Corrían las décadas de 1940 y 1950 y todo parecía indicar que México dejaría de ser un país mayoritariamente rural para convertirse en uno más moderno. Ciudades como Puebla, Guadalajara, Monterrey y, por supuesto, la capital, se configuraron como espacios urbanos prósperos, producto de la estabilidad y el crecimiento económico de la época. La industrialización impulsada por los gobiernos posrevolucionarios estuvo acompañada de una inversión sustancial en infraestructura y servicios públicos, lo cual benefició a los sectores medios que incrementaron su poder adquisitivo y accedieron a bienes de consumo.
En este contexto, los habitantes de la Ciudad de México tuvieron acceso a una cantidad significativa de espacios de sano divertimento destinados a la recreación diurna, como parques, jardines o centros deportivos, además de disponer, cada vez más, de una variada oferta de recintos culturales para visitar, entre los que se contaban teatros, salas de cine y galerías de arte. Junto a éstos, coexistieron otros espacios de socialización ampliamente concurridos por la clientela capitalina, que, sin embargo, fueron mal vistos por las buenas conciencias de aquella época: salones de baile, cabarets y centros nocturnos. De estos últimos se ocupa Gabriela Pulido Llano en El mapa "rojo" del pecado. Miedo y vida nocturna en la Ciudad de México, 1940-1950.
Resultado del trabajo de investigación que la autora presentó para obtener el grado de doctora en Historia y Etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, El mapa "rojo" del pecado explica cómo se construyó un discurso del miedo, a través de la estigmatización de algunas formas de diversión y esparcimiento de los capitalinos, concretamente, de aquellas vinculadas con la vida nocturna. Gabriela Pulido muestra cómo, a partir de la promoción y divulgación continua de una narrativa, tanto escrita como visual, con claros tintes clasistas, se pretendió construir una imagen de la Ciudad de México como capital del vicio.
El libro está dividido en tres partes, la primera lleva por nombre "Espectáculo y vida nocturna", y analiza la promoción que llevaron a cabo los medios impresos de un ideal imaginario de lo femenino y lo masculino. Dicho ideal debía estar en consonancia con las buenas costumbres y, a la vez, resultar adecuado para una sociedad que era, o pretendía ser, cosmopolita y moderna. Su difusión proporcionó, al mismo tiempo, una imagen más acabada, aunque no siempre justa, de aquellos sujetos apartados de la vida virtuosa, a los que se refiere la autora en la segunda parte de su libro, titulada "Cabareteras, 'cinturitas' y policías", en la cual presenta a los personajes más representativos de la vida de arrabal: vedettes, padrotes, homosexuales, entre otros. En la última parte, "'Pachuquismo', 'tongolelismo' y la ciudad del vicio", se retoma lo dicho en las dos primeras secciones en aras de demostrar que la reproducción continua de esos imaginarios trajo como resultado la asociación casi automática del cabaret con el burdel, la bailarina con la prostituta y del pachuco con el lenón, erigiéndose así una propaganda del miedo a la vida nocturna.
Gabriela Pulido advierte que, ante el tránsito hacia una ciudad cosmopolita, los mecanismos de control aumentaron. En efecto, al tiempo que había una transformación en los patrones socio-culturales de la población, subsistieron ideas de corte conservador, reflejadas, por ejemplo, en la implementación de políticas públicas como el reglamento contra las enfermedades venéreas, o bien, en la derogación de los reglamentos de prostitución. No debe olvidarse que en aquellos años actuaron organizaciones que, con fuerte convicción, censuraron todo lo que consideraban una amenaza a la familia y las buenas costumbres. Es el caso de la Liga de la Decencia, cuya filial en México cobró fuerza en la década de 1940, con la incorporación a sus filas de la esposa del presidente Manuel Ávila Camacho, y que entre sus arengas arremetió por igual contra personajes como Frida Kahlo, por su vida disoluta, y Agustín Lara, por considerar que su canción "Palabra de mujer" incitaba a la sexualidad, o contra la película Blanca Nieves, en razón de que una joven decente no podía vivir con siete hombres. Los discursos de esta asociación, así como los de la Iglesia y las autoridades tuvieron su correlato en los medios impresos y en el cine, a través de ellos se representaron las buenas y las malas costumbres.
A partir de la revisión de periódicos, folletos, revistas e historietas, la autora identifica las ideas y creencias que se tenían sobre los bajos fondos y su población, imaginarios que pone en diálogo con el cine de la época, cuya trama era casi siempre la misma: las mujeres que no fundaban su conducta en los preceptos morales y cristianos terminaban siendo víctimas de la perdición y el pecado. Algunos títulos que reflejan lo anterior son: Mientras México duerme, La insaciable, Pecadora, Mujeres de cabaret, La bien pagada, Aventurera, Perdida, Amor de la calle, Amor vendido, Víctimas del pecado, Ambiciosa, Casa de perdición, Amor y pecado, etcétera. Cabe destacar que más de cien producciones se realizaron en la década de 1940, lo cual nos habla de una creciente necesidad por combatir las desviaciones a la norma.
A decir del historiador Alberto del Castillo, el género periodístico conocido como nota roja vinculó desde sus inicios la violencia y el crimen con los grupos populares. Es por ello que, desde su distintiva perspectiva sensacionalista, proporciona un acercamiento a la vida cotidiana de quienes formaban parte de la base social. Lo anterior explica la importancia que tuvo la nota roja como fuente de estudio para Gabriela Pulido, pues en ella se caracterizó y delimitó espacial y socialmente el peligro, abogando por una frontera entre la ciudad respetable y la ciudad indecente e impresentable.
En ese sentido, tanto en la prensa como en el cine se fue conformando una propaganda del miedo hacia ciertos territorios urbanos (antros) y grupos sociales (cabareteras, pachucos, músicos). La autora advierte incluso cómo algunas categorías creadas por la prensa fueron empleadas después por guionistas de películas, escritores de historietas y caricaturistas, razón por la cual bien puede decirse que los discursos periodísticos sobre la vida nocturna, sus espacios y sus actores nutrieron las narrativas fílmicas, y a su vez éstas alimentaron las narrativas de la prensa, dando como resultado una reelaboración continua de imágenes y representaciones de la ciudad nocturna.
El método empleado por la autora consistió en llevar a cabo un diálogo intertextual entre la crónica periodística, el fotorreportaje, la historieta y las producciones cinematográficas. A partir de este diálogo, identificó una serie de narrativas textuales y visuales que sirvieron como vehículo de representación de los peligros que deparaba la vida nocturna. La moraleja tácita para los capitalinos se exhibía en el trágico final, que por lo regular tenía estigmatizada la vida de mujeres y hombres asiduos a los espacios de sociabilidad. En otras palabras, gracias a este diálogo cruzado entre fuentes documentales, la autora pudo advertir que los medios de comunicación en estas décadas crearon una estética de lo decente y lo moral, en contraposición a lo indecente e inmoral, reforzando así estereotipos acerca del vicio y la violencia, los cuales relacionaron directamente con la pobreza.
No obstante, conforme uno avanza en la lectura, lo que salta a la vista es que, a pesar de existir una estética de lo decente y lo moral, ésta era asimilada de diversas formas por los mass media, lo cual condujo al surgimiento de narrativas contradictorias o en pugna. Por un lado, los sectores conservadores intentaron imponer su visión y censuraron todo aquello que fuera en contra de sus costumbres -música, vestimenta, bailes, etcétera-; otros grupos sostuvieron una visión más moderada y consintieron ciertos cambios que la modernidad demandaba; por último, una minoría de la población sustentó ideas liberales y mostró más apertura a los nuevos tiempos. Discursos que revelan las tensiones propias de una ciudad y sus habitantes, quienes vivían en el tránsito y el cruce entre lo rural y lo urbano, lo tradicional y lo moderno, lo masculino y lo femenino, incluso, entre lo nacional e internacional.
Es oportuno celebrar que la autora se ocupe del discurso que se construyó alrededor de la vida nocturna en la Ciudad de México, en buena medida porque la cantidad de trabajos académicos que versan sobre el tema son escasos, pero también porque su libro constituye un punto de partida para reflexionar sobre temas afines, por ejemplo, ¿qué recepción tuvo la propaganda del miedo entre los capitalinos de diversos estratos sociales?, ¿en realidad el público creyó que todo aquél que iba a los centros nocturnos terminaba sus días como prostitutas o lenones? Podemos suponer que no, pues la imposición de ideas desde arriba nunca es total y la gente, a partir de su propia visión del mundo y de sus experiencias vividas, resignifica y adapta lo que de manera hegemónica se pretende establecer.
En suma, pensar en un libro que nos hable de la vida nocturna en la Ciudad de México de mediados del siglo XX es, en sí mismo, un deleite. El aporte historiográfico de Gabriela Pulido consiste, además, en que ofrece reflexiones y orientaciones metodológicas a todos los interesados en la historia cultural del mundo urbano y en los bajos fondos. Sea ésta una invitación a su lectura.