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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.64 Ciudad de México sep./dic. 2020  Epub 10-Jun-2025

https://doi.org/10.29340/64.2333 

Saberes y razones

La resistencia de Hamás: entre balas y votos, ideas y acción social

Hamas’ Resistance: Between Bullets and Ballots, Ideas and Social Action

Carmen López Alonso1 

1Universidad Complutense, Madrid, España clopezal@cps.ucm.es


Resumen:

Hamás, primer movimiento islamista suní que participa y vence en unas elecciones libres y democráticas en Oriente Próximo, es ya un sujeto político que no puede ser ignorado en cualquier acuerdo político sobre Palestina. Controvertido, Hamás es un movimiento social, religioso y político que ha sido calificado como terrorista, como nacionalista palestino en lucha contra la ocupación israelí e incluso como aliado involuntario de Israel. Este artículo examina el movimiento en su contexto múltiple, con un énfasis especial en los desarrollos posteriores a su triunfo electoral en 2006.

Palabras clave: Hamás; Islam; nacionalismo; terrorismo; Israel-Palestina; Gaza

Abstract:

Hamas, the first Sunni Islamist movement to win a free and democratic election in the Near East, is a political reality that cannot be ignored in any political agreement relating to Palestine. Simultaneously a social, religious and political organization, Hamas is a controversial factor that has been labelled as terrorist, Palestinian nationalist fighting against Israeli occupation, and even as Israel’s involuntary ally. This article examines the movement in its multiple and changing context, with an emphasis in the years following its 2006 electoral triumph.

Keywords: Hamas; Political Islam; nationalism; terrorism; Israel-Palestine; Gaza

Introducción

Hamás, acrónimo de Harakat al-Muqáwama al-Islamiya -movimiento islámico de resistencia-, es el primer movimiento suní que participa y vence en unas elecciones libres y democráticas en Oriente Próximo.1 Creado en 1987, al principio de la Intifada, es miembro de los Hermanos Musulmanes (HHMM) -fundados por Hassan al-Banna (1906-1949), en Egipto, en 1928-, el cual participó en la revuelta palestina de 1936-1939, en la que destacó el jeque Izz ad-Din al-Qassam (1881-1935), influido, como al-Banna, por las ideas reformadoras de Rashid Rida (1865-1935) y Mohamed Abduh (1849-1905), para quienes el anquilosamiento y corrupción del Islam era la fuente de la decadencia de los países musulmanes y abogaban por su renovación y purificación, a la par que por la lucha contra la dominación colonial, incluida la sionista (Tamimi, 2007).

Hamás es un movimiento social, religioso y político que se presenta como palestino, ni panislámico ni panárabe, distinto de los nacionalismos seculares, incluido el palestino, con el que comparte objetivos -lucha contra la ocupación israelí, construcción de un Estado palestino independiente-, aunque los métodos no siempre coinciden y su evolución y sus metas político-sociales finales son diferentes, cuando no opuestas. Controvertido, Hamás ha sido calificado como terrorista, como nacionalista palestino en lucha contra la ocupación israelí e incluso como aliado involuntario de Israel, a cuyos intereses serviría de manera indirecta al contribuir a su política de “divide y vencerás”. Hamás, que ha venido para quedarse, se ha convertido en un sujeto político central en el conflicto israelí-palestino y en el contexto regional e internacional en el que éste se desarrolla.

Desde sus inicios, el movimiento ha mostrado su capacidad de lectura-adaptación al entorno palestino, israelí y regional, al utilizar estrategias múltiples, incluso contradictorias, que conjugan resistencia - muqáwama- con resiliencia. Tras su victoria electoral en 2006 y su frustrado intento de gobernar todos los territorios palestinos ocupados, desde 2007 su gobierno, sometido a bloqueo, quedó reducido a la Franja de Gaza, en la que sigue gobernando hoy -2019-, mientras los palestinos continúan fragmentados e Israel, sin cesar en su expansión, mantiene un control directo e indirecto sobre los territorios ocupados tras la guerra de junio de 1967. El conflicto sigue sin resolverse.

Son varios los estudios sobre el modo en el que un movimiento radical y violento cambia y modera su comportamiento político una vez que entra en las instituciones (Berti, 2019). Éste podría ser el caso de Hamás, aunque no sea plenamente comparable con otros movimientos nacionalistas radicales, como el Sinn Fein irlandés, el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o el Hezbolá libanés, con el que se dan coincidencias en tiempos, tácticas y objetivos (Gleis y Berti, 2012). A diferencia de todos ellos, Hamás no gobierna un Estado, sino parte de un territorio que no corresponde a todo el que comprendería un hipotético y futuro Estado palestino; lo gobierna sin tener un control efectivo de las fronteras -que no están trazadas- ni de los límites marítimos y aéreos o los circuitos comerciales -controlados por Israel y por Egipto-, así como tampoco de los recursos naturales y la electricidad (Pappe, Chomsky y Barat, 2010; Pappe, 2017; Filiu, 2014; Roy, 2007; 2011). Por ello, hablar de Hamás exclusivamente como un gobierno en control de un territorio resulta engañoso, más aún cuando podría entenderse que, dado que Hamás gobierna Gaza, ésta constituye una entidad separada, cuando lo cierto es que Hamás no ha cedido en su pretensión de representar a todos los palestinos.

En este artículo, la exposición opta por un método de periodización cronológica, en el entendido de que ésta, como sostiene Charles S. Maier (2000), supone un esfuerzo de interpretación de los fenómenos históricos. Se intenta poner orden y explicar el sentido, tanto interno como contextualizado, de las diversas facetas de Hamás, incluidas las acciones terroristas que el movimiento califica como militares. Si bien la definición de terrorismo sigue siendo objeto de debate (Mata, 2019), creo adecuada una adaptación de la que Martha Crenshaw (1972) hace del terrorismo revolucionario.2

De la creación de Hamás a su triunfo electoral

En otro lugar hemos analizado el proceso anterior a la creación de Hamás y la importancia de sus tres facetas, dos abiertas, la más amplia de su actividad social, religiosa y educativa y la más restringida de su rama política, a las que hay que añadir la clandestina de su rama militar (López, 2007). Tras la guerra de junio de 1967 y la consiguiente ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, que permite renovar el contacto entre los palestinos con ciudadanía israelí y sus vecinos y parientes de Gaza y Cisjordania, comienza un periodo de formación social e institucional. En 1967, el jeque Ahmed Yassin, líder de los HHMM palestinos, vuelve a Gaza; en 1973 crea el Centro Islámico, que controla las organizaciones e instituciones de los HHMM, entre ellas la Universidad Islámica de Gaza. Tres años después se crea la Asociación Islámica. Ya entonces hay dos planos, uno abierto, de construcción de mezquitas y acciones centradas en la formación y en modos de protesta pasiva, y otro, clandestino, que se desarrolla en gran medida dentro del marco de Organización de Yihad y Dawa (el Majd, por su acrónimo en árabe). A partir de 1983-1984, y hasta 1994, se inicia una segunda fase que, sin dejar la labor de estructuración y consolidación, trasciende el marco asistencial-educativo para incluir actividades relacionadas con cuestiones de vigilancia y seguridad (López, 2007).

En la década de 1970 es patente la transformación política de la sociedad palestina del interior. Aparecen redes de liderazgo intermedio que, aunque vinculadas a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), funcionan de modo autónomo. Sus miembros, laicos en su mayor parte, cuentan con un alto nivel de formación y conciencia política y social. Son ellos quienes, en 1987, lideran el comienzo de la Intifada -la lucha contra la ocupación israelí- y la lucha por el poder político en el seno de la sociedad palestina. El núcleo dirigente de la OLP, los “tunecinos”,3 intenta recuperar protagonismo y poder real frente a los palestinos del interior al ponerse a la cabeza de un movimiento que en parte cambia de contenido y de sentido (Heacock y Nassar, 1990; Schiff y Ya’ari, 1991). Entonces aparece Hamás.

Entre la Primera y la Segunda Intifada (1987-2000)

El 14 de diciembre de 1987, Hamás publica un documento que afirma que el Islam es la alternativa y la solución, y proclama la resistencia contra la ocupación israelí. No es sino hasta mayo de 1988 cuando se presenta como “el brazo armado de los HHMM” y portavoz del levantamiento palestino, lo que reitera en la Carta Fundacional de Hamás, su manifiesto doctrinal y político del 18 de agosto de 1988, varios de cuyos puntos recuerdan a los de la OLP de 1968, aunque lejos de su planteamiento secular. La Carta comienza por declarar que el Islam es su sistema, del que se derivan sus ideas y preceptos fundamentales, su visión de la vida y su entendimiento del hombre y el universo, de acuerdo con el cual se juzgan sus acciones y se corrigen sus errores. El artículo 12 afirma que el patriotismo -wataniyya-4 es parte integrante del credo religioso: “si un enemigo invade los territorios musulmanes, entonces la Yihad y la lucha contra el enemigo se convierten en un deber individual -fard’ayn- de todo musulmán. Una mujer puede ir a luchar sin el permiso de su marido y un esclavo sin el permiso de su dueño” (Hamás, 1988).

La Carta aparece en un momento estratégico, interno e internacional. En el interior, el Mando Nacional Unificado de la Intifada articula una serie de reivindicaciones políticas entre las que se encuentran el derecho de autodeterminación, el retorno de los refugiados, la proclamación de un Estado palestino bajo la dirección de la organización, la retirada del ejército israelí de ciudades y pueblos palestinos, la disolución de los consejos palestinos nombrados por Israel y la celebración de elecciones democráticas municipales y regionales (Mishal y Aharoni, 1994). Poco después, el 15 de noviembre de 1988, la OLP hace pública su Declaración de Independencia del Estado de Palestina, sin capacidad de traducción práctica inmediata, pero de gran alcance político pues por primera vez los palestinos hablan de dos Estados, el palestino y el judío, de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas.

También es un momento crucial en el panorama internacional, con el comienzo de la Perestroika en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en 1986; la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán en 1988; la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989; el comienzo del proceso de reunificación de las dos Alemanias en octubre de 1990, y la firma de la Carta de París, que pone fin oficial a la Guerra Fría el 9 de noviembre de 1990. La calma dura poco. En agosto de 1990, Iraq invade Kuwait, con lo que da lugar a la intervención contra el régimen iraquí (1990-1991). El desmembramiento de la URSS, que culmina en 1991, afecta a la zona en forma directa, y en especial a Israel, pues la llegada de cerca de un millón de refugiados rusos altera su estructura demográfica, social y política. Israel modifica su Ley del Retorno para incluir en ella a los familiares no judíos. Su inserción requiere un gran esfuerzo económico y para ello precisa el aval de Estados Unidos (Sznajder, 2018). Éste es el contexto de la Conferencia de Paz de Madrid (1991), patrocinada por Estados Unidos y la URSS, que da comienzo a un proceso que tiene su paralelo en los encuentros informales entre líderes palestinos e israelíes amparados por el gobierno noruego, que desembocan en los llamados Acuerdos de Oslo. En Oslo I (1993), Israel y la OLP firman la Declaración de Principios, por la que se reconocen mutuamente y se crea la Autoridad Nacional Palestina (ANP); en 1994 se firma el Protocolo de Relaciones Económicas de París -29 de abril- y el Acuerdo de Gaza-Jericó -4 de mayo-, conocido como Acuerdo de El Cairo, y en 1995 el Acuerdo Interino -Oslo II-, que establece un proceso por etapas hasta llegar al estatus definitivo y deja para el final las cuestiones centrales -fronteras, refugiados, recursos naturales, asentamientos, etcétera-.

Los Acuerdos, claramente asimétricos, recibidos con esperanza por una gran parte de la población palestina e israelí y por la comunidad internacional, son rechazados por Hamás, que no forma parte de la OLP y desde un principio mantiene su postura crítica frente al proceso. Abdel Aziz al-Rantisi, portavoz de los expulsados en el sur de Líbano, afirma que los negociadores son traidores al pueblo palestino, que no los eligió, y por lo tanto, “sólo se representan a sí mismos”, lo que “convierte todo el proceso en ilegítimo e ilegal”; no obstante, también reconoce que el derrumbe de la OLP no sería positivo para Hamás (Toameh, 1993: 38). El primer atentado suicida, las Brigadas Izz al Din al Qassam (BIQ), reivindicado por la rama militar de Hamás, se produce el 25 de abril de 1993.

También la derecha radical israelí rechaza las negociaciones. El 25 de febrero de 1994, un colono de Hebrón, Baruch Goldstein, abre fuego contra los fieles musulmanes que oran en la mezquita Ibrahimi y mata a 30 antes de ser asesinado. Las BIQ aseguran que los colonos pagarán con su sangre por la masacre. No obstante, el proceso continúa. Yasir Arafat vuelve a Gaza en abril de 1994, Israel firma la paz con Jordania en octubre de ese mismo año y se firma Oslo II en septiembre de 1995. Poco después, en plena ceremonia de celebración de los Acuerdos en Tel Aviv, un extremista religioso judío asesina a Isaac Rabin el 4 de noviembre de 1995.

En 1996, el Likud, con Benjamín Netanyahu, gana las elecciones israelíes. Los años siguientes son un periodo quebrado, con altos y reanudaciones, marcado por la violencia y los atentados terroristas, treguas y despliegues israelíes, sin avances en el llamado proceso de paz. El principio de “paz por territorios”, inserto en las resoluciones 242, de 1967, y 338, de 1973, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU), reiterado en los Acuerdos de Paz con Egipto (1979) y reafirmado en los Acuerdos de Oslo, es reemplazado en su aplicación por el de “seguridad por territorios”. El enfoque gradual de Oslo establecía un plazo de cinco años para continuar con la implementación de los Acuerdos y resolver las cuestiones fundamentales pendientes. Esto requería confianza entre las partes y abría la posibilidad de que “los ‘spoilers’ socavaran progresivamente la confianza construida” (Domínguez, 2018: 7). Hamás, con la matanza de Hebrón como fondo y argumento, había continuado en 1994 una escalada de atentados terroristas en Israel, que recordaban la campaña seguida por la OLP en 1970 y 1980 (Hroub, 2000); todo ello sin abandonar su importante actividad social. Durante ese periodo, las instituciones islámicas en Gaza y Cisjordania alcanzan directamente a miles de personas, con un impacto indirecto que se multiplica sobre centenares de miles (Roy, 2000).

Los últimos intentos de reactivar el llamado proceso de paz también fracasan. Lo hace la reunión de Camp David en julio de 2000, celebrada poco después de la retirada de las tropas israelíes de Líbano en mayo de ese mismo año, que Hezbolá presenta como prueba del acierto de su estrategia política y militar. También fracasa la cumbre de Taba en diciembre de 2000-enero de 2001, reunida cuando la Segunda Intifada ya era imparable y muy diferente de la Primera (Agha y Malley, 2001; Pressman, 2003).

De la Segunda Intifada a las elecciones palestinas

La Intifada de al-Aqsa se caracteriza por su extrema violencia. El gobierno israelí afirma que no hay interlocutor palestino válido, y por lo tanto, no cabe solución política sino únicamente militar. El planteamiento se refuerza tras la declaración de guerra contra el terror con la que Estados Unidos responde a los atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001. Entre los efectos de la espiral de atentados suicidas palestinos, en los que predominan los que hace Hamás, y la respuesta israelí, con “asesinatos selectivos” de los líderes -entre ellos, los del jeque Yassin y el de Rantisi, ambos en 2004-, no siempre ocurridos en este orden, está la destrucción del tejido social palestino, la de muchos de los liderazgos establecidos y la aparición o consolidación de otros nuevos (Hroub, 2000; Bergman, 2018).

Hosny Salah-Pixaay ( Niños en Gaza, abril de 2018.

A pesar de la casi unánime opinión de que los Acuerdos de Oslo estaban acabados, los intentos internacionales para reactivar el llamado “proceso de paz” continúan. En 2002 se da a conocer el Plan Saudí, apoyado por la Liga Árabe -Beirut, 28 de marzo-, que cita las Resoluciones 194, 242 y 338 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y ofrece el establecimiento de relaciones “en el contexto de una paz completa con Israel” (Liga Árabe, 2002: 1) a cambio de una retirada israelí de los territorios ocupados, su aceptación de un Estado palestino con Jerusalén oriental como capital y un acuerdo sobre los refugiados, cuyo número no se especifica. Poco antes, el 12 de marzo de 2002, el CSNU había aprobado la resolución 1397. Pero la situación sigue alimentándose de su propia violencia mientras las voces críticas se van haciendo inaudibles. Ese mismo mes, tras una nueva oleada de atentados, realizados fundamentalmente por Hamás, así como por las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa (BMA), la Yihad Islámica (YI) y el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el gobierno israelí comienza la operación Escudo de Defensa, arresta a gran número de líderes palestinos, entre ellos a Marwan Barghouti, acusado de dirigir las BMA, y sitia a Yasir Arafat en la Muqata y la iglesia de la Natividad, en Belén. En abril, tras la trampa mortal sufrida por soldados israelíes en el campo de refugiados de Jenin, el ejército israelí asalta el campo, con cerca de 50 muertos como resultado, varios de ellos civiles (HRW, 2003).

Jenin supone un punto de inflexión. En mayo, argumentando razones de seguridad, Israel anuncia la construcción de un muro-valla de separación cuyo trazado traspasa la Línea Verde y penetra ilegalmente en territorio palestino -dictamen de la Corte Penal Internacional de julio de 2004, que Israel no acepta; también el Tribunal Supremo israelí establece modificaciones-. El mismo mes, Arafat, al que se ha pedido repetidamente una reforma de la ANP, promulga al fin la Ley Básica Palestina, aprobada en 1997 pero nunca puesta en vigor, cuando su implementación es ya prácticamente imposible. También es tardía la reacción de la sociedad internacional. En un clima prebélico en Iraq, Estados Unidos comienza sus consultas con la Unión Europea, Rusia y la ONU, de las que resulta la formación del denominado Cuarteto, el cual, una vez que Arafat nombra a Mahmud Abbas primer ministro, hace pública la Hoja de Ruta el 30 de abril de 2003, que vuelve al principio de “paz por territorios” en un itinerario en tres etapas. La primera, que condiciona las siguientes, es el cese del terror y la violencia, la retirada israelí de las zonas ocupadas y la congelación de los asentamientos; le seguiría una segunda, de construcción de un Estado palestino con fronteras provisionales, basado en la nueva Constitución Palestina; en la etapa final, similar a lo acordado en Oslo, se resolverían las cuestiones de las fronteras definitivas, los refugiados y los asentamientos (Cuarteto, 2003). Al día siguiente, el presidente estadounidense George W. Bush declara el final de la guerra de Iraq, que había comenzado apenas 40 días antes.

Pero la paz no es un resultado inmediato, ni en Iraq, ni en Israel y Palestina. Como sostuvo Shlomo Ben-Ami: “la escalada de violencia en los territorios degeneró, a resultas de la guerra de Irak y de la formación del segundo gobierno de Sharon, en una guerra sucia y total entre Israel y Hamás que les venía bien a los dos”, porque, para los que tomaban las decisiones en ambas partes, “un alto el fuego habría significado afrontar unas decisiones políticas que no tenían voluntad o capacidad de tomar” (Ben-Ami, 2006: 252-253).

La vía unilateral, que comenzara el gobierno de Ariel Sharon con la construcción del muro-valla de separación, continúa con su plan de “desconexión” de Gaza, anunciado en noviembre de 2003 y llevado a cabo en agosto de 2005. Para entonces, la situación ha cambiado: Arafat muere el 11 de noviembre de 2004 y Mahmud Abbas vence en las elecciones a la presidencia de la ANP en enero de 2005. Al mes siguiente, una reunión entre Sharon y Abbas pone fin formal a la Intifada, que en realidad acaba en marzo, con la tregua acordada por los grupos palestinos. Se inicia entonces un periodo de calma, tensa, pero sin atentados. Entre diciembre de 2004 y enero de 2006 tiene lugar una serie de procesos electorales que se considera que posibilitarían un desbloqueo del conflicto y la puesta en marcha de la Hoja de Ruta. Primero se celebran cuatro fases sucesivas de elecciones municipales palestinas, de diciembre de 2004 a diciembre de 2005, cuyos resultados apuntan ya a la fuerza electoral de Hamás. En enero de 2006 se celebran las elecciones del Consejo Legislativo Palestino (López, 2007).

Hamás se presenta a las elecciones con el partido Cambio y Reforma, creado expresamente para ello. Su programa, en el que no existe la omnipresente referencia al Islam de la Carta de 1988, parece diseñado para poner en marcha las reformas que han pedido los gobiernos occidentales y sus instituciones financieras (Hroub, 2010): lucha contra la corrupción, transparencia, descentralización, igualdad de oportunidades para todos, separación de poderes, libertades públicas y derechos ciudadanos, servicios sociales, acceso a una vivienda digna, etc. Hamás obtiene una mayoría clara -74 escaños de los 132 que componen el nuevo Consejo, seguido a bastante distancia por Fatah, con 43 escaños-. Los estudios sobre el comportamiento de los electores muestran que la religión, aunque importante, no es el factor decisivo: cerca de 20% de quienes votan por Hamás se autodefine como no religioso; el rechazo a Oslo y la lucha armada sólo aparecen como razón del voto en 17% de sus votantes, mientras que 80% se declara partidario del proceso de paz, lo que coincide con los datos generales de la opinión pública palestina. Por otra parte, menos de 10% de quienes votaron por Fatah lo hicieron por su apoyo al proceso de paz. Todo indica que el factor decisivo en el voto fue el convencimiento de que Hamás sería capaz de asegurar una mejor gobernanza, lejos de la corrupción de la ANP, y de reconstruir un aparato institucional que había mostrado su precariedad en la reciente Intifada, puntos sobre los que el movimiento había centrado su campaña electoral, argumentando que su lucha armada y los ataques terroristas no eran sino una acción complementaria a su trabajo de edificación institucional apoyada en su red de servicios asistenciales y educativos. Sin embargo, no hay que descartar que la religión, al ofrecer una mayor seguridad “en un mundo incierto en el que el riesgo no se puede calcular racionalmente” pudo ser un factor en los resultados (Gordon y Filc, 2005).

Hamás tras su victoria electoral

El gobierno monocolor de Hamás, formado en marzo de 2006, debía cumplir tres exigencias para ser reconocido en el ámbito internacional y evitar el bloqueo que pesó sobre él desde su formación: reconocer el derecho de Israel a existir, renunciar a la violencia y aceptar los acuerdos previamente firmados por la ANP. Su negativa a aceptarlas fue el argumento para justificar el bloqueo israelí e internacional. Esto dejó al gobierno con un escaso margen de acción, tanto ejecutiva como legislativa -la Cámara quedó sin quorum tras el encarcelamiento, por Israel, de varios parlamentarios de Hamás-. Por su parte, el presidente Abbas, apoyado por el Cuarteto, transfirió a la Presidencia algunos de los poderes que correspondían al gobierno, entre ellos los medios de comunicación, las responsabilidades financieras y el pago de los salarios de los funcionarios. Las fuerzas de seguridad, formadas por unos 60 000 miembros, pasaron del control del Ministerio del Interior al del Consejo Nacional de Seguridad -hasta entonces meramente consultivo-, y los pasos fronterizos, a depender de la Fuerza 17, la “guardia presidencial” de Abbas. Semanas después, Hamás crea la Fuerza Ejecutiva, formada por 3 000 miembros de diferentes milicias, que respondía directamente ante el ministro del interior Said Siyam y pronto doblaría sus fuerzas (Caridi, 2010). Abbas la declara ilegal en enero de 2007 (Milton-Edwards y Farrell, 2010).

Desde los primeros meses hubo tensiones entre Hamás y Fatah, pero también intentos de reconciliación, como el Documento de los Presos, del 11 de mayo de 2006.5 En febrero de 2007 se firma un Acuerdo de Conciliación en La Meca y en marzo se constituye un nuevo gobierno de unidad nacional cuyo programa continúa el cambio de estrategia que comenzara Hamás antes de las elecciones, moderando su discurso político y sus ataques a Israel, disminuyendo el lanzamiento de cohetes y prácticamente eliminando los atentados suicidas -sólo hay uno en 2008- (Davis, 2016; Baconi, 2018). Sin ofrecer un reconocimiento explícito a Israel, el programa afirma respetar los acuerdos previos de la OLP con Israel y el establecimiento de un Estado palestino de acuerdo con los límites de 1967 (The Jerusalem Post, 2007). Pero el boicot internacional se mantiene y el nuevo gobierno debe enfrentarse a los efectos del bloqueo, el cese de la ayuda exterior y un deterioro creciente de la seguridad en Gaza; miles de funcionarios dejan de recibir sus salarios y se producen movilizaciones de protesta y huelgas -la de los maestros es la más relevante-.

También hay tensiones dentro de las filas de Hamás. Desde el liderazgo militar se critica su “moderación” frente a la llegada de armas destinadas a la guardia presidencial y las fuerzas de seguridad a través de Egipto, Jordania e Israel. Por primera vez, el ala militar, y no la política, toma la iniciativa, aunque críticas internas ya advierten sobre el riesgo de repetir el error de los HHMM sirios en Hama, en 1982. Entre mayo y junio se producen fuertes enfrentamientos de la Fuerza Ejecutiva y las BIQ con las fuerzas de seguridad leales a Mohammed Dahlan, consejero de seguridad nacional de Abbas, que también controla la Fuerza Preventiva de Fatah. Tras decenas de muertos y miles de heridos por ambas partes, el 15 de junio Gaza queda finalmente bajo el control total de Hamás (Hamas, 2007, citado en Hroub, 2008: 11). El golpe debilitó al grupo de Fatah que defendía una cooperación real con Hamás (Crooke, 2007).

Dos gobiernos palestinos, que se autoproclaman legítimos, ahondan así una dinámica de fragmentación que obstaculiza, hasta hoy, la construcción de un Estado palestino independiente.

El gobierno de Hamás en Gaza

Abbas, presidente de la ANP, declaró ilegal el gobierno de Gaza y de inmediato nombró uno nuevo, presidido por Salam Fayad, apoyado por el Cuarteto y por Israel. La ayuda internacional se reanudó y la ANP volvió a pagar a sus funcionarios de Gaza, unos 70 000, pero les impidió acudir a sus puestos y cerró o tomó el control de las instituciones asistenciales de Hamás en Cisjordania, reduciendo así su acción al marco de las mezquitas y el zakat.

Después de junio de 2007, Hamás necesita mostrar una buena gobernanza, garantizar la seguridad en las calles y la vida cotidiana, contener a los movimientos radicales dentro de la Franja, y hacer frente a la oposición interna y las tensiones con el liderazgo exterior, a la par que reforzar su capacidad militar. Frente a su dificultad para obtener recursos, Hamás busca nuevas fuentes de financiamiento y sortea el bloqueo mediante la construcción de una red de túneles con Egipto. En junio de 2008 firma una tregua de seis meses con Israel, con brechas en su cumplimiento, de las que ambas partes se acusan. A partir de noviembre aumentan el lanzamiento de cohetes desde Gaza -atribuido a las BAQ- y las respuestas militares de Israel, que el 26 de diciembre comienza la operación Plomo Fundido. Tras una semana de ataques aéreos sobre los túneles, siguen otras dos de invasión por tierra, del 3 al 18 enero. Los resultados de la guerra, la primera entre Israel y el gobierno de Hamás, son devastadores para Gaza, con cerca de 1 400 muertos, la mayoría civiles, miles de heridos e infraestructuras y recursos naturales destruidos. No obstante, Hamás se presenta como vencedor de esta guerra asimétrica (Milton-Edwards y Farrell, 2010). En las encuestas, los palestinos reconocen que la situación es mucho peor que antes de la guerra, pero hacen recaer la responsabilidad sobre Israel y la popularidad de Hamás apenas disminuye un punto. En 2009, el informe de la ONU, que ni Israel ni Abbas apoyan, acusa a Israel y Hamás de posibles crímenes de guerra. Aunque la imagen positiva que Hamás había logrado, en especial en el exterior, se deteriora, crecen las voces que sostienen que no hay solución militar al conflicto y en adelante será preciso contar con Hamás.

En 2009, más de ٧٠ países se reúnen en la Conferencia Internacional de Donantes. Las ayudas para la reconstrucción se canalizan por medio de la ANP, para evitar que lleguen directamente a Hamás, e Israel impone restricciones a la entrada de materiales básicos (ICG, 2009). Hamás, que mantiene la calma con Israel, logra hacer entrar por los túneles lo que precisa, aumenta las tasas sobre el comercio y controla de manera férrea a la población, reprimiendo a la oposición interna y los movimientos radicales islamistas vinculados a Al Qaeda -como el califato proclamado en Rafah, en 2009-. La expansión de los túneles continúa y para 2010 la escasez ha disminuido en forma parcial. En Hamás se comienza a hablar de la necesidad de pasar de la gestión del conflicto a la construcción institucional, sin por ello dejar de defender los tres principios: el de recobrar Palestina, el derecho al retorno de los refugiados y la indivisibilidad de Jerusalén, como reafirma el líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en su discurso del 14 de diciembre de 2010, en el 23 aniversario de la fundación de Hamás.

Para entonces es clara la existencia de dos estrategias y dos competidores por la legitimidad, en un juego de suma cero que se acelera con el impacto de la llamada Primavera árabe. No cuajan los intentos de reconciliación, no hay acuerdo sobre cuestiones centrales, en especial sobre la seguridad, y en agosto Abbas reanuda las negociaciones con Israel, sin haber logrado que cese la expansión de los asentamientos (Selengut, 2015). En respuesta, las BIQ lanzan ataques en Hebrón y Ramala contra los colonos -operación Torrente de Fuego-, reprimidos con dureza por la ANP, que vuelve a ser calificada por Hamás como instrumento de la ocupación. Israel sigue el juego “manteniendo vías de negociación, directas e indirectas, con ambas partes por separado y obstruyendo la unidad entre las dos” (Baconi, 2018: 170).

Revueltas árabes y segunda guerra de Gaza

Comenzadas en Túnez, en diciembre de 2010, y extendidas por el mundo árabe, las revueltas son el resultado de un contexto de cambios políticos y económicos, y también de las movilizaciones sindicales y de protesta previas (Beinin y Vairel, 2011). Diferentes entre sí, coinciden en su petición de cambio: se reclama justicia -adala-, libertad - hurriyya- y dignidad -karama- individual y colectiva, así como mejoras en las condiciones de vida y la apertura de un periodo constituyente.

Hamás las presenta como parte de un proceso de renovación y aumento de la religiosidad, que continúa los éxitos de la lucha en Iraq, de Hezbolá en Líbano, y sobre todo, de la suya en Palestina, que habría mostrado el camino a seguir: poder y urnas. Según Hamás, la caída de Hosni Mubarak, el 11 de febrero de 2011, alcanzaría a otros regímenes árabes autoritarios, como los de Jordania, Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, y fortalecería su posición en Palestina, tanto frente a Israel, con el que negocia la liberación de más de 1 000 presos palestinos a cambio de la devolución de Gilad Shalit -el 18 de octubre de 2011-,6 como frente a Fatah y la ANP, cuya actuación estaba en entredicho, más aún tras la publicación de los Papeles de Palestina (Al Jazeera, 2011; Freedland, 2011). No obstante, también se cuestiona el régimen cada vez más autoritario de Hamás, que celebra las revueltas árabes a la par que impide manifestaciones de apoyo a Tahrir, persigue a la oposición y restringe las libertades de expresión y movimiento.

En Cisjordania y Gaza aumentan las protestas populares que piden que cese la división, y tanto la ANP como Hamás anuncian reformas. La ANP acuerda pedir a la ONU que Palestina sea reconocida como Estado miembro.7 Hamás, sin dejar de defender la resistencia, se centra en temas de gobierno que atañen a toda Palestina -retorno de los refugiados; presos; Jerusalén-. El contexto ayuda. El gobierno de Mohamed Morsi, que no rompe los acuerdos con Israel, reconoce a Hamás y al principio facilita el tráfico por los túneles y abre el paso de Rafah (ICG, 2012a). En Gaza se aceleran los trabajos de reconstrucción, crece la economía y se pueden pagar los salarios de los más de 40 000 nuevos empleados públicos, y aunque la mejora repercute en toda la Franja, beneficia más a Hamás que a la clase mercantil tradicional (Baconi, 2018).

Por su parte, el Cuarteto trata de reanudar el proceso de paz y Egipto media en la reconciliación palestina, que culmina en el acuerdo de El Cairo, el 24 de abril de 2011. Ambas partes se comprometen a una reforma de la OLP previa a la unificación de las instituciones, la reactivación de la legislatura y la futura formación de un gobierno de independientes; y admiten la negociación de la ANP con Israel (Rabbani, 2013). El acuerdo provoca tensiones en Hamás; el liderazgo interior dice no haber sido consultado y se opone a este tipo de negociación por ser una pérdida de tiempo, según Mahmud al-Zahar.

Mientras los cambios en Egipto favorecen en un principio a Hamás, el levantamiento en Siria y su brutal represión por el régimen de Bashar al-Ásad llevan al movimiento a un cambio de estrategia en sus alianzas. En febrero de 2012, Hamás abandona el “eje de resistencia” sirio-iraní y traslada la sede de su Buró Político de Damasco a Doha. Ismail Haniyeh defiende públicamente su apoyo al pueblo sirio y las revueltas árabes, y se reanudan las conversaciones entre Fatah y Hamás. En Doha, Mahmud Abbas y Khaled Meshal acuerdan la formación de un gobierno tecnocrático interino, presidido por Abbas, hasta la celebración de unas elecciones legislativas planteadas para el mes de mayo. El acuerdo, cuyas concesiones hay que entender en el marco de la ruptura con Irán y la pérdida de ayuda económica y militar que conlleva, pilla por sorpresa a Israel y a muchos palestinos. Dentro de Hamás, que está en un proceso de elecciones internas, las discrepancias son similares a las provocadas por lo acordado en El Cairo meses antes. Israel, por su lado, sigue una doble estrategia: militar -operación Eco Retornado, del 9 de marzo de 2012- y de aislamiento de Hamás en Gaza.

Las tensiones no sólo proceden del acuerdo. Hamás tiene dificultades para mantener su política dual, de resistencia y gobierno. Por un lado, debe avanzar en la reconstrucción y asegurar la gobernanza, para lo que necesita mantener la calma con Israel; por el otro, precisa seguir su línea de resistencia, que se pone en cuestión por su represión de grupos como la YI y los salafistas yihadistas takfiríes, en especial Ansar Baytal-Maqdis y el Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés;8 Milton-Edwards, 2014). A esto se añade la inestabilidad provocada en el lado egipcio tras la liberación de miles de presos islamistas. Desde agosto, los in-cidentes violentos aumentan: un atentado en el Sinaí mata a 16 policías egipcios y Morsi ordena un amplio despliegue militar en la zona, cierra los túneles y el paso de Rafah; desde Gaza se lanzan cohetes sobre Israel, atribuidos a la YI y las BIQ (ICG, 2012b). El 14 de noviembre, Ahmed Jabari, el líder de las BIQ que había negociado la devolución de Shalit, muere en un “asesinato selectivo” israelí. Al día siguiente, se lanzan desde Gaza más de 150 cohetes, uno alcanza Tel Aviv; e Israel empieza la operación Pilar de Defensa y anuncia el llamamiento a los reservistas.

Hosny Salah-Pixabay ( Mujeres en Gaza, abril de 2018.

La guerra dura ocho días. Hamás, que demuestra su capacidad de resistencia en esta guerra asimétrica, con el aumento de sus capacidades técnicas mediante cohetes de largo alcance, de entre 15 y 30 millas -Katiuskas y Grad rusos-, superiores a las 6 millas de los Qassam (Davis, 2016), vuelve a presentarse como el vencedor, aun con el precio del elevado número de víctimas -166 muertos y más de 1 000 heridos- (ICG, 2012b). Los términos del cese al fuego acordado con Israel, similar al firmado tras la guerra de 2008-2009, parecen confirmarlo: apertura de los pasos de Gaza; cese de los ataques israelíes por tierra, mar y aire; final de los asesinatos; cese de las hostilidades de todas las facciones palestinas desde Gaza. Meshal, reelegido por tercera vez al frente del Buró Político, visita Gaza en diciembre; en su discurso defiende la resistencia y reclama toda Palestina. La opinión pública también se inclina por la vía seguida por Hamás, apoyada por 67% frente a 28% que prefiere la seguida por Abbas (PSR, 2012; 2013a; 2013b; 2013c; 2014).

Golpe en Egipto, gobierno de unidad palestino y tercera guerra de Gaza

La caída de Morsi en Egipto, el verano de 2013, cambia las tornas para Hamás. El movimiento es atacado por Egipto; declarado terrorista por Arabia Saudí; reprimido por los Emiratos Árabes Unidos; acusado por la ANP de interferir en asuntos extranjeros, por apoyar a los HHMM egipcios; cuestionado por movimientos de protesta en Gaza, que ya antes del golpe exigían la reconciliación con Fatah, a los que se suma Tamarod;9 y sobre todo, enfrenta una grave crisis económica y social tras la destrucción de la mayor parte de los túneles por el ejército egipcio (OCHA, 2013). El movimiento se encuentra frente a una nueva encrucijada sobre qué vía seguir, sin abandonar su estrategia dual (Kear, 2019). Sus intentos de acercamiento al ejército egipcio no tienen éxito. Tampoco lo tiene el lanzamiento de cohetes -reivindicado en su mayor parte por la YI-, que Hamás reduce de modo paralelo a la caída del apoyo a la violencia en las encuestas: 43.8% en marzo de 2013, 43.4% en septiembre de 2013, 42.9% en diciembre de 2013 y 39.6% en marzo de 2014 (PSR, 2013a; 2013b; 2013c; 2014). El contexto geopolítico regional también ha cambiado. Qatar, presionado por Egipto y Arabia Saudí, presiona a su vez a los palestinos para que lleguen a un acuerdo, que se firma en Shati, Gaza, en abril de 2014, cuando los intentos de John Kerry de reanudar el proceso de paz ya están rotos.

El nuevo gobierno de unidad -el primero desde 2007- se forma en junio, sin ningún miembro de Hamás. Se admite que las fuerzas de seguridad de la ANP controlen los pasos de Gaza y se aceptan las condiciones puestas por el Cuarteto para recibir la ayuda internacional -no violencia, respetar los acuerdos pasados y reconocer a Israel-. El gobierno es reconocido por Estados Unidos, aunque éste presiona para que el acuerdo no cuaje, al temer la reactivación de un Consejo Legislativo con mayoría de miembros de Hamás (Thrall, 2014). La reacción de Israel es negativa, Netanyahu se niega a negociar con un gobierno en el que participe Hamás y afirma que Abbas debe elegir o la paz con Hamás o la paz con Israel, porque ambas son incompatibles.

El 12 de junio tres jóvenes israelíes son secuestrados y asesinados en Hebrón. Hamás niega su responsabilidad en el atentado (Eldar, 2014). Unos 7 000 soldados israelíes penetran en Cisjordania en busca de los jóvenes; más de 300 palestinos son arrestados; se establece el toque de queda; aumentan los controles. El 30 de junio se encuentran los cuerpos. Dos días después, en Jerusalén oriental, unos jóvenes israelíes secuestran, torturan y queman vivo a un joven palestino.

El bloqueo y la violencia continúan. Aumenta el lanzamiento de cohetes desde Gaza, y el gobierno de Netanyahu, que argumenta cuestiones de seguridad -de los 32 túneles encontrados, 14 penetraban en territorio israelí (AGNU, 2015)-, lanza la operación Margen Protector. La guerra, que dura 51 días, destruye parte de la capacidad militar de Hamás. En ella mueren más de 70 soldados israelíes y más de 2 200 palestinos, de los cuales más de la mitad son civiles, y entre ellos, más de ٥٠٠ son niños; miles de casas quedan destruidas, dejando sin techo a más de 100 000 palestinos, y sólo 10% tiene acceso a agua potable (Filiu, 2015; Breaking the Silence, 2014). Hamás, que también utiliza misiles de largo alcance, aprovecha el caos para llevar a cabo asesinatos de sus oponentes (AI, 2015).

Cambios y adaptación: de la guerra de 2014 a la actualidad

Gaza, una prisión a cielo abierto, que de no remediarse, en 2020 sería inhabitable (UNCTAD, 2015), queda devastada por la guerra. El gobierno de Hamás sigue enfrentando enormes dificultades financieras, materiales y sociales. Al bloqueo y la pérdida de ingresos procedentes del tráfico en los túneles y la ayuda exterior hay que sumar las críticas internas, tanto de las protestas sociales como las del ala radical, que pide reactivar el eje de resistencia y acercarse a Hezbolá e Irán, además de las procedentes del islamismo radical y el ISIS.

En agosto de 2014 se acuerda un cese al fuego entre Israel y la OLP -no Hamás, como en los anteriores-, cuyas condiciones se refieren tanto a Gaza como a Cisjordania, frente a la pretensión israelí de tratar a ambas por separado (Baconi, 2018). El gobierno de unidad se reúne por primera vez en octubre. Abbas lo disuelve en junio de 2015, debido a la imposibilidad de gobernar en Gaza, controlada en su totalidad por Hamás. Poco después, decenas de miembros de Hamás son arrestados por la ANP en Cisjordania. A estas tensiones con la ANP hay que sumar el enfrentamiento con el ISIS, que amenaza con borrar a Hamás de la faz de la tierra, junto a Fatah e Israel, por haber firmado una tregua de 10 años y por no aplicar la ley islámica, y que atenta en Gaza contra miembros de Hamás. Aunque no cesan las acciones y las represalias entre Israel y Gaza, ambos evitan una escalada que lleve a una nueva guerra.

Hamás, que en mayo de 2017 reintrodujo la pena de muerte, nada entre dos aguas, tanto en el plano interno como en el internacional. Dentro, reprime con dureza a la oposición: la de los presuntos “colaboradores”, la radical islamista y las protestas sociales contra el aumento del coste de la vida (Shakir, 2019). A la par, trata de conjugar las tensiones internas y apoya movimientos sociales de protesta civil no originados en Hamás, como la Gran Marcha del Retorno, a la que trata de cooptar tras el punto de inflexión del 15 de mayo -aniversario de la Nakba palestina-, que abre de nuevo paso a la violencia como instrumento y reanuda el ciclo violencia, cese al fuego, calma, nueva violencia. Por otro lado, Hamás busca nuevos apoyos, en una región en la que la cuestión palestina ha ido quedando en un lugar casi marginal, y trata de mantener un perfil bajo en las luchas internas del mundo árabe, marcadas por la rivalidad Irán-Arabia Saudí, en la que la administración de Donald Trump en Estados Unidos, apoyada por Israel, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, desempeña un papel central (Postel y Hashemi, 2018; ICG, 2018; Baconi, 2019). En esa línea van los discretos acercamientos a Irán desde 2016, y también a Egipto y los Estados suníes, así como su disposición a negociar con Israel. Todo ello en un marco de cambios acelerados dentro del movimiento, inmerso en un proceso electoral interno que, en febrero de 2017, escoge como su líder en Gaza a Yahya Sinwar, primer miembro del ala militar de Hamás, las BIQ, elegido para un cargo político. Haniyeh, a quien sustituye en el puesto, es elegido a su vez al frente del Buró Político en mayo de 2017, que Meshal presidía desde 2004, tras el asesinato de Rantisi.

Ya hacía tiempo que en Hamás se habían hecho alusiones a la modificación de la Carta de 1988, pero en mayo de 2017 se hace público el nuevo Documento Político, que sin abandonar su rechazo de la “entidad sionista” y sin renunciar de manera explícita a los principios de la Carta, modifica algunos de sus puntos fundamentales. En la línea que comenzaran el Ennahda en Túnez y los HHMM de Jordania, Hamás se desliga de los HHMM egipcios y se presenta como un movimiento islámico palestino de liberación nacional, para afirmar su compromiso con lo que considera una “fórmula de consenso nacional”: un Estado palestino soberano dentro de los límites del 4 de junio de 1967, con Jerusalén como capital y retorno de los refugiados y desplazados a los hogares de los que fueron expulsados. En él, Hamás se declara a favor del pluralismo, la democracia, el diálogo y la construcción de instituciones nacionales plurales, basadas en principios democráticos, así como a favor de la celebración de elecciones libres (Hamas, 2017). En octubre se firma en El Cairo un nuevo acuerdo de reconciliación, el cuarto desde 2007, también con escasos resultados, aunque en mayo de 2018 Hamás vuelve a afirmar que la OLP es el marco nacional para todos los palestinos.

(In)Conclusión

A pesar de todas las afirmaciones en pro de la paz, la unión palestina y la resolución pacífica del conflicto, la defensa de los dos Estados se va debilitando, con dudas sobre su viabilidad y pertinencia social y política (Cammack, Brown y Muasher, 2017; Milarwin e Issacharoff, 2019; PSR, 2017a; 2017b; 2018; 2019; Peace Index, 2018). Lo que se dibuja a lo largo de estas décadas son estrategias plurales, más que duales, en las que Hamás se adapta, enfrenta y colabora, tanto con Israel como con el movimiento nacional palestino y la ANP, en una estrategia que se refleja del lado israelí en una suerte de espejo invertido, por lo similar y lo asimétrico. Parecería que los responsables con capacidad de acción -palestinos, israelíes, árabes, comunidad internacional- no optan por la solución, reiterada en los acuerdos, establecida en las resoluciones de la ONU y defendida por los diferentes líderes políticos, incluido Hamás en sus declaraciones de los últimos años, sino por la gestión del conflicto dentro de unos límites que eviten su fatal desbordamiento. Para ello han recurrido a la violencia, el mantenimiento de la fragmentación y la política del “divide y vencerás”, así como a recursos retóricos y narrativos que convierten un problema político, fruto de una acción política, en una cuestión humanitaria, en especial en el caso de Gaza, al apelar, cuando la situación amenaza con desbordarse, a medidas asistenciales o paliativas del bloqueo, ignorando que éstas no son eficaces si no se hace frente a la verdadera cuestión, que es política, y requiere, por lo tanto, un planeamiento político que no se reduzca a los aspectos humanitarios, o bien, a los militares (Barreñada et al., 2018).

No hay un único responsable ni se trata de un juego de suma cero. En el proceso que ha llevado hasta hoy han intervenido e intervienen muchos actores, no sólo palestinos e israelíes, sino también árabes e internacionales, cuyas acciones entrelazadas tejen una madeja difícil de desenmarañar, que exigirá cortar nudos gordianos para seguir adelante. Está, en primer lugar, la ocupación israelí del territorio palestino desde junio de 1967. Sin este punto de partida no se comprenden los procesos de formación de movimientos de resistencia palestina, entre los que se encuentra Hamás. Cabría preguntarse si el mantenimiento de Hamás en el poder en Gaza sólo interesa al movimiento o si también puede ser funcional para aquellos que, como parte de la derecha israelí, y en gran medida en línea con el “gran acuerdo del siglo”, ven en la fragmentación palestina la receta más segura para impedir la creación de un Estado independiente y para asegurar la división final de Gaza y Cisjordania, con lo que se daría el carpetazo definitivo a un Estado palestino en los límites del 4 de junio de 1967 (Rapoport, 2019). Hamás puede ser también un instrumento útil en la medida en que controla y reprime los movimientos islamistas radicales del Sinaí y Gaza. Aunque Hamás ha acusado a Israel de boicotear en forma sistemática todos los intentos de unidad palestina, también es cierto que el movimiento ha puesto trabas constantes a toda cesión a la ANP de su control del aparato de seguridad en Gaza. También, hasta hoy, Fatah no ha estado dispuesto a arriesgarse a una nueva convocatoria electoral ni a ampliar eficaz y proporcionalmente la composición de la OLP. Habrá que contar con todos los actores, incluido Hamás, si se quiere llegar a una solución en este proceso que parecería el cuento de nunca acabar o un ejercicio continuado de “estira y afloja”, si no fuera, en realidad, una trágica repetición del tormento de Sísifo.

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1Hamás sigue la línea de participación política que comenzaran otros movimientos islamistas, como el Frente Islámico de Salvación argelino —cuyo triunfo electoral en la primera vuelta de las elecciones de 1991 fue abortado por el golpe de Estado que impidió celebrar la segunda vuelta— o como Hezbolá, el movimiento chií libanés.

2Adaptación, dado que el contexto en el que Hamás actúa no es el de un Estado. Para Crenshaw, el terrorismo revolucionario es “parte de una estrategia de insurgencia en el contexto de guerra o revolución interna: el intento de lograr el poder político de un régimen establecido de un Estado” (1972: 384).

3Así denominados porque, tras su expulsión de Líbano en 1982, el cuartel general de la OLP se traslada a Túnez.

4También traducido como “nacionalismo”. Véase Gómez (2018: 405).

5Firmado por Fatah, Hamás, YI, FPLP y el Frente Democrático por la Liberación de Palestina.

6Gilad Shalit, soldado israelí secuestrado el 25 de junio de 2006 en el puesto militar israelí próximo al límite con Gaza. El secuestro fue reivindicado por las Brigadas Naser Salah Al Din —brazo armado de los Comités de Resistencia Popular—, las Brigadas Al Qassam de Hamás y un nuevo grupo, el Ejército del Islam, escindido de los Comités (López, 2007).

7El CSNU discute a puerta cerrada la petición. El 29 de noviembre de 2012, la ONU concede a Palestina el estatus de Estado observador.

8También conocido como el Dáesh, por su acrónimo en árabe.

9En árabe, tamarod significa rebelión. El movimiento palestino, con el mismo nombre que el movimiento egipcio, que también reivindica la libertad, la dignidad y la justicia social, se presenta en julio de 2013 como una iniciativa independiente, desvinculada de cualquier partido, que intenta hacer oír la voz de los jóvenes y potenciar su participación política (Al-Ghoul, 2013).

Recibido: 29 de Noviembre de 2019; Aprobado: 04 de Febrero de 2020

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