El libro Dudas filosóficas. Ensayos sobre escepticismo antiguo, moderno y contemporáneo coordinado por Jorge Ornelas y Armando Cíntora reúne quince excelentes ensayos filosóficos que aproximan de manera clara e inteligente a distintas vertientes escépticas, desde la antigüedad hasta nuestros días. El propósito del libro no es tratar las cuestiones escépticas de manera exhaustiva, sino analizar los problemas medulares del escepticismo filosófico de una manera plural, además muestra su relevancia y vigencia. El volumen está dividido en tres partes, precedidas de una introducción en la que los coordinadores exponen cuál es el interés que llevó a los colaboradores del proyecto a ocuparse de los problemas tratados en los ensayos, y las principales contribuciones de los estudios reunidos en la obra. Comenzaré por destacar que los ensayos reunidos no se limitan al estudio de los debates sobre el escepticismo moderno y contemporáneo, pues tres de ellos se ocupan del escepticismo antiguo en sus principales vertientes: la pirrónica y la Académica. Para los fines de esta reseña, me concentraré en la primera sección, dedicada al escepticismo antiguo.
El capítulo primero introduce al escepticismo antiguo con el artículo “La ética en el escepticismo antiguo” de Richard Bett que muestra con agudeza la dimensión ética del escepticismo, contra la pretensión moderna de que éste es una problematización fundamentalmente teórica y epistemológica. Bett argumenta: “existe también un punto en el cual la epistemología y la ética coinciden; por lo tanto, también puede haber tesis escépticas acerca de la epistemología de las creencias morales” (p. 46). El autor puntualiza que “la ruta al escepticismo era esencialmente la misma, independientemente del tema” y resalta sobre todo que el escepticismo “era algo para ser llevado a la práctica” (p. 47). Esto último debería ser conocido de manera general, sin embargo, requiere ser aclarado y subrayado en nuestros días a toda persona interesada en comprender y estudiar esta corriente, puesto que la filosofía en la Antigüedad no fue una actividad intelectual ni una disciplina puramente teórica o especulativa, sino una forma de vida. Las consecuencias epistemológicas de los escépticos no se limitaban a minar la confianza en ciertas creencias, valores, criterios de validez y modos de argumentación, ni a suspender el juicio, sino que también entrañaban ciertas consecuencias prácticas, como la ataraxia o tranquilidad, de índole ética y política. El alcance práctico de la argumentación escéptica permite entender la prohibición del cultivo de la filosofía de la naturaleza, las graves censuras que limitaron la libre circulación de las ideas y los debates en torno al nomos en la Atenas de Pericles; lo mismo que las leyes escritas contra la impiedad que llevaron a la quema de las obras de Protágoras de Abdera y más tarde a la condena de Sócrates junto con otros filósofos.
Richard Bett insiste, con mucha razón, en que la filosofía no es sólo un modo de vida (éntasin biou). En este punto, coincide con Pierre Hadot y en parte con Julia Annas en “Scepticism, old and new”, ya que la autora señala que David Hume no advierte el cambio en el cual insiste Sexto Empírico, pues a diferencia de éste, Hume piensa que no hay una pérdida motivacional cuando el escéptico mina la confianza en los valores, porque juzga que la motivación para actuar no descansa en nuestras creencias valorativas. Me interesa subrayar el equívoco de Bett al contraponer el escepticismo a la vertiente cínica -entendida de un modo reduccionista como un mero estilo de vida minimalista-, ya que no le concede peso, valor, profundidad ni alcance filosóficos a las críticas ético-políticas ni a las propuestas anarquizantes y naturalistas de los filósofos cínicos; a juzgar por los relatos y las anécdotas de Diógenes Laercio sobre las vidas de éstos (a quienes, por cierto, Bett les concede escasa fidelidad y credibilidad) y otros. Para entender más a fondo la antigua filosofía cínica y sus alcances escépticos, habría que acudir a los estudios especializados de José A. Martín García en Los filósofos cínicos y la literatura moral serio burlesca (2008),1 la aproximación de Martha Nussbaum al cosmopolitismo antiguo, así como la lectura y las reflexiones brillantes de Michel Foucault sobre el cinismo antiguo en El coraje de la verdad.2
Richard Bett se enfoca en el escepticismo de Sexto Empírico, pues sus escritos son los mejor conservados, aunque también se ocupa de las vertientes escépticas más importantes -la de Pirrón de Elis y la de los Académicos-, tratadas de manera más específica en los ensayos de Diego E. Machuca (“La ataraxia pirrónica”) y Roberto Bolzani (“El surgimiento del escepticismo en la Academia: Arcesilao”). El texto de Bett enmarca y contextualiza el escepticismo sextiano. Antes de referirme a este último, citaré un comentario de Bett sobre el escepticismo griego que resulta importante porque aclara en qué dirección apuntan, en general, las antiguas vertientes escépticas:
El sello distintivo del escepticismo griego, por lo general, es la suspensión del juicio; uno se abstiene de afirmaciones definitivas respecto a cómo son realmente las cosas. Las diferencias entre los escépticos radican significativamente en cómo conciben esta suspensión del juicio y qué consecuencias, si las hay, habrían de resultar. (p. 49)
El problema de si la “naturaleza de las cosas” es asequible de manera clara, segura y confiable, esto es, si nuestras capacidades cognitivas permiten o no acceder al conocimiento de lo que las cosas “son” o “no son” -ya sea por naturaleza o por convención-, lleva a los escépticos griegos a recomendar la suspensión del juicio y abstenerse de aseverar lo que son las cosas, cómo son, o cómo debieran ser. La postura escéptica de Pirrón es la adiaphoria o indiferencia en general. Bett mantiene una prudente reserva sobre la observación de Cicerón, en el sentido de que Pirrón de Elis concedió una excepción a la indiferencia relativa a la distinción entre la virtud y el vicio. Así, Bett señala que los Académicos se interesaron en las consecuencias prácticas que se derivarían de la indiferencia, y se preguntaron qué tipo de vida llevaría alguien que adoptara la tesis escéptica de suspender el juicio debido a la equipolencia. Arcesilao propone a ese respecto el criterio y la actitud de vivir conforme a “lo razonable” (Sexto, M: 7.158); Carnéades juzga apropiado atenerse a “las impresiones persuasivas” (M: 7.166-189); Enesidemo negó la existencia de los “fines” (como la felicidad, el placer o la sabiduría práctica); y Sexto Empírico resume que el escéptico, en general, se guía por las “apariencias” (PH: 1.22) .
Al parecer, Sexto fue médico y consideraba que aprender medicina se asemejaba a hacer uso de un instrumento. Sostuvo que el agente, al actuar, sigue las inclinaciones o disposiciones propias, incluso en situaciones difíciles o extremas; por ejemplo, en caso de que el agente reciba la orden de un tirano de actuar de un cierto modo y decida seguir la orden, pues quien actúa (el agente) sigue siempre, y en todos los casos, su propia inclinación o disposición. En resumen, no se actúa en conformidad con ciertos principios o reglas. Sexto descarta que algo sea bueno o malo, pues considera que para afirmar lo último, se requeriría que todos compartiéramos una noción común (universal) de lo bueno y de lo malo, cuando, en realidad, “existen sólo los ‘bienes privados’” (p. 63).
Conviene recordar que el argumento sextiano tiene algunos antecedentes en los debates en torno a physis y nomos (Memorias de Sócrates IV, 13ss) , específicamente en la discusión entre los partidarios del universalismo moral y político, defensores de la “ley natural”, como Sócrates y los partidarios del relativismo moral y político, como Hipias de Elis.
Bett insiste sobre un punto en común entre el objetivismo de los valores defendido por Makie -a partir del argumento “de la extrañeza”-, y el escepticismo de Sexto -respecto a que haya cosas buenas o malas por naturaleza-, en tanto que el relativismo entraña la falta de acuerdo entre los códigos morales y, por sí mismo, menoscaba la tesis de “cómo habrían de ser las cosas”. Sexto Empírico, si bien postula la suspensión del juicio sobre lo bueno o malo, a diferencia de Enesidemo, no descarta la existencia del telos o fin, sino que afirma su sentido o pertinencia de manera no dogmática, sino provisional, es decir, de modo no necesario y “hasta el momento”.
A diferencia del escepticismo moderno, el cual es visto -desde Descartes- como una amenaza que el filósofo debe afrontar y vencer, en la Antigüedad se concedía cierta ventaja al escéptico, en tanto sus argumentos lo habían llevado a liberarse de la inquietud de asumir o aceptar cualquier aserción parcial y dogmática. Bett comenta en referencia a esta cuestión que, a diferencia del “yo” moderno -entendido como un agente moral autónomo y responsable-, distinto de “un mero haz de disposiciones”, para Sexto, gracias a la suspensión del juicio, y en virtud de las argumentaciones escépticas, el agente queda libre de las ataduras y preocupaciones dogmáticas y alcanza el estado de ataraxia o tranquilidad. A juicio de Bett, esta condición epistémica y psicológico-moral tan apreciada y anhelada por el escéptico se aleja por completo de lo que la mayoría de nosotros consideraríamos deseable o digno de ser buscado. Bett guarda cierta afinidad con la crítica de Julia Annas a la posición humeana tocante a los valores, pues “no lidia de manera adecuada con nuestras convicciones intuitivas de que hay valores, que nosotros no los inventamos y que cuando actuamos respondemos a ellos”. Cabría preguntar qué significa “responder a un valor” y “actuar conforme a ciertos valores”. ¿Equivaldría, en efecto, a seguir nuestras propias disposiciones o inclinaciones?
Sin restarle mérito ni interés al análisis y tratamiento del escepticismo antiguo emprendido en los tres primeros capítulos del libro, me parece fundamental llamar la atención sobre la del escepticismo socrático-platónico: su distinción con la incredulidad ordinaria y su importancia en el marco de las discusiones escépticas desarrolladas en el seno del movimiento sofístico. Estos planteamientos escépticos fueron retormados por algunos presocráticos, como Jenófanes y Heráclito, quienes han sido objeto de análisis y elogios de filósofos como Karl Popper y Bertrand Russell. Si bien, Armando Cíntora y Jorge Ornelas mencionan a Platón en la introducción del libro -y José Marcos de Teresa, en su excelente ensayo “Conocimiento reflexivo, fundamentos y ultraescepticismo” (pp. 351-382), efectúa un análisis riguroso, además de una revaloración del tratamiento aristotélico del escepticismo y del método dialéctico vinculado con la tradición erística y la argumentación elénquica o refutatoria-, habría convenido exponer y destacar de manera más directa el importante papel, así como la función de la posición filosófica de Sócrates y Platón frente a la paradoja escéptica formulada en Menón (80d-e) . Esto, dado que -a diferencia de quienes opinan que el escepticismo antiguo versa sobre meras “creencias”, en tanto que el escepticismo moderno se refiere al problema del conocimiento-, es claro que Sócrates -en el contexto de la investigación acerca de la virtud (aretē) y la indagación sobre el modo de adquirirla- se plantea la cuestión filosófica y epistemológica de si es posible llegar a conocer lo que se ignora y cómo investigarlo.
La pregunta es filosófica, de gran relevancia, porque va más allá de una simple duda ordinaria sobre la posibilidad de alcanzar el conocimiento sobre una materia particular. La cuestión planteada por Menón en el diálogo no se reduce tampoco a una paradoja ni a un simple truco para salir del paso en la conversación sobre la virtud. Por ello, Sócrates la retoma al preguntarse si es posible investigar lo que nos interesa conocer, y si disponemos de criterios claros para discernir en qué casos nuestras opiniones y creencias constituyen un conocimiento en sentido estricto; esto es, un conocimiento justificado, válido y admisible para todos. Procede a defender que los seres humanos no partimos de la ignorancia absoluta, sino que el alma posee un conocimiento previo que es posible recordar gracias a las preguntas (Menón 82b-86c). Sócrates se sirve entonces del diálogo con el esclavo de Menón para defender que el alma posee el conocimiento y lo puede recordar, además de proponer el método de las hipótesis (Menón 86c-100b) como una vía para investigar. Éste consiste en partir de las creencias del interlocutor, asumirlas, e inferir las conclusiones que ellas mismas implican, para en seguida analizarlas y ponerlas a prueba, contrastándolas con los hechos y examinar su validez.
Tengo muy claro que el propósito de los colaboradores del libro no fue emprender un tratamiento exhaustivo, sino plural del escepticismo antiguo, moderno y contemporáneo, de ahí que la intención de mi comentario sea agregar algunas otras referencias al escepticismo antiguo útiles para entender el alcance de las investigaciones y vertientes escépticas. Felicito a los coordinadores del proyecto por este magnífico resultado, el libro Dudas filosóficas. Ensayos sobre escepticismo antiguo, moderno y contemporáneo, lo mismo que a cada uno de los colaboradores y autores de los ensayos reunidos, e invito a todos a leer con atención los excelentes estudios reunidos en este volumen. Por último, los incito a no limitarse a la lectura de estas valiosas contribuciones sino a acudir a las fuentes y vertientes escépticas directas -tanto antiguas como modernas y contemporáneas-, porque los argumentos escépticos son una vigorosa invitación a pensar por nuestra cuenta, someter nuestras opiniones y argumentos filosóficos a un constante y riguroso examen crítico.