Cartografiar quiere decir ubicar, reconocer, dibujar, trazar en un mapa. Cartografiar un movimiento social, por lo tanto, implica hacer un ejercicio de reconstrucción, es decir, de reunir la mayor parte de fichas posibles que nos ayuden a vislumbrar el rompecabezas. El tiempo y el espacio son importantes, pero hay que ir más allá. Sobre todo, si tomamos en cuenta que la historia nunca es lineal y que no existen protagonistas sino actoras múltiples: el territorio del feminismo es sinuoso, heterogéneo, incluso, contradictorio.
Elaborar estas cartografías implicó, por lo tanto, un arduo trabajo para reconocer los distintos momentos y las distintas experiencias que han dado como resultado una serie de transformaciones, de debates teóricos, de propuestas artísticas y culturales que dan cuenta de la incidencia del feminismo en múltiples dimensiones: la política, la cultural, la de la vida cotidiana.
Celebro la publicación primera y ahora la segunda edición de Cartografías del feminismo mexicano 1970-2000. No solamente porque se trata de un trabajo colectivo que recupera la trayectoria del movimiento feminista mexicano durante las últimas tres décadas del siglo XX, sino porque ese ejercicio de memoria resulta fundamental para el momento actual.
Recuperar las experiencias de las que da cuenta este libro es crucial para entender un movimiento que en el último tiempo alcanzó la masificación, es decir, que sus temas se abrieran al debate público en un mundo globalizado, interconectado, donde hasta los discursos críticos se han convertido en un producto de consumo. Que el discurso feminista haya llegado a una gran cantidad de personas tiene sus riesgos. No es algo que ciegamente tengamos que celebrar. La pregunta es: ¿cómo llega nuestro mensaje? ¿Qué silencios y qué distorsiones se han instalado en el camino?
Es un hecho que el movimiento ha logrado una legitimidad insospechada. Ha logrado insertar sus temas en las leyes, en las políticas públicas, en los noticieros, en el cine y en la literatura, pero eso no quiere decir que necesariamente se entienda. Tampoco quiere decir que necesariamente esté incidiendo en la realidad. Basta ver los índices de violencia. Pero sobre todo, la brutalidad que presentan los asesinatos de mujeres al mismo tiempo que contamos con las leyes más vanguardistas y que pareciera haberse instalado un sentido común que asume que no está bien discriminar. Desde mi punto de vista, estamos frente al peligro de que -como dice Raquel Gutierrez- el movimiento sea descafeinado y pierda su esencia. Estamos en un momento crucial que hay que observar con atención.
A veces seguimos cayendo en las mismas trampas del pasado. En el “divide y vencerás”, en la idea de que el Estado nos hará justicia, en esas discusiones que nos hacen perder el objetivo. Y todo porque no recuperamos la historia. Porque nos vivimos como si fuéramos las primeras o las únicas que estamos emprendiendo procesos colectivos.
El problema no es lo que se está produciendo ahora. El problema es no entender de dónde viene. Lo políticamente correcto puede ser un problema cuando se descontextualiza, cuando perdemos las coordenadas. La más profunda crítica puede volverse una fotografía bonita de Vogue, un producto más de venta.
Cartografías del feminismo mexicano nos ayuda, precisamente, a situar los debates y las preocupaciones del movimiento feminista a la luz del contexto en el que surgieron. Reconociendo a las mujeres que fueron pioneras, que comenzaron a cuestionar lo incuestionable, que abrieron brecha para que después otras pudiéramos seguir en la protesta, en el estudio y la enseñanza de los feminismos. Este libro nos recuerda que hubo otras que trazaron el camino, que nos abrieron paso.
Al leer este libro nos queda claro que hay ya un continum de trabajo en la denuncia de la violencia, en la reflexión sobre el trabajo doméstico, en la aceptación de que existen múltiples formas de sexualidad y de afectividad, en la forma de repensar y vivir nuestos cuerpos, por poner algunos ejemplos.
No, no les hemos copiado ciegamente a las norteamericanas, como afirma una feminista renombrada. Tenemos nuestra genealogía propia. Tenemos nuestras reflexiones a la luz del contexto específico en el que nos ha tocado vivir. Pero sobre todo, tenemos nuestras propias experiencias de organización y de manifestación.
La posibilidad de que ahora podamos asistir a grandes marchas en la Ciudad de México o en otros puntos del territorio mexicano, en donde denunciamos los feminicidios, las desapariciones y las amenazas de secuestro es una consecuencia de todo lo que ya se ha venido moovilizando desde hace décadas.
¿Cuál es el sujeto del feminismo? ¿Cómo se ha construído? ¿Qué entendemos por emancipación? ¿Cuál ha sido el trabajo político que se ha venido haciendo desde múltiples grupos y organizaciones? ¿Cuáles han sido los principales debates? ¿Las tensiones? ¿Las dificultades de un movimiento feminista caracterizado por la pluralidad de voces? ¿Cómo ha incidido el feminismo en la sociedad, en las leyes, en la organización sindical, en las formas de vivir la sexualidad? ¿Cuál ha sido el lugar que el feminismo le ha dado al cuerpo? ¿Cuáles son las relaciones de poder entre las propias mujeres? Son algunas de las preguntas que este libro intenta bordear a partir de una recopilación de experiencias.
Fueron mujeres con nombre y apellido las que encabezaron procesos de ruptura con la idea tradicional del ser mujer. Fueron mujeres de carne y hueso las que comenzaron a hablar de violencia en primera persona, las que se asumieron lesbianas en un momento en el que ser homosexual era todavía considerado una enfermedad mental. Fueron mujeres concretas las que se atrevieron a escribir, a hacer publicaciones feministas a partir de la dificultad concreta de publicar siendo mujer y de cuestionar el paradigma dominante. Las que se atrevieron a hablar de su sexualidad y sus afectos. Las que rompieron las reglas del juego en todos los sentidos.
El feminismo mexicano, si bien bebió y sigue bebiendo de las teorías del feminismo estadounidense y europeo, ha construido desde siempre sus propios marcos de interpretación que, además, se han alimentado de experiencias múltiples.
Los encuentros feministas, el activismo al interior de la izquierda, la experiencia en sindicatos, los grupos de auto-reflexion, los proyectos artísticos, los colectivos, las marchas, las organizaciones no gubernamentales, la creación de programas universitarios, las instituciones, los puestos de poder, la defensa de la autonomía han sido parte de las experiencias que le han dado vida al movimiento.
Como da cuenta este mismo libro, los estudios feministas llegaron a la universidad gracias a toda una lucha de varias generaciones de mujeres que fueron empujando, que fueron instalando la reflexión feminista en los centros de estudio, entonces reacios a alojar este cuestionamiento al orden existente. En ese sentido, este libro es una gran aportación al estudio situado de los feminismos. Para ubicar, para entender y para lograr ver al movimiento en toda su complejidad.