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Desacatos

versión On-line ISSN 2448-5144versión impresa ISSN 1607-050X

Desacatos  no.4 Ciudad de México  2000

 

Saberes y razones

 

Comentario

 

Jacques Gabayet Jacqueton*

 

* FLACSO-México.

 

En una publicación como ésta, el eje central es la unidad de cada parte con el todo; una unidad que se vea apuntalada por cada uno de sus componentes, y podemos decir, sin lugar a dudas, que éste es uno de los méritos de esta singular revista.

Sin embargo, esta unidad debe remitirnos, necesariamente, a un marco teórico que, aunque no es el quehacer de una publicación de este tipo, invita o clama por esta referencia comprensiva.

En otras palabras, la problemática del racismo en la construcción de las identidades o en el ámbito de la religión o en la construcción de las naciones y de los nacionalismos ha tenido, en lo que va de este siglo, trabajos teóricos que forman el marco teórico al que nos referimos y esto no nos parece casual.

La historia del siglo pasado y de este fin de milenio está saturada de intolerancias, por lo cual, para múltiples pensadores, es totalmente insuficiente su compresión sin una explicación que aborde las identidades y la formación de las naciones.

Esta temática, abordada por eruditos, no está desligada de las realidades históricas de estos dos siglos; la motivación de estos estudiosos del tema es una profunda preocupación por el devenir de la humanidad en su conjunto.

No existe aporte sistemático sobre estos temas que no esté ampliamente documentado sobre los peligros de racismo e intolerancia que las construcciones de identidad y nacionalismos parecen llevar en su seno.

Todos los textos publicados en esta revista contienen contribuciones sustanciales sobre esta temática que tanto ha preocupado a los teóricos fundamentales de las identidades y del nacionalismo.

Lo primero que haremos será rescatar muy someramente los puntos básicos que han aportado algunos de los intelectuales preocupados por estos temas, relacionados directamente con los contenidos y aportes de esta publicación, para después invitar a la lectura de éstos, narrando sus puntos más significativos.

Decíamos, que la particularidad de cada una de las contribuciones de esta revista nos lleva directamente a la necesidad de un marco teórico, por lo que nos vemos obligados a señalar que una cosa es haber contribuido a la construcción de una identidad y, otra muy diferente, haber realizado un análisis crítico de ella.

E. Renan, al escribir su obra ¿Qué es una nación? 1 contribuyó a la construcción de la nación francesa, pero no nos dio las herramientas para comprender críticamente el fenómeno nacional, sin embargo, al igual que con su oponente teórico J. G. Fichte,2 un buen conocedor de la problemática nacional no puede prescindir de la lectura de éstos y otros muchos autores que son el material a criticar por parte de los estudiosos de este fenómeno histórico.

Tanto Octavio Paz como Carlos Fuentes, José Vasconcelos o Andrés Molina Enríquez son constructores de la llamada identidad nacional mexicana y, al igual que en Renan o Fichte, existe una ausencia de las herramientas críticas para comprender el fenómeno.

Esta problemática nos lleva, directamente, a una de las afirmaciones realizadas por uno de los teóricos que sí nos permite comprender el fenómeno de la identidad y del nacionalismo. Me refiero a la advertencia del historiador Eric Hobsbawm sobre la necesidad de no pertenecer al cuerpo de las ideas que conforman una identidad, para poderla comprender; el ejemplo que trae a colación es sintomático, pues alude a la imposibilidad de un creyente de la religión judía de poder comprender y ser crítico de esta religión.3

Y con esta advertencia tenemos para empezar una de las ideas centrales desarrollada por los críticos de las identidades y de los nacionalismos que nos permitirá comprender lo dicho en el párrafo anterior. Nos referimos al señalamiento realizado tanto por el que a nuestro parecer es el teórico más importante en estos temas, Hans Kohn, como por otros teóricos, al describirnos con toda precisión, una de las características de la construcción de las naciones: la edificación de una fidelidad religiosa a la patria, la edificación de una indiscutida pertenencia, o el término utilizado por el escritor de Historia del nacionalismo, H. Kohn, de una lealtad4 por encima de cualquier otra cosa. No casualmente, termina esta característica indicando que la vida misma debe de ser sacrificada a esta pertenencia. Este es el carísimo precio de la nueva lealtad.

Hallamos, en diferentes períodos de la historia y en civilizaciones distintas, diversos grupos a los que se ha concedido esta lealtad suprema. El período de la historia moderna que empieza con la Revolución francesa se caracteriza por el hecho de que en él, y sólo en él, la nación exige del hombre su lealtad suprema, de que todos los hombres, no sólo ciertos individuos o clases, son atraídos hacia esta lealtad común y de que todas las civilizaciones (que hasta esa época reciente seguían sus propias vidas, a menudo tan diversas), quedan ahora bajo el dominio cada vez más poderoso de esta suprema conciencia del grupo que es el nacionalismo.

No hemos escrito "nueva lealtad" casualmente, Eric Hobsbawm, Hans Kohn y Benedict Anderson, son algunos de los teóricos críticos indispensables para iniciar una comprensión crítica de las identidades y del nacionalismo, y estarían plenamente de acuerdo en que esta lealtad viene necesariamente a suplantar viejas adherencias, pertenencias que son necesariamente destruidas por la nueva identidad.

Los períodos importantes de la historia se caracterizan por la circunferencia dentro de la cual se extiende la simpatía del hombre. Estos límites no son fijos ni permanentes, y a sus cambios acompañan grandes crisis de la historia. El pueblo de la "Isla de Francia" sentía en la Edad Media violenta antipatía y desprecio por la gente de Aquitania y Borgoña...

La familia china era hasta hace muy poco tiempo, el límite de la simpatía, y se dejaba muy poca o ninguna lealtad y afecto a la nación, o cualquier grupo social más amplio.

A principios del siglo XIX en el mundo occidental, y del XX en el oriental, la circunferencia quedó señalada por la nacionalidad. Estos cambios supusieron, en muchos casos, la fijación de nuevas líneas de demarcación. La nueva manera de agrupar a los hombres según nuevas formas de organización y su integración alrededor de nuevos símbolos, ganó un impulso desconocido hasta entonces. El rápido incremento de la población, la difusión de la educación, la influencia creciente de las masas, las nuevas técnicas desarrolladas gracias a la información y la propaganda, dieron al sentimiento nacional una intensidad permanente, que pronto lo hizo aparecer como algo "natural", que había existido siempre y que siempre existiría... 5

Tampoco hemos escrito casualmente "necesariamente destruidas", porque las identidades construidas se realizan siempre en oposición a otras de las que, por razones múltiples necesitan diferenciarse, por ejemplo el de la cristiandad que construye Occidente en directa satanización de lo judío o de lo árabe, como nos demuestra brillantemente el artículo de Guy Rozat Dupeyron contenido en esta revista.

Lealtad construida en directa y necesaria oposición de otros y destructora de anteriores pertenencias, son las categorías analíticas que nos describen estos analistas como características inherentes de la construcción de las naciones y de los nacionalismos.

Con mucho mayor énfasis que Hobsbawm o Anderson, Hans Kohn indicará que la construcción de la identidad nacional recupera, para la creación de esta nueva lealtad homogeneizadora, el meollo de lo religioso, pues la función de ésta es volver a ligar lo desmembrado, re-ligare.

Por esta razón incluirá en su libro un análisis de la cohesión del pueblo hebreo y del griego, pues ellos fueron los primeros en crear el conjunto de ideas que nutrieron las ideologías constructoras de los nacionalismos. Para los primeros, la idea de pueblo elegido por Dios y los pertenecientes a otras religiones, evidentemente vislumbradas como falsas, es el gozne de su diferenciación, así como para los griegos lo fue la idea de civilización y de bárbaros, que es por donde inicia precisamente Lothar Knauth su análisis, poniendo de manifiesto estos aspectos de la filosofía aristotélica.

Pero esto no es todo, la idea del otro y la de lealtad requieren, también, de la fundamentación de una ética y la de una misión a cumplir acorde con ésta, según nos indica Hans Kohn.

Por esta causa, Benedict Anderson, para describirnos esta lealtad acreedora de tu vida, llamará a los nacionalismos "comunidades imaginadas" y Eric Hobsbawm describirá estas construcciones históricas modernas como míticas.

El siglo de la Ilustración, del secularismo racionalista, trajo consigo su propia oscuridad moderna. Con el reflujo de la creencia religiosa no desapareció el sufrimiento que formaba parte de ella. La desintegración del paraíso: nada hace a la fatalidad más arbitraria. El absurdo de la salvación: nada hace más necesario otro estilo de continuidad. Lo que se requería entonces era una transformación secular de la fatalidad en continuidad, de la contingencia en significado. Como veremos más adelante, pocas cosas eran (son) más propicias para este fin que una idea de nación.6

La deuda con el esquema mesiánico de la religión judía puesta en evidencia fundamentalmente por Hans Kohn, nos lleva de la mano ante la evidencia de su construcción religiosa y, por lo tanto, intolerante. Veamos todos los aspectos señalados por este autor.

El desarrollo del nacionalismo ha influido en la historiografía y en la filosofía de la historia, haciendo que cada nación posea su propia interpretación de los hechos históricos, gracias a lo cual no sólo se siente diferente de todas las demás nacionalidades, sino que da a esta diferencia un significado fundamental metafísico. El hombre siente que debido a su nacionalidad ha sido escogido para determinada misión especial, y que su realización es esencial a la marcha de la historia y aun a la salvación de la humanidad.7

En este pequeño párrafo tenemos condensado todo el problema. Un significado fundamentalmente metafísico, en el que filosofía e historia colaboran para diferenciarse del otro, y que, además, logra embaucar a los miembros de esta nueva "colectividad" supuestamente "homogénea", en una idea de salvación del otro o de la humanidad (que puede incorporarse, negándose o siendo exterminado).

Pero la diferenciación con el otro es, como hemos indicado, el resultado de un proceso histórico en el que, al mismo tiempo, se edifica una pertenencia negando otras fidelidades. Pongamos un ejemplo, el fraccionamiento medieval de Europa fue combatido por las monarquías progresistas, realizando muchas de las labores impulsadas por el naciente tercer estado, moneda única, legislación impulsada por un Estado centralizador, utilización de una sola lengua inicialmente en los procesos jurídicos, etcétera.

El resultado de esta batalla contra diferentes fidelidades religiosas y políticas culminará con una negación de las antiguas pertenencias y de la fórmula de súbdito de la monarquía francesa: no serás más un campesino, súbdito del señor de Toulouse, ni el bretón seguirá manteniendo su fidelidad a su región y sus poderes fraccionados, sino que empezarán a ser todos súbditos de la naciente Corona francesa.

Posteriormente, como todos sabemos, la maquinaria estatal fue perfeccionada por la nueva clase que destruyó a la nobleza y a la monarquía, y los millares de campesinos que antes nada tenían de franceses, por una adhesión política a los principios de la Revolución francesa, se vuelven voluntariamente franceses. Lo que nos interesa señalar es que antes no lo eran, el proceso de francesización y de supuesta homogeneización será culminado tanto por medio de la educación gratuita que ofrecerá el Estado, como por otros medios, por ejemplo la ideología con la que se adoctrina en el ejército, por supuesto nacional.

Por eso, los estudiosos de la creación de las identidades y en particular del nacionalismo, insistirán en que esta homogeneización, de gente que antes tenía fidelidades variadas, está en la base del nacimiento de las sociedades modernas.

Como decíamos, los teóricos del nacionalismo han recurrido al pensamiento crítico para desentrañar su naturaleza básicamente intolerante, encontrando que uno de sus fundamentos: la edificación de una homogeneidad, es la base de una ideología encubridora de la verdadera naturaleza de la sociedad contemporánea, la de ser una sociedad dividida en clases sociales antagónicas.

Por último, se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas se maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas.

Estas muertes nos ponen súbitamente frente al problema central planteado por el nacionalismo: ¿qué hace que las imágenes contrahechas de la historia recientemente (escasamente más de dos siglos) generen sacrificios tan colosales? Creo que el principio de una respuesta se encuentra en las raíces culturales del nacionalismo.8

Por esa razón señalará Hans Kohn que en la recuperación del esquema religioso, realizado por el pensamiento nacionalista, encontramos la misma perspectiva intolerante que vemos en la edificación de la herejía en las inquisiciones. Traidor a la patria es la fórmula heredada, útil para reprimir la diferencia política cuando el llamado a la ineludible lealtad patriótica está en juego; de la misma manera el señalamiento y la edificación del enemigo "extranjero".

El hombre, hasta hace unos cuantos siglos, debía lealtad a la iglesia, a su religión; el hereje se colocaba fuera de la órbita de la sociedad, tal como hoy se coloca el "traidor" con respecto a su patria. La estabilidad de la lealtad suprema del hombre con respecto a su nacionalidad señala el principio de la era del nacionalismo.9

Otro de los aspectos de mayor trascendencia para comprender los artículos de esta revista, es el señalado en la cita incluida párrafos anteriores, en la que se indica cómo cada país que se va conformando lo hace con su supuesta filosofía propia, narra una historia particular de su origen y de su desarrollo (inmemorial y mítico).

Para los franceses, por ejemplo, el término utilizado por uno de sus más grandes historiadores, Jules Michelet, es el de pueblo elegido, pues su misión sagrada era la de llevar los principios de las libertades políticas, por las que luchó en la revolución de 1789, al mundo entero. Vemos allí el aspecto salvacionista indicado por Hans Kohn, pero también podemos apreciar el que la historia es una de las herramientas básicas utilizadas por el Estado para construir la pertenencia a la nación francesa, creando la idea (falsa, por supuesto) de una ascendencia común, y de allí, como indica Benedict Anderson, la de una "comunidad imaginaria" homogénea.

De la misma manera fue la construcción de patriotas en otros lugares que en el transcurso de pocos siglos transformó a comunes mortales en ingleses, alemanes o mexicanos. En respuesta íntima a la filosofía que Francia llevó como estandarte de su nación (y que es de origen inglés), la Ilustración, los todavía no alemanes, desde su atraso político y social, contestaron filosóficamente a ésta llegando a su clímax con los pensadores románticos (filósofos incluidos), que subidos en los hombros de Herder y la defensa de la particularidad cultural de los pueblos (el famoso espíritu del pueblo), entregaron a la casta militar la construcción de la atrasada nación. De esta manera construyeron su identidad con herramientas teóricas y filosóficas muy diferentes a las de los franceses, pero siempre con la idea de superioridad que caracteriza a todo nacionalismo. Sus argumentos se cifraban en la lengua, la tradición, en sus formas históricas de derecho (básicamente feudal) y en valorar a las formas tradicionales campesinas no contaminadas por el frío cálculo monetario, calificadas de extranjerizantes y corrompedoras del genuino espíritu alemán, desde Lutero.

En los clásicos del análisis del surgimiento de las naciones y de los nacionalismos encontramos esta diferenciación elemental de las naciones que se construyen con una fuerte participación del tercer estado: conforman y construyen su identidad nacional inspirados en las ideas de la Ilustración; individualistas y progresistas, en el que la idea del otro es básicamente la del salvaje a liberar, pues vive bajo el despotismo asiático en una de sus versiones o simplemente en el atraso; y, la otra, la denominada nacionalismo cultural, edificada fundamentalmente por los alemanes en franca controversia con el cuerpo de ideas creadas por ingleses y franceses.

Sobre este último otro pensador interesante sobre nuestros temas, dirá:

Aunque la influencia no fue directa (se refiere a Justus Moser) éstos son los mismos tonos que uno oye en las obras de Burke y muchos otros escritores posteriores, románticos, vitalistas, intuicionistas e irracionalistas, tanto conservadores como socialistas, que defendieron el valor de las formas orgánicas de la vida social. El famoso ataque de Burke contra los principios revolucionarios franceses estaba fundado sobre el mismísimo llamado a los "miles de hilos" que atan a los seres humanos dentro de un todo históricamente sagrado, contrastado con el modelo utilitario de sociedad visto como una compañía de negocios que se mantiene unida sólo por obligaciones contractuales, con el mundo de "economistas, sofistas y calculadores" que están ciegos y sordos a las relaciones inanalizables que hacen una familia, una tribu, una nación, un movimiento, cualquier asociación de seres humanos que se conservan juntos por algo más que las ventajas mutuas, o por la fuerza o por cualquier cosa que no es el amor mutuo, la lealtad, la historia común, la emoción y los conceptos. Este énfasis, durante la última mitad del siglo XVIII, sobre factores no racionales, conectados o no con relaciones religiosas específicas, que hace hincapié en el valor de lo individual, lo peculiar (das Eigentümliche), lo impalpable, y hace referencia a las antiguas raíces históricas y costumbres inmemoriales, a la sabiduría de sencillos y macizos campesinos no corrompidos por las complicaciones de sutiles "razonadores", tiene implicaciones fuertemente conservadoras y, ciertamente, reaccionarias... estas doctrinas constituyen claramente una resistencia a los intentos de una reorganización racional de la sociedad en nombre de una moral universal y de ideales intelectuales.10

En la revista que tenemos en nuestra mano encontramos dos artículos que hacen un recuento pormenorizado e histórico de cómo la intolerancia y el racismo son parte indiscutible de la formación de identidades: el de Lothar Knauth y el de Guy Rozat Dupeyron. Los otros tres siguientes abordarán temáticas que comprueban las tesis antes mencionadas de los teóricos del nacionalismo, pero para el caso particular de México, por lo que iniciaremos a definir las temáticas elaboradas en los dos primeros, tratando de mostrar los aportes significativos de cada uno de los cinco artículos.

En "Los procesos del racismo" Lothar Knauth hace un recorrido teórico-histórico de lo que clasifica como el racismo y su desarrollo. Realizando una de las recuperaciones que son indispensables para el tema, mostrará el concepto de bárbaro acuñado en la obra de Aristóteles, que ha sido históricamente una de las fuentes de legitimidad ideológica de las clases dominantes en las que se han sustentado las muy diversas formas de subordinación, explotación y discriminación (por la naturaleza). Pero, consciente de que el fenómeno no se circunscribe únicamente a Occidente, nos indicará la presencia de intolerancias similares en la cultura de China.

Prosigue su análisis con la caracterización del otro, propia de los pensadores inspirados en el pensamiento Ilustrado, continuando con los análisis "científicos" que llegan a comparar, en sus analogías zoológicas, a otras razas con los primates, así como la continuidad de este racismo que indica la degeneración propia que sobreviene, según esta teoría racista, de la mezcla de razas.

Igualmente, Lothar Knauth expone y analiza las célebres ideas racistas del Conde de Gobineau o de Chamberlain que posteriormente utilizará el nacionalismo alemán con su teoría "científica" de la "superioridad" de la "raza" aria.

Su análisis también indica que la construcción de una identidad conlleva una contraposición con lo ajeno, lo extraño, que se relaciona fácilmente con el racismo y el etnocentrismo "que produce la xenofobia frente a la presencia del otro". Pues se sustenta en estereotipos propulsores de los prejuicios típicos del racismo.

En debate abierto con teorías que ubican el racismo como un fenómeno de reciente formación, nuestro autor indicará que en el marco de las religiones monoteístas, existen discursos moralizantes en los que el esclavismo no fue prohibido, de lo que podemos deducir que, la existencia de la idea del otro es citada como una de las fuentes históricas de un viejo racismo. Intentará igualmente y con el mismo fin, demostrar la existencia del racismo desde hace mucho más tiempo que el señalado por algunos autores, a los grandes sistemas comerciales, tanto musulmanes como cristianos y la presencia del racismo en ellos, pero indicará que es desde el siglo XV, con la expansión comercial ultramarina, realizada por elites mercantiles del mundo "blanco", cuando la existencia del racismo está claramente dibujada en relación con la raza negra. El relevo lo tomará la Corona española al dibujar su política de población hacia América con su idea de "pureza de sangre", que analizará nuestro autor como la segregación de los judíos en los países de Europa, como típico ejemplo de racismo hacia el interior de una sociedad. Mencionando al nacionalsocialismo como un nacionalismo en que se comprueban estas realidades del racismo.

El artículo de Guy Rozat Dupeyron, "Identidad y alteridades. El occidente medieval y sus 'otros'" es un análisis pormenorizado en el que se sigue, escrupulosamente, a algunos de los teóricos de la teología cristiana, ligados íntimamente a la construcción de las instituciones eclesiásticas y, por lo tanto, al poder de la iglesia que construyó una identidad del mundo cristiano como el verdadero mundo humano. Básicamente vemos discurrir al autor sobre la monopolización del saber y el encajonamiento de los valores con que la Iglesia modeló su dominio, destruyendo, como sabemos, todo tipo de paganismo, tan propio del mundo campesino ligado a la tierra y a la naturaleza. Asimismo menciona la persecución de cualquier propagador de ideas religiosas, que de no atenerse a los cánones elaborados por esta mirada desde el poder, que el autor ubica en Cluny y que irradia a muchas partes de Europa, será tratado de hereje y, por tanto, condenado a las llamas eternas del infierno o más generosamente, consumido en la hoguera. El recuento de ideas señaladas por Guy Rozat es sumamente interesante, pues como él mismo indica, varias de ellas fueron ideas centrales del luteranismo o de la Reforma, pero también de todos los movimientos críticos del poder de la Iglesia y de los señores feudales, Karl Manheim los llama quiliaismo orgiástico, y van desde los fraticheli italianos hasta los seguidores de Etiene Marcel en París o los ciompi, artesanos radicales de Florencia o los célebres levellers, ala radical del ejército de Cromwel y de su secretario particular; así mismo el autor del Paraíso perdido, John Milton, del que se rumora estaba en íntimo contacto con las sectas mesiánicas que inspiraron a los radicales de la famosa Revolución inglesa, o a los calixtinos que querían una sociedad igualitaria y que crearon con su comunismo ascético en el monte más cerca de Dios, el monte Tabor, para no olvidar a los anabaptistas que dieron cien mil campesinos muertos en heroico combate contra luteranos ligados a la clase noble que, trescientos años más tarde, construirán la antidemocrática Alemania. Estas herejías, indicadas como el blanco a destruir por la Iglesia, son las que nos explican los movimientos campesinos que se levantaron contra la injusticia y que llenan las hojas de la historia del mal querido "Occidente" en la lectura miope de los creadores de mitos intolerantes, tan de moda en estos días.

Cabe aclarar que estos movimientos heréticos tan combatidos por la Iglesia, sin embargo, en su reclamo por ser los verdaderos seguidores de la cristiandad y, a pesar de fincar su práctica en valores muy diferentes a los de la Iglesia, fueron igualmente intolerantes con los judíos, a los que caracterizaban con los mismos estereotipos que nuestro autor describe y que fueron el ariete de la construcción de una cristiandad que edificó, con su propia imaginación, los rasgos del Anticristo, de demoníaco, de no humano, de bestia, lasciva, etcétera con las que la diferencia identitaria de la cristiandad caracteriza al hereje, al judío y al musulmán.

Es sumamente importante señalar que Guy Rozat Dupeyron nos advierte sobre el sentido de este análisis del racismo en la cristiandad, básicamente el encuentro con el otro, pues dirá, refiriéndose a las culturas encontradas en América, que éste estaba cifrado desde las lecturas que había realizado la Iglesia en su construcción identitaria. Según esta interesante lectura, desde los mendicantes que llegan a América hasta Miguel León Portilla con su Visión de los vencidos, están enmarcados en esta dinámica de identidad de la cristiandad de la Iglesia católica de Roma en su lucha por el poder en el que tuvo que crear estereotipos en contra de herejes, judíos y musulmanes.

El artículo de Alicia Castellanos profundiza sobre temas que enriquecen una serie de trabajos realizados por ella misma y que tenemos la suerte de poder leer. Me refiero por ejemplo, al interesante artículo intitulado "Nación y racismos"11 en el que vendrían los elementos teóricos que darían el marco indispensable al artículo que presentamos.

Asimismo, el nutrido análisis realizado en el artículo que aquí presentamos, tiene vida propia y además cumple perfectamente con la secuencia lógica de los otros; en otras palabras, forman una totalidad.

En "Antropología y racismo en México" encontramos una erudita revisión de múltiples autores, básicamente antropólogos, que han elaborado diversas teorías sobre el racismo. El hilo conductor es una revisión de los diversos planteamientos, de sus aciertos y de sus errores, calificados desde una perspectiva que logra mostrar la complejidad de una caracterización del racismo.

Sin lugar a dudas, uno de sus fundamentales aciertos es identificar, con toda precisión, la íntima relación existente entre el nacionalismo, con una de sus características inherentes, la necesidad de homogeneizar a una población, y la elaboración del mestizo como depositario de los sagrados deberes de la patria.

La idea del progreso, ideal igualmente acariciado por los nacionalismos, como otra de sus características, plantea una realidad de amplias diferencias culturales, llamadas étnicas, ligadas a las sociedades que sostienen una inveterada relación con la tierra (lo que Marx llama una relación orgánica con su laboratorio natural, heredando el término orgánico del romanticismo alemán) que plantea para los ideólogos del nacionalismo mexicano el problema tan acudido en México, ¿cómo incorporarlos al progreso?.

Nuestra inteligente articulista demuestra paso a paso el talón de Aquiles de varios intelectuales —incluyendo al mismo Comas— que de combatientes contra el racismo caen bajo el embrujo de la defensa del mestizo, con argumentos que les hacen incurrir en un nuevo tipo de desprecio de las diversidades culturales que deben sucumbir en manos de la locomotora de la historia: el progreso.

No contenta con este indispensable ajuste de cuentas, lleno de reconocimientos de los avances realizados para la época en que se realizan y de sus debilidades teóricas, la autora avanza por la senda de los estereotipos del racismo, indicando su parentesco con el mito, forma de cohesión y delimitación, que logra mostrar hasta en sectores subalternos en relación con los de más abajo.

Tenemos, pues, un artículo que repasa esta problemática en numerosos autores que, sin lugar a dudas, invitarán al estudio de estos fenómenos y que nos acercan mucho al enfoque elaborado por Tzvetan Todorov, quien señala la peligrosa cercanía de la intolerancia y del racismo que tuvieron las ideas que entusiasmaron al movimiento de la negritud y de los nacionalismos caribeños inspirados en Aimé Césaire y Frantz Fanon, enfoque que nosotros retomamos indicando este añejo y apasionado problema, ¿es el mito una herramienta de liberación?, sobre todo si sabemos que éste es constitutivo de la identidad. Y volvemos a exponer el problema que magistralmente planteó Blas Pascal: "Dos extravagancias: excluir la razón, admitir sólo la razón." Que en esta época en que el progreso debe redefinirse radicalmente, y dar cabida a la diversidad y al universalismo suena muy necesario.

Por otra parte, el artículo de Jorge Gómez Izquierdo es un análisis sumamente interesante de uno de los grandes intelectuales que contribuyeron en la creación de varias de las ideas centrales que conforman las ideas del nacionalismo mexicano.

El seguimiento de su desarrollo teórico plantea, por lo mismo, la necesidad de comprender la causalidad de este desarrollo en el medio ambiente intelectual en el que se desarrolla y, cómo desde la perspectiva crítica que da el paso del tiempo y la desmitificación que la implacable historia realiza, podemos comprender su desarrollo sin dejar de indicar sus pifias.

Juan Comas Camps pertenece a una ilustre generación de combatientes preocupados por las barbaridades cometidas por el régimen nacionalista dirigido por los nazis alemanes. Coincidió con diversos intelectuales a escala mundial, que para combatir aquel régimen político se dedicaron a refutarlo en su legitimación racial que se basaba en la peregrina idea de la superioridad de la inexistente raza aria. Para ello, organizados en instituciones internacionales, realizaron múltiples análisis de tipo científico que destruían las teorías racistas del régimen alemán. Todo ello con la certeza de que la fundamentación científica era una herramienta invencible con la que desterrarían el racismo de la arena histórica.

Indicábamos que sólo el ambiente predominante de la época nos permitiría comprender el desarrollo de su pensamiento. Vemos al autor de este artículo describirnos la exclusión de Juan Comas de puestos de importancia por ser "extranjero", lo que nos recuerda enormemente la situación de un célebre judío, que interesado en las tradiciones culturales alemanas, propone a un músico la creación de la música para una vieja leyenda germánica, obteniendo como respuesta de este nacionalista alemán que no se mezclara en las cosas de los alemanes, pues como judío no tenía nada que ver con esa "comunidad"; me refiero a la anécdota narrada por Isaiah Berlin en la descripción de uno de los amigos de H. Heine y de Karl Marx: Moses Hess.

Nada menos que Juan Comas recibe esa afrenta y, en lugar de aprestarse a una batalla frontal con esta exclusión tan típica del pensamiento y práctica del nacionalismo mexicano, que es el ambiente cultural al que nos referíamos, cae subyugado ante el encanto de este canto de sirenas de la naciente nación a su vez subyugada por el imperialismo. La teoría de las nacionalidades de Stalin, como lo demuestran análisis contemporáneos, no estaba muy lejos de los creadores de la "Francia profunda", Barrés y Maurras, y siendo de formación comunista, vemos a nuestro digno luchador contra el nazismo —cosa que indiscutiblemente debemos valorar— caer en una defensa de lo que ahora denominamos la mestizofilia, y su idea salvacionista de las culturas de los "indios" en el marco de la "generosa" asimilación que todo nacionalismo propone para lograr la homogeneidad, categoría analítica descrita por Hans Kohn al señalar los elementos constitutivos de los nacionalismos. En síntesis, Juan Comas acabará defendiendo la concepción que instauró una cultura que es la culpable de las afrentas que sufrió como extranjero. El excelente artículo de Jorge Gómez Izquierdo termina con una advertencia que llama al análisis profundo de las intolerancias racistas que se pueden contener en ese nieto del romanticismo alemán denominado "relativismo cultural".

De otra parte, el artículo de María Dolores París Pombo retoma temas que son clásicos en el análisis de una de las formas mas socorridas de la dominación y de la explotación de las clases sociales que sufren opresión. Nos referimos a la comparación de éstas con niños, mujeres o buenos salvajes. El riguroso análisis del discurso político de las elites que han gobernado hasta la fecha el estado de Chiapas, como lo demuestra la autora, está íntimamente emparentado con esta ideología de la explotación. Uno de los aspectos que nos pareció más relevante de este magnífico artículo, es la elaboración de una historia — mítica indicaría Hans Kohn— que tiene como meta la creación de una lealtad y que requiere forjar la idea de una comunidad imaginada, como muestra Benedict Anderson, pero que se enfrenta a la típica problemática del lugar del indio en este discurso.

Nuestra autora indicará la dificultad de una elite que ha forjado su mito del origen, precisamente en inventar su ascendencia común de los conquistadores españoles, en una nación que, en su versión populista; descendiente directa del indigenismo histórico, tan lúcidamente analizado por David Brading, ha logrado crear la imagen del otro, del español, demonizado en el mejor estilo del hereje por un miembro de la abadía de Cluny.

En otras palabras y, yéndonos a una mayor altura, lo que está en juego es la desmitificación de la alquimia histórica que ha forjado la elite intelectual para lograr la ascendencia común de esta nación, y cómo las diferentes historias regionales han tenido que tragarse ese mito creado por las instituciones con el fin de divulgar y fabricar homogeneidades donde existen diversidades, inclusive opuestas en su particularidad e intereses. Tema en el que este artículo incursiona de manera elegante e innovadora.

 

Notas

1 Renan, Ernst, 1992, Qu'est-ce qu'une nation? Presses Pocket, Inglaterra.         [ Links ]

2 Fichte, Johann Gottlieb, 1995, Discurso a la nación alemana. Altaya, España.         [ Links ]

3 Hobsbawm, Eric, 1992, Nations et nationalisme depuis 1780. Gallimard, París, p.24.         [ Links ]

4 Kohn, Hans, 1949, Historia del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica, México, p.29.         [ Links ]

5 Ibid., p. 31.

6 Anderson, Benedict, 1997, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica, México, p. 29.         [ Links ]

7 Kohn, Hans, op. cit., p. 32.

8 Anderson, Benedict, op. cit., p. 25.

9 Kohn, Hans, op. cit., p. 29.

10 Berlin, Isaiah, 1986, Contra la corriente. Ensayos sobre historia de las ideas. Fondo de Cultura Económica, México.         [ Links ]

11 Castellanos Guerrero, Alicia, 1998, "Nación y racismos" en Nación, racismo e identidad, Nuestro Tiempo.         [ Links ]

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