SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número48Jaime Ros: La economía como compromiso social y “contra la corriente”Transformaciones en los ingresos de los hogares mexicanos (1992-2018) índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Economía UNAM

versão impressa ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.16 no.48 Ciudad de México Set./Dez. 2019  Epub 09-Dez-2020

https://doi.org/10.22201/fe.24488143e.2019.48.486 

Artículos

Jaime Ros Bosch (1950-2019)

Pablo Ruiz Nápoles* 

*Profesor de Tiempo Completo de la Facultad de Economía de la UNAM.


Resumen

Homenaje al Dr. Ros

Journal of Economic Literature (JEL): B3; A11; A2

Palabras clave: Historia del pensamiento económico; Papel del economista; Enseñanza de la economía

Abstract

Homenaje al Dr. Ros

Journal of Economic Literature (JEL): B3; A11; A2

Keywords: History of Thought; Role of Economists; Teaching of Economics

“Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado” Fragmento del poema escocés You Can Cry de David Harkins

Introducción

Escribo esta síntesis de la vida y obra de Jaime Ros a solicitud del maestro David Ibarra, a quien agradezco mucho esta oportunidad para intentar honrar la memoria de un amigo y colega muy querido. Este esbozo biográfico y académico resultará seguramente insuficiente para describir en forma adecuada su trayectoria y para dimensionar la trascendencia de su trabajo. Espero, sin embargo, que refleje un poco la huella que ha dejado impresa en sus colegas, alumnos y amigos -y desde luego entre los economistas y politólogos mexicanos y extranjeros, y en un extenso público-, por su inteligencia y su valiosa obra profesional, y también por su gran calidad humana. Este ensayo está dividido en cuatro apartados: el primero sobre su vida personal y profesional, el segundo sobre su trayectoria narrada por él mismo, el tercero sobre su obra y el cuarto sobre su personalidad.

I. La vida1

Vida familiar

Jaime Ros Bosch nació en la Ciudad de México en abril de 1950, hijo de padres españoles originarios de Cataluña, Jaume y Dolors, que llegaron a México en calidad de exiliados al fin de la guerra civil en España. Jaume Ros fue miembro importante del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en Cataluña. En México fue un destacado arquitecto. Marta, hermana mayor de Jaime, estudió física en la UNAM y trabajó muchos años en la administración de la misma universidad.

Jaime se casó en 1974 con Adriana Durazo, mexicana, con estudios en antropología en la Universidad Iberoamericana, de la Ciudad de México. Tuvieron tres hijos, Diego y Pablo, nacidos en 1977, y Alejandra, nacida en 1984, los tres en la Ciudad de México. Adriana trabajó, durante la estancia de la familia en South Bend Indiana, como directora de intérpretes en un hospital en la localidad, apoyando a los trabajadores inmigrantes de habla hispana que no sabían inglés, para que fueran adecuadamente atendidos por los médicos y personal. Diego Ros estudió cine en Estados Unidos, y luego se trasladó a México y fue el autor de la película El Vigilante, que ganó varios premios, entre ellos el “Ariel” en 2018. Pablo estudió literatura y se ha desempeñado como articulista en Washington, un tiempo en la Organización de los Estados Americanos, y ahora en organizaciones sindicales asociadas al Partido Demócrata de estadounidense. Alejandra, después de estudiar el college en psicología y letras españolas, siguió estudios de maestría y doctorado en trabajo social en Chicago. Es profesora de trabajo social en la Universidad de Wisconsin. Todos los hijos están casados y les dieron a Jaime y Adriana cinco nietos: Camila, Juliana, Gabriel, Leo y Sebastián, el orgullo de sus abuelos.

Estudios

Jaime cursó la primaria en el Colegio Madrid, fundado por el exilio español. El bachillerato, en el Liceo Franco Mexicano. Estudió la licenciatura en ciencias sociales en la Universidad de París. Hizo la maestría en economía en la Escuela Nacional (hoy Facultad) de Economía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1977 y 1978, hizo una estancia en la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, donde obtuvo el diploma en economía. En esa casa de estudios fue muy reconocido por sus conocimientos y destacado desempeño académico.

Ejercicio profesional

Desde 1974, Jaime trabajó en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), institución pública entonces recién creada donde estuvo a cargo del Departamento de Economía Mexicana, dirigió la revista Economía Mexicana y fue profesor de la maestría en economía, hasta 1985. En los siguientes años trabajó para el Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales (ILET), y tuvo estancias en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas, en el World Institute for Development Economics Research (WIDER) y en el Secretariado de la Comisión del Sur de las Naciones Unidas (ahora Centro del Sur) en Ginebra. En 1990, aceptó la invitación del Instituto Kellogg y la Universidad de Notre Dame en South Bend, Indiana, para ser profesor-investigador. Durante veinte años impartió en esa Universidad cursos de licenciatura y de posgrado en economía, dirigió tesis y realizó investigación. En ese periodo, fue también catedrático visitante en la Pontificia Universidad Católica del Perú, del St. Anthony’s College, de la Universidad de Oxford y del Department of Applied Economics de la Universidad de Cambridge. En 2010, UNAM le ofrece una plaza de profesor en la Facultad de Economía, con un apoyo especial de la Fundación Carlos Abedrop Dávila, para regresar a México, lo cual acepta. A su partida, la Universidad de Notre Dame le otorga el título de Profesor Emérito. Se incorpora entonces al Posgrado en Economía en la sede de la Facultad de Economía, como profesor de carrera. Ingresa al Sistema Nacional de Investigadores con el nivel III y a la Academia Mexicana de Ciencias. En 2017, le fue otorgado el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma Metropolitana de México.

Fue consultor externo del Banco Mundial, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, del Ministerio de Finanzas del Gobierno de Colombia, del Banco Interamericano de Desarrollo, de la Organización Internacional del Trabajo y de la Universidad de las Naciones Unidas.

II. La trayectoria: nadar contra corriente2

Discurso de aceptación del doctorado honoris causa, otorgado por la Universidad Autónoma Metropolitana en diciembre de 2017, por Jaime Ros Bosch (fragmentos).

Cuando completé mi formación universitaria, las principales influencias que marcaron mi formación como economista: la macroeconomía keynesiana, por un lado, y la economía clásica del desarrollo, por el otro, estaban en peligro de extinción dentro de la corriente principal de la profesión. En efecto, a mediados de los años setenta del siglo pasado, lo que había aprendido en economía... estuvo marcado, de un lado, por el disenso keynesiano de Cambridge -que nunca había llegado a convertirse en corriente principal-, y por la macroeconomía del consenso keynesiano -que llegaba a su fin como corriente principal cuando los choques petroleros de 1973 y 1974 iniciaron un periodo de estancamiento e inflación en la economía mundial.

Por otra parte, mi formación estuvo también marcada por la lectura de los pioneros de la economía del desarrollo, en especial de Nurkse, Lewis y Prebisch, y más adelante de Rosenstein-Rodan, Myrdal y Hirschman. Desde la década precedente, el enfoque de estos economistas estaba siendo desplazado, también en la corriente principal de la profesión, por la contrarrevolución neoclásica en la economía del desarrollo... Hoy en día, muchos consideran que la macroeconomía de los años cincuenta y sesenta del siglo XX es un panorama más útil que el contemporáneo de los nuevos clásicos y nuevos keynesianos para entender y resolver los problemas económicos actuales. Y a mí, la economía clásica del desarrollo me sigue pareciendo un enfoque más rico e iluminador que el que le sucedió en este campo de conocimiento.

Los mediados de los setenta marcan así un fin de época en la economía mundial y un cambio de tendencia en la profesión, que abarca también a México. Viví estos cambios en el CIDE... Los años que pasé allí, de 1974 a 1985, constituyen uno de los periodos más turbulentos de la historia económica de México, que culmina con la crisis de la deuda externa de 1982, y los problemas de estabilización y ajuste que le siguieron.

A partir de 1982 y en adelante, se siente claramente la influencia del camio de paradigma en la macroeconomía y la economía del desarrollo. Son los años de los programas ortodoxos de estabilización y ajuste del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que condujeron a la década perdida -como la llamaba la CEPAL- para el desarrollo de México y otros países deudores de América Latina y el mundo en desarrollo. La ortodoxia en su apogeo. Nunca, ni antes ni después fueron tan draconianos los ajustes fiscales ni tan restrictivas las políticas monetarias, tanto en los países en desarrollo como en los países desarrollados.

De hecho, la propia crisis de la deuda externa, más que la consecuencia de un populismo macroeconómico, como se suele ver a veces, fue un legado genuino de la contrarrevolución monetarista. En efecto, el choque Volcker, la política monetaria restrictiva aplicada por la Reserva Federal bajo la presidencia de Paul Volcker ante el segundo choque petrolero de 1979-1980, se inspiró en la noción de que, a condición de ser anunciado por el banco central y plenamente anticipado por agentes con expectativas racionales, un fuerte apretón monetario lograría prevenir la inflación con costos mínimos en términos de alza de las tasas de interés real y contracción de la producción y del empleo. Como sabemos, en lugar de ello asistimos a la peor recesión estadunidense de la posguerra -hasta ese momento- y a un aumento sin precedentes de las tasas interés, que contribuyó en forma decisiva a generar la crisis de la deuda latinoamericana. De la noche a la mañana, todos los deudores latinoamericanos se convirtieron en países sobre endeudados.

En esos años, desde el CIDE intentamos ofrecer una alternativa a los programas ortodoxos a partir de un diagnóstico de la inflación en el que la inercia inflacionaria, asociada con mecanismos de indización arraigados en la economía, desempeñaba un papel central; y en el que el déficit fiscal nominal era en gran medida más una consecuencia que una causa de la alta inflación. Este diagnóstico llevaba a una estrategia alternativa de combate a la inflación que tenía como un ingrediente central el recurso a un ‘choque heterodoxo’ para reducir la inflación mediante el congelamiento coordinado y simultáneo de los precios clave de la economía, los salarios, las tarifas públicas y el tipo de cambio.

Entre otras ventajas, esta estrategia evitaba la contracción económica característica de los programas ortodoxos, al tiempo de lograr que la inflación se estabilice más rápidamente en un nivel bajo. Esta perspectiva, compartida por un grupo amplio de macroeconomistas latinoamericanos llamados heterodoxos o neo-estructuralistas, dio lugar a varias experiencias de planes o choques heterodoxos a veces exitosas y a veces no tanto.

Estos episodios terminaron contagiando al gobierno de México que, con el Plan de Solidaridad Económica de fines de 1987, intentó exitosamente el enfoque heterodoxo después de varios fracasos con programas ortodoxos.

Fui luego invitado por la Comisión del Sur, con sede en Ginebra, Suiza, a formar parte del equipo redactor del Informe sobre el Mundo en Desarrollo y las Relaciones Norte-Sur, que la Comisión elaboró entre 1988 y 1990. Por encargo de Manmohan Singh, el secretario general de la Comisión en ese entonces y futuro arquitecto de la reforma económica y Primer Ministro de la India, trabajé en la parte de políticas nacionales de desarrollo del Informe. En este aspecto, el enfoque de la Comisión difería del propuesto por el llamado Consenso de Washington de los organismos multilaterales, tanto por el acento puesto en la necesidad de un rápido crecimiento económico en los países del Sur, como por su explícita búsqueda de una distribución del ingreso y de la riqueza más equitativas, con un énfasis que estaba claramente ausente en las recomendaciones del consenso de Washington.

Cabe destacar que, curiosamente, los dos enfoques, el de la Comisión y el del Consenso, compartían ciertos rasgos que, a estas alturas, habían sido dejados atrás por la ortodoxia en la práctica de las políticas de desarrollo impulsadas por los organismos multilaterales. En efecto, estas políticas en la práctica fueron mucho más ortodoxas que el Consenso de Washington tal y como lo concibieron originalmente John Williamson y sus coautores. Éste había evitado promover la liberalización financiera y de los movimientos de capital en la balanza de pagos, a la vez que hacía hincapié en la necesidad de una política cambiaria competitiva y promotora del crecimiento, al igual que lo hacía explícitamente la Comisión del Sur en su informe final, y en cierto modo avant la lettre respecto del Consenso de Washington de 1990.

En 1990 volví a la Universidad de Notre Dame en calidad de profesor del Departamento de Economía e investigador del Instituto Kellogg de Estudios Internacionales.

En México, el periodo que se inicia a comienzos de los noventa se caracterizó por la profundización de las reformas estructurales por las que abogaban los organismos multilaterales y la corriente principal de la profesión, y que habrían de culminar con la negociación y posterior implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte a partir de enero de 1994.

En medio de la euforia que todo esto provocaba, y de las predicciones de que con ello México prácticamente accedería al Primer Mundo, me tocó en varios artículos expresar mi escepticismo respecto de las virtudes de esas reformas como instrumentos para acelerar el crecimiento económico y elevar rápidamente el bienestar de la población; además de criticar el manejo de la política macroeconómica, en particular la política de tipo de cambio, alertando sobre los desequilibrios que se estaban gestando en las cuentas externas y que acabarían provocando la crisis del peso de diciembre de 1994 y la aguda recesión de 1995.

Mis cursos sobre desarrollo económico en el posgrado de economía de Notre Dame me llevaron a hacerme preguntas que ocuparon mi atención en la investigación que realicé en este campo. ¿Por qué se abandonó el paradigma de la economía clásica del desarrollo que enfatizaba la presencia de fallas de coordinación y de mercado como explicación del subdesarrollo en el contexto de economías heterogéneas con rendimientos crecientes a escala, excedentes de trabajo, competencia imperfecta y externalidades tecnológicas y pecuniarias? ¿Por qué el renacimiento de la economía del crecimiento a partir de fines de los años ochenta, que abandonaba el enfoque de la contrarrevolución neoclásica para tomar en cuenta el rol de los rendimientos crecientes a escala y las externalidades tecnológicas, ignoraba las viejas contribuciones de la teoría temprana del desarrollo? ¿Por qué la nueva teoría del crecimiento -ocupada como estaba por las preguntas que dieron origen a la economía del desarrollo-, preguntas tales como por qué unas economías son más ricas que otras y por qué unas crecen más rápidamente que otras -ignoraba el rico pasado de la economía del desarrollo y la abundante evidencia empírica que generó a su paso?

Estas son las preguntas que dieron lugar a mi libro La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento, publicado en el año 2000, un intento por volver inteligibles las contribuciones de la teoría clásica del desarrollo a la corriente principal de la economía del crecimiento. Mis cursos sobre teoría macroeconómica, tanto en Notre Dame como más delante de vuelta en México y en la UNAM, apostaron a un enfoque distinto del que dominó casi por completo la corriente principal de la disciplina, al menos hasta que la crisis de 2008-2009 diera inicio a un periodo de desconcierto y reconsideración dentro de la profesión. Ese enfoque distinto se caracterizaba por el convencimiento, que la crisis del 2008-2009 solo vino a reforzar, de la relevancia y actualidad del pensamiento de Keynes.

Creo que Keynes es un actor muy moderno por al menos dos razones: la primera es que la reciente crisis económica y financiera mundial ha vuelto a poner a los mercados financieros en el epicentro del mal funcionamiento del sistema económico en su conjunto, y éste es uno de los temas centrales en la Teoría General. Además, Keynes es un autor muy moderno por la vigencia de sus críticas a lo que llamó la economía clásica: la crítica a la Ley de Say y la ausencia de la consideración del desempleo involuntario en ese enfoque, y su crítica al tratamiento de la incertidumbre por parte de los clásicos, o parafraseándolo, del supuesto de un conocimiento del futuro que es de una naturaleza muy distinta a la del que actualmente poseemos. Y me parece que, si estas críticas a los clásicos son válidas, me parece que son igualmente aplicables a la llamada nueva economía clásica y parcialmente también a la llamada economía de los nuevos keynesianos. Los dos paradigmas que han dominado en décadas recientes la macroeconomía moderna en la corriente principal de la disciplina.

En 2010, regresé a México después de una ausencia de 22 años -y desde entonces- he podido concentrarme nuevamente en el estudio de la economía mexicana y contar con un ambiente ideal para la docencia y la investigación, incluida la actividad de análisis y discusión del grupo Nuevo Curso de Desarrollo, que coordina Rolando Cordera.

En la economía del desarrollo, los años que siguieron a la publicación de mi libro del año 2000, vieron el auge del Neo-institucionalismo y su empleo en la explicación de las diferencias entre países en niveles de ingreso y tasas de crecimiento. Ello se combinó con un resurgimiento del neoclasicismo en la teoría del crecimiento, bajo la forma del modelo neoclásico del crecimiento de Solow ampliado en distintas direcciones, en particular para incorporar el capital humano.

Las implicaciones de este modelo, al igual que el original de Solow, marcan una fuerte tendencia a la convergencia de las economías en desarrollo hacia los niveles de ingreso de los países desarrollados, a condición de que sus tasas de crecimiento de la población y de inversión en capital físico y humano sean similares, y en ausencia de distorsiones de política en la operación de las fuerzas del mercado. La síntesis de este modelo con las contribuciones de los neo-institucionalistas -un neo-clasicismo arropado de neo-institucionalismo- se convirtió en la nueva ortodoxia en el estudio del desarrollo comparado. En esta síntesis, los viejos temas del subdesarrollo, como resultado de fallas de coordinación y de mercado, desaparecen por completo; y la vía del desarrollo acelerado se muestra despejada mientras no se vea bloqueada por distorsiones de política y sobre todo por malas instituciones.

Mi libro Repensar el desarrollo económico, el crecimiento y las instituciones, publicado en 2013, es un intento por actualizar el del año 2000 y por someter a discusión y crítica esa nueva ortodoxia. Esta crítica también se refleja en mi libro con Juan Carlos Moreno-Brid, editado en español en el año 2010, que pone en perspectiva histórica el largo periodo de lento crecimiento de la economía mexicana desde la crisis de la deuda externa.

Al volver a México me quedó claro muy pronto que, entre los analistas económicos y políticos, los círculos gubernamentales de política económica e incluso entre sus críticos, esa nueva ortodoxia constituía el fundamento racional de las causas a las que se atribuían el lento crecimiento y de sus recomendaciones de política. Aunque con frecuencia ese fundamento se desconociera estrictamente y les llegara solo como voces al viento. Más precisamente, esa nueva ortodoxia en la economía del crecimiento inspiraba el diagnóstico dominante que hacía hincapié en una liberalización económica incompleta y en la presencia de fallas institucionales como explicación del lento crecimiento de la economía.

Los ejemplos son bien conocidos. Algunos análisis sostenían que las reformas de mercado previas fallaron en introducir la competencia en actividades productoras de bienes y servicios no comerciables, donde predominan monopolios y oligopolios que no están expuestos a la competencia internacional. Otros proponían la necesidad de reducir los incentivos a la informalidad o flexibilizar el mercado de trabajo, con el fin de generar más empleo formal en actividades de alta productividad. Para otros aún un componente de las reformas estructurales se refiere a la reforma educativa, bajo el supuesto de que la escasez de capital humano es una restricción importante para el crecimiento de la economía mexicana. A ello hay que agregar el fortalecimiento de las instituciones para combatir eficazmente a monopolios, sindicatos y otros poderes fácticos que obstaculizan, en esta versión, la realización de las reformas pendientes.

Al igual que durante la primera ola de reformas estructurales, me tocó cuestionar el diagnóstico que las inspiraba, en tanto que instrumentos para acelerar el crecimiento, y también expresar mi escepticismo ante el optimismo que se desató con el llamado mexican moment, al inicio de la actual administración gubernamental. Una euforia similar a la que prevaleció durante esa primera ola de reformas y el inicio del TLCAN, en los años noventa. Como en aquel entonces, mi crítica no pretendía negar los importantes beneficios sociales que traerían consigo reformas para la competencia en los mercados de productos, la promoción de la formalidad en el mercado de trabajo, la reforma educativa, o la superación de fallas institucionales. ¿Quién puede oponerse, en su sano juicio, a elevar la calidad de la educación o al fortalecimiento del Estado de derecho?

El argumento del libro Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico de México, publicado en 2013, era simplemente que todas estas reformas, por muy importantes que sean desde ciertos puntos de vista, no merecen el lugar que se les ha dado en la agenda necesaria para retomar un crecimiento más dinámico. Y aunque es demasiado pronto para emitir un juicio definitivo, desafortunadamente hasta el momento los acontecimientos parecen confirmar mi escepticismo. De hecho, lejos de haber acelerado su crecimiento, la economía mexicana crece a un ritmo incluso menor que el ya bajo crecimiento que registraba antes de la crisis de 2008-2009.

Este nuevo periodo de estancamiento y la falta de certeza que prevalece en torno a sus causas hace necesario reforzar el análisis y el debate económicos. Es así como, a propuesta de la dirección de la Facultad de Economía de la UNAM, pasé a encargarme de la publicación de una nueva revista anual de la Facultad, la Revista de Economía Mexicana. En cierto modo se cierra el círculo, seguramente terminaré mi vida profesional de la misma manera en que la empecé: dirigiendo una revista dedicada enteramente a analizar los problemas actuales de la política económica en México.

Concluyo volviendo al inicio de esta presentación, me formé en la macro-economía keynesiana y la economía clásica del desarrollo. Ello me “condenó” a nadar contra la corriente a lo largo de mi vida profesional, que comenzó justamente cuando la corriente principal de la profesión cambió, en esos dos campos de conocimiento. Esa combinación, la macroeconomía keynesiana y la economía clásica del desarrollo, ha sido también una fuente de tensiones, que se reflejan en mi trabajo sobre macroeconomía y desarrollo económico. Tensiones porque el subdesarrollo no es un problema de demanda efectiva, o más precisamente las trampas de pobreza en las que ponen el acento los clásicos de la economía del desarrollo no tienen su origen en una falta de demanda. No importa cuán válidas sean las observaciones de Keynes, los problemas del desarrollo enfatizados por Nurkse y Rosenstein-Rodan permanecerían aun si los problemas de tipo keynesiano fueran superados exitosamente. Y viceversa, los rendimientos crecientes a escala son inherentes al problema del desarrollo e irrelevantes para el argumento keynesiano. Y la presencia de una oferta de trabajo elástica no tiene que atribuir su origen a un bajo nivel de utilización de recursos. A su vez, el incumplimiento de la Ley de Say y la presencia del desempleo involuntario son inherentes al argumento keynesiano e irrelevantes en el de Nurkse y Rosenstein-Rodan. En otras palabras, los excedentes de trabajo derivados de la escasez de capital, enfatizados por los clásicos del desarrollo, no son asimilables al desempleo keynesiano, asociado con una insuficiencia de demanda efectiva en el mercado de bienes.

Desafortunadamente esta confusión ha sido demasiado frecuente en la literatura sobre macroeconomía y desarrollo, como lo analizo en mis dos libros sobre desarrollo económico. Sin embargo, la tensión entre macroeconomía keynesiana y economía clásica del desarrollo, aunque no exenta de generar contradicciones, también puede ser creativa. Es una tensión que de manera más general está presente en el Neo-estructuralismo latinoamericano y otras escuelas afines en otras partes del mundo. Y que es a la vez la fuente de su fortaleza, así como de sus limitaciones.

III. La obra

Jaime el académico

Jaime Ros era un economista especializado en la macroeconomía, de orientación keynesiana, interesado en la política económica. Sus preocupaciones principales eran investigar las causas del desarrollo y del crecimiento desigual de los países, así como la persistencia de la desigualdad en la distribución del ingreso, dentro de cada país. Estas inquietudes las enfocaba al caso de México, y también a los de otras economías de América Latina, como objetos de estudio. En concordancia con sus planteamientos teóricos, siempre tuvo propuestas de política económica encaminadas a mejorar estos dos problemas. A esos mismos temas dedicó sus labores de enseñanza y de investigación.

Una muestra de su modestia era que nunca aceptaba que lo llamaran doctor en economía, porque nunca había obtenido formalmente tal título, a pesar de que en la Universidad de Notre Dame dirigió muchas tesis de doctorado en economía. Otra muestra característica es que en sus publicaciones con otros autores siempre exigía ocupar el lugar que le correspondía alfabéticamente a su apellido, que casi nunca era el primero.

Una definición clara de los intereses académicos de Jaime Ros se revela en su primer escrito publicado en español: la reseña de La política del desarrollo mexicano, de Roger D. Hansen en, Cuadernos Políticos, núm. 1, de Editorial Era, en 1974.

Publicaciones3

En el mundo académico, se nos juzga a los economistas por el número de artículos, capítulos en libros y libros como autor o coautor, en revistas o editoriales, con arbitraje riguroso. Y además cuenta mucho el número de citas para medir el impacto de la obra de un economista.

Entre 1978 y 2019, Jaime Ros Bosch fue el autor, o coautor,4 de 73 artículos en revistas especializadas que han recibido 1,443 citas; de 98 capítulos en libros que han sido citados 1,223 veces, de ocho libros con 1,312 citas, y de cinco ediciones de libros con 168 citas. Se suman a ello otros 27 escritos diversos (ponencias, inéditos y reportes de consultoría) con 172 citas. En total han sido identificados 211 trabajos (sin contar reseñas o comentarios) con 4,318 citas bibliográficas, según reporta Publish or Perish cuya fuente es Google Scholar.

Treinta de los 73 artículos publicados lo fueron en las revistas mexicanas de economía, Economía Mexicana del CIDE, Investigación Económica de la Facultad de Economía de la UNAM, El Trimestre Económico del Fondo de Cultura Económica, economíaunam y la Revista de Economía Mexicana de la Facultad de Economía de la UNAM.

Sus obras más reconocidas fueron, como autor único, Development Theory and the Economics of Growth, publicado en inglés en 2001 por University of Michigan Press, y en español como La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento, publicado en 2004 por el Fondo de Cultura Económica. Este libro ha sido citado en 621 ocasiones. Y, con Juan Carlos Moreno Brid, Development and growth in the Mexican economy: A historical perspective, publicado en inglés en 2009 por Oxford University Press, y en español como Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana: una perspectiva histórica, publicado en 2010 por el Fondo de Cultura Económica. Esta obra tiene 429 citas. El total de citas de ambos trabajos es de 1,050. Estos libros, publicados entre 2001 y 2010, comprenden casi la cuarta parte de las citas totales de sus publicaciones. La teoría del desarrollo y la economía del crecimiento está en una segunda edición corregida y aumentada, por aparecer en el Fondo Cultura Económica como La riqueza de las naciones en el siglo XXI.

IV. La personalidad

Ideología y política

Probablemente por la influencia de su padre, quien por desencanto con el socialismo realmente existente en Europa, en las décadas de 1950 y 1960, se identificaba políticamente más con la social democracia europea, Jaime, aunque era un hombre de izquierda, era, ante todo, demócrata y liberal en el sentido político que se usa en Estados Unidos. Estaba a favor de la lucha por la igualdad y la justicia social, y por la igualdad de las mujeres, de los homosexuales y de los afroamericanos, y en contra de la persecución de los inmigrantes en Estados Unidos, y a favor de proteger el medio ambiente, y en general, por la libertad de tránsito de las personas entre países. Todo ello era muy consistente con sus planteamientos en materia de teoría y política económicas.

En su época de estudiante, a principios de de la década de 1970, fue miembro de la comisión económica de la revista Punto Crítico, junto a compañeros economistas en su mayoría de la UNAM. La revista concentraba a un nutrido grupo de intelectuales de izquierda que no estaban afiliados a ningún partido político -algunos herederos del movimiento de 1968- y, a pesar de su limitada distribución y corta duración, fue, sin duda, un referente importante para la discusión política independiente en esos años.

Jaime el amigo

Jaime era alto y corpulento, de pelo largo, y usaba algunas veces barba o bigote, o ambos. De ojos claros, era bien parecido. Destacaban su bondad y su generosidad, lo cual le ganó amigos en todas partes, tanto en el mundo académico como fuera de él. Era un gran aficionado al futbol soccer. Contó alguna vez que, de joven, jugaba en el extremo izquierdo de la delantera en el Colegio Madrid y era buen anotador de goles. Ya mayor, era gran fan del Barcelona, y también de los Pumas de la UNAM. En Estados Unidos se aficionó al futbol americano colegial, y su equipo favorito eran, por supuesto, los “Fighting Irish” de la Universidad de Notre Dame. Contó más de una vez que los colores del equipo de los Pumas de futbol americano de la UNAM provenían del equipo de la Universidad de Notre Dame.

Jaime era un buen bebedor de whisky escocés, y buen jugador de dominó. Cuando vivía en Estados Unidos y venía a México, procuraba reunirse con algunos amigos en la Tasca Manolo en San Ángel. Y cuando se estableció ya de regreso, casi nunca faltaba a las reuniones semanales. Disfrutaba mucho la comida china, pero su preferida era naturalmente la española, en especial los callos a la madrileña. Presumía que su especialidad en la cocina eran las carnes la parrilla que asaba en su casa de Burgos (Cuernavaca), usando una técnica para prender el carbón que él llamaba “técnica Oliart”, porque era idea de su cuñado, que así se apellidaba. A últimas fechas era muy comelón.

Jaime era una persona sumamente sencilla, se cortaba el pelo en la peluquería de la esquina de su casa, en el pueblo de Tizapán, y cuando pasaba frente a la iglesia del mismo barrio, saludaba a un viejo vagabundo siempre sentado en una banca del atrio, con quien seguramente intercambió cigarrillos, y quien ahora lo va a extrañar, al igual que Juan Carlos, el vigilante de la puerta del edificio donde vivió en la última década.

Era un gran lector y una persona culta de buena conversación, cualquiera que fuera el tema. Le gustaba mucho leer sobre avances de la ciencia y, sobre todo de la astrofísica. En las discusiones o conversaciones, algunas veces se equivocaba y era un poco testarudo, pero casi siempre tenía razón. Se mesaba el bigote o la cejas, reflexionando sobre alguna pregunta y tardaba en responder. Pero jamás perdía la calma, y podía discutir con alguien acaloradamente y luego irse con esa persona a tomar un café, una cerveza, o mejor aún un whisky. Respetaba mucho a sus interlocutores, fueran colegas, alumnos, personajes de los medios o simplemente amigos.

A modo de corolario

Por su trayectoria y productividad académica, medida en sus escritos y en el número de citas por trabajo, por la calidad de sus cursos impartidos y de las tesis dirigidas, así como por la importancia y la trascendencia de su obra publicada, Jaime Ros Bosch era considerado por muchos de nuestro gremio como el mejor economista académico mexicano de la actualidad. Por su personalidad, generosidad, rectitud y calidad humana, fue un hombre extraordinario para quienes tuvimos el honor de conocerlo, tratarlo y ser llamados sus amigos.

Descanse en paz

1 Agradezco el apoyo de Pablo Ros para completar partes de esta sección.

2Agradezco a Gabriela Dutrenit de la UAM, haberme proporcionado el discurso de Jaime Ros.

3Agradezco el apoyo de Eduardo Moreno en recabar la información de las publicaciones y las citas.

4Hubo muchos coautores con Jaime Ros, no menciono a ninguno aquí por miedo a saltarme a alguno.

Recibido: 30 de Julio de 2018; Aprobado: 16 de Mayo de 2018

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons