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Espiral (Guadalajara)

versión impresa ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.29 no.85 Guadalajara sep./dic. 2022  Epub 31-Oct-2022

 

Teoría y debate

Sujetos políticos y emancipación: el debate Laclau / Žižek

Political subjects and emancipation: the Laclau / Žižek debate

Fiorella P. Russo1  , Docente
http://orcid.org/0000-0002-3481-1245

1Docente de la catedra Sociología del conocimiento en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Doctorante en Estudios Históricos, Económicos y Sociales en el Instituto Multidisciplinario de Estudios contemporáneos. fioremes@gmail.com


Resumen

Signadas por la herencia marxista y la crisis del sujeto de la emancipación de los años setenta, las apuestas teóricas de Ernesto Laclau y de Slavoj Žižek se enrolan en un tenso debate acerca de los sujetos políticos capaces de transformar el capitalismo. El objetivo de este trabajo es detectar las líneas de combate que suscita en estos dos dispositivos teóricos el problema de los sujetos políticos de la emancipación y aportar un análisis crítico de las mismas. En esta senda, los autores trazan derivas distintas: mientras Laclau desarrolla una teoría de la constitución de las identidades colectivas basada en las nociones de pueblo y de populismo, Žižek repone la categoría de clase y plantea que en la cadena de luchas antisistema hay una (la lucha de clases) que sobredetermina el horizonte del resto.

Palabras clave: sujetos políticos; nuevas teorías críticas; Laclau; Žižek; clases sociales

Abstract

Signed by the Marxist heritage and the crisis of the subject of emancipation of the seventies, the theoretical stakes of Ernesto Laclau and Slavoj Žižek are involved in a tense debate about the political subjects capable of transforming capitalism. The objective of this work is to detect the battle lines that the problem of the political subjects of emancipation raises in these two theoretical devices and to provide a critical analysis of them.Along this path, the authors trace different drifts: while Laclau develops a theory of the constitution of collective identities based on the notions of the people and populism, Žižek replaces the class category and argues that in the chain of anti-system struggles there is one (the class struggle) that over-determines the horizon of the rest.

Keywords: political subjects; new critical theories; Laclau; Žižek; social classes

Introducción

En la década de los setenta, tras las sucesivas experiencias de derrota del movimiento obrero a nivel internacional, se comenzó a forjar en el ámbito académico de izquierda un manto de sospecha sobre las premisas básicas del marxismo. En especial, las dificultades de las organizaciones obreras para liderar una transformación del orden capitalista a nivel global y la emergencia de una pluralidad de formas de lucha, no necesariamente ligadas a la problemática de clase, opacaban la identificación de un sujeto de la emancipación claramente definido en las condiciones de dominación capitalista contemporáneas.

El conjunto heterogéneo de teorías que componen las nuevas teorías críticas de la sociedad, como las denominó Keucheyan ([2010] 2013), lidia hasta el día de hoy con muchos de los interrogantes heredados de la tradición marxista y de la crisis del sujeto de la emancipación. Preguntas como las siguientes surcan esta constelación de teorías: ¿es el proletariado el sujeto político de la emancipación?, ¿su tiempo ha acabado y es el momento de otros sujetos, de otras identidades?, ¿debemos seguir sosteniendo las categorías de clases sociales y de lucha de clases tal cual las planteaba el marxismo-leninismo o debemos abrirnos a nuevas corrientes que esbozan otras formas de explicación de la unidad de los agentes y de la pluralidad de sus formas de lucha?

Las apuestas teórico-políticas de Ernesto Laclau y de Slavoj Žižek forman parte de esta constelación de nuevas teorías críticas y se enrolan en sus disputas. Si bien ambas, sostenemos, convergen en pensar la política y la emancipación en las nuevas condiciones de dominación del capitalismo contemporáneo, sus propuestas toman derivas distintas, dignas de una sistematización como la que se propone aquí. En este marco, ambos autores han sostenido un largo y arduo debate acerca de la definición de los sujetos políticos, la utilidad contemporánea del concepto de clase social marxista y la emancipación posible del capitalismo neoliberal. Éste fue mantenido a lo largo de diversas intervenciones en las que sus múltiples referencias cruzadas muestran la densidad de la discusión.

Ahora bien, mucho se ha debatido en el campo de la teoría social acerca de las diferentes consistencias y densidades de estos dos autores. Por un lado, Žižek ha sido, a menudo, reducido a un mero fenómeno comercial y ha sido tildado de filósofo pop, de rockstar de la academia o de contestatario sin una teoría sistemática ni planteos teóricos serios que aportar. Por otro lado, Laclau, contrariamente, ha sido acreditado como uno de los teóricos latinoamericanos más influyentes por su presencia en ámbitos académicos y políticos tanto europeos como americanos (del norte y del sur), y como poseedor de una teoría política sistemática con su propia constelación de conceptos y categorías. Más allá de estos apelativos, aquí nos inclinamos por considerarlos como interlocutores válidos en tanto intervinientes en el debate sostenido por las nuevas teorías críticas de la sociedad. Así, consideramos que lo relevante de sus intervenciones teórico-políticas, más allá de si colaboran o no a la construcción de un sistema teórico más o menos sólido, es que buscan posicionarse en las disputas por la definición de la práctica política y la emancipación en el capitalismo contemporáneo.

Dicho esto, en este artículo se propone: 1) explorar y analizar las líneas argumentativas que cada autor desarrolla en relación con los sujetos políticos capaces de transformar el capitalismo; 2) identificar los puntos más álgidos por los que circula esta polémica o, dicho de otro modo, señalar por dónde pasan los principales puntos de combate a la hora de redefinir los sujetos políticos de la emancipación; 3) ofrecer una apuesta evaluativa de los aportes de los dos dispositivos teórico-políticos en juego.

Dado que sabemos, al decir de Althusser, que no existen lecturas inocentes, la operación de lectura sobre las producciones de los autores estuvo guiada por el abordaje problemático (Bialakowski, 2017), una metodología que permite el estudio de las producciones teóricas a partir de los problemas, los presupuestos y los análisis presentes en las mismas. Así, se seleccionó un eje problemático (el problema de los sujetos políticos capaces de transformar el orden capitalista) para diseccionar los desarrollos teórico-políticos de Laclau y de Žižek. Asimismo, dado que el segundo continúa produciendo y publicando en cantidad y, muchas veces, cambiando algunas de sus posiciones sostenidas en otras épocas, es que no se tomó la totalidad de la obra de estos autores, sino que se decidió realizar un recorte de su amplia producción. Para ello, siguiendo la biografía intelectual de Laclau realizada por Cuevas (2015), este trabajo se centra en las producciones que van desde Hegemonía y estrategia socialista hasta La razón populista, periodo en el que el argentino constituyó su teoría social y política. Por su parte, se tomó la periodización que establece Roggerone (2018) para el pensador esloveno y se prefirieron las obras publicadas entre 2000 y 2009, años en los que Žižek desarrolla sus críticas más fuertes al posmarxismo laclausiano, despliega su teoría política y se inclina por una posición comunista.

En lo que sigue perfilaremos las líneas argumentativas que desarrollan ambos autores respecto de este eje problemático y destacaremos sus puntos de divergencia y de convergencia. Adelantamos que mientras Laclau desarrolla una teoría de la constitución de las identidades colectivas que lleva a una justificación de la necesidad del abandono de categorías que habrían quedado vetustas como las de clase y de lucha de clases, y a su reemplazo por las de pueblo y populismo; Žižek, que no proviene del campo teórico marxista, repone las categorías de clase y de lucha de clases, y plantea que en la cadena de luchas antisistema hay una (la lucha de clases) que sobredetermina el horizonte del resto y que da lugar a una particularidad sintomática con la capacidad de poner en jaque al sistema.

Pueblo y clases sociales en la propuesta de Ernesto Laclau

Podríamos decir que Laclau arremete contra los conceptos de clases sociales y de lucha de clases en dos sentidos: por un lado, critica su validez histórica, bajo el argumento de que dadas las transformaciones del capitalismo estos conceptos no resultan del todo útiles para pensar las luchas políticas; y, por otro, desautoriza el sentido teórico que le da el marxismo-leninismo, es decir, que la lucha de clases se presente como una contradicción sin antagonismo y que las clases sean agentes positivos determinados a priori por su lugar en la estructura social.

El primer argumento del posmarxismo laclausiano es que los conceptos de clases sociales y de lucha de clases tenían sentido cuando eran utilizados por Marx, pero resultan sumamente insuficientes para describir los antagonismos sociales del mundo contemporáneo. Según se arguye, tanto en el capitalismo del siglo XIX como en las sociedades anteriores a éste, las fronteras de las identidades políticas y sociales tendían a coincidir con la unidad del grupo como serie coherente e integrada de posiciones de sujeto. En ese contexto, el grupo, como conjunto de posiciones aglutinadas en una clase, se presentaba como agente de lucha. Es decir que estas categorías eran útiles porque estaban acorde a la realidad social del momento, ya que se trataba de sociedades de clase (Laclau, [1990] 2000). En cambio, en la “era del capitalismo desorganizado” proliferan nuevos antagonismos y puntos de ruptura que forman la base para el desarrollo de nuevos tipos de lucha que no se ciñen a las meramente obreras.

Así, la tesis que presenta el pensador argentino es que las clases sociales son tan sólo una forma histórica de establecer una unidad entre posiciones de sujeto dispersas, pero no la única posible. Lo que ha sucedido es que la generalización de los fenómenos de desarrollo desigual y combinado ha producido una declinación de las clases como forma de constitución de las identidades sociales. Es decir, en el capitalismo contemporáneo cada vez más conviven en una misma sociedad desarrollos técnicos y sociales pertenecientes a diferentes modalidades de organización social y económica, dando como resultado una pluralidad de identidades no reductibles a la figura del obrero industrial de empresa. En este contexto sería absurdo, para Laclau, intentar pensar sujetos determinados estructuralmente, sino que los mismos se constituyen políticamente y no por su lugar en las relaciones de producción. Esto no significa que no haya colectivos que puedan ser pensados como clase. Él pone como ejemplo el de los mineros, en los que se puede encontrar una continuidad y estabilidad entre su posición en las relaciones de producción y sus posiciones de sujeto. Sin embargo, añade, las tendencias del capitalismo muestran que las clases, aunque no así los antagonismos, estarían en franca declinación (Laclau, [1990] 2000), lo que proliferan son los sujetos políticos conformados políticamente.

Retomemos ahora el segundo argumento de Laclau contra los conceptos de clases sociales y de lucha de clases. Lo que plantea a este respecto es que el antagonismo de clases no es inherente a las relaciones de producción capitalistas, sino que éste tiene lugar entre esas relaciones y la identidad del trabajador fuera de ellas (Butler, Laclau y Žižek [2000] 2004; Laclau y Mouffe, [1985] 1987). Es decir, del hecho de que se le quite plusvalor a los trabajadores no se desprende, señala, que éste resistirá necesariamente a esa extracción, sino que debe construir su identidad por fuera de las relaciones de producción. En segundo lugar, nos dice, no se puede deducir lógicamente que las demandas de los trabajadores tengan prioridad sobre las de otros grupos porque estén en el corazón del funcionamiento del sistema capitalista (Laclau, [2000] 2004b). Es en este sentido, entonces, que no encuentra razón alguna para privilegiar, al menos a priori, el papel de los obreros sobre el de otros sectores en la lucha anticapitalista.

Por todo esto, Laclau concluye que la noción de lucha de clases no es más que un residuo de la antigua hipótesis de progresiva proletarización de la sociedad, la cual resulta insuficiente para explicar la identidad de los agentes involucrados en las luchas anticapitalistas. De hecho, afirma, la emergencia de la noción de desarrollo desigual y combinado en la teoría marxista ya señalaba la aparición de identidades complejas no resumibles a las postuladas por la ortodoxia. Para él, la lucha de clases no es más que una especie de la política de identidad, especie, dice, “que está siendo cada día menos importante en el mundo de hoy” (Laclau, [2000] 2004b: 205).

Tras justificar por qué el concepto de clases sociales pierde centralidad tanto en el nuevo campo teórico posmarxista como en el capitalismo actual, Laclau elabora una teorización en La razón populista (Laclau, [2005] 2005) sobre la formación de las identidades colectivas. En este libro recoge el guante que había dejado en Hegemonía y estrategia socialista (Laclau y Mouffe, [1985] 1987). Allí se expresaba que el dilema del marxismo había sido, en realidad, determinar cómo unificar al proletariado. Es decir, ante la evidencia de que éste no se unificaba naturalmente como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, la teoría marxista tuvo que inventar un conjunto de dispositivos conceptuales que le permitiera explicar la fragmentación del proletariado y pensar las posibles formas de unidad de este colectivo. En este contexto, Gramsci asentó las bases para pensar la formación de las identidades colectivas en clave articulatoria. Sin embargo, arguye, la tarea gramsciana se vio limitada por el obstáculo epistemológico del determinismo de clase, lo que hizo necesario, desde su perspectiva, dar un paso hacia el posmarxismo (Laclau y Mouffe, [1985] 1987).

El objetivo declarado de Laclau en La razón populista es demostrar que el populismo no refiere a un modelo político ni a un contenido social particular, sino que es “la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político como tal” (Laclau, [2005] 2005: 91). Se trata de una lógica de constitución del pueblo, uno que no está determinado a priori por ninguna estructura social, ni por la posición de los agentes en la infraestructura económica, sino que es producto de las luchas y articulaciones que puedan hacer las identidades colectivas. Para Laclau el populismo es, justamente, una de las formas de entender los mecanismos de unidad del grupo. Esto no quiere decir, advierte, que ésta sea la única forma de construir identidades sociales pero sí es la forma de constituir el pueblo.

Para comenzar, plantea al menos cuatro precondiciones para la emergencia del pueblo del populismo: 1) la articulación equivalencial de demandas en una cadena; 2) la formación de una frontera interna antagónica que dicotomice el pueblo y el poder; 3) la consolidación de la cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente más que la suma de sus partes, y 4) la validez y centralidad del concepto de heterogeneidad social (Laclau, [2005] 2005).

Antes de explayarse sobre estas precondiciones, Laclau busca la unidad mínima del grupo: la demanda social. En inglés, señala, esta palabra (demand) puede tener dos acepciones: puede significar petición pero, también, reclamo. Justamente, el paso de la petición al reclamo es uno de los rasgos definitorios del populismo. Él lo explica en estos términos: si en un determinado contexto social surge una demanda en forma de petición y ésta es satisfecha, allí termina el problema. Pero si no lo es, se genera una acumulación de demandas que el sistema no es capaz de absorber diferencialmente, es decir, cada una separada de las otras. Esto genera la posibilidad de que estas demandas, en principio particulares y sin conexión intrínsecas entre sí, se articulen equivalencialmente en contra del sistema institucional.

Esto crea una frontera interna, una dicotomización del espectro político en dos, otro de los rasgos definitorios del populismo. En este proceso, las peticiones dejan de serlo y pasan a ser reclamos. Para darle más entidad a esta distinción, Laclau define dos tipos de demandas: las demandas democráticas, que son aquellas que permanecen aisladas; y las demandas populares, constituidas a partir de una pluralidad de demandas parciales que, a través de su articulación equivalencial, constituyen una subjetividad más amplia (Laclau, [2005] 2005).

Otro de los rasgos definitorios del populismo es la unificación de las diversas demandas en un sistema estable de significación. Esto, señala, se da cuando se ha alcanzado un nivel alto de movilización política. Es decir, el sistema de equivalencias solo puede consolidarse cuando se unifica simbólicamente. Pero, cuanto más extendida es la cadena equivalencial, más mixta es la naturaleza de los vínculos que entran en su composición. A la vez, las fuerzas implicadas necesitan, para continuar la confrontación, atribuirle a alguno de los componentes de la cadena equivalencial un rol de anclaje que las diferencie del resto. Es aquí donde entra la operación hegemónica mediante la cual un particular, sin dejar de serlo, representa o encarna la cadena.

Así, toda formación de una identidad implica diversas formas de articulación entre lo que él llama la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Esto a su vez da lugar a dos tipos de lógicas sociales. Una en la que prima la lógica de la diferencia y en la que las demandas son atendidas diferencialmente, por lo que nunca se logra trazar una frontera antagónica que divida a la sociedad en dos campos. Y una segunda, en la que prima la lógica de la equivalencia y el trazado de una frontera antagónica en el espacio social.1 Sin embargo, nos advierte, ninguna de las dos lógicas existe por sí sola aislada de la otra, sino que en ambas intervienen procesos de diferenciación y de equivalencia. Para Laclau, es importante reconocer que estas dos dimensiones se reflejan entre sí y que es imposible un estado en el que se dé un extremo de una o de la otra. Al contrario de esto, la formación de las identidades sociales se da siempre en un cierto equilibrio inestable entre ambas, y sin ese equilibrio no existiría la política.

Ahora bien, para que una identidad se constituya se requiere que un elemento diferencial asuma la representación de la totalidad imposible. Esto quiere decir que una de las identidades provenientes de la cadena encarna la función totalizadora. En este punto podríamos preguntar por qué el elemento que representa a la cadena es un particular y no un híbrido o sumatoria de aspectos de las distintas demandas. Laclau nos respondería diciendo que el elemento que representa la cadena nunca es una abstracción, es decir, no se trata de un común denominador en el sentido de un rasgo positivo que comparten todos los eslabones de la cadena. En una relación equivalencial, indica, las demandas no comparten nada positivo, sólo que están insatisfechas. La operación hegemónica no implica encontrar un rasgo común abstracto subyacente en los agravios sociales, sino que se trata de una operación performativa que constituye la cadena como tal (Laclau, [2005] 2005). Debe haber un elemento de la cadena con el que el resto de diferencias se identifiquen y para esto, éste debe vaciarse.

En este proceso se constituye el discurso populista, cuando una frontera de exclusión divide a la sociedad en dos y cuando hay un pueblo (como componente parcial, como plebs) que aspira a ser considerado como la única totalidad legítima. Dicho en otras palabras, hay una plebs que reclama ser el único populus legítimo,2 es decir, una parcialidad que quiere funcionar como la totalidad de la comunidad. En el caso del discurso institucionalista (aquel que intenta hacer coincidir los límites de la formación discursiva con los límites de la comunidad), la diferencialidad reclama ser el único equivalente legítimo. Y en el caso del discurso populista una parte se identifica con el todo. Esto no es otra cosa que la transición de las demandas democráticas (las peticiones) a las demandas populares (los reclamos) de las que hablábamos más arriba, puesto que mientras las primeras pueden ser incorporadas a una formación hegemónica, las segundas representan un desafío a ésta.

Siguiendo la argumentación laclausiana, para que se constituya una identidad popular ésta tiene que cristalizar en una identidad discursiva que ya no represente demandas democráticas como equivalentes, sino el lazo equivalencial como tal. ¿Cómo se da esta cristalización que es la que, finalmente, constituye al pueblo del populismo? Para Laclau, el lazo originalmente subordinado a las demandas reacciona mediante una inversión de la relación y comienza a comportarse como su fundamento. Para ello, las demandas particulares deben encontrar algún tipo de denominador común que encarne la totalidad de la serie. Pero éste sólo puede provenir de la serie misma, es decir, se trata de una demanda individual que, bajo ciertas circunstancias y por una operación hegemónica, adquiere centralidad. Esta demanda queda así dividida: por un lado, es una demanda particular, y, por otro, expresa algo muy diferente de sí misma puesto que significa la cadena total de demandas equivalenciales. Así, sin dejar de ser particular, pasa a ser el significante de una universalidad más amplia.

Todo esto lleva a lo que Laclau ha denominado la producción de significantes vacíos. Es decir, cuanto más extendida es la cadena, menos ligados están sus eslabones de las demandas particulares originales. Así, “la función de representar la ’universalidad’ relativa de la cadena va a prevalecer sobre la de expresar el reclamo particular que constituye el material que sostiene esa función” (Laclau, [2005] 2005: 125). De este modo, el particularismo de la demanda que encarna la cadena no se elimina, sino que las identidades populares son el resultado de un proceso de tensión/negociación entre universalidad y particularidad. Ahora bien, Laclau advierte que el carácter vacío de los significantes no implica que no expresen demandas democráticas, pero el medio expresivo no puede ser reducido a lo que expresa, no es un medio transparente. Por esto es que, para él, la vaguedad e imprecisión que la literatura sobre el populismo le imputa están lejos de ser un defecto. Por el contrario, son propias de su naturaleza política.

Lo relevante de toda esta explicación es entender que, para Laclau, el sujeto popular no expresa, simplemente, una unidad de demandas forjadas fuera y antes de sí mismo, sino que es el momento decisivo en el establecimiento de esa unidad. Y si la única fuente de su articulación es la cadena en sí, el proceso de nominación es fundamental: el nombre se convierte en el fundamento de la cosa. Para Laclau, la forma extrema de esta singularidad que condensa a todos los eslabones de la cadena es una individualidad. De allí el rol fundamental de los líderes en el populismo. Es decir, la lógica de la equivalencia conduce a la singularidad y ésta a la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder (Laclau, [2005] 2005).

Por su parte, Laclau complejiza su propio esquema afirmando que las fronteras dicotómicas no se mantienen siempre igual, sino que sufren desplazamientos permanentes. A su vez, señala que los significantes populares tienen cierta autonomía, ya que su sentido puede quedar indeciso entre fronteras equivalenciales distintas. A estos significantes cuyo sentido se encuentra suspendido, les llama “significantes flotantes”. El modo en cómo ese significante va a definirse finalmente, será siempre el resultado de una lucha hegemónica.

Para Laclau, los significantes vacíos y los flotantes son estructuralmente diferentes. Mientras que los primeros tienen que ver con la construcción de una identidad popular una vez que la frontera se da por sentada; los segundos tienen que ver con la lógica de los desplazamientos de las fronteras. Sin embargo, señala, aunque sean estructuralmente distintos, en la práctica la distancia entre ambos no es tan grande y los dos implican operaciones hegemónicas. Un mundo en el que las fronteras fueran fijas y el momento flotante estuviera excluido sería tan impensable, afirma, como un universo psicótico en el que no existieran fijaciones parciales de sentido. Así, significantes vacíos y flotantes deben ser vistos como momentos parciales en cualquier proceso de construcción hegemónica del pueblo (Laclau, [2005] 2005).

La fuerza que hay por detrás de todas estas operaciones es, para Laclau, del orden del afecto. El momento cualitativamente diferenciado que surge luego del efecto retroactivo del nombre es lo que Laclau llama “la investidura radical”. Para él, se requiere del afecto para que la significación sea posible: “el afecto no es algo que exista por sí solo, independientemente del lenguaje, sino que sólo se constituye a través de la catexia diferencial de una cadena de significación” (Laclau, [2005] 2005: 143). Al incluir el afecto en su esquema teórico, Laclau se posiciona en contra de las corrientes que han versado sobre el populismo y han desestimado los aspectos emocionales e irracionales del mismo. Así, cualquier totalidad social es el resultado de una articulación entre la dimensión de la significación y la dimensión afectiva. La investidura radical es hacer de un objeto la encarnación de una plenitud mítica. Es decir, para Laclau no existe ninguna plenitud alcanzable, ya que el único horizonte posible está dado por una parcialidad que asume la representación de una totalidad mítica.

Asimismo, introduce en su esquema el concepto de heterogeneidad social (cuarta precondición para la emergencia del pueblo). Para él, la homogeneidad es el marco simbólico de la sociedad, esto es, la lógica de la diferencia, un conjunto sistemático en el que todas las diferencias se refieren unas a otras. Sin embargo, una primera forma de heterogeneidad social surge cuando una demanda social particular no puede ser satisfecha dentro de ese sistema, puesto que excede lo diferencialmente representable dentro de él. Dicho de otro modo, lo heterogéneo es lo que carece de ubicación diferencial dentro del orden simbólico. Una segunda forma de heterogeneidad se deriva de las relaciones entre las demandas insatisfechas, puesto que lo que las une a todas no es un elemento positivo, sino que todas reflejan un fracaso parcial del sistema institucional. Como se dijo, la unidad de este conjunto equivalencial depende de la productividad performativa del nombre, por ello, éste, como significante de lo heterogéneo, ejerce una atracción sobre cualquier otra demanda insatisfecha. Y como el nombre es un significante vacío, y por tanto incapaz de determinar qué tipo de demandas entran en la cadena equivalencial, el final siempre permanece abierto.

Esta heterogeneidad tiene como consecuencia que no toda demanda pueda ser incorporada a la cadena equivalencial constitutiva del campo popular. Según explica Laclau, una cadena equivalencial no sólo se opone a una fuerza antagónica, sino a algo que no tiene acceso a un espacio general de representación. La ruptura de este tipo de exclusión, explica, es más radical que la exclusión antagonística, dado que el antagonismo presupone alguna clase de inscripción discursiva. En cambio, la heterogeneidad social presupone una exterioridad a algo dentro de un espacio de representación, pero también respecto del espacio de representación como tal. Si la heterogeneidad estuviera radicalmente ausente, habría una frontera estricta que separaría dos campos antagónicos y un espacio suturado dentro del cual se podría situar la totalidad de las entidades sociales (Laclau, [2005] 2005). Pero, como las fronteras se desplazan permanentemente y el campo de representación es un espacio turbio, interrumpido constantemente por un “real” heterogéneo al cual no puede dominar simbólicamente; Laclau plantea que los antagonismos sociales se ven confrontados con una heterogeneidad que no es dialécticamente recuperable. Es decir, para él, sin heterogeneidad, sin elementos excluidos del espacio de significación, no habría antagonismo alguno.

La heterogeneidad es, justamente, lo que explica lo que Laclau viene sosteniendo desde hace tiempo: que no hay ninguna razón para pensar que las luchas libradas al interior de las relaciones de producción sean los puntos privilegiados de la lucha global anticapitalista. Al contario de esto, el capitalismo globalizado crea una pluralidad de puntos de ruptura y de antagonismo, pero sólo una puntual sobredeterminación de esta pluralidad puede crear sujetos anticapitalistas. Así, es imposible determinar a priori a los actores hegemónicos de la lucha anticapitalista, lo único que sí se sabe es que éstos serán los que están fuera del sistema, los marginales, lo heterogéneo; y que son decisivos para el establecimiento de las fronteras antagónicas.

De este modo, para Laclau el juego político es el resultado de la indecidibilidad entre lo vacío y lo flotante o, dicho en otros términos, entre lo homogéneo y lo heterogéneo. Es por esto que la operación política por excelencia siempre va a ser, desde su perspectiva, la construcción de un pueblo. Con esto, Laclau plantea la intención de que lo político deje de ser una categoría regional (como era, según su mirada, en el marxismo clásico), para pasar a ser una categoría fundante de lo social. Sobre esto dice:

Lo político es, en cierto sentido, la anatomía del mundo social, porque es el momento de institución de lo social. No todo es político en la sociedad porque tenemos muchas formas sociales sedimentadas que han desdibujado las huellas de su institución política originaria, pero si la heterogeneidad es constitutiva del lazo social, siempre vamos a tener una dimensión política por la cual la sociedad -y el pueblo- son constantemente reinventados (Laclau, [2005] 2005: 194).

Es por esto que, para él, no tiene sentido seguir distinguiendo entre luchas económicas y luchas políticas, ya que todas las luchas son, por definición, políticas. Éste es uno de los puntos centrales de la polémica con Žižek. Para el esloveno el problema de la teoría laclausiana de la política pura es que no hay lugar para una crítica de la economía política, es decir, ésta desaparece, en este esquema, como lugar fundamental de la lucha anticapitalista. Para Žižek, la economía no es una esfera más entre las esferas sociales; sino que ésta tiene un carácter proto-trascendental. La lucha de clases no es una más en la serie dado que sobredetermina al resto de luchas. Para Laclau, este supuesto no tiene sentido ya que presupone a la economía como una esfera autodeterminada por alguna lógica propia, inmanente. Al contrario, le critica a Žižek desestimar la noción de lucha tout court.

Así, para Laclau lo político y el populismo son sinónimos. Al ser la construcción del pueblo el acto político por excelencia, los requerimientos para uno u otro son los mismos: la constitución de fronteras antagónicas dentro de lo social, la convocatoria a nuevos sujetos de cambio social y la producción de significantes vacíos con el fin de unificar en cadenas equivalenciales una multiplicidad de demandas heterogéneas. Sin embargo, advierte, esto no quiere decir que todos los proyectos políticos sean igualmente populistas, sino que esto depende, como sabemos, de la extensión de la cadena equivalencial.

Con esto Laclau se aleja totalmente del concepto de clase de la teoría marxista. Para él, éste implica la naturaleza homogénea de los agentes determinable por su localización precisa en las relaciones de producción. En cambio, su propuesta de pueblo apunta a concebirlo como la articulación de una pluralidad de puntos de ruptura. Desde su perspectiva, en todo caso, la categoría “clase obrera” podría llegar a ser, en ciertas circunstancias, el nombre que aglutina a una serie de elementos heterogéneos. En esa situación, se trataría de un significante vacío y, como tal, no nombraría a un agente sectorial, a una “clase” en el sentido de un nombre que reconoce a actores sociales ya constituidos, sino que estaríamos en presencia de un pueblo, es decir, de una singularidad histórica (Laclau, [2005] 2005).

Slavoj Žižek, clases sociales y particularidad sintomática

La línea teórico-argumental de Slavoj Žižek sobre las clases sociales parte de una interpretación diferente de la que realiza Laclau de la universalidad. Para el esloveno, el verdadero aporte de Hegel es haber descubierto que la forma universal, en su oposición al contenido particular que excluye, se particulariza a sí misma y se convierte en su opuesto. Así, el motor del proceso histórico dialéctico es la brecha entre universalidad y particularidad, entre pensamiento (formalmente universal) y acto (particularizante). El sujeto histórico hegeliano no es autotransparente, afirma, sino que siempre existe esta brecha insoslayable (Žižek, [2006] 2019).

Como hemos visto, la teoría laclausiana se fundamenta en la idea de que la universalidad es un lugar vacío, inalcanzable; por tanto, lo único que existe son particulares que encarnan o representan esta imposible universalidad. En cambio, para Žižek la universalidad no es un lugar vacío, sino que es el principio de distorsión de lo particular. Para argumentar esto, se centra en la lógica del análisis de los sueños freudiana. Según ésta, no es que el deseo reprimido se exprese en el texto onírico de manera desplazada o distorsionada, sino que el deseo es el principio de distorsión del sueño (Žižek, [2008] 2011).3

De la misma forma, continúa, no es que la lucha de clases sea el fundamento, la causa última de lo político, lo social, lo cultural, como una especie de fondo que habría que buscar en estos “epifenómenos”. Dicho de otro modo, no es, para utilizar la famosa metáfora filosófica, la pepita que determina la forma final del árbol, sino que la lucha de clases (el antagonismo fundamental) es el principio mismo de la distorsión ideológica. La verdadera política de clase “nada tiene que ver con centrarse exclusivamente en la lucha de clases y reducir todas las luchas particulares a no ser más que expresiones y efectos secundarios de la única lucha ’verdadera’” (Žižek, [2008] 2011: 303), sino con entender el mecanismo de universalización de intereses, el gesto político por excelencia.

Por este motivo es que lo económico ocupa un papel estructurador en el planteo žižekiano equivalente al deseo inconsciente en el aparato psíquico psicoanalítico: la organización social de la producción no es uno más entre los múltiples niveles de organización social, sino que es el lugar de la contradicción, del antagonismo social fundamental que desborda los demás niveles. De esta manera, diferencia dos universalidades: la universalidad pura, por un lado, y la universalidad “supernumeraria”, por otro. Esta última es la universalidad encarnada en el elemento que se sale del orden existente y que, aunque es interno a ese orden, no tiene lugar adecuado dentro de él. Es el equivalente, indica, a la “parte de la no-parte” que postula Rancière. La lucha es justamente entre esas dos universalidades, no en qué contenido particular hegemonizará la forma vacía de la universalidad pura como sería para Laclau (Žižek, [2006] 2019).

En términos hegelianos existe una universalidad abstracta y una universalidad concreta. Mientras que la primera se postula como una forma neutra indiferente a los contenidos particulares (como despojada de todo contenido pero a la vez como fundamento de todos ellos), la segunda se produce a través de su síntoma, esto es, por medio de los contenidos particulares negados por la universalidad abstracta. Es decir, para que la universalidad abstracta sea parcialmente completada, los contenidos particulares deben ser negados. Así, la operación dialéctica que corresponde es la de la negación de la negación: no negar la universalidad como tal, sino negar la negación que la universalidad abstracta establece respecto de determinados contenidos particulares.

En este sentido, el error de Laclau radica, según el esloveno, en que soslaya por completo el legado hegeliano de la universalidad concreta. Para el argentino, como vimos, la universalidad es negativa puesto que se trata de un vacío estructural del sistema que nunca podrá ser llenado. En contraposición a ésta, propone una universalidad contingente, una que puede ser simbolizada aunque siempre de forma imperfecta. Siguiendo a Castro-Gómez (2015), justamente una de las diferencias fundamentales entre Žižek y Laclau es dónde ubican la falta de fundamento último. Mientras que el primero interpreta el vacío de la universalidad abstracta en la falla inherente del sujeto, el segundo interpreta el vacío de la universalidad en la imposibilidad que tiene todo orden discursivo de hacer de sí mismo un objeto de discurso. Y esto es porque mientras Laclau se basa en una ontología del lenguaje (guiado por Saussure, Wittgenstein y Derrida), Žižek lo hace en una ontología del sujeto (basada en Lacan, Hegel, Kant y Descartes).4

Para Žižek, la universalidad se produce cuando el punto máximo de exclusión del sistema convierte su particularidad en una pretensión de universalidad que asume la voz de toda la sociedad. Es decir, la verdadera universalidad se produce, para él, cuando los que están “afuera” de la economía capitalista irrumpen desde la exterioridad y cambian las coordenadas ideológicas del sistema, perturbando su fantasía. En cambio, explica Castro-Gómez (2015):

Laclau [...] no entiende la universalidad de un modo tan espectacular y dramático. En primer lugar, no es una única particularidad la que asume la representación universal de la sociedad, sino que es una cadena de particularidades equivalentes en la que no puede definirse a priori cuál de ellas será la que lidere el proceso. Nada asegura que serán los “más excluidos” por la economía de mercado quienes articularán en torno suyo a las demás particularidades de la cadena. En segundo lugar, la hegemonización del lugar vacío de la universalidad no se dirige de forma específica contra el “sistema capitalista”. No es que las desigualdades económicas no sean importantes, pero en cualquier caso no son las únicas contra las que debe combatir una política emancipatoria. El objetivo de la universalización es cambiar las reglas de juego que aseguran el actual “reparto de lo sensible” (Rancière), pero afirmar que esas reglas vengan aseguradas únicamente por la “Lógica del Capital”, con exclusión de otras prácticas jerarquizantes de diverso orden (racistas, sexistas, coloniales, patriarcales, etc.), haría imposible la universalidad de la cadena de equivalencias, en la que por definición hay una multiplicidad de luchas heterogéneas articuladas (pp. 280 y 281).

Es importante aclarar en este punto que Žižek reniega de la interpretación de la dialéctica hegeliana como “síntesis de todas las diferencias”, sino que, en su lectura, se trata de un “continuo proceso de pliegue del resultado sobre sí mismo, intentando encontrar dentro de cada universalidad la excepción que la hace posible” (Antón Fernández, 2014: 62). Es decir, para él la universalidad, lejos de ser la suma de los particulares, es el cortocircuito de un singular imposible. En toda totalidad hay un singular universal que aunque carece de un lugar en el edificio social, se presenta como la encarnación de la sociedad, de la totalidad. Entonces, dado que las instancias particulares son asimiladas por el sistema (porque el capitalismo como totalidad las inserta como particulares del universal), lo que propone es que éstas se coloquen en la posición de la parte sin parte del orden global. Según su mirada, el proletariado5 es el singular universal del capitalismo, la parte de los sin parte que a la vez hace posible el universal abstracto.

Para Žižek, las luchas particulares que proliferan en la contemporaneidad son inútiles puesto que no se aglutinan en un proyecto de cambio radical y, en cambio, son fácilmente deglutidas por el capitalismo, el cual crea un “mercado” para cada una de ellas. Su propuesta es negar la diferencialidad de estas luchas y hacerlas confluir alrededor de una particularidad sintomática que pueda liderar la ofensiva anticapitalista. Esta particularidad sintomática es, en el aparato teórico del esloveno, la clase de los desclasados, de los que “no tienen parte” en el sistema, el lumpen proletariado, la clase revolucionaria de nuestro tiempo. Para él, estos sujetos excluidos son quienes pueden, a través de la violencia, romper con el orden simbólico del capitalismo.

Respecto a esto, Laclau señala que si bien coincide con Žižek en que existe una desigualdad esencial entre los elementos que forman la cadena, difiere en que esto sea explicado por razones trascendentales y no por razones históricas. Desde su mirada, el esloveno utiliza mal la categoría freudiana de sobredeterminación, pues ésta depende de la historia personal del sujeto. Según argumenta, Freud nunca plantea que exista algún elemento que sobredetermine en y por sí mismo a la cadena de significación (Laclau, [2005] 2005). Es decir que, mientras Laclau explica esta desigualdad esencial en términos de articulación y contingencia, Žižek lo hace en términos de determinación en última instancia por la economía.

Con lo dicho hasta aquí podríamos decir que las nociones de universalidad y particularidad de Žižek y Laclau, aunque tienen puntos de contacto, difieren en que mientras que para el segundo el singular que encarnará la cadena equivalencial no está determinado a priori por el capitalismo, sino que es producto de una lucha hegemónica, para el primero hay un singular excluido de la totalidad capitalista que la pone en crisis.

Ahora bien, para Žižek la clase no es un fenómeno limitado al ámbito de la economía, sino que es el principio estructurante que sobredetermina la totalidad social. Así, como en el marxismo clásico, advierte, en la serie producción-distribución-intercambio-consumo el término “producción” se inscribe por partida doble, pues es uno de los términos de la serie y, a la vez, el principio estructurante de la misma; en la serie política posmoderna clase-género-raza-etc., la clase es uno de los términos de la serie de luchas particulares que a la vez es el principio estructurante de la totalidad social. Es decir, desde su perspectiva, en una cadena de luchas particulares siempre hay una que, aunque parezca funcionar como parte del encadenamiento, en realidad provee el horizonte de la misma (Žižek, [2000] 2004a).

De esta manera arribamos a la tesis central del esloveno sobre este asunto: para él, la lucha de clases es el universal concreto del capitalismo. En este esquema, la lucha de clases tiene un papel estructural en tanto se traduce en tres elementos: las dos clases antagónicas y el propio antagonismo como factor de distorsión que evita que este binomio se presente como tal. Es decir, no es que la lucha de clases exprese contradicciones económicas objetivas (como una suerte de fondo oculto de las relaciones sociales), sino que es la forma misma de existencia de estas contradicciones. La lucha de clases es, en Žižek, el antagonismo fundamental en el sentido de que sobredetermina a todos los demás, estructura todos los modos en que los otros antagonismos pueden ser alineados (Antón Fernández, 2014).

Dicho de otro modo, la lucha de clases se inscribe dentro del paralaje entre economía y política. Según explica Antón Fernández (2014), si bien Žižek comprende que la lucha de clases opera dentro del núcleo de funcionamiento económico del capitalismo y que las relaciones de poder económico son, en última instancia, las que definen los términos de toda lucha, nunca llegan a solaparse: “toda traducción de la lucha política en términos de intereses económicos fracasa del mismo modo que toda reducción de la producción económica a mero derivado de la contienda política” (Antón Fernández, 2014: 145 y 46). Lo que propone Žižek, entonces, es ir más allá del viejo dilema base-superestructura y prestar atención a la “diferencia mínima”, a la no-coincidencia del uno consigo mismo. En este sentido, sortea la posición determinista de la economía puesto que, para él, no se trata de buscar detrás del velo de la política a la economía, ya que no hay nada detrás de él. En todo caso, arguye, el antagonismo de clase estructural aparece como invisible porque es la propia distorsión o pliegue del velo mismo.

Para Žižek, el pensamiento de Laclau plantea un callejón sin salida dado que si seguimos su teoría, estamos condenados a una lucha interminable entre elementos particulares que reemplazarán o tomarán el lugar de una imposible universalidad. Para el esloveno, esta idea es semejante a la lógica kantiana del acercamiento infinito a la imposible plenitud, es decir, una suerte de idea reguladora. También, apunta, se trata de una lógica resignada y cínica puesto que, aunque sabemos que fracasaremos, estamos condenados a persistir en nuestra búsqueda porque aceptamos “la necesidad de un ’espectro global’ como un aliciente necesario para darle la energía que lo haga empeñarse en resolver problemas parciales” (Žižek, [2000] 2004a: 98).

Ante este callejón sin salida en el que nos embute la teoría laclausiana, Žižek propone pensar qué pasaría si en lugar de limitarnos a esta política de la resignación, nos animáramos a cambiar el principio estructural fundamental de la sociedad. Según argumenta: “el paso de la monarquía feudal a la democracia capitalista, aun cuando no logró alcanzar la ’totalidad imposible de la sociedad’, ciertamente hizo más que sólo ’resolver una variedad de problemas parciales’” (Žižek, [2000] 2004a: 99).

Para él, entonces, la política posmoderna (dentro de la cual inscribe al posmarxismo laclausiano) implica un repliegue teórico del problema de la dominación al interior del capitalismo y una suspensión silenciosa del análisis de clase. Esta negación del antagonismo de clase produce como efecto que otros indicadores de la diferencia social pasen a soportar un peso excesivo (Žižek, [2000] 2004). Se trata de un caso típico de desplazamiento ideológico por el cual el discurso posmoderno “insiste en los horrores del sexismo, del racismo, etcétera -este ’exceso’ deriva del hecho de que estos otros ’ismos’ deben soportar la inversión del excedente de la lucha de clase, cuyo alcance no es reconocido” (Žižek, [2000] 2004: 104).

Conocemos ya el argumento de Laclau de que el antagonismo de clases no es inherente a las relaciones de producción capitalista, sino que tiene lugar cuando los trabajadores (que construyen su identidad fuera de estas relaciones) experimentan su situación como injusta y por tanto se resisten a esa relación. Para Žižek, esta afirmación no tiene sentido en tanto no existen relaciones objetivas de producción que puedan implicar luego la resistencia de los trabajadores contra ellas, ya que la ausencia de lucha y resistencia ya constituye el indicio de la victoria de un lado de la lucha.

Por otro lado, para Laclau la lucha de clases es sólo una especie más dentro de las políticas de identidad, la posición de trabajadores no le da ningún privilegio a priori para encabezar la lucha antisistema. Contra esto, Žižek argumenta que en la cadena hay siempre un elemento que sostiene su horizonte mismo, es decir, el antagonismo de clase aparece como uno más en la serie de antagonismos sociales, pero es a la vez el antagonismo específico que “predomina sobre el resto, cuyas relaciones por lo tanto asignan rango e influencia a los otros. Es una iluminación general que baña todos los demás colores y modifica su particularidad” (Žižek, [2000] 2004c: 321), señala parafraseando la conocida expresión de Marx. De hecho, para él, que la proliferación de nuevas subjetividades políticas relegue la lucha de clases a un rol secundario es el resultado de la lucha de clases en el contexto del capitalismo global.

Podríamos decir, entonces, que la diferencia fundamental entre Laclau y Žižek respecto de este tema es que para el esloveno los elementos que entran en la lucha hegemónica no son iguales, ya que hay uno en la serie que, si bien es parte de la cadena, sobredetermina el horizonte de ésta. Así, para él esta contaminación de lo universal por lo particular estructura de antemano el terreno mismo en el que la multitud de contenidos particulares luchan por la hegemonía. No se trata, como para Laclau, de definir qué contenido particular hegemonizará el lugar vacío de la universalidad, sino que la cuestión es qué inclusiones/exclusiones permiten que el lugar vacío emerja.

Así, en el aparato teórico del esloveno el antagonismo entre los incluidos y los excluidos es el antagonismo fundamental del capitalismo y, por tanto, la sede de su crisis. Para él, la lucha de clases, la lucha entre estas fracciones, es el antagonismo principal que sobredetermina a los demás antagonismos, la que siendo parte de la cadena, la estructura. Es decir, no es que existan dos clases, la burguesía y el proletariado (para ponerlo en términos clásicos), sino que existe la burguesía y su negación de la negación, que sólo puede triunfar aboliéndose a sí misma como categoría social. Dicho de otro modo, el objetivo del proletariado no es abolir a su enemigo (como podría ser en el populismo), sino negarse y abolirse a sí mismo como clase.

Por su parte, resta señalar que Žižek es muy crítico con la supuesta inclusión de aquéllos cuyas voces no se escuchan. En realidad, lo que hace la izquierda contemporánea con su progresismo no es más que incluir a los excluidos en el marco liberal-democrático preexistente, una absorción estéril de los antagonismos por el sistema. Ésta es la diferencia que él encuentra entre la democracia burguesa (inclusión progresiva y negociada de los excluidos en determinados espacios) y la dictadura del proletariado que implica transformar el espacio político al modo de los excluidos (Žižek, [2009] 2011). Es decir, no se trata de incluir a los excluidos en el sistema, sino de visualizar la existencia de grupos sociales que, como no tienen un lugar en el orden jerárquico social, lo ponen en jaque.

Para él, la búsqueda de un espacio universal es el metié de toda política emancipatoria radical. Por eso, afirma que hoy el viejo grito “¡proletarios, uníos!” es más pertinente que nuca. En la actualidad el proletariado ha quedado dividido en tres partes opuestas entre sí: los trabajadores intelectuales que están llenos de prejuicios culturales contra los trabajadores poco cultivados; los obreros manuales que despliegan un odio populista hacia los intelectuales; y los marginados que son los antagonistas de la sociedad. Por ello, en las nuevas condiciones del capitalismo postindustrial, la unidad de las tres fracciones de la clase obrera ya es su victoria. Ahora bien, esta unidad, nos dice, no está garantizada por ninguna tendencia objetiva, sino que el proceso histórico está abierto (Žižek, [2009] 2011).

Conclusiones

Como se anunció al comienzo, con este trabajo se pretende lograr, al menos, tres objetivos. En relación con el primero de ellos, se pudieron explorar y analizar las líneas teórico-argumentales de Ernesto Laclau y de Slavoj Žižek en torno al problema de las clases sociales y de los sujetos políticos de la emancipación. Tal como se pudo ver, la estrategia laclausiana parte de una tesis historicista según la cual los conceptos de clase y de lucha de clases han perdido sentido en la actualidad debido a la proliferación de dislocaciones del capitalismo contemporáneo. Ésta ha dado paso a la multiplicación de los puntos de ruptura y, por tanto, de conformación de las identidades sociales. Es decir que, para él, no es que sólo estas categorías teóricas hayan quedado demodé, sino que las clases mismas han ido perdiendo su frecuencia como forma de unidad de las posiciones de sujeto.

Ante la limitación de estos conceptos de la teoría marxista, el argentino propone situarse, entonces, en un nuevo campo teórico posmarxista que entienda el proceso de constitución de las identidades sociales y que soslaye la categoría de clase, para centrarse en la del pueblo. Según este esquema, el vacío de la plenitud ausente de la comunidad puede ser encarnado por un particular (un significante vacío) que mediante un proceso hegemónico es elevado al lugar de representación de una cadena de demandas heterogéneas. Esta conformación identitaria produce una división del espectro social en dos campos antagónicos que se debaten el lugar de la totalidad social.

Así, la idea marxista de la determinación de los sujetos políticos por las relaciones de producción no tiene cabida y, en cambio, se pasa a uno en el que prima lo político y lo discursivo frente a lo social. La diferencia entre clase y pueblo que plantea el pensador argentino es notable. Mientras que la primera sólo señala la existencia de un sujeto político que expresa una unidad de demandas forjadas antes de sí mismo, el segundo es un momento de creación sui generis, puesto que el pueblo no existe antes de su constitución, sino que emerge en el establecimiento de esa unidad.

Por su parte, Žižek esboza una concepción de universalidad diferente de la del argentino ya que, para él, ésta no está vacía, sino que tiene efectos distorsivos. Asimismo, los elementos que conforman la cadena de luchas no son iguales, puesto que hay uno que sobredetermina al resto y que emerge como su síntoma. Así, el esloveno, que no se define como marxista, termina por reponer dos categorías centrales de la teoría marxista de las clases, en el marco de una desconfianza generalizada de la misma por parte del pensamiento intelectual de izquierda contemporáneo de finales del siglo XX y principios del XXI.

Según la narrativa žižekiana, la universalidad abstracta se constituye a partir de una exclusión. La lucha de clases, el antagonismo social que “baña los demás colores”, estructura el campo de luchas sociales y es, para él, el universal concreto de la totalidad capitalista. A la vez, el elemento excluido es el lumpenproletariat, aquella categoría social que, por su lugar de exclusión, es capaz de liderar el movimiento anticapitalista. Con esta especificación, Žižek intentó superar las críticas que le hiciera Laclau en su momento acerca de que no daba pistas de algún sujeto político concreto que pudiera “romper el orden simbólico del capitalismo”.

En cuanto al segundo objetivo que se proponía identificar los puntos más álgidos por los que circula la polémica entre Laclau y Žižek en relación con los sujetos políticos, arribamos a la conclusión de que aunque ambos poseen puntos de contacto, alcanzan conclusiones disímiles. Mientras que para el argentino la lucha de clases no es más que una de las especies de las luchas sociales por la identidad contemporáneas, sin ningún privilegio a priori; para el esloveno es la especie que baña al resto de las especies. En la cadena de luchas posmodernas, la lucha de clases es la que determina su horizonte, es el principio de distorsión, es el antagonismo fundamental de la sociedad capitalista.

Otro de los puntos en los que discrepan es en relación con cómo interpretar las luchas sociales contemporáneas. Para Žižek, el problema de estas luchas es que se mantienen como meros particulares y, como tales, pueden ser fácilmente absorbidos por el sistema, es decir, se trata de luchas por el reconocimiento dentro de los límites del capitalismo liberal democrático y no de propuestas de cambio radical del sistema. En cambio, para Laclau las luchas particulares pueden ser absorbidas por el sistema o pueden conformar una cadena equivalencial que instituya un cambio radical considerable, pero que ocurra una u otra situación no depende de la particularidad sustancial de determinadas demandas frente a la centralidad de alguna otra, sino de las articulaciones que se puedan realizar en determinada formación discursiva concreta.

Continuando con los puntos de polémica, uno de los más relevantes es el tocante a la concepción de universalidad. Mientras que para Laclau ésta está vacía y, en todo caso, existe una universalidad contingente (es decir, siempre representada por objetos parciales que la simbolizan); para Žižek, la universalidad concreta siempre excluye algún elemento para constituirse en universalidad abstracta y que es, a la vez, el principio de distorsión ideológica. Este elemento es la particularidad sintomática del sistema y la que liderará la lucha anticapitalista. Así, mientras Žižek pone el acento en la particularidad que puede asumir la representación universal de la sociedad, Laclau, en cambio, postula una cadena de particularidades equivalentes cuyos elementos constitutivos no pueden definirse a priori.

Esto los lleva a oponerse en sus derivas sobre el viejo dilema de las luchas principales y las luchas secundarias. De esta manera, si, para el pensador argentino no tiene sentido seguir distinguiendo entre luchas económicas y luchas políticas, sino que todas son, por definición, políticas; para Žižek, la economía (el lugar fundamental para la lucha anticapitalista) no puede ser tapada por el frondoso árbol de la política pura. En este sentido, si bien coinciden en que existe una desigualdad esencial entre los elementos que forman la cadena, difieren en que, para Laclau, esto es explicado por razones históricas (articulaciones contingentes) y, para Žižek, por razones trascendentales (por la falla inherente del sujeto). Por último, mientras que para el pensador esloveno el proletariado es una categoría social que precisa eliminarse a sí misma como categoría para transformar el capitalismo, para Laclau el proletariado no es más que un posible nombre de una cadena equivalencial que no tiene ningún privilegio sustancial frente a otras posibles articulaciones.

Asimismo, podemos aventurarnos a decir que muchas de las distancias entre Laclau y Žižek que hemos destacado aquí también se explican por sus diferentes aproximaciones a la distinción entre lo social y lo político. Es decir, mientras que Laclau se aleja de la problemática teórica marxista al darle primacía a lo político sobre lo social (en tanto, para él, la dimensión instituyente de lo social es lo político), Žižek se mantiene dentro de ésta al sostener la preeminencia de lo social por sobre lo político, esto es, las relaciones de producción y de clase como elementos determinantes.

Ahora bien, tras el análisis realizado e intentando responder al tercer objetivo propuesto de realizar una apuesta evaluativa del debate, creemos que el mérito de la propuesta žižekiana es que, y a contramano de muchos de los pensamientos críticos contemporáneos, mantiene abierta la posibilidad de una transformación radical en un mundo en el que escasean los horizontes emancipatorios. El problema es que, paradójicamente, su posición puede conducir al quietismo político, en tanto se sostenga su premisa de que hay que sentarse a esperar que el sistema colapse por sus propias contradicciones. En este sentido, coincidimos mucho más con Laclau, quien señala que de la situación de que exista una particularidad sintomática no se deriva necesariamente que ésta conforme un colectivo destinado a cambiar el sistema de dominación. Así, desde nuestra perspectiva, consideramos que si bien el esloveno tiene la cualidad de reponer el modelo de la lucha de clases para pensar las luchas políticas contemporáneas, paga como costo una desestimación de todas las luchas realmente existentes, poniendo en duda su poder transformador (lo que termina siendo una forma de despolitización). En cambio, la virtud de la teoría laclausiana es que postula que es posible combatir la hegemonía neoliberal sin necesidad de abandonar la democracia o el Estado, postura con la que coincidimos.

También, saludamos que Žižek vuelva a colocar en el centro del debate a la economía, olvidada por los pensamientos de la primacía de lo político. Sin embargo, pensamos que al hacerlo roza peligrosamente una reposición del viejo modelo base/superestructura que deviene la fe de que si cambia la base, es decir el sistema, cambiará también la superestructura. Por su parte, creemos que si bien Laclau presenta una teoría de la formación de las identidades colectivas mucho más elaborada que la de Žižek, pierde de vista el horizonte revolucionario al incluir al socialismo como parte del proceso democrático liberal y al postular al populismo en términos sistémicos y no antisistémicos.

Para terminar, podemos decir que con este trabajo buscamos el objetivo no manifiesto de identificar algunas claves analíticas de utilidad para pensar los fenómenos y procesos sociales contemporáneos. En este camino, encontramos en los aparatos teórico-políticos pormenorizados elementos que permiten pensar en los sujetos políticos actuales capaces de transformar el sistema capitalista, en sus luchas y en las relaciones que establecen con el Estado, con la economía, con el poder; aunque también pudimos identificar algunas limitaciones. Con esto, esperamos contribuir a los debates sobre el problema, para nada cerrado, de los sujetos políticos de la emancipación.

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1Para ejemplificar mejor estas dos lógicas podríamos poner el siguiente ejemplo: imaginemos que en una sociedad determinada un sindicato comienza una huelga por mejores salarios. Si esta demanda mantiene su carácter particular y no se universaliza y, por esta característica, puede ser tramitada de alguna manera por el sistema o gobierno en curso, estamos ante una sociedad en la que prima la lógica de la diferencia (es decir, en una en la que existen múltiples demandas particulares que se tramitan al interior del sistema de manera individual). En cambio, si la demanda por mejores salarios se aglutina con otras demandas de manera tal que una de ellas representa al resto conformando una identidad antisistema, estamos ante una sociedad en la que prima la lógica de la equivalencia (es decir, en una en la que un conjunto de demandas se aglutinan bajo la universalización de alguna demanda particular como representante de un conjunto de demandas heterogéneas).

2En La razón populista Laclau explica que, según la terminología tradicional, el pueblo puede ser concebido como populus, es decir, como el cuerpo de todos los ciudadanos, o como plebs, esto es, como los menos privilegiados de la sociedad (Laclau, [2005] 2005).

3Žižek explica que según la lógica freudiana de los sueños, no es que el texto onírico, es decir, lo que se representa en el sueño sea el deseo disfrazado, distorsionado, desplazado. Si éste fuera el caso, no quedaría más que indagar y escarbar en ese texto hasta llegar al deseo. Lo que sucede es que el deseo inconsciente (universal) funciona en los sueños como el proceso de distorsión de los mismos (particulares).

4Laclau parte de una ontología del lenguaje que toma como base la lingüística de Saussure, la filosofía del lenguaje del segundo Wittgenstein y la deconstrucción de Derrida. De Saussure toma, fundamentalmente, la idea del lenguaje como un sistema de diferencias, deWittgenstein toma el concepto de juegos de lenguaje para mostrar el carácter performativo del discurso, y de Derrida toma su crítica a la noción de Saussure de la estructura como sistema cerrado. Žižek, al contrario, parte de una ontología del sujeto como incomplitud. En ésta el ser se encuentra dividido, barrado por una grieta constitutiva que no puede cerrarse. Para construir esta posición Žižek realiza una particular lectura lacaniana de Hegel, de Kant y de Descartes.

5Es relevante señalar que Žižek no utiliza este término como lo usaría un marxista clásico. En la lectura de Marx que realiza, la clase trabajadora es un grupo social concreto, mientras que el proletariado y el lumpen proletariado son dos posiciones subjetivas que surgen de su carácter excedente residual. Esto quiere decir que, para Žižek, el proletariado es un no-grupo en tanto grupo dentro del edificio social, un grupo cuya posición es contradictoria, es una fuerza productiva que los dominantes necesitan sin que puedan encontrar un lugar adecuado para ella. En cambio, el lumpen proletariado directamente no es un grupo. Aquí se opone a Laclau, quien en La razón populista plantea que el lumpen proletariado es un no-grupo. En cambio, para el esloveno aunque en una primera instancia puede parecer que el lumpen proletariado es el más desplazado del cuerpo social, en realidad su exclusión consolida la identidad de los demás grupos. Se trata de un elemento flotante, dice, disponible para que cualquier estrato lo use (Žižek, [2006] 2019).

Recibido: 04 de Noviembre de 2021; Aprobado: 12 de Abril de 2022

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