Ante el reciente arribo de caravanas migrantes centroamericanas que cruzan por México en su camino hacia los Estados Unidos, no son pocos los mexicanos que han reaccionado con expresiones de franca xenofobia y racismo. Aunado a ello, ha quedado expuesta la falta de recursos, la ineficiencia y la corrupción del aparato estatal encargado de vigilar y regular el tema migratorio en la frontera Sur.
Se trata de un problema que no es en absoluto una novedad, sino una constante que nuestro país ha venido arrastrando, al menos, desde el periodo revolucionario. De esto último da cuenta el libro de Pablo Yankelevich, quien desde hace tiempo ha estudiado distintas aristas del tema migratorio; 1 y que en esta ocasión, vuelve la mirada a la extranjería para desentrañar la xenofobia, el racismo y la corrupción que acompañaron al aparato legislativo y burocrático encargado de gestionar la migración durante la primera mitad del siglo XX mexicano.
El autor parte de dos puntos nodales: uno de carácter teórico que se refiere al hecho de que cada nación se imagina a sí misma (el “nosotros”) e imagina a los extranjeros como los “otros”, con quienes se relaciona a partir de fobias y filias. El segundo punto es de carácter histórico y tiene que ver con entender cómo y por qué México albergó legislaciones tan racistas y restrictivas contra los extranjeros, a pesar de no haber destacado como país receptor de migrantes —como lo fueron Estados Unidos y Argentina—, además de estar viviendo un proceso revolucionario que se decía preocupado por edificar una sociedad más justa e igualitaria.
Siguiendo estos puntos de referencia, el libro se desarrolla en dos partes. En la primera se muestra cómo las leyes reguladoras de la extranjería reflejaron estereotipos, miedos y fobias que despertaban ciertos grupos extranjeros debido a sus —supuestas— características físicas, morales e intelectuales y lo que éstas podían causar a la nación mexicana. También se explica la dificultad para ejecutar estas normas, toda vez que su correcta aplicación se vio afectada por la carencia de recursos, de infraestructura adecuada y de personal calificado; aunados a la existencia de intereses contrapuestos, arbitrariedades, corrupción e inclusive, redes de “coyotaje” y de tráfico de personas en las que participaban autoridades migratorias.
La segunda parte del libro explora la imbricación entre nacionalismo, racismo, temores e intereses económicos y políticos y su impacto en las discusiones y promulgación de las leyes sobre naturalización de extranjeros. Esta sección también ofrece datos estadísticos de los naturalizados (la nacionalidad que dejaron atrás, sexo, estado civil e inserciones laborales, entre otros). Asimismo, se muestra cómo la corrupción y la arbitrariedad también estuvieron presentes en la gestión de la naturalización. Yankelevich concluye, que entre las autoridades mexicanas, las valoraciones negativas en torno a la extranjería, se impusieron a la racionalidad política o económica que rodea a la naturalización. Mientras que, para los extranjeros, lo que en verdad les importaba a la hora de nacionalizarse, eran intereses más pragmáticos, como obtener ventajas laborales, cuidar su patrimonio y evitar su expulsión del país.
Ahora bien, el libro ahonda en aspectos que merecen ser destacados. Por ejemplo, se muestra el actuar de gobiernos mexicanos que públicamente condenaban el racismo, pero que en leyes confidenciales, giraban instrucciones para admitir o rechazar el ingreso de extranjeros según criterios raciales. Además de esta doble cara, resaltan múltiples incongruencias, como la prohibición oficial de que los censos clasificaran a los mexicanos en “razas”, y la petición de que los extranjeros que entraran a México, no albergaran prejuicios raciales; todo ello, mientras que a estos extranjeros el gobierno sí los estaba seleccionado mediante estas categorías.
No menos incongruente fue la aplicación de leyes para extranjeros con nacionalidad permitida para ingresar al país, pero de “raza” prohibida. Otro punto que sobresale en la obra, es que muestra aspectos poco valorados de la mestizofilia mexicana, como el haber sido empleada como indicador para prohibir el ingreso de extranjeros. En efecto, mientras que en países como Alemania se hablaba de extranjeros “inferiores” que afectaban a las “razas puras”, en México se prohibió la entrada de extranjeros que, según el pensamiento de la época, degradaban o impedían el mestizaje.
Asimismo, es importante subrayar que en el libro los extranjeros no solo aparecen como víctimas de corruptelas y extorsiones, pues algunos de ellos también sacaron ventaja de las desviaciones institucionales: aprovecharon las redes de tráfico y corrupción para sortear las leyes restrictivas y poder ingresar al país, o para conseguir la nacionalidad mexicana y así evitar las nefastas consecuencias de un nacionalismo mexicano xenófobo, que amenazaba con afectar sus propiedades y expulsarlos del país.
Siguiendo el tema de corrupción, Yankelevich dedica un apartado a Andrés Landa y Piña, quien por años figuró como pilar en el servicio migratorio, y que durante su gestión trató de imponer una moral y honradez entre sus subordinados. Pero como demuestra el autor, la realidad suele aplastar las buenas intenciones, y en este caso, Landa y Piña, viéndose rebasado por un andamiaje institucional donde las relaciones de compadrazgo y lealtad pesaban demasiado, tuvo que actuar de manera condescendiente y pasar por alto las prácticas deshonestas de sus subalternos, para así evitar ofender a grandes políticos y perder su empleo.
En cuestión de fuentes, es de mencionarse el uso que el autor hizo de documentación proveniente del Archivo de Andrés Landa y Piña y del Instituto Nacional de Migración. Dos repositorios sumamente relevantes para el estudio del tema migratorio; principalmente el segundo de estos archivos, del cual este libro contiene apenas una muestra del potencial de información que en él se resguarda, y cuyo análisis será de vital importancia para seguir descubriendo los entresijos de la extranjería en México.
Debo mencionar que, aunque Pablo Yankelevich señala algunos casos sobre turistas, éstos componen otro tópico todavía pendiente por desarrollar en el tema de la extranjería, pues también se trató de extranjeros seleccionados y a quienes se les dirigió propaganda oficial específica. Además, el turismo tampoco ha estado exento de corrupción y extorsiones. Este es solo una arista más sobre la presencia extranjera en el México del siglo XX, cuya historia debe seguir estudiándose en la medida en que las fuentes estén disponibles para ahondar más en el tema.
Como comentario final, debo decir que esta obra no solo debería interesar a académicos en ciencias sociales, sino también al público no especializado y la burocracia, pues se trata de un estudio que desde la investigación histórica, invita a reflexionar sobre cómo y por qué entre el gobierno y la población mexicana, todavía prevalecen las prácticas corruptas, el uso de categorías raciales y las filias y fobias hacia distintas comunidades de extranjeros.