Tras la Independencia, las referencias escritas a la presencia de la población de origen africano en México empiezan a disminuir. Con la abolición de la distinción de calidades, poco a poco van “desapareciendo” de los registros civiles y eclesiásticos. El interés por construir un México moderno, al estilo europeo, homogéneo y en el camino del progreso hizo que los intelectuales —que se desempeñaban como políticos en la época— responsables de recuperar la historia de esta población influyesen en el silenciamiento de su presencia: minimizando su número y pronosticando su completa desaparición en poco tiempo. Este trabajo busca recuperar las referencias a la población afrodescendiente que intelectuales claves del siglo diecinueve mexicano incorporaron en sus grandes obras.
Como señala Gonzalo Sánchez Gómez, la memoria social es “la aprendida, heredada y transmitida a través de innumerables mecanismos que le imprimen un sello a nuestro devenir”.1 No obstante, “la memoria es un terreno de disputa, de desestructuración y recomposición de las relaciones de poder”, es decir, “evocar y silenciar son actos de poder” y será precisamente entre lo que se minimiza y silencia donde encontraremos a la población afrodescendiente.2 Estos textos contribuyeron a la conformación de una memoria social donde el trabajo de los afrodescendientes durante el virreinato era fundamental para la economía local o su apoyo a la insurgencia, pero pocos años después desaparecen de la historia nacional. Este infranqueable silencio en torno a su presencia en el México independiente nos habla más de un ejercicio de poder en el control de la historia que de una “realidad” histórica.
Hay algunos trabajos que han abordado esta temática.3 El aporte de este artículo reside en recuperar un mayor número de testimonios en torno a temas comunes vinculados con la población afrodescendiente que la mayoría de los autores como Fray Servando Teresa de Mier, Lorenzo Zavala, Lucas Alamán y José María Luis Mora compartieron. Así, muchos de estos intelectuales reflexionan sobre la composición social durante la colonia. Otros se preocupan por el papel que la población afrodescendiente tuvo en los debates de Cádiz como arma de negociación. Ninguno puede obviar la amplia participación que esta población tuvo en la guerra de Independencia en uno y otro bando y se pueden contrastar sus diferentes apreciaciones de la realidad de los afrodescendientes en el momento en que escribían.
Tras una breve contextualización de estos intelectuales decimonónicos y las publicaciones estudiadas de los mismos, se pasará al análisis de cada una de las temáticas señaladas. Siguiendo un orden cronológico de su fecha de nacimiento, el primer autor es Fray Servando Teresa de Mier. Nacido en Monterrey, Nuevo León, “toma el hábito de Santo Domingo en el Convento de México”. Se doctora en Teología en el Colegio de Porta Coeli, pero su apabullante carrera como predicador sufre tras el sermón en el que negó “la aceptada tradición de la aparición de la Virgen de Guadalupe” en 1794. Es “remitido” a España y encarcelado y se secularizó. Participó en las Cortes de Cádiz. Regresó a México con Mina en una expedición de apoyo a los insurgentes terminando de nuevo en prisión. Se opuso al Imperio de Iturbide y participó en el segundo Congreso Constituyente. Los textos que se analizarán de él fueron recogidos como Escritos Inéditos y corresponden a su periodo como diputado en las cortes de Cádiz.4
Otra figura política destacable del siglo XIX, que participó en estas cortes fue el yucateco Lorenzo de Zavala. Fue diputado en el congreso representando a su estado, secretario de Hacienda en el gobierno de Guerrero y primer vicepresidente de la República de Texas. A esta carrera se le suma el ser fundador y creador de varios periódicos en Yucatán.5 En 1830 publicó su Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830 donde recupera su visión de los eventos de esos tiempos revueltos de insurgencia, independencia, establecimiento del Imperio y las sucesivas presidencias hasta la retirada de Guerrero del gobierno, administración en la que formaba parte.
Opositor político de ambos fue Lucas Alamán. Criollo de familia acomodada, formado en el Real Colegio de Minas de la Nueva España, Alamán viajó a Europa donde conoció a personajes políticos como Fray Servando Teresa de Mier. A su regreso se desempeñó como Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, miembro de la junta que instauró a Anastasio Bustamante en la presidencia y escritor del devenir de la historia de México desde una perspectiva conservadora. Su obra más emblemática es Historia de México donde en sus múltiples tomos recupera una completa descripción de la situación política, económica y social de la Nueva España en 1808 hasta el México de 1852.6
Finalmente, José María Luis Mora nació en 1794 y estudió en Querétaro y en la capital. Como señala Jesús Silva Herzog, fue “licenciado, sacerdote y doctor; político, reformador y patriota”, apoyó en el aspecto educativo durante la presidencia de Valentín Gómez Farías, tras la que se exilió a París. Allá se dedicó a escribir varias obras. Entre ellas está México y sus revoluciones donde expone la situación social de la Nueva España y cómo dichas circunstancias evolucionaron en los encuentros armados del siglo XIX.7 A continuación, se compararán sus visiones sobre la población afrodescendiente en las temáticas indicadas.
La composición social durante la colonia
En sus historias del territorio mexicano, la mayoría de estos autores reflexionan sobre la composición social —y racial— de la población durante la colonia. En 1830, en su Ensayo histórico Lorenzo Zavala afirmaba que durante los trescientos años de la colonia las poblaciones indígenas y “gentes de color” fueron “reducidas a subsistir de su trabajo diario no tenían ningunas nociones de un estado mejor de vida”.8 Esto, según el autor, explica por qué:
[…] muchos viajeros han dicho que los indígenas de América son reservados y silenciosos equivocando lo que es sólo efecto de su ignorancia, con su estudio o cuidado en no hablar. Pero si por uno de los caprichos desconocidos de la naturaleza, sobresalía un genio, un carácter notable, en el momento hablaba a sus compañeros con el lenguaje de la desesperación, y exhortándolos a sacudir su esclavitud, era sacrificado por los opresores.9
De esta forma, Zavala considera que eran víctimas de esclavitud y opresión. No obstante, no menciona a los que realmente eran esclavos. Asimismo, destaca la necesidad del autor de “corregir” las apreciaciones de los viajeros, de mostrar la “verdad” desde la perspectiva de un verdadero conocedor de la realidad social mexicana.
Cuando se reiere a los afrodescendientes, los incluye en el grupo de las castas. Consideraba que estas “formaban una quinta parte de la población” y que estaban, con pocas excepciones, en el mismo caso que la población indígena la cual se encontraba:
[…] sin propiedad territorial, sin ningún género de industria, sin siquiera la esperanza de tenerla algún día, poblaban las haciendas, rancherías y minas de los grandes propietarios […] manteniéndose de la pesca en las lagunas, de la caza y del cultivo de tierras ajenas, ganando su subsistencia de sus jornales. Muy pocos son los que se ocupan en el género de industria mezquino, como cultivo de granas, fábrica de rebozos, de sombreros de paja, de canastas, y cosas de este género que apenas bastan para una miserable subsistencia.10
Esta experiencia compartida por indígenas y castas contrastaba con la de los “blancos pobres que no pertenecen a las familias ricas”, que “vivían del comercio de transporte de unos a otros puntos, de sus tiendas de licores que llaman vinaterías, pequeños figones, y de las rentas que algunas de estas familias percibían de sus beneficios eclesiásticos”.11 Se observaba, por consiguiente, la desigualdad de clase en la colonia entre los distintos grupos. Sus aseveraciones contrastan con lo encontrado por investigadores actuales sobre la población afrodescendiente que muestran la variedad de posiciones económicas y sociales de la misma, siendo propietarios de casas, esclavos, negocios, etc.12
Esta desigualdad le sirve para volver a referirse a la esclavitud como un problema de dependencia y no de la institución. Considera a la esclavitud como “consecuencia necesaria de este estado de cosas, de la ignorancia en que se le mantenía, del terror que inspiraban las autoridades con sus tropas, su despotismo y su orgullo, y más que todo, de la Inquisición, sostenida por la fuerza militar y religiosa superstición de clérigos y frailes fanáticos”.13 También emplea ese término para referirse al trabajo en la Tierra Caliente, en las plantaciones de caña de azúcar y de café que “formaban la riqueza de los propietarios, cuya mayor parte eran españoles o frailes”, poniendo como ejemplo “las haciendas de los Yermos” en el valle de Cuernavaca y el de Cuautla y añadiendo “se acumulaban capitales de mucha consideración en estas manos, y se establecía la desigualdad de fortunas y con ella la esclavitud y la aristocracia”.14 Sorprende el hecho de que señale haciendas que se conoce tenían esclavos y no aproveche para vincular la esclavitud real con la metafórica.15
Para encontrar una referencia directa a la población afrodescendiente, hay que buscar en la descripción de su estado natal. Tras describir su situación geográfica y el carácter de sus habitantes analiza la composición social: “cerca de setecientos mil habitantes, dos quintos de indios, uno de mestizos y los otros dos de blancos” y puntualiza “por fortuna, la raza negra apenas se ha conocido en aquel estado, en donde no pasaba de doscientos el número de esclavos, cuya mayor parte estaba en Campeche”.16 Esta referencia negativa y la minimización de la población dejan claro su rechazo hacia la misma.17
En 1836, José María Luis Mora publica México y sus revoluciones donde aporta un panorama social completo. En él identifica a la población del país siendo “sus principales elementos […] los habitantes del antiguo imperio mexicano, los conquistadores españoles que los vencieron y subyugaron, y los negros conducidos de África para los trabajos más fuertes de las minas y el cultivo de la tierra”.18 De esta manera, nos presenta una composición más exacta de la población mexicana, no sin simplificar la conformación de las poblaciones indígenas e incluir estereotipos sobre la población africana.19
A esto le sigue una reflexión sobre las diferencias entre las razas. Apoyándose en “las observaciones de los filósofos más imparciales” afirma que “cada casta de los hombres conocidos tiene una organización que le es peculiar, está en consonancia con su carácter, e influye no sólo en el color de su piel, sino lo que es más, en sus fuerzas físicas, en sus facultades mentales, e igualmente en las industriales”.20 Esto le sirve para defender “la diversidad y aptitud de facultades entre la raza bronceada a que pertenecen los indígenas de México, y los blancos que se han establecido en este país”.21 El objetivo del autor con esto es cuestionar el argumento de “superioridad de unas razas”, considerando que son diversas pero sin que una sea superior a otra.22 Concluye aseverando que “las razas mejoran o empeoran con los siglos, como los particulares con los años, y que en aquellas y en éstos lo puede todo la educación”.23 De esta forma, para defender ciertas cualidades de “la raza indígena” el autor debe insistir en las diversas características y cualidades de cada raza y basarse en la importancia de la educación para “mejorarlas”.
José María Luis Mora sí les dedica unas líneas a los afrodescendientes. En primer lugar, en cuanto a su número, considera que “los negros del África siempre han sido en México muy pocos, y de veinte años a esta parte ha cesado del todo su introducción”.24 En segundo lugar, relexiona sobre lo “benigna” de la esclavitud en los territorios españoles:
En general los españoles han dado un trato mucho más benigno y moderado a esta miserable porción de la humanidad que el resto de las naciones: la legislación, aun partiendo del principio de la esclavitud, ha mitigado en mucha parte todos los horrores de ésta, poniendo coto a los excesos de los dueños, y haciendo de cuando en cuando severos castigos en los que han traspasado estas leyes tutelares. Estos principios de lenidad del gobierno español le harán un eterno honor, a pesar de ser su bandera la única que en el día tiene derecho de ser alquilada para el infame tráfico de negros.25
El autor enfatiza la bondad del sistema esclavista español limitando los excesos de los amos, pero condena el hecho de que España fuese el único país que mantuviese la importación de esclavos en las fechas en las que escribía. Intenta luchar contra la leyenda negra al tiempo que reconoce los limitantes, por el mantenimiento de la esclavitud.26
Para Lucas Alamán, es la “estructura particular del terreno combinada con la latitud” lo que produce “no solo la gran variedad de climas y de frutos que se conocen en Méjico” sino también influye en “la diversidad de castas que forman su población, y en sus usos, costumbres, buenas y malas calidades, tanto físicas como morales”.27 Además, describe los diferentes elementos que componían el territorio: por un lado, con la conquista afirma llegaron “otros elementos que es indispensable conocer, tanto en su número como en su importancia y distribución sobre la superficie del país” influyendo estas “circunstancias” y las diferencias en la legislación “entre las diversas clases de habitantes” en “la revolución y en todos los acontecimientos sucesivos”. Estos elementos eran “los españoles y los negros que ellos trajeron de África”.28 Por otro lado, el autor se dedica a exponer las subsiguientes mezclas de los tres elementos que conformaron la población novohispana: “De la mezcla de los españoles con la clase india procedieron los mestizos, así como de la de todos con los negros, los mulatos, zambos, pardos y toda la variada nomenclatura, que se comprendía en el nombre genérico de castas”.29 Como Pilar Gonzalbo y Solange Alberro señalan, esta nomenclatura que “estuvo de moda durante varias décadas entre los funcionarios españoles y algunas familias prominentes”, por la temática exitosa de los cuadros de castas “es confusa, equívoca, admite variantes, nunca se aplicó formalmente a los habitantes del virreinato y no tiene el mínimo valor probatorio como testimonio del orden de la sociedad virreinal”.30 De hecho, afirman que “muy probablemente se mencionó entre ciertos grupos en tono peyorativo y burlesco, a sabiendas que en nada repercutía en las relaciones sociales”.31
Efectivamente, en una nota al pie Alamán justifica su mención de esta nomenclatura de los cuadros de castas:
[…] se suponía que la sangre negra, era la que contaminaba de infamia a todas las demás, había denominaciones muy extrañas que demarcaban la permanencia, por enlaces sucesivos, a la misma distancia del tronco africano, y se llamaban tente en el aire a los que se hallaban en este caso, y salta atrás, cuando se retrocedía hacia aquel origen. Estas diversas generaciones se representaban en cuadros y figuras de cera, con los trajes y ocupaciones a que cada casta se inclinaba.32
El autor se basa en los cuadros de casta para recuperar esta nomenclatura y la forma de arte popular de las figuras de cera donde la población de origen africano aparecía representada como cocheros, arrieros o mujeres mulatas con una vestimenta particular. No obstante, es indispensable señalar que tanto los cuadros de castas como las figuras de cera repiten ciertos estereotipos raciales y de género de la época esperados por el público para el que eran creadas estas obras: funcionarios españoles y viajeros europeos, respectivamente.33
Alamán explica esta diversidad racial por la creencia en la inferioridad de la población indígena y su defensa por parte de Bartolomé de las Casas. Afirma que se calificó como “gente de razón” a españoles y castas “como si los indios careciesen de ella” y esto “fue también el origen de la translación en gran número de los negros de África a los nuevos establecimientos, que promovió con empeño el P. Casas, tan celoso abogado de los indios, para eximir a éstos de los duros trabajos en que los empleaban los conquistadores, substituyendo en su lugar los africanos, que son de una constitución mucho más fuerte y vigorosa”.34 El autor recupera el argumento tan empleado en la época de la fortaleza africana para justificar su explotación frente a la población indígena, protegida por el cura.
En su descripción de la sociedad novohispana, continúa con los mestizos y los africanos. Los primeros, afirma, “como descendientes de españoles, debían tener los mismos derechos que ellos, pero se confundían en la clase general de castas”, algo claramente perjudicial para los mismos.35 Los segundos, como destaca Alamán, eran considerados “infames de derecho” y desarrolla toda la legislación colonial en su contra:
[…] sus individuos no podían obtener empleos; aunque las leyes no le impedían, no eran admitidos a las órdenes sagradas: les estaba prohibido tener armas, y a las mujeres de esta clase el uso del oro, sedas, mantos y perlas: los de la raza española que con ellas se mezclaban por matrimonios, cosa que era muy rara, sino en artículo de muerte, se juzgaba que participaban de la misma infamia.36
El autor enumera las bien conocidas regulaciones en el vestido, los matrimonios, el llevar armas, etc. que existían en la Nueva España contra esta población, pero como numerosos investigadores han recuperado de los archivos, no se solían aplicar.37
Continúa destacando el aporte de los afrodescendientes a la economía y sociedad en general. Alamán los considera la “parte más útil de la población” al estar “endurecidos por el trabajo de las minas, ejercitados en el manejo del caballo” y al ser “los que proveían de soldados al ejército, no solo en los cuerpos que se componían exclusivamente de ellos, como los de pardos y morenos de las costas, sino también a los de línea y milicias disciplinadas del interior”.38 Además, se desempeñaban como “criados de confianza en el campo y aun en las ciudades”, en definitiva “ejercían todos los oficios y las artes mecánicas”, eran “de donde se sacaban los brazos que se empleaban en todo”.39 De esta forma, el autor le atribuye una posición central a los afrodescendientes, siendo los encargados de desarrollar la economía en todos sus ramos y de la protección del virreinato.
No obstante, Alamán no solo tiene palabras de aprecio por la población de sangre africana. Siempre justificándolo en su carencia de “toda instrucción”, considera que “estaban sujetos a grandes defectos y vicios, pues con ánimos despiertos y cuerpos vigorosos, eran susceptibles de todo lo malo y todo lo bueno”.40 Se convierten en víctimas de su naturaleza. En concreto, Alamán compara el carácter de la población indígena con los mulatos: “lo que en el indio era falsedad, en el mulato venía a ser audacia y atrevimiento; el robo, que el primero ejercía oculta y solapadamente, lo practicaba el segundo en cuadrillas y atacando a mano armada al comerciante en el camino; la venganza, que en aquel solía ser un asesinato atroz y alevoso, era en éste un combate, en que más de una vez perecían los dos contendientes.41 Así, los estereotipos de la época de la falsedad y el sadismo indígena se confrontan con el poder descontrolado y grupal de los mulatos.
Finalmente, el guanajuatense va describiendo la distribución de estas “diversas clases de habitantes” en la Nueva España, que “dependía de la población que existía antes de la conquista, del progreso sucesivo de los establecimientos españoles, del clima y del género de industria propio de cada localidad”. Por un lado, la población indígena la sitúa en “las intendencias de Méjico, Puebla, Oaxaca, Veracruz y Michoacán, situadas en lo alto de la cordillera y en sus declives hacia ambos mares, que habían formado las antiguas monarquías mejicana, mixteca y michoacana”, ignorando a las poblaciones no sedentarias. Por otro lado, en ambas costas, de occidente y oriente, “y en todos aquellos climas calientes en que se produce la caña de azúcar y demás frutos de los trópicos, abundaban los negros” y en mayor número “los mulatos y otras mezclas de origen africano, procedentes de los esclavos introducidos para el cultivo de aquellas plantas, de los cuales unos permanecían en el estado de esclavitud, y los otros aunque libres, se quedaban casi siempre en las incas a que habían pertenecido”. Para concluir y a excepción de otros observadores sitúa también a estos mulatos “en gran número en México y otras ciudades populosas”.42
Cada uno de los autores recupera la participación en mayor o menor medida de la población afrodescendiente en la sociedad virreinal. Achacan sus fortalezas y vicios a su “raza”, a la falta de educación o al clima. Geográficamente los ubican en las costas y solo los productos de sus mezclas en las ciudades del interior. No obstante, a pesar de que la bibliografía actual y las obras pictóricas dicen lo contrario, en todos los casos su número es minimizado, destacando esto como algo positivo por cuestiones de “evolución” social.
Los debates de Cádiz
Aunque en general la población de origen africano es un elemento secundario en las narrativas de estos intelectuales en el siglo XIX, hubo un momento en el que su número fue destacado: en los debates de la Constitución de Cádiz. Para autores como Fray Servando Teresa de Mier, la distinción que se hizo en la población del imperio español entre ciudadanos y no ciudadanos, siendo estos últimos la población de origen africano, era un ultraje por diversos motivos. En primer lugar, considera que esa distinción es una estrategia para “disminuir nuestra representación en las Cortes para darnos siempre la ley en la minoridad” al excluir del número de “ciudadanos españoles que por alguna línea tuvieron origen de África y de ahí excluirlos de la base de la representación igual, dicen en ambos hemisferios, pero compuesta de sólo el número de los ciudadanos”.43 El autor parte aclarando el argumento de las Cortes y el motivo de su estrategia.
En segundo lugar, Fray Servando considera que ese razonamiento era ilógico siendo que en España también había población afrodescendiente. Como destaca, este argumento supone “que la mayoría de nuestra población es de mulatos, y que en España no los hay”, no obstante según el autor “siempre fue libre en España la introducción de negros esclavos durante mil y doscientos años” y, por consiguiente, “allá debe haber mayor número de mulatos que en América y mayor mezcla de malas razas, porque allá las hay de moriscos, de judíos, que estuvieron dieciséis siglos en España, de gitanos, etc., que para acá les está prohibido pasar aunque no ha dejado de venir por contrabando especialmente mulatos”.44 Como prueba de ello explica que “muchos españoles, especialmente andaluces, extremeños, murcianos y cartagineses, tienen el color oscuro, el pelo crespo, labios belfos, señales de los más crudos mulatos y lo son, pues no sólo los europeos que lo parecen, sino muchos que no lo parecen, porque se han blanqueado allá”.45 De esta forma, Fray Servando describe con detalle los rasgos físicos de los españoles del sur de sangre africana para señalar su similitud con los encontrados en los territorios americanos en los hombres de la misma sangre. Se observa una evolución del pensamiento español en el que se basaba la limpieza de sangre preocupado por lo religioso a un pensamiento moderno en el que la “raza” es central, como algo que puede pasar de generación en generación o blanquear, pero siendo una preocupación presente tanto en España como en América.46
Finalmente, y para negar cualquier aporte en apoyo a la población afrodescendiente de las Cortes, Fray Servando argumenta que los mestizos son los mulatos. Para él, son “los verdaderos mestizos, pues de negro y blanca no sale blanco hasta la tercera generación, y luego suele haber tornatrás”, mientras que de “india y blanco sale blanco inmediatamente, y aún más blanco a veces que de dos blancos”.47 Además, según el fraile, la legislación no puede hablar de mestizos de españoles e indias porque “en ese sentido todos los criollos somos mestizos, pues las nuestras fueron colonias de hombres y no de mujeres, que muy raras vinieron. Y no necesitábamos ley alguna que nos habilitase para nada. Siendo y estando declarados buenos españoles e indios, sus hijos no pueden ser malos”.48 De esta manera, Fray Servando considera que el decreto expedido por las Cortes habilitando a los mulatos para “entrar en la tropa, en los conventos, colegios y universidades, y para recibir los órdenes eclesiásticos, nada les concedieron que no tuviesen ya por la ley citada”.49 El interés por justificar la mayoría de representatividad de los diputados americanos lleva al autor a cuestionar una de las denominaciones de castas más generalizadas y asumidas durante el siglo XVIII: la concepción del mestizo como la mezcla de español e indígena.50
Alamán condena la decisión de las Cortes con otros argumentos. El autor parte del hecho de que “nunca se tuvo la menor idea de hacer concurrir a los procuradores de la poblaciones indias, lo que prueba que no se reconocían en ellas los mismos derechos”.51 Sigue exponiendo el argumento del diputado europeo Quintana que probaba “lo ignorante que estaban los diputados […] de las materias prácticas de gobierno”:
[…] quería que se separasen las clases de la población de América, en indios, criollos, mestizos y europeos, y que cada una nombrase sus diputados de sus propios individuos: que los pertenecientes a las razas originarias de África tuviesen voto activo, nombrando sus representantes de la clase de mestizos, y que […] los esclavos se reuniesen para nombrar un apoderado, que fuese de los representantes europeos, que los protegiese y defendiese en todo lo que les fuese conveniente”.52
Esta inocencia en la concepción de la negociación política americana es criticada por Alamán, condenando la exclusión en la concepción de ciudadanía de la población africana considerándola “injusta, odiosa y lo que es todavía peor, impracticable”.53 Esta falta de aplicabilidad se explicaba para el autor al no existir “distinción más ofensiva en la sociedad que la que nace del origen de las personas y la prevención que había contra los mulatos, que así se llamaban los procedentes de sangre negra africana, era tan perjudicial a la moral, como que haciendo que se tuviese por afrentosa toda alianza con ellos, multiplicaba por esto mismo las relaciones prohibidas”.54 Es decir, por un lado cuestiona la discriminación de un grupo por su origen y, por otro lado, afirma que esta discriminación potenciaba aún más la mezcla que se buscaba impedir.
Para concluir, Alamán destaca la labor social de los afrodescendientes en favor de la Corona, como elementos de consideración al otorgarles o cuestionar su ciudadanía. En lo militar, “esos mulatos a quienes la constitución degradaba privándolos de la ciudadanía, no solo formaban los batallones de pardos y morenos destinados a la defensa de las costas, sino que componían la mayor parte de las tropas que estaban en la actualidad haciendo la guerra en el continente de América en defensa de los derechos de España”.55 En el ámbito religioso y político, “algunos habían recibido órdenes sagradas: muchos destinados en profesiones honrosas, y la mayor parte formaban la masa de la útil población de los reales de minas, y estaban empleados en la labranza”.56 Finalmente, y como último argumento, pregunta: “¿Cómo era posible ir a rastrear alguna gota de sangre africana en la sucesión de las generaciones durante tres siglos, ni como fomentar las odiosidades a que daba frecuentemente origen esta imputación […]?”.57
Cada uno de estos autores usó distintas estrategias para protestar por la exclusión de la población de origen africano en el conteo de la población del Imperio, algunos apelando a que en España también había población de origen africano y otros a argumentos racialistas de la época, al desconocimiento de la situación en América por parte de los diputados españoles o a la labor de la población afrodescendiente en el Imperio. Sin embargo, todos los argumentos buscaban lo mismo: la consideración de la población afrodescendiente como parte del Imperio en condiciones de igualdad. Como señala Tomás Pérez Vejo, a principios del siglo XIX estos políticos tuvieron que enfrentar la transformación de una comunidad de carácter multinacional, de diversos grupos “étnicos”, unidos bajo la “legitimidad” del “origen divino” de la monarquía por la nación “como forma única y excluyente de legitimación del ejercicio del poder, que hizo de la uniformidad nacional no sólo algo deseable sino una necesidad política”, algo que la diversidad étnica de los territorios americanos dificultaba.58 No obstante, estos intelectuales encontraron recursos argumentativos para incluir a los afrodescendientes en la nación española que englobaba a la península y a América.
La insurgencia
Cuando estos personajes del siglo XIX recuerdan el levantamiento insurgente, destacan el papel de la población afrodescendiente. Sobre todo se ensalza su participación a nivel anónimo, como grupo, pero de los líderes insurgentes afrodescendientes no se menciona su origen. La excepción la aporta Fray Servando. Al insistir en el ultraje de la discriminación de la Constitución de Cádiz entre ciudadanos y afrodescendientes afirma:
[…] no sé qué extrañe más si el desacuerdo con que en las críticas circunstancias de 1812 se agravió tan cruelmente a gentes tan numerosas, vigorosas y necesarias, privándolas de sus derechos civiles, o el aturdimiento, con que en 1820 se ha enviado a los países revueltos, donde predomina la población de pardos y negros libres, a brindárseles con la Constitución como con el olivo de la paz, cuando se les brinda con ella con el sello de una infamia que antes no tenían.59
El autor insiste en la incongruencia entre esta discriminación privativa de derechos básicos y la importante función social que los afrodescendientes tenían en todos los virreinatos. Para apoyar el rechazo a esta Constitución, recupera el testimonio de uno de los líderes insurgentes afrodescendientes: “aun en México su actual virrey envió a brindar por la Constitución a Guerrero al más prepotente general de los insurgentes, y según ha contado él mismo a los diputados de Cortes, oyó con sorpresa su respuesta de ser mulato y no poderse advenir con una Constitución que lo privaba de los derechos ciudadanos”.60 Emplea un argumento de un sujeto de alta estima social para justificar su condena a la Constitución. Es el único de los autores que señala a Guerrero como afrodescendiente.61
Zavala también reflexiona sobre la lucha contra la Constitución de Cádiz y al general Guerrero, pero evita mencionar su origen africano. Primero, presenta al general como “ese ilustre mexicano” que “consagró su vida a la patria desde 1810” siendo “el único que conservaba, en las inaccesibles montañas del sur de México, un puñado de valientes, que jamás vieron a los enemigos sino para combatirlos, o ya vencerlos en el glorioso triunfo de las armas nacionales en 1821”, pero que “ha sufrido después tantos baldones”.62 Mientras que otros, como veremos, insisten en la composición racial de los hombres que acompañaban a Guerrero, el autor prefiere identificarlos como valientes y recordar los grandes aportes del general que al momento en que él escribía este texto había sido retirado del poder y asesinado.
Para recuperar sus buenas acciones, Zavala menciona la respuesta a una carta de Iturbide en 1820 en la que el general exponía su posición: el general Guerrero, contestó que “estaba resuelto a continuar defendiendo el honor nacional, hasta perecer o triunfar; que no podía dejarse engañar por las promesas lisonjeras de libertad dadas por los constitucionales españoles, que en materia de independencia eran de los mismos sentimientos que los realistas más acérrimos; que la Constitución española no daba garantías a los americanos”.63 Así, recuerda con un lenguaje político y bien argumentado su posición en el conflicto insurgente, defendiendo al grupo al que pertenecía y que componía su base de ataque. Zavala termina su descripción y defensa del general destacando que “es un mexicano que nada debe al arte y todo a la naturaleza”, siendo rápido para aprender a pesar de no haber “recibido ningún género de educación, y habiendo comenzado su carrera en la revolución, muy pocas lecciones pudo tomar de la elocuencia y cultura en los cerros y bosques, entre indígenas y otras castas, a cuya cabeza hacía una guerra obstinada a los españoles”.64 Aquí el autor sí decide mencionar el origen de sus soldados —obviando el del propio Guerrero— y como algo negativo: al vivir rodeado de castas e indígenas en el campo careció de la cultura en la que había sido formado el autor, la única válida para la época. Sus circunstancias sirven para justificar sus defectos como político en un momento en que estaba siendo ampliamente criticado, como veremos en el siguiente apartado.
José María Luis Mora, por su parte, decide destacar el aporte de los soldados anónimos pertenecientes a las castas que probando su dedicación por la causa lograron mejorar su posición social. Para el escritor, la guerra “trajo al país el gran bien de que se perdiese para siempre la memoria de las castas y mezclas”, ya que desapareció el alejamiento que había forzado el “gobierno español” entre las castas y los “puestos y empleos públicos” cuando “las invocó en su auxilio contra los independientes y recibió de ellas servicios importantes”.65 De esta forma, “tuvo no sólo que borrar las notas ignominiosas que les había impuesto, sino también que ascender a los que las componían a puestos que siempre se habían reputado honoríficos y propios de la primera y principal clase”.66 Como Zavala y Fray Servando hicieron con los insurgentes, el autor decide destacar el papel de los afrodescendientes que apoyaron al bando realista y que fueron reconocidos por su labor, “acabando” con las distinciones sociales pasadas.
Asimismo, Mora desarrolla otros beneficios que tuvo el hecho de servir en la guerra para los afrodescendientes. Para Mora, “la importancia que les prestaron sus servicios y brillantes acciones, los sacó del estado de abatimiento en que se hallaban, procurándoles la facilidad de alternar con las primeras clases de la sociedad, de adquirir modales más cultos, y hacer todo lo que podía ser conducente a obtener una perfecta igualdad con la raza pura de los blancos”. Como le ocurría a Zavala, para Mora la única cultura válida en la época era la de las clases altas y la subida en la escala social de los afrodescendientes les permitió precisamente tener acceso a esa cultura y modales de los que “carecían”. Además, los cambios en la legislación y el acceso a esa cultura les permitirían igualarse a “la raza pura de los blancos”, al ejemplo de perfección “racial” de la época. Como en casos anteriores volvemos a ver el discurso moderno racialista en las líneas de estos autores, aunque todavía no basada en el discurso científico propio de la segunda mitad del siglo XIX.
Pero el doctor Mora no se queda ahí. Concluye afirmando que “desde aquella época no quedó otra distinción que la que está materialmente a la vista a saber: la raza de blancos y la de color, formando la base de la segunda los indígenas, y la de la primera los descendientes de los españoles”.67 A pesar de haber incluido a los afrodescendientes en las castas, a pesar de haberlos señalado como la base económica de la Nueva España, cuando mira al resultado de la lucha insurgente, Mora solo ve el fin de la distinción por calidades y la permanencia de la que estaba a la vista: entre la “raza” de blancos y la de color fundamentada en los indígenas, olvidando a la tercera raíz.
Finalmente, Lucas Alamán enumera los distintos momentos en que la participación de la población afrodescendiente fue vital para la insurgencia. Empieza su narración recuperando la opinión de un “español europeo”, el coronel D. Matías Martín de Aguirre, que en las cortes de Madrid en 1821 hizo “el más completo elogio de los mulatos que servían en el ejército de Nueva España”.68 Como Mora, decide mostrar cómo los españoles valoraron a esta población en su apoyo militar, como algo destacable u honorable.
Prosigue describiendo su participación en el movimiento tanto aclarando sus rangos como las acciones particulares en las que estuvieron presentes. Por un lado, Alamán diferencia entre “la mayor parte de los jefes y muchos oficiales, tanto de las tropas veteranas como de las milicias” que “eran europeos” y “los sargentos, cabos y soldados todos mexicanos, sacados de las castas” ya que “los indios” estaban “exentos del servicio militar”.69 Por esta convivencia, Alamán argumenta que “aún entre las castas y la raza española había cierta propensión de unión, y el tiempo había hecho desaparecer gradualmente las odiosas privaciones que las leyes imponían a los mulatos”.70 El sacrificio de la lucha armada se convierte en un “igualador” en tanto que produce convivencia entre blancos y castas, siempre teniendo como límite los rangos militares.
Por otro lado, su participación en el lado insurgente parece más desordenada. Tras la detención por orden del virrey del insurgente P. Orcilles, en un desfiladero la partida de dragones que los custodiaban “fue atacada por multitud de indios y negros de la inmediata Tierra Caliente, que desde las cumbres lanzaban piedras y derrumbaban grandes peñascos, por los cuales cayeron precipitados en la barranca Arada”.71 Sólo el general Guerrero parece tener un control más claro de la situación llevando “asegurado en las ancas de su caballo al P. Orcilles heridos de lanza ambos”, ya que los indios y negros parecían participar sin mucho orden y dificultando más la acción de recate que ayudando a la misma.72 Otra historia que narra es la de Juan del Carmen “negro costeño de horrible aspecto pero de extraordinaria valentía, a hacer una expedición por Ometepec hacia la costa Chica, en la que logró aumentar el número de sus soldados y recoger muchas armas”.73 Aunque el autor valora su apoyo a la causa, se puede entrever un desprecio hacia el grupo.
Todos los autores destacan la participación de la población afrodescendiente en la confrontación insurgente. Algunos enfatizan más su labor en el lado realista, otros como apoyo de líderes insurgentes, pero siempre estableciendo una diferencia entre los jefes militares, blancos o criollos, y su ejército, los afrodescendientes. El origen africano de personajes como Morelos o Guerrero es obviado, como algo que podría ensombrecer la narración de sus hazañas y logros.
La abolición de la esclavitud y la ‘actualidad’ de los afrodescendientes
A la hora de describir su realidad y la presencia de los afrodescendientes en la misma los autores no son tan claros en sus referencias como en los apartados anteriores. Para ellos su número era muy reducido y tendería a desaparecer y la abolición de la esclavitud era algo sencillo por su escasa presencia en México. En palabras de José María Luis Mora, en México “puede asegurarse ha sido desconocida la esclavitud; así es que no ha costado trabajo el abolirla, y en el día no hay un solo esclavo en todo el territorio de la República”.74 Esta afirmación contrasta con la decisión de la Comisión de Esclavos de dejar esa institución para evitar conflictos con los dueños, por ejemplo.75 El autor continúa afirmando que:
[…] el número de negros que ha sido uno de los elementos que han entrado a constituir su actual población, ha sido siempre cortísimo y en el día ha desaparecido casi del todo, pues los cortos restos de ellos que han quedado en las costas del Pacífico y en las del Atlántico son enteramente insignificantes para poder inspirar temor ninguno a la tranquilidad de la República, ni tener por su clase influjo ninguno en la suerte de su destino: desaparecerán del todo antes de medio siglo, y se perderán en la masa dominante de la población blanca.76
Aunque el autor los ubica en su actualidad en las regiones costeras considera que por lo mínimo de su número se mezclará y desaparecerá. De sus hipótesis destaca la mención al temor, referencia al miedo de las nuevas repúblicas latinoamericanas de enfrentar una situación similar a la ocurrida en Haití y el hecho de que considere que desaparecerán mezclándose únicamente con la población blanca y no con la indígena.
Esta tesis se vincula con las propuestas de colonización. Según Mora, “si la colonización se apresurase, si el gobierno la hiciese un asunto de primera importancia y dirigiese a él todas sus miras y proyectos con una perseverancia invariable […] entonces la fusión de las gentes de color y la total extinción de las castas se apresurarían y tendrían una más pronta y feliz terminación”. La colonización y la subsecuente mezcla y desaparición de las castas se plantea como la panacea que no llegará por las circunstancias del momento, algo que comparte con otros representantes de la política decimonónica latinoamericana.77
Para concluir su argumento, Mora presenta los resultados del último censo de 1834. La “raza blanca” constituye una “mitad a lo menos” mientras que la otra es de “las de color”. Geográficamente, ubica a los primeros en las ciudades, con muy poca mezcla y a los segundos en “la campaña”, cuestionando que “todos los habitantes de la campaña pertenecen a la raza de color y un tercio de los de las ciudades, todavía siempre se tendría por resultado que la mitad de la población era precisamente de blancos, que es a nuestro juicio lo que puede asegurarse sin violencia”.78 Para el autor, a raíz de la independencia la mezcla de blancos y gente de color propició esta transformación de la sociedad en la que las ciudades se componen únicamente de gente blanca y se espera que se extienda al campo.79
Desligándose de estas tesis de Mora, la preocupación de ese momento de Alamán hacia la población afrodescendiente iba más dirigida a la influencia de los colonos esclavistas de Estados Unidos, y concretamente, de Texas, en el territorio. En su narración recupera la abolición de Morelos de “la hermosísima jerigonza de calidades, indio, mulato, mestizo, tente en el aire etc., y que solo se distinguiese la regional, nombrándose todos generalmente americanos” y la abolición de la esclavitud.80 No obstante su interés principal es distinguir la esclavitud del territorio español con la estadounidense: recuperando la Real Cédula de 1818 que prohibía la “compra de negros en la costa de África y su introducción en los dominios de España en América y Asia” airma que “la legislación española, [era] mucho más humana que la de las demás naciones”. De hecho, para el caso de la Nueva España, según el autor, esta declaración “era del todo indiferente, pues hacía muchos años que no se hacía introducción alguna de esclavos, y los que quedaban en las incas de campo de la Tierra Caliente, y en una y otra costa, se habían puesto en libertad de hecho por efecto de la revolución”.81 Así, insiste en la función de igualación social que la guerra tuvo.82
No obstante, esta forma de presentar a México como un país de esclavos liberados sirve como oposición a la colonia texana y los intereses expansionistas de Estados Unidos. Para Alamán, “la existencia de México como nación independiente, bajo un pie respetable, es lo único que puede asegurar a España la conservación de la isla de Cuba y Puerto Rico, a la Inglaterra la de la Jamaica y demás Antillas, y lo que es más, lo que afianza a esta última sus posesiones, su influjo y su poder en la India”.83 ¿Por qué? La razón se debe al control de las costas del golfo de México y del Pacífico, “desde las Californias hasta Tehuantepec y de todo lo demás que quisieran ocupar hasta Panamá” y que estas costas “se hallan situadas en el clima que repele a las castas blancas y cobrizas”.84 Según el autor:
[…] los habitantes de los países meridionales de los Estados-Unidos, que con esta adición de territorio han de separarse de la Unión u obtener una preponderancia decidida en ella y que están interesados en la continuación del comercio de esclavos, sabiendo que sin la casta africana todos esos terrenos no pueden nunca poblarse ni hacerse productivos, no es de creer que atiendan a los intereses de la humanidad sobre los pecuniarios, hasta el punto de renunciar al inmenso producto que pueden sacar de unos países que son inútiles sin el auxilio de la esclavitud.85
Es el peligro por la pérdida de control del territorio y la explotación del mismo a través de un sistema esclavista lo que preocupan al autor partiendo de ideas preconcebidas de la época sobre el aguante de la población africana para el trabajo en territorios costeros. Continúa su narración pronosticando que traerán esclavos a pesar de las prohibiciones sujetándolos “a una servidumbre más o menos rigurosa, a los indios y castas del país que ocupen, los cuales no tienen que esperar de sus futuros dominadores un código de privilegios como el que en su favor hicieron los monarcas españoles, ni la igualdad de derechos que les conceden las leyes mexicanas”.86 En lugar de argumentar en contra del propio sistema esclavista, solo critica la rigurosidad del sistema estadounidense en contraposición con el español o con la legislación mexicana. En ningún momento se le ocurre sentir esa lástima por los sujetos que serían puestos a trabajar en dichas condiciones.
Para concluir, describiendo los últimos acontecimientos de la historia de México, en su afán por criticar al general Guerrero, opositor político, condena la forma en que abole la esclavitud. Alamán considera que Guerrero “pasando de golpe de un poder muy restringido al extremo opuesto, pierde de vista el objeto con que aquella amplitud de facultades se le concedió”, la defensa del país contra una invasión española y en 1829 “se han empleado en declarar la nulidad de un testamento otorgado muchos años antes, o en establecer una casa de inválidos y en declarar la libertad de los esclavos, cosas las dos últimas muy buenas, pero que no tenían relación alguna con el objeto de las facultades concedidas al gobierno”. Así condena el uso de los poderes extraordinarios por parte del general, justificando la declaración posterior sobre el estado mental de Guerrero. Añade que con esa abolición permitió “por prudentes consideraciones, la continuación de la esclavitud en las colonias de Tejas” y “declaró libres a los que no necesitaban de esta declaración para serlo, pues lo eran de hecho, e hizo esclavos a los que no lo eran, pues habiendo pisado el territorio de la república, habían adquirido con esto solo la libertad, según leyes anteriores”.87
De esta forma, autores como Mora o Alamán buscan olvidar a los afrodescendientes en el momento en que escribían. Tras haber sido la base social de trabajo en el virreinato y de apoyo en la insurgencia, su presencia en el México independiente resulta incómoda: o son parte de forma implícita —pero no mencionada— de la base social indígena diferenciada de la “raza blanca” asumida como superior o son una población que desaparecerá por su escasa presencia en las costas o son amenazados como el resto de las castas y los indígenas por el expansionismo estadounidense como su futura mano de obra semi esclavizada y privada de los derechos que habían “disfrutado” tanto durante el virreinato como tras la independencia. Lo que en definitiva rodea a los afrodescendientes en estas referencias colaterales es el silencio de su futuro en la historia del México del XIX y XX.
Conclusiones
La memoria social, la historia de este país que cada uno de estos grandes políticos contribuyó a construir contiene grandes silencios entre los que está la historia de los afrodescendientes en México. Como ha analizado ampliamente Tomás Pérez Vejo, estos intelectuales tuvieron que “construir un imaginario en el que el monarca fuese desplazado por la nación como fuente y origen de toda legitimidad política”.88 No obstante, se encontraron “con poblaciones fenotípicamente diferenciadas, con diversos grados de mestizajes; con lenguas que no se correspondían con el territorio nacional […] y con historias fragmentadas en función del grupo étnico-cultural de pertenencia”. A pesar de ello, como hemos visto, en estas narrativas históricas se empiezan a construir “imaginarios en torno a la uniformidad étnica nacional”.89 Estos autores conocían y compartían algunas de las creencias de las reflexiones taxonómicas de pensadores como Linneo en los que se asociaron “referentes culturales de carácter negativo” del “otro”, en oposición a lo “propio”, siendo el africano “flemático, laxo y gobernado por la arbitrariedad”.90 ¿Quién querría vincular este tipo de atributos con el carácter de la nueva nación? ¿Quién recordar la presencia de los afrodescendientes en el territorio mexicano? Este rechazo a la población de origen africano se prolongará hasta finales de siglo con la resistencia a proyectos de colonización donde se incluyese a esta población teniendo como argumentos estos prejuicios raciales y las teorías pseudocientíficas de finales del siglo XIX.91 Esta élite de escritores fue la primera generación “constructora, legitimadora y canalizadora de la conciencia nacional” a través de sus historias de México imprimiendo sus ideas raciales en la misma.92
Asimismo, estos escritores comienzan a territorializar “la historia de manera que todo lo ocurrido en el territorio delimitado por las fronteras de los nuevos estados se convirtió en el pasado de la nación misma” y compartido por todo sus habitantes.93 No obstante, su visión de la historia tendía a estar sesgada por el centralismo desde el que partían en su narración a pesar de que algunos fuesen de estados periféricos. Por ejemplo, la producción histórica de estos autores contrasta con la del veracruzano Manuel Rivera Cambas, que escribía en 1869. En su recorrido por la historia de Xalapa no puede ignorar la presencia de población afrodescendiente en el estado cuando escribía y en su historia, como el levantamiento de Yanga. El autor considera que en 1609 “los negros de las ciudades e ingenios vecinos a Veracruz, huyeron a las ásperas montañas del Cofre y del Orizaba, y se decía que por el día de los Reyes de ese año iban a nombrar un rey entre ellos”, buscando inanciarse haciendo “correrías saliendo a robar en el camino que baja para Veracruz”. Identiica a su líder “llamado Yanga, en cuyo cerebro había rebullido durante treinta años aquella revolución” que se reservó “el mando político y civil”, encargando “el militar a otro negro de Angola llamado Francisco de la Matusa”.94 A esto le sigue la descripción de la organización de la fuerza dedicada a “sofocar este primer levantamiento en contra de la esclavitud”.95 No obstante, “los negros presentaron una resistencia que se prolongó por varios días, hasta que al fin capitularon, poniendo por condición que se les diera un lugar donde se establecieren los que eran libres, pidiendo también un cura y un juez para que los gobernase: todo esto se le concedió y el pueblo se llamó San Lorenzo”, cerca de Córdoba.96 Más que una capitulación como la nombra el autor, significó una victoria total del movimiento, con la fundación de su pueblo.
Pero el autor va más allá. Reflexiona sobre cómo “de la provincia de Veracruz salió el primer grito en contra de la esclavitud en el continente americano, y en los boscosos repliegues del Cofre y del Orizaba se derramó la primera sangre de los hijos de África en defensa de la libertad en América”, enfatizando que “es muy notable que el árbol de la emancipación y de la libertad haya tenido por raíz en México a la raza de Cham, tan despreciada y degradada aun en el siglo de la fraternidad y la civilización”.97 Además de situar en su estado el grito por la independencia, ubica a los africanos como los primeros en morir por la misma. Son la raíz de la libertad a pesar de seguir siendo degradados y despreciados en el siglo de las luces. En estas frases dos ideas ilustradas se unen en la figura de los afrodescendientes: la de la lucha por la libertad y la de la “raza” africana.
Esta combinación de ideas también se encontraba en los escritos de la época dedicados a lo ocurrido en Haití y teñidos de condena. En 1805 Cancelada advertía “cuanto importa la unión de todos los blancos que habitan una colonia donde hay negros y otras castas. La desunión de los nativos blancos de aquella isla fue una de las causas de que los negros se apoderasen de ella, y que ellos pereciesen a sus infames manos con diferentes martirios inventados por una crueldad que estremece”.98 Pero puntualiza:
¡Dichosa N.E. (Nueva España) (a quien dedico esta Introducción) dichosa mil veces por el sosiego y tranquilidad que la caracteriza! No han tenido ni tienen aquí entrada las extravagantes ideas que han perturbado la paz de otras regiones. Tienen siempre presente que padecerá desolación cualquiera Reyno dividido entre sí… y acabarán de confirmarlo con lo acaecido en Santo Domingo.99
No obstante, la Nueva España no era tan pacífica como Cancelada pronosticaba en 1805. Esas ideas que perturbaron la tranquilidad en Haití también llegaron a sus tierras y movilizaron a las castas y a los africanos de la Nueva España que participaron en el movimiento insurgente. La preocupación a ver repetido el caso haitiano se lee en la referencia de Mora al “insignificante” número de afrodescendientes como para temerlos. Los autores estudiados se reieren a la participación de la población de origen africano en ambas partes de la contienda insurgente, pero siempre siguiendo a algún líder, sin altos cargos o ignorando este origen en los líderes como Morelos o Guerrero.
De esta forma, una clave de la minimización en estas historias de la población afrodescendiente puede estar en la intrincada complejidad del contexto histórico en que estos autores escribían, conjugando la construcción de la nación, la desigualdad racial y la igualadora libertad. Estos autores estaban envueltos en la ambigüedad del pensamiento ilustrado en que los africanos eran una “raza inferior” al tiempo que defendían la libertad. Eran salvajes atroces en Haití por luchar por los mismos derechos que los mexicanos defendían. Eran novohispanos a contar a la hora de conseguir derechos frente a los españoles. Eran miembros del ejército realista e insurgente. Eran enemigos políticos a derrocar, como Guerrero. Eran la mancha de la esclavitud a olvidar en una nueva nación que buscaba ser moderna, ilustrada. Eran, en definitiva, la historia a silenciar en la narrativa nacional.