Para Yaretzi
INTRODUCCIÓN
La intervención francesa de 1862 fue consecuencia, entre otros factores de la suspensión del pago de la deuda externa decretada por el gobierno de Benito Juárez en junio de 1861. El escenario de la guerra entre México y Francia cambió después de la batalla de 5 de mayo de 1862, pues la derrota de los galos provocó su repliegue hacia Orizaba para reorganizarse y solicitar refuerzos. La muerte de Ignacio Zaragoza, ocurrida el 8 de septiembre de 1862, y la progresiva llegada de refuerzos generaron una tensa espera que se modificó en marzo de 1863 cuando los franceses, ahora encabezados por el general Élie Frédéric Forey, pusieron en estado de sitio a la ciudad de Puebla, misma que se fortificó para resistir el embate. 2 El sitio de prolongó por dos meses, del 16 de marzo al 17 de mayo de 1863, y culminó con la entrega de la población por el general Jesús González Ortega, lo que abrió las puertas a los franceses para que avanzaran a la capital. 3
Los acontecimientos ocurridos en el sitio de Puebla se conocieron, en un primer momento, por las noticias que se divulgaron en diversos medios impresos, así como en los informes militares que se dirigieron al Gobierno. Tras la caída del Imperio de Maximiliano en 1867, se publicaron diversas obras que buscaban explicar las razones del fracaso de la empresa imperial, enfatizar los esfuerzos del “pueblo mexicano” para proteger su independencia, ofrecer una interpretación de los sucesos, exaltar los valores liberales, fortalecer la moral republicana, refutar aquellos textos que desvirtuaban a los mexicanos y consolidar la idea de unidad nacional. 4 Aunque la batalla del 5 de mayo, el sitio de Puebla de 1863 y la toma de Puebla del 2 de abril de 1867, se convirtieron en objeto de atención de los escritores liberales, el sitio comenzó a perder importancia en el discurso historiográfico liberal, según Pedro Salmerón y Raúl González, por dos razones: no se buscó enaltecer una derrota 5 calificada por los conservadores como “vergonzosa”, 6 y se buscó minimizar la figura de González Ortega quien desafío el liderazgo de Benito Juárez.
A partir del análisis de los apartados que describen los sucesos del sitio de 1863 en las novelas El Sol de Mayo de Juan A. Mateos y Episodios Nacionales Mexicanos de Victoriano Salado Álvarez, se buscará mostrar la manera en que se criticaba y desvirtuaba la actuación del zacatecano en ese evento. De hecho, en los Episodios, González Ortega desapareció de la escena narrativa y se presentó al general Porfirio Díaz como uno de los principales artífices de la defensa. Es de destacar que aunque las dos narrativas se publicaron en momentos distintos, una en 1868 y la otra entre 1904-1905, y con motivaciones diferenciadas, Mateos hacía un recuento de los hechos inmediatos mientras que Salado perseguía un objetivo histórico-literario, 7 coincidían en que la caída de Puebla fue producto de los errores de González Ortega, opinión que contrastaba con la de la prensa de la época que enaltecía su papel “heroico” en la defensa de la ciudad. Así, el interés de este trabajo es mostrar las resemantizaciones 8 que sufrió la figura del zacatecano, esto es, se busca comprender cómo es que se construyeron diversos discursos sobre un mismo personaje, discursos en los cuales se manifestaron las preocupaciones políticas de los grupos sociales.
Para analizarlos, se parte de la idea de que el acto de escritura es una forma de acción social del lenguaje orientado a un fin en un determinado contexto. En este sentido, el discurso, entendido como el uso del lenguaje por los individuos, es producto de una formación cultural, social y política cuya finalidad es la construcción de realidades sociales. Como el conocimiento del mundo no radica en las ideas sino en los enunciados que circulan, se trata de entender cómo se relaciona lo discursivo con lo social. 9 Con la intención de comprender la construcción discursiva de González Ortega se utiliza la prensa y la literatura, pues se les consideraban mecanismos de legitimación y formación de opinión pública. José Elías Paltí menciona que la élite letrada mexicana tenía consciencia sobre la importancia de los usos públicos del lenguaje en la modelación de las conductas políticas, de manera que se generó una interacción dinámica entre prácticas políticas y discursos. 10
En el caso de la literatura, no solo se le concebía como un medio de entretener, politizar y moralizar, sino que también debía estar al “servicio de la patria”. En este sentido, el que los escritores asumieran una postura política se explicaba, de acuerdo con Alberto Vital, por el hecho de que se les concebía como depositarios de la memoria colectiva. 11 Bajo estos supuestos, las novelas mencionadas se inscribían en un marco de debate político que tendía a enaltecer, o a denostar, a ciertos personajes. Según Jorge Ruedas, el proyecto cultural y literario de la República Restaurada intentó construir una galería de próceres que sirvieran como ejemplo a la población, proyecto que buscaba difundir los valores del republicanismo y mostrar la imagen de una nación civilizada. Como la producción literaria estaba encaminada a sostener el proyecto político liberal, la figura de González Ortega resultaba incómoda por su conflicto político con Juárez, por lo que no se le incluyó entre los héroes de la llamada “segunda guerra de independencia”. 12
Aunque Miguel Galindo consideraba al zacatecano a la altura de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez e Ignacio Zaragoza, 13 lo cierto es que no se le reconocieron sus méritos y se enfatizaron sus “errores” pese a que era el militar liberal con más méritos en combate, debido a las victorias que obtuvo en Silao y en Calpulalpan contra las fuerzas conservadoras. De hecho, era el único general que derrotó a Miguel Miramón en dos ocasiones. Sus triunfos sobre los conservadores significaron el fin de la guerra de Reforma. A raíz de sus triunfos militares, González Ortega comenzó a adquirir un creciente protagonismo político, mismo que ocasionaría su rivalidad con Juárez, sobre todo porque se consideraba que el oaxaqueño no avanza con la celeridad requerida, como sí sucedía con el zacatecano o con Santiago Vidaurri, en la aplicación de las leyes reformistas. De hecho, Juan Macías plantea que el liderazgo militar de González Ortega constituía un contrapeso del poder civil encarnado por Juárez. Con la Guerra de Reforma surgió una “nueva casta guerrera” que tenía aspiraciones políticas y que resultaba un problema para la clase política civil. 14
Aunque el presidente lo nombró ministro de la guerra en enero de 1861, las diferencias que tuvo con diversos personajes del gabinete presiden- cial ocasionarían su salida en abril del mismo año. El enfrentamiento entre Juárez y González Ortega se agudizó cuando compitieron por la presidencia de la república. Como la elección fue ganada por el primero, González Ortega ocupó la presidencia de la Suprema Corte de Justicia, cargo que le permitía acceder, según la Constitución de 1857, a la primera magistratura en caso de que las circunstancias lo exigieran. En 1864, el zacatecano buscó hacer efectivo ese mandato, pero se le negó porque faltaba un año para concluir el período presidencial, el puesto no se encontraba acéfalo y se arguyó que perdió ese derecho cuando asumió la gubernatura de su estado natal. José González Ortega calificó el acto de Juárez como un “golpe de estado”, pues la Suprema Corte había desaparecido de hecho pero no de derecho.
Entre octubre y noviembre de 1865, el primer mandatario publicó tres circulares que no solo lo ponían fuera de la ley, por haberse ausentado sin licencia y permanecer fuera del país, sino que podía ser arrestado y sometido a proceso, además de que Juárez extendió su período. En diciembre de 1866, González Ortega fue detenido en Nuevo León, junto con el general José María Patoni, y sometido a proceso. Permaneció en la cárcel hasta el 13 de julio de 1868 cuando el Secretario de Guerra, Ignacio Mejía, ordenó su liberación, aunque se le advirtió que el gobierno se reservaba el derecho de enjuiciarlo. Según Pablo Prida, el presidente no permitió que González Ortega asumiera el poder porque buscaba evitar rivalidades entre los militares. En este sentido, la presencia del oaxaqueño resultaba fundamental para sostener la “causa de la patria”, postura compartida por Ralph Roeder que indica que la continuidad de Juárez evitó una guerra civil. Ivie Cadenhead considera que el conflicto por la sucesión presidencial evidenciaba la ambición de estos personajes, aunque el oaxaqueño creía que su permanencia en el poder garantizaba la salvación del país. 15
La investigación se divide en tres partes: en la primera se revisa la prensa de la época para entender cuál era la opinión que se generó sobre el sitio de Puebla y en específico, cómo se calificó la actuación de González Ortega, a fin de determinar si en ese momento se le consideró el culpable de la caída de la ciudad. En la segunda parte se analiza el libro cuarto de la novela El Sol de Mayo con la intención de mostrar las razones que, según Juan A. Mateos, ocasionaron la entrega de Puebla; en tanto que en la tercera se examina el libro tercero de los Episodios Nacionales Mexicanos para comprender los motivos que impulsaron a Victoriano Salado a quitarle preponderancia a González Ortega y ensalzar las acciones de Porfirio Díaz, a quien catalogó como el “alma de la defensa” de una urbe que cayó por la inacción del zacatecano.
PROLEGÓMENOS DEL SITIO: LA ESPERANZA EN EL TRIUNFO MEXICANO
Ante la inminente reanudación de las acciones militares, en El Siglo Diez y Nueve se publicó, el 1 de marzo de 1863, un editorial en el cual se manifestaba la “confianza íntima, profunda, en el triunfo de la justicia, en el valor intrépido de nuestros soldados”, quienes harían que los “invasores” y los “traidores” sufrieran “un nuevo desengaño”. 16 De hecho, Florentino Mercado consideraba que González Ortega podía lograr la victoria, pues era el caudillo que “más conviene” para defender “los hogares de los mexicanos, la patria y la nacionalidad”, además de personificar “los principios de la democracia y de la Reforma”, opinión compartida por José A. Godoy quien advertía que el “invicto general en jefe” conduciría a las tropas a la victoria. Se le consideraba un “entusiasta del progreso”, de la libertad y de la legalidad, pues libró a la patria de las “garras de la reacción” gracias a su actividad, su “indomable valor” y su “extraordinario arrojo”. 17 Aunque la designación de Jesús González Ortega evidenciaba un reconocimiento de su trayectoria militar, José González Ortega y Abraham Sánchez sugieren que su nombramiento escondía un trasfondo político pues una derrota en Puebla ocasionaría su desprestigio.
Así, Juárez se desharía de un “enemigo político” y del hombre con quien los franceses deseaban negociar. Sin embargo, Ivie Cadenhead y Ralph Roeder mencionan que su nombramiento buscaba acallar las voces que lo tachaban de ser un desleal. 18 Aunque se tenía la esperanza de presentar un ejército capaz de enfrentar a los franceses, El Siglo Diez y Nueve consideraba la posibilidad de que ocurriera un “infortunio”. 19 Con el comienzo del sitio, El Monitor Republicano consideraba que la “justicia divina” y el cumplimiento del deber podían ayudar a obtener la victoria. Con más cautela, El Domingo advertía que si la “fatalidad” se presentaba en el campo de batalla, se debía esperar un levantamiento general que acabaría con el ejército imperial. 20
Por su parte, El Constitucional mencionaba que los franceses no lucharían en contra de los “hombres desnudos” que los derrotaron el 5 de mayo, sino que estarían frente a unos soldados que “de corazón […] aman a su patria” y podían sostener “el decoro y la independencia nacional”. Se mostraba tal optimismo que José A. Godoy exclamó que los franceses temblaban al recordar Puebla y Florencio M. del Castillo advertía sobre la “vacilación cautelosa” de los invasores, a diferencia de los mexicanos que se presentaban “confiados” y con la certeza de obtener la victoria a costa de “inmensos esfuerzos”, “heroicos sacrificios” y la “sangre mejor de nuestros hijos”. 21 Los escritos publicados después del 18 de marzo, subrayaban la injusticia de la guerra y alentaban la esperanza de conseguir la victoria. Aunque el desconocimiento de lo que sucedía en la ciudad provocaba incertidumbre, se conservaba el optimismo en el triunfo por la “conciencia del deber” y el “entusiasmo” que mostraban los mexicanos. 22
La euforia se apoderó de la prensa cuando se informó que los primeros encuentros fueron “gloriosos para las armas nacionales” y se rechazó “vigorosa y completamente” al enemigo. 23 Tras el ataque al fuerte de San Javier, el ministro de guerra Miguel Blanco refirió los hechos de armas y ensalzó al ejército por responder a las “esperanzas del pueblo”. La victoria mostraba que el “invasor” doblegaría “sus alas ante la invicta Zaragoza” por segunda vez. Francisco Zarco afirmaba que las noticias causaron la exaltación del “espíritu público”, pues se logró la “reivindicación gloriosa” del país y el “pueblo” comprendió que se podía resistir la agresión. El escritor estaba convencido de que los franceses se retirarían y que el ejército de Oriente tomaría la iniciativa, lo cual obligaría a los invasores a abandonar el país, pues comprenderían que los mexicanos eran unos “héroes” cuyas hazañas eran equiparables a las realizadas por las “repúblicas antiguas”. 24
José A. Godoy advertía que el orgullo francés fue “humillado” en los muros de Puebla, y que González Ortega, por este hecho, elevó su nombre a una “incalculable altura”, pues sus “altas cualidades” como “jefe militar instruido”, le permitieron conquistar “laureles inmarcesibles” y legar una “página gloriosa” a la historia patria. 25 A decir de Zarco, el heroísmo se manifestaba en todos los defensores, tal como lo ocurrido con los capitanes de artillería que se negaron a abandonar su puesto, el artillero que reparaba su muro en lo más enconado del combate y el sargento que permaneció en su puesto a pesar de no tener fusil. Estas actitudes demostraban que los mexicanos eran “hombres de temple” que defendían a toda costa su independencia y libertad. Zarco reconocía que aunque la ciudad cayera, se le consideraría una “gloria nacional” que inspiraría el amor a las instituciones, a la democracia y al orden legal. 26 Con la intención de levantar el ánimo de los lectores, Simón de la Garza destacó que el país debía sentirse orgulloso, pues se enfrentó con honor a la “nación más guerrera del mundo”, lo cual constituía un timbre de “gloria imperecedera”. 27
La prensa reconoció, el 1 de abril, que San Javier fue “desocupado” por los mexicanos, noticia que, a decir de Zarco, no debía “desalentar el espíritu público, ni disminuir la esperanza del triunfo”, pues el fuerte no resultaba fundamental en el sistema defensivo y el enemigo podía ser abatido en los demás puntos fortificados. La toma del fuerte no constituía un desastre, ni debilitaría la “heroica resistencia” de los defensores; opinión compartida por el gobernador del Distrito Federal Ponciano Arriaga, quien advertía que el hecho no tendría influencia en el desarrollo de la guerra y por el contrario, aumentaría el entusiasmo y brío de sus defensores, quienes contarían con el apoyo de los habitantes de la capital que rebosantes de “entusiasmo y patriotismo”, pedían sustituir a los caídos en Puebla.
En el Diario Oficial también se minimizó la toma del fuerte, debido a que, según se decía, su ocupación estaba prevista en el plan de defensa. Asimismo, se advertía que su caída constituía una jornada “gloriosísima para las armas nacionales”, en virtud de que reanimaba la esperanza de los “heroicos defensores” y evidenciaba la “fragilidad” de unos invasores que no entendieron que ese punto de la fortificación externa era prescindible. Gracias a las disposiciones de González Ortega, se fortaleció la línea de defensa interior lo cual permitiría rechazar al enemigo, debido a que los “defensores de la patria” mostraban “arrojo”, “ímpetu”, “serenidad heroica” y “sangre fría”. 28 La minimización de la victoria francesa continuó por varios días. De hecho, se afirmaba que se empleaban “métodos desesperados” para tratar de tomar la ciudad. 29
Lo acontecido en San Javier sería enaltecido por Antonio Carrión, quien lo consideró uno de esos “hermosos episodios” que revelaban “la fe, el patriotismo y entusiasmo del pueblo que combatía”. Añadía que “los monumentos de la gloria de esos héroes” causaban “admiración” y el “agradecimiento de un pueblo arrancado de las garras de la esclavitud”, el cual prefería morir antes que “ver hollada su independencia y autonomía.
¡Gloria a los defensores de San Javier!” 30 La vibrante nota de Carrión denotaba el orgullo que se sentía por los defensores de la República, quienes después de un encarnizado combate lograron rechazar a los invasores. En este mismo sentido se expresaba José María Iglesias en su Revista Histórica del 1 de mayo de 1863, pues indicaba que “el heroico ejército” que defendía la “justa causa de la República” había merecido el “bien de la patria” gracias a sus hazañas que asombrarían al mundo por “grandiosas y por inesperadas”.
Ellos no solo salvaron la “honra nacional” sino también cubrieron el “nombre mexicano de una gloria sublime e imperecedera”. 31 Tanto Carrión como Iglesias, alababan la “heroica defensa” de Puebla y tenían confianza en que se repetiría la victoria obtenida el 5 de mayo. Ellos no podían prever que unos días después caería la ciudad a causa de la falta de víveres y de armamento. 32 José Godoy afirmaba en El Heraldo del 16 de mayo, un día antes de la rendición, que si la ciudad caía, sería consecuencia de circunstancias ajenas a los defensores. A Zarco le llegaron rumores de que Puebla fue evacuada, pero creía que la noticia era falsa, pues se podía romper el sitio y los defensores no llegarían al extremo de destruir sus armas, motivo por el cual decía que se debían esperar “mejores y más fidedignos informes”. No obstante, advertía que ante lo “terrible” del desastre, la nación no debía desalentarse sino actuar con “mayor decisión” e “indomable energía” en la “defensa de la independencia y de la dignidad de la República”. 33 En el Diario Oficial también se minimizó el fin del sitio, pues se mencionaba que era una “situación prevista” desde el momento en que el ejército del Centro no logró introducir víveres. La caída de Puebla no reducía la “base de elementos materiales y morales” con los que contaba el país, y por el contrario, mantenía el “espíritu altivo e independiente” de los mexicanos que confiaban en el “temple del alma”, en la “fe inalterable” y en la constancia de Benito Juárez. El Heraldo advertía que los franceses no podían considerarse victoriosos, pues no lograron derrotar a los mexicanos ni obtener sus armas. En este sentido, ellos debían estar “avergonzados” por la manera en que sometieron a “la ciudad heroica”. 34 El Monitor Republicano indicaba que la “fatalidad” fue la causante de la derrota y solo quedaba luchar “a todo trance” para defender la independencia. 35
Aunque en su momento se habló de fortificar a la ciudad de México para resistir a los franceses, lo cierto es que el presidente tomó la determinación de abandonar la capital para situar su gobierno en el interior del país. 36 Con el fin del Imperio, los hechos ocurridos entre 1862 y 1867 serían consignados por diversos medios, entre ellos la novela que se consideraba un medio eficaz de difusión de los principios educativos, ideológicos, morales y patrióticos, tal como se observa en las narraciones de Vicente Riva Palacio o de José A. Mateos, 37 situación que no resultaba extraordinaria, pues William Katra advierte que la novela latinoamericana decimonónica priorizaba la discusión social y política, antes que la literaria. 38
EL SOL DE MAYO Y LA DESASTROSA ACTUACIÓN DE JESÚS GONZÁLEZ ORTEGA
La casa editorial de Maucci Hermanos publicó en 1868 la novela histórica El Sol de Mayo. Memorias de la intervención de Juan A. Mateos (1831-1913), 39 la cual estaba dedicada a Mariano Riva Palacio, quien fungió como abogado defensor de Maximiliano, y contaba con un prólogo del médico queretano Hilarión Frías y Soto, quien advertía que solo contribuiría a “fecundar en todo corazón patriota un germen de inspiración y entusiasmo” por las “glorias nacionales”, germen que, a su vez, se transmitiría a las generaciones futuras como recuerdo de la “más tierna de las tradiciones patrias”. 40 El Sol de Mayo era la segunda novela de Mateos, quien, unos meses antes, había publicado El cerro de las campanas. (Memorias de un guerrillero) en la imprenta de Ignacio Cumplido y en cuyo prólogo, J. Rivera mencionaba que no se debía esperar a que en el futuro se contaran las “proezas”, las “luchas titánicas”, los “esfuerzos inauditos”, las “catástrofes tremendas” y las “esperanzas sublimes” realizadas en la lucha contra el invasor francés, pues a la “nueva generación” le correspondía preservar la “verdad histórica” y auspiciar el “fervor de las tradiciones históricas”, por lo cual la novela, “ese libro del pueblo”, ayudaría a la enseñanza de la “más bella porción del linaje humano”. 41 De acuerdo con Rivera, la novela de Mateos alcanzó un gran éxito por su “trabajo laborioso y detallado” y por narrar los hechos con “fidelidad”. 42 El Sol de Mayo pertenece al género de novela romántica que buscó establecer un estrecho vínculo entre la historia y la literatura. 43 Entre sus principios se encontraba el estudio del ambiente nacional, el deseo de construir una literatura propia, el fomento del amor a la patria y el fortalecimiento de la conciencia nacional. 44 Ignacio Manuel Altamirano proponía que la literatura se convirtiera en un instrumento de difusión de los valores cívicos, papel que, en específico, debía cumplir la novela por ser el “género de literatura más cultivado” y hacía “descender a las masas doctrinas y opiniones que de otro modo habría sido difícil hacer que aceptasen”. 45
Altamirano consideraba que la novela debía sustituir a la oratoria en la predicación del amor a la patria, a la poesía épica en la eternización de los hechos gloriosos y a la poesía satírica en la erradicación de los vicios y la defensa de la moral. En este sentido, la novela ayudaría a promover el progreso intelectual y moral, transmitir doctrinas sociales y principios de regeneración moral y política. Al igual que otros autores, Altamirano definía a la novela como el “libro de las masas”, pues, desde su perspectiva, promovía el amor a la patria, servía como un apoyo de los proyectos políticos, favorecía la concientización social y constituía una forma de conocimiento histórico. Las ideas de Altamirano daban cuenta de la función que la literatura tenía en la República Restaurada, ideas que eran compartidas por los principales actores del entorno cultural y político del momento, quienes consideraban que se debía unir lo útil con lo bello para moralizar y educar políticamente al pueblo, al mismo tiempo que se robustecía la moral pública, se afirmaba la identidad y se promovía la literatura nacional. 46
Para Alberto Vital, la literatura decimonónica buscaba formar a la sociedad por medio de la exaltación de las virtudes “verdaderamente nacionales”, aspecto que, a decir de William Katra, constituye una función extradiscursiva tendiente a construir una imagen deseable de la nacionalidad. La novela histórica decimonónica, según Daniel Balderston, ponía atención en los momentos claves de la historia y en los personajes cuya actuación resultaba ambigua. Leticia Algaba y Diana Geraldo advierten que las novelas históricas se convirtieron en medios de difusión de los programas ideológicos y de exaltación de la nacionalidad. Ana María del Gesso y Juan Manuel Gutiérrez sugieren que la novela histórica presenta el pasado como evocación, de manera que los “juegos del discurso literario” reafirman el discurso histórico, o, en palabras de Renato Prada, la “verdad estética” se adecúa al discurso historiográfico. 47
Las novelas de Mateos no solo buscaban fomentar el amor a la patria sino también dirimir cuestiones políticas, asunto que no ha sido considerado por los comentaristas de sus obras quienes centran su atención en la valoración literaria, 48 tal como se puede apreciar en El Sol de Mayo cuyo objetivo central era ocuparse de la más “sublime epopeya de la historia contemporánea”, pero que también escondía un alegato político en contra de González Ortega. El texto de Mateos se publicó en el segundo semestre de 1868, es decir, después de que el gobierno de Juárez liberó a González Ortega de la cárcel. Para evitar que el general emprendiera una campaña política, se le advirtió que se le podría volver a enjuiciar motivo por el cual el zacatecano se dirigió a Saltillo, lugar desde el que emitió una proclama, fechada el 19 de agosto, en la que manifestó sus intenciones de retirarse de la política, por lo cual renunció a la presidencia de la Suprema Corte y a la presidencia interina de la nación. 49
Como Juárez buscaba destruir la carrera política de González Ortega, no sería extraño pensar que Mateos hubiera contribuido a esa tarea, al construir una imagen negativa del zacatecano en su novela. Al proponer que el general no podía aspirar a la primera magistratura por carecer de los méritos que tenían aquellos que defendieron a la república ante el embate del invasor francés, Mateos buscaba quitarle argumentos a los partidarios de González Ortega y fortalecía la imagen del presidente. Aunque no se cuenta con evidencia de que Juárez y Mateos hubieran planeado el asunto, resulta relevante que unos meses después el novelista fuese nombrado secretario de la Suprema Corte de Justicia, un puesto que resultaba clave y que, a decir de los críticos del oaxaqueño, se reservaba para sus partidarios incondicionales. 50 En lo que respecta a la novela, se advertía que la victoria del 5 de mayo de 1862 mostró que México no era un “pigmeo”, sino un “gigante” al que se le debía vencer con “mayores recursos”. Se reconocía que los franceses tenían superioridad en armamento y organización, pero a los mexicanos les asistía la “razón de la justicia” y el “aliento indomable” del patriotismo. 51
La novela tiene la forma de tragedia, pues el héroe principal, Ignacio Zaragoza, desaparece antes de completar la obra de liberación de su pueblo, 52 lo cual representó un “duro golpe” para la causa republicana, pues sucumbía el hombre que derrotó a los franceses y que podía unir a los mexicanos en una causa común, 53 circunstancia que tomaba mayor relevancia por el hecho de que los invasores, para borrar la afrenta del 5 de mayo, enviaron sus mejores tropas a México como consecuencia del “vértigo terrible” de su “locura”. 54 También se tomó la resolución de cambiar la jefatura del ejército, Élie Frédéric Forey sustituyó al conde de Laurencez, quien había perdido el “respeto de los soldados y del pueblo”. Mateos consideraba que la muerte de Zaragoza selló el destino de México, pues no existía nadie con su capacidad y heroísmo, 55 situación que preludiaba una catástrofe inevitable ya que su sucesor, González Ortega, no tenía la capacidad de vencer a los franceses, tal como ocurrió en el cerro del Borrego donde su imprudencia y la “mano invisible de la fatalidad” provocarían la derrota mexicana, misma que no tuvo consecuencias, según el novelista, gracias a la oportuna intervención de Zaragoza a quien se le debía ceñir “un laurel más en su frente”. 56
Pese a lo anterior, Mateos consideraba a González Ortega como “uno de los hombres más populares de la revolución progresista” cuya “heroicidad sublime” le proporcionó “vida” y “movimiento” a los ideales liberales, mismos que logró trasmitir a sus soldados que siempre estaban dispuestos a “romperse la cabeza con el que se les pone de frente”. 57 Pese a sus derrotas, consecuencia de la “suerte” que le negó “sus favores”, sus hombres no disminuyeron la fraternidad y la fidelidad que se le profesaba. El escritor creía que su nombramiento como general en jefe del ejército de Oriente, contribuyó a subir el ánimo de un ejército abatido por la muerte de Zaragoza, pero nadie imaginaba que carecía de la “capacidad militar e intelectual” para afrontar el reto. 58
Así, la suerte de Puebla estaba decidida desde el momento en que Zaragoza no logró preparar un plan de defensa para la ciudad, pues convertir a Puebla en una plaza fuerte constituyó un “grave error”, pues una ciudad sitiada era una ciudad tomada. 59 Esta opinión denotaba que el escritor no sabía, o no quería reconocer, que el proyecto de fortificación, aprobado por el Ministerio de Guerra, fue obra de Joaquín Colombres. 60 De acuerdo con Mateos, González Ortega cometió tres errores graves. En primer lugar, su proyecto de fortificación facilitó el ataque, aunque reconocía que esas “débiles trincheras” lograron resistir por la “abnegación, heroísmo y valor” de sus defensores. 61 En segundo lugar, el haber encerrado al ejército de Oriente, bajo el supuesto de que la “defensa pasiva” era la estrategia más adecuada, lo que ocasionó que solo resistieran los embates de los franceses y que solo se les atacara cuando se encontraban cerca de los muros. 62 Mateos decía que en la defensa de San Javier se presentó la oportunidad de recuperar el cerro de San Juan, lugar en el que se encontraba el campamento de Forey, pero González Ortega juzgó que esta acción podía comprometer la defensa.
El novelista aclaraba que el general no era un “timorato”, pero su vacilación evitó que “la tropa victoriosa hubiera salido de sus parapetos en pos del enemigo” y con ello, se cambiara “el destino oscuro de la patria” pues estaban convencidos de defender su libertad, tal como se veía en el caso de algunos heridos que se arrastraban entre los escombros para “disparar su último cartucho”. La valentía y el patriotismo eran los únicos valores que se podían anteponer a las “gloriosas tradiciones” de los invasores. 63 El sitio se sostuvo, según el novelista, gracias a la abnegación y denuedo de los soldados, quienes estaban dispuestos a “ofrecerse en holocausto por la salvación de la patria”, circunstancia que los volvía unos “beneméritos”. Ejemplo de ese actuar fue el estudiante de medicina Santiago González, uno de sus personajes ficticios, quien personificaba al “valiente que sacrifica su existencia en aras de la patria”. Santiago llegó a Puebla con la intención de auxiliar a los heridos, pero el “espectáculo formidable de la guerra” provocó que su “espíritu” despertara del “profundo letargo en el que se hallaba”. A pesar de su temor inicial, el “amor” a la “patria” lo hizo desdeñar el peligro para defender “la independencia”, “la soberanía” y “la propiedad de ese suelo tan querido”, el cual era una “herencia de sus mayores”. Santiago estaba dispuesto a morir antes que ceder “un solo palmo de tierra al extranjero”, pues la fuerza no debía oponerse al derecho. Sacrificarse por la patria demostraba, según el novelista, que su corazón contenía el “espíritu de los héroes”. 64
El tercer error de González Ortega fue no romper el sitio, pese a que se contaba con el apoyo del “bizarro general” Ignacio Comonfort, quien planteó la posibilidad, lo cual era una “nacional y patriótica demanda”, pero González Ortega no lo llevó a cabo porque sus fuerzas lo desobedecieron, acción condenada por la disciplina pero las leyes militares no se podían aplicar a unos “batallones improvisados con hijos del pueblo”. Esos “guerreros modestos” y “arrojados” que nunca “habían empuñado un arma”, pusieron en predicamento a unos soldados que lucharon en “las campañas más gloriosas” de Europa. González Ortega no entendió que para romper el sitio, se requerían de actos “heroicos”, “arrojados” y “romanescos”.
La derrota de las fuerzas de Comonfort provocó que se perdiera la oportunidad de cambiar la “marcha futura de los acontecimientos que trajeron consigo los horrores de la intervención y del Imperio”. 65 Mateos estaba convencido de que la ruptura del sitio habría decidido la guerra a favor de los mexicanos, pues los franceses se habrían dado cuenta que no podían acabar con un ejército que luchaba por defender su nacionalidad. Para acelerar la caída de la ciudad, Forey no permitió la salida de sus habitantes, hecho que preludiaba, según el escritor, los “horrores” que les esperaban a los defensores de la patria. Este argumento buscaba provocar un sentimiento de reprobación en los lectores, debido a que los invasores no mostraron piedad ante el sufrimiento de la sociedad.
El valor, la constancia y el “esfuerzo sobrehumano” no lograron evitar que Puebla sucumbiera, pues una “defensa pasiva” conducía inevitablemente a la derrota. Así, los “hijos de Francia” lograron recoger el “pabellón que cayó el 5 de mayo”. En este punto, el novelista se cuestionaba “¿qué objeto había en sacrificar a aquel valiente ejército, haciéndolo morir hora por hora?”. No obstante, reconoció que en Puebla se escribió una “página de oro” de la historia, pues un “ejército improvisado” logró evitar que “los primeros soldados del mundo” tomaran la ciudad, lo cual otorgaba esplendor a la hazaña pese a que no se consiguió detener a los invasores. 66 A los defensores de Puebla se les debía considerar unos “mártires de la independencia” que merecían la “gloria” nacional. Si bien era cierto que la rendición de Puebla fue producto de las malas decisiones de González Ortega, también se debía tener en cuenta que la “adversidad” contribuyó a la desgracia.
A diferencia de algunos de sus contemporáneos que juzgaban negativamente al zacatecano por su intento de asumir la presidencia en 1865, Mateos consideraba que “todo hombre público” cometía errores que no desvirtuaban su actuación y cuando las “pasiones políticas” se calmaran, el “bravo general” sería considerado uno de los principales héroes de la lucha contra la intervención y un personaje que escribió una de las “páginas más gloriosas de su historia”. 67 El tono conciliador de Mateos evidenciaba su intención de poner en perspectiva el papel que desempeñaron los personajes en la guerra de intervención. Era hora de la unidad y solo el patriotismo podía ayudar a cerrar las heridas. También daba cuenta del reconocimiento que le merecía un general al que sirvió durante la guerra de Reforma. Su énfasis en el heroísmo de los soldados mexicanos denotaba su deseo de fomentar un sentimiento de admiración, motivo por el cual en sus descripciones de las batallas no se mencionaba a los franceses. Negarles voz e imagen a los invasores, aunque sí reconocerlos como los “primeros del mundo”, constituía una estrategia literaria que buscaba minimizar al otro y enaltecer lo propio.
LA NEGACIÓN DEL HÉROE EN LOS EPISODIOS NACIONALES MEXICANOS
Como parte de un proyecto de mayor aliento, Victoriano Salado Álvarez (1867-1931) 68 publicó en 1904 su narración del sitio de Puebla. Este autor formaba parte de aquella generación de escritores que criticaban el Modernismo y reivindicaban la necesidad de transmitir sentimientos nacionalistas y enseñanzas morales por medio de la novela, misma que, desde su perspectiva, debía destinarse al “lector popular”, es decir, al “afecto a las historias claras, intensas y fácilmente referenciables”. Para lograr su objetivo, Salado recurrió al realismo que concebía a la novela como un reporte objetivo de la conducta humana, la cual debía, entre otras cosas, mostrar los errores del pasado. Un rasgo de la novela realista es que unía a la historia y a la literatura en una trama y tiempo comunes. Aunque se menciona que los Episodios Nacionales Mexicanos tenían el objetivo de exaltar la figura de Porfirio Díaz, personaje que se consideraba la encarnación de la gesta del liberalismo, 69 el escritor también utilizó su narrativa para dirimir las cuestiones políticas del presente.
La escritura de Salado se inscribe en el debate que los científicos mantenían contra los reyistas por la sucesión presidencial. Tras la salida de Reyes del Ministerio de Guerra en 1902, los científicos realizaron una amplia campaña de desprestigio que incluyó, entre otras acciones, la publicación de algunos escritos que buscaban mostrar al general como un representante del viejo militarismo. 70 Por su cercanía con algunos personajes del grupo científico, como Joaquín D. Casasús, Pablo Macedo y Enrique Creel, Salado se sumó a las críticas en contra del general Bernardo Reyes, quien desde la perspectiva de esa camarilla, resultaba peligroso por encarnar al caudillo popular con ascendiente en la población y cuyo principal representante era Santa Anna. De hecho, Salado afirmaba en sus Memorias que el general constituía un “peligro constante para la vida nacional” y que sus errores políticos contribuyeron a la “ruina de la patria”. El argumento de Salado buscaba limitar la participación de los militares en la política, pues consideraba que trastocaban el orden establecido. 71
En la novela de Salado, el relato del sitio se centra en tres personajes: Miguel Caballero de los Olivos, Bernabé Sedeño y Tirso Rafael Córdova. El primero representaba el prototipo del liberal 72 que presenció momentos claves de la historia (las negociaciones con Gran Bretaña, Francia y España, la batalla del 5 de mayo, la muerte de Ignacio Zaragoza y la defensa de Puebla en 1863). Los otros personajes representaban a los conservadores: Bernabé, era sacristán en la catedral y Tirso simbolizaba a los que apoyaban la instauración del Imperio, además de que su nombre rememoraba el del escritor homónimo que publicó un libro sobre el sitio. 73 A diferencia del tono nacionalista con el que Mateos inició su novela, Salado daba voz a los conservadores que consideraban un “despropósito” el que los republicanos se enfrentaran a fuerzas superiores y que defendían el país por dinero, no por creer en la causa.
No obstante, Sedeño reconoció que el ejército mexicano estaba mejor preparado, pues “ahora si hay artillería; ahora si hay gente; ahora si se puede atacar con fuerza, no solo con coraje” y los “pelados […] sin camisa y hasta sin fusil” habían dejado su lugar a los “oficiales llenos de charreteras y de galones, con plumas, vivos, escarolas y espiguillas”, lo cual, recordaba, según Córdova, los “buenos tiempos” de la Colonia, calificativo que no aplicó al resto de la milicia que comparaba con las mulas. Córdova y Sedeño acusaron a los liberales de realizar diversas arbitrariedades como “secuestrar” a los indígenas para trabajar en las fortificaciones, destruir las casas de la “gente pobre” y las quintas de la aristocracia, 74 y atentar del “modo más descarado e inaudito” contra las propiedades del clero. 75 Una primera forma que Salado utilizó para ocultar la figura de González Ortega fue sugerir que los preparativos de la defensa estuvieron a cargo de José María González de Mendoza, quien se encargó de reunir víveres, dinero y armas, así como de instruir a las tropas para mostrar que no se “ignoraba por aquí la manera fina de matarse”. Este personaje estaba convencido de que se debía defender “casa por casa, cuarto por cuarto, iglesia por iglesia, bóveda por bóveda, torre por torre”. 76
Los conservadores criticaron que en el plan de fortificación se hubieran incluido las iglesias y conventos, circunstancia que mostraba la “insolencia” de unos liberales que no pensaban en la salvación del alma, al grado que uno de ellos afirmó: “¡Quién sabe qué haremos¡ Si nos pega un dolor, nos moriremos como perros”. Esas “actitudes” de los liberales ocasionaron que, según Sedeño, 50 000 personas abandonaran la urbe, aunque Córdova aducía que solo fueron 30 000. La diferencia en las cifras constituía un artilugio de Salado que buscaba mostrar la exageración en la que incurrían las distintas narraciones del sitio. Aunque muchos salieron para evitar cumplir con la orden de que los hombres de 18 a 60 años se presentaran a “defender a la pastelera patria en los fortines”, otros prefirieron quedarse, como lo indicó Sedeño, para “ver cómo es un sitio que irse a papar moscas en algún pueblo rabón”, aunque ello conllevara el riesgo de que “le mate […] un cañonazo o le aplaste una bomba”.
Córdova estaba convencido de que “el reducto de la impiedad” caería en “poder de la buena gente”, pues el “heroico alarde de los franceses” daba cuenta de su poderío, aunque “prudentes como son, prefieren la calma y la serenidad al ardimiento y la furia” por lo que preferían establecer un sitio formal. Aunque Sedeño consideraba que los franceses eran sus “libertadores benditos”, también reconocía que los mexicanos serían excluidos del gobierno, lo cual constituía una paradoja que el escritor utilizó para mostrar que los conservadores preferían sacrificar la libertad antes que ayudar a la construcción del país. 77 Córdova reconocía que las fortificaciones eran “respetables”, pero se lamentaba que para su construcción se hubiera destruido a la ciudad y solo se observaba el “estado de desolación más completo”. Poner estas palabras en boca de los conservadores denotaba la intención de Salado de evidenciar que no estaban dispuestos a sacrificar sus bienes o sus vidas, a diferencia de los liberales como Francisco Caballero, el hermano de Miguel, que se sumó a la lucha, pese a ser menor de edad, con la creencia de que “la patria necesita de todos sus hijos, aunque no tenga los años que marca la ley”.
Para enfatizar su argumento, Francisco advertía que había llegado el momento de que “las criaturas” hicieran “hombradas”. La madre de Francisco y Miguel compartía el ideal del sacrificio por la patria, pues en una carta dirigida al segundo, aseguraba que era “justo” defender a “nuestra querida tierra hoy en manos de franceses”, tal como ocurrió con su padre que murió en la intervención norteamericana de 1847 y su abuelo que apoyó a los insurgentes en la guerra de independencia, lo cual demostraba que pertene- cían a una raza que conocía el “amor a su tierra”. 78 El que Salado vinculara estos tres momentos históricos (la guerra de independencia, la invasión norteame- ricana y la intervención francesa), daba cuenta de que el “buen mexicano” era aquel que defendió a la patria de los extranjeros. Así, la construcción del nacionalismo se sustentaba en la salvaguarda de la soberanía nacional. 79
Cuando se produjo el ataque contra San Javier, Salado mencionaba que el cuartelmaestre le aconsejó a González Ortega que abandonara para no sacrificar “vidas preciosas y elementos que podrían utilizarse en otra parte”, pero como el teniente Bernardo Smith pidió defender el punto, pese a ser una empresa “arriesgada y artagnanesca”, González de Mendoza reprobó la decisión al creer que esas “locuras” pondrían en “ridículo el nombre de la patria”. El novelista aclaraba que fue correcta la decisión de González Ortega, pues se contó con tiempo para reforzar los baluartes de Morelos y de Guadalupita. 80 Aunque en un principio se propuso abandonar el fuerte cuando concluyeran las labores en los baluartes, los soldados prosiguieron con una defensa en la que se produjeron “acciones heroicas” como la “lucha breve pero tremenda” que emprendieron 100 mexicanos contra “multitud de franceses” que “ebrios de coraje” los persiguieron “sin darles cuartel, sin manifestar compasión, como si fuera aquella una batida contra bestias feroces”. Enfatizar la lucha sin cuartel y la muerte por la patria permitió a Salado evidenciar la magnitud de las acciones bélicas. 81
A través del testimonio de Miguel, el novelista enfatizó que no todos los franceses mostraron un comportamiento inapropiado, pues un oficial lo protegió cuando fue capturado y le permitió preservar su espada en virtud de que “cuando se sabe defender […] se la puede guardar siempre, cualesquiera que sean los reveses de la fortuna”. Los prisioneros, según el personaje, recibían un trato diferenciado: los oficiales comían lo mismo que los franceses mientras que “los juanes” recibían las “sobras” por considerarlos un “hato de salvajes” y una “cáfila de ladrones sin disciplina y sin valor”, quienes seguían a un “indio bravo” apellidado Juárez. En un tono conciliador, el escritor advertía que los invasores no pensaban que los mexicanos fueran “unos caníbales” y consideraban que la expedición había sido un grave error, pues, como lo indicaba un oficial galo, le traería dificultades a Francia al atacarse a la “parte vivaz y progresista del país” que era la “más fuerte y la más numerosa”.
El apoyo brindado a un “partido muerto y fétido” compuesto por “unos bellacos, unos traidores que han llamado a su patria la intervención extranjera”, constituía un contrasentido, pues se mancillaban los principios liberales en aras de proteger a unos individuos carentes de honor, de dignidad y que sacrificaron a su patria por sus “inmundas ambiciones”. 82 Napoleón condujo a Francia a una “estúpida guerra” que le impedía cumplir con el “papel tan hermoso” que le correspondía, opinión compartida por otro oficial que pedía auxiliar a los liberales para acabar con la “clericalla estúpida y con la podrida aristocracia mexicana”. Las afirmaciones de Salado denotaban que se había transformado el discurso respecto a la intervención francesa, pues los galos recordaban que debían defender las libertades antes que proseguir con los privilegios, es decir, ellos estaban de acuerdo con el proyecto liberal. Tras la toma de San Javier, el novelista advertía que inició la “verdadera guerra”, esto es, la “guerra de manzanas, cuadras, casas, cuartos” en la que sobresalieron Porfirio Díaz, Manuel González y Miguel Auza, entre otros. 83 Para enfatizar la valentía de los defensores, se mencionaba que se realizaban los relevos “en medio de las balas”, a diferencia de los franceses que los hacían “con precaución”. Salado refería que “los heroísmos, las proezas altísimas y los hechos asombrosos” sucedían “todos los días” y a “todas las horas”, por ser el valor “tan natural” y tan grande la “inmensa borrachera de patriotismo, de amor a la gloria y de amor a la vida libre y amplia”. Los defensores de Puebla mostraban una “exaltación heroica”, una “hermosa altivez” y un “deseo de sacrificio” inigualables. La unión de los mexicanos era el principal rasgo que enaltecía la defensa de Puebla, pues los combatientes eran “los mismos que dos años antes se habían destrozado por los fueros y por la libertad”. El discurso de Salado buscaba la conciliación de los bandos políticos, pues advertía que una buena parte de los oficiales eran conservadores, quienes abandonaron sus ideales para luchar por la libertad. Manuel González encarnaba, según el autor, el ejemplo indiscutible del conservador comprometido con su patria, pues cuando se presentó con Porfirio Díaz, externó que “ahora que el enemigo está al frente, no quiero que me reconozca jerarquía ninguna, sino la de mexicano, deme usted un fusil y déjeme combatir a su lado, que es lo único con lo que me contento”, palabras que denotaban el compromiso de un personaje que abandonaba todo por defender a su nación.
Para Victoriano, la defensa del Hospicio resultó uno de los eventos más significativos de la guerra por dos razones: se detuvo al ejército francés en un punto estratégico y emergió la figura de un Porfirio Díaz “rebosante de brío, de fuerza y de valor”, un hombre que “parecía ser uno y múltiple, que tuviera el poder de desarrollar las energías de muchas existencias”. Su pujante actitud sería fundamental para que las tropas atacaran con mayor brío a los franceses, pues sabían que el oaxaqueño se transfiguraba en el campo de batalla, pues de ser “calmado, tranquilo, suave y sereno” se convertía en un “demonio” que arrasaba con el enemigo.
Su proceder se explicaba por el hecho de que en su persona se depositaba la “suerte de mucha gente y quizás la de la plaza”. Tal era el empuje de Díaz que Forey cambió la estrategia de batalla y decidió atacar el fuerte del Carmen sin éxito, situación que provocó que uno de sus oficiales, con una “súbita inspiración”, propusiera fortificar Cholula y avanzar a la ciudad de México, idea que en un principio respaldó Forey pero que se descartó cuando el general Wolf, quien fungía como intendente general, mostró los inconvenientes de dejar incólume al ejército mexicano. Esta equívoca decisión evidenciaba la incapacidad de Forey, a quien se consideraba un “sargentón” honrado y recto a diferencia de Díaz que era un joven de 32 años “circunspecto”, “meditabundo”, “reflexivo”, “de voluntad resuelta y firme”, “lleno de calma”, “dueño de sí”, con una “vista más aguda que los otros” y cuya bravura se templó “en el fuego” y en “las fatigas” del campo de batalla. 84 Tras la reanudación de las acciones, en la huerta de Santa Inés 85 se realizó “una de las más grandes hazañas de la historia mexicana”, pues los “excelentes muchachos” encabezados, entre otros, por Porfirio Díaz lograron rechazar a los franceses. Salado advertía que la valentía de los generales contrastaba con la actitud de González Ortega, quien se presentó en este punto al terminó de la refriega.
La situación de los republicanos se tornó grave como consecuencia del “espectro del hambre cruel y desoladora” y del tifo. Con la intención de contraponer argumentos que volvieran a evidenciar los intereses de cada grupo, Salado mencionaba que Tirso Córdova acusó a los “juaristas” de ser los causantes del “inmenso número de calamidades” que caían en una “tierra tan digna de mejor suerte”, opinión contraria a la de Jesús Lalanne que no entendía porque los “canónigos bellacos” y los “sacristanes traidores” se quejaban por la falta de comida, cuando lo que importaba era sostener el sitio. Como se puede apreciar, el escritor volvía a insistir que a los conservadores solo les interesaba su bien particular, a diferencia de los liberales que pensaban en el bien común. 86
Al igual que Mateos, Salado utilizó la fallida salida de los pobladores como una evidencia de que no había sentimiento de humanidad en los sitiadores, pese a que conocían la situación en que se encontraba la ciudad. Como los oficiales no deseaban rendirse, el 16 de mayo se envió una comisión que propuso un armisticio, petición que rechazó Forey pues decía que las “heroicas locuras de sitios sostenidos meses enteros” habían quedado en el pasado. El fracaso de las negociaciones ocasionó que se tomara la decisión de entregar la plaza, lo cual no fue del agrado de Díaz que manifestó que deseaba continuar con la defensa pero como buen militar obedecería las órdenes de la superioridad, no sin antes enterrar las banderas en un lugar seguro por si “algún día Puebla es nuestra o volvemos a Puebla por cualquier motivo”. Con estas palabras, Salado apelaba a la memoria de sus lectores, pues vaticinaba que Díaz regresaría a la ciudad para tomarla y con ello cubrirse de gloria. La decisión de destruir las armas y entregarse a discreción sería alabada por Forey, quien manifestó que era la “terminación bella y grande de un sitio heroicamente sostenido”. 87 El escritor advertía que la entrada de los franceses careció de brillo, pues no hubo aclamaciones, flores, repiques o autoridades que los recibieran. Solo el clero organizó una función religiosa pues éste lo reconocía como un “nuevo opresor a quien acatar”. 88
CONCLUSIONES
La batalla del 5 de mayo y el sitio de Puebla de 1863 serían convertidos, por los defensores de la República, en momentos de gloria que demostraban que se podía combatir, y a veces triunfar, sobre el considerado “mejor ejército del mundo”. Por lo anterior, no resulta extraño que la primera acción comenzara a celebrarse como una fiesta nacional y que Iglesias declarara que “mayo ha sido el mes histórico por excelencia […] el más fecundo en acontecimientos notables. En mayo de 1862 fue la gloriosa victoria del día 5 de Mayo de 1863 presenció la batalla de San Lorenzo, la caída de Puebla, la salida de México del supremo gobierno”, 89 acontecimientos que sin duda marcaban la historia inmediata y le daban sentido en cuanto evidenciaban el esfuerzo de los mexicanos para oponerse a la invasión francesa. Así, se alababan las “heroicas acciones” de unos militares que alcanzaron la “gloria nacional” por su resistencia ante las “agresiones del imperialismo europeo”, gloria que no estaría reservada a todos los participantes por cuestiones que escapaban del ámbito militar tal como ocurrió con González Ortega, quien era considerado, por la prensa de la época, como el general más capacitado para detener el avance de los franceses. La prensa estaba convencida de que se lograría vencer a los invasores, pues la ciudad estaba fortificada, se reunió a un ejército competente y se contaba con la presencia de un general “laureado” por sus triunfos.
La ocupación del cerro de San Juan y la toma del fuerte de San Javier no serían considerados errores tácticos, sino parte de una estrategia defensiva que buscaba desgastar al enemigo. Aunque se carecía de noticias de lo que acontecía en Puebla, El Siglo Diez y Nueve publicaba noticias que ensalzaban a los defensores y que tendían a acrecentar el prestigio de González Ortega cuya actuación en el sitio, según se decía, había permitido que su nombre se inscribiera en la historia. Como se puede apreciar, en ese momento al zacatecano no se le reprochaba ninguna de sus acciones y más bien se le consideraba un héroe de la guerra que no consiguió su objetivo a causa de los avatares de la fatalidad.
La percepción sobre González Ortega cambió cuando finalizó la guerra como consecuencia de su infructuoso intento de convertirse en presidente de la república, tal como sucedió primero con Mateos y después con Salado, quienes se encargaron de darle un sentido diferente a su figura como consecuencia de la situación política en la que se vieron inmersos estos escritores. El caso de Mateos resulta complejo pues desvirtuaba la actuación militar de su antiguo jefe en El Sol de Mayo, al tiempo que ensalzaba la figura de Juárez en El Cerro de las campanas, novelas que tenían la peculiaridad de haberse publicado con unos meses de diferencia. La actitud del escritor se explicaba por las circunstancias políticas. Acciones como la reorganización militar y la convocatoria de 1867, 90 provocaron que el presidente recibiera amplias críticas de los sectores liberales, motivo por el cual se requería volver a reafirmar su figura como el defensor de la soberanía nacional. El caso contrario es el de González Ortega cuya liberación significaba la posibilidad de que volviera a participar en la política. Por tal motivo, Mateos buscó mostrar sus errores militares como una manera de enfatizar que carecía de capacidad para afrontar los grandes retos. Las varia- ciones que el escritor mostraba en la calificación de los personajes ocasionaron que en su momento se le criticara por su inestable postura ideológica. 91
Como Mateos fue partícipe de los hechos que relataba, en su descripción del sitio de 1863 realizó una descripción pormenorizada de las principales acciones militares, al tiempo que magnificaba la heroicidad de los soldados mexicanos, quienes lograron detener al ejército invasor pese a la carencia de recursos militares. Como su objetivo era incentivar el patriotismo, el escritor trató de evidenciar la maldad inherente de unos enemigos que buscaron tomar la ciudad a traición y la tenacidad de unos soldados que luchaban por la independencia de su patria. Su balance de la actuación de González Ortega resultaba contrastante: reconocía su valor pero también le recriminaba los errores cometidos en el sitio, mismos que ocasionarían la rendición de la plaza, situación que, desde su perspectiva, se tornaba inevitable desde el momento en que se le nombró general en jefe, pues carecía de la capacidad “militar e intelectual” para vencer a los franceses.
Así, la caída de Puebla era inevitable desde el momento en que el zacatecano optó por una defensa pasiva y por no haber construido una fortificación que resistiera el embate de los invasores. Mateos reconocía que la figura de González Ortega había sido minimizada como consecuencia de su “actuación pública”, pues no entendió que la defensa de la nación debía sobreponerse a las aspiraciones políticas, tal como sucedió con Zaragoza que nunca mostró aspiraciones presidenciales. El escritor enaltecía a este personaje no solo por haber estado a sus órdenes en la guerra de Reforma, sino por el hecho de que creía que los militares debían alejarse de los ámbitos políticos. En lo que se refiere a Salado, quien nació unos meses después de la caída del Imperio de Maximiliano, éste centraba su atención en los hechos más sobresalientes del sitio, pero integró elementos que le proporcionaban mayor dramatismo a su narración, tales como la angustia que se sintió en la ciudad por la falta de alimentos, al grado que uno de sus protagonistas mutiló a su caballo para tener comida, o la impotencia manifiesta en aquellos oficiales que no estuvieron de acuerdo en la entrega de la ciudad, entre los cuales sobresalía Porfirio Díaz quien, pese a su disgusto, decidió obedecer las órdenes del general en jefe, postura que lo vindicaba como un hombre respetuoso de la autoridad.
En este sentido, Salado presentaba a Díaz como el modelo del militar ejemplar, es decir, aquel que obedecía a las instituciones y que a pesar de contar con los blasones para disputar la primacía militar, prefirió mostrar su lealtad al gobierno, a diferencia, por ejemplo, de Antonio López de Santa Anna, personaje que, tal como lo mostraba en la primera parte de los Episodios, nunca manifestó compromiso, lealtad y honor a los presidentes en turno, sino que, por el contrario, ocupó la primera magistratura en varias ocasiones por su desmedida ambición y por el apoyo brindado por el ejército, situación que caracterizaba a la llamada época de la anarquía, misma que había culminado con la llegada de Díaz al poder.
Por su cercanía con el grupo científico, circunstancia por la cual Alberto Vital lo considera uno de los intelectuales orgánicos del régimen, el escritor buscó que sus novelas fortalecieran la imagen de Díaz como un republicano y que se construyera un consenso en torno a su figura. 92 La minimización del papel de González Ortega en el sitio de Puebla, en el caso de Mateos, o su desaparición, en el caso de Salado, evidenciaba que la escritura se convirtió en una arena de discusión política acorde a las necesidades del momento de producción de la novela. Mateos buscaba eliminarlo de la escena política, en tanto que Salado buscaba que, a través de su ejemplo, se limitara la participación de un personaje como Bernardo Reyes cuyas aspiraciones políticas chocaban con los intereses del grupo científico. Así, González Ortega se convirtió, por lo menos en estas narrativas, en una figura menor en el marco de la guerra contra los franceses y no mereció un lugar de honor en el altar patrio a causa de sus aspiraciones políticas. El análisis de estas dos novelas muestra que el discurso literario fue utilizado por el discurso político para debatir cuestiones que resultaban pertinentes en su momento. Así, las novelas no solo cumplían un fin estético, sino que también contribuían a formar conciencia política entre sus lectores e influir en la formación ideológica de la población.