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Espiral (Guadalajara)
Print version ISSN 1665-0565
Espiral (Guadalaj.) vol.18 n.50 Guadalajara Jan./Apr. 2011
Reseñas
Ensayos sobre la relación entre la filosofía y las ciencias
Jorge Ramírez Plascencia*
* Profesor-Investigador, Departamento de Estudios Sociourbanos, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara.
Fernando Leal publica libros fuera de lo común. Su Diálogo sobre el bien, aparecido en el 2007 (también bajo el sello editorial de la Universidad de Guadalajara), es una larga meditación filosófica aparentemente reservada a discutir cuestiones de ética, pero que termina siendo un recorrido deslumbrante por algunos temas candentes de la filosofía y las ciencias contemporáneas al hilo de una conversación amena y a veces jocosa entre dos personajes ficticios. Este nuevo texto no es menos difícil de encasillar en algún área o debate intelectual. Bajo el título austero de Ensayos sobre la relación entre la filosofía y las ciencias, pareciera que se nos ofrece un conjunto de reflexiones áridas y abstractas sobre la naturaleza de la ciencia, su lógica o sus fines. Nada más lejano. Para sorpresa de quien se asome siquiera a su índice, el libro contiene una serie de disertaciones sobre una amplia variedad de temas. Su autor se pronuncia con toda autoridad sobre Voltaire y su relación con Pascal; reconstruye en términos de lógica formal un argumento de Descartes para mostrar una vía de análisis del discurso; les revela a los noveles estudiantes de sociología el universo intelectual que los aguarda; participa en un homenaje a Cervantes; reflexiona sobre la naturaleza de la filosofía; se pregunta sobre cómo se debe enseñar a los niños en la escuela; presenta un programa ambicioso para la filosofía crítica; explora las relaciones entre la ética y la política; narra su experiencia con, y su amor por, los libros, etcétera.
Esta amplia variedad de análisis surgió al correr de los años y a resultas del interés de auditorios diversos por escuchar lo que un filósofo reputado de brillante, por lo demás tenía que decir al respecto. En efecto, el libro se compone de veinte escritos, casi todos ellos surgidos en su origen como conferencias que fueron pronunciadas en distintas ocasiones y a lo largo de trece años. Durante este tiempo, el filósofo, como nos advierte el autor, fue solicitado con apremio para hablar ante diversos públicos deseosos de escucharlo: historiadores, bibliotecarios, neurocientíficos, psicoanalistas, educadores, estudiantes de sociología y filosofía, lingüistas, literatos y, por supuesto, colegas filósofos. Este asedio de públicos tan variopintos explicaría por qué el filósofo que, en principio, como nos dice el autor parafraseando a Ortega y Gasset, está "en un rincón sin molestar a nadie" fue conminado a ocuparse de tal riqueza de tópicos.
Es cierto, sin embargo, que un libro tan singular sólo habría podido surgir de una mente asimismo fuera de lo común. Fernando Leal parece haber leído todo, saberlo todo. Filósofo por vocación, fue educado en estas lides, pero también en lingüística y filología, a la usanza del sistema educativo alemán, en el que se formó. Profesor de larga trayectoria en la formación de científicos sociales, su conocimiento también abarca la metodología de la investigación, las ciencias cognitivas, la sociología y la economía. Esta inclinación por conocer lo más posible el vasto saber sobre el hombre, que honra bien la frase de Terencio: Homo sum, humani nihil a me alienum puto ("soy hombre; nada de lo humano me es ajeno"), convierten al autor en una rara avis dentro del mundo de la filosofía, ya conquistado por la especialización disciplinar. Su ambición intelectual y erudición nos hacen recordar a filósofos como Kant con quien siente una especial afinidad intelectual, Hegel, Comte, Collingwood, Peirce y, en Hispanoamérica, a filósofos como Ortega y Gasset y José Gaos.
El libro se divide en cuatro partes, cada una compuesta de más o menos cinco ensayos. La primera parte es programática, como su título lo indica. Leal plantea en los textos reunidos ahí un acercamiento a su modo de entender la filosofía, algo que se amplía y se vuelve más técnico en la parte segunda, de índole más histórica. Esta disciplina ha sido desde sus inicios, afirma el autor, una aspiración a la sabiduría. Los filósofos son herederos y continuadores de tradiciones sapienciales propias de toda comunidad humana, por las cuales se atienden interrogantes prácticos acerca de la vida. Pero también la filosofía ha sido una empresa de saber semejante a la ciencia, un intento de ordenar el conocimiento, de sistematizarlo y aumentar su rigor conceptual. Debemos considerarla, nos sugiere, como un proyecto en permanente tensión entre ciencia y sabiduría, entre la aspiración a cierto estado espiritual propio del sabio y el imperativo de rigor propio del científico. Conviene tener presente esta "tensión" que para el autor constituye la "mismísima vida filosófica", pues ayuda a entender no sólo la trayectoria profesional de quien escribió el libro con un pie en la ciencia y el otro en la reflexión filosófica pura y la peculiar composición del texto, sino el programa que se esboza en varios de sus capítulos (particularmente en los capítulos VII y VIII).
En efecto, el autor es partidario y continuador de una tradición de filosofía crítica que se remonta a Jakob Friedrich Fries, discípulo temprano de Kant, y que luego fue continuada por Ernst Friedrich Apelt, Leonard Nelson, Grete Henry-Hermann y Paul Branton. Se trata de una tarea filosófico-científica, necesariamente interdisciplinaria y abierta al avance del conocimiento. Lo que de ello resulta no es una filosofía que ofrezca o pretenda ofrecer una visión del mundo que trascienda, o se mantenga indiferente, a los resultados de la ciencia, tan cara a las tradiciones académicas de la Europa continental. Tampoco se reduce a un tipo de filosofía que se interprete como una mera actividad de análisis, sea del conocimiento o lenguajes ordinarios, al modo de la tradición analítica inglesa. El propósito es alentar un saber que cumpla una función epistémica, en tanto razona a partir de los avances científicos y extrae cuidadosamente las conclusiones que se derivan de ellos. Leal (cap. VII, p. 171) tiene en mente un tipo híbrido de pensador, si cabe la expresión, que ha aparecido a lo largo de los siglos de la mano de los que bien pueden considerarse científicos filosofantes (como, entre muchos otros, Bernard, Poincaré, Pareto, Einstein, Keynes), o filósofos que realizan aportaciones a la ciencia (como Fodor, Dennett, Churchland, Elster, Trout y, por supuesto, el propio autor, de nuevo entre varios más).
No es esto un derrotero que el filósofo vislumbra en el horizonte y deja que una generación por venir se haga cargo. La fecundidad de un enfoque de esta naturaleza, que se propone expresamente tender puentes entre las dos culturas a las que se refería hace tiempo C. P. Snow, se ofrece a lo largo del libro a través de numerosos ejemplos. Precisamente, el capítulo VIII y toda la parte tercera del libro muestra la clase de reflexión que surge cuando la filosofía deja de ignorar a la ciencia o busca ingenuamente superarla. Al examinar cómo Kant concebía el espacio, qué sea el problema del libre albedrío, cómo debe estudiarse el desarrollo moral, qué puede significar una filosofía de la educación especial o qué vínculo cabe observar entre ética y política, el autor ora aclara cómo se presenta cada cuestión a la luz de la filosofía y de la ciencia, ora se aprovecha de la primera para indicarle a la segunda qué sesgos comete (así, por ejemplo, para estudiar el desarrollo moral), ora usa la segunda para disolver o replantear ideas ya inviables de la primera. En este movimiento de "ilustración mutua" lo que se decanta paso a paso es una manera más precisa de enfocar un problema, de olvidarse de él o de declarar que aún no sabemos lo suficiente. Al hacer esto, los caminos de la investigación empírica se desbrozan, la reflexión filosófica deja de ser el eterno comentario de lo que dijeron o quisieron decir los grandes filósofos y se gana un poco de más claridad sobre cuestiones fundamentales.
La parte cuarta del libro, como por lo demás los capítulos I y V, son de solaz para el lector. Quien escribe es el filósofo encariñado con la cultura y deseoso de transmitir su fascinación por la filosofía, por los antiguos, por los libros y, por qué no, por el propio Don Quijote y Sancho Panza, personajes sobre los que versa el capítulo final del libro. Son textos emotivos e inspiradores, escritos para animar a auditorios particulares a emprender con enjundia el estudio del pasado, apreciar los libros, adentrarse en la filosofía o tomar en serio el estudio de la sociología. A los historiadores les dice: "No perdamos nunca la obsesión por los antiguos"; a los estudiantes de sociología les recomienda: "Lean, discutan, debatan todo. El mundo, literalmente, está a sus pies"; a los que aprenderán filosofía les previene: "Ser filósofo puede ser impecunioso y propio de gente desocupada; pero fácil no es"; o se congratula de perderse en el mundo de los libros: "Al contrario: morir en el laberinto, buscando otro libro, otra referencia, otra revelación, es lo mejor que le puede pasar al académico". Ante tamaños exhortos, hay que imaginar que ninguno de los escuchas originales, como tampoco ningún lector, quedó ni quedará indiferente.
No es un mérito menor de este trabajo su claridad. Los textos están escritos por un pedagogo natural. Ahí donde otros autores usan frases incomprensibles para no dar las explicaciones requeridas, Leal ofrece en cambio una argumentación paciente, detallada y diáfana. En esto se aleja este texto de muchos libros de filosofía al uso, en los que se suele confundir oscuridad verbal con profundidad intelectual. Sus páginas, al contrario, han sido escritas por alguien que cultiva la precisión y la claridad no como un modo opcional para expresar las ideas, sino como la única vía para hacerlas valer.
Si bien, como dijimos, los veinte textos reunidos aquí fueron originalmente disertaciones orales, han sido reescritos, afinados o ampliados en alguna medida. Por consiguiente, las licencias que en ocasiones se permite un orador para hacerse más grato al oído del auditorio y que no pocas veces van en detrimento de la argumentación, casi han desaparecido de este libro. Son ensayos pensados ya en el auditorio frío, silencioso y algo escéptico que forman todos los lectores posibles. Este nuevo destinatario de lo que, en principio, como afirma divertidamente el autor, fueron flatus vocis, le agrega un nuevo valor al texto, al hacerse los análisis más finos y actuales. Sorprende mucho, en este sentido, el extenso e informado manejo de nuevas fuentes documentales. Prácticamente para cada tema que aborda, Fernando Leal muestra las discusiones más recientes, basadas en la revisión de la literatura al día y pertinente, escrita en cualquiera de los muchos idiomas que domina (antiguos y modernos).
Nota
Fernando Leal Carretero (2008), Ensayos sobre la relación entre la filosofía y las ciencias, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 461pp.