Enrique Florescano (Coscomatepec, Veracruz, 1937) nos ha legado obras que son ya clásicos de la historiografía mexicana. Además, cuestión no menos importante, ha sido un creador y promotor de instituciones culturales de impacto en el panorama cultural mexicano del siglo xx. Estudió derecho e historia en la Universidad Veracruzana (1956-1960). Posteriormente, cursó una maestría en historia universal en El Colegio de México (1962-1964) y estudios de doctorado en la École Practique des Hautes Études de la Universidad de París (1965-1967), en donde obtuvo el grado de doctor en historia, bajo la dirección de Ruggiero Romano, con la tesis titulada Le prix du maïs au Mexico, 1708-1813, que se convertiría en su primer, y acaso más importante, obra: Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1969). Al volver, se reincorporó a El Colegio de México y dirigió la revista Historia Mexicana (1970-1973). En 1971, fue invitado a ocupar la jefatura del Departamento de Investigaciones Históricas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), en donde realizó una profunda reforma cuyo eje rector fue el sistema de seminarios. En paralelo, impulsó a principios de 1978 la creación de la revista Nexos, de la cual fue su primer director. Al transformarse el Departamento de Investigaciones Históricas en la Dirección de Estudios Históricos, en 1977, Florescano se mantuvo como su director. Esto terminaría en 1982, cuando pasó a ser director general del inah. En 1988 abandonaría ese cargo y, tras la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en 1989, fue designado director adjunto de proyectos históricos de dicha institución. A sus casi ochenta años, Florescano mantiene la vitalidad y lucidez que lo han distinguido siempre.
Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez (LC y ASR): ¿Qué diferencias encuentra entre la década de los sesenta y la de los setenta en términos de la producción intelectual?
Enrique Florescano (EF): Teníamos como fuente más cercana las luchas políticas de 1958, de 1969, la represión del 10 de junio. Ya en los ochenta se explotó toda la historia económica y social francesa; la historiografía norteamericana cambió también radicalmente, la historiografía alemana incluso más. Todas se volcaron hacia lo social, se abandonó la historia política, la historia institucional y se entró a los grandes campos de la historia económica, la historia social, la historia demográfica, la historia intelectual, la historia de las mentalidades, como se decía entonces. La historia se amplió, se democratizó, se volvió la punta de lanza de toda el área de ciencias sociales. La historia se modificó y cambió; se mezcló con la sociología, con la economía, con la antropología, con la geografía, etcétera. Hubo un cambio fenomenal.
LC y ASR: ¿Qué rol jugó la academia en estos cambios?
EF: La historia académica también rompió sus propias cadenas y los historiadores se volvieron estrellas, hablaron en la televisión, en los periódicos. En Francia, todos los grandes historiadores escribían en Le Monde y en las revistas de mayor difusión; tuvieron un efecto público muy alto en la radio.
La historia se enfrentó a nuevos desafíos. Primero dejó de tener el monopolio de la palabra escrita porque empezó la televisión, empezaron los medios masivos de comunicación, y el libro ya no fue el principal trasmisor de las ideas ni en la educación ni en la discusión académica y política. Los historiadores enfrentaron un desafío. Incluso los novelistas les quitaron presencia pública porque escritores como García Márquez, Fuentes y Roa Bastos escribieron sobre los caudillos y los grandes problemas políticos de su tiempo; hicieron una suerte de biografía política, convirtieron los temas del pasado en temas de sus novelas. Los novelistas empezaron a tener mayor presencia que el propio historiador en el análisis y la representación del pasado.
LC y ASR: Usted realizó sus estudios de posgrado en Francia, ¿qué diferencias había entre la academia francesa y la mexicana? ¿Y en la producción intelectual en su conjunto?
EF: La École des Annales había planteado las preguntas acerca de la función de la historia en la sociedad. Dos libros influyentes en ese sentido eran el de Carr, ¿Qué es la historia?, y la Apología por la historia, de Marc Bloch. En México no había esas preguntas. Nosotros, venidos del 68 y metidos en el área de historia, éramos más una compulsión de gente preocupada por lo que estaba pasando en el país y porque quería desbordar las fronteras de la academia. Ya teníamos un antecedente, la editorial Siglo xxi. Le habíamos dado todas las regalías del libro México, hoy al fundador, el señor Orfila Reynal, para que pudiera fortalecerse la editorial que había nacido en una circunstancia terrible: habían pedido la renuncia a Orfila del Fondo de Cultura Económica por la publicación del libro Los hijos de Sánchez. Así, todo tenía ese tinte de proyección social, de compromiso de los intelectuales con la sociedad, de fortalecer una editorial democrática, abierta y libre. El libro tuvo un éxito fenomenal, se volvió libro de texto de todas las escuelas de historia y más aún de ciencias sociales. Tuvo un gran peso en América Latina también; influyó mucho, todo el mundo citó ese libro. Los historiadores de América Latina no tenían otro como ése, salvo los de Carr y Bloch.
La generación de mis profesores, Le Roy Ladurie, Labrousse, Braudel, Chaunu, Ruggiero Romano, tuvo una participación social muy activa. Esto pasó en todo el mundo, los historiadores salieron de los recintos académicos y empezaron a ser comentaristas, sobre todo los de la época contemporánea, quienes se volvieron puntos de referencia de lo que se discutía. Así, la pregunta "historia, ¿para qué?" cambió totalmente porque ya la historia había sido convertida en un instrumento de educación cívica, de formación política.
LC y ASR: A finales de la década de los setenta surgieron espacios como Unomásuno, Proceso, Vuelta y Nexos. ¿Qué características tenían éstas?
EF: Eran publicaciones ambiciosas que se proponían construir una ciudadanía informada. Se hacía un análisis crítico de la sociedad y se abrían espacios para integrar opiniones diversas, voces que desde distintos ámbitos aportaran al debate de la historia, la cultura y la actualidad. Antes de esas publicaciones, no había ningún espacio así para la reflexión y el análisis, para la propuesta.
LC y ASR: Usted es fundador de la revista Nexos, y su primer director, ¿en qué se diferenciaba del resto de las publicaciones mencionadas?
EF: La revista Nexos, a diferencia de todas las revistas que se publicaban en ese momento, estaba hecha por académicos de la generación del 68 y quizá por eso se comprometieron a hacer una revista en la que se discutieran los problemas actuales con un lenguaje amplio. Se trataban los asuntos nacionales de mayor relevancia desde el punto de vista de especialistas de las más importantes instituciones nacionales, pero siempre se buscaba la socialización de ese conocimiento a través de un lenguaje accesible al público más amplio. Ésa era la gran diferencia.
LC y ASR: ¿Por qué decidió usted impulsar el llamado "Seminario de los sábados"?
EF: El seminario de los sábados surgió por una gran necesidad de discutir los problemas existentes en el país. Cada semana, en el castillo, el grupo fijaba un tema conforme la coyuntura lo demandaba y alguno de nosotros lo desarrollaba. Si no había alguien en el grupo que lo pudiera desarrollar, se invitaba a alguien y después se abría la discusión. Así nació la revista Nexos.
LC y ASR: ¿De dónde surge la revista Nexos? ¿Tiene que ver con lo que sucedía en el país?
EF: El grupo de discusión que se reunía los sábados fue el mismo que comenzó a publicar en la revista. Primero estaban los grandes literatos, como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Adolfo Castañón, José Joaquín Blanco, Antonio Saborit. Había gran interés por discutir la actualidad literaria de nuestro país y a partir de eso se hicieron pláticas y controversias, pero lo fundamental es que era un grupo de composición muy diversa.
Esa generación era principalmente de jóvenes, aunque también estaban Luis Villoro y Pablo González Casanova, pero la mayoría eran jóvenes. Todos eran universitarios y yo creo que eso fue lo que más distinguió al grupo. Se hablaba desde especialidades diversas. La mayoría éramos de provincia: Lorenzo Meyer, Héctor Aguilar, Rolando Cordera, Antonio Saborit, los científicos venían de Guadalajara y Monterrey. Creo que los únicos capitalinos eran Carlos Monsiváis y Adolfo Castañón.
LC y ASR: ¿Respondía a su contexto? O, más claramente, ¿cuál cree usted que es la relación de Nexos con su contexto (político, social, económico)?
EF: Con el tiempo Nexos cambió mucho. Se politizó conforme los tiempos cambiaban, pero mantuvo sus antiguas áreas. Tiene un matiz y una orientación muy diferente, pero conserva el núcleo central que le dio rigen.
LC y ASR: ¿Se puede hablar de un "grupo Nexos"?
EF: No se puede hablar como tal de un grupo, porque era muy diverso. Su misma composición era tan diversa que muchos de los participantes no se conocían. No había un credo o una posición uniforme ante los temas que se discutían.
LC y ASR: ¿Cuál era la relación de Nexos con la academia?
EF: Aunque se hablaba desde especialidades, las conversaciones se convertían en una plática común, en donde los lenguajes especializados no permitían más que el buen cruce de los entendimientos. Logramos hacer un análisis de una variedad de campos que formaron una imagen del México de ese momento. Cumplía la revista con ese viejo objetivo del intelectual: el de hacer un retrato de su tiempo.
LC y ASR: ¿Y su relación con los problemas nacionales, la esfera de lo público?
EF: Los análisis que se han hecho en la revista, sobre todo los políticos y algunos sobre la situación crítica que vive la sociedad, han sido muy oportunos y ya son clásicos de los últimos años.
LC y ASR: ¿Cuál fue su experiencia como director de Nexos? EF: Mi experiencia fue de una gran riqueza por la oportunidad de ver puntos de vista diferentes sobre temas de interés común.
LC y ASR: Usted dirigió, antes que Nexos, Historia Mexicana, ¿de qué manera se relaciona su experiencia en ambas?
EF: Mi experiencia fue principalmente académica. Lo que intenté fue introducir los temas que entonces se discutían en la historiografía europea, no de una corriente en particular, sino de todas las corrientes presentes. Hice un esfuerzo por discutir nuevos temas, con nuevas investigaciones de nuevos historiadores.
LC y ASR: En el "Editorial" mencionan que Nexos pretendía ser una "publicación de servicio", ¿A qué se referían con esto? ¿Qué servicio querían dar y cómo pretendían hacerlo?
EF: Traer los más grandes y complejos temas del momento a la reflexión pública traducidos a un lenguaje entendible para gran parte de la población. Siempre buscamos socializar ese conocimiento.
LC y ASR: ¿Cómo describiría al grupo de personas que con usted fundaron la revista Nexos, y también participaron en los libros Historia, ¿para qué? y México, hoy?
EF: Ese grupo era fundamentalmente la generación del 68; tenía una proyección social, un interés social, quería pasar los límites, las barreras de la academia y mezclarse como lo hizo con ese libro, México, hoy. En las pláticas de los sábados nos dimos cuenta de que no estábamos enfocando los temas políticos y sociales, sino una variedad de campos que constituían la coyuntura nacional, así que pensamos hacer un retrato de cómo era México en ese momento.
Estaban los filósofos, los literatos, los historiadores, los antropólogos; parte del éxito fue su carácter interdisciplinario. Era gente que provenía de distintas escuelas, de distintas formaciones, pero todos estaban interesados en comunicarse, en tener una proyección hacia el exterior y no en el cenáculo interno de los profesionistas de su especialidad. Aunque teníamos puntos de vista diferentes, se creó un buen diálogo; se crearon formas positivas, atendibles de crítica y de reflexión.
LC y ASR: ¿Nexos, Historia, ¿para qué? y México, hoy surgen de preocupaciones en común?
EF: Sí. El gran desafío a la historia fue el hecho de que en todo el mundo, pero principalmente en Europa y en el mundo occidental, se empezó a marginar a la historia, las humanidades y las ciencias sociales, y se le dio un peso extraordinario a la ciencia, la tecnología y la administración; estas áreas subieron de nivel al tiempo que bajaban la sociología, la historia y las humanidades. Hubo una reducción drástica de las humanidades y las ciencias sociales en todas las universidades del mundo, incluso en México tuvimos estos problemas. Por ejemplo, los historiadores tuvieron que impedir que se quitara la enseñanza de la historia a nivel primaria y secundaria. Esa batalla se ganó en México, pero en otros lugares se ha perdido totalmente.
Este cambio político, económico y utilitario de la enseñanza sí ha afectado duramente a las ciencias sociales y a la historia. Los historiadores tienen ahora ese desafío. Sin embargo, la historia sigue teniendo un papel formidable en la formación de los jóvenes porque es la mejor manera de hacer consciente al ciudadano de que forma parte de un todo más amplio que su propia familia o su individualidad; es decir, la historia, por su contenido, lo lanza a estudiar a grupos sociales distintos a él, situados en circunstancias diferentes. La historia es la mejor manera de entender al otro; lo diferente, lo distinto, lo extraño sigue siendo la historia, que además, como ahora está contaminada de disciplinas como la antropología y la psicología, es una síntesis de técnicas y métodos para aprender del otro y para darnos cuenta de que no podemos desarrollar una democracia o una vida civilizada si no respetamos al otro. En ese sentido, la historia sigue siendo un instrumento fundamental para la formación de una conciencia ciudadana. Tenemos que defender ya no sólo la historia, sino las humanidades en su conjunto.
LC y ASR: ¿Cuál fue el rol del intelectual en México después del 68? Hoy, ¿ese rol ha cambiado? ¿Cómo son los intelectuales de hoy frente a los de la década de los setenta?
EF: Los roles han cambiado mucho por los distintos cambios sociales y políticos, también porque han cambiado las instituciones académicas. El cambio más importante que percibo actualmente es la cada vez más fuerte separación entre los medios académicos y los requerimientos de los grupos sociales.
LC y ASR: Usted, ¿qué se consideraría? ¿historiador, intelectual, académico?
EF: Yo me considero historiador.