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Región y sociedad

versión On-line ISSN 2448-4849versión impresa ISSN 1870-3925

Región y sociedad vol.19 no.40 Hermosillo sep./dic. 2007

 

Artículos

 

Limitaciones para la acción colectiva: el ejido Cruz Gálvez de la Costa de Hermosillo, Sonora (1964–2000)

 

Gloria Ma. Cañez de la Fuente* y María Tarrío García**

 

* Investigadora del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C. Teléfono: 01 (662) 289 24 00. Correo electrónico: gloria@ciad.mx

** Profesora–investigadora del posgrado en Desarrollo Rural, Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco. Teléfono 01(55) 724 50 70. Correo electrónico: mtarrio@cablevision.net.mx

 

Recibido en septiembre de 2006
Revisado en enero de 2007

 

Resumen

Este artículo aborda un estudio de caso acerca de un grupo de campesinos ganaderos de Sonora en el norte de México. Se analiza desde una perspectiva antropológica e histórica la influencia de la introducción de la modernización ganadera como uno de los factores que ha limitado el desarrollo de las acciones colectivas dirigidas al mejoramiento de las condiciones de vida, y ha propiciado la división social y productiva del grupo estudiado.

Palabras clave: sujeto social, acción colectiva, identidad, ganadería campesina.

 

Abstract

This article looks at a case study of a group of rural cattle raisers in the northern Mexican state of Sonora. An anthropological and historical perspective is used to analyze the influence of the introduction of livestock modernization as one of the factors that have constrained the collective actions directed towards the improvement of living conditions, and has led to social and productive divisiveness within the observed group.

Key words: social subject, collective action, identity, rural cattle raising.

 

Introducción

La ganadería como actividad productiva existe en la Costa de Hermosillo desde el siglo XIX (Thomson 1989, 30–32), y hoy todavía es muy importante para la economía de dicha zona. En un primer acercamiento, tuvo información de que había ganadería bovina extensiva tanto en ranchos privados como en ejidos, y también intensiva o estabulada, en algunos campos agrícolas; 1 sin embargo, no hay estudios sobre ganadería en la Costa, ni de los grupos sociales que se dedican a ella, su historia y problemática.

El presente artículo constituye un avance para estudiar al campesinado dedicado a la pequeña ganadería, en condiciones históricas y ambientales distintas a las de la sierra sonorense, durante la segunda década del siglo XX. A partir de un estudio de caso, y mediante entrevistas a profundidad, se adentró en la problemática social, productiva y organizativa del ejido Cruz Gálvez, de la Costa de Hermosillo, y se tomó como unidad de análisis a algunos campesinos de los sectores que lo componen.

 

El problema de investigación

La inserción de los campesinos de la sierra sonorense en el proceso de internacionalización de la ganadería ocurre entre 1950 y 1970. De acuerdo con Pérez López (1993, 13 y 21), la pequeña producción campesina quedó inserta en la base de una estructura piramidal de ganaderos involucrados en la cría, pre–engorda y comercialización del ganado en el mercado regional e internacional. Y señala que el proceso de ganaderización en la sierra de Sonora trajo consigo la refuncionalización de las unidades campesinas de producción hacia la crianza de becerros, destinados al mercado estadounidense.2

A diferencia de la región serrana, la integración de los campesinos del ejido Cruz Gálvez en el proceso de especialización de la producción de becerros ocurrió muchos años después, y la pregunta es: ¿cómo se dio este proceso en los pequeños ganaderos de la Costa de Hermosillo, después de diez o veinte años de haberse iniciado en la sierra?; con un tipo de ganado europeo que necesitaba mucho alimento en un espacio con poca agua, clima extremoso y tierras de agostadero sobreexplotadas; sin contar con la posibilidad de riego para la siembra de forrajes, que permitieran la expansión de la actividad.

Esta situación demandaba una gran capacidad productiva y organizativa de los campesinos, para enfrentar las condiciones difíciles en las que se encontraban; sin embargo, hubo varios elementos que incidieron desfavorablemente en la vida social del ejido Cruz Gálvez.

Uno de los aspectos fundamentales para el mejoramiento de las condiciones de vida de una comunidad es la participación organizada de sus miembros en la búsqueda de alternativas, de ahí la importancia de la relación sujeto y desarrollo (Zemelman 1997, 63), como uno de los ejes esenciales para el análisis de los cambios sociales en la región.3 Asimismo, el conocimiento de las experiencias actuales sobre la constitución de sujetos sociales es, sin duda, de relevancia para la comprensión de estos procesos; sin embargo, en este caso particular se pretende conocer el otro lado de la moneda, es decir, los obstáculos o limitantes que enfrenta un grupo social o una comunidad determinada para constituirse en un sujeto social.

Como Zemelman propone, los sujetos sociales no surgen espontáneamente, se construyen a partir de los procesos sociales. Para comprender su naturaleza, es necesario conocer las formas diversas en que surgen y se desenvuelven, pero la realidad social es muy compleja. Debido a su reelaboración y dinámica constantes y las condicionantes de su estructura, pueden constituir limitaciones u obstáculos para que el actor, como hombre histórico social, logre una conciencia y subjetividad que lo lleven a visualizar alternativas a futuro, como sujeto productor de realidades nuevas; es decir, capaz de buscar otras posibilidades a partir de lo que se tiene.

En este caso, el problema de investigación exigió conocer a los distintos actores y procesos socioeconómicos, que incidieron directa o indirectamente en esta comunidad ejidal, desde su establecimiento, en 1964, hasta el año 2000, con especial interés en los problemas sociales, económicos y productivos principales; así como los conflictos que condujeron a la fragmentación de la vida social y productiva de los ejidatarios y a la construcción de identidades nuevas.

Este trabajo parte de las consideraciones siguientes:

• La especialización tardía como productores de becerros. Su aparición, en un momento histórico distinto y en condiciones regionales diferentes al proceso de ganaderización en la sierra, significó una gran desventaja para estos pequeños ganaderos, quienes tuvieron que transformar sus actividades productivas, organizativas y familiares; así como el manejo de sus recursos para mantener su condición como campesinos ganaderos.4 Cuando estos ejidatarios se insertaron en el proceso, no contaban con capital y se enfrentaron a un mercado de ganado que demandaba un producto especializado, en cuanto a su calidad genética y sanitaria. Además, al dedicarse a criar becerros quedaron inmersos en la etapa de mayor riesgo y costo dentro de la producción de carne (Pérez López 1993).

• Con esta especialización, los ejidatarios aseguraron su reproducción social y económica, pero perdieron la autonomía en el manejo de sus recursos y la capacidad de producir alimentos propios; además de no tener acceso a las etapas de pre–engorda y engorda de ganado, básicamente por carecer de capital (Pérez y Cañez 1999, 42 y 43).

• La presencia de una situación de crisis ecológica y económica en los distritos de riego, al inicio del reparto de tierras ejidales en la Costa de Hermosillo. Los ejidos recibieron dotaciones en la tierra que había sido abandonada por los propietarios, debido a problemas de salinización, descenso de los niveles de agua o por carteras vencidas impagables. Así como de tierra expropiada por el Estado, debido a la siembra de cultivos ilegales. Y finalmente, la que rodeaba al distrito de riego y había permanecido siempre como superficie desértica, arenosa y como dicen los ejidatarios, difícil de considerar como agostadero (Pérez y Cañez 1999, 42 y 43).

• El desarrollo de la ganadería para estos campesinos presentaba limitaciones o cuellos de botella, tales como su dependencia de una sola actividad y mercado, el internacional; la ocupación de fuerza de trabajo era muy limitada y la expansión requería tierras con agua, para sembrar forrajes. Las exigencias de esta ganadería y las presiones para mantenerse en el mercado de ganado comprometieron sus recursos y elevaron sus costos de producción. Estas condiciones propiciaron el surgimiento de conflictos entre los integrantes del ejido —en torno a los recursos naturales, tierra y agua— que fueron debilitando su capacidad organizativa y transformaron su vida social.

La finalidad de este artículo es presentar algunos aspectos de la vida cotidiana de los campesinos del ejido Cruz Gálvez, que permitan tener una visión más amplia de cómo fue cambiando su forma de vivir y trabajar, particularmente cómo fueron adaptando su producción ganadera y qué hicieron para subsistir.

Consideramos que el conocimiento y análisis de las acciones colectivas que expresan, tanto en el plano grupal como individual, las respuestas a lo inmediato constituyen una parte sustancial del conocimiento de la conciencia histórica de lo cotidiano (Zemelman 19 9 7, 81). Y que la realidad es una construcción social e histórica. En este proceso existen planos que permiten conocer las formas de construcción de subjetividad colectiva o individual de los hombres en su vida cotidiana, y donde la relación micro y macro social se manifiesta en los cambios en su modo de vivir, producir, pensar y actuar (Cañez 2001, 58).5 La esencia social del individuo y su capacidad reactiva están conformadas por condiciones estructurales (Zemelman 1997, 18), por ello es necesario identificar, conocer los dinamismos o condicionantes estructuradores de la realidad, incluidas las prácticas sociales, los actores y los procesos que influyen y modifican su realidad social presente y pasada (Cañez 2001, 58).

El acercamiento al plano individual permite conocer cómo un grupo o comunidad ha interiorizado estos procesos sociales, y de la manera en que los sujetos los fueron construyendo cotidianamente.

 

El ejido Cruz Gálvez

La región de la Costa de Hermosillo

El ejido Cruz Gálvez se localiza en la llanura desértica de la Costa de Hermosillo. Esta franja limita al norte con el estado de Arizona, en Estados Unidos, y al sur con el estado de Sinaloa, en México. Al poniente colinda con el mar de Cortés y al oriente con la región del somontano (Camou 1994, 62).

En la zona costera, la precipitación es de apenas unos 50 mm3 al año y el clima es extremoso, con temperaturas cercanas a los 0 C° en enero y febrero, y superiores a los 45 C° en julio y agosto.6 Existen cerros y llanos, cuya flora típica se compone de sahuaros (Carnegiea gigantea), ocotillo (Fouquieria splendens Engelm), cardón–sahueso (Pachycereus pringlei), pitahaya (S. thurberi), vinorama (Acacia constricta Benth) y choya (O. versicolor). Además de otras especies, como: palo verde (C. microphyllum), palo fierro (Olneya tesota Gray) y mezquite (Prosopis glandulosa Torr.) (Aguirre 1998, 677). Estos dos últimos casi desaparecidos por la tala inmoderada para elaborar carbón y artesanías. También hay zacate liebrero (Bouteloua barbata) y rama blanca (Encelia farinosa), una especie considerada como invasora de pastizales sobrepastoreados.

El paisaje de la Costa de Hermosillo se transformó durante las últimas cinco décadas, como consecuencia del tipo de agricultura impulsado por la política de modernización de 1940 a 1970, que fomentó la Revolución Verde. Un proyecto basado en tecnologías nuevas, la inversión de grandes capitales y créditos que convirtieron a la zona en un centro triguero y algodonero importante (Hewitt 1978, 120). Esta iniciativa de modernización agrícola quedó controlada por una elite terrateniente, que no adoptó la tecnología nueva de este proyecto, y le dio preferencia al cultivo extensivo con base en la apertura de pozos y al aumento gradual en el bombeo de agua.7

Este tipo de explotación agrícola condujo a una problemática económica y ecológica compleja, y a los cambios en la estructura de posesión de la tierra, durante las dos últimas décadas. Por un lado, los problemas financieros ocasionaron la venta, abandono o embargo de campos agrícolas; el narcotráfico, fuente fácil y rápida de acumulación de capital, propició la renta o compra de tierras para la siembra ilegal y, por el otro, los efectos de la explotación irracional y desequilibrada de los recursos naturales propiciaron el agotamiento de los mantos subterráneos de agua (Moreno 1994, 239),8 así como la salinización de pozos y tierras.9

Cuando los ejidatarios nuevos se mudaron al ejido Cruz Gálvez, se encontraron con una tierra de mala calidad, un agostadero sobrepastoreado y falta de agua. Estas familias ya no contaron con la seguridad de las aguas del río Moctezuma, ahora dependían de las "venidas" o "corridas de agua" del arroyo La Poza, que se nutría del agua de lluvia y del escurrimiento de los cerros cercanos.

 

Antecedentes

El ejido Cruz Gálvez se formó en 1964, cuando a un grupo de 165 campesinos solicitantes de tierras, se le dotó con una superficie total de 12 mil hectáreas (2 mil de agricultura y 10 mil de agostadero).10 Estas tierras eran parte del predio La Poza, que pertenecía al rancho ganadero de Carlos Maldonado. La mayor parte de los ejidatarios eran originarios de Suaqui y Tepupa, dos pueblos de la sierra que desaparecieron en el embalse de la presa Plutarco Elías Calles (El Novillo), en 1964. Otros de sus integrantes eran de Nácori Chico, Divisaderos, Sahuaripa y del pueblo de Villa de Seris.11

En Suaqui, Tepupa y Nácori Chico los inmigrantes eran campesinos dedicados a la siembra y ganadería, actividades que alternaban con el trabajo asalariado como jornaleros y vaqueros en ranchos vecinos; además de la búsqueda libre de minerales ("gambuceo"), la renta de pequeñas parcelas para siembra cuando carecían de tierra propia y la elaboración de bacanora (bebida elaborada con el destilado de un agave silvestre). Mientras que los campesinos de Villa de Seris sembraban en las vegas del río Sonora y tenían ganado en ranchos pequeños.12

Estos campesinos eran poquiteros (Camou 1998, 18 y 144), es decir, poseedores de menos de treinta vientres de ganado bovino o con producción de traspatio sólo de ordeña.

El ejido estuvo habitado de 1964 a 1978, pero la falta de servicios como luz, agua y escuela para los hijos, y la necesidad de las familias de tener otras fuentes de ingreso los obligaron a emigrar a Hermosillo, situada a 33 kilómetros.

Actualmente, el ejido Cruz Gálvez cuenta con 13 7 integrantes (con derecho ejidal), y su actividad principal es la engorda de becerros para exportación. Sólo unos cuantos producen leche y queso para su venta en Hermosillo. La mayoría de los ejidatarios y sus familias viven en la ciudad y obtienen su sustento de empleos asalariados en dependencias gubernamentales, maquilas, comercios pequeños, trabajo doméstico, herrería, venta de alimentos y de las remesas que sus hijos e hijas les envían desde el otro lado. Algunos cuentan con pensiones del Instituto Mexicano del Seguro Social.

 

La lucha por la vida diaria en el ejido Cruz Gálvez

Cuando los beneficiarios nuevos llegaron al ejido, provenientes de Suaqui y Tepupa, buscaron rehacer su vida y la familia continuó siendo la clave para la organización y trasmisión de sus prácticas sociales y productivas. Los primeros pobladores tuvieron que vivir bajo la sombra de los árboles en un clima extremoso, en un terreno semidesértico y con agua insuficiente para sus necesidades domésticas. La urgencia de obtener ingresos para comprar alimentos y materiales para la construcción de viviendas, propició que entre las familias se establecieran formas de solidaridad o ayuda mutua para enfrentar diversos problemas; si alguien se enfermaba, entre todos cargaban el único auto que había hasta un sitio donde no se atascara, para salir en busca de atención médica. Para que los niños y niñas estudiaran la primaria, entre todos construyeron una escuela.13

Lo mismo sucedía para realizar actividades productivas nuevas. Durante los primeros cinco años (1964–1969), las familias se dedicaron a la siembra de maíz, ejote yurimuri, tépari,14 calabaza, sandía, caña y trigo, para el autoconsumo. Cuando se obtenía algún excedente, se vendía fuera del ejido. Estos cultivos eran de temporal y se regaban aprovechando las "venidas" del arroyo La Poza. En época de aguas, se hacían tajos, bordos y canales, para conducir el agua a las tierras sembradas. También trabajaron la leña y el carbón, productos que se vendían en ranchos y campos de la Costa, en ladrilleras o en Hermosillo.

Sólo unos cuantos campesinos trajeron consigo el ganado de tipo corriente o criollo que poseían, y continuaron con la ordeña y la elaboración de quesos. Cuando se presentaban problemas, se vendía algún becerro pero esto no era frecuente, pues tenían pocas vacas y no se criaban muchos becerros. Si consumían carne la compraban, pues preferían mantener la ordeña y no disminuir el tamaño de sus hatos. Cuando se celebraba algo se mataba una res, se preparaba carne asada y se compartía entre las familias. Algunos ejidatarios le vendían leche a un comprador de Hermosillo, y cuando éste no llegaba se hacía queso para consumo propio y se vendía en el ejido.

El ganado era considerado como una forma de ahorro, un patrimonio con el que se contaba para solucionar alguna necesidad o problema. Se acostumbraba conservar las reses heredadas de los padres, se les asignaban nombres y se consideraban parte de la familia.

La ganadería bovina se convirtió en la opción más viable, y la agricultura se abandonó por la falta de agua, debido a que las sequías fueron cada vez más frecuentes, y por la construcción de compuertas para desviar el agua del arroyo a ranchos y campos vecinos. El agua que obtenían de uno de los dos pozos del lugar era insuficiente, apenas les alcanzaba para los animales y las necesidades domésticas más apremiantes.15

Las características del ganado y del tipo de manejo facilitaron que las familias adquirieran unas cuantas reses. Se acostumbraban acuerdos basados en la reciprocidad como el préstamo de ganado; donde quien recibía las reses se comprometía a cuidarlas, y obtenía a cambio la leche y queso que produjeran o un becerro; la venta de panzas, en la que se acordaba vender el becerro siguiente que naciera. Este último se pagaba con dinero o se reponía con otro animal igual.

El ganado andaba suelto, no había divisiones ni cercos periféricos que delimitaran las tierras, cada ejidatario conocía bien sus animales. Más tarde, se empezó a usar la "marca de fierro" o la "marca de sangre", porque era un requisito para vender las reses o su piel a los compradores locales.16

Para alimentar al ganado, se acostumbraba soltarlo en el monte para que pastara y ramoneara17 libremente. Como era del tipo criollo, aguantaba las altas temperaturas del verano y podía caminar distancias largas en busca de alimento. Cuando se vendía una res, se hacia a bulto, el comprador a simple vista calculaba el peso del animal y ofrecía una cantidad como pago. Pero su venta se fue dificultando, pues los compradores empezaron a demandar ganado de mejor calidad, adecuado para la producción de carne. No se usaban vacunas, ni garrapaticidas.

 

Cambios en el proceso productivo y división interna

En la década de 1970, el proceso de ganaderización en la entidad alcanzó un gran impulso, debido al incremento de la demanda y de los precios internacionales en el mercado de la carne; pero principalmente por la repercusión del crecimiento de la industria de engorda estadounidense, que complementaba su producción con el ganado de Sonora (Peña y Chávez 1988,480).18

Este proceso se manifestó tanto en la especialización de algunas unidades de producción campesina en la crianza de becerros en la sierra, como en la sustitución de la siembra de granos básicos por forrajes (Pérez López 1993, 11 y 13).19

El abandono de la política de autosuficiencia alimentaria fue expresión de una nueva división internacional del trabajo, en la que Estados Unidos se consolidó como productor de alimentos. Alentó la canalización de créditos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo en América Latina, para impulsar la actividad ganadera en este país como en otros de Centroamérica.20 México absorbió 60 por ciento de los créditos de programas ganaderos de estos dos bancos (Peña y Chávez 1988, 482). En Sonora, en 1970, Banrural otorgaba apoyos a pequeños productores de la sierra para la compra de vientres y sementales, para mejorar la calidad genética del ganado. Además de préstamos de avío (para maquinaria, canales de riego, bombas de extracción de agua, desmonte y siembra de pastizales o forrajes), para fomentar la especialización en la producción de becerros en los ejidos.

Los integrantes del ejido Cruz Gálvez supieron de estos apoyos y solicitaron un crédito a Banrural para el desmonte de 470 hectáreas, que quedaron ociosas pues no contaron con más ayuda para sembrar pasto o forraje. Ese mismo año, algunos ejidatarios formaron una sociedad y solicitaron otro crédito para el desmonte y cultivo de 95 hectáreas de tierra agrícola.21 Ésta resultó de mala calidad y no se lograron las cosechas. Una de las condiciones impuestas por el banco para otorgarles los créditos fue dividir sus tierras, para separar las hectáreas que se trabajarían.

Ese mismo año, el banco les ofreció otro crédito para la compra de ganado y siembra de praderas. Para obtenerlo, se les pidió constituir agrupaciones en sociedad (sociedades de crédito), dividir sus tierras de agostadero y sacar el ganado criollo para no mezclarlo con el de raza charolais, que les entregaría el banco. Sólo una parte de los ejidatarios lo aceptó.

El crédito y los patrones organizativos y productivos —impuestos por el Estado— fueron establecidos de acuerdo con las exigencias del mercado de carne regional e internacional,22 y trajeron consigo una serie de cambios que también se reflejarían en la vida social del ejido.

A partir del establecimiento de la forma nueva de organización del trabajo, en agrupaciones o sociedades de crédito y la división de los potreros en 1970, empezó la desaparición gradual de las relaciones de solidaridad y reciprocidad surgidas entre las familias del ejido, así como su organización para sembrar y cosechar, además de recolectar leña y fabricar carbón. Lo mismo ocurrió con las formas en las que se compartían o intercambiaban los productos obtenidos de la ganadería incipiente, como carne seca, leche y queso, como se hizo en los primeros cinco años de vida del ejido (1964–1969).

Según el patrón organizativo nuevo, los ejidatarios que aceptaron el crédito comenzaron a excluir a quienes no formaban parte del grupo en sociedad. Paulatinamente este requisito empezó a imponerse, no sólo como criterio productivo o condición para el acceso a los recursos como las mejores tierras y los pozos, sino también como una pauta de diferenciación e identificación social.

Con el crédito, se establecieron las condiciones para un proceso de extracción de excedente controlado por el banco, en el que su producción quedó subordinada a las necesidades del mercado de carne. Su inserción en este programa de modernización significó el comienzo de una forma distinta de manejar el ganado y sus recursos naturales, mediante cuatro cambios tecnológicos importantes: a) la introducción de razas especializadas en producción de carne, como la charolais que necesitan mucho pasto y agua; b) la división de las tierras de agostadero, para el manejo de potreros y siembra de pastizales; c) la construcción de infraestructura nueva (trampa, baño y corrales) y d) el manejo colectivo del ganado.

También estaban los ejidatarios que rechazaron incursionar en el programa ganadero, y mantuvieron sus unidades de explotación familiar. Éstos se establecieron en otra parte del ejido, y continuaron con su ganado criollo por diez años más.

La vida cotidiana fue cambiando, las mujeres dejaron de juntarse a platicar en la pila, cesaron las celebraciones abiertas, como bodas y quince años. Los hombres abandonaron la costumbre de reunirse por las noches para conversar —como se usaba en los pueblos— en el "mentidero"; espacio de convivencia entre hombres adultos donde se discutían los problemas, dirimían diferencias, contaban chistes y mentiras para hacer reír a los presentes o se informaba sobre alguna cuestión importante (Cañez 2001, 192), y se expresaba la añoranza por su vida en los pueblos de origen. Así, se perdió un espacio importante para la toma de acuerdos y decisiones, así como de organización de tareas.

Las condiciones nuevas marcaron límites que trascendieron la división de las tierras y del ganado (criollo y charolais), y que se expresaron en la separación gradual entre la producción y las relaciones o lazos sociales existentes entre las familias. Este complejo de relaciones sociales había cumplido, hasta entonces, la función de asegurar la cohesión interna, así como la redistribución y el acceso a los alimentos y el ingreso económico para los habitantes del ejido.

Estas circunstancias contribuyeron a la fragmentación interna entre los ejidatarios, debido a la existencia de intereses diferentes y a la aparición de conflictos nuevos que, junto con el surgimiento de otras formas de filiación, conducirían a la integración de dos sectores de trabajo: San Pablo y El Caporal.23 Al primer grupo le interesaba mantener la ganadería tradicional; al otro el deseo de tener más ganado y de mejorar su calidad genética que redundaría en más ganancias, y para ello fue necesario aceptar el crédito bancario. En ambos casos, el origen común fue muy importante; así como los lazos de parentesco establecidos mediante compadrazgo y matrimonio. Estos aspectos, además de los intereses señalados, constituyeron criterios de pertenencia grupal de los sectores.

San Pablo se conformó con 62 campesinos poquiteros, poseedores de entre cinco y diez vacas de raza criolla, quienes en su mayoría eran de Suaqui, también venían de Nácori Chico y Villa de Seris. En El Caporal, se integraron los 103 campesinos restantes, cuyo origen era principalmente Tepupa, además de algunas personas de Divisaderos y sólo una o dos de Suaqui. Esta división redujo en dos partes las tierras de agostadero, lo que hizo más difícil alimentar al ganado.24

Otro problema que trajo la introducción de reses de raza charolais en El Caporal, fue la necesidad de asegurar el abastecimiento de agua para este tipo de ganado especializado. Surgió un conflicto nuevo por el control de los dos pozos, finalmente éstos se rifaron entre los del banco y los ganaderos, esta forma de distinguirse ya denotaba el comienzo de una diferenciación en dos bandos. Aunque el pozo El Chupadero quedó asignado al sector San Pablo, nunca pudo acceder a él.

Algunos ejidatarios estaban inconformes con el sorteo, los conflictos aumentaron pues no se permitía que el ganado criollo fuera a los abrevaderos, porque dejaron de pagar las cuotas para costear el funcionamiento del pozo.

Las condiciones de vida de las familias del sector San Pablo volvieron a ser difíciles, pues tuvieron que tirar sus casas y reconstruirlas. Se organizaron para ir a Hermosillo por agua y alimento, para satisfacer las necesidades básicas, tanto para consumo doméstico como para sus animales. Por un tiempo lograron que el Ejército les llevara agua en una pipa.

La formación de grupos de producción en el ejido Cruz Gálvez inició desde principios de 1970, y fue promovida por la política de colectivización impulsada por el Gobierno de Luis Echeverría Álvarez para los productores del campo (1970–1976). En el caso de la Costa de Hermosillo, este proceso se instrumentó a través de Banrural y la Secretaría de la Reforma Agraria. Se trataba de reorganizar a los productores ejidales, con base en la cooperación y colectivización agropecuarias (Moguel 1990, 3–14), para que el Estado controlara la producción, financiamiento y comercialización.

Según este esquema, el control de todo el proceso de producción de becerros del sector El Caporal quedó en manos del banco, que centralizaba todas las decisiones, como el tipo de ganado que se tenía que introducir y se encargaba directamente de su compra, además supervisaba el manejo de potreros y las medidas sanitarias.

A diferencia del ganado criollo, las razas especializadas charolais y hereford, introducidas para la producción de carne (esta última se manejó por poco tiempo porque las reses se enfermaban mucho), no eran adecuadas para un ambiente desértico. Estos animales tenían que permanecer en los corrales en donde contaban con abrevaderos y se les depositaba el alimento ahí mismo. El agostadero y las tierras agrícolas del ejido no eran de buena calidad y no contaban con agua para sembrar pastos. El costo de la alimentación del ganado nuevo perjudicó la precaria economía de las familias, al verse forzadas a comprar alimentos concentrados y enriquecidos para sus hatos, y además porque el número de cabezas era mayor al que se tenía antes del crédito.

Los ejidatarios en sociedad compartían la posesión de un solo hato, y se organizaban para su cuidado. En cuanto a las medidas sanitarias, se realizaban bajo la supervisión directa de un veterinario contratado por la entidad bancaria. Éste revisaba al ganado, lo vacunaba y se aseguraba de que recibiera un baño de garrapaticida, para que estuviera listo para su venta. Los costos de estos insumos estaban a cargo del grupo en sociedad.

La comercialización del ganado era negociada y realizada directamente por dicha entidad. Para la venta, los animales tenían que pesarse en la asociación ganadera.

Bajo este esquema, los ejidatarios no lograron acumular capital para reinvertir en su ganado, mejorar su alimentación y su infraestructura; se veían obligados a vender los becerros entre los ocho y diez meses de edad. Con el crédito esperaban poderlos vender de año y medio, con un peso de más de 150 kilos, lo que les daría una ganancia mayor. Pero lo que obtenían de ingresos se destinaba para costear el mantenimiento de sus hatos y el pago del crédito. Finalmente, desearon volver a controlar su actividad, y suspender la posesión colectiva del ganado y los mecanismos de control productivo y económico impuestos por el banco.

La aridez de la tierra y la imposibilidad de contar con agua para sembrar forrajes, así como con capital para garantizar la compra de alimentos concentrados, llevó a las familias a buscar otras alternativas para alimentar al ganado, como el aprovechamiento de los rezagos de las cosechas de los predios agrícolas y el acarreo de yerba o pasto de los canales de riego de campos cercanos o de terrenos baldíos de la ciudad. Lo mismo sucedió en San Pablo.

En 1986, los integrantes de El Caporal vendieron parte de su ganado y pagaron su deuda, luego volvieron a la explotación familiar de sus hatos. Las poco más de cien cabezas de ganado que les quedaron las distribuyeron a razón de 11 a 12 por socio–ejidatario. Pero la mayoría las vendió en el ejido y sólo unos cuantos obtuvieron cierto beneficio económico, que les permitió invertir en sus viviendas.

Después de dejar el esquema impuesto por el banco en 1986, en el ejido empezó a presentarse una gran movilidad en el ganado, debido a que para alimentarlo se tuvo que rentar potreros en otras localidades en la sierra o en municipios cercanos a Hermosillo. La mayor parte de ellos tuvo que vender su ganado, no más de diez se quedaron con unos dos o tres vientres y uno o dos becerros. Sólo algunos lograron mantener sus hatos de unas 20 cabezas. Y para ayudarse juntaban su ganado con el de otros miembros de su familia. Hubo quienes, para sortear la crisis de su economía doméstica, trasladaron dos o tres vacas a los patios de sus casas en la ciudad, porque no podían pagar la gasolina para llevarles agua y alimento.

El acarreo del ganado a otros sitios se incrementó de 1990 a 1994, y todavía más después de esa fecha, cuando se registró la última lluvia que cayó en tierras del ejido, seis años después la sequía permanecía.

Esta situación hizo imposible saber la cantidad de cabezas que había en el ejido, pues se registraban en los censos de otras localidades. Y ya no se realizaban las corridas o recuento anual de ganado, los ejidatarios reportaban el número de sus vacas al juez de campo.

Más tarde, en 1989 ocurrió otra división interna en El Caporal y San Pablo, en el primero se constituyeron los sectores El Caporal y Las Canoas. En este último quedaron integrados los ejidatarios más jóvenes, cuyo interés era hacer de su práctica ganadera una actividad más rentable, a través de los créditos. El primer sector mantuvo el manejo de la producción familiar, y la mayor parte de sus integrantes eran fundadores decepcionados de su experiencia con el crédito.

En el caso de San Pablo, fue hasta 1980 que se aceptó (diez años después que en El Caporal) un crédito ganadero, por el que les pidieron deshacerse de su ganado criollo. Al cabo de unos años, los mismos problemas de endeudamiento que sufrió El Caporal, mayor necesidad de agua y alimento, condujeron al surgimiento de conflictos nuevos. Las principales disputas fueron por el control de los pozos y represos, el uso de los corrales y abrevaderos;25 además del descontento provocado por la participación desigual en los trabajos acordados y por los roces personales surgidos por atribuirse logros, que daban prestigio ante los ojos de los demás.

Los conflictos en San Pablo culminaron con su división en dos sectores, integrados por familias emparentadas. El sector tres, se formó con 14 personas, entre ellas varios descendientes de uno de los fundadores del ejido, originario de Nácori Chico, además de otros ejidatarios parientes de una familia de Sahuaripa, que fueron integrados en una depuración entre 1989 y 1990. El sector cuatro se constituyó con 15 integrantes de familias originarias de Suaqui, Villa de Seris y de caseríos cercanos pequeños. El agostadero se dividió entre los dos sectores.

Una parte de los ejidatarios de mayor edad comenzó a realizar cruzas de ganado criollo con cebú y charolais, con la finalidad de producir becerros de una calidad aceptable para los compradores, para contar con reses cuyas cualidades les permitieran bajar sus costos y fueran más resistentes para sobrevivir en las condiciones ambientales de la Costa. Esta práctica se generalizó, el manejo del ganado se mantuvo con base en unidades de producción familiar, y se continuó con las medidas sanitarias, el pesado de las reses en la asociación ganadera y la marca del ganado.26 Sólo en Las Canoas se mantuvo el esquema colectivo impuesto por el banco, y se continuaba pagando el crédito.

Este proceso gradual de fraccionamiento del ejido se manifestó en: a) la atomización de la vida social y productiva en cada uno de los sectores, pues la relación de los ejidatarios y sus familias comenzó a reducirse al ámbito familiar o doméstico; b) la canalización del trabajo y los recursos de sus integrantes de manera disociada, sin acciones conjuntas para beneficio del ejido y c) la priorización en la atención de las necesidades individuales y de las unidades de explotación familiar por sobre las de los sectores, aunque los integrantes lograron organizarse para realizar algunas obras, como los pozos, represos y bordos de tierra para aprovechar los escurrimientos de la lluvia. Esto también condujo a la aportación desigual de trabajo en tareas de mantenimiento de cercos, corrales y abrevaderos.

Aunque la división en sectores constituyó un obstáculo para el avance organizativo de los ejidatarios, dentro de estos agrupamientos se instrumentaron estrategias sustentadas en los lazos de parentesco y amistad. Es el caso de las formas de cooperación y ayuda mutua, limitadas a las familias o a dos o tres personas con intereses comunes, para aprovechar al máximo los recursos naturales, económicos y de la capacidad de trabajo de las unidades productivas, como compartir (pagado o gratuito) un potrero rentado fuera del ejido o los costos de una pileta.

Otra de las estrategias son las formas de uso del espacio doméstico–urbano: cuando es necesario, algunas vacas se mantienen en los "corrales" o patios traseros de las casas en la ciudad. También se recolecta pasto y semillas de buffel en baldíos urbanos, así como en los márgenes de las carreteras, para almacenarlos en algún lugar de la casa.

A pesar de que algunos de los hijos e hijas de los ejidatarios se convirtieron en empleados asalariados, todavía el trabajo familiar impago,27 junto con el urbano y emigrante, constituye parte de la estrategia básica para garantizar la reproducción familiar y de la unidad de explotación. Así se observa la colaboración entre abuelos y sus nietos pequeños para alimentar al ganado, o la ayuda de un pariente (no ejidatario) en el cuidado de las vacas.

Varios jóvenes aprendieron oficios como herrería y plomería, algunos tienen talleres en la ciudad, otros fueron a desempeñarlos a Estados Unidos, y envían remesas para comprar pacas o ganado. Mientras que las mujeres se emplearon en maquiladoras, como trabajadoras domésticas o en comercios locales, para ayudar al sustento familiar.

 

Reflexiones finales

El fuerte sentido de pertenencia y la añoranza por el pasado entre estos campesinos no sólo se debe al recuerdo de que antes su vida era mejor, sino también es expresión de que sus probabilidades de cambio no son muy prometedoras, y están marcadas por la incertidumbre y por tierras sin agua y empobrecidas. De su vida anterior recuerdan una economía ligada a los lazos y necesidades sociales, a un territorio, a un paisaje, eran campesinos con tierra y sin ella, pero eran sujetos productores directos de sus alimentos.

A diferencia de los campesinos del sur del país, cuya cultura está sustentada en una vida y conciencia comunitaria y organizativa muy activa, la de los campesinos ganaderos sonorenses es vaquera o ranchera, más independiente y relacionada con la atención de sus necesidades individuales y familiares. Como Camou (1994, 426) señala, la tendencia al individualismo, la independencia y cierta rusticidad del sonorense actual tiene su explicación en el pasado y la cultura rural. Y ahonda que la vida en los ranchos y pueblos de la sierra y el somontano, se relacionaban con un deambular disperso por valles y montes, más independiente, con una cultura de vaqueros y rancheros dedicados a la cría y cuidado de ganado y a la siembra de alimentos. Un modo de ser que alternaba la existencia congregada en los pueblos, con el aislamiento por temporadas en los ranchos.

En el presente, la lucha de estos ejidatarios no sólo es bajar los costos de sus insumos, sino mantener su condición campesina y el patrimonio familiar (tierra y ganado), para contar con cierta seguridad y autonomía, frente a las políticas de mercado y de ajuste del modelo neoliberal actual (Concheiro 1995, 160).28

La modernización transformó la vida social y productiva del ejido y, aunque permanece la explotación ganadera familiar, los cambios tecnológicos impuestos por este proceso fueron contundentes, como la desaparición del ganado criollo y un patrón que corresponde a la fase de mayor riesgo y costo de la producción de carne de bovino.

Por otra parte, la colectivización del ejido no fue resultado de un sentido colectivo y solidario construido por los campesinos, sino más bien una forma corporativa forzada por los proyectos estatales y por las políticas de corte clientelar y asistencial. El crédito, la imposición de patrones productivos nuevos, la supervisión institucional y el manejo de la comercialización constituyeron mecanismos de control y de extracción de excedentes. Los límites de este colectivismo se manifestaron en el fracaso de las sociedades de crédito, así como en los conflictos y el proceso de división de los sectores. Estas formas asociativas fallaron, porque no respondieron a las expectativas y necesidades de estos campesinos ganaderos y por su inviabilidad como proyectos, en circunstancias desfavorables.

Dichos factores, junto con las condiciones en las que estas familias han vivido desde el destierro de sus pueblos, han sido adversos para propiciar formas organizativas nuevas, que ayuden a construir otras alternativas u opciones para mejorar su vida social y productiva.

En la memoria colectiva de las familias de ejidatarios existen conflictos y recuerdos de experiencias pasadas que fueron interiorizados profundamente, y han sido trasmitidos por generaciones, que en la actualidad todavía influyen en las relaciones internas del ejido. También, el surgimiento de intereses nuevos entre los más jóvenes y disputa por los recursos en los sectores, dificultan el logro de acuerdos.

Son cuestiones que, junto con la emergencia de identidades nuevas explican las limitaciones para su organización, y cómo las circunstancias fueron impidiendo su trasformación en sujetos sociales.

Estos últimos son la culminación de procesos; pueden crearse y desaparecer. Pero a veces la realidad no les da las condiciones y capacidades necesarias a los individuos y grupos para tomar en sus manos su destino como sujetos de su propia historia para que, mediante sus acciones colectivas, asuman el control de sus decisiones, del uso y manejo de sus recursos naturales, económicos, productivos y humanos. No puede comprenderse la problemática social de los campesinos del ejido Cruz Gálvez sin tener en cuenta su historia y el contexto comunitario y regional.

Las estrategias que ellos han instrumentado en su lucha diaria por la sobrevivencia pretenden encauzar todo su trabajo, esfuerzos y recursos hacia un proyecto de vida propio, consistente en velar por un patrimonio para sus hijos, nietos y su propia vejez. Sus hatos y tierras desérticas constituyen dos elementos que sustentan su identidad campesina; y pese a no haber conformado un sujeto social, poseen una esperanza ligada a su futuro: una vida mejor para sus descendientes.

Mientras tanto, en la lucha cotidiana por este proyecto de vida, los ejidatarios y sus familias seguirán siendo proveedores de fuerza de trabajo, urbana y emigrante y engordadores de becerros para el mercado internacional de carne. Aunque en las dos últimas décadas, la política dirigida al campo les niega un lugar fundamental en el desarrollo nacional como productores de alimentos, todavía siguen siendo parte de la base social generadora de la riqueza de que se apropian las empresas nacionales y transnacionales, mediante el proceso de acumulación de capital.

 

Archivos

Expediente agrario del ejido Cruz Gálvez. Procuraduría Agraria, Delegación Sonora.

Archivo municipal de Tepupa 2325, exp. 510, tomo 1, ff. 3, 102, 117, 125, 132, 202, 329, 249, 250.

Registro Agrario Nacional.

 

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Notas

1 De acuerdo con Camou (1998, 27), en la ganadería extensiva se usa el agostadero en condiciones naturales, sin modificaciones; el ganado bebe agua de fuentes naturales o de corrientes situadas en los mismos potreros y para todas las labores se usa la fuerza humana. En la estabulada, la concepción del becerro es totalmente por medio de inseminación artificial, y tanto éste como la madre son alimentados en el establo, con forrajes y concentrados.

2 En la introducción de la obra de la autora citada, hay comentarios acerca de otros estudios sobre la ganadería campesina en Sonora.

3 Se parte de la propuesta metodológica de Zemelman, de rescatar al sujeto dentro del debate de las ciencias sociales, y recuperar a los hombres y mujeres como constructores de realidades, en su capacidad de actuación y reactuación ante las circunstancias, en su posibilidad de conformarse en sujetos sociales al construir identidades nuevas y acciones colectivas, para lograr opciones y alternativas de vida con vistas a futuro.

4 La definición de campesino, de acuerdo con clásicos como Vergopolus (1979) es: "[...] aquel que trabaja en la agricultura por su cuenta propia, por oposición a aquel que trabaja sobre la base de un salario o a aquel que contrata mano de obra asalariada", lo considera productor directo y por su relación directa con la tierra, deja de lado a los campesinos sin tierra. Esta idea del campesinado ahora resulta insuficiente para comprender los cambios en la población campesina, especialmente durante los últimos 30 años. La imagen del campesino que sólo se encontraba vinculado a la tierra y a la producción agrícola no refleja la complejidad de la población y la problemática que enfrenta hoy. El campesinado actual no depende sólo de los ingresos obtenidos por labores agropecuarias, caracterizadas por una mayor tendencia a la diversificación de actividades para sobrevivir. La propuesta de Shanin (1976, 16–17) puede no ser suficiente para el análisis del campesinado actual, sin embargo aún aporta elementos útiles para explicar algunas de las características del campesino sonorense contemporáneo, como que la explotación familiar constituye la unidad primaria de producción–consumo básica de la sociedad y de la economía; la importancia del trabajo familiar y que los individuos de afuera como de adentro la tratan como el núcleo básico de la identificación social, de la lealtad personal y de la cooperación económica de sus miembros.

5 Heller (1985, 39) define la vida cotidiana como la totalidad de actividades que caracterizan las reproducciones singulares productoras de la posibilidad permanente de la reproducción social. Pero esta definición no refleja la diversidad de aspectos compartidos por la cotidianidad, y manifestados en actitudes y prácticas individuales y colectivas.

6 Mientras que en la zona serrana llega a los 400 mm3 en los doce meses y temperaturas menos cálidas, en promedio de 10 C° a 26 C°, entre enero y julio.

7 Esta elite logró ganancias espectaculares y una vida opulenta, que después de 1971 ya no pudo sostener. Según Hewitt (1978, 159), en 1971, 80 por ciento de las empresas de la Costa de Hermosillo ya llevaban años funcionando en cifras rojas.

8 José Luis Moreno menciona que, hace aproximadamente dos décadas, en un documento que analizaba la agricultura de riego por bombeo de Sonora se señalaba que: "[...] las escasas previsiones y la irracionalidad en el manejo de un recurso comunitario como lo es el agua, a cuyas expensas se creó el prestigio de la eficiencia agrícola del noroeste de Sonora, empiezan a reclamar el pago de tan altos costos sociales, soslayados durante más de 20 años. Detrás de esa aparente prosperidad, se esconden los números rojos de las carteras vencidas, el desempleo, la clausura o fuga de empresas agroindustriales y de servicios, la descapitalización general de la región y el peligro de muerte definitiva de los mantos subterráneos ante el avance impostergable de la contaminación salina".

9 Este problema se convirtió en motivo para especular con la venta o renta de los permisos o derechos de utilización del agua, y aunado a esto, el control de su explotación y de la distribución de los pozos se volvieron factores de acumulación, junto con la concentración de la tierra (Martínez 1983, 33–35).

10 De acuerdo con el expediente del ejido, de la Procuraduría Agraria, 30 por ciento de estas tierras eran laborables de temporal y 10 mil hectáreas de agostadero. Se señala que del total de su dotación, unas 3 320 se destinarían para formar 166 parcelas de 20 hectáreas cada una para los 165 solicitantes, que incluía la parcela escolar. Para la zona urbana se destinaron 50 hectáreas y 8 630 para agostaderos de uso colectivo. El ejido colinda con los predios La Primavera, La Puerca y Los Pinos; hacia el noreste, con el rancho del señor Alfredo Maldonado y al sur con el ejido Benito Juárez.

11 El grupo original era de Villa de Seris (1950–1951), pero sólo quedaron unos cuantos y en 1963 se integraron como solicitantes habitantes de Suaqui y Tepupa. El líder de este grupo era de San Miguel de Horcasitas. Los ejidatarios de Sahuaripa se integraron entre 1989 y 1990.

12 Ernesto Camou Healy (1998, 23 y 18) señala que: "En Sonora el término ranchero refiere a los propietarios de ranchos: a los ganaderos privados medianos y, sobre todo, grandes. Ranchero es sinónimo de ganadero mediano y, sobre todo, grande; se opone a poquitero, ganadero en escala reducida"–que aquí también se citará como pequeño ganadero o pequeño productor. Y además indica que los ranchos grandes se caracterizan por practicar "[...] una explotación moderna relativamente intensiva, con hatos de reses de razas europeas, con pastizales inducidos, praderas de forrajes con riego, con sistemas de bebederos por medio de bombas, mangueras, pilas, caminos y obras de infraestructura". Sin embargo, en este caso no se hará referencia a los ranchos ganaderos grandes, sino a algunos campesinos dedicados a la pequeña ganadería, que son propietarios de pocas hectáreas de tierra o ejidatarios; se refieren a sus predios como ranchos, tal y como anota Araceli Andablo (1999, 26 y 66): "Los límites espaciales de la unidad de producción lo constituye el rancho, que es el lugar donde se encuentran las instalaciones necesarias para la cría de becerros, la ordeña de las vacas y la elaboración del queso. Generalmente se establece en una de las milpas de sus integrantes, aunque el terreno disponible para el pastoreo se extienda hasta los límites de las tierras comunes del ejido". La misma autora menciona que existen ranchos con un solo productor que paga ranchero, es decir, una persona encargada de cuidar el ganado, de la ordeña y elaboración de queso, también a un vaquero, para cuidar y arrear al ganado.

13 La escuela atendió a 28 menores, y llegó a tener ocho maestros de la Secretaría de Educación Pública.

14 El ejote yurimuri y el tépari son especies de frijol. El primero se consumía cuando estaba verde y el segundo hasta que estuviera maduro.

15 El propietario anterior les prestó por un tiempo el equipo de uno de los pozos, luego el gobierno del estado les ayudó a comprar otro.

16 La marca de fierro se hace herrando al ganado con la marca de su propietario y la de sangre con un corte en las orejas del animal.

17 Se refiere a dejar que el ganado camine libremente por el monte en busca de alimento en arbustos y ramas de árboles.

18 Peña y Chávez (1988) mencionan que para 1975 Estados Unidos era el principal importador mundial de carne roja de primera calidad.

19 Blanca Rubio (1990, 137) señala que a mediados de la década de 1960 la crisis agrícola llevó al retiro de la inversión de capital, el Estado fortaleció su injerencia productiva, creció la deuda externa, se redujeron los recursos encaminados al gasto social y el país dejó de ser autosuficiente. A mediados de la década siguiente, el repliegue de la producción de alimentos tuvo su máxima expresión, con la dependencia alimentaria a la que se vería sujeto el país (Pérez López 1993), y con una importación cada vez mayor de granos básicos para consumo interno. La industria perdió a la agricultura como su base principal, y con ella la vía "fácil" de reproducción y desarrollo.

20 Peña y Chávez retoman a Fernando Rello, y citan que en ese periodo se canalizaron 1 100 millones de dólares a la actividad ganadera en todo el país.

21 Dicha extensión fue concedida a una persona que ofrecía preparar sus tierras para siembra por cuatro años, a cambio de que le permitieran sembrar garbanzo.

22 Ernesto Camou (1998, 272) señala que la cría de reses se practica en Sonora desde el siglo XVII, y que el último cuarto del siglo XIX una parte importante del producto ganadero era para el oeste americano. El carácter internacional de la ganadería norteña no es reciente, pero es a partir de la década de 1950 cuando en Sonora se inició el proceso de especialización hacia la producción de becerros al destete.

23 La definición oficial de estos grupos o formas de asociación es sectores de producción o productivos, pero en este trabajo se utiliza sectores de trabajo, por ser la manera como estos ejidatarios se denominan o distinguen a sí mismos.

24 A cada sector se le otorgó la mitad de la dotación de tierras: mil de agricultura y cinco mil de agostadero.

25 Durante 1995, en San Pablo se instaló otro pozo, para entonces ya contaba con tres represos: uno construido en 1969, otro en 1983, sobre el cual los integrantes se disputaron el control y por último el sector cuatro se quedó con él. El sector tres construyó otro represo más dentro de sus tierras.

26 Su producción de becerros como poquiteros responde a la demanda de ranchos de repasto y de pre–engorda. Por lo general se vende a intermediarios.

27 Es el que responde a las necesidades familiares y a incentivos como la reciprocidad, aceptación familiar y social, y no al interés por un salario o pago monetario, aunque este tipo de trabajo retribuye un beneficio al individuo que lo realiza, por ser miembro de la misma familia. Sin ser una condición necesaria puede recibir una retribución o beneficio en especie, que no necesariamente es entendido como un pago, en especial si quien lo realiza es casado, puede recibir una cabeza de ganado o quedarse con una parte o toda la producción de leche o queso.

28 Para los ejidatarios viejos el reto es mantener su tierra. Como Concheiro señala: "la tierra–territorio como medio de producción y reproducción social, (tierra adjetivada) base sustantiva de un complejo de relaciones sociales y productivas, así como de las identidades individuales, familiares y colectivas, como principio de organización social de las unidades familiares y de la comunidad rural".

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