En 1950 el Ateneo chiapaneco publicó las memorias de las exploraciones que llevó a cabo Juan Ballinas durante 1876-1877 por el “desierto de los Lacandones” o de “la Soledad”. La edición de este preciado documento fue posible merced a los buenos oficios de Frans Blom y Gertrude Duby, quienes en uno de sus numerosos viajes por aquellas, entonces, exuberantes regiones, pasaron por la finca El Paraíso, propiedad de los descendientes de la familia Ballinas; allí se les enseñó el preciado cuadernillo que guardaba celosamente las andanzas y exploraciones de don Juan por aquellas regiones ignotas. Al ver este documento los Blom se entusiasmaron y de inmediato solicitaron se les permitiera hacer una copia de tan valiosos testimonio, petición a la que accedieron gustosos los propietarios de la finca. Así Frans y Trudy transcribieron a mano en una libreta el contenido del cuadernillo que consigna las andanzas del intrépido Ballinas y de su socio -después cuñado- Manuel José Martínez. La versión de los Blom de dicho documento fue después trasladada a máquina, Frans la revisó, anotó y agregó dos mapas y una nota introductoria en la que da cuenta del hallazgo resaltando su importancia y original contenido. La referida versión la puso a consideración de los miembros del Ateneo susodicho, la cual fue acogida con agrado y enviada pronto a la imprenta, haciéndose un tiraje modesto de 800 ejemplares que pronto se agotó. Por ello, esta obra se convirtió en una pieza de colección. Años después, 1989, Rodrigo Núñez hizo una reimpresión facsímil, también de tiraje limitado, 950 ejemplares, que al igual que la primera pronto se agotó. Tal ha sido la demanda de esa obra que en 1998 el gobierno chiapaneco a través del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes en coedición con la Asociación Cultural Na Bolom imprimieron el mencionado libro, en formato diferente de sus predecesoras ediciones, acompañado de una Introducción de Roberto Albores y un Liminar de Mario Uvence, gobernador del Estado y director del Consejo mencionado, respectivamente.
Dadas las sucesivas impresiones de la obra mencionada, las memorias de Ballinas pueden considerarse como una lectura obligatoria para aquellos que se interesen en la historia y literatura de la Selva Lacandona. Quizá Juan Ballinas fue el primer “coleto” que dejó testimonio de sus experiencias y vivencias en sus originales viajes por aquellas remotas y exuberantes regiones, y no hay duda que su obra ocupa un destacado lugar dentro del género “de las grandes exploraciones”, haciéndose doblemente meritoria por tratarse de las memorias de un chiapaneco, pues la mayoría de estas obras han sido escritas por extranjeros que al confrontarse con la “otredad” todo les parece exótico y maravilloso. Desde luego que a Ballinas y Martínez les impresionó la exuberancia y riqueza de la selva chiapaneca, sobre todo por su generosidad en flora, fauna y abundancia de ríos, mas su objetivo estaba motivado por el utilitarismo, es decir, la explotación de las numerosas maderas finas, y por consecuencia el hallazgo de rutas acuíferas, expeditas y seguras que permitieran el traslado de las trozas a los lugares de comercialización.
La Selva Lacandona siempre ha llamado la atención de propios y extraños, en tal virtud la literatura al respecto es copiosa y variada. Desde el establecimiento de los castellanos en tierra chiapaneca se destinaron recursos para explorar y someter a aquella zona que desde un principio se consideró “tierra de guerra” y de frontera, a más de dilatada y de gran abundancia. Los intentos y empresas para someterla fueron numerosos, sus resultados insignificantes. Fue hasta finales del siglo XIX en que con mayores recursos y tecnología dicha región fue “conquistándose” por los madereros y después por los chicleros quienes sirvieron de avanzada para las ulteriores colonizaciones, invasiones y destrucciones del hoy “protegido” espacio selvático.
La Selva Lacandona, por su sólo nombre ha atraído poderosamente el interés de profesionales y profanos, de ahí que los materiales que a ella se refieren sean más de lo que queda de selva y en consecuencia también de lacandones, que dicho sea de paso, es el único grupo indígena selvático que existe en México. Por habitar en dicho espacio se le han atribuido mil fantasías y misterios: “buenos salvajes”, “antropófagos”, “arqueología viviente”, “auténticos descendientes de los mayas clásicos”, “comunismo primitivo”, etcétera. La jungla mencionada, y todo lo que ella implica, desde las perspectivas histórica, ecológica, sociológica y humanística, es motivo propicio para aventurar mil reflexiones y elucubraciones, sin duda hay razones justas para ello, no obstante la realidad en su verdadera dimensión y en las actuales condiciones ofrece un panorama diferente y preocupante.
Hasta antes de la publicación del Desierto de los Lacandones se tenía por cierto que Ballinas y su obra eran casi desconocidos y que no había antecedente de sus memorias, por el contrario, la obra de su cuñado y socio se había difundido con anticipación, primero dada a conocer por el Ilustrísimo Señor Obispo Orozco y Jiménez en 1911, en el tomo II de sus Documentos inéditos relativos a la iglesia de Chiapas,1 y años después Jan de Vos lo reprodujo en su antología Viajes por el desierto de la Soledad.2 Cabe decir que el documento escrito por Martínez es complementario a las memorias del señor Ballinas, el cual, como sugerí hace años, debe ser incluido como apéndice en las reediciones que se hicieren del Desierto.3
Poco es lo que se sabe acerca de la vida de Ballinas; monseñor Eduardo Flores Ruiz4 y Octavio Gordillo y Ortiz5 le dedican unas líneas generales resaltando su hazaña y descubrimientos. Realmente escasos son los datos que se tienen de este intrépido explorador que nació en San Cristóbal Las Casas el 24 de junio de 1841 y a quien pusieron por nombre Juan Bautista, hijo de don José María Ballinas y de doña Nazaria Estrada Guillén. Fue bautizado en la Santa Iglesia Catedral el 26 de junio del propio año, siendo su madrina doña Paulina Román.6
Se conoce que sus primeros años los pasó en el seno familiar primero recibiendo instrucción básica y luego ayudando a su padre en las labores agrícolas y en el oficio de carpintero. En 1869 contrajo matrimonio con la señorita Aurelia Penagos,7 luego se trasladó a la zona de Ocosingo donde estableció su finca, El Paraíso, y su familia. Una de sus hermanas, doña Graciana Ballinas, casó con Manuel de Jesús Martínez Gutiérrez, quien primero fue su socio en la empresa exploratoria del río Jataté por encargo de los señores Marcial Gutiérrez y Nicolás Valenzuela. Con Martínez emprendió la gran aventura que se narra en las memorias e informe que enseguida se reproduce. Dicho informe fue presentado el 18 de febrero de 1878 ante la Secretaría del Gobierno Constitucional del Estado Libre y Soberano de Chiapas con la finalidad de reclamar derechos y privilegios sobre las rutas y zonas madereras descubiertas por los susodichos, así como para obtener la gracia de concesión por los cinco viajes que emprendió por el desierto tantas veces mencionado. Para concluir es preciso señalar que Ballinas se vio involucrado en problemas fiscales y mercantiles, por lo que en la resolución de esos penosos asuntos invirtió buen tiempo y dinero. Juan Bautista falleció en su finca el 23 de junio de 1905.