INTRODUCCIÓN
Las siguientes páginas tienen como objetivo describir cómo la idea de "hombre nuevo", como tipo humano ideal en periodos históricos marcados por las rupturas con el pasado, se hace presente en Chiapas tras la Revolución mexicana, momento histórico donde se quiso resaltar el alejamiento con el Porifiriato, dado en llamar "Antiguo Régimen", al mismo tiempo que ese modelo ideal de hombre se ponía al servicio de las nuevas instituciones del Estado nacional. Es así que durante tal momento, con sus precedentes históricos y continuidades hacia el futuro, se construyeron imágenes para dotar de sentido y ejemplificar a los hombres que conformarían el reconfigurado país surgido del conflicto bélico. Siguiendo los arquetipos de la antigüedad clásica y de las propuestas europeas, la imagen de los cuerpos masculinos se idealizó como símbolo de la nación en construcción. Unos cuerpos que, prolongado el modelo ilustrado, se mostraban como la conjunción de una parte física y otra espiritual. 1
Un arquetipo hegemónico de hombre que resulta imposible de comprender sin recurrir a discursos previos unidos al evolucionismo y las doctrinas raciales y eugenésicas que propugnaron una población sana, útil y digna para la sociedad civilizada anhelada, y equiparable a cualquiera de las más pujantes del orbe. 2 Es por ello que nada de lo que ocurría allende de sus fronteras fue ajeno a México, e incluso tal circunstancia se observa en los rincones más alejados del país, sobre todo donde existía un significativo número de habitantes indígenas, como es el caso de Chiapas. Si durante el Porfiriato el Estado mexicano ya deseaba mostrarse como viril, 3 la entidad federativa del sureste mexicano era presentada como “laboratorio de modernización” bajo el mandato de Emilio Rabasa, gracias a los procesos de transformación económica ligados a la extensión de la propiedad privada durante el siglo XIX. 4 Una situación que ubicó al estado en el circuito económico de la agroexportación, 5 y que redujo las tierras de labor indígenas facilitando su trabajo obligatorio en las fincas.
Por su parte, la Revolución mexicana, “plural, fragmentada y facciosa”, 6 y mito fundacional para la legitimación del ejercicio del poder estatal, 7 no rompió rotundamente con modelos para interpretar a la sociedad establecida durante el Porfiriato, 8 ni siquiera con “las corrientes de ideas que circularon antes de la insurrección”, 9 y donde los intelectuales de la época tuvieron un destacado papel, aunque cambiaran en su composición personal. 10 En Chiapas la Revolución mexicana se ha entendido, desde la historiografía, como prácticamente ausente. 11 A pesar de ello, poco se ha cuestionado el arribo o consolidación de las instituciones estatales y donde destaca la construcción cultural de la nación decidida a homogeneizar a sus ciudadanos. Un cambio cultural, según las opiniones coincidentes de Knight y Guerra, 12 y donde revolución y nación se convierten en términos intercambiables. 13
Si Carlos Martínez Assad habló de Tabasco como “laboratorio de la Revolución”, 14 recientemente Sarah Osten ha extendido esa condición de laboratorio a varios estados del sureste, donde se incluye Chiapas, para afirmar que en dichos territorios se experimentó con reformas propuestas por los gobiernos revolucionarios impulsadas desde incipientes partidos políticos que influyeron, con posterioridad, en la creación del partido de Estado. Ese ensayo revolucionario, del que habla Osten, en el caso de Chiapas no estuvo ratificado con resultados fehacientes. Un hecho achacado por la autora a las múltiples diversidades del estado, donde son fundamentales las culturales y étnicas, y que no facilitaron el establecimiento de una consistente plataforma de reivindicaciones que ayudara a la extensión de los cambios políticos dirigidos a la justicia social. 15 Si la tardía aplicación de reformas sociales ha sido evidente en el caso chiapaneco, lo que desde este texto se resaltará es que las transformaciones propuestas en la posrevolución no pueden leerse únicamente en la dirección política, sino que existió un discurso encaminado a cambios culturales y morales que, sin tener impacto inmediato, sí se fueron imponiendo de manera paulatina, como lo fue el discurso de la escolarización para toda la población. 16
En ese sentido, los gobiernos surgidos de la Revolución mexicana, y para remarcar el cambio de época, extendieron discursos que hablaban de la creación de un nuevo hombre mexicano, lo que significó las críticas al positivismo aunque ellos mismos se sustentaran en similares principios evolucionistas. También esos gobiernos conjuntaron un proyecto de “ingeniería social” orientado a construir una sociedad original formada por “ciudadanos racialmente homogéneos, moralmente regenerados, física y mentalmente sanos, trabajadores activos y miembros de una familia”. 17 Tal proyecto tuvo en los hombres emprendedores, en los jóvenes activos, a sus deseados artífices, 18 y quienes eran destacados por sus características viriles frente a las contrapartes débiles y pasivas atribuidas a los hombres del Antiguo Régimen; virilidad como concepto habitual “en el lenguaje burocrático” para definir “fortaleza, hombría, rectitud, decisión, compromiso, entrega”; 19 en definitiva, el carácter del hombre revolucionario. 20 Y es ahí donde Chiapas no fue ajeno a ese proceso, y tampoco a los discursos raciales del siglo XIX, 21 y a los “orgánico-biologistas”. 22 Expansión del lamarckismo en suelo mexicano para resaltar el “paralelismo entre cuerpo individual y social”. 23
Con respecto a la masculinidad, su estudio vive en las últimas décadas un claro repunte académico en México por el interés de su definición en ciertos periodos históricos. Las siguientes páginas no pretenden ser un estado de la cuestión de esa perspectiva, 24 sino que mostrarán las posibilidades para su investigación en Chiapas. En el caso mexicano, desde el porfiriato la profusión de imágenes, en forma narrativa y fotográfica, estuvo condicionada por una masculinidad hegemónica influida por los discursos médico-higiénicos de la ciencia en boga, así como por los valores de la disciplina, honorabilidad y productividad, como han destacado varios estudios. 25 Imágenes que podían derivar en estereotipos clasificatorios del comportamiento humano y las posibilidades de cambio o resistencia al mismo. 26 Dentro de esta lógica, los indígenas se convirtieron en ejemplo de inmovilidad, también inscrita en el cuerpo, que solo se modificaría activando políticas para lograr su integración biológica o cultural. Si los parámetros de la nueva medicina higiénica se hicieron presentes durante el porfiriato para desarrollar modelos de masculinidad, tras la Revolución mexicana esos mismos modelos se ampliarán para destacar valores unidos a una virilidad que apostaba por la actividad, y donde el cuerpo se ofrece como un recipiente de las mutaciones morales dirigidas a regenerar a la población, una masculinidad no necesariamente unívoca en aquellos años, 27 pero destacada desde las instituciones estatales. Es por ello que el Estado jugó un papel preponderante a la hora de impulsar y legitimar arquetipos de hombre, al mismo tiempo que ayudaba a subjetivar sus mensajes gracias a las herramientas con las que contaba, 28 y donde la opinión pública y la escuela jugaron un destacado papel.
Ese modelo de masculinidad tomará como referente la imagen física del ideal clásico latino, caracterizado por el músculo y visible en el arte neoclásico, donde sobresale la fortaleza e intrepidez de los varones y que convierte la virilidad en belleza corporal y grandeza del alma. 29 Esa fue, según Mosse, la respuesta requerida para la imagen del nuevo hombre en el orden burgués. Así, y en forma de estereotipo normativo, a pesar de otras posibilidades de definición paralela de la masculinidad, tal ideal de hombre se establece como “símbolo de regeneración personal y nacional, pero también como elemento básico para la autodefinición de la sociedad moderna […]”. 30 Aspecto visible en la opinión pública chiapaneca durante los años posrevolucionarios, 31 y que exaltará esa masculinidad hegemónica expresada por Robert Connell para mostrar la conceptualización predominante en un periodo histórico determinado frente a las otras expresiones del ser hombre, arrumbadas y marcadas como deplorables. 32 Orden contrario, por igual, a la aristocracia del Antiguo Régimen y al plebeyo cercano a la animalidad. 33 Propagación de discursos no siempre coincidentes con las acciones políticas y la respuesta ciudadana, pero que el Estado representó discursivamente para imaginar una deseada e inédita realidad que labraría el futuro de la nación homogénea y moderna.
Esas circunstancias son las que el artículo desea resaltar para la discusión, pues la insistencia historiográfica que ha afirmado que la Revolución mexicana apenas llegó a Chiapas ha obviado aspectos que remiten a la extensión de las instituciones estatales, un hecho coincidente con la expansión de la nación mexicana en lugares alejados de la capital del país. Por tal motivo, en el texto circularán informaciones emitidas desde el centro de México, y otras surgidas desde el terruño chiapaneco, puesto que ahí se observa la expansión de la nación en Chiapas, lo mismo que la reflejan los discursos de los medios de comunicación de la época.
Al mismo tiempo que se exhiben tales descripciones, el artículo tiene como objetivo contextualizar la aparición de la actividad física, resumida en prácticas gimnásticas y deportivas, elementos de referencia para la construcción del nuevo hombre posrevolucionario. No cabe duda que para ello existen múltiples fuentes surgidas en la posrevolución, como son la narrativa novelesca, la pintura mural, la fotografía o el cine, 34 por citar alguna de ellas; sin embargo, en el artículo se recurre a las fuentes gubernamentales tanto de archivos chiapanecos como nacionales, así como a la hemeroteca, para abordar las maneras en que la actividad física se institucionaliza también en suelo chiapaneco. Ello, además de redundar en cómo se configuraba el arquetipo de nuevo hombre, incidirá en otras formas de extensión del Estado mexicano, de la mexicanidad, en un estado como el de Chiapas necesitado de la presencia nacional, en especial por contar con un alto porcentaje de población indígena en su territorio. Ese nuevo hombre mexicano no era simplemente un discurso retórico de un momento histórico determinado, sino que respondía a la perfección a una alegoría de la nación, 35 en especial en un territorio como el chiapaneco donde su mexicanidad se ha puesto en duda desde su incorporación a México.
TRABAJAR Y EDUCAR PARA LA ACCIÓN MASCULINA
George L. Mosse refiere la frase “actúo, luego existo” de David Newsome, como un eslogan de la temprana concepción victoriana de la masculinidad. 36 Esa nítida toma de posición que ligaba acción y trabajo se hace presente durante el siglo XIX a través del ideal del hombre deseado por Justo Sierra, 37 como se seguirá observando en el siglo XX y, en el caso mexicano, con mayor presencia tras el conflicto bélico revolucionario. El hombre viril emerge como referente no incompatible con su carácter pensante, pero que destaca por su capacidad de acción, por su condición de activo como lo era el espermatozoide frente a la pasividad del óvulo según lo afirmado por los biólogos de principios del siglo XX. 38 Lo expresado ya se observa mucho antes de los gobiernos posrevolucionarios en Chiapas, sin importar la condición de estudiantes, 39 de profesionistas católicos, 40 o de activistas políticos. 41 Igualmente ese hombre, cuya actitud es referida con el vocabulario de la redención religiosa, solo adquiere su carácter viril a través del trabajo. 42 No debe extrañar que desde las distintas adscripciones religiosas cristianas también se estableciera una creencia, una “fe ‘musculosa’ o ‘varonil’ “ 43 que es expresada por Mosse como “cristianismo muscular”, 44 constructor de un cuerpo y mentes robustas, además de estar en combate contra “todo lo pecaminoso”. 45 De hecho, la figura de Jesucristo se convirtió en “el hombre supremamente masculino, atlético y agresivo cuando era necesario”. 46
Por su parte, el trabajo como ocupación del tiempo, era ratificado en el Segundo Congreso Nacional de Jóvenes donde aparecen las preocupaciones por el “carácter” del hombre y donde destacan voces como las de José Vasconcelos. Entre los puntos abordados se encuentra el deber de la “acción”, pues la “cultura sin acción deriva en bizantinismo”. Incluso el presidente del Congreso, Ángel Carvajal, habló de una juventud “hija de una madurez revolucionaria y nieta de una vejez quietista y conservadora”. 47 Si para los varones, como individuos, la virilidad es ideal de conducta, lo mismo ha de decirse respecto al pueblo. 48
En tal sentido la relación con las propuestas evolutivas y sus procesos naturales, donde se establece una analogía entre la sociedad y los comportamientos biológicos de los organismos, se asumieron para explicar la justa revolucionaria y las consecuencias que ella tenía:
Nuestro pueblo tuvo su infancia […] hasta la hora en que sonó pujante la campana de Dolores; su pubertad ha durado un siglo, en cuyos días se condujo cual muchacho sin juicio […]; pero hace siete años que penetró en los años de la potencialidad, y dueño de todas sus facultades físicas, morales y pensantes, está delineando su personalidad […]. 49
Y lo mismo ocurre con el carácter del pueblo, que era viril siempre que se abocara al trabajo para conseguir sus metas. 50 Un pueblo cuyos individuos deben romper con las ataduras del pasado, 51 un tiempo pretérito hecho presente por todo aquello oscuro, “marchito y taciturno” unido a la religión católica. 52 Frente a ello emerge la luz del progreso y del éxito que no podía ser más que “alegre, franco y jovial”. Una constante de oposiciones donde el pueblo obtendrá su “progreso” al “crear hombres fuertes” caracterizados por “sus acerados músculos” y que mejorarán si añaden “su robusta inteligencia”. 53 Pilar fundamental para obtener la “viril robustez”, es incidir en la instrucción, en los conocimientos del hombre sin olvidar su educación corporal. Una “virilidad intelectual” en palabras de Félix Palavicini, 54 misma que el pedagogo español Francisco Giner, de indudable ascendencia en México, explicó resaltando el papel de la higiene y de la educación física para lograrla, en el sentido explicitado por Herbert Spencer. 55
La Constitución de 1917, en su artículo 127, sentaba los principios para regular el trabajo en México y el papel de obreros y patrones, acomodándose a las características de cada estado y región. Artículo reglamentado para Chiapas por el carrancista coronel Pablo Villanueva con el decreto núm. 38 y loado desde la prensa oficialista porque debía considerarse “como religión para los hombres laboriosos” de Chiapas. 56 Sin embargo, en la entidad federativa chiapaneca las regulaciones laborales que se quisieron imponer con la llegada de la avanzada revolucionaria, tuvieron una clara reacción conocida como movimiento mapachista, no interesado en cambios que afectaran al modelo de trabajo establecido en las fincas. De hecho su cabeza más visible, Tiburcio Fernández Ruiz, en alianza y colaboración con Álvaro Obregón, 57 fue gobernador de 1920 a 1924. Por tanto, las loas hacia el trabajo, algunas de ellas con indudables tintes puritanos y civilizatorios, 58 y establecidas desde las ciudades y los discursos políticos, 59 tenían en el discurso escolar el ejemplo y como contrapartida deplorable a la vagancia. El alumno Amalio Barceló, en 1930, lo escribía en una poesía:
¡Trabajad! El trabajo es un tesoro/Que nos debemos grabar/Para que el día de mañana Nos levantemos en paz./[…]/ En el trabajo está la dicha/La fortuna y el vivir/ Juntémonos y reunidos/Formaremos porvenir […]. 60
Afirmaciones que se prolongan, por ejemplo, en la publicación del “Himno al Trabajo” en el órgano de la asociación periodística revolucionaria de Chiapas, 61 del que fue fundador y jefe de redacción el anticlerical Eraclio Zepeda Lara, quien ese mismo año fue nombrado jefe del Departamento de Acción Social y Asuntos Indígenas.
Las escuelas, “centros de la redención mental”, 62 y la “ley de policía y buen gobierno” establecida en el mandato de Raymundo E. Enríquez en 1929, 63 y que tenía claras continuidades con las leyes contra la vagancia del siglo XIX o la “ley de tribunales para menores e incapacitados”, 64 son mecanismos para dirigir a los hombres jóvenes hacia el trabajo y el aprovechamiento productivo del tiempo. Medidas pensadas, en especial, para aquellos individuos cuya tradición cultural los ubicaba dentro de los indolentes, como era el caso de los indígenas. A pesar de que estas medidas no se vieran respaldadas por cambios significativos que afectaran a la estructura productiva y social del estado, los gobiernos posrevolucionarios insistieron en la preocupación por los jóvenes que no acudían a la escuela y se dedicaban a actividades improductivas, 65 perdiendo el tiempo cuando el “cuerpo no debe permanecer nunca ocioso”. 66
El dualismo cartesiano, que distingue cuerpo y mente, se acercó cada vez más a una concepción mecanicista, 67 así el cuerpo, más cercano a la máquina, se establece como instrumento para el trabajo, aunque en Chiapas los devaneos con el taylorismo y fordismo extendido en otras latitudes, parecían una entelequia mientras se mantuvieran las relaciones patrón- cliente en la concepción del trabajo. Sin embargo, ello no impidió la apología de la gimnasia y el deporte, analógicamente equiparables con las mencionadas modalidades laborales. 68 Una pretendida forma de racionalizar el tiempo de ocio que facilitaría la “cooperación y la integración del individuo a la comunidad”. 69 El combate al uso improductivo del tiempo se explicitó con acciones que redundaran en el mejoramiento del cuerpo y donde las prácticas gimnásticas y deportivas se configuran como uno de sus pilares. 70 Formas de disciplinar a los cuerpos de los individuos, en el sentido señalado por Michel Foucault, y visible en todos los rincones del país, 71 así como en las repúblicas de América Latina. 72 Disciplinar para el trabajo al mismo tiempo que se lograba una mejora moral para servir a la nación. 73
Ese nuevo hombre mexicano, productivo y con mirada hacia el futuro modernizado, tuvo una herramienta fundamental para lograr los objetivos disciplinarios en la educación. 74 En tal sentido, educar no subsanaría las diferencias sociales del estado, pero su extensión en las poblaciones campesinas e indígenas pretendía demostrar que los instrumentos homogeneizadores utilizados en las escuelas intervendrían sobre sus cuerpos y, por ende, significarían una mejoría moral regeneradora de la sociedad. 75 Al mismo tiempo, y en un territorio como el chiapaneco, ese interés homogeneizador era vislumbrado como mexicanización de la población a través de la extensión de la nación en construcción.
Durante el Porfiriato, Emilio Rabasa ya había intentado ampliar la educación primaria y establecer instituciones para regentearla, como fue el caso de la Oficina General de Instrucción Pública. 76 A pesar de ello, en los inicios de la década de los veinte del siglo pasado, más del 80 % de la población era rural y alejada de las escuelas. 77 La posrevolución, sin embargo, la extendió con claras referencias a la formación del “hombre nuevo”, 78 de un mejor mexicano. 79 En tal sentido hay que destacar la escuela pedagógica considerada como “educación activa” o “educación de la acción” que, con orígenes en Rousseau, Pestalozzi y Froebel, se hizo visible en México a través de John Dewey. 80 La educación se convirtió en punta de lanza para insistir en la acción frente al verbalismo, por ello “el niño debe ser activo” y está obligado a recibir enseñanzas de higiene creándosele hábitos e, incluso, fundando clubs del “Niño Sano” en cada escuela. 81 Hábitos que se traducen en “firmes costumbres” para su desarrollo físico y que los llevarían a la madurez siendo “disciplinados, sanos y vigorosos”. 82 Aseveraciones sobre el carácter de la actividad que el revolucionario, y poeta estridentista, Germán List Arzubide, expresó con claridad al señalar la relevancia que tenía la “exaltación del movimiento, de la acción, oponiéndolas a la pasividad, a la quietud de la misa” para la educación de los niños. 83 Forma de concebir, también, la proclividad de los hombres hacia el trabajo y el deporte por estar obligados “a la acción”. Una más de las razones por las que el juego y el deporte se hacen fundamentales para el cuidado de la crianza de los hombres y la consecución de “cuerpos templados, sanos y bellos”. 84
Un ideal de logros que usando el lenguaje religioso de la fe, en el sentido apuntado por Marisol de la Cadena, 85 tendría reflejo en un futuro gracias a “temperamentos dinámicos” y mediante la “acción, el combate, la actividad”: “Bendecimos, desde lo íntimo del alcázar interior, a los hombres dinámicos, ejemplo de vigor, normas de magnanimidad, dechados de virtud heroica”. 86 Insistentes referencias en la posrevolución para aseverar el carácter y los objetivos de los varones, incluso con un nítido antagonismo frente a las mujeres. 87
Modelo ideal necesitado de oposiciones, alguna claramente visible en las representaciones y discursos referidos a las poblaciones indígenas. La molicie, 88 uno de esos términos que con insistencia fueron asignados a los indígenas de América Latina para contraponerlos a sus coterráneos, solo se contrarrestaría con la lucha por la vida, amparada en el uso de la razón y la ciencia. 89 La pereza, o el dejarse llevar por los sentidos, fue considerada referente contrario al modelo idealizado, algo que recordaba los tiempos pasados y que no debía perdurar en el futuro. Retórica que en Chiapas era divulgada constantemente por la prensa:
El engrandecimiento de los pueblos está en razón directa de la entereza [sic] de carácter de sus conciudadanos e inversa de su abyección y desidia. […] urgen apóstoles del trabajo y no caudillos de la guerra […] y el trabajo multiplicando las energías, santifica al individuo […]. Que todo pueblo abyecto es pueblo muerto para la civilización y el derecho. 90
A los indígenas, ubicados en las masculinidades subalternas para Ana Peluffo e Ignacio Sánchez, dentro del mundo “más natural que racional”, 91 había que “virilizar[los]”. 92 Su clasificación, que los acercaba al sedentarismo asignado a las mujeres, debía transformarse para ser dirigida a la masculinidad viril, un proceso muy visible en otros países de América Latina. No era el único discurso, por supuesto, para referirse a la cotidianidad masculina, 93 pero la construcción nacional en la posrevolución hizo hegemónico un discurso donde la virilidad mexicana, homofóbica, se contraponía al afeminamiento de ciertas acciones y actitudes. 94
EL FUTURO ES MUSCULAR, ES DE LOS JÓVENES
El papel otorgado a la juventud no es nuevo a la hora de marcar los cambios en la historia de la humanidad. Desde la tradición clásica existen claros ejemplos de la relevancia de la juventud relacionada con la regeneración del cuerpo físico y el social, aspecto también visible en el mundo judeo-cristiano para incidir en la conversión cristiana como transformación en un homo novus.95 Con una perspectiva política, las revoluciones burguesas europeas de los siglos XVIII y XIX juegan un papel ejemplificador de la ruptura entre la vieja y la nueva era. 96 El nuevo nacimiento, la regeneración, no se lograría sin la existencia de hombres jóvenes que aportaran esperanza para la consecución de los cambios necesarios y así lograr una sociedad moderna, aquella que tiene entre sus valores centrales la juventud, la vitalidad y el trabajo. 97 Analogía entre la transformación y crecimiento del individuo y la sociedad que se prolonga durante el siglo XIX con pensadores como Auguste Comte. Incluso para el caso europeo, George L. Mosse señaló como un periodo de inflexión la Primera Guerra Mundial, puesto que enlazó el nacionalismo y la masculinidad para la “búsqueda de un ‘nuevo hombre’ ”. 98
En esa dirección, la ciudadanía transformadora y constructora de la nación fue pensada sobre todo desde la perspectiva de los varones viriles. 99 Hombres predispuestos al desarrollo y autocontrol de su cuerpo y que tenían un referente: la juventud. Los jóvenes, presente, pero sobre todo futuro de México, establecerían una alianza estratégica entre aquellos que pensaban y los que tenían como principal virtud su fuerza física. 100 Si la razón y trabajo eran referentes en la posrevolución, existen muchas similitudes con las expresiones y el papel de la ciencia positiva del siglo XIX, como lo demuestra el periódico La Juventud Chiapaneca, y que no por casualidad se denominaba de “ciencias”, en su convencimiento de que los jóvenes:
[…] educandos deben caminar por el hermoso sendero de las ciencias, apartados en lo posible de las cuestiones políticas, del atronante rumor de sus rencores, y del calor de las preocupaciones religiosas que enervan las fuerzas del espíritu, confunden la razón y eclipsan los deslumbrantes reflejos del entendimiento. […] En Chiapas, donde domina ya el espíritu progresista y amante de lo grande y sublime, preciso es procurar que hayan [sic] centros de unión, fuentes de donde surjan raudales de ciencia y de saber, […] La juventud de esta época, agena [sic] ya de la indiferencia estoica de otras, busca incesantemente el torrente civilizador, ansía ilustrarse y tomándose el trabajo por sí misma, se levanta con sus propios elementos, en impulso colosal a sus aspiraciones y sueña con fe y perseverancia en un venturoso mañana de placer y encantos […]. 101
Extensa cita para ejemplificar las similitudes con América Latina a través de pensadores como José Enrique Rodó, quien exaltaba a los jóvenes para consagrarse al porvenir, o como su amigo Manuel Ugarte que señalaba que “juventud y porvenir son sinónimos”. Expresiones también manifestadas por José Ingenieros y Augusto Bunge, el primero insistiendo en que la tarea de los jóvenes era transmitir “sangre nueva” a su sociedad, 102 mientras el segundo remarcó los atributos de la juventud tomando el arquetipo griego como ejemplo. 103 Esta retórica que giraba en torno a la constitución de jóvenes fuertes era idealizada con las referencias a la Grecia clásica, la occidentalización, y por el aforismo “mens sana in corpore sano”, el cual se repetía para reafirmar esta propuesta. 104 Un ejemplo manifiesto de tal circunstancia se produjo con los cambios legislativos efectuados durante el mandado del gobernador Efraín Gutiérrez quien en 1938, y amparado en la juventud “que ha asimilado las doctrinas e ideas avanzadas de la revolución que rompió con entereza los viejos moldes”, y que “está ansiosa de oportunidades para contribuir al engrandecimiento de la Patria” “dentro del campo de la civilización”, reformó la constitución chiapaneca para que “los magistrados del tribunal superior de justicia del estado puedan acceder al puesto con 25 años y dos años de experiencia, antes 35 y 3 años”. 105
La referida belleza clásica condensó la masculinidad; 106 hecho que se extiende en México más allá de las figuras deportivas y se instala en murales e imágenes que reflejan a campesinos y obreros con una “virilidad virtuosa”. 107 Campesinos que ya habían sido reivindicados durante el siglo XIX en ciertos países europeos para remitir a la tradición nacional. 108 Eran, pues, unas imágenes pasadas por el tamiz de la modernidad deseada y que mostraban en el fuerte físico de los hombres la factible regeneración moral; 109 una correlación ya anticipada por Locke y Rousseau. 110
Regenerar el cuerpo de los individuos era más fácil de conseguir entre los jóvenes, 111 aquellos a los que se les podía enseñar el autocontrol y la fuerza de voluntad a través de las enseñanzas disciplinares escolares. Un pretendido orden corporal, propio del Manual de Carreño, 112 con ejemplos como los de no hacer “ademanes cuando esté hablando” y ser “muy mesurado en los gestos”. 113 Por otra parte, el rigor corporal al que debía someterse el individuo, en especial el joven, se relacionó con la práctica deportiva, las excursiones y la vida en la naturaleza. Unas acciones con su contraparte negativa “de quietud, de obscuridad, de tedio, de aislamiento, que corresponde al rezo, a las horas pasadas en la iglesia”. En esta lógica para destruir las prácticas del considerado Antiguo Régimen, es lógico que apareciera la práctica deportiva como forma de ahuyentar a los jóvenes de los sacerdotes y de “ir al catecismo”, 114 por ello las pláticas de los profesores deben: “[…] orientar hacia la exaltación del movimiento, de la acción, oponiéndolas a la pasividad, a la quietud de la misa”. 115
La tarea educativa, emprendida con el lenguaje religioso de los misioneros, se tradujo en la entidad del sureste mexicano con un notable crecimiento de las escuelas y alumnos, aunque no siempre su asistencia fuera regular. Labor unida a la realización de institutos de acción social por parte de las instituciones federales en tierras chiapanecas para formar a los profesores, mayoritariamente hombres jóvenes entre 17 y 25 años. 116 Entre las tareas y enseñanzas emprendidas sobresalen las relacionadas con la actividad física y el deporte. 117 Orientación coincidente con las afirmaciones del poder ejecutivo federal, donde destacaron los programas de educación física y deporte, tal cual lo expresó el presidente Emilio Portes Gil:
QUE en una juventud sana y vigorosa, […] plena de ideales y de dinamismo, se basan las esperanzas de formar la nación mexicana del futuro; QUE la educación física, […] tiene por objeto inmediato el desarrollo armónico del organismo, […] y la adquisición de hábitos de higiene, que constituyen toda la base de la salud, del vigor y de la resistencia físicas; QUE la educación física es factor mediato para la adquisición y desenvolvimiento de las cualidades de orden moral y social […]. 118
Labor prolongada con la educación socialista debido a que el cuerpo “por su impulso vital”, se dirige a la acción renovadora de los órganos del cuerpo. 119 Una transformación física, reflejada en la moralidad ciudadana, y que debía estimularse aunque para ello hubiera que extraerla de los jóvenes; 120 aquellos que llegarían en un futuro cercano, y con el vocabulario de la época, a la “cúspide” de sus anhelos y sus “sueños de oro”. 121 Lograrlo involucró discursivamente, sobre todo, a la imagen de los campesinos del país para quienes la educación física tenía que ser controlada debido al esfuerzo efectuado en su trabajo diario. Ello les ayudaría a “triunfar en la lucha por la vida” y propiciaría “una virilidad grande”. 122
Juventud mexicana que, como parte imprescindible de la nación y comprometida para construirla hacia el metafórico y deseado futuro de luz iluminado por la ciencia, adquiere nueva presencia con la consolidación del partido político de Estado —Partido Nacional Revolucionario (1928- 1938)— y las corporaciones que de manera paulatina lo sustentarían. Tal como afirmó Beatriz Urías, 123 el modelo de hombre nuevo adquirió características más cercanas al hombre masa, a la corporación que se manifestó en el partido pero también en agrupaciones juveniles, 124 de distinta naturaleza, u otras de carácter anti-inmigratorio. 125
Posiciones no siempre coincidentes en el México de la educación socialista y del partido único en proceso de consolidación, como la manifestada por el filósofo Adolfo Menéndez Samará, quien critica la destrucción de la mente juvenil debido a su fanatización como masa, al mismo tiempo que cuestiona, como subterfugio, “la desviación de la juventud hacia el deporte” por conducirlo hacia el gregarismo: “El deporte hace adulto al joven y es un medio para encerrarlo más fácilmente en la celda de un fanatismo cualquiera. De ahí que las dictaduras actuales, con el pretexto de crear una raza fuerte, exijan una juventud deportista en vez de permitirle jugar”. 126
DEPORTISTAS: DEFENSORES DE LA PATRIA Y EL PARTIDO
El “proceso de civilización”, según Norbert Elias, muestra como los cambios producidos en la sociedad se reflejan en los comportamientos de los individuos al interiorizarlos, es decir, se produce un cambio en “la estructura de la personalidad de los hombres” como autocontrol, un ejemplo observado en la sustitución de prácticas tradicionales a favor de lo que hoy en día es el deporte. 127 De esta manera el proceso de “deportivización”, expresado también por Elias, significa que actividades antiguas se modifican mediante su reglamentación, en un procedimiento que se asemeja a las leyes y disciplina laborales que los individuos viven en las incipientes sociedades industriales. 128
Tratamiento de los cambios sociales de la modernidad que María del Pilar Melgarejo Acosta encauza, a través de las propuestas de Michel Foucault, para hacer del concepto “regeneración” el articulador del carácter punitivo y disciplinario usado por el Estado para “docilizar y disciplinar los cuerpos”; un procedimiento que desde el poder central irradia hacia el exterior como deseo y necesidad de someter, sobre todo, a aquellos no cercanos desde una lógica clasificatoria como lo eran en Chiapas los indígenas, y que en la idea de la misma autora es leído como “convertir al bárbaro”. 129
En esa lógica, la perfección corporal era, pues, una necesidad para constituir una “población sana” dentro de “una sociedad civilizada”, acorde a la nueva época. 130 Ejemplo claro de ello lo expresa Fell, 131 al retomar lo revelado por el agrarista Antonio Soto y Gama, quien se hizo eco de la idea del Presidente Obregón cuando en 1921 habló de la necesidad de “reconstruir físicamente al indio”. Esa acción confiaba, principalmente, en el proyecto educativo extendido por maestros “sanos de cuerpo”. 132 Brazo ejecutor del Estado para diseminar la nación en todo el territorio mexicano, la educación física se convierte en necesaria para la regeneración de los cuerpos masculinos; una alegoría de esa nación fuerte, 133 y entendida gracias a la creación de un “nuevo hombre”.
Las voces críticas en el periodo posrevolucionario no impidieron que la unión entre juventud y actividad física tuviera la finalidad de transformar los cuerpos mediante su disciplina. Una radical mudanza del ciudadano enfocado a edificar la nueva patria y, también, a defenderla. Si el ejercicio físico se entronizó en la educación decimonónica, no cabe duda que muchas de sus incipientes modalidades estuvieron unidas al ejército y a la preparación de los jóvenes para la defensa del país. Por tal motivo en México, desde el siglo XIX, el “prototipo de varón” preponderante lo representó “la figura del militar”. En la Escuela Normal de México establecida en 1887, y fundada por Ignacio M. Altamirano, ya se enseñaban lecciones de gimnasia y ejercicios militares para varones. Cuestión que se prolongó en los años finales del Porfiriato con la publicación de la Cartilla de Ejercicios Militares en 1901 para ser introducida en las instituciones de instrucción primaria. 134 Un modelo anticipado en Europa pero que se extiende en América Latina. 135 La opinión pública escrita hacía hincapié en ello y también la Secretaría de Educación Pública posrevolucionaria, preocupada inicialmente por el desarrollo de la gimnasia y, con posterioridad, de los deportes. 136 Acciones pensadas para hombres activos y donde la “metáfora de la guerra” era el mejor ejemplo de su compromiso con el Estado nacional. 137
El cuerpo de los jóvenes mexicanos, en tal sentido, no solo tenía al modelo del militar como un ideal de ese viril patriotismo, sino que el conflicto bélico desde 1910 dirige a ese joven a dar la vida por la patria, a “ser más fuerte para mejor servirla”, por tal motivo era encomiado de manera constante: “ejercita tu cuerpo y la voluntad en los juegos viriles y en las empresas arduas […]; y cuando te veas en la cumbre de tu ancianidad rodeado de descendientes fuertes y honrados, orgullosos de ser mexicanos, regocíjate, gózate; ya puedes dormir tranquilo al largo sueño”. 138 Nada extraña, por ende, que políticos y militares de la posrevolución fueran reconocidos como hombres hipermasculinizados, 139 como machos en sus imágenes. Justamente ello se observa con Plutarco Elías Calles al ser candidato, en 1924, a Presidente de la República; 140 o de similar manera es presentado Tiburcio Fernández Ruiz, el exgobernador mapache de Chiapas, cuando contendió a senador. Un salvador de Chiapas frente a la “anarquía por su entereza y ‘machismo’ reconocidos”. 141 De esta suerte, los militares de la Revolución mexicana, muchos de ellos con funciones políticas después de finalizados los conflictos bélicos, se convirtieron en modelos, como lo fue “el viril e íntegro revolucionario, Coronel Victórico Grajales”, el gobernador anticlerical de Chiapas de quien se destacó su labor política los “hechos”, por encima de las “palabras”. 142
La educación física se relacionó, desde los inicios de la Revolución mexicana, con el mundo castrense, aunque desde el porfiriato en Chiapas ya se había instalado la Escuela Industrial Militar en Tuxtla Gutiérrez. 143 Tal vez por ello el gobernador Flavio Guillén, en 1913, inauguró la Escuela Normal Militar del Estado: “este semillero de luchadores, apósteles y evangelistas de la civilización científica” para formar profesores destinados a colaborar con “la obra santa de dotar a los hijos con herencia de luz que alumbre el dedálico camino de la vida”. 144 Con Venustiano Carranza la enseñanza, con énfasis en la primaria, se quiso que esta fuese de carácter militar, 145 mediante una educación marcial regida desde la Dirección de Militarización que tuvo extensión en sus representativos locales de los estados para que la juventud mexicana desarrollara “fuerza, agilidad y habilidades físicas”. 146 Reflejo en Chiapas del gobierno carrancista fue la solicitud federal para que en las escuelas tanto el director como los profesores vistieran de campaña en sus clases o se les otorgara el grado de capitán. 147 Deseo “de despertar el espíritu militar y los sentimientos de civismo en todos los elementos de orden del país”, aunque tal circunstancia no se prolongó por mucho tiempo. 148 A pesar de ello el gobernador carrancista Pablo Villanueva, siguió las disposiciones del gobierno federal para que en todos los niveles educativos “se ejercitara a los mexicanos en el manejo de las armas y se les acostumbrará a la disciplina de la fuerza pública, se les inculcará desde la niñez, juntamente con el amor a la Patria, el sentimiento del deber que tienen de defenderla”. 149
En Chiapas las acciones bélicas entre carrancistas y mapaches impidieron la consolidación de gobiernos efectivos hasta el mandato de Tiburcio Fernández Ruiz (1920-1924), pero las iniciativas para modificar la educación se sucedieron como una constante, tal como la ejemplificada por el gobernador Manuel Fuentes y en la que se proponía la creación de una Escuela de Regeneración de Menores, interesada en los trabajos manuales y la disciplina militar. 150 El nexo entre militarización y educación se constata con la elaboración de un Reglamento de la Militarización de la Juventud de la República y donde destacan los ejercicios físicos, básicamente gimnásticos y destinados a efectuarse en las escuelas; aunque ello no impidió que se debatiera sobre la congruencia de la educación militarizada. 151 Tal circunstancia dejó de representar un elemento de discusión tras la llegada de los sonorenses al poder, quienes durante el mandato de Plutarco Elías Calles dedicaron sus energías a modernizar al ejército a través de su reestruc- turación de la mano del joven general Joaquín Amaro, “de complexión fuerte, vigoroso” según Luis Alamillo. 152 De la misma manera, durante el Maximato, Pascual Ortiz Rubio propugnó el acercamiento de la escuela y el ejército por ser “agentes modernizadores” para “coadyuvar a la defensa del país”. 153 La procedencia foránea de los primeros profesores de educación física en Chiapas, junto al papel de los militares en el estado, abrieron la formación y la paulatina práctica deportiva. 154 También los incipientes profesores, ya chiapanecos, se formaron fuera del estado y con disciplina militar, como le ocurrió a Efraín Fernández que se educó en la Escuela Normal de Educación Física en la ciudad de México. 155 Seguramente con la llegada a la presidencia de la República de Lázaro Cárdenas a la máxima magistratura del país, la presencia militar se hizo más notable, aunque también repuntó la del “obrero vigoroso”. 156 Entre los militares sobresale el caso del general Tirso Hernández García, quien había estado relacionado con la actividad física como cabeza institucional del deporte en el país. La disposición de las instituciones deportivas nacionales, dedicadas a “trabajar por el deporte, que en este caso es trabajar por la raza y por la patria”, por una patria que no podía ser más que “joven”, 157 también se hará extensiva por todo el territorio mexicano, una más de las formas de extensión de la nación.
Para ratificar el papel de la práctica deportiva como punto nodal de la transformación de la juventud, nada mejor que la información remitida por el cónsul mexicano en Hamburgo, Alfonso Guerra, sobre lo ocurrido en el Congreso Mundial para la Organización de las Horas Libres y el Recreo, celebrado en esa ciudad europea a finales de julio de 1936. 158 Entre los comentarios vertidos destaca como positivo el deseo de “Mejoramiento de las Razas” como básico en el desarrollo del Congreso, de ahí que también se destacara la necesidad de las naciones por contar con una “Juventud sana y capaz”. En opinión del delegado mexicano, los avances en el recreo se encontraban en las ciudades por los destacados campos deportivos. Deporte y folklore fueron coincidentes y los temas “más favorecidos en este Congreso”, por considerarse necesarios para dos nítidos aspectos que en México estaban muy presente: “para el mejoramiento de la raza y para la fortificación de la nacionalidad”. 159
Los cuerpos juveniles de los chiapanecos debían estar al servicio de la patria desde las trincheras, la actividad deportiva pero, también, estuvieron disponibles gracias a las festividades patrióticas. Cambio de época, de régimen político, planteado como una refundación nacional necesitada de nuevos rituales. Y esas manifestaciones públicas, extendidas tanto en Europa como en América Latina, convirtieron en espectáculo de masas los deseados valores patrióticos con ideales de “fortaleza, generosidad, valentía y perfección en la ejecución”.160 Tablas gimnásticas y encuentros deportivos alimentaron tales fiestas que “exhibían la fuerza y control corporal de los hombres frente a la fragilidad y gracia de las mujeres”. 161 Algo nada ajeno a los regímenes autoritarios que surgían en la Europa de la primera mitad del siglo XX y deseosas de transmitir sus valores e ideales políticos. 162 El afán por el monumentalismo de estas demostraciones públicas se demostró en los desfiles con símbolos nacionales y donde los jóvenes eran elementos nodales; actos caracterizados por los “ejercicios premilitares, gimnásticos y deportivos”. 163 En el caso chiapaneco, los desfiles deportivos para conmemorar la Independencia y la Revolución mexicana se hicieron presentes en sus localidades, en especial la celebración del 20 de noviembre, 164 aspecto que se ha prolongado hasta el presente. 165 Pero por mucho trabajo realizado para propagar la mexicanización del territorio chiapaneco con actividades como las cívicas, siempre existieron ámbitos de indefinición, como señalaba el mismo gobernador chiapaneco que sustituyó al anticlerical Victórico R. Grajales:
Teniendo en cuenta que en muchos pueblos del Estado no se efectuaban ceremonias cívicas, se distribuyó entre todos los Municipios un Calendario Cívico en el que se consignan las principales fechas históricas, Nacionales y Locales del Estado y se ha impreso gran cantidad de folletos, consignando la biografía y la obra condensada de cada prócer. 166
Hechos que remiten a resistencias, pero también conducen a repensar los diversos caminos que la extensión del Estado nacional ha vivido en sus márgenes territoriales.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Como afirma Alan Knight, la Revolución mexicana no transformó de forma total a México; sin embargo, durante los gobiernos posrevolucionarios se produjeron transformaciones políticas, económicas y culturales visibles y relevantes en el país. 167 La construcción del Estado nacional y del futuro partido de Estado, junto a la exaltación nacionalista, se han destacado en este periodo, una circunstancia coincidente, o paralela como señala George
L. Mosse, con una forma de masculinidad moderna que representaba a la propia nación desde el siglo XIX. 168 Los héroes, al estilo romántico, ejemplificaron tal ideal masculino convertido en normativo a través del intento de disciplinar el cuerpo. 169 México, en este sentido, se equipara gracias a los discursos utilizados con situaciones similares a las ocurridas en Europa y otros países de América Latina. Beatriz Urías lo resume a la perfección:
El proyecto utópico e irrealizable de construir nuevos seres humanos física y mentalmente libres de determinaciones del pasado constituyó el núcleo de las ideologías autoritarias y totalitarias que buscaron imprimir un nuevo sentido a lo nacional por la vía de la transformación de lo individual. El común denominador de estas ideologías fue la elaboración de una mística regeneradora cuyo principal objetivo fue la educación de la juventud […]. 170
Es aquí donde entra en juego uno de los conceptos de Michel Foucault que más resonancia ha tenido en los últimos decenios que es el de biopoder, entendido con distintos alcances aunque resumible de forma general como el ejercicio del poder sobre los seres humanos a través de sus cuerpos. Un biopoder que interviene de dos formas complementarias, una conformada por las disciplinas dirigidas al cuerpo humano individual; 171 mientras que la otra se enfoca al “conjunto de seres vivos constituidos como población”, y donde se piensan aspectos como la “salud, higiene, natalidad, longevidad […]”. 172 Dos conjuntos de mecanismos, el primero disciplinario e individual y, el segundo, regularizador y colectivo. Para asegurar que el cuerpo social sea coherente y uniforme, las disciplinas producen conceptos y prácticas normalizadoras. En definitiva, un proceso de homogeneización de los hombres, en este caso, y donde disciplinar el cuerpo condujo a controlar, normalizar, y a distinguir entre los seres humanos aptos e ineptos para la sociedad. 173 En este caso, la virilidad masculina se muestra en la acción y el cuerpo se convierte en el centro de debates y discursos. Su contraparte se ubica en la pasividad y todos aquellos adjetivos ligados a la indolencia y la desidia, los cultivados por los individuos marcados por un pasado demonizado por retrógrado y ajeno al anhelado futuro. Y a él solo se accedía a través de la intervención sobre los cuerpos con aspectos como el trabajo y la educación, con extensión en la educación física. En 1941 tal circunstancia se expresó con nitidez mediante las acciones de las instituciones estatales: “A través de los deportes se forja una raza más fuerte y pujante y se encamina a la juventud por senderos muy opuestos a los del vicio, y en Chiapas los deportes alcanzan ahora un auge sorprendente”. 174
Los pares de conceptos contrapuestos, cual si se tratara de un discurso analizado desde el estructuralismo antropológico, componen la argumentación de un periodo empecinado a distanciarse del pasado, y acercarse al futuro, aunque en el fondo aspectos expuestos y considerados novedosos abrevaban de los debates sedimentados en el siglo XIX. 175 Deseos no siempre coincidentes con las transformaciones políticas y sociales que encaminaran a la población hacia la modernización propugnada, y que ofrecían resistencias al poder mostradas en la indiferencia hacia mecanismos como la escuela, las campañas antialcohólicas y anticlericales, y la participación en las actividades del nuevo calendario cívico. Es decir, el Estado mexicano observó, como en otras revoluciones históricas y posteriores, que “la transformación de las mentalidades, la extirpación de la religión y de la superstición, y la creación de un ‘nuevo hombre’ (mujer) revolucionario eran sumamente difíciles”, 176 y que simplemente los propios discursos contaban con relecturas por parte de los supuestos receptores. 177 Ello era más notorio en una sociedad como la chiapaneca en la que existía una enorme distancia entre los habitantes del campo y la ciudad, y donde las relaciones patrón-cliente eran una constante. Por lo tanto, y a pesar que desde las instituciones políticas estatales o de la opinión pública se propusieron cambios pensados especialmente para sus conciudadanos del agro, diferenciados también por la marca étnica, esa metamorfosis sólo podía llegar desde fuera, obligada en muchos casos, a través de instituciones que a la vez de homogeneizar, normalizar, a la población del país, construían la nación, como ocurriría con las educativas. Un Estado, a través de los gobiernos posrevolucionarios, en construcción mediante la anhelada transformación de las prácticas de sus ciudadanos; Estado imaginado constantemente gracias a retóricas destinadas a representarlo simbólicamente.