolivia, la prensa aliada insistió en ideas aparecidas en la campaña naval. Por ejemplo, la afirmación relacionada con el irrespeto de los chilenos a las normas de la guerra contemporánea. Así, El Comercio de La Paz del 1º de junio de 1880 publicó que Chile “continúa en su sistema de infames hostilidades, incendiando los puertos indefensos del Perú, destruyendo valiosísimas propiedades y llevando a todas partes la bandera maldita de una guerra de desolación y exterminio que hace de la lucha a la que se nos provocó verdadera lucha de salvajes y piratas”.119 De la misma manera, se insistió en la pedantería chilena respecto de los laureles obtenidos en batalla. Julio Lucas Jaimes, publicista boliviano y asiduo colaborador de periódicos peruanos, afirmó en La Patria de Lima del 9 de julio de 1880, respecto de la reacción en Chile tras la victoria en el Campo de la Alianza (26/05/1880), que “He ahí el ejemplo de cuanto la vanidad dementa a los hombres, lo que el carácter chileno es menos notable, porque se aviene a su ingenua hinchazón y petulancia”.120
Ese discurso fue perpetuado y sacralizado por la acción de la historiografía peruana y boliviana de la guerra, que luego de finalizado el conflicto recuperó gran parte de los conceptos e interpretaciones vertidas durante el desarrollo de la contienda. A saber, Mariano Paz Soldán, en su Narración Histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, publicada originalmente en 1884 y ampliamente difundida en el Perú, diferenció a peruanos y chilenos, atribuyendo la humanidad a los primeros y el vandalismo a los segundos al relatar lo ocurrido en Iquique y Punta Gruesa el 21 de mayo de 1879: “Carlos Condell comandante de la “Covadonga”, mandó hacer fuego de cañón y de fusilería sobre los náufragos [De la Independencia], victimándolos a mansalva, y sobre seguro: contraste singular con lo que el noble comandante del “Huáscar” hacía en esos mismos momentos con los náufragos de la “Esmeralda”, a quienes, salvaba en sus propios botes descuidando la protección a sus compañeros”.121 Más contemporánea, es la Historia de Bolivia de Carlos Mesa, José de Mesa y Teresa Gisbert, cuya primera edición es de 2007, donde se afirmó que Miguel Grau también era un prócer boliviano, en tanto “es uno de los héroes peruanos que Bolivia puede adoptar en tanto su talento militar y su audacia permitieron a la alianza el dominio del Pacífico por cinco meses, a pesar de la inferioridad numérica y tecnológica de la escuadra peruana en relación a la enemiga”.122
Por otra parte, las crónicas de los corresponsales peruanos alimentaron el debate entre la prensa de las naciones involucradas. Al criticar y descalificar las afirmaciones de los periódicos y publicistas chilenos propiciaron la aparición de un espacio de discusión supranacional respecto de las acciones bélicas, aportando a la circulación de las noticias e interpretaciones producidas entre los beligerantes, en tanto esos escritos fueron reproducidos por todo el Perú a través de la prensa regional y también en Bolivia.
La Guerra del Pacífico modificó y delineó la faz de los países beligerantes tanto en las fronteras territoriales como en las construcciones culturales asociadas a la experiencia bélica, creando variados referentes anclados en una identidad basada en la relación con sus respectivos vecinos. Los corresponsales peruanos de la campaña naval contribuyeron a aquello. Pusieron sus plumas al servicio de la causa del Perú y Bolivia, transmitiendo a la población lectora de sus crónicas la virtud de su causa. Al mismo tiempo y hasta donde el desarrollo fáctico de las acciones se lo permitió, creyeron y mantuvieron la fe en el triunfo.