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Espiral (Guadalajara)

Print version ISSN 1665-0565

Espiral (Guadalaj.) vol.21 n.59 Guadalajara Jan./Apr. 2014

 

Teoría y debate

 

E. P. Thompson y la revolución inconclusa

 

E. P. Thompson and the unfinished revolution

 

Blanca Laura Cordero Díaz* y Francisco Javier Gómez Carpinteiro**

 

* Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Velez Pliego" de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. corderoblanca@hotmail.com

** Profesor-investigador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Velez Pliego" de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. panchog39@hotmail.com

 

Fecha de recepción: 17 de octubre de 2013.
Fecha de aceptación: 04 de febrero de 2014.

 

Resumen

En este trabajo hacemos una revisión de los aspectos del pensamiento de Thompson que hoy nos parecen centrales para entender la revolución como algo inacabado. Proponemos ir más allá de las interpretaciones que de su obra hacen los estudios subalternos, para refutar las limitaciones que se asocian a su perspectiva y sugerir entendimientos más críticos sobre la formación de un sujeto no sumiso o no subalterno. En este ensayo exponemos que E. P. Thompson creó un relato sobre la revolución, que se construye con las marcas dejadas por el sufrimiento del antagonismo y el conocimiento generado en la lucha.

Palabras clave: Thompson, revolución, lucha, sujeto, conocimiento.

 

Abstract

This is an examination of some views by E. P. Thomson, which are central for understanding a revolution as something unfinished. The essay proposes to go beyond conventional interpretations in order to refute their limitations, suggesting also a more critical understanding on the shaping of submissive subjects. It also argues that E. P. Thompson developed a narrative on the revolution, which takes in consideration the attendant suffering and the subsequent knowledge generated in the struggle.

Keywords: Thompson, revolution, struggle, subject, knowledge.

 

El objetivo de este trabajo es discutir algunas de las ideas que la obra de E. P. Thompson sugiere sobre el concepto revolución como algo literalmente abierto, en el sentido de que no concluye con la institucionalización de nuevas jerarquías luego del triunfo de determinados grupos y de sus ideologías cuando estas son derribadas o cuando se desplaza un orden precedente de dominación. El motivo de esta reflexión se halla en la necesidad de recuperar las ideas de Thompson sobre revolución a la luz de otras posturas hoy predominantes, las cuales se basan en un realismo sociológico y sugieren la imposibilidad de la emergencia de un sujeto colectivo, pero también de otras posturas procedentes de la idealización que hacen algunos intelectuales y activistas de la posibilidad de tal sujeto; idealización que sostienen en valores o significados anclados en una economía natural (Bernstein, 2009 y 2010).1

Particularmente este último asunto fue abordado por Thompson (1995: 27-8, 303) en su revisión del contenido moral de las revueltas plebeyas en la Inglaterra del siglo XVIII, hecha, sin duda, a la luz de los cambios generados por el conservadurismo inglés -muy visibles en la década de los ochenta-, postura política que significó la derrota del movimiento obrero y el triunfo del discurso que postuló como única vía la híperliberalización del mercado para desmantelar las conquistas laborales y reducir la asistencia social del Estado benefactor.

Nos parece una discusión relevante, sobre todo desde el supuesto triunfo de la racionalidad del capital. Luego del fracaso de diversas revoluciones sociales con fuerte sustento popular (pensemos tan solo en las del siglo XX), que devinieron en Estados autoritarios, verticales y uniformadores culturales, repensar lo que la revolución significa para modificar un mundo de explotación supone tomar en cuenta los problemas de la constitución de clase como un resultado de la lucha. Al final, lo que E. P. Thomson brindó fue la historiografía de la formación de un sujeto en el contexto de una revolución "desde abajo", que corrió paralela a la revolución liberal, que tuvo su referente paradigmático en Europa, con Inglaterra (1688) y Francia (1789), así como en América del Norte, con la independencia de las colonias británicas (1776). La atención en ese sujeto supuso la construcción de un conocimiento sobre la gente, que desplegó un sentido de lucha frente a los procesos de despojo que acompañaron la creación de la propiedad privada y la expansión del capital, desde el cercamiento de los bienes comunes hasta la disciplina del nuevo trabajador capitalista, quien fue privado de sus medios de trabajo campesino o artesanal. En este proceso, el carácter de la lucha fue marcado por el antagonismo de clase (Thompson, 1995: 19-20); una relación social que estuvo envuelta en el desmembramiento de lo que era común, lo que se compartía horizontalmente, y que incluyó una serie de normas para determinar lo que fue la "costumbre", además de haber dado los marcos de posibilidad para la construcción del mando en una sociedad heterogénea de plebeyos, patricios, sectores medios e intelectuales de las masas y de los dominadores (véase Thompson, 1979, 1981 y 1995).

Tal como lo indicamos arriba, Thompson siguió los efectos del cercamiento de lo que era común: los bosques, el agua, la tierra y su relación con el tejido comunitario -sustentado este en sus propias éticas de justicia- y, por ello, fue un principio de búsqueda en su obra el paso del sujeto marcado por la existencia de alguna idea de comunidad -aunque no homogénea- hacia el sujeto que se reconstituía frente a la fragmentación que supuso para él el cercamiento privado y la revolución industrial. Al respecto, basta leer su seminal reflexión en el capítulo "El poder transformador de la cruz" (Thompson, 1989: 388-446) respecto a la re-constitución de una comunidad a costa de modificar, a título de símbolo de resistencia comunitaria, aquellos significados de poder dominantes que había introducido la religión metodista.

Compartimos aquí la preocupación de Thompson en torno a cómo la gente construye su lugar en la historia, pero ponderamos el componente epistemológico que tienen sus escritos sobre una narrativa de la revolución no burguesa. Esto refiere a lo que queremos sostener aquí acerca del contraste entre la historiografía de Thompson y la visión que prima sobre los dominados en el pensamiento social actual y en las maneras en que la lucha, de ayer y hoy, forma parte de un cambio que diariamente se construye.

En este ensayo argumentamos que E. P. Thompson propone un relato sobre la revolución, el cual se constituye tanto por las marcas que el sufrimiento del antagonismo deja como por el conocimiento generado mediante la lucha que, basada en experiencias variadas, se cristaliza -para decirlo como Selbin (2010: 49)- en mitificaciones, memorias y emulaciones. Sostenemos tal afirmación por las consideraciones explícitamente políticas que Thompson otorgaba a su enfoque. No es casual que en las primeras décadas de la posguerra él hubiera formado parte de una generación de investigadores que tanto en Francia como en Gran Bretaña manifestaron un fuerte interés en producir otro tipo de historia; una que tomara en cuenta a la gente ordinaria, cuyo papel era hasta entonces secundario en la historiografía positivista dominante.

Nos referimos a que su compromiso político tiene un significado importante en los problemas de la objetividad y ética en las construcciones de "conocimiento científico". Para Thompson (1979: 33-9), el imperativo siempre fue crear una historia de los trabajadores que diera cuenta de sus problemas para constituirse como clase. Sobre esta premisa basó su empleo de la experiencia para entender el flujo de la producción cultural dentro de campos de poder específicamente históricos. En términos de esta consideración epistemológica sabemos bien que para él la clase social no quedó reducida a un mero conglomerado estadístico de personas consideradas pertenecientes a un estrato, ni tampoco a la constitución objetiva identificada con una vanguardia abanderada de la "voluntad colectiva proletaria". Entonces, la clase social está más allá de un conjunto de atributos asociados al pensamiento del liberalismo moderno, el cual clasificó a las personas de acuerdo con el estatus o el estilo de vida visible en diversos tipos de ciudadanía.

Su idea de construcción de clase tampoco terminaba con la generación de instituciones "maduras": partidos, sindicatos, escuelas, barrios, cultura, etcétera. Su concepto tenía un alto carácter crítico, en virtud de que lo más importante no era celebrar la existencia de la forma "clase" y, por consiguiente, el asunto central de su obra fue negar su presencia y, por lo tanto, considerar que la lucha de clases, como el mismo Marx lo interpretó, era (y es) la senda que la experiencia abría para la negación de la clase, la negación de una sociedad clasista. Tal vez su visión de comunidad junto con la de economía moral, que nutría de valores a la primera para comprender el mundo y luchar por su transformación, sean el punto de inflexión para juzgar la vigencia de su pensamiento frente a la naturaleza de la revolución como algo inconcluso (Thompson, 1979, 1995).

 

Sujeto, Historia e historias

Bajo estas consideraciones es posible desafiar las interpretaciones que generalmente los estudios subalternos y estudios culturales anglosajones hacen de la historia "desde abajo" y particularmente de la obra de E. P. Thompson, para refutar no solo las limitaciones que se asocian a su perspectiva, sino para sugerir entendimientos más críticos sobre la formación de un sujeto no sumiso o no subalterno.

Representantes de los estudios subalternos (Subaltern Studies), quienes con frecuencia mencionan como sus mentores a Gramsci y a Foucault, así como a otros autores posestructuralistas, sostienen que su enfoque supera lo que consideran las limitantes de la historia "desde abajo". Chakrabarty (en Beverley, 2004: 67-8) plantea:

1) que sus relatos sobre los poderes sociales y su operación rebasan cualquier visión de historia universalista;

2) que estos mismos son en sí una crítica a la nación (suponemos que como el único horizonte del movimiento obrero);

3) que su inquietud fundamental es la interrogación constante sobre la relación entre el saber y el poder, la cual implica una reflexión sobre el dato del archivo y la historia misma como conocimiento.

En las líneas siguientes nos proponemos reflexionar sobre estas aseveraciones a partir de la centralidad que E. P. Thompson otorgó a un sujeto de lucha, fragmentado, contradictorio y no idealizado, siempre en el curso de una historia como totalidad, marcada por la narrativa del capital y el Estado, y la manera en que el autor contempló epistemológicamente la generación del dato a partir de las experiencia de esos sujetos. Es decir que pretendemos sustentar, contradiciendo con ello a uno de sus críticos, que en la obra de E. P. Thompson se esbozan historias que niegan la dominación oponiendo a un sujeto de lucha.

 

Narrativa del capital, narrativas de la gente común

La idea de que la obra de Thompson está regida por la dinámica y linealidad del capital soslaya el entendimiento específicamente histórico que él dio al antagonismo entre trabajo concreto y trabajo abstracto, dos lógicas enfrentadas por la violencia del despojo (Thompson, 2010). El autor no pretendió hacer generalizaciones respecto a la uniformidad que el tiempo y la disciplina capitalistas generaban en los mundos locales. Creer que la prueba de esas generalizaciones se encuentra en "Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial" (1979) es dirigir la mirada únicamente al árbol y no al bosque, tal como lo hace Chakrabarty (2004: 48), quien simplemente liga dicotómicamente la historia abstracta al valor y la historia concreta al valor de uso, y con ello pretende demostrar que Thompson elude el papel de las historias concretas (mucho más las no europeas) en la comprensión de la expansión global del capitalismo.

Hay varios rasgos analíticos en la propuesta del historiador inglés que superan ese cuestionamiento. Para Thompson el componente cultural nutrió la experiencia específica de la clase. Por ello, las tradiciones y simbologías contenían los significados del contexto antagónico generado por la expansión de lo privado y las dinámicas capitalistas. En este entendimiento, Thompson igualó el concepto de cultura al de conciencia. Sin embargo, esta conceptualización no era para reproducir la dicotomía entre una cultura dominada y una dominante, aunque el carácter de sus primeras obras así lo pudieran reflejar. El principal atributo de esta conceptualización de conciencia como cultura fue mostrar el carácter fragmentado y contradictorio de ella. Los cercamientos, el despliegue de la racionalidad de la economía de mercado y la revolución industrial produjeron dislocamientos terribles para la masa de trabajadores. Esos dislocamientos eran parte de las relaciones entre las clases antagónicas.

Pese a ese carácter fragmentado o contradictorio de una multitud "heterogénea", siempre hubo componentes "culturales" que se referían a una lucha en torno a la inmoralidad de la lógica destructiva de los intereses privados -los del rey, sus cortesanos, los grandes propietarios rurales, comerciantes- y del capital, los cuales imponían frenos o límites (véase Thompson, 2010). Disturbios, cencerradas (música estridente que inundaba las calles y golpeaba los oídos de la gente bien), la "venta de esposas" y los motines materializaron tanto el dolor producido por esos dislocamientos como la variedad de luchas que en distintos sitios protagonizaba la clase trabajadora.

Difícilmente se puede pensar que la interpretación de E. P. Thompson en torno al poder esté determinada por una visión universalista o eurocéntrica de la historia. Él reparó, como ningún historiador social, en su tiempo, en lo particular e histórico de las experiencias de lucha, pero, por cuestiones biográficas, su trabajo académico-político se realizó en Gran Bretaña y no en América Latina ni en África o el sudeste de Asia. En adición, hizo explícito que el mercado es una abstracción o una máscara que porta intereses determinados que no coinciden con los de la "nación" o los de la comunidad, pero que pretendidamente da la impresión de tenerlos, para negar así el antagonismo (Thompson, 1995: 344). De ahí proviene su preocupación por preguntarse cómo una clase tan heterogénea como la trabajadora pudo articularse en un mundo marcado por el conflicto, y ante esta interrogante sugirió el rastreo de qué imágenes, organizaciones y simbologías pudieron haber contribuido a la construcción de un sujeto colectivo, más allá de la política estructurada por el poder dominante que pretendía crear seres disciplinados.

Ante este imperativo y solo hasta cierto punto, Thompson reconoció la constitución de una hegemonía cultural que comprendía conceptualmente la constitución de un orden de mando. Pero erigió tal interpretación para ponderar el componente de lucha. Glosamos entonces que para él el Estado era una relación social, expresión de la forma capital, cuyos ideales de justicia, libertad e igualdad se volvieron naturales. Sin embargo, más allá del espacio público, el autor consideró que siempre existió una cultura plebeya que moralmente evaluó y luchó contra la dominación. La exploración de esas experiencias particulares tiene una naturaleza prolífica. Estas corresponden a las historias discontinuas que Sergio Tischler (2008) ha referido, inspirado por Walter Benjamin; aquellas que se oponen al tiempo homogéneo y vacío de la Historia del capital. En esta consideración de historias con minúsculas, no hay nada universalista en la perspectiva de Thompson.

 

Temporalidad de la nación, temporalidad negada

La formación de la clase obrera en Inglaterra (1989) fue un hito historiográfico. Inspiró a diversas generaciones de historiadores y otros científicos sociales dentro y fuera de Europa. También desató agudas críticas, por ejemplo, a su supuesta desvalorización de la teoría.2 Los efectos puntuales de su influencia y sus cuestionamientos no podemos abordarlos en este trabajo. No obstante, un aspecto es notable para argumentar sobre la pertinencia de la obra de Thompson en estos tiempos marcados por la crisis de la forma nación y el ascenso de poderes dominantes globalizados.

Una faceta poco destacada en los usos de Thompson es su virtud de ver la imposibilidad de formación de un sujeto puro revolucionario, según el canon leninista, incluso en esa obra clásica referida arriba. Así el relato histórico que hace Thompson en La formación... parecería tener un final afianzado en el triunfo de la revolución liberal y la consecuente creación de una clase obrera bien sazonada, con sus organizaciones, espacios residenciales, lugares de recreación, como las cantinas o pubs, las cocinas de las mujeres y otros lugares de sociabilidad, así como con sus propias y diversas manifestaciones estéticas o cuasi estéticas, etc.3 Sin embargo, el triunfo liberal, al construir sus prácticas, instituciones y rituales de mando en la forma estatal, no significó el término de la lucha, más bien la negó y la redujo al tiempo homogéneo de la nación, idea apuntalada con la expansión colonial británica.

En este punto hay algo no ponderado por algunos de sus críticos con respecto a esas otras historias que Thompson insistió en hacer fuera de la homogeneidad buscada por las narrativas de los ricos, el Estado-nación y la racionalidad del capital. El historiador inglés comienza con la gente, aborda sus sufrimientos, no privilegia un género, ellos y ellas son los principales dramatis personae, y no los héroes de su narrativa; lo hace para llegar a entender el poder estructural en determinados tiempos y las maneras en que la historia de los de abajo se entrelaza contradictoria y antagónicamente con las fuerzas de arriba. Sin embargo, pese a sus condiciones adversas, siempre hay un aliento de dignidad que niega su reducción a una cosa. Sobre esto último basta indicar cómo se esmeró en dar lugar a la alta "moral" de los participantes de los motines provocados por la escasez y el encarecimiento de alimentos, o bien a la de los cazadores furtivos de los bosques y pobladores ilegales de los mismos, que invadían las propiedades privadas de los grandes señores.

En Thompson, entonces, el sujeto emerge porque es consciente de su propia voz, del lugar que tiene en el mundo y del imperativo de cambiarlo. No es, pues, un ser pasivo: se abre un lugar en la historia. Pero sus historias son distintas entre sí, aunque se parezcan tanto por sus reclamos, valores y esperanzas. La formación de la clase trabajadora no sigue la misma trayectoria en otros sitios, dentro o fuera de Inglaterra. De ahí radica la trascendencia de la dialéctica del tiempo homogéneo y el tiempo heterogéneo; el continuum de la historia y su rompimiento.

Autores de los estudios subalternos han preferido pensar simplemente que hay historias no lineales marcadas por la particularidad cultural de la gente no europea. De este modo, las ideas de Europa, las abstracciones sobre la modernidad y el capital, son tan solo traducciones a lenguajes locales del trabajo como tiempo concreto. Otra interpretación -con un compromiso fuerte por ensalzar la plasticidad humana que denota el marxismo heterodoxo que privilegia el humanismo de Marx (Shanin 1990), con interés por hallar una subjetividad crítica en esos enlazamientos- entiende que esas dos temporalidades (concreta y abstracta) únicamente revelan la existencia de constelaciones de luchas -y aquí apelamos a un término de la teoría crítica- donde los conceptos para nombrar, administrar y representar son parte del antagonismo que la clase encierra.

La densa descripción que E. P. Thomson logra en sus textos para comprender la historia de la gente común refuerza analíticamente la posibilidad de lograr un relato sobre esa dialéctica, la cual no termina con la imagen de una lucha cultural, la hibridación de lo moderno con lo tradicional, la articulación de la historia del trabajo abstracto con la del trabajo concreto. No hay una síntesis, no hay todavía un final feliz. La lucha y el dolor prevalecen para negar la clase. Sobre esta base, la noción de sujeto que se usa conceptualmente para denotar la existencia de una sociedad política no está arraigada en un asunto de simple pragmatismo político de los pobres frente a la incapacidad de las categorías explicativas eurocéntricas, como las de sociedad civil, ciudadanía o democracia (Chatterjee 2008: 58, 194). Tampoco la clase se reduce a un juego, puesto que es conflicto, tal como lo denuncia Bensaïd (2003: 203) desde otra perspectiva marxista, cuando se refiere a los individualismos metodológicos tan en boga desde hace unas décadas y vigentes en estos días con variados rostros.

 

El dato de la gente ordinaria en el tiempo de la Historia

E. P. Thompson está ambiguamente dentro y más allá del canon del historiador objetivo. Para Thompson el dato es el problema central en su epistemología. Sin embargo, fue un dato biográfico el que le interesó registrar, sobre otro tipo de evidencias. Las cartas, autobiografías, el diario personal, las descripciones de viajeros, los panfletos, los periódicos de la época que daban cuenta de un alboroto, los documentos de las cortes que condenaban o calificaban como peligrosos a los integrantes de la turba u otros individuos envueltos en los excesos festivos de los grandes bacanales de una multitud (cuando estos eran posibles). Ese dato era el que le interesaba, y este tenía que estar en fuentes ubicables, tenía que ser verificable a la luz de otros datos -tal vez los producidos por el Estado-, provenientes de otras fuentes. De ahí, su afán por lograr una objetividad para el sustento de tal o cual argumento.

Sin embargo, ese dato que construía, el cual justificaba su rigurosidad "científica" ante la academia, principalmente británica, de gran prosapia objetivista, siempre tuvo un contexto histórico de expresión. En la reconstrucción de ese contexto el dato valía no por la individualidad del punto de vista de una mujer angustiada, un cansado tejedor, un tabernero con gran agudeza para mirar las cosas, un administrador del gobierno, un intelectual de pueblo que leía los pasquines de esos años a una entusiasmada audiencia de analfabetas. No, su valor estribaba en que se trataba de un dato sobre un sujeto colectivo; refería el punto de vista de la clase trabajadora heterogénea, en el marco de un mundo contradictorio.

Imaginemos en estos días una carta de un migrante ilegal, centroamericano, mexicano, ecuatoriano, boliviano, peruano, en una de esas grandes metrópolis cosmopolitas a las que tiene que desplazarse en el curso de esa llamada "migración por angustia" (Kay 2009: 122),4 que algunos analistas han nombrado para caracterizar el desplazamiento angustioso de la fuerza de trabajo del Sur pobre hacia el Norte rico, sin notar, dicho sea de paso, que esas migraciones son parte de acciones -de "una compleja pauta de comportamiento colectivo" (Thompson 1985: 302)- contra la dominación, tal como lo fueron los motines en la Inglaterra del siglo XVIII. En esa carta, o tal vez en un correo electrónico, un mensaje por teléfono móvil, en los chats o imágenes de sitios como Facebook o Skype, que tienen un carácter más efímero y volátil, los trabajadores y trabajadoras están comunicando a los suyos las desventuras y esperanzas para mejorar sus vidas, mientras que sus parientes, amigos o vecinos, en sus lugares de origen, hacen lo mismo.

E. P. Thompson observó desde la existencia de un sujeto fragmentado las marcas del dolor de los antagonismos de clase. ¿Más allá de ese dolor qué existía? Existían esos mismos datos, historias personales y colectivas que indicaban que había subjetividades y principios organizativos sustentados en la dignidad y la esperanza, y desatados por la lucha de clases; concepto que remarcó Thompson (1985: 324) en sus últimas reflexiones, y ante cuyo uso los historiadores actuales se muestran remilgosos.

 

Palabras finales

La obra de E. P. Thompson no puede simplificarse en la prioridad que da a la práctica sobre la teoría. Su concepto de experiencia es muy fuerte para mostrar conceptualmente a un sujeto en lucha. Las experiencias en distintos lugares y campos sociales de poder indican que se genera conocimiento. Dicho conocimiento está en las marcas o huellas del dolor, la subjetividad de las personas insumisas. La gente que estudió Thompson en los siglos XVII y XVIII fue tan heterogénea y fragmentada en la Inglaterra de la época como en otros sitios de nuestros días. El único rasgo que las distinguiría sería la especificidad histórica de sus relaciones de poder.

Como en el pasado, hoy en día la imaginación de la clase trabajadora se sustenta en mitificaciones. Walter Benjamin (2007: 68) explicó en su "VI Tesis sobre la historia" el carácter de estas a través de las metáforas de redención y mesianismo. Esas imaginaciones recrean una vida que alguna vez fue mejor y que volverá a llegar a serlo, siempre con la premisa de que la memoria recuerda los instantes de peligro, donde, incluso, nuestros muertos no están a salvo. También esas mismas imaginaciones se recrean en las distintas experiencias violentas del despojo, la injusticia y la inmoralidad del despliegue de la racionalidad de la propiedad privada y el capital.

Frente a la Historia de los vencedores, que no es otra cosa que los relatos oficiales y hegemónicos de los proyectos liberales sobre la falsa concreción de sociedades de ciudadanos aparentemente iguales en un mercado sin injerencias de ningún tipo, las memorias sobre las luchas para cambiar el mundo persisten. En el remoto pasado que estudió Thompson, mucho más remoto socialmente para quienes reflexionan sobre su obra desde sus propias historias coloniales y estatales-nacionales, el concepto revolución como negación de la clase siempre se ha reelaborado a través de esos recuerdos sobre triunfos y derrotas, traiciones y desencantos de gente empeñada en caminar erguida en comunidad hacia un mundo mejor (Bloch, Krotz 2002: 410). En los relatos históricos de Thompson parece que la trasmisión de esa memoria fue lenta pero efectiva, en términos de lucha de clases.

Nos basta con citar la riqueza analítica y política de su noción de economía moral para comprender lo que las experiencias de la gente común acumulan para constituir un sujeto colectivo que cuestiona la jerarquización y las desigualdades sociales, incluso dentro de arreglos o desarreglos que incluyen disputas entre géneros. También Shanin (1990) sostiene que los populistas rusos, comprometidos con la visión de las comunidades agrarias igualitarias bajo el imperio zarista, aprendieron de las derrotas de las masas durante las revoluciones de 1848 y 1871, para enfrentar a un Estado en el cual se recrearon las clases dirigentes. De ese modo, su perspectiva estaba orientada por el objetivo de hacer una política que trascendiera al capital yendo más allá del aparato estatal, es decir, como algo decisivamente propio de una "crítica anticapitalista", tal cual lo sostuvo el propio Thompson.

En nuestros tiempos, también contradictorios, las experiencias de sufrimiento y lucha son las evidencias más sólidas de un relato para el cambio; un relato que no debe terminar con la institucionalización de lo que la revolución tiene que ser, y que es, por lo tanto, una narración abierta, compuesta de múltiples historias. Por eso mismo, en Argentina los huelguistas de 2001 aprendieron de los zapatistas de Chiapas, insurrectos ante el gobierno mexicano en 1994, y cuya lucha, ahora de carácter claramente pacífico, continúa. La gente zapatista se ve a sí misma como un sujeto contradictorio que no se autoidealiza ni menos aún acepta ser objeto de idealizaciones. Son autocríticos de sus experiencias. Esto fue muy evidente desde la Sexta Declaración de la Selva Lacandona que fue emitida en 2005, en la cual se planteó que las contradicciones podrían superarse si se aprendiera de las experiencias organizativas de otras gentes para continuar con la lucha desde lo que han venido llamando "abajo y a la izquierda"; una frase para eludir la imagen abstracta e ilusoria del término liberal sociedad civil, equiparable a la "economía del mercado".

De esos zapatistas críticos y de esos luchadores en Argentina, o de esos grupos comunitarios de Bolivia, Ecuador, Colombia, aprenden otros grupos en diversos lugares del mundo. Pero esto lo mencionamos solo como una ilustración y no como una idealización de lo que la lucha es y puede ser. En otros sitios, tan disímbolos a los citados, como Nueva York, hombres y mujeres de distintas edades y con diferentes trabajos (o sin ellos), en las calles y plazas más simbólicas de la ciudad han repetido frases y conocimientos provenientes de otras partes, digamos del "Sur", para criticar la inmoralidad del orden financiero mundial, que concentra la riqueza en el 1% de la población. O bien, tal como sucede ahora mismo en la redacción final de este escrito, una muchedumbre en Brasil ha inundado la calle con gritos que se sustentan en el coraje y en la dignidad, protestando por los altos costos de la vida frente a la opulencia que se observa en la construcción de los estadios de fútbol y de otras infraestructuras que satisfacen la lógica perversa del capital.

La experiencia produce conocimiento. E. P. Thompson sabía eso, y se propuso entonces crear un relato que en el mismo campo de las convenciones historiográficas de su tiempo pusiera de relieve la trascendencia de la producción cultural y de la historia de la gente común para constituirse en un sujeto revolucionario. Ante la destrucción que el capital trae consigo, más que lograr entendimientos sociológicos "realistas" o idealizaciones sobre la comunidad -que no es como creemos que es-, a los académicos, intelectuales y activistas de hoy nos ayudaría saber lo que Thompson aprendió sobre eso mismo.

 

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Notas

1. Bernstein es uno de los principales editores de la influyente revista anglosajona de "economía política marxista", Journal of Peasant Studies, la cual abraza esa necesidad de un "realismo" analítico.

2. Al respecto, véase Thompson (1981).

3. Al respecto, véanse descripciones como la de Hoggart (1958) u otras más contemporáneas como la de Willis (1988), quienes hablan de los términos en que una cultura de clase obrera en Inglaterra se reprodujo cotidianamente en la posguerra.

4. Distress migration es el término con el que Kay se refiere a los desplazamientos a nichos laborales de personas procedentes de economías precarias, ocupando ahí empleos generalmente inseguros, opresivos y frecuentemente informales.

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