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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.27 no.62 Hermosillo ene./abr. 2015

 

Artículos

 

Luces y sombras en la historia de los grupos indígenas en Sonora, siglos XIX-XXI. Panorama historiográfico

 

Zulema Trejo Contreras*

 

* Profesora-investigadora del Centro de Estudios Históricos de Región y Frontera, El Colegio de Sonora (COLSON). Correo electrónico: ztrejo@colson.edu.mx

 

Recibido en enero de 2014
Aceptado en mayo de 2014

 

Resumen

En este artículo se presenta un análisis panorámico respecto a la historiografía de los grupos indígenas mayo, yaqui y ópata; el objetivo es conocer cómo ha evolucionado la forma en que se les ha estudiado. Se destaca la concepción dualista de los autores respecto a las etnias, la inserción de los textos revisados en el contexto historiográfico nacional y la manera como han ido cambiando los temas de estudio en relación con la historia de los grupos indígenas de Sonora.

Palabras clave: yaquis, ópatas, mayos, indígenas.

 

Abstract

This article presents a panoramic analysis of the historiography of Sonora's indigenous Mayo, Yaqui and Ópata. It explains how books and essays about these tribes have been developing from description to analysis. This evolution involves the study of new topics and perceptions about Sonoran's indigenous people. This article examines three features to classify the historiography of Mayos, Yaquis and Ópatas: a dual perception regarding indigenous tribes, the historiographical context of the books and essays analyzed, and the Indian as a principal character in his or her own history.

Key words: Yaquis, Ópatas, Mayos, indigenous people.

 

Introducción

Cuando se habla de grupos indígenas en Sonora, por lo general se piensa en unos cuantos, por ejemplo yaquis y mayos, quizá seris; pocas veces en los pimas, guarijíos, ópatas o tohono o' o'otam (conocidos coloquialmente como pápagos). Esta memoria selectiva tiene su raíz en la atención que la antropología, arqueología e historia le ha brindado a las sociedades indígenas que habitan o habitaron el territorio sonorense; a su vez, esta atención se encuentra relacionada con la belicosidad y la subsistencia de las etnias en la actualidad.1 Si se toman en cuenta estos factores, resulta lógico que en la historiografía la balanza se incline hacia los grupos cahítas (yaquis y mayos) en primer lugar, en segundo término hacia los seris y, tras ellos, al resto.

En el presente trabajo, el centro del análisis serán los estudios históricos realizados sobre los mayos, yaquis y ópatas. Cabe destacar que debido a la imposibilidad de tratar en un artículo lo que se ha escrito sobre éstos en antropología, etnografía, arqueología y sociología, los trabajos retomados aquí pertenecen al ámbito histórico, y se ubican en los siglos XIX a XXI. El objetivo es presentar una visión panorámica de cómo ha evolucionado la forma en que se ha estudiado a las etnias que habitan o habitaron en Sonora; no se pretende profundizar en cada una de las obras, lo cual sería tema de un libro, sino describir y analizar el proceso historiográfico desarrollado en torno a la historia de yaquis, mayos y ópatas a lo largo del periodo señalado.

 

Siglo XIX: entre la curiosidad y la rebelión

En el trascurso del siglo XIX, los escritos sobre los grupos indígenas no eran obras históricas, ni su propósito central era estudiarlos; la mayor parte de los que tratan el tema indígena en esta época se encuentran en testimonios de viajeros, en memorias estadísticas,2 en informes de o para el gobierno, de ahí que no haya un eje explícito centrado en la historia de los grupos indígenas que les dé unidad. Sin embargo, lo que puede considerarse como un denominador común es el interés en mencionar la existencia de indios en el territorio descrito, la cual es resaltada o minimizada en función del objetivo central de la obra en cuestión.

Durante la centuria decimonónica se escribieron, tanto por sonorenses como por extranjeros que visitaron la entidad, textos en los cuales se incluyeron descripciones más o menos detalladas de las etnias que por ese tiempo habitaban el estado. Estos escritos se constituyeron con base en las primeras obras históricas sonorenses, y como tales marcaron la pauta en la caracterización que se hizo por mucho tiempo de los indios de Sonora. Estos textos pueden dividirse en dos grupos: los elaborados por autores sonorenses y por extranjeros.

Las obras enlistadas en la figura 1 son de dos tipos, las cuatro primeras corresponden a un género denominado memorias estadísticas, que era común en el siglo XIX; su objetivo era dar a conocer las características geográficas, demográficas, de gobierno e históricas de un determinado territorio, es por ello que la descripción de los grupos indígenas, si los había, formaban parte ineludible de ellas. Puesto que la historia de las sociedades indígenas no era el objetivo de estos textos, el espacio que se dedicaba a ellos era sumamente variable, a veces ocupaban todo un capítulo y en ocasiones sólo algunos párrafos. El último trabajo de la lista es la biografía del líder José María Leyva, mejor conocido como Cajeme, que se incluyó porque en la semblanza realizada por Corral puede apreciarse la concepción de la clase ilustrada sonorense con respecto a los indígenas.

A continuación se incluye la descripción analítica del contenido de estas memorias en relación con los grupos indígenas, con base en un parámetro detectado en los cinco textos, esto es, la caracterización dual que hacen de los indígenas. Los cinco autores coinciden en caracterizar a los indios sonorenses de forma dual; por una parte los consideran insumisos, poco civilizados y propensos a las rebeliones, a la vez que alaban sus habilidades para el trabajo agrícola, su valentía en el combate, así como sus grandes posibilidades de convertirse en personas civilizadas mediante la educación. Otra coincidencia es la preocupación constante que comparten estos autores por la posibilidad de una rebelión indígena; en este caso el temor se centró en los grupos cahítas, y de forma más específica en los yaquis, quienes para mediados del siglo XIX contaban en su haber con dos grandes rebeliones, la de 1 740 y la protagonizada por Juan Banderas en la década de 1820.

Los siguientes fragmentos reflejan estas caracterizaciones:

El indio Banderas fue uno de los capitanes generales de la nación, y el principal agente de las dos sublevaciones del año de 25 a 32: las doctrinas de este bandido, y las grandes riquezas de todas clases que proporcionó a los indios, serán por mucho tiempo el cebo de frecuentes rebeliones e incursiones; pues les llegó a pintar que ellos eran los propietarios legítimos de cuanto había; y les enseñó a vivir del robo, lo que no olvidarán fácilmente [...] (Zúñiga 1985, 97).

Quince años después de escritas estas palabras, Francisco Velasco, en sus Noticias estadísticas..., sigue expresando una caracterización del indígena similar a la de Zúñiga:

Todas las costumbres de los yaquis son diametralmente opuestas a las nuestras. Desde niños se inclinan al robo: son sumamente entregados a la embriaguez de toda bebida fermentada; voluptuosos y jugadores. Huyen del trato social de los blancos, aunque están cerca de ellos por estar ganándoles su jornal, y jamás se ve que de grado hagan algún servicio de generosidad o gratitud (1985, 75).

A pesar de que en ambas percepciones predominan los factores negativos, estos mismos autores coinciden en señalar a los yaquis como la mejor fuerza laboral de Sonora, aunque para Zúñiga la utilidad de ellos está supeditada a la posibilidad del mestizaje, el cual ve como la única vía para que estos indios mejoren en lo moral y lo físico (Zúñiga 1985, 101). Por su parte, Francisco Velasco señala que "no obstante tan malas cualidades, es necesario hacerles la justicia de que son los únicos brazos de Sonora para el trabajo de las minas, labores del campo, construcción de edificios y demás ocupaciones de una sociedad" (1985, 75).

En su obra, José Agustín de Escudero comparte plenamente las percepciones de Zúñiga y Velasco, tanto en el sentido de centrarse en dos etnias (yaquis y mayos), como en el hecho de presentar una caracterización dual de ellas. Para Escudero, mayos y yaquis "son hombres de ideas y de potencias despejadas y aunque dados a la música y los placeres, y grandes amigos de fiestas y golosinas, en la guerra son audaces, intrépidos, y aun feroces, cualidad a primera vista opuestas a las primeras" (1997, 310). Las cualidades señaladas, a juicio del autor, no fueron aprovechadas para poner a estas etnias en el camino de la civilización, lo que a su vez ocasionó que provocaran en Sonora "revoluciones sangrientas y desastrosas" (ídem.).

Los ópatas, al ser un grupo que, según varios de estos autores, estaba más cerca de la civilización que las otras sociedades indígenas, merecieron poco espacio en dos de las tres memorias. Francisco Velasco es el único que le dedica más atención; su percepción de ellos como un grupo muy cercano a la sociedad blanca-mestiza hace que los juzgue con menos dureza que a yaquis y mayos, incluso la caracterización dual se vuelve tan sutil que prácticamente desaparece.

Wenceslao Toribio Claverán es menos específico, es decir, no se centra en un grupo étnico en particular, sino más bien hace una gran división entre indígenas semicivilizados e incivilizados:

Entre las ocho tribus o castas que habitan en Sonora, caben estas distribuciones:

Indios semicivilizados, que viven bajo la obediencia del Gobierno y que, para los efectos políticos y civiles, están considerados en perfecta igualdad con los blancos ó que se llaman de razón; gozan, por lo tanto, del derecho de ciudadanos, y se llaman yaquis, mayos, pimas y ópatas; viven de la labranza y han tomado una parte muy activa en todas las revoluciones.

Indios mansos y nómades, sujetos á una organización que les es peculiar y que sólo obedecen al Gobierno en cuanto á no dañar á los demás (1910, 245).

A Claverán no le interesa centrarse en un grupo indígena, ni resaltar las virtudes o defectos de ninguno en concreto.4 Su texto constituye una nueva forma de ver a los indígenas; ya no se les considera sólo como la fuerza de trabajo de Sonora, ni como grupos siempre propensos a la rebelión, sino que adquieren un nuevo estatus, el de actores políticos, lo cual corrobora cuando señala que "han tomado una parte muy activa en todas las revoluciones" (ídem.).

Ramón Corral presenta su caracterización del indígena en un texto biográfico escrito en la década de 1880, sobre el capitán general del yaqui, José María Leyva, alias Cajeme, a quien entrevistó en prisión las semanas previas a su fusilamiento. Primero apareció en el Periódico Oficial del Estado de Sonora, que se publicó en el decenio de 1980, en conjunto con un escrito biográfico acerca de Ignacio Pesqueira, en el libro Obras históricas, todas de la autoría de Ramón Corral.

En el texto sobre Cajeme, Corral deja ver de forma clara las concepciones que en esa época tenían los grupos de poder respecto a los indios, en específico de los yaquis. Cajeme fue caracterizado como un indio "civilizado", ya que sus padres vivieron fuera del valle del Yaqui y lo educaron siguiendo las costumbres de los blancos (Corral 1981, 142). Se entrevé en las palabras de Ramón Corral que el contacto de José María Leyva con sus paisanos echó por tierra el barniz de civilización que adquirió al vivir lejos de ellos. Este autor suscribe los planteamientos de la época en el sentido de considerar a los indios como seres racialmente inferiores, aunque sí con posibilidades de adaptarse al mundo civilizado, esto siempre y cuando se alejaran de sus entornos habituales (Guerrero 201 1, 306).

 

Buscando minas, encontrando indios

Los libros escritos por viajeros fueron una constante a lo largo del siglo XIX e inicios del XX. Estas obras, al igual que las memorias, no se escribieron con propósitos meramente académicos, sino más bien para dejar un testimonio del paso de sus autores por las regiones más o menos desconocidas de América Latina. Aunque también es innegable su carácter propagandístico, ya que en muchas ocasiones sus autores viajaron por las naciones latinoamericanas en busca de recursos naturales susceptibles de ser explotados por inversionistas de sus países de origen. En el caso de Sonora, el propósito fundamental de los viajeros, que recorrieron su territorio en la primera mitad del XIX, era buscar minas; así como explorar las posibilidades que ofrecía para el comercio el puerto de Guaymas. Ya en la segunda mitad de ese siglo, quienes visitaron la entidad añadieron a sus intereses económicos la curiosidad por conocer a los grupos indígenas que ahí habitaban, como los ópatas, hoy extintos; los seris, que seguían conservando un estilo de vida nómada; los yaquis, que se mantenían en pie de lucha contra el gobierno, y los mayos, una etnia que oscilaba entre la paz y la rebelión. En la figura 2 se presenta una muestra de lo que escribieron estos viajeros.

R. W. Hardy fue un viajero inglés que estuvo en Sonora en la década de 1820 y, al igual que otros, visitó la región noroeste de México buscando obtener riqueza de las minas de plata de Sonora, los bancos de perlas del golfo de California y la venta de mercancías de exportación a través de Guaymas. La descripción que hizo de su paso por Sonora es sumamente detallada, y aunque su texto no tiene un apartado exclusivo para hablar de los indígenas que habitaban el territorio, sí hay varias entradas acerca de ellos. Hardy, como sus contemporáneos sonorenses, realizó una caracterización dual del indio, y de igual manera sus descripciones se enfocan en los yaquis y ópatas. De los primeros destaca sus virtudes y considera que la rebelión que por esos años protagonizaban fue culpa del trato que la sociedad blanca-mestiza les dio: "Los únicos indios de Sonora que, desde que los blancos poblaron la provincia, han ayudado a descubrir y explotar las minas y criaderos de oro, a cultivar las tierras y criar ganado, son los yaquis. Sin embargo, hace ocho años que andan levantados; devastan el país y asustan a los habitantes" (1997, 102).

Aunque Hardy no incluye una descripción de los ópatas, como lo hace de los yaquis, sí relata a manera de anécdota la rebelión que protagonizaron a inicios de la década de 1820; en su narración, los ópatas aparecen como personajes heroicos, merecedores del reconocimiento y gratitud de la sociedad blanca por su valentía en la lucha insurgente. De hecho, critica a las autoridades sonorenses por no haberlos recompensado por su participación en estas luchas, lo cual produjo, según Hardy, dicha insurrección (ibíd., 1997, 144).

Con intereses similares a los de Hardy, Michael Box visitó el noroeste de México en la década de 1850, aunque fue hasta 1869 cuando publicó la obra en la cual narró sus experiencias de viajero por Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Durango. Ya que el objetivo de Box era meramente económico, el énfasis que puso en los grupos indígenas fue mínimo. Él siguió la misma tónica de Hardy, al centrarse en los ópatas: "The opates are a tribe of Indians who live in the lower valleys of the mountains in this part of Sonora. They are peaceably disposed, and are stock-raisers and farmers generally. Some of them have handsome small farms and good cattle" (1996, 33).5 Páginas más adelante Michael Box, en fragmentos breves habla de algún ópata que le llamó la atención por una u otra cualidad, por ejemplo, uno que trabajaba como mayordomo en una de las haciendas más importantes del estado le mereció algunas líneas, por sus años de constante lealtad hacia el propietario de la finca.

Estos dos autores, de manera evidente, evitan hablar de yaquis, mayos y seris en sus relatos; quizá porque buscaban en Sonora oportunidades para invertir en la minería, la agricultura, el comercio o la ganadería, ya que éstas disminuían en la medida que se centrara la atención en grupos indígenas rebeldes, que podían constituir un serio obstáculo para el desarrollo de estas actividades, así que la información con respecto a ellos fue mínima. En cambio, focalizaron su atención en los ópatas, que estaban más asimilados a la sociedad blanca-mestiza. La imagen que mostraron mexicanos y extranjeros de la sociedad ópata fue la de un grupo pacífico, trabajador y valiente; cabe destacar que ninguna de estas características resultaban un peligro potencial para futuros colonos o inversores.

Mención aparte merece Sylvester Mowry, quien a diferencia de Hardy y Box no escribió con propósitos propagandísticos ni pretendía atraer colonos o inversores a territorio sonorense, por el contrario, sus objetivos fueron académicos, en el sentido que se le daba a este término en la época, es decir, en el trabajo se encuentra un relato detallado de la geografía, población, clima y costumbres de los habitantes de Sonora.6 La atención de Mowry respecto a los grupos indígenas es mínima, tanto cuando se refiere a los que habitaban en Arizona como a los que vivían en Sonora; de estos últimos sólo menciona de manera más o menos extensa a los ópatas, aunque en términos históricos, puesto que los señaló como los antecesores de los aztecas (1859, 30). Al leer este relato queda la impresión de que, si bien hay etnias en territorio sonorense, carecen de importancia en relación con el resto de la población.

Las notas sobre Sonora escritas por el capitán Jean Guillet siguen, en cierto sentido, el mismo molde de Mowry; en ellas se incluye una descripción geográfica del territorio sonorense, así como de sus pobladores, sobre todo de aquéllos a los que el militar francés consideró clave como apoyos para el reconocimiento del emperador Maximiliano. Guillet escribe con mayor detalle acerca de los grupos indígenas; tiene en común con el resto de autores el hecho de destacar a los ópatas como los más importantes: "De todas las tribus de indios fijadas en el territorio de Sonora, la más importante, por su inteligencia y energía es, sin género de duda, la de los ópatas, la cual también es la más sociable y con mayores tendencia a fusionarse con las razas civilizadas" (1864, 10).

El militar francés destacó la rivalidad existente entre pimas y pápagos, así como la unión entre pimas y ópatas. De todos los autores revisados hasta aquí, Guillet es el único que puso atención a la unión entre pimas y ópatas; nadie antes ni después de él volvió a poner cuidado en este asunto, que resulta de primordial importancia para entender, entre otras cosas, por qué desde la década de 1840 pimas y ópatas tuvieron al mismo capitán general, siendo que antes había existido uno para cada etnia.

Después de los ópatas, el capitán francés dedicó mayor atención a los yaquis. Luego de los habituales halagos hacia su capacidad como trabajadores en minas y haciendas y en la pesca de perlas, se ocupó de señalar que eran "muy celosos de su valle" (ibíd., 1864, 12), por lo cual desde tiempos de la independencia se habían mantenido sublevados en contra del gobierno sonorense. Destaca el hecho de que, a diferencia de otros autores, Guillet consideró que los yaquis eran muy malos soldados; sus notas en términos de contenido son muy similares a la memoria del capitán Wenceslao T. Claverán, de hecho ambos trabajos fueron escritos con el mismo propósito: servir de guía a las fuerzas francesas de intervención en su avance hacia Sonora.

En resumen, en el siglo XIX autores extranjeros y sonorenses publicaron textos en los cuales describieron el territorio de Sonora, su geografía, población, instituciones y sus posibilidades de proporcionar riqueza, mediante la explotación minera, agrícola o comercial. En estos relatos nunca dejó de mencionarse a los grupos indígenas que en aquella época habitaban en el estado, aunque la importancia que cada autor les dio dependió del objetivo de sus escritos. De esta forma, en las obras cuyo propósito era promocionar a Sonora ante posibles inversionistas o colonos, las descripciones que hicieron de los indios se centraron en los ópatas, de los cuales destacaron sus actividades agrícolas, el hecho de que vivieran en paz y su obediencia hacia el gobierno, asimismo señalaron la valentía que exhibían en el combate a los apaches, y su capacidad para asimilarse a la sociedad blanca.

Por el contrario, los escritos de quienes tenían una motivación política, como los de Guillet y Claverán, centraron su atención en los grupos indígenas que podrían servirles como aliados en sus luchas políticas. Para ellos, la importancia de los yaquis fue mayor que la de los ópatas, puesto que habían conseguido mantenerse en constante rebelión contra el gobierno sonorense prácticamente desde mediados del siglo XVIII. Los ópatas, por su parte, eran considerados buenos aliados ya que tenían fama de haber sido de gran utilidad, tanto para el gobierno colonial como para el mexicano, en el combate de los apaches.

El factor que comparten todos estos autores en su caracterización de los grupos indígenas es la dualidad con que los describen, por una parte son la fuerza de trabajo de Sonora, y por otra son rebeldes activos o en potencia. Esto sentó las bases para la descripción que los primeros historiadores sonorenses hicieron de los grupos indígenas del estado, y dio origen también al desequilibrio que prevalece hasta la actualidad en relación con la atención que los historiadores le han puesto a unas etnias sobre otras.

 

Siglo XX: redescubriendo a los indígenas de Sonora

Los mil novecientos se reciben en Sonora con una guerra que tenía ya más de un siglo, con periodos intermitentes de paz: el conflicto entre yaquis y gobierno. A ello se debe que en los primeros años del siglo XX vieran la luz una serie de obras en las cuales se reseña la guerra del yaqui; este tipo de publicaciones estuvieron a cargo en su mayor parte de militares o médicos militares, destacados en el valle del Yaqui, es decir, son en su mayoría testimonios de lo que ellos vivieron mientras participaban en dicho conflicto. Los libros más representativos de este periodo son Las razas indígenas de Sonora y La guerra del yaqui, de Fortunato Hernández (1902), y Las guerras con las tribus yaqui y mayo del estado de Sonora, de Francisco P. Troncoso (1905); como sus títulos lo indican, ambas obras se centran en describir la guerra del Yaqui, sus orígenes, así como enunciar posibles soluciones, que van desde el exterminio hasta la educación. El libro de Fernando Ocaranza, La novela de un médico, sigue más o menos el mismo estilo de los citados, con la diferencia de que no centra toda su obra en Sonora ni en los yaquis, temas que ocupan sólo una parte, sino en cuestiones militares o políticas, en factores sociales y culturales (Guerrero 201 1, 25-27).

Estas obras tienen un eje común en torno al cual agruparse, esto es, en mayor o menor medida se escribieron para justificar la guerra del yaqui, ya fuera que los autores apoyaran abiertamente el combate que el gobierno le hacía a los indios o la presentaran como una de las alternativas para finalizar con la intermitente situación de guerra, que se había vivido en el valle del Yaqui hasta esos momentos. Por otra parte, estos libros comparten la intención de mostrar una visión objetiva de la historia de los yaquis y de los hechos que protagonizaban al momento en que se escribían.

No todos los escritos acerca de los indios de Sonora de esta época y de los años posteriores fueron elaborados por militares, algunos se encuentran en la categoría de los primeros trabajos académicos cuyo objetivo era hacer una historia de las etnias sonorenses, entre ellos los artículos de Ales Hrdlicka y Jack Forbes.

Destaca el ensayo de Ales Hrdlicka (1904), por ser meramente académico, basado tanto en trabajos anteriores como en las observaciones que el autor hizo durante su visita a Sonora en 1902. Su estructura es similar a la que siguió Guillet en 1864 para describir a las etnias del estado, es decir, dedica diferentes apartados a cada uno de los grupos que estudia. Hrdlicka ofrece una caracterización que difiere tanto de la que se realizó a mediados del siglo XIX, como de la que dan los militares y médicos-militares que escribieron acerca del tema por la misma época; para Hrdlicka, los grupos étnicos de Sonora se dividen en civilizados y primitivos (1904, 53-55), a los primeros pertenecen los ópatas, yaquis, mayos, pimas y pápagos, en tanto que en los segundos están sólo los seris, de quienes menciona que se encontraban viviendo en un estado primitivo (ibíd., 1904, 57). Asimismo, enfatizó que los ópatas se habían asimilado casi por completo a la sociedad blanca, lo cual se manifestaba en su negación a hablar la lengua ópata, y su molestia cuando se referían a ellos como indios (ídem.).

La aportación de Ales Hrdlicka es fundamental para comprender el estado de la población indígena de Sonora a inicios del siglo XX; a pesar de ello, ha sido poco retomada, tal vez porque hasta hace poco tiempo era de difícil acceso, por lo que no dejó huella en los trabajos históricos que se escribieron en Sonora a mediados de la centuria pasada. En cambio, las obras de Francisco P. Troncoso, Fortunato Hernández y Fernando Ocaranza fueron retomadas constantemente por Eduardo W Villa y Francisco R. Almada.

En la década de 1940, el estudio de los grupos indígenas de Sonora se fue centrando en los yaquis, ya que comenzaron a ser estudiados por la sociología. El primer trabajo de este tipo localizado hasta el momento es el de Luis A. González Bonilla, quien en su artículo marca la pauta en términos de estructura de los trabajos que le siguieron, es decir, se hace una descripción somera de la zona habitada por la etnia y de su historia, y se pasa a la descripción y análisis que interesa a los autores; su objetivo específico fue estudiar la estructura y funcionamiento de la familia yaqui (1940, 61 y siguientes).

Otro artículo poco conocido es el que publicó en 1957 Jack D. Forbes, escrito en el mismo estilo de Hrdlicka; Forbes va describiendo la forma cómo los diversos grupos indígenas que habitaban en Sonora lograron sobrevivir entre 1821 y 1910; vincula esta supervivencia con el triunfo o fracaso de sus rebeliones (1957, 340-345), que va relacionando con los conflictos más importantes de la historia política de la entidad. Forbes llega a la conclusión de que los yaquis sobrevivieron debido a su unidad como grupo, lo cual les permitió sortear con éxito las derrotas y triunfos en sus enfrentamientos con el gobierno, en tanto que los ópatas, al ser incapaces de mantenerse unidos frente a la sociedad no indígena, terminaron diluyéndose en ésta.

La importancia que reviste el trabajo de Forbes, independientemente de las veces que haya sido citado, se encuentra en el hecho de haber establecido, desde un punto de vista estrictamente académico, a los yaquis como la etnia que consiguió sobrevivir como tal a pesar del largo conflicto que enfrentó. A manera de hipótesis, aquí se plantea que a partir de éste y otros trabajos realizados por sociólogos y antropólogos en las décadas de 1940 y 1950,7 la balanza en el estudio de los grupos étnicos de Sonora se inclinó hacia los yaquis, y dejó de lado la investigación respecto a los ópatas, pimas, pápagos y, en menor medida, los mayos.

Para las décadas de 1940 y 1950 se estaba viviendo en México el inicio de la profesionalización de la historia, esta es la época en que Daniel Cosío Villegas, Silvio Zavala y Edmundo O'Gorman, entre otros, considerados clásicos en la historiografía mexicana, escribieron sus obras fundamentales. En el plano local, esta corriente de la disciplina histórica tuvo sus seguidores, quienes se dedicaron a escribir obras de carácter general en las que la enumeración de datos y la cita textual de fuentes primarias convivieron con las opiniones personales de los autores, que distaron mucho de ser imparciales.

Entre dichas obras, merece especial atención la de Francisco Almada, publicada por primera vez en 1952. Fue la primera en dar una descripción más o menos equitativa de las etnias de Sonora; en el diccionario hay entradas para yaquis, mayos, ópatas y pimas, sin embargo, al igual que sus predecesores, Almada reprodujo las visiones duales e inclinó la balanza hacia los grupos cahítas, concretamente los yaquis, a quienes les dedicó casi cuatro cuartillas y media bajo la entrada "Guerra del Yaqui". Los mayos, en cambio, no tienen una entrada específica, la información acerca de ellos aparece dispersa, incluida la referente a la guerra del yaqui.

Los ópatas, en conjunto con los pimas tienen entradas exclusivas; hay dos para cada uno, una de carácter general, en la cual se caracteriza al grupo, y otra en la que se enumeran y describen las sublevaciones que protagonizó, por ejemplo: "Ópatas: tribu indígena que ocupaba una parte de la zona central del actual Estado cuando llegaron los españoles. [...] En general fueron pacíficos y aliados de los misioneros y de los españoles y en numerosas ocasiones sirvieron como auxiliares a las autoridades [...] pocas veces dieron que hacer a las autoridades" (Almada 2009, 468). Es obvio que esta descripción es contradictoria con respecto a la que sigue, en la cual se detallan las sublevaciones de esta etnia. En el caso de los pimas, los describe de forma aún más escueta, sólo menciona la zona geográfica donde habitan y hace una enumeración de los pueblos ubicados en ella; lo que sí es más o menos extenso es lo relativo a sus sublevaciones, que ocupan cuatro cuartillas, casi las mismas que dedica a la guerra del yaqui.

El libro de Roberto Acosta (1983) se centra en yaquis y mayos, o al menos eso parece indicar en su título, pese al cual el contenido tiene poco que ver con las etnias que habitaban esos valles, ya que en realidad el autor centra su relato en los misioneros y su labor de evangelización y sólo menciona largamente a ambas etnias cuando narra la rebelión de 1740, en la cual engloba a yaquis y mayos. La imagen que Acosta deja es la misma que varios de sus antecesores y muchos de los autores siguientes: los indígenas de Sonora son rebeldes, propensos a las sublevaciones, por lo cual deben ser manejados con mano fuerte, aunque ésta se cubra con el suave barniz de una conquista espiritual.

Otro artículo poco conocido en la historiografía sonorense es el de María Elena Galaviz (1966); la autora se centra en la descripción de los levantamientos, que después estudiaría ampliamente José Luis Mirafuentes. En términos historiográficos, lo destacable es la utilización, por primera vez en una historia acerca de los indígenas sonorenses, de fuentes documentales del Archivo General de Indias, así como de bibliografía poco citada en los trabajos que abordaron la temática en años anteriores. Por estos elementos, se considera que el artículo de Galaviz constituye un parteaguas en la historiografía de las sociedades indígenas de Sonora, ya que es la primera obra del siglo XX, localizada hasta el momento, que emplea más fuentes primarias que secundarias, incluso las del Archivo General de Indias.8

 

Reinterpretando al indígena

En la década de 1980, por iniciativa del gobierno sonorense, se escribió y publicó la Historia general de Sonora,9 obra colectiva en la cual se realizó por primera vez una síntesis de la historia del estado, desde el periodo prehispánico hasta la época contemporánea. La historia de los grupos indígenas tuvo cabida en varios de sus tomos, por consiguiente apareció fragmentada, y atendió a la visión particular de cada autor. Aun así, es posible detectar ejes comunes como el sesgo hacia los grupos cahítas, la predominancia de los aspectos militares (rebeliones) y la caracterización dual del indígena, retomada por Eduardo W. Villa y Francisco R. Almada.

Antes y después de la publicación de la Historia general de Sonora se llevaron a cabo investigaciones, cuyo fruto fueron visiones novedosas acerca del papel desempeñado por los grupos indígenas en la historia de Sonora. Gracias a los trabajos de Edward Spicer, Cynthia Radding, Evelyn Hu-DeHart, Raquel Padilla y Héctor Cuauhtémoc Hernández se tuvo mayor conocimiento de la historia de dichas etnias. También contribuyeron los de Alejandro Figueroa, Alejandro Aguilar Zeleny y José Luis Moctezuma, entre otros, realizados desde la antropología. Pese a los aportes significativos de estos investigadores, es notorio que en ellas la balanza se inclinó hacia los grupos cahítas, es decir, yaquis y mayos (Donjuan et al. 2010, 19).

Hacer una descripción o análisis de todas las obras publicadas requeriría un artículo aparte, así que sólo se mencionarán sus principales aportaciones. En el caso de los yaquis son los estudios con respecto a la deportación a Yucatán y en el plano de lo militar, el sesgo que Hernández Silva y Hu-DeHart le dieron al ubicar a la autonomía como factor desencadenante en los levantamientos yaquis. En cuanto a los ópatas, Cynthia Radding, desde la perspectiva de la etnogénesis, aportó conocimientos acerca de la identidad ópata, su estructura familiar y comunal, así como los cambios que sufrió la propiedad de sus tierras. En la figura 4 se enumeran algunos de los trabajos que se agrupan en esta perspectiva.

A comienzos del siglo XXI, el estudio de los grupos indígenas de Sonora mostró una variación al abrirse nuevos enfoques y retomarse algunos que habían comenzado en años anteriores. De esta forma, temáticas como la cultura, la representación política, diversos aspectos religiosos, la negociación entre indígenas-notables e indígenas-gobierno, así como las pugnas dentro de las etnias ampliaron y profundizaron considerablemente el conocimiento respecto a los grupos indígenas, aunque de nueva cuenta los estudios siguieron favoreciendo a yaquis, mayos y, en menor medida, a los ópatas. En la figura 5 se presentan algunos de los autores y trabajos que se agrupan en esta vertiente.

Las investigaciones de los últimos años se han centrado en perspectivas culturales, sociales y políticas; dentro del último enfoque se registra el análisis de temas nuevos como la representación política, la respuesta de las comunidades indígenas al proyecto liberal y el análisis, desde un punto de vista innovador, de las rebeliones protagonizadas por ópatas, mayos y yaquis. Estas nuevas formas de historiar a las etnias sonorenses les ha otorgado un reconocimiento que no habían tenido hasta ahora, puesto que antes se les había catalogado como "simples comparsas de los grupos de poder" (Moctezuma 2010, 11).

 

De bárbaros e incivilizados a potenciales ciudadanos

La nueva historiografía política de las etnias sonorenses ha traído a debate cuestiones no tratadas: ¿han participado éstas en la construcción del Estado-nación?, ¿cuál ha sido su participación?, si no ¿a qué se debió?, ¿se puede considerar a los grupos indígenas decimonónicos, como lo planteaban sus contemporáneos, un obstáculo para implementar y consolidar el proyecto liberal, cuyo fin último era la formación de los Estados nacionales? Las respuestas a estos cuestionamientos apenas han comenzado a esbozarse; el resultado ha sido una caracterización del indígena, que ha pasado de ser rebelde sin causa a ciudadano recalcitrante.

Las investigaciones de Hernández Silva, Medina Bustos, Padilla Ramos y Trejo Contreras respecto a la autonomía, la representación política, la participación militar, así como la respuesta de los indígenas al proyecto liberal muestran que los grupos étnicos sonorenses no tenían una postura unificada frente a los cambios que significó transitar de colonia a nación. Para yaquis, mayos, ópatas, seris y pimas, la forma de responder a las medidas liberales estaba directamente relacionada con el grado de afectación que sufrían sus bienes, tanto simbólicos como materiales. En este ámbito, los trabajos de Padilla Ramos han comenzado a abrir, en el caso de los yaquis, vertientes de investigación en las cuales predominan los factores socioculturales sobre los políticos y militares. Por otra parte, Ana Luz Ramírez, Raquel Padilla y Alfonso Torúa han aportado conocimiento en relación con la participación de yaquis y mayos en el movimiento revolucionario de 1910, y aunque los trabajos de estos autores vuelven al estudio del ámbito militar, lo hacen desde una perspectiva novedosa en la cual destaca el hecho de mostrar a mayos y yaquis como sociedades heterogéneas, con poder de decisión.

El papel de la Iglesia con respecto a los grupos indígenas es otra de las vertientes que ha comenzado a estudiarse en años recientes. En este campo, Dora Elvia Enríquez (2003); Enríquez y Ramírez (2009); Padilla Ramos (2007) y Esperanza Donjuan et al. (2010), entre otros, han presentado ponencias y publicado artículos sobre esta temática, que iluminan una parte de la historia de los pueblos indígenas, que permaneció en penumbra hasta hace poco, pues desde los estudios panorámicos acerca de las misiones jesuitas y, en fecha reciente, las franciscanas, prácticamente no se había escrito nada de la relación de la Iglesia con las sociedades indígenas de Sonora.

En el caso de los ópatas, las investigaciones de los últimos cinco años han contribuido a ampliar y profundizar el conocimiento con respecto al devenir histórico de su sociedad. En este ámbito, las aportaciones de Jesús Dénica Velarde y María del Valle Borrero han ayudado a esclarecer cómo funcionó la estructura militar de los presidios ópatas en el siglo XVIII; en tanto los trabajos de José Marcos Medina han hecho aportes en el terreno de la representación política. Por su parte, Zulema Trejo ha estudiado las alianzas entre ópatas y notables durante las luchas faccionales de la segunda mitad del siglo XIX. Las contribuciones de estos autores han puesto en primer plano a la sociedad ópata, de tal manera que en el último quinquenio las investigaciones respecto a ésta han corrido paralelas a las realizadas con respecto a los yaquis, así se ha conseguido que la balanza historiográfica comience a equilibrarse.

 

Conclusiones

La historia de los grupos indígenas se encuentra dispersa en una gran multitud de textos, entre los cuales resulta difícil discernir qué pertenece a la antropología, a la sociología o a la historia; este problema recorre todo lo escrito en el siglo XX y lo que va del XXI, puesto que en muchos casos, como el de los mayos, los escritos de carácter antropológico han proporcionado mayor información de esta etnia que los hechos desde la perspectiva histórica. Todas las obras analizadas aquí comparten algunos rasgos; muestran una caracterización dual de los indígenas: son halagados como excelentes trabajadores, leales aliados de la sociedad no indígena en el combate a enemigos comunes como los apaches y, de forma paralela, también se les consideraba rebeldes, poco proclives a obedecer al gobierno, viciosos, reacios al mestizaje o la asimilación. Obviamente esto está más presente en unos grupos que otros, por ejemplo, de los ópatas rara vez se destacan sus sublevaciones, en tanto que de los yaquis y mayos los halagos van a la par con los reproches. Centran su atención en uno u otro dependiendo del contexto en el cual surge la obra, por ejemplo en los libros de viajeros cuyo propósito principal es buscar lugares propicios para la inversión, las etnias desaparecen o sólo aparecen las que están más "civilizadas" o "asimiladas" a la sociedad blanco-mestiza. En las obras hay una clara tendencia al estudio de los temas políticos.

Por otra parte, la atención dedicada a las etnias es bastante dispareja; con mucho, sobresalen los trabajos sobre los yaquis. La relevancia dada al estudio de éstos data de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando los militares y médicos militares, que participaron en la guerra del yaqui, escribieron sus testimonios al respecto; esta tendencia se reafirmó con el libro de Edward Spicer Los yaquis: historia de una cultura, que vino a sellar, por decirlo de alguna forma, la importancia de estudiarlos.

A pesar de tantos estudios dedicados a los yaquis, es poco lo que se sabe de ellos, pues la mayor parte de los textos se habían limitado a repetir lo dicho por Francisco Troncoso, Fortunato Hernández y el propio Spicer. Se conoce más o menos bien la campaña del yaqui (a partir de la rebelión de Cajeme en 1875 hasta la participación yaqui en la revolución), pero se sabe poco de su primer levantamiento, en el siglo XVIII, así como de las sublevaciones anteriores a esta fecha. Se ignora cómo funcionaba su llamado gobierno tradicional, no se conoce cuál fue el papel de sus alcaldes mayores y capitanes generales, y se desconocen los enfrentamientos faccionales dentro de la etnia (salvo los producidos a partir de la década de 1930), aunque hay indicios de que sucedían con frecuencia desde el siglo XIX.

Respecto a los ópatas se sabe aún menos, puesto que la atención en éstos se ha centrado sólo en su alianza con la sociedad blanca para combatir a los apaches y otros indios rebeldes, como los pimas altos y los yaquis. Asimismo, gracias a Cynthia Radding, José Marcos Medina, Dora Elvia Enríquez y Zulema Trejo se ha comenzado a abrir el panorama respecto a esta etnia, y al extender el conocimiento que se tiene acerca de ella hacia su participación pacífica en el escenario político sonorense, sus alianzas interétnicas y con los notables sonorenses.

De los mayos se sabe poco, porque no se les ha estudiado mucho desde la perspectiva histórica, fuera de su participación en el movimiento de Teresa Urrea y la revolución, por lo general se les ubica como aliados de los yaquis y se da por descontado que apoyaron sus rebeliones, al menos hasta antes de la década de 1880. Sólo en los últimos años se ha comenzado a estudiar a los mayos separados de los yaquis, sin embargo esta veta de investigación apenas está iniciando.

Las luces que iluminan la historiografía de los grupos indígenas de Sonora están mal distribuidas: alumbran mucho algunos sitios, dejan otros completamente a oscuras y algunos más permanecen en la penumbra. Es necesaria una redistribución de focos, por llamarlo de alguna forma, y para ello se debe romper con los esquemas heredados del siglo XIX y principios del XX, proceso de ruptura que por fortuna ya empezó.

 

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Notas

1 Aunque existen varios motivos por los cuales la historiografía de los grupos indígenas se inclina más hacia los cahítas, desde mi punto de vista lo más importante de ellos es su resistencia y persistencia. Desde el ángulo académico, hay otros que también han ocupado en algún momento el centro de los estudios históricos, por ejemplo, los ópatas y pimas, sin embargo los trabajos respecto a éstos se restringen a la época del dominio español; en cambio, yaquis y mayos han sido objeto de estudio en todos los periodos de su devenir histórico, desde la época virreinal hasta el siglo XXI.

2 En el siglo XIX, las memorias estadísticas consistían en descripciones de determinado territorio, comúnmente del estado natal del autor, que contenían información tan variada como la cantidad de habitantes, la descripción de las principales poblaciones de la entidad o territorio, del gobierno, los problemas políticos más importantes que existían y los grupos indígenas, entre otros.

3 El texto de Claverán no está fechado, pero al tomar en cuenta la información que proporciona y a quién está dirigida es posible plantear, a manera de hipótesis, que se escribió entre 1863 y 1864, aunque las posibilidades se inclinan más a 1864.

4 Esta memoria le fue enviada al mariscal Aquiles Bazaine, para proporcionarle información que le fuera de utilidad para la adhesión de Sonora al Segundo Imperio.

5 Los ópatas son una tribu de indios que viven al pie de las montañas en esta parte de Sonora; en lo general tienen disposición a la paz y la práctica de la agricultura. Algunos de ellos tienen bellas y pequeñas granjas y buen ganado (traducción propia).

6 El trabajo de Mowry tiene una estructura muy similar a las memorias analizadas en el apartado anterior, aunque la forma en que está redactado difiere a la de la narración que se encuentra en aquéllas. El tono de Mowry es imparcial, presenta una serie de datos objetivos que se articulan en torno a un eje común: describir científicamente el territorio sonorense.

7 En las décadas de 1940 y 1950 se publicaron varios trabajos desde la perspectiva sociológica o antropológica cuyo objetivo de estudios fueron los yaquis y su historia de resistencia.

8 La fecha del artículo lo ubica en el contexto de la historia ya como disciplina establecida, impartida como licenciatura y posgrado en instituciones de educación superior mexicanas, por lo cual cuenta ya con las características de un artículo cien por ciento académico.

9 La obra se dividió en seis tomos, publicados entre 1985 y 1997.

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