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CONfines de relaciones internacionales y ciencia política

versión impresa ISSN 1870-3569

CONfines relacion. internaci. ciencia política vol.10 no.20 Monterrey ago./dic. 2014

 

Artículos

 

Una visión postestructuralista de la política exterior peronista. Las fuentes internas de su identidad

 

Leandro Enríquez Sánchez* y Victoria Zapata**

 

* Leandro Enríquez Sánchez es Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UCALP), Magister en Metodología de la Investigación Social (Universita dì Bologna), Doctor en Ciencias Sociales (UNLP), investigador y docente del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP - CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. Contacto: leandrosanchez13@yahoo.com.ar

** Victoria Zapata es Licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UCALP), Maestrando en Relaciones Internacionales del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP), investigadora de Centro de Reflexión en Política Internacional (CeRPI) del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP) y profesora de Política Exterior Argentina (UCALP). Contacto: victoria.zapata@gmail.com

 

Fecha de recepción: 30/07/2013
Fecha de aceptación: 31/04/2014

 

Resumen

Este trabajo tiene por objeto reflexionar sobre la existencia de una política exterior peronista e indagar sobre las fuerzas profundas que la han orientado y/o incidido en ella, con el fin de contribuir a realizar una aproximación al derrotero de la política exterior argentina. Ello desde una perspectiva post estructuralista, según la cual los discursos son productores de sentido y hacedores de las identidades. La hipótesis de este artículo entiende que las identidades en pugna resultan un factor clave para comprender el itinerario y sentido de la política exterior de los gobiernos peronistas y, en gran parte, de Argentina.

Palabras clave: Identidades, política exterior, peronismo, post estructuralismo.

 

Abstract

This work aims to reflect on the existence of a Peronist foreign policy, investigate the deep forces that have guided and/or influenced in it to help understand the course of Argentina’s foreign policy. This from a post structuralist perspective, according to which discourses are producers of meaning and identities makers. The hypothesis of this article believes that conflicting identities are a key to understanding the direction of foreign policy and sense Peronist governments and, largely, to Argentina.

Key words: Identities, foreign policy, Peronism, post structuralism.

 

Introducción

En este trabajo se sostiene que el discurso constructivista, al menos el de corte wendtiano, comparte la concepción ontológica dominante en las Relaciones Internacionales al dar por sentada la existencia de una identidad estatal cerrada y unitaria. La manera en que se edifica ese núcleo duro y primario de la identidad, que luego será moldeado a través de la interacción social, permanece incierto y es allí donde se detiene el trabajo. Cabe destacar que no es objeto del mismo realizar una descripción detallada de los condicionantes y dilemas de las fuentes internas de la identidad de la política exterior peronista, sino hacer referencia a éstas desde una aproximación teórica particular y los debates que ello concita.

A tal efecto, se repasan las nociones básicas del constructivismo, remarcando la ausencia de las relaciones de poder y la reificación de las identidades por parte de una corriente que se propuso, en su constitución, incorporarlas al análisis de las Relaciones Internacionales, quitándole así su contenido crítico. En el siguiente apartado se problematiza lo anteriormente mencionado a partir de perspectivas post-estructuralistas y/o posmodernas señalando el carácter performativo del discurso (no refleja la realidad, sino que la construye). Se afirma que las identidades son construcciones derivadas de prácticas discursivas y que el discurso se presenta como un dispositivo de actualización del poder; por tanto, si son las prácticas discursivas las que construyen identidades, éstas serán portadoras de efectos materiales, es decir, constructoras de realidad. Posteriormente, pero derivado de ese contexto, se plantea la utilización del principio lógico del significante vacío como parte de la teoría general de la nominación de Laclau (2005) para abordar el significante "peronismo" y el conjunto de ideas que se ha ido sedimentando con el transcurso del tiempo, ideas que siempre pueden ser unilateralmente actualizadas. Finalmente, se describen y analizan las diversas formas que el significante "peronismo" ha encontrado para la acción en el plano internacional y la elaboración entonces de su política exterior hasta 2011.

 

Nociones básicas sobre constructivismo

Las aproximaciones críticas, en el seno de la teoría de las Relaciones Internacionales, que componen el "tercer debate" que plantea Lapid (1989) son resultado de desarrollos previos provenientes de otros campos del conocimiento que fomentaron una crítica creciente al predominio de los enfoques positivistas y que, por oposición, afirmaban la constitución social del conocimiento. Lo que une a estas perspectivas es su confrontación respecto al compromiso neorrealista y neoliberal con el racionalismo; sus preocupaciones tienen raíces epistemológicas y ontológicas.

Estas se incorporaron a los estudios internacionales cuando el neorrealismo y el neoliberalismo, en la denominada versión institucionalista, hegemonizaron la comprensión de la realidad internacional y, lentamente, fueron limitando asperezas y puliendo el "reparto explicativo" de esa realidad, proceso que Weaver (1996) denominó "neo-neo síntesis". El debate, por lo tanto, se transforma: neorrealismo y neoliberalismo ya no eran inconmensurables, sino que compartían un programa de investigación racionalista, una concepción de la ciencia. Ello otorga visibilidad a una serie de aproximaciones críticas que cuestionan los supuestos centrales de la disciplina desde la propia disciplina.

En ese contexto, y como parte constitutivo del mismo, hacia finales de la década de los ochenta, el constructivismo1 se fue desarrollando, en el ámbito de las Relaciones Internacionales, como una contribución que acabó de ser reconocida como importante en el transcurso de la década de los noventa. Este surgió como alternativa frente a la discusión entablada entre positivismo y pos positivismo, donde las escuelas identificadas como racionales, de un lado, acentuaban la importancia de estructuras normativas y materiales en la formación de las preferencias de los políticos, de los agentes y en la relación entre los agentes y las estructuras, y del otro lado, las alternativas más desconfiadas en la posibilidad de llegar a algo próximo al "estudio científico de las relaciones internacionales".

Wendt (1999, p. 4), consideró el constructivismo como un "término medio", "una vía intermedia", es decir, una versión moderada que pretende distanciarse a sí mismo, por un lado, de formas más radicales de idealismo (sostienen que solamente las ideas importan), y, por otro lado, de versiones puramente materialistas (esas que explican la realidad solamente en función de factores materiales).

Adler (1999, pp. 203-207) refuerza la concepción del constructivismo como "término medio" entre el racionalismo y el post estructuralismo, una tentativa de construcción de un puente que incorpore y articule supuestos de la filosofía social, siempre expuestos como excluyentes, tales como positivismo/materialismo e idealismo/interpretativismo. Afirma, en la misma línea de razonamiento, que el constructivismo no es anti-liberal o anti-realista por convicción; no es optimista o pesimista por vocación, presentando, consecuentemente, la primera oportunidad real de creación de una teoría sintética de las Relaciones Internacionales desde sus basamentos.

Sin embargo, concluir que el constructivismo es un camino intermedio entre el realismo y el liberalismo, por una parte, y algunas posiciones pospositivistas por otro, puede ser una conclusión excesivamente precipitada, debido a la diversidad dentro del constructivismo.2 El constructivismo no es una corriente homogénea, por el contrario, es posible señalar un acuerdo generalizado en el hecho de que el sistema político internacional puede ser construido, deconstruido, reconstruido o modificado por las prácticas de los agentes de distintas formas. Es difícil, por lo tanto, hablar de un constructivismo solamente.

Según Lakatos (1993), la racionalidad del progreso científico exige la permanencia de un núcleo teórico (hard core, las leyes y los supuestos fundamentales de la ciencia) que ha de considerarse estable e inmune a la refutación, al cual acompaña un cinturón protector (protective belt) de hipótesis auxiliares, que sí pueden refutarse y cambiarse por otras más adecuadas, y un conjunto de reglas metodológicas (heurística), con las que se construye la estrategia de proteger el núcleo y reordenar o sustituir el conjunto de hipótesis auxiliares que se aceptan o desechan en función de los problemas y de las anomalías que se resuelven, o no. Es por ello y a los efectos del trabajo propuesto que, más que comprender el constructivismo a partir de las clasificaciones del mismo, es mucho más necesario exponer, como primer paso en el análisis, el núcleo teórico de este programa de investigación que es el constructivismo.

Ergo, la premisa básica del abordaje constructivista es que los seres humanos viven en un mundo que construyen, en el cual son protagonistas principales, que es producto de sus propias decisiones. Este mundo, en construcción permanente, es constituido por lo que los constructivistas llaman "agentes".3 El mundo, para esta perspectiva, es socialmente construido, esto es, todo aquello que es inherente al mundo social de los individuos es elaborado por ellos mismos.

Para Finnemore y Sikkink (2001, p. 392), el constructivismo en Relaciones Internacionales implica que: (a) las relaciones humanas, también las relaciones internacionales, esencialmente consisten en pensamientos e ideas y no en fuerzas o condiciones materiales; (b) las creencias intersubjetivas (ideas, conceptos, suposiciones, etc.) comunes constituyen el elemento ideológico central para el enfoque constructivista; (c) esta creencia común compone y expresa los intereses y las identidades de las personas, el modo en que conciben sus relaciones; (d) los constructivistas destacan la manera en la cual se forman y expresan estas relaciones.

El mundo social es un dominio intersubjetivo, es decir, posee significados para las personas que le dan forma y viven en él (Jackson y Sorensen 2007, p. 342). Lo más importante entonces, para reflexionar sobre la identidad de una política exterior peronista es que las identidades, los intereses y el comportamiento de los agentes políticos son construidos socialmente por los significados colectivos, interpretaciones estimadas de y en el mundo en que viven.

 

Identidad

La palabra identidad tiene una larga historia como término técnico en la filosofía occidental. Se ha utilizado para hacer frente a problemas filosóficos perennes de permanencia en medio del cambio manifiesto, y de la unidad en medio de una manifiesta diversidad.

La introducción de identidad en el análisis social y su difusión inicial en las Ciencias Sociales y el discurso público tuvo lugar en los Estados Unidos en la década de 1960 (con algunas anticipaciones en la segunda mitad de la década de 1950). La más importante y mejor conocida trayectoria, implicaba la apropiación y divulgación de la obra de Erikson (quien fue el responsable, entre otras cosas, de haber acuñado el término "crisis de identidad"). Pero como Gleason demostró, existieron otros caminos de difusión. La noción fue arrancada de su contexto original, específicamente psicoanalítico (donde el término había sido introducido inicialmente por Freud) y vinculada a la etnicidad, por un lado (a través de la influyente obra de Allport) y, al ámbito sociológico, por el otro lado, a través de la teoría de los grupos de referencia (con las figura de Merton). Un paso más allá supuso su apropiación desde la concepción interaccionista simbólica con autores como Goffman o Berger.4

Pero identidad es a la vez una categoría de la práctica y una categoría de análisis. La mera utilización de un término como una categoría de la práctica, por cierto, no la descalifica como una categoría de análisis. El problema es que se la utiliza analíticamente una buena cantidad de tiempo más o menos a medida que se la utiliza en la práctica, de manera implícita o explícitamente, cosificando su sentido. Identidad, entonces, tiende a significar demasiado (cuando se entiende en un sentido fuerte), poco (cuando se entiende en un sentido débil), o nada en absoluto (a causa de su ambigüedad).

Ahora bien, la concepción dominante del sujeto en la disciplina de las Relaciones Internacionales estuvo dada, y se podría sostener que persiste, por una analogía entre la relación de los individuos hobbesianos en estado de naturaleza y la relación entre los estados en el ámbito internacional. Sujeto que, por una parte, tiene una relación de enemistad natural con el otro y que, por otra, es estimado como ya completo cuando entra en relación con este, nublándose, de este modo, el carácter formativo del otro en la constitución de la propia identidad.

La incorporación de la cuestión de la identidad estatal en el ámbito de las Relaciones Internacionales, como centro de teorizaciones, fue obra de autores pertenecientes a la llamada corriente constructivista. El constructivismo ha sostenido que las identidades estatales y los intereses son en gran parte construidos por las estructuras sociales inter-subjetivas del sistema de estados, en vez de dados exógenamente al sistema por la naturaleza humana o la política doméstica (Wendt, 1994, p. 385).

Sin embargo, enfocados en responder a la pregunta por la relación entre identidades e interés nacional, acabaron por reificar las primeras. En efecto, la corriente hegemónica dentro del constructivismo, representada por los escritos de Wendt, problematiza la formación de los intereses nacionales, pero comprende a las identidades como formándose a partir de un punto que resta sin explicación: ciertas representaciones primeras, no resultantes de una interacción social, que los estados tendrían de sí mismos (Wendt, 1999). Al centrarse en los efectos que la estructura social internacional tiene en la identidad estatal, ha considerado al estado analíticamente como un actor unificado, cuando no lo es en la práctica (Weldes, 1996, p. 280). De esta manera, en ciertos aspectos, y a pesar de su crítica en este sentido, el discurso constructivista, al menos el de corte wendtiano, comparte la concepción ontológica dominante en las Relaciones Internacionales al dar por sentada la existencia de una identidad estatal monolítica y unívoca (Odysseos, 2007).

Cómo se erige ese núcleo teórico y primero de la identidad que luego será moldeado a través de la interacción social, permanece incierto. Y es allí, donde se encuentra la ausencia de las relaciones de poder y tiene lugar la reificación de las identidades, quitándole así su potencial crítico.

Como sostiene Cuadro (2011, p. 18), una primera aproximación a la crítica, que aquí quiere plantearse, pasa por dos puntos fundamentales: 1) el "olvido" del rol que juegan las relaciones de poder (entendiéndolas como un complejo de poder y saber) en la política internacional y 2) el modo de concepción de la identidad y el rol que esta juega en la delimitación y posterior efectuación de los intereses nacionales (Wendt, 1999).

El presente trabajo se centra en las identidades políticas y la forma que estas adoptan en la identidad estatal, que es construida principalmente a través del discurso político.

 

Aproximación desde una perspectiva posestructuralista

La perspectiva adoptada para problematizar lo anteriormente mencionado se basa en un conjunto de prácticas intelectuales llamadas post-estructuralismo5 y posmodernismo,6 que lejos están de conformar una "corriente", término que supone cierta homogeneidad que los propios autores que llevan adelante estas, rechazan. Si bien existen diferencias entre los autores que se adscriben a este enfoque, también los convocan similitudes, ligadas, básicamente, al lugar del discurso en el conocimiento, subrayándose su carácter performativo.

Se afirmó más arriba que las identidades son construcciones, pero no de qué tipo. Bien, son construcciones derivadas de prácticas discursivas. En el mismo sentido en que el discurso construye sus objetos −no como externo a lo que este refiere−, en tanto práctica discursiva por excelencia, las identidades propias y ajenas se construyen a través del discurso. Entonces, se puede sostener que el campo de la formación de identidades, en tanto campo político por excelencia, es un campo eminentemente discursivo, pues las identidades son entes discursivos, es decir, que no existen más que en y a través del discurso. En efecto, como sostienen Balibar, Zizek, Laclau, Mouffe (Balibar 2005; Laclau, Mouffe 2004; Zizek, 2003) entre otros, las identidades son discursivas en tanto son nombres, significantes que homogeneizan una multiplicidad.

Ahora bien, si el discurso se presenta como un dispositivo de actualización del poder, de allí se deduce que afirmar que las identidades son nombres, que son del plano de lo discursivo, no las deja exentas de participación en el ejercicio del poder, ni por tanto, de materialidad; por el contrario, si son las prácticas discursivas las que construyen identidades, éstas serán portadoras de efectos materiales, es decir, constructoras de realidad.

Es el principio lógico del significante vacío como parte de la teoría general de la nominación de Laclau (2005) la que permite avanzar el camino que se intenta recorrer. Para dicho autor un agente social existe solamente en la medida en que él/ella es nominado. La política no es la expresión de intereses previamente establecidos o de la voluntad de un cierto grupo. De esta forma, Laclau reformula la teoría de la hegemonía como una teoría del acto de nominar: si la identidad de un grupo dado no puede derivarse de una base estable dentro de lo social (la posición dentro de las relaciones de producción, por ejemplo), solo puede ser el resultado de un proceso de significación/articulación hegemónica. Lo único que mantiene unido el grupo será el nombre que surja de ese proceso. Por consiguiente, el nombre "no expresa la unidad del grupo, pero se convierte en su base" (Laclau 2005, 231). Ahora bien, Laclau concuerda con la solución lacaniana, propuesta por Zizek (2003), frente a los antidescriptivistas, esto es, básicamente: la identidad de cualquier objeto, en su caso la identidad de "el pueblo", no está expresada por el nombre "el pueblo", sino que es el resultado retroactivo del propio proceso de nominar. Por consiguiente, nominar se vuelve productivo en un sentido nuevo, pues deja de estar restringido al momento de la designación pura, como en el bautizo original de Kripke (1978), para asumir una dimensión performativa.

Según Laclau, el significante vacío no es un "significante sin significado". Para el autor esta última noción sería contraproducente, pues un significante sin ningún significado solo ocasionaría ruido y el proceso de significación fallaría. Como derivación, el significante vacío no está localizado fuera del campo de la significación, sino que es: "un lugar dentro del sistema de significación que es constitutivamente irrepresentable; en ese sentido permanece vacío, pero esta es una vaciedad que puedo significar, porque estamos tratando con un vacío dentro de la significación". (Laclau, 2005, p. 105).

Dicho de otra manera, siempre habrá un remanente de significados y, por lo tanto, el significante vacío siempre va a estar solo tendencialmente vacío (mientras más larga sea la cadena de equivalencias, más vacío será el significante que le sirve de punto nodal). En definitiva, la extensión crucial de la lógica lacaniana del significante consiste en el viraje político dado al proceso de nombrar, que se explica ahora por la dialéctica social de diferencia y equivalencia. La lucha hegemónica por la ampliación de la cadena de equivalencias y, por lo tanto, por la vacuidad del significante, a expensas del campo de la diferencia es exactamente lo que es la política. Se trata de una intervención hegemónica. En este punto conviene subrayar el deslizamiento del significado con respecto al significante. Esto implica que un mismo significante puede adoptar distintos significados y tener como consecuencia lógica la imposibilidad de fijar significados últimos. Trasladado a la cuestión de la identidad, esto significa que una misma identidad nominal puede ser llenada con distintos rasgos que la definan y, por lo tanto, que el cierre de una identidad no es nunca total, sino siempre parcial, pues está amenazada por fuerzas que pugnan por inyectarle nuevos sentidos. Que la relación sea arbitraria, sin embargo, no supone que sea voluntaria, es decir, que cualquier identidad, en tanto significante, no puede ser llenada con cualquier significado.

Cuando decimos que la relación entre significante y significado o entre identidad y contenido de esta es arbitraria, estamos afirmando que no existe ninguna relación natural, pre-dada, entre ambos. Ciertas relaciones de poder que funcionan regulando el discurso, posibilitarán determinados adosamientos y, asimismo, que ciertas identidades (y no otras) tengan la palabra, silenciando a las otredades que, entonces, serán construidas por las primeras. Es en este sentido que podemos afirmar que las identidades son resultado de ciertas relaciones de fuerza y, al mismo tiempo, campo en el que las fuerzas se encuentran. (Cuadro, 2011, p. 22).

Es precisamente porque el sujeto político como tal carece de nombre y permanece ausente, que tiene que ser representado. Y solo puede ser representado asumiendo un nombre, el cual ineludiblemente tendrá que ser provisional y vinculante. Vinculante porque otros significantes quedarán eslabonados por este nombre en una cadena de equivalencias. Así, siguiendo a Marchant (2006), la función representativa del nombre sigue mostrando dos caras: "el nombre representa lo que podríamos llamar el principio-identidad de esta cadena dentro de un continuum óntico de política, pero también representa la ausente instancia ontológica del sujeto de lo político dentro del ámbito óntico de lo social". (Marchant, 2006, p. 46).

Lo interesante de la lectura discursiva de las identidades planteadas por autores como Laclau, Mouffe y Zizek, entre otros, radica en que reco- nocen en la formación de identidades algo más: un plus que ejerce un efecto de ahistorización, la "ilusión de que el sentido de un determinado elemento (que quedó retroactivamente fijado) estaba presente en él desde el comienzo como su esencia inmanente" (Zizek, 2003, p. 144). De esta manera, las multiplicidades que dieron forma a esa identidad se funden en una unidad que aparece esencializada, es decir, se presenta como eterna y natural. Esto último es la relación entre una nominación que es, por defi- nición, contingente, y la lógica de la necesidad-ahistoricidad que se instala al transformarse esa nominación en una identidad.

Aboy Carlés (2001), rescatando la teorización laclauniana del populismo como una particular forma de articulación discursiva, concibe en consonancia la identidad política como el conjunto de prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen a través de un mismo proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables, capaces de definir, a través de unidades de nominación, orientaciones gregarias de la acción en relación a la definición de asuntos públicos. Por lo que toda identidad política se constituye y transforma en el marco de la doble dimensión de una competencia entre las alteridades que componen el sistema y de la tensión con la tradición de la propia unidad de referencia desde la perspectiva de un devenir, pues solo desde esta los procesos de transformación e, incluso, de mutación pueden ser advertidos. Así, la definición de la identidad de los agentes es especialmente contextual.

Como consecuencia inmediata es necesario remarcar la gravitación que la fijación de límites adquiere en la constitución de cualquier espacio identitario. Es ese límite, que puede ser una alteridad común, o la ruptura con un cierto pasado, el que tiende a constituir un espacio solidario y al mismo tiempo relativamente homogéneo. Toda identidad política, entendida en tanto devenir, tendrá límites inestables y susceptibles de constante redefinición a través de la articulación contingente de una pluralidad de otras identidades y relaciones sociales. Es aquí donde el papel de la noción gramsciana de hegemonía retomada por Laclau y Mouffe (2004) revela su particular potencialidad para abordar los procesos de constitución de agregados políticos. Los autores distinguen dos lógicas contrapuestas inherentes a toda articulación hegemónica: la lógica de la diferencia, que supone una expansión y complejización del espacio político y la lógica de la equivalencia, que es una lógica de la simplificación del espacio político (por ejemplo la síntesis de dos identidades preexistentes que subvierten su carácter diferencial).

Como concluye Aboy Carlés, en toda articulación hegemónica ambas lógicas operan simultáneamente en el desplazamiento del límite: "si la diferencia establece un límite y una escisión del campo político, por ejemplo, la emergencia de dos identidades contrapuestas, la equivalencia supone la homogeneización al interior de cada una de esas identidades particulares". (Aboy Carlés, 2001, p. 25).

En definitiva, en toda articulación hegemónica, ambas lógicas operan simultáneamente en el desplazamiento del límite, es aquí donde se observa el carácter conflictivo de la constitución de identidad y, por ende, la tensión hegemónica que encubre que una particularidad asuma el rol de una totalidad o que la enunciación de la identidad tenga basamento en un exterior constitutivo que proviene de la nominación de un otro.

 

Constitución identitaria del peronismo

Es por los motivos expuestos que el abordaje propuesto se concentra en el análisis de las fuentes internas de la identidad, esto es, aquella identidad cuyas fuentes se ubican en las fuerzas profundas de la sociedad, de manera que la identidad resultante emerge de la interacción entre actores domésticos organizados en un ambiente político. En definitiva, lo que se intenta, desde una posición crítica a la concepción esencialista de una parte del constructivismo, es descomponer las teorías centradas en el Estado para reconocer la inevitabilidad del enfrentamiento interno acerca de lo que constituye el "interés nacional" y a partir de ello, poder comprender, en una segunda instancia, la necesidad de reconciliar al mismo tiempo exigencias nacionales e internacionales. Por lo tanto, la definición de política exterior adoptada, siguiendo a Velásquez Flores (2007), es la que la representa como un proceso dinámico de aplicación de interpretaciones relativamente fijas de los intereses nacionales a los factores de situación. Implica comprender que la política exterior está determinada en buena medida por el sistema político en que se formula, y como otras políticas públicas, resulta de un conjunto de interacciones que se llevan a cabo de acuerdo con una serie de reglas, estructuras y valores que emanan de él. Es por ello que tiene un carácter circular, donde las relaciones de poder interno inciden en la construcción de la política externa, y esta condiciona el alcance de la política interna.

El significante "peronismo", lejos de un desplazamiento absoluto de su significación, deviene polisémico porque una amplia serie de situaciones han sido sucesivamente designadas con tal nombre.

La naturaleza identitaria del peronismo estuvo estrechamente vinculada al proceso de ampliación del sistema político. Su constitución a través de la delineación de una especie de frontera política excluyente respecto del régimen anterior la dotó de una peculiar pretensión hegemónica a través de la cual se concibió a sí mismo como la encarnación de la nación en su totalidad, representación hasta entonces negada en virtud de diversas formas de bloqueo representativo. Las dos lógicas contrapuestas inherentes a toda articulación hegemónica, en este caso, se constituyeron por una parte, en la aspiración a la representación de la nación toda, en búsqueda de una expresión que le era negada en el plano institucional y, por otra parte, en enfrentar una alteridad consistente, encarnada por la identidad del antiguo orden. De modo que el "momento de la designación primera" del peronismo se sentó sobre la base de dos aspiraciones antagónicas: por un lado, la pretensión de encarnar una representación global de la sociedad, por otro, la escisión respecto de un orden y unos actores que, pese a su desplazamiento del poder, seguían presentes en la escena política. Esta operación simultánea de diferenciación y equivalencia forjó un inestable dualismo constitutivo de la identidad política del peronismo:

la tensión entre una tendencia a la ruptura, es decir a la escisión respecto a un orden y unos actores dados, y, en contraste con esta tendencia, la aspiración a un cierre de las conflictividades, a una disolución de las diferencias, que permitiera al nuevo movimiento atribuirse la representación de una realidad homogénea, de la formación política como un todo. (Aboy Carlés, 2001, p. 29).

Es sobre esta radical ambigüedad que el peronismo se erigió: fue alternativamente un partido reformista y un partido del orden.7 La identidad peronista se instituye a través de un movimiento alterno de exclusión/inclusión de la propia alteridad constitutiva que tenderá a desarrollar dos frentes de obstrucción: uno en virtud de su dimensión nacional-popular de ruptura (en cuanto fuerzas reformistas), otro en relación a su dimensión nacional-estatal de integración (partidos del orden) (Aboy Carlés, 2001, p. 31).

 

Identidad peronista y política exterior

El abordaje expuesto hasta aquí permite ahondar en el estudio de las diversas formas que el significante "peronismo" ha encontrado para la acción en el plano internacional. Las dimensiones a considerar se conjugaron atendiendo a la matriz de tensión entre las posturas de orden y ruptura descriptas con anterioridad, haciendo hincapié en dos de ellas: a) las vinculaciones con Estados Unidos; y b) las relaciones con el ámbito latinoamericano.

Desde sus inicios considerada como lectura y acción en un contexto signado por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y el posterior orden bipolar, la "primera" política exterior peronista (1946-1952/1952-1955) favorecía el escenario donde los actores incluidos en el nuevo esquema social reclamarían, en tanto protagonistas, una serie de valoraciones, derechos, designaciones y posiciones internacionales que tuvieran su correlato con la justicia social adoptada al interior de la nación, expandiendo aún más la frontera política excluyente trazada respecto del régimen anterior. En palabras de Rapoport y Spiguel:

los cambios económicos y sociales resultantes del proceso de industrialización y la ampliación del mercado interno engendraron sectores y tendencias nacionalistas industrialistas que, a través de un complejo proceso político que disgregó al conservadorismo, encontraron en el coronel Juan Perón un líder singular, que fue obteniendo el control de palancas clave del gobierno. Se apoyó para ello en el movimiento obrero en ascenso, cuya adhesión política logró y al que benefició con diversas iniciativas y reformas sociales y laborales. (Rapoport y Spiguel 1994, p. 222).

La clase trabajadora, el movimiento obrero organizado, como columna vertebral del pluriclasismo estructurante al interior de la comunidad nacional, era el eje para construir una nación soberana. Esta alianza de clases tuvo su correlato con una participación internacional mediante organismos que, aspirarían a desarrollarse como el escenario indiscutible del reclamo obrero: el más importante de ellos, la Organización Internacional de Trabajo. Al mismo tiempo, la puja hegemónica de reclamo social frente a un mundo necesitado de acuerdos y pacificaciones, se contraponía, como estrategia de diferenciación, con la negativa a participar de ese nuevo orden en el plano económico, expresado en las consignas de Bretton Woods.

Al margen de la designación, que para algunos fue anterior y para otros corolario de la realización de la política exterior pretendida por el líder (Perón, 1983; Paz, 1995; Paradiso, 2002), es decir el acto de nominarla como Tercera Posición, no se configuró como una postura intermedia entre las expresiones capitalista y comunista, sino como una pretendida filosofía superadora de las mismas, entendiéndola como una ejecución pragmática, dinámica, ajustada a la realidad imperante; una proyección externa de lo que se intentaba ser puertas adentro: un tercero entre el capital y el trabajo (Cisneros y Piñeiro Iñiguez, 2002, p. 264). Dicha política tuvo como sus principales ejes la caracterización de Argentina como país occidental y cristiano, albergado en la expresión de "Patria Chica", construida en el Cono Sur con una férrea actitud antiimperialista y anticomunista.

Además, se entendía que las relaciones debían pasar por construir una imagen de país inserto en el mundo mediante estrategias poligonales de relacionamiento para mantener, desarrollar y consolidar el modelo económico de sustitución de importaciones. Ello queda expresado mediante las relaciones comerciales con Cuba y la Unión Soviética, así como el reconocimiento de Corea del Norte, Vietnam del Norte, etc.

Sin embargo, esta identidad primigenia a nivel externo tuvo sus momentos de tensión y estancamiento respecto de los condicionantes que el propio escenario iría marcando para el quehacer de la política exterior. Como lo remarcaran Cisneros y Piñeiro Iñiguez (2002), se correspondería con las desventajas políticas y económicas externas que el nacionalismo a nivel interno había generado en el largo plazo; y para Corigliano (2006), ejemplos de la tensión ideológica entre los dos pilares del nuevo régimen: el sindical y el militar, atentos ante cualquier indicio de acercamiento hacia Estados Unidos.

Perón intentó responder a este doble desafío que evidenciaba presiones internas y externas en dirección contradictoria, por medio de la adopción de una conducta pendular en las políticas interna y exterior, en las que coexistieron la necesidad de mantener ciertos gestos de independencia respecto de los EE.UU. y con la de acercarse estratégica y económicamente al líder del bloque capitalista occidental. (Corigliano, 2006, p. 850).

Las discusiones en torno a la sanción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, el inicio de una política regional con el impulso del ABC (Argentina, Brasil, Chile), la decisión de nacionalizar los recursos naturales, el tan discutido boicot económico al país (Rapoport, 1984; Escudé, 1984), los avatares producto de la crisis agrícola de 1952, así como la Guerra de Corea8 y el caso de Guatemala,9 fueron elementos de ruptura que pusieron en evidencia hasta qué punto la expresión identitaria de esta política exterior de corte autonomista heterodoxo (Puig, 1975, 1988), convivía con otra, adepta al orden imperante, de reconocimiento de limitaciones, posiciones y actitudes de Argentina en el plano externo. Es decir, llevaba a la superficie la puja permanente entre una tendencia de corte, respecto a un orden y unos actores vigentes y la pretensión del líder de mantener un cierto grado de normalidad en las relaciones con Washington, a fin de cerrar las conflictividades, suprimir diferencias, permitiendo al "movimiento" atribuirse la representación de una realidad homogénea. Ejemplos de esta última son: la apertura hacia capitales norteamericanos mediante la legislación favorable a las inversiones extranjeras de 1953, el contrato con la California Argentina S.A, subsidiaria de la Standard Oil en 1955,10 etc.

El denominado aggiornamiento de la Tercera Posición (Figari, 1993) del peronismo de los setenta (1973-1976), mantuvo bastante de común (o por lo menos intentó hacerlo) respecto del primer gobierno peronista, construyendo una nueva arquitectura a partir del desequilibrio entre las polaridades constitutivas al interior del movimiento. La impronta de independencia respecto de Estados Unidos que se había instaurado en los albores de las dos gestiones de Perón, fue el leitmotiv de la presidencia de Cámpora, no solo en su intento de diferenciarse de las "fronteras ideológicas" de la Revolución Argentina, sino como una forma de aprovechar un contexto de inestabilidad norteamericana como consecuencia de la Guerra de Vietnam. De allí las consideraciones con respecto a si las presidencias que se sucedieron en este período tuvieron un viraje hacia la derecha o hacia la izquierda del espectro político peronista y, por lo tanto, dando como válidas acciones de política exterior bien diferenciadas entre sí: en el primero de los casos se suele englobar en un período al gobierno de Cámpora y, en el otro, al de Perón/Martínez de Perón; en el segundo caso, se consideran conjugadas las dos primeras presidencias en clara distancia con la de Isabel y quienes entienden que, analíticamente, existen tres gobiernos bien diferenciados entre sí (Simonoff, 2007, 2008; Carasales, 1995).

Al margen de esta diferenciación periódica, el peronismo "renovado" que le otorgaba a Cámpora la oportunidad histórica de volver a las tendencias autonómicas, mostraba la existencia de un remanente de significados y que, por lo tanto, el significante "peronismo" estaba tendencialmente vacío.

Cuando el multilateralismo y una generalizada evidencia de clausura de la Guerra Fría se hacían eco en las convicciones de los setentistas, no era raro enlazar las apreciaciones de esa primera Tercera Posición, con las del nuevo cuño. Así, la necesidad de reducir las ataduras que en los últimos tiempos se habían mantenido con Estados Unidos luego del "giro aperturista", sumado a la consolidación del país dentro de la discusión norte-sur y su participación en el Movimiento de No Alineados, como las iniciativas de reestructuración de la Organización de Estados Americanos, de reforma del TIAR, la cooperación económica con Cuba, el acercamiento al Chile de Allende y la denuncia de los Acuerdos de Nueva York de 1972 con Brasil entre otras, mostraban a las claras que la política exterior debía continuar por el sendero de la cooperación, el no alineamiento y la diversificación de sus relaciones tanto políticas como económicas.

Pero el afianzamiento de posturas liberales en el seno político del propio movimiento (aunque no de manera excluyente a este, sino también al resto de las opciones políticas) colocó la balanza del lado de la ortodoxia que vio a esta nueva apertura como deslegitimadora del verdadero espíritu, del "ser" peronista; radicalizando esta actitud se convertía a los aggiornadores de la política exterior en traidores de la nación y a la figura de López Rega en artífice de la consolidación de uno de los lados del péndulo.11 El avance logrado en el plano externo mediante las acciones de Cámpora y de Perón quedaron en meros proyectos con la asunción de Martínez de Perón, agudizando aún más el caos económico y la violencia entre facciones; promoviendo un acercamiento fallido hacia Estados Unidos, que finalmente decidiría tener en Brasil a su interlocutor para los asuntos sudamericanos.

En definitiva, la lucha hegemónica por la ampliación de la cadena de equivalencias y por lo tanto, por la vacuidad del significante "peronismo", a expensas del campo de diferenciación al interior del movimiento, constituyó el principio-identidad de este período.

Recién trece años después, ambas lógicas de equivalencia y diferencia que darían una nueva identidad al peronismo, llegaron con el gobierno de Menem (1989-1999), proponiendo desde sus inicios una reconfiguración del antiimperialismo norteamericano, la justicia social y la integración con los países del Cono Sur que solo serviría a los fines discursivos tendientes a ganar la contienda electoral. Una vez asumido el poder, este programa de acción de política se convertiría en una especie de deconstrucción semántica del peronismo, hasta convertirlo en menemismo (Canelo, 2005). Las pujas hegemónicas por seguir nominando a este accionar como peronista o para desterrarlo del propio movimiento, dejaron al descubierto que la elección vendría por el lado de la adecuación respecto del orden imperante: neoliberal, multilateral, adscripto a los organismos económico-financieros internacionales, y fuertemente pro norteamericano (Cavallo, 1995; Di Tella, 1995).

La búsqueda entonces de adaptar el peronismo al Nuevo Orden Mundial (Gosende, 2007) como la oportunidad de mostrar una inserción mundial favorable a la recuperación de la estabilidad económica luego de la hiperinflación, llevó al peronismo de los noventa a su máxima expresión en el plano internacional mediante un esquema de "relaciones especiales de alcance amplio" en la esfera económico comercial como en la político-estratégica (Corigliano, 2003, 2006). La adopción de los lineamientos teóricos del realismo periférico de Escudé (1995) permitió vislumbrar el traspaso abrupto de un paradigma de relaciones internacionales del estado desarrollista, de bienestar, hacia uno fuertemente neoliberal regido por las leyes de mercado y de alineamiento automático con Estados Unidos.

La política de convertibilidad, fiel reflejo de una lectura en clave económica del sistema internacional, motivó a la identificación con sectores del establishment, empresas extranjeras con capacidad de inversión, promotores de la no intervención (aunque paradójica) del estado en los asuntos referidos a las políticas públicas y del impulso de la privatización de los servicios públicos. El sentir nacional quedaría en parte "salvado" mediante la reforma de la constitución nacional con la inclusión en la misma de la cláusula referida a la soberanía de las Islas Malvinas. Pero lo que en otro momento había prevalecido como punto nodal del movimiento, los trabajadores, hoy era retraído a los lugares más adversos del modelo.

Aún más, varias de las expresiones de esta nueva política, coadyuvaron para la posterior impugnación de la figura de su líder, así como la necesidad de desligarlo totalmente en el discurso, de la identidad peronista. Ejemplo de ello son las intervenciones en la Guerra del Golfo Pérsico, en Haití, la venta de armas a Ecuador durante el conflicto con Perú, y a Croacia durante el conflicto de la ex Yugoslavia, la salida del Movimiento de No Alineados, entre otras. El peronismo, erigido como un partido de orden subsumió el antiguo reformismo social acabando con el juego pendular entre ruptura e integración propia del dualismo constitutivo de la identidad política del mismo.

Si bien hubo indicios de apertura, sobre todo a nivel regional,12 en el fondo, la presión por pertenecer a la esfera norteamericana junto con los beneficios de la globalización, condujo a que distaran bastante de una independencia y una autonomía declaradas en sus inicios. Se tomaron decisiones con el propósito de mostrar a Estados Unidos una sintonía con los temas más importantes de su agenda:13 se ratificaron el Tratado para la Proscripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe (Tlatelolco) y el Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares (TNP) junto con la desactivación del misil Cóndor II. Culminado el mandato menemista, las expresiones peronistas pujaron por la identificación del movimiento con la necesidad de construir política desde un prisma contrario al neoliberalismo y al conservadurismo imperantes en aquella etapa. Sin embargo, las consecuencias de la crisis político institucional del 2001, dejaron en claro que las gestiones subsiguientes estarían fuertemente marcadas por la resolución de los temas económicos en primera medida para, desde allí, erigir un nuevo modelo de relacionamiento externo. La declaración del default y el abandono de la política de convertibilidad fueron las ataduras de la presidencia interina de Eduardo Duhalde (2002-2003), quien por el breve período de tiempo en el que ejerció el poder, no tuvo posibilidad de construir ejes ordenadores de política exterior, sino simplemente delinear algunas acciones específicas. Así, la necesidad de diversificación de la estructura comercial llevó a privilegiar el Mercosur, y Brasil específicamente, como las principales esferas de vinculaciones argentinas.

Por otra parte, la securitización de la agenda norteamericana como corolario del ataque a las Torres Gemelas en 2001, reforzó el pedido del país del norte por la sintonía regional en su lucha contra el terrorismo internacional. En esa oportunidad, Duhalde entendió que la relación entre crisis interna y márgenes de maniobra externos eran limitados, privilegiando entonces la reconstrucción interna.

Por la misma lógica de equivalencias y diferencias se explica la base que sustenta el peronismo de la nueva época (Néstor Kirchner 2003-2007/Cristina Fernández de Kirchner 2007-2011…), como resultado retroactivo del propio proceso de nominar y, por ende, asumiendo una función performativa, adopta la dimensión rupturista identificada con el peronismo izquierdista y progresista de los setenta con el afán de desligarse tanto del neoliberalismo como de la crisis identitaria que sorteara el país luego del 2001. Ahora sería el turno de grupos sociales reconocidos como parte de un nuevo modelo, como expresiones de participación ciudadana emergente: piqueteros, asambleístas, sindicalistas y, sobre todo, los sectores juveniles.

En el caso de Kirchner, el inicio de su mandato, signado por el estrecho margen electoral logrado luego de la renuncia de Menem al ballotage, evidenció los límites de la relación con Washington, por cuanto la necesidad de generar un sustento interno que apoyara el nuevo esquema, llevó a un discurso demonizador respecto de las gestiones previas, con un perfil internacional fuertemente contestatario en casos como la negativa de participar del Operativo Águila III en 2003, la abstención respecto de la cuestión de Derechos Humanos en Cuba o el ataque discursivo al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas y al Fondo Monetario Internacional en la Cumbre de las Américas de 2005. El límite a estas apreciaciones estuvo dado con la necesidad de negociación de la deuda externa, lo que llevó a Kirchner a reunirse en dos oportunidades con el presidente Bush. Según Bologna (2010), estas acciones marcaron un quiebre dentro de la propia gestión, dejando en la primera etapa (desde la asunción hasta el pago de la deuda) una puerta abierta a la colaboración y el diálogo bilateral; y una segunda donde se adopta el mencionado perfil confrontativo. Para Russell, sin embargo, estas medidas:

se desarrollaron de manera inconexa debido a la falta de un eje ordenador que diera sentido a la acción internacional del país. Se trató de medidas desprovistas de una estrategia, con la excepción de las negociaciones de la deuda en default (…). Además, [la política exterior] se subordinó excesivamente a consideraciones de política interna. (Russell, 2010, pp. 26-45).

Al margen de ello, quedó en evidencia que el pago de la deuda externa produjo al interior del entramado político una suerte de alivio respecto de las ataduras en la vinculación con Estados Unidos, logrando el acercamiento y consolidación dentro del propio peronismo de grupos proclives a las ideas autonomistas, cooperativas e integracionistas. Ello llevó a la reanudación del diálogo con los principales socios: Mercosur y países vecinos, con una definida orientación sudamericana en concordancia con el Brasil de Lula y la Venezuela de Chávez.

Este estilo de política exterior favoreció la imagen de país integrado al mundo, con diálogo y presencia internacionales, decidido a enmarcar a los Derechos Humanos como baluarte y eje central de dicha política.14 De este modo, la correspondencia entre el plano interno y el exterior se hizo presente en temas como la participación en la Operación de Mantenimiento de Paz en la región para el caso de Haití, la estabilización regional conjuntamente con Brasil en Bolivia, Ecuador, Honduras, etc., las acciones para la liberación de presos de la FARC, la creación de la UNASUR, entre otras. Del mismo modo, las tensiones y conflictividades externas como la cuestión de la pastera Botnia con Uruguay, las diferencias con Brasil por el asiento en el Consejo de Seguridad y al interior del Mercosur por el desequilibrio comercial, la falta de diálogo con el gobierno de Obama, así como las trabas al consenso sobre cuestiones agrícolas con la Unión Europea y la temática de recursos naturales de la plataforma continental, se colocaron en un segundo plano respecto de los logros obtenidos.

Si bien para algunos, el bajo perfil en asuntos internacionales de la gestión de Kirchner se debió a una suerte de necesidad de privilegiar los temas de agenda interna (Busso, 2010), es cierto también que fue marcado por "pensar el mundo en argentino desde un modelo propio" (Kirchner, 2003), lo cual se traduciría en un "modelo de perfil industrialista, pero con matriz de acumulación diversificada" (Fernández de Kirchner, 2007, pp. 21-22), donde el esquema de vinculaciones quedaba finalmente resuelto mediante la opción sudamericana como escenario a potenciar.

El triunfo de Cristina Fernández de Kirchner como sucesora de su marido y anterior mandatario, manifestó en principio una continuación de lo que se consideraba había marcado un cambio para la política argentina en general, y por otro, un fuerte perfil internacional. A nivel interno, la elección de la fórmula presidencial junto con Julio Cobos (representante de la línea históricamente opositora al peronismo) llevaba a pensar en la necesidad de recomponer la imagen de desagregación política interna latente desde el 2001, otorgándole la característica de plural, conciliador y concertador al nuevo gobierno.

Sin embargo, en ese esquema de vinculaciones, el vuelco más internacionalista que se pensaba traería dicha gestión principalmente con Estados Unidos fue disminuyendo por varias razones: las expectativas de la llegada de Obama y el retorno de un diálogo más cercano con la región no fue finalmente el esperado, la falta de impacto en la política bilateral —que respondió más a cuestiones de índole doméstica de la agenda argentina que a acciones específicas desde Washington—, y que dichos condicionamientos internos produjeron una suerte de construcción bilateral de acercamiento/crisis/intento de recomposición difícilmente superable.

Sumado a ello, dos situaciones marcaron el viraje hacia la agenda interna en detrimento de las propuestas de política exterior: por un lado, las consecuencias de la crisis financiera internacional y la imposibilidad de discutir el pago de la deuda con el Club de París, y por otro, la crisis con el sector del agro en el 2008, que no solo condujo al quiebre de la concertación de gobierno, sino a una fuerte impronta de poder centralizado, jerárquico y homogeneizador, donde el nosotros/ellos se construyó como lógica sectorial, identificando a toda la oposición con la oligarquía, la ortodoxia y el conservadurismo. La polarización se hizo evidente y ambas partes se deslegitimaron recíprocamente, reforzando el proceso de identificación y significación al interior del peronismo.

Dicha identificación se combinó, además, con el estrechamiento de los lazos regionales con los actores que decididamente estaban en la senda neo desarrollista, progresista y/o de centro-izquierda entendida en los gobiernos de Dilma Rousseff, Hugo Chávez, José Mujica, Evo Morales y Fernando Lugo. Así lo demuestran acciones conjuntas como el refuerzo del Mercosur respecto de los esquemas energético-industrial consolidados con la introducción de Venezuela como miembro pleno, la creación de la UNASUR y su labor respecto de la estabilidad y democratización de la región (casos de golpes de estado en Honduras y recientemente en Paraguay), entre otros.

Así, la identidad política del peronismo se erige en la actualidad como una construcción a través del discurso político que reconoce en el kirchnerismo su legítimo portavoz. El resultado del proceso de significación/articulación hegemónica, mantiene unido el grupo y el significante peronismo como identidad nominal otorga un significado performativo, lo que conlleva la elaboración de una política exterior tendiente a reconocerse como expresión de una puja de fuerzas donde tiene mayor incidencia la diferenciación que la identificación; una política exterior más de ruptura que de orden.

 

Conjeturas finales

A partir de lo expuesto se abren dos niveles de análisis, que se interrelacionan entre sí. Por un lado, aquel que versa sobre la estructura teórico-analítica del concepto de identidad como tal y, por otro, el del análisis de una identidad específica. Esto es, resulta difícil hablar de la identidad de la política exterior peronista sin una aproximación o un marco teórico que permita no reducir la identidad a una expresión homogénea.

El abordaje propuesto se concentra en el análisis de las fuentes internas de la identidad, de modo que la identidad resultante, emerge de la interacción entre actores domésticos organizados en un ambiente político. Como vimos, las identidades son construcciones derivadas de prácticas discursivas y el propio discurso se presenta como un dispositivo de actualización del poder. Por lo tanto, si son las prácticas discursivas las que construyen identidades, estas serán portadoras de efectos materiales, es decir, constructoras de realidad.

La teoría de nominación expresada por Laclau como un acto retroactivo y performativo de nominar, permite entender que un agente social existe a partir de que es nominado. Si la identidad de un grupo dado no puede derivarse de una base estable dentro de lo social (la posición dentro de las relaciones de producción, por ejemplo), solo puede ser el resultado de un proceso de significación/articulación hegemónica. Ello se obtiene entre una lógica de diferencia y una lógica de equivalencia en constante tensión y no en una nominación originaria y concluyente.

Es precisamente porque el sujeto político como tal carece de nombre y permanece ausente, que tiene que ser representado. Y solo puede ser representado asumiendo un nombre, el cual ineludiblemente tendrá que ser provisional y vinculante. Vinculante porque otros significantes quedarán eslabonados por este nombre en una cadena de equivalencias. Por lo tanto, el cierre de una identidad no es nunca total.

En definitiva, a partir de la lectura hecha de esta concepción, se permite avanzar en el abordaje de la identidad a nivel de política exterior en contraposición con concepciones reduccionistas, centradas en el Estado, con las cuales ha sido analizada la misma en los diversos gobiernos y de Argentina en su totalidad; reconociendo entonces, la inevitabilidad del enfrentamiento interno acerca de lo que constituye la "identidad nacional" y a partir de ello, poder comprender, en una segunda instancia, la necesidad de reconciliar al mismo tiempo exigencias nacionales e internacionales.

Así, al hablar de la identidad de la política exterior del peronismo es necesario tener presente que el pluriclasismo, el disenso-consenso como metodología de vertebración movimientista del mismo, no debe pensarse como un intento de superación de las diferencias y conflictos de intereses emergentes sino como la operación simultánea de diferenciación y equivalencia que constituye la identidad peronista y, por ende, que la dualidad resultante (una tendencia a la ruptura y una tendencia al orden) es propia de la alteridad constitutiva de su identidad.

La preeminencia de una u otra tendencia en las diversas etapas es producto de que el proceso de significación "peronismo", como todo proceso de significación, es una articulación hegemónica. Como sostiene Laclau "el nombre no expresa la unidad del grupo, pero se convierte en su base" (Laclau, 2005, p. 231).

De este modo, la estructuración de la identidad política del peronismo en el plano externo respondió a diversos factores. Por un lado, factores discursivos extra-lingüísticos (Fair, 2013, p. 37) que obraron como sus condiciones de posibilidad: una tradición verticalista y personalista en el ejercicio de la política exterior, un proceso de institucionalización del partido-movimiento y una serie de factores socio-históricos que constituyeron momentos de inflexión a nivel internacional y moldearon el accionar externo del peronismo, como el orden bipolar, la creciente interconexión de la economía mundial, entre otros mencionados. Por el otro, desde el plano discursivo en sentido estricto, el elemento más interesante se encuentra en una cadena de significantes que contextualmente presentaban una posición central en cada gestión peronista, debido a que eran replicados con mucha frecuencia en los discursos público mediáticos y adosados a múltiples significados diferenciales. Estos significantes contextualmente privilegiados eran antiimperialismo, no alineamiento, latinoamericanismo, multilateralismo, etc.

 

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Notas

1 En los estudios internacionales, el término fue introducido por Nicholas Onuf (1989) pero popularizado a partir del artículo Anarchy is What States Make of It de Alexander Wendt, publicado en 1992. Más adelante, Wendt publicaría Social Theory of International Politics (1999), considerado, para muchos, como uno de los trabajos principales y pioneros de las Relaciones Internacionales.

2 Adler clasifica las variaciones del constructivismo como modernista, posmodernista, de conocimiento narrativo y de la versión basada en reglas; Ruggie, por su parte, utiliza una clasificación diferente, identificando las vertientes neoclásica, posmoderna y naturalista; Katzenstein, Keohane y Krasner presentan como subdivisiones del constructivismo las explicaciones convencionales, críticas y posmodernas (Smith, 2001).

3 En contraposición claramente con el sentido del concepto "actores", que estarían limitados a desempeñar papeles predeterminados.

4 No obstante no ser este el tema principal de su trayectoria, han escrito explícitamente sobre identidad diversos autores; algunos de ellos son: Zygmunt Bauman, Pierre Bourdieu, Fernand Braudel, Craig Calhoun, Anthony Giddens, Bernhard Giesen, Jurgen Habermas, David Laitin, Claude Levi-Strauss, Paul Ricoeur, Amartya Sen, Margaret Somers, Charles Taylor, Charles Tilly y Harrison White.

5 El término post-estructuralismo surge en 1966 para referirse al movimiento intelectual crítico del estructuralismo francés en boga en los años sesenta del siglo pasado, que se evidenció en el "Coloquio Internacional sobre Lenguajes Críticos y Ciencias del Hombre", realizado en la Universidad John Hopkins (Payne, 2002). Sus mayores exponentes son, entre otros: Jacques Derrida, Michel Foucault, Jacques Lacan, Roland Barthes, Edward Said.

6 El término postmodernismo es más amplio que el de postestructuralismo. Fue acuñado por el español Federico de Onís para describir un reflujo conservador al interior del modernismo literario en los años treinta del siglo pasado (Anderson, 1998). El término, cuyo significado inicial fue transformado por distintos usos, da cuenta de un conjunto de transformaciones que se dieron tanto en el ámbito intelectual como en el artístico y que, a grosso modo, constituyen una ruptura con respecto al modernismo iluminista.

7 Por ejemplo, al fracaso de la maniobra transformista de Perón, inaugurada en su célebre discurso ante la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en agosto de 1944, siguió la radicalización de este en la campaña electoral de 1946. Lograda la victoria, se produjo la disolución del Partido Laborista y la posterior cooptación de la CGT en un intento por diluir las diferencias estructuradas en el momento fundacional.

8 En un principio, con el consentimiento tanto del Canciller Paz como de Perón, se consideró el envío de tropas a través del contingente de la ONU en el conflicto; finalmente, el gobierno argentino desestimó dicha acción.

9 El presidente guatemalteco Jacobo Arbenz expropió compañías norteamericanas vinculadas con el gobierno republicano: United Fruit Company, la IRCA y la Bond Share, lo que le costó su derrocamiento por el golpe de estado de 1954. En la X Conferencia Interamericana celebrada en Caracas, Estados Unidos había exigido la aplicación del TIAR, mientras que Argentina consideraba la misma como una medida violatoria del principio de no intervención en los asuntos internos.

10 Contraria a las disposiciones incorporadas con la Reforma de la Constitución en 1949 sobre propiedad inalienable del Estado respecto de sus fuentes de energía.

11 Para Corigliano (2006), el ‘giro conservador’ dentro del ser peronista se evidenciaba ya desde la tercera presidencia de Perón por su mayor grado de aproximación hacia los EE.UU. y la construcción de sociedades económicas con Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay sin atender a las orientaciones ideológicas de sus regímenes. Ello vinculado a "tres obsesiones estratégicas de Perón: el aislamiento subregional de una Argentina gobernada por un régimen de origen constitucional pero ‘cercada’ por gobiernos militares (Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay) o cívico-militares (Uruguay); la recreación de un eje estratégico Santiago-Brasilia que dejara en aislamiento e inferioridad de condiciones a la Argentina; y el temor —que Perón compartió con muchos sectores nacionalistas civiles y militares— respecto de la consolidación de una hegemonía brasileña sobre Bolivia, Uruguay y Paraguay. (Corigliano, 2006, p. 860).

12 La aprobación del Tratado de Asunción de 1991; la firma de las cláusulas de salvaguardas con Brasil; el diálogo en el seno del Grupo Río respecto de la banca latinoamericana en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y por los intentos de golpe de estado en Venezuela en 1992; la resolución de los conflictos limítrofes pendientes con Chile, etc.

13 Esta adecuación de agendas tiene como contrapartida acciones de política exterior un tanto incongruentes como la posición dual frente al problema cubano, la crítica a la intervención norteamericana en Panamá y la legislación argentina respecto de las patentes farmacéuticas.

14 La política exterior se constituyó en base a cinco ejes: la política multilateral de seguridad, la política regional y el MERCOSUR, la estrategia de apertura y diversificación de mercados, las negociaciones en torno a la salida del default, y la política por la soberanía de las Islas Malvinas.

 

Información sobre el autor

Leandro Enríquez Sánchez. Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UCALP). Magister en Metodología de la Investigación Social (Universita dì Bologna). Doctor en Ciencias Sociales (UNLP). Investigador y docente del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP - CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.

Victoria Zapata. Licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales (UCALP). Maestrando en Relaciones Internacionales del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Investigadora de Centro de Reflexión en Política Internacional (CeRPI) del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP), profesora de Política Exterior Argentina (UCALP).

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