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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.20 no.82 Toluca oct./dic. 2014

 

Educación y empleo en América Latina. Entre tendencias y alcances

 

Education and employment in Latin America. Including trends and scope

 

Agustina Córica y Analia Otero

 

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Argentina

 

Artículo recibido el 13 de noviembre de 2012.
Aprobado el 5 de mayo de 2013.

 

Resumen

Diversas tensiones están presentes hoy en el ámbito educativo y laboral. Uno de los debates frecuentes comprende la vigencia de desigualdades en relación al acceso y terminalidad del nivel medio de enseñanza y las implicaciones de estas circunstancias en la inserción laboral de los jóvenes. Retomando tales temáticas, en este texto se abordan las principales tendencias en educación y trabajo de los jóvenes en la región latinoamericana. Se trabajó mediante un enfoque comparativo con base en datos estadísticos de fuentes secundarias utilizados a modo de reconstruir el panorama actual de ambas cuestiones. Las tendencias indican que junto a las reconocidas variables de sector social y género, se advierten otros rasgos que contribuyen a la existencia de escenarios complejos para buena parte del sector poblacional joven. Estas situaciones se traducen en desafíos latentes en materia de educación y trabajo, entendiendo la equiparación de oportunidades como una meta de alcance para el conjunto de los jóvenes de América Latina.

Palabras clave: Educación; trabajo; desigualdades; jóvenes; latinoamericanos.

 

Abstract

Different voltages are present today in education and employment. One of the frequent debates includes the effect of inequalities in relation to access and ending the average level of education and the implications of this on the employment of young people. Taking up such issues, this paper addressed the major trends in education and youth work in Latin America. We worked through a comparative approach in statistical data bases of secondary sources used to reconstruct how the current landscape of both issues. Trends indicate that along with the variables recognized social sector and gender warn other traits that give to the existence of complex scenarios for much of the young population sector. These situations result in latent challenges in education and work, understanding equal opportunities as a goal to reach for all the young people in our latitudes.

Key words: Education; employment; inequality; young American.

 

Introducción

Las mutaciones dadas en la relación entre la educación y el trabajo son y han sido material de discusión en las investigaciones, estudios y ensayos de científicos sociales provenientes de distintas disciplinas. Hoy uno de los fenómenos consensuados en torno a lo que sucede a los jóvenes contemporáneos tiene que ver con las tensiones entre el mercado de trabajo y el sistema educativo. Más precisamente remite a la ambigua situación que enfrentan las actuales generaciones: cuentan con mayores accesos a la educación, pero con menores oportunidades de emplearse. En función de tales cuestiones interesó analizar tendencias educativas y laborales del sector poblacional juvenil en distintos países del territorio latinoamericano: más años de escolaridad formal y peores condiciones de integrarse al mercado laboral. Con mayor precisión, el objetivo ha sido generar un aporte comparativo que provea una síntesis de ambas temáticas en el contexto actual de la región.

Desde una perspectiva histórica, a partir de la segunda mitad del siglo XX, América Latina presentó un proceso de expansión del sistema educativo en el marco de gobiernos democráticos. A su vez, en la mayoría de los países de la región el incremento de la escolaridad estuvo acompañado de una prolongación del periodo de escolarización obligatoria (Tenti Fanfani, 2007). Por su parte, la estructura laboral también ha sufrido mutaciones de magnitud en los últimos años, situaciones que se reflejan intensivamente en el sector poblacional juvenil. La incertidumbre que caracteriza los mercados de trabajo de América Latina incide en largos y complicados procesos de inserción laboral, en los cuales el sector social y el género de procedencia resultan factores de diferenciación, al tiempo que las primeras experiencias de acceso al mismo parecen estar jugando un papel clave en las trayectorias posteriores (Fawcett, 2002).

A lo largo del texto se trabajó con datos estadísticos de fuentes secundarias. Se retomaron los materiales provistos por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) entre 1990-2005, que condensan información elaborada sobre la base de tabulaciones de las encuestas de hogares desarrolladas en cada uno de los países de la región. El corte netamente cuantitativo de la actual propuesta avanzó sobre el análisis de los principales indicadores educativo-laborales de la población de los jóvenes latinoamericanos, a modo de presentar un panorama de las tendencias y tensiones respecto a la situación actual y la evolución histórica de los mismos.

La exposición comprende la situación de la educación secundaria, tomando en cuenta características como los ciclos de obligatoriedad, tasas de asistencia, acceso, terminalidad y problemáticas asociadas al abandono escolar. También se especifican temas referidos al empleo en función de los indicadores socio-ocupacionales disponibles y se enfatiza la evolución del empleo y desempleo, los ingresos laborales y las problemáticas manifiestas en los modos de inserción laboral joven, como en las desigualdades, entre otras, intergeneracionales existentes. Finalmente se hace una reflexión sobre las convergencias y los desafíos que surgen a la luz del estudio.

 

Acerca del análisis

La realidad que enfrentan los países de América Latina es sin duda muy heterogénea, pues presenta una diversidad de situaciones que se expresan en la vida de sus poblaciones. Los contextos socio históricos de cada país hacen una notoria y contundente disparidad que se refleja en la situación que atraviesan las poblaciones juveniles contemporáneas. Por esta razón, la elaboración de un análisis territorial se enfrenta ante un desafío complejo. La lectura comparativa resulta un insumo valioso que permite visualizar tendencias macroestructurales sobre las evoluciones, rezagos y retos pendientes en materia educativa y laboral para el conjunto de la región, imprescindibles a la hora de asumir nuevos retos que impliquen mejorar la calidad de vida del conjunto de los jóvenes latinoamericanos.

Por ello, pese a esta diversidad evidente, para lograr una aproximación al diagnóstico de la evolución en las tendencias respecto a la educación y el empleo, se trabaja con base en el agrupamiento de los países de acuerdo con el perfil económico y poblacional que presentan.1 Analíticamente, tomando como parámetro las principales características socio demográficas y económicas de cada país, es posible establecer cuatro agrupamientos que van desde aquellos altamente urbanizados, de muy bajo crecimiento poblacional con altos ingresos, hasta los que cuentan con un perfil fundamentalmente rural, de alto crecimiento poblacional e ingresos muy bajos. Los nucleamientos son los siguientes:

Grupo 1: países con perfil demográfico moderno e ingresos altos. Este conjunto incluye los tres países del Cono Sur: Argentina, Chile y Uruguay, que desde el punto de vista demográfico, son los que combinan la tasa de crecimiento poblacional más baja con mayor concentración de sus habitantes en zonas urbanas y son además, aquéllos con el Producto Interno Bruto (PIB) per capita más alto de América Latina.

Grupo 2: países en transición demográfica avanzada y de ingresos medios. Componen esta categoría seis países: Brasil, Costa Rica, México, Panamá, Perú y Venezuela. Si bien desde el punto de vista demográfico se encuentran bastante cerca de los anteriores, el PIB per capita es, en promedio, la mitad de aquellos.

Grupo 3: países en transición demográfica incipiente y de ingresos bajos. En este tercer grupo confluyen Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Paraguay y la República Dominicana. Se encuentran en una situación intermedia en términos demográficos, 40 por ciento de su población habita en zonas rurales y sufren una fuerte presión como efecto de un intenso ritmo de crecimiento poblacional. El valor promedio de sus ingresos es cercano a la mitad de aquel del grupo anterior.

Grupo 4: países con perfil demográfico tradicional e ingresos muy bajos. Este último grupo está conformado por Bolivia, Honduras y Nicaragua, países con PIB per capita que representa una tercera parte del grupo anterior, con más de la mitad de su población en zonas rurales y una tasa de crecimiento poblacional muy elevada.

 

Tendencias sobre la escolarización juvenil

Tomando en cuenta la clasificación referida, se analiza la situación educativa del nivel medio de enseñanza formal. Desde una perspectiva histórica, a partir de la segunda mitad del siglo anterior la región transita un proceso de expansión del sistema educativo dado en forma paulatina. Un antecedente de relevancia ha sido que durante la década de 1990, se puso en marcha una serie de reformas educativas que generaron la ampliación de las oportunidades de acceso y permanencia de los sectores más vulnerables al sistema escolar.

Luego, en la década posterior, un conjunto de países de la región comenzó a estipular nuevas leyes y normativas jurídicas educativas en las cuales se considera la expansión de la obligatoriedad de la enseñanza hasta concluir la educación secundaria. Los países que notoriamente dan cuenta de estos sucesos son Perú, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Argentina; también Bolivia, Chile y Uruguay, en donde actualmente se discuten estas reformas en el ámbito legislativo.2

El criterio rector de las modificaciones normativas tiene como objetivo central establecer la ampliación de la asistencia, permanencia y terminalidad del tramo secundario, elevando el piso mínimo de escolarización. La expansión de la obligatoriedad expresa formalmente el reconocimiento de los Estados en pos de universalizar la oferta del nivel de enseñanza, avanzando sobre las reformas implementadas.

Si se considera el perfil educativo, para los países referidos en la agrupación,3 los ciclos de alta y baja secundaria4 comprenden un total de seis años y la tendencia general es que la edad de ingreso se estipula en los 12 años. La obligatoriedad se extiende para la mayoría de los países de los grupos 1 y 2 al ciclo de alta secundaria, mientras que en el Grupo 3 la obligatoriedad alcanza al ciclo de baja secundaria que en su mayoría abarca tres años. Es en Brasil, Argentina y Chile en donde se verifica la extensión mayor del periodo obligatorio, pues incluye la totalidad del secundario, es decir ambos ciclos, baja y alta secundaria. Le siguen Perú, Costa Rica y Venezuela, donde la obligatoriedad alcanza un año más que el ciclo de baja secundaria. Estos últimos tres casos se ubican dentro del Grupo 2.

En medio se encuentran los países en que la obligatoriedad alcanza sólo al ciclo de baja secundaria. Ellos son México, Panamá, Bolivia y todos los países del Grupo 3. En el otro extremo, se encuentran Nicaragua y Honduras, dos de los tres países del grupo 4, que no cuentan con años obligatorios para el secundario para ninguno de sus ciclos. De esta forma, es el último grupo de menor nivel de desarrollo en la región, sobre el cual se verifican los mayores rezagos en cuanto a la instauración de la obligatoriedad.

Independientemente del efectivo cumplimiento de las propuestas, las metas estipuladas respecto a la obligatoriedad del sistema escolar se extienden entre los países de mayor desarrollo económico, así como en las agrupaciones subsiguientes, y el grupo de muy bajos ingresos es el de menor alcance.

Tomando en cuenta los datos, la matrícula y la tasa de escolarización en el nivel medio de enseñanza han crecido y hoy en día hay más jóvenes en el sistema educativo. Sin embargo, la situación se fue estancando en los últimos años, alcanzando un techo en su expansión. La tasa de escolarización en la región promedió 70 por ciento en el 2005 (Cuadro 1). Datos de la CEPAL muestran que entre 1990 y 2005 la asistencia escolar entre los jóvenes de 15 a 17 años ascendió de 35 a 57 por ciento entre el primero y segundo ciclo del secundario. Sintetizando las tendencias regionales, es posible apreciar que si bien en el transcurso de los últimos 20 años las tasas de escolarización secundaria tuvieron un significativo crecimiento —en particular durante la década de 1990— aún hoy más de un tercio de los jóvenes en edad de asistir a este nivel de enseñanza no están matriculados (Tedesco y López, 2002).

Observando los niveles de escolarización secundaria de los distintos grupos en edad teórica de asistencia, hacia mediados de la década de 1990 se evidencia que los países del Cono Sur alcanzan los valores más elevados, alejándose claramente de los otros grupos. Entre estos últimos, las tasas se reducen a medida que se pasa de un grupo a otro, al punto que en el Grupo 4, menos de un tercio de los jóvenes asistía a la educación media. (Cuadro 1).

De este modo, si se analiza la dinámica de crecimiento de las tasas de escolarización secundaria en el periodo 1990-2005, los países del Grupo 1, que tienen las tasas más altas, son los que muestran el menor crecimiento, debido a que el tipo de medidas que es preciso tomar para la expansión de la cobertura deben apuntar a aspectos más estructurales del sistema educativo. Mientras, los grupos 2 y 3 se comportan del modo esperado desde la perspectiva descrita, por lo que un mayor incremento de las tasas de escolarización entre aquellos países con escolarización más baja (en este caso el Grupo 3) redunda en un proceso de gradual homogeneización hacia arriba entre los países que componen este grupo. Al contrario, la situación de los países que conforman el Grupo 4 es más crítica. Además de tener el más bajo nivel de escolarización y obligatoriedad, son los que muestran —en conjunto— el menor crecimiento relativo en el periodo. Sin duda la situación de carencia en que están estos últimos países opera como obstáculo para el desarrollo del sistema educativo, situación que los perpetúa en su lugar, quedando rezagados respecto al resto de la región.

Más allá de los esfuerzos realizados, las dinámicas de exclusión y segregación continúan vigentes en los países latinoamericanos. En este sentido, aunque sectores tradicionalmente marginados del sistema escolar han logrado en las últimas décadas acceder a niveles que antes eran reservados a las élites o a las clases medias, no siempre alcanzan a finalizar el tramo. La evidencia de este fenómeno ha sido el crecimiento progresivo de las tasas de escolarización secundarias con bajas tasas de egreso. Por consiguiente, de acuerdo con la evolución de la matrícula y de la tasa de escolarización, todavía hay metas por cumplir respecto al nivel medio de enseñanza.

En términos estructurales, dos aspectos básicos serían, por un lado, continuar expandiendo el sistema hacia la población de menores recursos económicos, ya que el ingreso de este grupo al sistema escolar fue a costa de una estructura institucional marcada por las desigualdades, un sistema segmentado y diferencial y por otro lado, garantizar no sólo la permanencia sino la finalización de los estudios secundarios y consecuentemente la obtención de titulaciones de dicho nivel, avanzando sobre las metas en cuanto a su obligatoriedad.

 

Acceso y terminalidad, abandono y repetición de la escuela media

A partir de lo que se ha visto hasta aquí, se puede entender que las políticas educativas implementadas sobre gran parte del territorio de América Latina actuaron en función de una mejora significativa en el acceso al nivel medio que históricamente estuvo destinado a los sectores de altos ingresos. En paralelo al avance, se viene señalando que aún falta mucho por hacer sobre la terminalidad de este nivel de enseñanza. Sin duda, los mayores progresos se registraron en torno a la finalización de la educación secundaria.

Como tendencia de largo alcance desde 1990 en adelante, la retención de los sistemas educativos ha mejorado. Siguiendo la información detallada del Cuadro 2 entre los jóvenes en edad de cursar la baja secundaria, la asistencia escolar se elevó en 23.9 por ciento (de 44.8 a 68.7 por ciento) mientras que entre los que tenían edad para estar en alta secundaria, el aumento fue de más de 19 puntos porcentuales (de 26.7 a 46.6). Este crecimiento ha sido un poco menor (de 11 a 18.5 por ciento) entre aquellos en edad de cursar el nivel terciario tanto en educación postsecundaria como en secundaria, principalmente por las presiones sociales respecto de la incorporación de los jóvenes de esa edad al mercado de trabajo. En cuanto a la accesibilidad al nivel medio de enseñanza las medidas implementadas fueron efectivas.

Respecto a la terminalidad, en el ciclo de baja secundaria se incrementó de 53 a 71 por ciento, debido en parte al esfuerzo de una cantidad importante de países de la región por darle carácter obligatorio a este ciclo, por lo general de dos a tres años de estudio. El avance más significativo se observó en el término del segundo ciclo de enseñanza secundaria, como fue señalado anteriormente. En cerca de una década y media, el total de jóvenes que culminó este nivel casi se duplicó, pasando de 27 a 50 por ciento del total del grupo de jóvenes de 20 a 24 años. También hubo mejorías en la conclusión de la educación terciaria, aunque las magnitudes son reducidas: el porcentaje de jóvenes de 25 a 29 años que culminaron al menos cinco años de estudios superiores se incrementó de 4.8 a 7.4 por ciento (Cuadro 2).

Los progresos han sido significativos, sobre todo porque beneficiaron en mayor medida a los jóvenes de menores ingresos, entre quienes se verificaban los mayores rezagos. Así lo indican las tendencias estadísticas y los profusos informes que reconstruyeron la evolución histórica del perfil educativo de las poblaciones. El fenómeno es ampliamente estudiado desde diferentes enfoques y perspectivas pedagógicas, se enfatiza tanto en las implicaciones como en la necesidad de integrar plenamente a las nuevas generaciones de estudiantes en el espacio escolar.

En paralelo a la ampliación y en vista a la masificación, gran parte de los especialistas enfatizan la debacle de la calidad de la enseñanza y sus consecuentes efectos en la socialización de los jóvenes contemporáneos. Sobre la región en su conjunto se ha apuntado la coexistencia de la progresión de la escolarización, en el marco de la vigencia de brechas de desigualdad escolar, que confluyen con otras dimensiones de desigualdad no sólo social, sino también de género, étnica, cultural, etc.

En términos generales, el porcentaje de jóvenes que culminaron el ciclo de alta secundaria aumentó entre 1990 y 2005 y es mayor para los jóvenes ubicados en los quintiles más bajos y más regazados históricamente, tendencia que abarca al conjunto de los países. Los porcentajes van descendiendo, conforme se avanza en el grupo etario y los ciclos de enseñanza que consiguen finalizarse, siendo en todos los casos superiores a los registrados durante la primera etapa de 1990.

Tomado en cuenta el agrupamiento regional, el panorama indica un perfil heterogéneo de situaciones nacionales. No obstante, los países que conforman los tres primeros grupos, desde el Grupo 1, con los mejores niveles de ingreso de la región, como los grupos dos y tres que van descendiendo en los niveles de ingresos, muestran porcentajes más elevados sobre el total de jóvenes de 20 a 24 años que alcanzaron finalizar el ciclo de baja secundaria y aquellos del mismo grupo de edad que concluyeron la alta secundaria. Es en los países incluidos en el Grupo 4 —que considera a los países con menores niveles de ingreso de la región— donde la situación es más acuciante. En este último conjunto se combinan escasos avances en la escolarización de alta secundaria, con una concentración de mayores incrementos para los jóvenes de más altos ingresos, trazando un panorama poco halagüeño, lo que evidencia el regazo de los sistemas escolares en tales casos y las desigualdades manifiestas entre los jóvenes según el sector socioeconómico de proveniencia (Cuadro 2).

Considerando la información de América Latina, a la par de los históricos avances expuestos, durante el último periodo 2005 se advierte que entre el grupo de 20 a 24 años del quintil más bajo, 42 por ciento culminaba el ciclo de baja secundaria, porcentaje que alcanza a 92 por ciento de aquellos del más alto quintil. Por su parte los jóvenes de 20 a 24 años de menores ingresos que finalizaban el ciclo posterior (alta secundaria) pasó de ocho a 20 por ciento entre 1990 y 2005, es decir, más del doble. Entre aquellos de igual grupo etario ubicados en el quinto quintil, los que terminaban la secundaria aumentaron de 54 a 80 por ciento en el transcurso del mismo periodo, dejando entrever la brecha existente entre los jóvenes de hogares que cuentan con menores y mayores ingresos. Lo anterior sigue reafirmando que los logros conviven con desafíos pendientes en torno a la inclusión del conjunto de los jóvenes latinoamericanos al sistema educativo.

Sobre el perfil regional, la evolución es evidentemente menor en lo que respecta a la educación terciaria. Las brechas siguen siendo notoriamente acentuadas en el transcurso del periodo 1990-2005. La finalización del ciclo terciario entre los jóvenes ubicados en los más bajos y más altos quintiles de ingreso, muestra una desigualdad significativa. El porcentaje de jóvenes de 25 a 29 años más pobres que concluían cinco años del nivel terciario ascendía de 0.2 en 1990 a 0.7 por ciento en 2005, mientras que el mismo grupo etario, pero con mayores ingresos que lo lograba, pasaba de 14 a 23 por ciento inter-periodo. De este modo, los años de escolarización alcanzada se incrementan sobre todo para los jóvenes de los sectores más altos.

La información desagregada indica que los países del Cono Sur, que cuentan con un perfil de más altos ingresos en Latinoamérica, muestran inequidades en la situación educativa de la población juvenil. Los jóvenes de los mayores quintiles de ingreso per capita son quienes concentran los logros educativos del ciclo terciario. En este Grupo 1, por ejemplo, Argentina presentaba 29 por ciento de jóvenes de 25 a 29 años de los sectores altos que concluían el terciario en 2005, mientras que sólo uno por ciento del quintil más bajo lo finalizaba. La dinámica de esta brecha entre los jóvenes de un mismo territorio, asume similar tendencia en los países de todos los grupos. Así, se presentan importantes diferenciales entre los jóvenes en mejor situación económica que alcanzan más años de escolarización como históricamente ha sido.

Entre los países del Grupo 2, es notable el caso de Venezuela, aun siendo este país el que exhibe el más elevado porcentaje de logros terciarios entre los jóvenes de menores ingresos; el grupo de 25 a 29, ese sector que culminó cinco años de terciaria alcanza alrededor de tres por ciento en 2005, en cambio presenta 23 por ciento para el mismo grupo etario con iguales logros, pero situado en los sectores altos. Además, en el conjunto de los seis países del Grupo 3 se advierte un crecimiento inter-periodo 1990-2005 y destaca el caso de Colombia. Sobre el total de jóvenes colombianos de 25 y 29 años, el porcentaje de quienes alcanzaron una educación terciaria asciende de ocho a 18 por ciento (1990 y 2005, respectivamente). Contrariamente en Honduras —país del Grupo 4— es donde se observan los menores avances. En efecto, entre 1990 y 2003 no se registraron jóvenes de los sectores bajos que finalizaran al menos cinco años de la educación terciaria. El rezago en este nivel confirma lo verificado respecto los escasos avances del grupo en materia de terminalidad secundaria.

Sin duda, considerando la región en su conjunto, la equidad en el acceso y conclusión del ciclo terciario es una tarea postergada, datos previsibles tomando en cuenta el relativamente reciente avance gradual de los ciclos anteriores de enseñanza, sin embargo la tendencia subraya desafíos ineludibles para toda la región.

En suma, el aumento del acceso a los sistemas de enseñanza ha beneficiado en gran medida a los sectores de menores ingresos, aunque su efecto no ha sido suficientemente amplificador respecto a la reducción de las disparidades del logro educativo. En este punto debe señalarse que el rezago y la repetición escolar también son fenómenos que impactan más sobre los estudiantes de los mismos sectores en los distintos grupos etarios y en los diferentes ciclos de enseñanza.

Reforzando lo dicho anteriormente sobre la evolución y los saldos pendientes, de acuerdo con la información proveniente de encuestas de hogares procesadas por la CEPAL, de 1990 a 2005 se registró un incremento notable en el porcentaje de niños de diez a 14 años de edad que fueron promovidos oportunamente a lo largo del nivel educativo primario y parte del secundario. Supeditado al avance anterior, el porcentaje de jóvenes estudiantes de 15 a 19 años en situación de progresión también se incrementó (de 43 a 66 por ciento). En ambos grupos el aumento fue de casi 24 puntos porcentuales.5 Pese a ello, en la cohorte de 15 a 19 años de edad, la distribución ha sido más desigual favoreciendo a los estudiantes provenientes de los estratos medios de ingreso (el avance en los sectores de más alto nivel socioeconómico es menor debido a las mayores tasas de progresión oportuna que ya se registraban a comienzos de los años noventa). Entre los jóvenes de menores recursos se registran más dificultades en la progresión, sobre todo al llegar a los ciclos de baja y alta secundaria. El rezago escolar es precisamente uno de los factores que influye en el abandono de la escuela, de allí la radical importancia del fenómeno (CEPAL, 2008).

Al avanzar en los niveles educativos, las disparidades aumentan, pues el retraso escolar afecta más, proporcionalmente, a quienes tienen menores recursos, por lo que si bien los avances han reducido la desigualdad en el logro educativo, esta reducción es menos significativa en los niveles más avanzados, a tal punto que como se ha visto en la educación terciaria, los adelantos en materia de conclusión del nivel alcanzan a una escasa parte de los jóvenes de menores recursos, beneficiando casi de manera exclusiva a aquellos provenientes de sectores altos. Es decir, que el rezago escolar en América Latina se acumula y se acrecienta, pero además estas desigualdades socioeconómicas convergen con aquellas según el área geográfica y según el origen étnico.

En esta dirección, los datos de terminalidad por zonas geográficas son significativos. Se trazan diferencias acentuadas entre los jóvenes que residen en zonas urbanas y rurales. Las disparidades —salvo en el término de la primaria— son relativamente menores a las que se pueden observar por niveles de ingreso. De acuerdo con los datos de la cepal, en las zonas rurales son muy significativos el nivel de conclusión de la baja secundaria y la secundaria completa (28 a 47 por ciento y nueve a 24 por ciento, respectivamente) (Ver anexo Cuadro 3).

Este último escenario pareciera no expresarse en aumentos considerables en la culminación de la educación terciaria. La ausencia de oferta educativa para este nivel en zonas rurales implica, entre quienes cuentan con recursos suficientes, el traslado y la residencia en las principales áreas urbanas de los países donde están localizadas las universidades y otras instituciones de formación postsecundaria. Además de la zona de hábitat, es considerable la incidencia de lo étnico, factor de peso significativo entre aquellos países con cuotas sustantivas de población indígena y afrodescendiente. Esta situación se presenta en los diferentes grupos, pero no en la totalidad de los países. Con mayor preponderancia afecta a los incluidos en el Grupo 3: Bolivia, Ecuador y El Salvador y también a Chile, del Grupo 1, Brasil y Panamá del Grupo 2 y Paraguay del Grupo 4.6

Otro factor determinante en la terminalidad de la secundaria es el clima educativo del hogar. Los datos indican que cuando se considera un ambiente educativo alto en el hogar (más de 12 años de escolaridad del jefe de hogar y su cónyuge o solamente del jefe de hogar) en todos los países, excepto en Costa Rica, Uruguay, Guatemala y Honduras, el índice de conclusión de la secundaria es más de 90 por ciento. Un promedio de nueve por ciento concluye la secundaria cuando se considera un clima educativo bajo del hogar (menos de seis años de escolaridad), lo que significa una diferencia abismal y demuestra que el clima educativo del hogar es factor clave para entender la no finalización de la secundaria e indica una razón adicional para dar, urgentemente, mayor énfasis a las políticas de Educación de Personas Jóvenes y Adultas y a la educación a lo largo de toda la vida. Las excepciones respecto a los datos de finalización de la secundaria, se distribuyen entre países ubicados en los distintos grupos. Mientras que Costa Rica y Uruguay se sitúan en aquellos con mejores niveles relativos de desarrollo —Grupo 1 y 2—, Guatemala y Honduras se cuentan entre los que presentan más bajos niveles, en los grupos 3 y 4, respectivamente, con lo cual es nuevamente palpable la heterogeneidad de los escenarios por sobre las tendencias halladas.

Aunque el clima educativo del hogar se relaciona directamente con el nivel socioeconómico al que pertenecen los jóvenes, ambos son en sí un factor de influencia. El Panorama Social de América Latina (CEPAL, 2010) analiza, además del clima educativo y por separado, la conclusión de la secundaria por quintil de ingresos per capita de los hogares. Esos datos corroboran la influencia del clima educativo y evidencian que considerando el quintil más alto, cerca de 80 por ciento de los jóvenes concluye la secundaria, mientras que únicamente 20 por ciento del quintil más bajo lo logra. Es decir que el panorama de la región en cuanto a la repetición del nivel medio de enseñanza es bastante heterogéneo. Se destacan los altos niveles de repetición observados en varios países de América Latina, sobre todo del segundo agrupamiento entre ellos: Brasil, Costa Rica y Venezuela (Grupo 2).

 

Jóvenes y mercado de trabajo en América Latina

Lo que otorga al contexto de hoy su particularidad, tiene que ver con que los signos de progresiva mejora en los indicadores educativos detallados en los anteriores apartados se conjugan con una serie de transformaciones en el mercado de trabajo que no auspician posiciones óptimas para los jóvenes de la época. En efecto, los cambios en la estructura laboral impactaron de forma negativa en la inserción en el trabajo de este sector poblacional. A partir de estos hechos, las principales tensiones que enfrentan los jóvenes en América Latina están dadas por la desocupación y la precariedad laboral. Algunos estudios señalan que el alto nivel del desempleo juvenil se explica por su elevada rotación entre el empleo y la inactividad laboral (Weller, 2003). Asimismo, otras investigaciones explican que existe una relación entre los niveles educativos de la población juvenil y las posibilidades de encontrarse en situaciones de desocupación (Girardo, 2003; Schkolnik, 2005; Miranda y Corica, 2008; Jacinto, 2009).

A su vez, en los diagnósticos se constata que la duración del desempleo no sería un problema propiamente de los jóvenes, ya que no es más extensa que la de los adultos, pero sí existe un serio problema en el acceso. Este último se concentra, sobre todo, en grupos específicos como los buscadores de empleo por primera vez, las mujeres —especialmente de bajo nivel educativo— y los jóvenes provenientes de hogares de menores recursos.

Respecto al desempleo y el tipo de trabajos, un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) apunta que la probabilidad de no tener trabajo es 3.8 veces mayor para los jóvenes que para los adultos en los países en desarrollo; esta probabilidad en las economías industrializadas es de 2.3 veces. Adicionalmente los jóvenes no sólo están más expuestos al desempleo, sino también a tener trabajos con horarios prolongados, sin contratos, bajas remuneraciones y nula protección social, además de ser más propensos a encontrar empleos en los sectores informales, precarios y temporales que los adultos.

En materia de desempleo se constatan amplias heterogeneidades. En el periodo de 1990 a 2002, el perfil de los países que integran la región muestra la convivencia de múltiples escenarios nacionales. Las variantes son además significativas entre los grupos de diferentes edades. Siguiendo los totales para Latinoamérica, las tasas de desempleo sufren un aumento interperiodo que abarca a la población de jóvenes y adultos latinoamericanos, aunque las tasas de desocupación tanto en el primero como en el segundo momento asumen siempre porcentajes mayores entre los jóvenes que entre la población de adultos. Es decir que en esa década y media la situación de la población joven de América Latina se vio deteriorada.

Si se considera al total de la población juvenil de la región, tomando aquellos de 15 a 29 años, el desempleo abierto creció de 13.3 a 17.7 por ciento en zonas urbanas y en el caso de los adultos de 30 a 59 años, la tasa de desocupación pasó de 4.6 a 7.4 por ciento. A su vez, la tasa de desocupación en términos generales es decreciente por tramos etarios, ya que mientras los más jóvenes de 15 a 19 años presentaron una tasa de desempleo de 26.2 por ciento, el tramo siguiente de 20 a 24 años alcanzó 18.7 por ciento y para la población activa de 25 a 29 años llegó a 12.2 por ciento en el año 2002. En efecto, entre los jóvenes el grupo que registra el mayor desempleo es aquel de 15 a 19 años de edad, lo cual se refleja en ambos periodos (entre la década del noventa y la siguiente asciende de 19.4 a 26.2 por ciento) (Cuadro 3).

Al analizar la dinámica de las tasas de desempleo en zonas urbanas y por grupos etarios, pueden verse variantes considerables en la agrupación por país, como al interior de los mismos grupos. Como rasgo general, tanto los países que cuentan con los mayores ingresos como aquellos de ingresos medios e incluso los ubicados a la mitad de estos últimos, mostraron una tendencia incremental en las tasas de desocupación abierta entre los años 1990 y mediados de 2000, acompañada de altas fluctuaciones en las tasas ascendentes de desocupación juvenil. Aquellos nucleados en el Grupo 4 presentaron un estancamiento y en algunos casos una muy leve tendencia decreciente de las mismas durante dicho lapso.

Los países del Cono Sur sufrieron el incremento más abrupto de las tasas de desempleo tanto entre los jóvenes como entre los adultos de 1990 a 2002, aunque los primeros resultaron ser los más intensamente afectados. Argentina y Uruguay representan los casos paradigmáticos de esta situación (Miranda y Corica, 2008). En el grupo siguiente, si bien se advierten aumentos de desempleo de uno a otro periodo, éstos son menores que para el grupo anterior. Destaca la amplia heterogeneidad entre los países que componen el grupo, que en términos generales también presentan diferencias acentuadas en el incremento de desempleo, siendo los grupos etarios jóvenes (15 a 29 años) aquellos sectores sobre los cuales recaen los más altos porcentajes de incremento. Similares tendencias se observan al considerar el Grupo 3, como en el caso anterior las divergencias son acentuadas entre los países que lo conforman.

Por su parte, el grupo de países de menor desarrollo, compuesto por Bolivia, Honduras y Nicaragua, exhiben menos variaciones. Las tasas de desempleo de las jóvenes —relativamente altas desde 1990— no tienden a sufrir incrementos entre 1990 y 2000 como aquellas de los grupos anteriores y tampoco las de los adultos, al tiempo que mantienen una amplia brecha entre jóvenes y adultos. Igual que para el resto de los grupos, el desempleo es más elevado en el sector poblacional de 15 a 29 años de edad que en el de 30 en adelante.

Una lectura al interior de los agrupados permite apreciar la alta heterogeneidad existente. A principios de 2000 la tasa de desempleo de los jóvenes de 15 a 29 años en los países de más altos ingresos llegaba a 27.3 y 29.9 por ciento en Argentina y Uruguay, alcanzando 17.5 por ciento en Chile. En el Grupo 2, las tasas de desempleo juvenil asumían altos porcentajes, sobre todo en Panamá, con 28.9 y Venezuela, con 24.3, seguidos por Brasil y Costa Rica con 17.2 y 12.4 por ciento, respectivamente.

Al interior de este segundo grupo destaca el caso de México, donde la desocupación entre los jóvenes alcanzó 6.4 por ciento (manteniéndose prácticamente sin variaciones entre 1990 y 2000). En el Grupo 3, Colombia con 27.2 por ciento y Paraguay con alrededor de 20 por ciento se ubican en las tasas más altas de desempleo juvenil del grupo. Por su parte Ecuador, El Salvador y Guatemala registran 14.9, 10.8 y 9.1 por ciento. Finalmente, en el Grupo 4 destaca la alta tasa de desempleo del grupo de 15 a 29 años en Nicaragua cuyo porcentaje fue de 18.6 en 2001 (Ver Cuadro 3).

Más allá de los contrastes, el esquema sugiere que el desempleo es una problemática que afecta extensivamente a la población de jóvenes latinoamericanos. Tras el incremento de la tasa de desocupación abierta dado en los últimos quince años, coexisten situaciones nacionales que marcan con crudeza el desmejoramiento de la situación de los jóvenes en el mercado del trabajo. Los efectos de las transformaciones en la estructura económica y laboral se expresan con intensidad en las altas tasa de desempleo entre los jóvenes, que tienen posiciones de desventaja respecto al grupo de adultos.

A la par del desempleo, se observa el fenómeno del crecimiento muy leve de la tasa de participación juvenil, como resultado de un fuerte incremento de la participación de las mujeres y de una reducción de la tasa de participación de los hombres. De hecho, un cambio significativo en el comportamiento de los jóvenes es que entre los inactivos se produce un descenso de quienes realizan actividades ligadas a quehaceres del hogar y al mismo tiempo aumentan aquellos que permanecen en el sistema educacional. Como consecuencia, se reduce la brecha de participación entre hombres y mujeres (Cuadro 4).

La precarización en la inserción laboral es otro de los temas preocupantes. Informes recientes de las Naciones Unidas y la Organización Internacional del Trabajo coinciden en constatar que los jóvenes enfrentan mayores obstáculos que los adultos y se ven más afectados por los vaivenes macroeconómicos.

La mayoría de ellos trabaja en condiciones inseguras, sin protección social, con bajos ingresos y sin representación adecuada. Destaca también que están bajo una creciente presión de competencia en mercados globalizados y que periodos prolongados de desempleo o de informalidad e inestabilidad laboral pueden llevarlos a una exclusión social permanente.

Algunos estudios subrayan un crecimiento de los empleos informales o precarios y un cambio en la estructura del empleo que tiende hacia una reducción de los jóvenes ocupados en actividades agrícolas y manufactureras, así como una mayor ocupación en los sectores de servicios. Este resulta un factor que se relaciona con el mayor acceso al empleo de las mujeres. Finalmente, hay una reducción de la brecha salarial entre hombres y mujeres jóvenes y un incremento de las diferencias en los ingresos entre los trabajadores más y menos calificados (Weller, 2003).

Otra de las dificultades que agrava la situación laboral juvenil tiene que ver con la brecha entre los ingresos de jóvenes y adultos, que en general se vincula con la falta de experiencia de los primeros. Los más jóvenes, de 15 a 19 años, reciben las más bajas remuneraciones y los datos muestran que éstas se incrementan a lo largo de la vida hasta llegar a una curva descendente en una etapa posterior. Los diferenciales en los ingresos por edades se van agudizando a mayor nivel de escolaridad. Los que cuentan con educación universitaria ganan prácticamente la mitad que los adultos, mientras que los adultos con enseñanza secundaria no alcanzan a ganar el doble que los jóvenes. Lo anterior indicaría que la experiencia es más importante también a mayor nivel educacional. Al incorporar la variable de nivel educacional se verifica que en la década sólo crecieron las remuneraciones de las personas, jóvenes o adultos, con educación universitaria. Los años de escolaridad son más determinantes al momento de fijar un salario que la edad del trabajador, dado que comparativamente las diferencias de remuneraciones entre 12 y 17 años de escolaridad reflejan que los jóvenes universitarios ganan el doble de los que sólo terminaron la enseñanza secundaria.7

Junto con los diferenciales etarios, las categorías ocupacionales resultan otro factor de incidencia en los ingresos de los jóvenes latinoamericanos de 20 a 29 años de edad. Si se observa la información del Cuadro 5, los países con mayores diferenciales de ingresos entre la educación universitaria y la enseñanza secundaria son aquellos en donde la productividad alcanza alrededor de tres por ciento promedio, situación que se presenta en los países correspondientes al Grupo 1. Los diferenciales entre las categorías ocupacionales van en descenso consecutivamente para los restantes grupos, siendo el Grupo 4 aquel que presenta el menor promedio (uno por ciento). Asimismo, considerando los datos desagregados por país, la excepcionalidad se advierte para el caso de Honduras que aun cuando se corresponde con los países clasificados en el grupo de menores niveles de desarrollo, alcanza un diferencial levemente mayor a los países del primer grupo.

Desde una perspectiva territorial, en las zonas rurales la tasa de actividad de los hombres es elevada (más de 60 por ciento a inicios de la presente década) incluso en el grupo más joven (15 a 19 años), supera 90 por ciento en el grupo de 20 a 24 años y siempre es mayor a la de sus pares urbanos, lo que refleja oportunidades de educación más limitadas. Tomando en cuenta la variable género, entre las mujeres la situación es inversa, pues las escasas oportunidades de empleo para éstas y los obstáculos culturales existentes limitan una mayor inserción laboral en las zonas rurales. Una tendencia común es que en el periodo reciente, la caída de la participación laboral de los hombres jóvenes se concentra en los jóvenes entre quienes tienen 15 y 19 años de ambas zonas, urbana y rural, lo cual tendría correlación con el aumento de la asistencia a la educación secundaria.8

Entre las mujeres jóvenes, el aumento de la participación ha sido moderado en las zonas urbanas, pero muy pronunciado en las rurales. Aun así, entre las jóvenes habitantes en zonas rurales todavía se registran niveles de participación marcadamente más bajos que los de sus pares urbanas y que entre los hombres jóvenes de ambas zonas.

De todas maneras, la creciente incorporación de las jóvenes de zonas rurales, aparte de la mayor cobertura de los sistemas escolares, parece indicar una gradual atenuación de arraigadas pautas culturales que asignan a las mujeres un papel centrado en los deberes del hogar.

 

La situación laboral y sus tendencias sobre la inserción laboral de los jóvenes

La situación laboral de los jóvenes se ha ido deteriorando con el aumento del desempleo, la concentración creciente del empleo juvenil en los sectores de baja productividad y la caída de los ingresos laborales medios. Este empeoramiento obedeció a tendencias generales en los mercados de trabajo de la región, que fueron un nuevo deterioro de las condiciones de empleo e ingresos, sobre todo a partir de finales de los años noventa, debido a las condiciones macroeconómicas desfavorables, que los han afectando particularmente. La presión económica, además, obligó a un número elevado y creciente de jóvenes a combinar el estudio con el trabajo. Si bien en ciertos casos esto puede facilitar la futura inserción laboral, al permitir los primeros conocimientos, en otros constituye una condición desfavorable debido al impacto negativo en el rendimiento escolar.

Por otra parte, la tendencia cambia en cuanto a la cuestión de género, sobre la cual se verifica una mayor asistencia al sistema educativo, participación y ocupación. La mayor asistencia y progresión educativa incidió en una caída de la tasa de participación de los hombres jóvenes, mientras ha bajado la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan, ni buscan empleo. En el caso de las mujeres, esta tendencia fue compensada con creces por una mayor inserción laboral, en tanto que la proporción de jóvenes que se dedican a los oficios del hogar descendió marcadamente. Si bien nuevamente en muchos casos el motivo de este aumento, sobre todo en el caso de los hogares más pobres, es la presión por mejores ingresos, al mismo tiempo se abren nuevos espacios de desarrollo individual y social para muchas jóvenes. Destaca el fuerte incremento del empleo de mujeres jóvenes en las zonas rurales y en ello influye —aparentemente— un cambio cultural que les da más espacio y nuevas oportunidades de empleo remunerado en la agricultura. Aun así, las mujeres jóvenes de hogares pobres, muchas de ellas provenientes de zonas rurales y con bajos niveles de educación, pueden considerarse como el grupo específico con menos oportunidades laborales.

Las mujeres jóvenes siguen registrando condiciones de inserción más desfavorables que sus coetáneos masculinos, como lo indican, sobre todo, la mayor tasa de desempleo, la mayor proporción de empleo en sectores de baja productividad y los ingresos más bajos, aun con los mismos niveles de educación. En algunas variables, como la proporción del empleo en sectores de baja productividad y los ingresos relativos de las mujeres con nivel educativo más alto, las brechas se han acortado recientemente; pero en otras, como el desempleo y los ingresos medios, no hubo mejorías.

La educación es una variable clave para la mejoría de las perspectivas laborales de los jóvenes. No obstante, se advierte que en un periodo de estancamiento o crisis económica el mayor logro educativo no es garantía para una inserción laboral exitosa, como lo ilustran la caída del ingreso relativo de los jóvenes con diez y 12 años de estudio y en el grupo de 20 a 24 años, incluso de los jóvenes con 13 o más años de estudio, el incremento del "desempleo académico" y la mayor proporción de jóvenes con alto nivel educativo que trabajan en sectores de baja productividad.

El hogar de origen incide nítidamente en las oportunidades laborales y los jóvenes miembros de hogares acomodados disfrutan de condiciones laborales más favorables —mayor tasa de ocupación, menor tasa de desempleo, menor proporción de empleo en sectores de baja productividad— que sus pares de hogares más pobres. En el periodo reciente, algunas de estas brechas incluso se ampliaron, lo que se ilustra con la mayor proporción de empleo en sectores de baja productividad, mientras otras se cerraron (tasa de ocupación, tasa de desempleo).

En situaciones de bajo dinamismo económico, los jóvenes de hogares más ricos prolongaron su permanencia en el sistema educativo y que sus hogares permitieron un lapso mayor de desempleo antes que exigir la inserción en empleos no deseados.

Al observar la evidencia para 17 países latinoamericanos, es interesante constatar tendencias opuestas en la tasa de participación laboral entre hombre y mujeres. Por la parte masculina, se mantuvo la tendencia decreciente de participación laboral, que se explica por la permanencia en el sistema educativo. Esta tendencia de 15 años sugiere que se trata de un fenómeno estructural que no ha sido interrumpido ni por situaciones de crisis —que podrían obligar a los jóvenes a dejar sus estudios para contribuir a los ingresos del hogar— ni por periodos de reactivación que podrían estimular la inserción laboral, debido al surgimiento de nuevas oportunidades de trabajo. Caso contrario es el que muestran las mujeres jóvenes, quienes todavía presentan tasas inferiores de participación y tienen, por tanto, mayor margen de expansión. Ellas vieron incrementar su participación laboral de 39.7 por ciento en 1990 a 45.4 por ciento en 2005, si bien ya hacia el año 2000 habían alcanzado 45.1 por ciento, lo que muestra una tendencia estable en el último lustro evaluado (Cuadro 6).

El empleo femenino, especialmente juvenil, tiene especificidades seculares y recientes. Las mujeres están sobrerepresentadas en el trabajo doméstico, mientras que en las orientaciones vocacionales y oportunidades laborales siguen orientadas a ciertas áreas de servicios (comercio, hoteles, restaurantes y servicios comunales), actividades vinculadas a la prolongación de las labores domésticas, la enseñanza, la salud, el cuidado, la atención personalizada y la administración, es decir, cargos que son tradicionalmente femeninos. Así, pese al aumento en sus logros escolares, la determinación cultural de roles y funciones sigue conduciendo a las mujeres hacia opciones "históricas". A esto se agrega una tendencia reciente, la terciarización en el sector de servicios, que expulsa a las mujeres a las tareas o empresas de menor calificación y que recluta a muchas jóvenes en trabajos para los que están sobrecalificadas. Ellas son mayoría en las nuevas modalidades de trabajo (teletrabajo, trabajo a domicilio o a tiempo parcial) lo que gracias al acceso a la tecnología les abre nuevos nichos y les permite compatibilizar obligaciones familiares. La contracara es que dichos trabajos suelen ser precarios, mal remunerados, presentar condiciones insalubres y carecer de protección social (Silveira, 2008).

Como resultado de un marcado descenso de la tasa de participación de los hombres jóvenes y un muy leve aumento de las tasas de las mujeres, la brecha de participación entre ambos continuó cerrándose y la tasa de participación de los jóvenes en su conjunto bajó levemente, en contraste con el periodo anterior en que se observó un moderado aumento. La caída de esta tasa ha sido más pronunciada entre los más jóvenes (15 a 19 años, tanto hombres como mujeres) lo que coincide con el crecimiento de la asistencia al sistema educativo, que ha sido mayor en este grupo de edad.

Una tendencia significativa que se ha corroborado en los últimos años es el aumento continuo de los jóvenes que estudian y trabajan o que estudian y buscan trabajo. Mientras en algunos casos esto puede tener un efecto positivo, facilitando la adquisición de calificaciones y experiencias útiles para su futura trayectoria laboral, en otros es un proceso desgastante que puede afectar a los resultados en ambas áreas.

Finalmente el conjunto de las tensiones señaladas hasta aquí, marcha en paralelo con el creciente desafío de los jóvenes de hoy: vivir en un mundo que les ofrece empleos menos estables, de corta duración, flexibles en cuanto al lugar y jornada de trabajo, en donde la carrera en una misma empresa con contratos permanentes parece estar extinguiéndose como forma de inserción laboral y ni los oficios aprendidos en el trabajo, ni los títulos profesionales aseguran mayor empleabilidad. Por eso, hoy la escuela dejaría de ser la instancia final de formación y se consideraría la educación una formación continua a lo largo de la vida.

 

A modo de cierre

La expansión y prolongación de la escolarización juvenil son dos procesos históricos que convergen marcando el contexto de la región latinoamericana en nuestros días. Desde la década de los años 1990 las decisiones tomadas en materia de política educativa impulsaron el aumento de los años de escolarización obligatoria, impactando en forma directa en las experiencias que transitan las jóvenes generaciones. Aún con muy distintas intensidades y gradualidades, en una buena parte de los países estos fenómenos han generado auspiciosos avances en cuanto a la asistencia de los jóvenes a los distintos ciclos educativos. Claro que la mejoría registrada en indicadores como el acceso y la terminalidad, conviven con retos pendientes en pos de garantizar la universalización de una educación de calidad para el conjunto de los niños y jóvenes en cada territorio. Asimismo, la complejidad de continuar con una evolución notoria en cuanto al acceso y la terminalidad, requerirá elevar sistemáticamente el techo de las intervenciones, por ende el presupuesto y la infraestructura destinados a ello. Por tanto serán necesarios esfuerzos sostenidos y continuos para garantizar en el sistema educativo este nuevo piso de obligatoriedad.

Parecen presentarse obstáculos aún mayores en el plano laboral, donde la situación indica la coexistencia de fuertes problemáticas, más específicamente cuando se observa que una mayor escolarización marcha en paralelo a la devaluación de las credenciales y relativas posibilidades de obtener un empleo. Los títulos obtenidos en el sistema de enseñanza formal resultan cada vez menos un pasaporte hacia una óptima inserción al mercado laboral y posición en la estructura social.

A partir de los datos analizados en este trabajo, a las tendencias de desempleo y precarización se agregan desigualdades notorias, entre otros el sector social, el lugar de residencia y el género. Por ejemplo, entre los jóvenes habitantes de zonas rurales y urbanas; los primeros muestran elevadas tasas de actividad con oportunidades de educación más restringidas y entre las mujeres la situación es inversa, y son limitadas las posibilidades de inserción laboral. Asimismo, el análisis comparativo realizado sobre las tendencias y los alcances logrados en cuanto a lo educativo y laboral en la población juvenil da cuenta de un escenario con disparidades y diferencias importantes entre los países latinoamericanos.

Por lo tanto, la conjunción de los procesos —en educación y trabajo— evidentemente no marchan a la par. En este sentido, se entiende que las tensiones generadas constituyen un nudo neurálgico de interés en las preocupaciones y discusiones en el campo de la sociología de la juventud actual y a futuro, en tanto afectan sus condiciones de vida, así como las de sus familias y obviamente a todo el conjunto social.

 

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Notas

1 Esta caracterización sigue la propuesta utilizada por la CEPAL. Cabe aclarar también que en la misma, los ingresos se establecen tomando en consideración los diferenciales de las economías latinoamericanas. Véase: Tedesco y López, 2002. Los datos analizados fueron procesados por la CEPAL sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países.

2 En el 2010, en El Salvador se reunieron 22 ministros de educación de la región para discutir el proceso de definición de metas clave para la educación hasta 2021, buscando establecer parámetros comunes de progreso.

3 Ver en CEPAL (2007), Recuadro III.1 Duración de los ciclos educativos obligatorios de la educación secundaria.

4 Con el fín de hacer comparativos los datos, se clasificó el nivel educativo de la secundaria en: "alta secundaria" y "baja secundaria". En el Cuadro 1 del anexo (Cuadro 2) se especifican estos ciclos por cada país, definiéndolos según duración, año de ingreso a cada ciclo y periodo obligatorio.

5 En la cohorte más joven los avances han favorecido en su mayoría y proporcionalmente más a los estudiantes de menores recursos (que de todos modos mantienen tasas más altas de deserción, situación que el indicador no registra), salvo los del primer decil de ingresos.

6 Es decir, junto con los señalados coexisten otros factores de incidencia. Por ejemplo, en cuanto a lo étnico, se puede señalar que 82 por ciento de los niños y jóvenes indígenas en edad de cursar los primeros niveles de la enseñanza secundaria (de 12 a 14 años) y 66 por ciento de aquellos en edad de cursar alta secundaria (de 14 a 17 años) acceden a los sistemas educativos. De este último grupo, sólo 34 por ciento está efectivamente en secundaria, en comparación con 48 por ciento entre los jóvenes no indígenas (ver anexo Cuadro 3).

7 Con base en las encuestas de hogares se indica que para el promedio de los países analizados la remuneración de un joven de entre 15 y 19 años oscila en torno a 1.5 veces la línea de pobreza, la segunda franja de 20 a 24 años tiene un ingreso promedio de 2.6 veces la línea de pobreza y el grupo posterior, es decir de 25 a 29 años, 3.5 veces, mientras los adultos ganan 4.6 veces la línea de pobreza. Véase CEPAL (2008) Cuadro VII.5, América Latina (15 países): ingresos laborales de los jóvenes, según grupo de edad, alrededor de los años 1990, 2000 y 2005.

8 Véase CEPAL (2007), Cuadro III.5, página 195.

 

Información sobre las autoras

Agustina Córica. Maestra en Diseño y Gestión en Políticas y Programas Sociales de la FLACSO. Licenciada en Sociología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente Doctoranda en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora del Programa de Investigaciones de Juventud de la FLACSO sede Argentina. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha desarrollado consultorías con el Banco Mundial, la Organización Internacional de Trabajo, y organizaciones del sector público. Publicaciones recientes: Relación educación-trabajo, Lo posible y lo deseable. Expectativas laborales de los jóvenes de la escuela secundaria y "Las expectativas sobre el futuro educativo y laboral de jóvenes de la escuela secundaria", en Última Década, núm. 36, vol. 20, julio 2012, Valparaíso, Chile. Dirección electrónica: acorica@flacso.org.ar.

Analia Otero. Doctora en Ciencias Sociales por FLACSO. Maestra en Diseño y Gestión en Políticas y Programas Sociales FLACSO. Licenciada en Sociología por la uba. Actualmente es Investigadora CONICET e Investigadora del Programa de Investigaciones de Juventud de la FLACSO-sede Argentina, desde 1999. En 2011 publicó ¿Tiempos de cambio? Alemania, Editorial Académica Española. Durante 2010, "Jóvenes trabajadores, jóvenes luchadores. Reflexiones sobre experiencias contemporáneas", en NÓMADAS, núm. 32, abril del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos IESCO/Universidad Central, Bogotá. Dirección electrónica: aotero@flacso.org.ar.

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