Introducción
De acuerdo con Araiza (2021), Ecatepec es un municipio en la periferia urbana de la Ciudad de México que durante los ochenta creció desmesuradamente a partir de las migraciones de poblaciones rurales que buscaban oportunidades laborales, así como de gente expulsada de la zona centro del país, afectada por las crisis económicas y cataclismos como la explosión en 1984 de la central gasera de San Juan Ixhuatepec, Tlalnepantla, y el terremoto de 1985. Ante dicho crecimiento intempestivo, el municipio mexiquense emergió como un sitio de abanadono donde se fraguó una precarización de la vida, que se constata a través de calles sin pavimentar, ausencia de alumbrado público, escuelas, centros de salud y de los nada alentadores números del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), los cuales dan cuenta de que dicha demarcación encabezó la lista de los 15 municipios con mayor número de habitantes en condiciones de pobreza en 2015, con 786 mil 846 personas en esa situación (Fernández, 2018).
La pobreza sin duda ha potencializado una economía criminal dentro del municipio mexiquense, la cual alude a un sector de la economía mexicana que obtiene sus ganancias a partir de actividades ilegales como el tráfico de drogas, contrabando de armas, trata de personas, entre otros. Es necesario observar que lo que da vida a esta economía no son las ganancias que produce, sino los sujetos mayoritariamente varones que, ante la falta de oportunidades educativas y laborales, sumado a la prevalencia de una atmósfera de hiperviolencia masculina, se incorporan desde temprana edad a las filas del crimen organizado, tal como Amador y Domínguez (2012) lo apuntan en su trabajo etnográfico sobre Ecatepec: “desde las azoteas pueden advertirse jóvenes varones que vigilan el trajinar de la ciudad. Les llaman halcones y protegen el narcomenudeo y otros negocios ilegales que se han instalado en la zona” (p. 259). Asimismo, para los objetivos que plantea este artículo, es importante subrayar que la economía criminal en México hace proliferar bandas juveniles o grupos delincuenciales, formados en su mayoría por hombres, relacionados con el secuestro, la explotación sexual y el asesinato de mujeres. Con relación a esto, Connell (2013), al referirse a la sistematicidad de las violencias feminicidas en Ciudad Juárez, México, resalta un elemento fundamental para entender la reproducción de dichas violencias: mayoritariamente estos asesinatos son cometidos por hombres. La observación de Connell no es privativa de Ciudad Juárez, pues es un hecho que, lamentablemente, se hace extensivo a todo el país.
Estas anotaciones pueden ayudar a explicar la regularidad de la violencia que sufren las mujeres en Ecatepec1, infligidas princialmente por varones. Entonces puede sugerirse un nudo donde se trenza masculinidad-violencias feminicidas, dando forma a la estructura del “mercado de la virilidad” en Ecatepec, el cual se rige por una demostración reiterada de violencia que no es sólo instrumental, sino expresiva (Segato, 2013), convirtiendo ese lenguaje violento en un sistema de comunicación normalizado que muta a una manera de sociabilidad dominante entre los varones de la localidad, al mismo tiempo que configura su deseo de “ser hombres”. Sin embargo, el binomio violencia-pobreza no sólo marcaría la masculinidad de algunos varones de la periferia, sino que llevaría consigo una facultad distributiva de poder que también afecta a las mujeres, convirtiéndolas en víctimas, y, en algunas ocasiones, transformándolas en sujetos que ejercen diferentes violencias. En esa línea podría afirmarse que la atmósfera violenta en Ecatepec ha permeado, en menor medida, en las mujeres, lo que ha generado en ellas prácticas de dominación y violencia. Lo anterior se puede constatar en el trabajo etnográfico de Araiza (2021) sobre la vida cotidiana en la colonia Miguel Hidalgo, en Ecatepec, donde recupera varios relatos de violencia ejercida por mujeres tanto en las calles como en la casa. Asimismo, puede incluirse la historia de Patricia Martínez Bernal, quien junto con su marido Juan Carlos Hernández Béjar, confesó, en 2018 ante el Ministerio Público de la Fiscalía del Estado de México, haber cometido al menos 10 feminicidios en Ecatepec (González, 2018).
La violencia de signo masculino-mafioso que predomina en Ecatepec no sería simplemente una forma de poder instrumental que termina por producir cientos de víctimas en función de una economía criminal, sino que se convertiría en el terreno donde se organiza el campo simbólico de la vida social de las comunidades de dicho municipio por medio del prestigio que fija y retienen los símbolos a partir de la distribución de poderes y valores dentro de un escenario social precario, que es producto de las desigualdades económicas, étnicas y de género. Por ello, la violencia ejercida adentro y fuera de las casas contra lo femenino surgiría como un acto comunicativo que posibilita la reproducción de un orden de género que irriga la vida cotidiana de quienes habitan en Ecatepec.
Las ideas anteriores son importantes rescatarlas para el caso del municipio mexiquense, puesto que desmonta el supuesto de los agresores aislados o enfermos mentales y, por el contrario, nos hace entender la violencia contra las mujeres que ahí se genera como producto de componentes estructurales que tienen que ver con las formas de distribución diferenciales de reconocimiento de los cuerpos a partir del género y la clase.
El contexto recién planteado enmarca la emergencia de las pedagogías que se han implementado en los últimos 10 años dentro de la preparatoria 128, General Francisco Villa (o mejor conocida por varios/as de sus estudiantes y profesores/as como la “Panchito Villa”), ubicada en el municipio de Ecatepec, Estado de México. Estas pedagogías han fundado su objetivo en estimular entre los alumnos y alumnas, por medio del performance, el reconocimiento de los problemas sociales del contexto en el que se encuentran: pobreza, narcotráfico, discriminación, feminicidios, embarazos en adolescentes. Entre las iniciativas llevadas a cabo se puede contar el “Taller Mujeres, Arte y Política”, donde se han desarrollado una serie de performance a través de los cuales las y los estudiantes intervienen las calles de Ecatepec para denunciar y hablar sobre la pobreza y las violencias feminicidas que padecen. También puede considerarse el festival “Comunidad en Aventura”, que se lleva a cabo cada cierre de ciclo escolar, con la finalidad de propiciar la participación y la circulación de la palabra en toda la comunidad estudiantil de la prepa 128 mediante la organización de debates, exposiciones y performance que les faciliten, colectivamente, abordar, preguntar y tematizar sobre las adversidades sociales, políticas y económicas que se viven en sus comunidades. Los ejercicios y dinámicas que presentan los/as estudiantes en este festival, por lo general, son producto de investigaciones cualitativas que hacen en sus calles y colonias.
Este conjunto de iniciativas se reconoce en el presente artículo como pedagogías del performance, definiéndolas como prácticas de un aprendizaje colectivo y dialógico, en un lapso extendido, que les permiten a las/os estudiantes investigar, entender y cuestionar las injusticias y desigualdades de sus entornos locales a partir de la creación de lenguajes e imágenes que emergen desde el cuerpo y su gesto. En ese sentido, según Fuentes (2020), desde el campo de los Estudios de Performance (Performance Studies), el término performance se ha entendido como un concepto expansivo, pues éste no sólo se refiere a eventos artísticos, culturales y/o políticos que se escinden de la vida diaria porque están enmarcados en un tiempo y espacio específicos, como lo puede ser una obra de teatro, una protesta o un concierto. También es un método de indagación e intervención: “es una suerte de teatro de la vida en el que los actores sociales interactúan con una audiencia explícita o implícita, acotando o subvirtiendo construcciones sociales como la identidad de género, la lealtad a la patria, los roles familiares y la raza” (Fuentes, 2020, p.38)2.
Estas pedagogías permitirían “hacer escuela” desde una práctica definida por una fluidez entre la institución y su entorno, es decir, utilizar el performance como una herramienta que aporta espacios de imaginación para concebir la escuela como un lugar desde donde se echan a andar posibilidades para la transformación ética y social, defendiendo la dignidad y una idea de comunidad que imposibilite igualar al desecho la vida de mujeres y hombres en Ecatepec. El performance aquí no sólo es una categoría teórica para denominar un tipo de pedagogías, sino que se usa para decir y pensar lo social, a través de la materialidad del lenguaje: su sonoridad, su ritmo y su sustancia carnal/visual. Pensar y sentir pasan a ser una sola y la misma cosa, y es en esa aleación indistinguible donde se va aprendiendo, por medio del cuerpo, a crear un significado sobre la existencia propia en una realidad determinada.
A pesar de que estas pedagogías, como se acaba de describir, orientan sus esfuerzos por construir discusiones, debates, dinámicas y acciones en torno a diferentes tópicos, el interés de este artículo se enfoca en los abordajes que han hecho sobre el tema de las violencias feminicidas en Ecatepec, pues ocupa un lugar preponderante en las preocupaciones de las/os estudiantes participantes (Figura 1). Podría decirse que el protagonismo de este tópico obedece a una urgencia impuesta por el contexto, así como a una mayor participación de mujeres dentro de estas pedagogías en la “Panchito”, pues son ellas quienes han logrado escapar de carros que las intentan “levantar”, otras son sobrevivientes de trata y algunas dejan de ir a la prepa y se encierran en sus casas por temor a que les suceda algo.
Algunas de las acciones llevadas a cabo por las/os estudiantes de la “Panchito”, donde el tema de las violencias feminicidas es central, son: “Las mujeres de la periferia no somos desechables”; “Quinceañeras violentadas y desaparecidas en el Estado de México”; “Gritar con el cuerpo no más feminicidios”; “Encarnado a las mujeres de la Revolución y la Independencia”; “Mariposas negras contra el feminicidio”. Así, podría decirse que estos performance construyen a partir de toda su ideación, gestión y puesta en marcha, una serie de:
[…] núcleos espacio-temporales donde no sólo existe una emanación de simbolismos que remiten a las violencias feminicidas en México, también lo que sucede con cada acción llevada a cabo es que se abona a la posibilidad de continuar la lucha ya no por la vía estatal, sino por el camino que implica el encuentro entre cuerpos, es decir, la formación del mundo de los vínculos […] vemos flores, mariposas, aves, cruces, rosas, máscaras, entre otros, como imágenes-objeto a los que se recurre constantemente en las acciones realizadas, con la finalidad de comunicar esperanza y cuidado por las vidas de las mujeres pobres; […] en cada acción dichos objetos son sometidos a intervenciones bajo demanda, es decir, que son usados de acuerdo con las necesidades y circunstancias específicas del momento en que se llevan a cabo el performance (Gutiérrez, 2020, pp. 151-153).
Por otro lado, es necesario destacar que la mayor parte de las violencias feminicidas que ocurren en Ecatepec y el resto del país, como se vio antes, son cometidas por hombres. Por esa razón, uno de los principales objetivos de este trabajo es reflexionar sobre el papel que juega el cuerpo, a través de las pedagogías del performance, para desarrollar capacidades cognitivas que les posibiliten a los estudiantes varones indagar sus propias comunidades, lo que les permite re-conocer la atmósfera feminicida que caracteriza las calles de Ecatepec. Es importante subrayar que, a partir de los procesos performativos producidos por las pedagogías en cuestión, los estudiantes hombres también empiezan a re-pensar sus identidades como varones desde un plano relacional y colectivo, intercorporal, donde los movimientos, sentires y afectos emergen, entre hombres y mujeres, como aquello que anima una transformación en el entendimiento de las relaciones de género en la periferia urbana. A partir de dichas observaciones este trabajo da cuenta del surgimiento de una relación entre violencias feminicidas y masculinidad, a través de los espacios intercorporales que se crean con estos performance.
La finalidad de este artículo no está tanto en definir los cuerpos de los hombres que participan en las pedagogías mencionadas, sino en examinar qué es lo que los atraviesa y, en ese sentido, cuáles son sus potencias, lo que pueden hacer por medio de las variaciones corporales que implican los performance, pues como menciona Massumi (2002), es menester repensar el cuerpo, la subjetividad y el cambio social en términos de movimiento, afecto, fuerza y violencia, antes que por medio del código, el texto y la significación, pues estos últimos, según el teórico canadiense, reiteran la ley donde los cuerpos sólo significan y donde el significado carga una sentencia que reduce los cuerpos a una identidad determinada.
El acercamiento analítico que hace este artículo a las masculinidades de los jóvenes varones que se han vinculado a las pedagogías del performance es producto de una revisión de la literatura pertinente para los tópicos aquí tratados, así como de un trabajo etnográfico elaborado a lo largo de 6 años en la “Panchito” y en las calles de Ecatepec, el cual incluyó una serie de entrevistas de corte cualitativo, semi-estructuradas, a estudiantes y exestudiantes varones de la prepa 128 que han participado en las pedagogías.
Una vez trazadas las coordenadas bajo las que este trabajo se estructura es pertinente hacer un señalamiento sobre el contenido de los siguientes apartados. En la primera parte se propone una perspectiva teórico-metodológica, siguiendo los planteamientos del antropólogo Csordas (2008), a partir de la categoría “intercorporización”, para abordar el vínculo masculinidad/cuerpo/conocimiento. Este enfoque servirá para analizar, en el apartado subsecuente, los testimonios que dan cuenta de la participación y las experiencias de los estudiantes varones en las pedagogías del performance contra las violencias feminicidas en Ecatepec. Finalmente, en la última sección, se propone una discusión donde se entienden estas pedagogías como estrategias estético/políticas que establecen una relación entre masculinidades y violencias feminicidas en Ecatepec, lo que posibilita a los estudiantes varones de la “Panchito” atisbar otras formas de entender las relaciones de género en la periferia urbana.
La perspectiva teórico-metodológica: “intercorporización”, una categoría para abordar el nexo masculinidad/cuerpo/conocimiento
En este apartado se busca construir una perspectiva teórico-metodológica que permita abordar las experiencias e impresiones que tienen los estudiantes varones de la prepa Francisco Villa al participar en las acciones de las pedagogías contra las violencias feminicidas, a partir de un planteamiento que tiene que ver con la centralidad del cuerpo en el performance y la implicación en sus espacios, es decir, con una fluidez entre contexto y corporalidad. El mundo, los mundos, no deben entenderse como simples entornos que “rodean” los cuerpos, sino que son parte de su materia misma, los constituyen en todas sus superficies y profundidades. Siguiendo esa idea este trabajo desea hablar de la inmediatez corporal que se genera por medio del performance, entre los cuerpos de las/os estudiantes y sus comunidades, para valorar las maneras en que en ese contacto/proximidad produce en los varones que participan en las acciones un re-conocimiento sobre las violencias contra niñas y mujeres en Ecatepec, así como todo un pensamiento con respecto a sus identidades masculinas. Se origina un “saber del cuerpo”, o como menciona Rolnik (2019), un “saber-de-lo-vivo” (p. 47)
Por lo anterior, es necesario partir de lo que desde la tradición de los Estudios del Cuerpo se ha llamado embodiment (corporización), para referirse, como subraya Détrez (2018), a una inteligencia corporal que remite a cualidades motrices, perceptivas y sensoriales que permiten al cuerpo ubicarse en el mundo social a partir de sus movimientos, posturas y gestos, estableciendo un nudo entre percepción-acción. Este registro encarnado de la experiencia cotidiana, donde también están articuladas dimensiones de la experiencia no consciente (memoria, empatía, mimesis, afecto), se convierte “en una instancia ineludible en la constitución de nuestro mundo práctico/perceptual, y en la formación de un mundo con y para los otros” (Aguiluz, 2021, p. 14). Bajo este marco, la corporización como enfoque teórico-metodológico posibilitaría aproximarse a nociones sociales como la cultura y el sentido del yo, que para el caso de este estudio remiten a las posibilidades que abre el performance como herramienta epistémica, para producir saberes sobre las identidades masculinas de los varones participantes en tensión con el re-conocimiento que hacen de las violencias que padecen las mujeres y niñas en Ecatepec.
Cuando en este trabajo se habla de corporización no se hace referencia a una mera experiencia individual que privatiza la percepción del mundo, sino que la experiencia encarnada de los sujetos, como lo menciona el antropólogo Csordas (2008), siempre está mediada por un continuo de interacciones con otros cuerpos humanos y no humanos, es decir, por una intercorporización. El verdadero locus de la cultura, según Csordas (2008), está en las interacciones de individuos específicos y en los significados que se derivan de un registro subjetivo. Así, podría hablarse de un locus dual de la cultura donde se reconoce simultáneamente un significado subjetivo y una interacción objetiva. En una línea parecida, Fischer (2003) asegura que la cultura no es un variable, sino que es relacional, está donde el significado es tejido y renovado incesantemente a través de huecos, silencios y fuerzas que van más allá del control de los individuos.
Estos argumentos proveen una mirada antropológica para pensar la interacción entre cuerpos como constitutiva de una intersubjetividad que no es meramente abstracta, sino que se materializa en maneras de intercorporización inmediata, es decir, en modos de presencia colectiva en el mundo, que les permiten a los sujetos encarnar y dotar de significado a su realidad desde operaciones miméticas a través del contacto y el encuentro entre cuerpos.
Tomando en cuenta los presupuestos anteriores, el abordaje que este artículo propone sobre las pedagogías del performance es un posicionamiento analítico que apunta a entender la función epistémica del cuerpo, principalmente desde su dimensión relacional, la cual remite a una forma de conocimiento espacializado que se construye a partir del performance. Es necesario cultivar una relación más estrecha con prácticas epistémicas que involucran al cuerpo como un medio a través del cual se gana, o incluso se pierde conocimiento, pues el cuerpo a pesar de parecer algo individual, en realidad está definido por configuraciones históricas y sociales bien precisas. A este respecto, Anzaldúa (2002) señala que “el conocimiento emergería cuando abrimos todos los sentidos, habitamos conscientemente el cuerpo y decodificamos sus síntomas. Abrimos nuestra atención y comprendemos sus múltiples niveles, los cuales incluyen el entorno, las sensaciones y respuestas corporales” (p. 542).
La función epistémica del cuerpo en las pedagogías del performance, desde la dimensión relacional que plantea el enfoque de la intercoporización, serviría para repensar aquella sentencia de Braidotti (2004), en la que siguiendo a Simone Beauvoir, advierte que el precio que pagan los varones por asumir una representación universal es la pérdida del cuerpo, la especificidad sexo/genérica al identificarse en la abstracción de una masculinidad falocentrada. Como se verá en el apartado siguiente, estas pedagogías representan, para los varones que participan en ellas, un instrumento para construir una experiencia encarnada a partir de las interacciones y contacto con sus compañeras que, contrariamente al planteamiento de Braidotti, les “restituiría” el cuerpo. Esta “restitución” corporal desencadenaría, como se dijo antes, que puedan re-conocer la realidad feminicida de Ecatepec y, al mismo tiempo, establecer una relación entre esas violencias y un cuestionamiento en torno a sus propias identidades masculinas, permitiéndoles re-conocerse como sujetos que habitan una especificidad sexo/genérica dentro de un mundo social. El surgimiento de estos saberes (encarnados), por medio del performance, contrarrestarían una injusticia epistémica (hermenéutica)3, impuesta por una serie de estructuras androcéntricas (Estado, familia, escuela) que históricamente, por medio de sus decires y haceres, les han impedido a los hombres entenderse a sí mismos como sujetos particulares atravesados por el género.
Resultados: las experiencias y participación de los hombres en las pedagogías del performance contra las violencias feminicidas en Ecatepec
El vínculo que se establece entre masculinidades y violencias feminicidas, desde las pedagogías del performance, se define en primer lugar por medio de una concepción del territorio mismo como una pedagogía. Se plantea esta idea siguiendo los argumentos de Betasamosake (2014), quien arguye que el territorio es contexto, pero a su vez es un proceso entrelazado a una presencia corporal, emocional y espiritual donde éste es conocido y pensado continuamente, a partir de una práctica encarnada; conocer en este caso es la implicación de una inteligencia corporal en el territorio a través del movimiento y de una experiencia vivida. Ello no significaría hacer los libros a un lado, apuntaría más bien a la necesidad de comprender el territorio y lo que ahí sucede, por medio de la articulación entre la palabra escrita con un saber práctico, corporizado, pues la productividad epistémica, como ya se dijo antes, también se juega en una esfera relacional. Bajo esta idea, el aprendizaje se da en el puente entre experiencias vividas y la nueva información que se recibe mediante un proceso instructivo, resultando en entendimientos más profundos del sujeto en relación con las estructuras societales sistémicas donde desarrolla su vida.
Referir el territorio como una pedagogía y no simplemente como el lugar donde se sitúa una forma de aprendizaje y conocimiento, implicaría entender las pedagogías del performance como mecanismos que posibilitan a las/os estudiantes establecer una relación entre sus cuerpos y las historias no escritas e invisibilizadas de la atrocidad feminicida, la pobreza y el abandono en Ecatepec, es decir, el alumbramiento de una corpo-política donde se re-conoce el territorio que se habita, remitiendo a un “soy donde pienso” (Castillo y Caceido, 2015, p. 112). La periferia urbana deviene así un núcleo generador de conocimientos a través de los cuerpos de las/os estudiantes que participan en dichas pedagogías. Y sería en esas interacciones, entre cuerpos masculinos y femeninos, donde los varones encuentran un asidero para conocer la realidad femigenocida en Ecatepec y pensar al mismo tiempo sus identidades masculinas.
En las entrevistas a profundidad que se sostuvieron con los hombres que han participado en estas acciones, fue notorio que todos ellos antes de incursionar en los performance permanecían ajenos, e incluso, en algunos casos, ignoraban la sistematicidad de las violencias que sufren niñas y mujeres, a pesar de ser un problema cotidiano en sus comunidades. Asimismo, es necesario mencionar que son los varones, en comparación con las mujeres, los que casi siempre muestran más su incomodidad ante los ejercicios y temas propuestos como parte de las pedagogías.
El profesor Manuel Amador, quien es gestor y promotor de estas pedagogías en la “Panchito”, relata que llevar a cabo este tipo de pedagogías en algún momento desencadenó un acoso hacia él en sus redes sociales, por parte de dos exalumnos hombres. Actualmente uno de ellos es judicial y el otro participa en un grupo neonazi (Mondragón y Amador, 2020). Lo recién planteado enmarca la manera en que este trabajo problematiza la participación de jóvenes varones dentro de acciones encaminadas a mermar las violencias feminicidas en Ecatepec, pues los que llegan a involucrarse en los performance lo hacen, principalmente, según sus propios testimonios, porque desean “ayudar” a sus compañeras, novias y amigas contra las violencias que padecen, es decir, no asumen desde el inicio que dichas violencias también les afectan, a partir de la manera en que estructuran un orden violento de género dentro de sus comunidades. Esto se constata en las palabras de Luis Enrique Delgado Luna, alumno de la “Panchito” que se ha involucrado en algunas acciones:
No he tenido mucha participación porque a veces no he podido o incluso ni me entero. Pero en las actividades que he participado han sido marchas y en performance, incluso fuera de la prepa. También en algunas pláticas. En las acciones que he participado me invitaron unas amigas, me explicaron en qué consistía y fui, las ayudé con su performance. Fue una acción contra las chicas que secuestran y son víctimas de trata. Fue un tipo baile, las chicas tenían sus manos amarradas con cadenas. Y los chavos que participamos les quitamos las cadenas y un trapo sucio que tenían encima (Luis Enrique, 17 años).
Por su parte, José Macedonio Gómez, exalumno de la “Panchito”, reconoce lo que significó su participación en varios performance para hacer una conciencia sobre las violencias contra las mujeres y niñas en Ecatepec. Un asunto sobre el que antes no reparaba:
No sabía que era un feminicidio antes de participar en los performance. El término lo conocí por eso. Yo no sabía qué era machismo, violencia feminicida; no sabía ni la diferencia entre sexo y género. Estaba yo completamente en desconocimiento. Además de eso, tuvimos un proyecto con el profe Amador. Un proyecto de investigación de campo. Fui a mi secundaria a hacer encuestas sobre los feminicidios en Ecatepec. Nuestra intención era investigar las causas de esos crímenes. Fuimos a una secundaria, porque en ese momento a las que mataban más estaban en el rango de edad de la secundaria, de 13-14-15 años. Estas acciones me pusieron a pensar, a ver de otra manera las cosas que hacía yo […] Yo antes no reflexionaba que las compañeras tenían tanto peligro. Yo en la secundaria era muy valemadre. Tengo dos primas que cuando íbamos en la calle, no las esperaba. No me daba cuenta que corren riesgo. Pienso que de esa manera cambió mi forma de pensar. Todas esas acciones me sirvieron para ponerme a pensar (José, 19 años).
Los testimonios anteriores apuntan a considerar las acciones emprendidas por las/os estudiantes de la “Panchito” como núcleos de interacción entre cuerpos, implicando en el caso de José una reflexión sobre las ideas, sensibilidades, afectos y emociones que dan forma a su identidad masculina en relación con las violencias que padecen las mujeres en su comunidad. Este último punto también se refleja en el testimonio de Sebastián Alberto López Vargas, exalumno de la “Panchito” que participó junto con sus compañeras y compañeros en varios performance. Sebastián aclara que su incursión en las acciones le permitió hacer conciencia sobre las violencias que padecen las mujeres y niñas en Ecatepec, pero también comenzó a pensar las violencias de género que sufren los varones:
Tenía antes la idea de que las cosas no estaban tan mal con las mujeres. Siempre habían tenido voto, voz. Desde ahí me intrigaba por qué las hacían sentir menos […] puede que maten a más hombres, pero los hombres se matan entre sí. Y matan a las mujeres por cosas absurdas, por ejemplo, porque no calentaron bien la comida. Con estos ejercicios también me empecé a dar cuenta que los hombres sufren violencias de género. Los hombres están obligados a ser potentes, agresivos, cerrados, a no tener sentimientos […] Cuando el profe Amador organizaba sus acciones, participaban mayoritariamente mujeres, y los hombres sólo los que nos acercábamos. Los hombres eran contados […] Como, por ejemplo, se hizo un performance del “Violador en tu Camino”, ahí sí participaron puras mujeres […] En otros donde yo llegué a estar fue cuando se hizo un mural en los salones sobre feminicidios, y ahí eran como 5 mujeres y 2 hombres. Yo escribí un ensayo sobre esa acción, donde reflexionaba sobre la participación de los hombres contra los feminicidios. Yo colaboré pintando el mural y cuando se presentó el mural, se presentaron también los ensayos. Yo en el ensayo también hablaba de que a los hombres se les exigían ciertos rasgos como agresividad, cuando realmente no es así, pues hay hombres que apoyan la lucha contra los feminicidios. Los hombres también podemos unirnos a esta revolución. Nosotros también tenemos que romper estos rasgos culturales que nos hacen creer que somos superiores a las mujeres (Sebastián, 18 años).
En los relatos de José, Luis Enrique y Sebastián se alude directa e indirectamente a sus compañeras de la prepa, pues ellas son las principales impulsoras de estas acciones cuyo objetivo es una transformación comunitaria que derive en el reconocimiento de sus vidas como no asesinables, no violables, no acosables, no desechables. Este presupuesto llega a hacer un parangón con lo establecido por Guttman (2000) en su trabajo etnográfico en una colonia popular de la Ciudad de México, donde establece que los cambios en las identidades y acciones masculinas que se dan en dicho lugar están relacionados con los activismos que emprenden las mujeres en favor de mermar las condiciones de precariedad en las que viven. Es muy raro, nos dice Guttman (2000), que “los grupos sociales que sustentan el poder, sin importar cuán acotados estén, renuncien a éste sin oponer resistencia, mucho menos cuando esto surge de un sentido colectivo de justicia” (p. 53). En un tono parecido Jelin (1990) y Massolo (1992) han elaborado estudios donde afirman que en América Latina las mujeres se involucran más en asuntos de sobrevivencia, así como en acciones que catalizan la participación comunitaria.
Con lo recién dicho, se podría exponer que los performance llevados a cabo en la “Panchito” a pesar de ser espacios animados mayoritariamente por la iniciativa de las alumnas, se convierten en parte de un proceso de encuentro, a través del cual, hombres y mujeres, se transforman a sí mismos a partir de activaciones imaginativas que implican al cuerpo y modifican una idea de género en sus entornos inmediatos. La incursión de los varones en las acciones llevadas a cabo, aunque sea minoritaria (numéricamente) y se dé sobre la marcha, no es menos significativa, pues su presencia dentro de los performance construye espacios en donde la idea de género se entiende siempre bajo una interacción, junto a las mujeres, situándose a su vez todas y todos en un territorio común que demanda una urgente defensa de la vida.
Por otro lado, el predominio en el numero de mujeres, así como los temas que definen los performance (violencias feminicidas) hacen que las identidades femeninas se conviertan en un referente para los varones participantes en la conservación y transformación del sentido que le dan a la idea de “ser hombres” dentro de las acciones que emprenden. Esto se ve reforzado, en las palabras de Rolnik (2019), cuando habla de la insurrección micropolítica de los sujetos como un impulso que anuncia mundos por venir por medio de palabras y acciones específicas: “tal anuncio tiende a movilizar otros inconscientes por medio de resonancias, agregando nuevos aliados a las insubordinaciones” (p. 119). En este caso, serían las mujeres las que con su iniciativa dentro de las pedagogías del performance anuncian mundos por venir, causando a su vez resonancias en algunos varones que se suman a las luchas que ellas emprenden para que sus vidas sean reconocidas como valiosas dentro de sus comunidades.
Sin embargo, lo anterior no debe interpretarse como una simple adhesión de los varones a una causa ajena (la lucha por los derechos de sus compañeras), pues como ya se dijo, también empiezan a escudriñar en las opresiones de género que sufren, haciéndose aliados de ellos mismos por medio del rechazo a una identidad masculina violenta y poco expresiva de afectos y emociones. Rechazar, nos dice Didi-Huberman (2018), no sólo es negar, sino que es crear dialéctica: rehusarse a hacer lo que nos imponen, pero al mismo tiempo “decidir existir y hacer otra cosa” (p. 81), como lo demuestra el siguiente pasaje donde Gabriel Serafín Ordoñez, exalumno de la “Panchito”, habla sobre su experiencia dentro de las pedagogías del performance y, a la vez, comenta cómo esa participación le ayudó a establecer cuestionamientos sobre lo que se les exige socialmente a los hombres como una conducta aceptable:
La interacción en grupo, sobre todo con mis compañeras cuando hacíamos alguna acción, me fue abriendo los ojos de cómo las violencias que ellas padecen están asociadas con opresiones de género que también sufrimos los varones. El sistema patriarcal no es unívoco a las mujeres, también oprime al macho. Siento un poco de envidia con las mujeres porque ellas están resignificando lo que significa ser mujer, pero el varón está en el epítome de un desierto ideológico porque las masculinidades heredadas no nos sirven […] A mí me gusta pensarme como un macho en rehabilitación ¿no? Yo no podía llorar en frente de un hombre porque me decían puto, pero te das cuenta que somos seres emocionales y racionales. Un hombre para decirle a otro hombre “te quiero”, le dice “pinche puto” o “huevos culero”, formas que son como de agresión y que apuntan a un significado de amor/cariño ¿Pero por qué no decir simplemente te quiero y ya? Somos seres sociales y queremos a otras personas, podemos decir “te quiero” y hay varias personas que se lo guardan. A mis amigos hombres les digo ahora “te quiero”. Cuando le digo por ejemplo a mi amigo Mario “oye wey, yo si te quiero mucho” y me dice que no le diga eso, que no sea puto. Y le contesto que genuinamente le aprecio, que le tengo confianza (Gabriel, 21 años).
Discusión: las pedagogías del performance como estrategias estético/políticas para repensar el género en Ecatepec
A partir de los testimonios expuestos en el apartado anterior, este trabajo propone un abordaje analítico de las pedagogías del performance como estrategias estético-políticas que establecen una relación entre masculinidades y violencias feminicidas, pues potencializarían en los hombres participantes una transformación de un orden sensible y práctico (ético), permitiendo pensar el cuerpo como un territorio pedagógico donde se aprendería, a partir de la creación e imaginación de lenguajes visuales y gestuales, a desandar y cuestionar el habitus violento masculino de la periferia. Los cuerpos se convierten así, dentro de estas acciones, en escrituras visuales donde residiría una transformación en el entendimiento de su estadía en el mundo. La imagen aquí no sólo se haría carne por medio del performance, sino que se transformaría en táctica/gesto para la sobrevivencia y re-existencia en un territorio, en tanto que anuncia el eco de una sublevación, pues como afirma Didi-Huberman (2018):
[…] incluso antes de afirmarse como actos o como acciones, los levantamientos (desobediencias) surgen del psiquismo humano como gestos: formas corporales. Son fuerzas que nos levantan, indudablemente, pero son sobre todo formas que, antropológicamente hablando, las vuelven sensibles, las vehiculan, las orientan, las ponen en práctica (p. 28).
Pensar en las pedagogías del performance como estrategias estético-políticas, desde los procesos de intercorporización que implican, apunta a replantear el sentido de lo político a partir de una “puesta en escena de los cuerpos”, marcada por el disenso, que afecta los marcos y referentes bajo los cuales los varones sienten y conocen aquellos elementos que los hacen entender el mundo. Hay una relación estético-política en las maneras de expresión y circulación del lenguaje que despliega el performance para producir otros escenarios sobre lo posible, sobre lo real; por esa razón, se entiende la importancia del performance como dispositivo cultural “no tanto desde la densidad interpretativa de sus símbolos, sino más bien desde las posibilidades de su continuidad política” (Vich, 2011, p. 396). Esta definición resuena en la noción de lo político propuesta por Rancière (2007): no es una circunstancia del Estado y mucho menos de un sistema económico o ideológico. Es una relación de intersubjetivación/intercorporización que define lo visto y lo invisto, los que cuentan y los que no cuentan dentro de un marco social. Según Rancière, “la democracia no es ni una forma de gobierno ni un estilo social, es el modo de subjetivación por el cual existen sujetos en común” (2007, p. 9). Partiendo de las palabras de Vich y de Rancière, podríamos decir que las pedagogías del performance configuran estéticas a través del cuerpo y de ciertos objetos que apuestan, experimentalmente, por una transformación de la sensibilidad y la representación para poder renombrar, percibir y apropiarse el mundo de otra manera.
Por otro lado, las imágenes que producen los varones estudiantes de la “Panchito” junto a sus compañeras, por medio de las pedagogías del performance, remiten en un buen número de acciones a una “dramaturgia feminicida” en Ecatepec, la cual se define en este trabajo como una actuación que llevan a cabo alumnos/as de la prepa 128, organizándose a partir de roles bien definidos para intervenir los espacios en Ecatepec donde han sido encontrados cuerpos de mujeres y niñas asesinados (abandonados): las mujeres representan las víctimas, mientras los varones les toca el papel de victimarios; a través de maquillaje, máscaras, ropas y objetos como cadenas, cuchillos, entre otros, los varones encarnan imágenes de violencia contra lo femenino. En ese tenor, la intención de los/as estudiantes es hablar, a partir de imágenes corporales, sobre la realidad de las violencias feminicidas en Ecatepec donde la mayor parte de los victimarios son hombres. En estas escenas se enfatiza la crueldad y la violencia de signo masculino que predomina en sus comunidades, como lo menciona Luis Enrique:
En las acciones que he participado, en la mayoría acuerdo con mis compañeras cómo ir caracterizado […] Recuerdo una vez una caracterización muy aparatosa, impresionante, que remitía a los agresores de las mujeres. Era un hombre bastante imponente, con una cara arrugada, manchas de sangre en la ropa, rota, con manchas de suciedad (Luis Enrique, 17 años).
José Macedonio comenta algo parecido:
Participé en un performance de las violencias contra las mujeres. Fue adentro de la “Panchito”. Representamos la situación de violencia con música relajada y simulábamos la violencia familiar, el acoso. Representé la violencia familiar, me tocó ser el papá violentador. El profe Amador planteó la idea y que pensáramos qué tipo de violencia íbamos a representar. Como soy el más alto y robusto, me dijeron que podía hacer de papá porque ellos son los poderosos. La mamá era una compañera chaparrita (José, 19 años).
Estos testimonios no deben pensarse como una esencialización de los roles dentro de los performance, pues en las acciones que se emprenden siempre se da un cierre “liberador” de esas violencias donde las/os estudiantes construyen otras imágenes corporales que remiten a la esperanza, equidad y justicia. Como se ha visto en otros testimonios, la participación de hombres en las acciones contra las violencias feminicidas también refiere la pinta de murales, escritura de ensayos, entre otras cosas.
Bajo dichas consideraciones, este trabajo pone énfasis no tanto en definir quiénes son los jóvenes varones que participan en los performance, sino cómo usan los recursos del lenguaje, la historia y la cultura para devenir hombres más que para ser hombres en Ecatepec. Las masculinidades de estos jóvenes no se comprenden como un conjunto de atributos que obedezcan a un patrón único identitario y de conducta, más bien se van configurando por medio de saberes encarnados, producidos a través de su participación en los performance, pero también a partir de su vida cotidiana en Ecatepec y todo lo que ésta implica. En una línea parecida, Amuchástegui (2006) afirma que la masculinidad debe entenderse a partir de la comprensión de la fluidez de la subjetividad de género, es decir, como un proceso social que se va construyendo de acuerdo con las interacciones y especificidades sociales, económicas y políticas en las que viven los hombres y las mujeres. En ese entendimiento, la masculinidad, al igual que la feminidad, no deben considerarse como caracterizaciones que corresponden, “naturalmente”, a hombres y mujeres respectivamente, sino como posiciones identitarias y subjetivas que adoptan los cuerpos, sin importar su anatomía, dentro de una escena social cambiante.
Por otro lado, podría decirse que la metaforización visual/corporal de la violencia que hacen los jóvenes dentro de estas acciones contribuye a la emergencia futura de un ímpetu cuestionador sobre la imagen del hombre “violentador”; las metáforas son conceptos mediante los cuales vivimos nuestras vidas: “nuestro sistema conceptual es esencialmente metafórico, la forma en que pensamos y vivimos lo cotidiano está definido por las metáforas” (Lakoff y Johnson, 1980, p. 3). Por esa razón, las imágenes de violencia encarnadas en los cuerpos de estos jóvenes a la hora de personificar a un padre violento, a un acosador, a un feminicida, serían metáforas visuales/corporales que ayudan a los estudiantes a descifrar las narrativas que dominan la vida cotidiana en Ecatepec, para de ese modo ir avizorando otras maneras de “ser hombre”. Es como si el futuro se acechara por medio de la imagen, convirtiéndola en una especie de umbral entre mundos pasados de violencia y muerte, y mundos por venir donde la equidad y la vida se defienden. El significado de una experiencia en el presente, según Turner (1982), siempre se genera en función, simultáneamente, de una memoria y de una mirada al porvenir que permite establecer metas y modelos para una experiencia futura en la que se aspira no cometer los errores de experiencias pasadas. De ese modo, el performance a partir de las experiencias que genera en estos varones sería una herramienta que les posibilita crear un conocimiento para un futuro, apelando a una memoria por las víctimas de las violencias feminicidas en Ecatepec, y vinculándola al mismo tiempo con metas y modelos bajo los que estos jóvenes aspiran a alejarse de una identidad masculina violenta.
Las imágenes creadas por medio del performance, en este caso, más que transmitir permiten ir construyendo un conocimiento, proporcionándole al cuerpo un potencial inventivo que lo posiciona en el trayecto de una transformación, por medio de la suspensión de una secuencia de gestos y movimientos que ayudan a los sujetos a labrar una conciencia sobre las violencias contra lo femenino que definen la vida cotidiana en Ecatepec. El performance fotográfico “Congelando la violencia y las afectaciones a la condición humana” (Figura 2) que alumnos/as de la “Panchito” llevaron a cabo en sus aulas durante 2016, resulta ilustrativo para comprender mejor este punto, pues en dicho ejercicio los/as estudiantes reproducen escenas donde el gesto violento contra niñas y mujeres queda suspendido (congelado) en un tiempo/espacio que es registrado mediante una fotografía.
Lo anterior permite pensar que las imágenes creadas por los jóvenes con sus cuerpos, dentro de esta acción, se construyen a través de un repertorio sensorial donde se comunica y se piensa la transformación de una identidad masculina violenta/abusiva a partir de variaciones corporales que quedan “congeladas” en una imagen: gesticulaciones, expresiones faciales, posturas. Esto se sintoniza con la hipótesis lanzada por Serres (2011) cuando expresa que:
[…] las metamorfosis del cuerpo y el mimetismo del aprendizaje funcionan como softwares; los gestos tendrían las mismas relaciones con los montajes anatómicos y las funciones fisiológicas y bioquímicas que, en una máquina, la de los softwares con lo físico […] el software metamorfosea lo físico al igual que el cuerpo se metamorfosea por sus gestos y mímicas (pp. 99-100).
Los performance que se gestan en la “Panchito”, haciendo caso a lo dicho por Serres, serían una especie de softwares que por medio de tácticas miméticas y gestuales (visuales) son capaces de metamorfosear el cuerpo y lo que éste conoce de su realidad.
Estas imágenes corporales serían más un evento que una estructura visible, pues les ayudarían a los varones a pensarse a partir de una desidentificación con una imagen/identidad masculina violenta. La desidentificación, señala Muñoz (2011), “tiene que ver con reciclar y repensar un significado codificado […] es una estrategia que opera con la ideología predominante y contra ella” (pp. 569, 595). La desidentificación que ocurre en los varones con respecto a una imagen masculina violenta, a través de los performance, comprende incesantes variaciones de un cuerpo que se debate en la piel ante un poder identitario4 que establece lo que significa “ser hombre” en un contexto definido por la pobreza y por una hiperviolencia de raíz mafiosa.
La manera en que opera dicho poder identitario con respecto a lo que significa “ser hombre” en Ecatepec, hace imposible entender las pedagogías del performance como mecanismos que producen “hombres redimidos” alejados totalmente de los presupuestos de control, prestigio y la demostración de fuerza que caracterizan una masculinidad hegemónica en la periferia. Con ello de ninguna manera se sugiere, como ya se constató líneas arriba, un cuestionamiento a los procesos de desidentificación que estos varones hacen sobre ciertos aspectos de sus identidades masculinas, a partir de la relación que establecen con sus compañeras dentro de las pedagogías. Más bien se propone, con base en lo dicho por los estudiantes durante las entrevistas a profundidad, que su respuesta afectiva, ante su involucramiento en las pedagogías del performance, es siempre negociada y vinculada a las condiciones económicas, políticas y éticas que impone la periferia. El afecto es algo que va más allá de la experiencia individual. La idea de “ser hombre” en Ecatepec, que los varones van construyendo de la mano con sus compañeras por medio de los performance, no puede pensarse como una redención que los transporta y pone en un terreno donde automáticamente se alejarán de cualquier presupuesto que impone un poder identitario en torno a lo masculino. Ellos después de participar en las acciones siguen viviendo en una realidad donde las desigualdades económicas y de género prevalecen.
Entonces, a lo que apuntaría este análisis no es tanto a una dicotomización, a partir de la participación de estos jóvenes en los performance, entre masculinidades redimidas y masculinidades caracterizadas por los mandatos de demostración de fuerza, temeridad y violencia. Tanto en las acciones de las pedagogías donde participan los varones estudiantes de la “Panchito”, así como en los relatos donde dan cuenta de estas experiencias, habita una ética sostenida en el encuentro entre palabra y acción, que defiende la vida y lo femenino como forma de vida, pero sobre todo apuntala un deseo por ser otro tipo de hombre que muchas veces no coincide con las trayectorias biográficas que estos jóvenes estudiantes construyeron y construyen en su día a día, en medio de un contexto precario. Y es en esta falta de coincidencia donde va emergiendo una subjetividad que produce, con tensiones y traspiés, maneras de re-existir como hombres en Ecatepec.
La elaboración de imágenes corporales, las interacciones que se dan en las acciones, las escrituras reflexivas sobre los performance, los debates entre estudiantes para planear alguna intervención son un conjunto de prácticas pedagógicas donde se repiensa colectivamente la jerarquía entre lo masculino y lo femenino en medio de significados que son movilizados a través de las representaciones sociales y el lenguaje. Estas pedagogías catalizarían dinámicas desidentificadoras para frustrar y resistir los modelos de género socialmente prescriptivos, no para llegar a adquirir una identidad final/ideal, sino para inaugurar un devenir que no tiene un punto de llegada y que caracteriza un modo de existir: en lugar de pensar la identidad, nos dice Hall (1990), “como un hecho consumado, deberíamos pensar la identidad como una producción que siempre está en proceso, nunca se termina y siempre se construye dentro, y no fuera, de la representación” (p. 222).
Reflexiones finales
Las pedagogías del performance sobre las que este trabajo habla son herramientas de aprendizaje, gestionadas desde la escuela, que a partir de las dinámicas intercorporales que establecen entre alumnos y alumnas de la “Panchito” contribuirían a dar pasos preliminares para pensar una transformación individual y colectiva que posibilite otras formas de relacionalidad social, a partir del género, en la periferia urbana. Como se observó a lo largo de este artículo, dicha transformación está definida por una transferencia de saberes corporizados, a través del performance, sobre los problemas sociales que afectan a las personas que viven en Ecatepec, como es el caso de las violencias feminicidas. Éste sería un conocimiento que no se basa en archivos de objetos y datos, sino en repertorios de gestos y palabras hablados, convirtiéndose en un saber útil para los propios sujetos (Taylor, 2003, citada en Prieto y Toriz, 2015). Lo que se va gestando en la participación de estudiantes, dentro de los performance que planean y llevan a cabo, es un repertorio de imágenes, gestos y movimientos para poder ir produciendo, colectivamente, saberes intercorporizados que les permitan re-existir como hombres y mujeres en Ecatepec.
Las pedagogías del performance contra las violencias feminicidas, por medio de las dinámicas intercorporales que implican, permitirían a los hombres participantes re-conocer la realidad violenta que viven las mujeres en Ecatepec, y, al mismo tiempo, les posibilitarían repensar sus identidades masculinas por medio de una dramaturgia donde se integran aspectos sobre cómo valoran la vida y sus relaciones con los otros y las otras, y la manera en que actúan las ideas que ellos imaginan para sí mismos y para los otros y otras.
La valía de estas pedagogías, para el caso de los varones que incursionan en ellas, no estaría tanto en la apelación a convertirse en un cierto tipo de hombre “ideal”, sino que por medio de su carácter relacional apuntan a un planteamiento muy concreto: “devenir hombre con” (las otras, los otros). Sin embargo, no debe asumirse que el propósito de este trabajo es considerar dichas pedagogías como una estrategia modélica para trabajar con varones, a través del performance. En cambio, se conciben más como un intento educativo situado que ilumina un posible camino, entre otros, para que los hombres puedan concebir sus identidades masculinas siempre en una vinculación estrecha con sus condiciones específicas materiales de vida.
Es importante aclarar que este tipo de iniciativas como las pedagogías implementadas en la prepa 128, deben ir acompañadas por políticas de redistribución económica y social que ayuden a mermar la pobreza y la desigualdad. Abordar el tema de la educación y su papel en la prevención de las violencias asociadas al género debe tomar en cuenta los alcances y límites de la labor educativa en términos de transformación. No se puede esperar una transformación y por tanto una prevención de las violencias (feminicidas), dejando todo a merced de la escuela. Es poco razonable, como menciona Escalante (2015), esperar que la escuela por sí sola permita superar las violencias, la pobreza y hacer frente a todo el resto de las instituciones y estructuras sociales de desigualdad.
Por lo anterior, una conclusión importante de este trabajo radica en entender que el desmontaje de los privilegios que ostentan los varones no tiene que ver enteramente con una cuestión volitiva personal. En el problema también debe considerarse el papel que juega un sistema de dominación de cuño capitalista y androcéntrico, que en el caso de Ecatepec se manifiesta a partir de la prevalencia de un orden económico mafioso y masculino. Por ello, se hace énfasis en el trabajo relacional y colectivo (mixto) que implican las pedagogías del performance aquí analizadas, pues se entiende que la desestabilización de dichos privilegios, sostenedores de desigualdades entre hombres y mujeres, no radica en una declaración de fe individual por parte de los varones para establecer por decreto una renuncia a eso que Connell (2009) ha denominado el “dividendo patriarcal”, el cual se refiere a las ventajas y ganancias que los hombres obtienen (aunque critiquen el “dividendo patriarcal”) de la subordinación estructural de las mujeres. En las pedagogías del performance el encuentro entre cuerpos, masculinos y femeninos, pautaría una interacción en la que los varones reflexionan sobre sus propias identidades masculinas siempre en relación con sus compañeras participantes y con el contexto donde acontece su vida cotidiana, es decir, siempre hay una exterioridad (femenina e histórica) que interpela la transformación de sus identidades masculinas. La identidad, advierte Phelan (2004), “sólo es perceptible a través de la relación con el otro […] es una manera donde el self diverge y se vincula con el otro” (p. 13).
El entre bajo el que ocurren estas pedagogías, permitiría pensar el género a partir de la inseparabilidad de hombres y mujeres dentro de las relaciones sociales, desde una perspectiva que entiende sus cuerpos como co-sustanciales y simultáneos dentro de la vida social. Los varones a los que se refiere este trabajo co-construyen, junto a sus compañeras mujeres, una serie de experiencias y conocimientos que les posibilita pensar en una idea de género situada en la periferia urbana, y cifrada en la simultaneidad de lo masculino y lo femenino que definen lo social.