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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.17 no.69 Toluca Jul./Set. 2011

 

Análisis de la dinámica poblacional y social de las cohortes de 1900-1925 y 1926-1935 en el estado de Hidalgo

 

Analysis of the social dynamics and the cohorts of 1900-1925 and 1926-1935 in the state of Hidalgo

 

María de Lourdes Acosta-López y José Aurelio Granados-Alcantar

 

Colegio de Estudios Superiores Hispanoamericano.

Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

 

Recibido: el 13 de septiembre de 2010
Aprobado: el 26 de agosto de 2011.

 

Resumen

Con la confrontación y el manejo de un grupo de personas como una cohorte se pueden distinguir las diferencias entre el grupo de edad de 65 años a 74 años y 75 años o más. En cuanto a la exposición de eventos demográficos y sociales que estos grupos de población sufrieron a lo largo del tiempo, así como por los sucesos acontecidos a través de los decenios en los que vivieron, tratando de contestar la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los eventos más importantes que marcaron el rumbo de las cohortes de 65-74 y 75 o más en el estado de Hidalgo que influyeron en su manera de llegar a la vejez?

Palabras clave: análisis de cohorte, Hidalgo, envejecimiento.

 

Abstract

Confrontation and managing a group of people as a cohort can distinguish the differences between the age group of 65 to 74 years and 75 years and older. As the exposure of demographic and social events that they experienced population groups over time, and the events that occurred over the decades in which they lived, trying to answer the following question: What are the events important to set the course of the cohorts of 65-74 and 75 and older in the state of Hidalgo that influenced their ways of reaching old age?

Key words: cohort analysis, aging, Hidalgo.

 

Introducción

Durante la mayor parte del siglo XX, se produjeron cambios en la estructura de la población en México, pero en los último años, éstos se han enfocado al aumento de la población mayor de 65 años. En el siglo pasado muchos eventos sociales y demográficos tales como: guerras, cambios en la fecundidad, en la educación, en el trabajo, en la disponibilidad de servicios públicos y acontecimientos económicos que se dieron en ese siglo en México afectaron al grupo de población que actualmente es mayor de 65 años. A pesar de que estas transformaciones sociales que proporcionan el perfil de envejecimiento de la actual población envejecida, hay muy poco análisis de los acontecimientos históricos, políticos, económicos, sociales y demográficos que influyeron en el transcurso de sus vidas, por esta razón es necesario realizar estudios que permitan conocer las características de este grupo poblacional en el presente, sin olvidar que estas personas tienen detrás una historia generacional (Jaurégui, 2000).

De acuerdo a todo lo anterior, la investigación se desprende del siguiente cuestionamiento ¿Cuáles son los eventos sociales y demográficos más importantes que marcaron el rumbo de la cohorte de 65-74 y 75 o más en el estado de Hidalgo y que influyeron en su manera al llegar a la vejez? El objetivo de esta investigación será reconstruir los principales eventos demográficos por los que transitaron los adultos mayores hidalguenses pertenecientes a las cohortes de 1900-1925 y 1926-1935. Se seleccionó al estado de Hidalgo, por ser una entidad federativa con fuertes rezagos en materia social, con un gran componente rural, por lo que es importante investigar en este contexto la dinámica social y espacial de la población de 65 o más años.

 

Metodología

En esta investigación se utilizaron los censos (desde el primero correspondiente a 1895 hasta el realizado en el año 2000) para realizar el seguimiento longitudinal de las personas de la cohorte de 65 a 74 años que nacieron entre 1926 y 1935, así como de las personas de la cohorte de 75 años o más, nacidas antes de 1925, de esta manera se caracterizaron a estos individuos a lo largo del tiempo (mortalidad y sobrevivencia, migración, escolaridad, estado civil, ocupación, etc.) todo ello influenciado por los acontecimientos que pudieron haberse presentado a lo largo de su vida tales como guerras, epidemias, cambios económicos en la entidad, entre otros.

 

Análisis de las cohortes 1900-1925 y 1926-1935

Para llevar a cabo un análisis del proceso de envejecimiento que han vivido los adultos mayores en Hidalgo, así como para comprender las condiciones en que actualmente viven su vejez, se requiere estudiar a este grupo poblacional a través del análisis de cohorte.1 Es así que cada cohorte nacida en una fecha particular, vive a través de un único segmento de tiempo histórico y confronta su propia secuencia individual de cambios sociales y ambientales. Por ello, al comparar diferentes cohortes y debido a que las sociedades cambian, las personas pertenecientes a distintas cohortes toman diversos caminos, este proceso que es alterado por el cambio social, se denomina principio de diferencias por cohorte.

Los individuos nacidos a principios del siglo XX, serán diferentes de aquellos nacidos dos o tres décadas después, pues han vivido en contextos sociales, económicos y políticos distintos, mismos que han modelado sus vidas de manera diferencial; por ejemplo, no es lo mismo haber nacido durante la Revolución que después de ésta. El análisis por cohorte permite revisar los eventos por los que atravesó cada una de éstas a lo largo de su vida, y que afectan el modo en que llegan a la vejez así como la forma en que transcurre ésta. Para este análisis se establecieron dos grupos: el de efectivos que al año 2000 tenían entre 65 o 74 años y los de 75 años y más; es decir, aquellos nacidos entre 1926 y 1935 y los que nacieron antes de 1925.2

La exposición del tránsito de ambas cohortes se realiza por medio de la revisión de eventos que esta población sufrió a lo largo del tiempo, así como por los sucesos acontecidos a través de los decenios en los que vivieron, lo que permite la comparación entre las cohortes.

 

Cohorte de 75 años o más: el nacimiento de la cohorte y el contexto hidalguense a principios del siglo XX

Los nacidos entre 1900 y 1925 comprenden la cohorte de 75 años o más, sumaron, al nacer, 503 230 personas, de las cuales sobrevivieron a su primer año 408 329 individuos. Estas generaciones fueron afectadas por tasas de mortalidad infantil que fluctuaron entre las 265.5 defunciones por cada mil nacidos vivos en 1900, y 164.2 en 1921, lo que dio por resultado que 19 por ciento falleciera en su primer año de vida. Esta alta mortalidad estaba asociada con las condiciones sanitarias de principios de siglo cuando la esperanza de vida al nacer estaba por debajo de los 30 años y, según diversos métodos de reconstrucción de tablas de vida, al menos uno de cada tres nacidos vivos no alcanzaba el primer año de vida. Las principales causa de muerte eran de origen infeccioso y parasitario, en general asociadas con un ambiente poco controlado (Alba, 1993).

Aún cuando desde finales del siglo XIX la aplicación de las vacunas durante los primeros meses de vida fue obligatoria y gratuita, y distribuida por el ejecutivo en las campañas que periódicamente se llevaban a cabo, la mortalidad en infantes era considerable. Entre las enfermedades que ocasionaban mayor mortalidad infantil estaban las del sistema respiratorio y digestivo. En Hidalgo, durante 1903, la neumonía causó 83 muertes de cada 100; la diarrea y la enteritis eran los principales males del aparato digestivo (Lau y Sepulveda, 1994). La alimentación insuficiente, la falta de médicos y medicamentos, así como una escasa higiene de la población eran frecuentes causas de muerte; además la ubicación de ciudades como Pachuca, con los fuertes vientos que la azotaban y el polvo que arrastraba, influía en los padecimientos respiratorios, mientras que en las zonas de clima caliente del estado también era considerable el paludismo.

A principios de siglo, en Hidalgo la atención de la salud pública dependía del Ejecutivo local, quien se asesoraba de La Sociedad Médica Francisco Montes de Oca para determinar las acciones sanitarias a seguir. Los médicos que vivían en Pachuca, conscientes de la necesidad de mejorar la salud pública, ejercían las funciones de consejo de salubridad. En esta entidad federativa había poco más de 12 hospitales, casi todos los distritos contaban con el suyo; sin embargo, el número de médicos que atendía la población era bajo; en 1895 había 0.93 médicos por cada 10 mil habitantes, y en 1910 la cifra había bajado a 0.8 (Lau y Sepúlveda, 1994: 36). Para 1900, aunque había 17 médicos en Pachuca, en el resto del estado hacían falta, sobre todo si se considera que más de 70 por ciento de la población vivía en localidades rurales y que la mayoría de los niños que nacían de esta cohorte lo hacían en zonas rurales, donde difícilmente se atendían los partos médicamente por lo que cualquier complicación al momento de nacer aumentaba la probabilidad de muerte de la madre y/o del producto.

La cohorte 1900-1925 nace en una época que comprende la caída del Porfiriato y la Revolución Mexicana. Afortunadamente se cuenta con información censal que permite aproximarse a la realidad demográfica que vivía el país cuando nació la población que al año 2000 tenía más de 75 años de edad, pues cabe citar que bajo el gobierno de Díaz en 1882 se creó La Dirección General de Estadística, organismo que trece años después, en 1895, organizaría el primer censo de población.

Desde el punto de vista social, económico y político, en el primer cuarto del siglo XX la vida de la población hidalguense se caracteriza por la presencia de las haciendas pulqueras, las cuales contaban con una serie de instalaciones en las que se realizaban las actividades económicas de la propiedad, éstas podían ser agrícolas, manufactureras, pecuarias o extractivas; además tenían edificios destinados a otros usos como eran la tienda de raya, la capilla, la cárcel y la escuela en algunos casos (Ramírez, 2000).

La introducción del ferrocarril fue uno de los factores que alteró las formas tradicionales de comercialización y transportación del pulque; al comienzo no aportó muchos beneficios para las Haciendas de Hidalgo, ya que las que producían cereales y legumbres (que eran consumidas en el estado y en la Ciudad de México), vieron disminuir los precios de sus productos debido a la introducción del maíz y cebada provenientes del estado de México; este impacto negativo fue atenuado en cierta medida gracias a los altos precios del transporte y a los aranceles internos (Lau y Sepúlveda, 1994).

La década que va de 1900 a 1910 fue el periodo de mayor prosperidad para el pulque en el estado de Hidalgo, ya que sus beneficios se extendieron no sólo a los productores, sino a todos los relacionados con la distribución y venta del producto. Las 250 mil hectáreas de los llanos de Apan estaban cubiertos por maguey, ahí se encontraban ubicadas 279 haciendas a finales del siglo XIX que diariamente introducían a la Ciudad de México 364 800 litros de pulque. Todos los días el ferrocarril se paraba en cada una de las 40 estaciones de las haciendas para cargar el líquido que debía estar en las garitas de las ciudades (centros de consumo). Durante ese periodo la industria pulquera ocupó cerca de 128 mil personas en las actividades de recolección de agua miel y en la elaboración, transporte y venta del pulque (Ramírez, 2000).

Otro aspecto que resalta en el contexto hidalguense a principios de siglo XIX, es sin duda la minería que debió su rápido desarrollo a la construcción masiva de ferrocarriles, que desplazaron a las mulas y caballos, principal medio de acarreo de los minerales. Durante los últimos treinta años del siglo XIX y comienzos del XX se dieron cambios significativos en el sector minero, ya que de una economía basada en la producción y exportación de monedas de plata, se pasó a una orientada a la producción de metales de uso industrial.

Para fines del siglo XIX, Hidalgo seguía siendo uno de los principales estados en la producción mineral, sus minas de plomo y plata tenían las leyes más altas. Dos eran las principales zonas mineras Pachuca y Zimapán. En general el panorama laboral de la minería no sufrió cambios significativos durante el porfiriato, las condiciones de vida precaria, el trabajo pesado y peligroso, la discriminación étnica, los abusos de los empresarios y la falta de elementos para resolver los problemas obrero patronales continuaron siendo los mismos que desde la época colonial (Ramírez, 2000).

Debido al auge de la minería, la población aumentó, se instalaron fábricas y hubo buenas perspectivas del campo, había crecimiento sostenido en Apan, Jacala, Molango, Pachuca y Tenango, siendo Huejutla el que mayor población atraía entre 1890 y 1910 (por las buenas tierras para la agricultura) las ciudades más importantes en esos años eran Pachuca, Tulancingo y Huejutla (Lau y Sepúlveda, 1994).

A principios de siglo XX se registró alguna disminución de efectivos de la cohorte 1900-1925 a causa del tráfico de esclavos, pues a fines de 1908 Turner (1983), en su libro México Bárbaro evidenció la compra y venta de personas para trabajar en plantaciones de tabaco en el sur del país. El estado de Hidalgo no fue ajeno a ello pues proveía jóvenes y niños, éstos últimos eran sobrevalorados por el tiempo que el dueño podría retenerlos:

... .Los alimentos que los rurales compraron para sus prisioneros consistía en tortillas y chile,...Todos eran de Pachuca, capital del estado de Hidalgo; a diferencia de la mayoría, de los esclavos del Valle Nacional, eran enviados por el jefe político de aquel distrito. El sistema era sencillo: el jefe político de Pachuca tenía un contrato con el propietario de "San Cristóbal la Vega", por medio del cual se comprometía a entregar 500 trabajadores sanos y capaces a $50 cada uno. El jefe consigue tarifas especiales; los guardias son pagados por el Gobierno, de modo que el viaje de cuatro días desde Pachuca le cuesta solamente $3.50 por hombre.....al observar de cerca las cuadrillas en el campo, habían muchos niños entre los trabajadores, por lo menos 50 por ciento de ellos tenían menos de 20 años y no menos de 25 por ciento eran menores de 14 años (Turner, 1983).

Las condiciones de trabajo en climas calientes, el maltrato físico y la mala alimentación a la que estaban sujetos, aumentaron la probabilidad de muerte de estos jóvenes y niños menores de 15 años que, de manera involuntaria, abandonaban el estado de Hidalgo para ser explotados en el sur del país.

El estallido de la Revolución Mexicana en 1910 impactó también en la cohorte 1900-1925: los nacimientos disminuyeron debido a la separación temporal o definitiva de las parejas, también los matrimonios se cancelaban o aplazaban para esperar el regreso de la pareja que, o bien estaba en la lucha armada, o había migrado a Estados Unidos. Este movimiento también afectó en la mortalidad de esta cohorte, desde que estalló la Revolución ingresaron a sus filas niños de siete años; los menores de 10 diez años eran en general cornetas, tambores o mensajeros, también trabajaban como centinelas, pero después de los doce años nadie cuestionaba su lugar como soldados hechos y derechos (Brenner, 1985 citado por Loyo, 1999).

Durante los años de guerra, la agricultura que daba trabajo a la mayoría de la población, las minas, las fábricas, el comercio, y en general el campo y la ciudad padecieron la destrucción y el saqueo. Las ciudades dejaron de recibir alimentos, mientras que la población fue víctima de graves epidemias, como la fiebre del tifo y la gripe española, lo que ocasionó gran mortandad.

 

Uniones precoces y fecundidad subregistrada

La unión entre las parejas durante el primer cuarto del siglo XX se caracterizó por iniciarse a muy temprana edad. De hecho, el censo de población de 1930 hace referencia al artículo 18 de la Ley de Relaciones Familiares que autorizaba contraer matrimonio a los hombres que habían cumplido 16 años y a las mujeres que tuvieran al menos 14; esta disposición estuvo vigente en el código civil del estado durante varios años.

En 1921, año en que la cohorte de 1900-1925 tendría entre 0 y 21 años, el cuarto Censo General de Habitantes de ese año mostraba que 4 201 mujeres menores de 20 años se encontraban casadas, 110 divorciadas y 440 viudas. La mortalidad de los cónyuges era muy elevada, esto debido a las defunciones vinculadas a enfermedades de la época o bien, por causas asociadas con el movimiento revolucionario.

Con el Censo de Población de 1930 es posible precisar con mayor detalle el estado conyugal de la cohorte en estudio, pues se incluyen los datos desagregados por grupo de edad y sexo. Esta fuente de información muestra que 54, 29 mujeres de entre 14 y 29 años se encontraban unidas o casadas a la fecha del levantamiento censal. Cabe señalar que poco más de 30 por ciento de estas mujeres y que 50 por ciento de los varones unidos o casados declararon vivir en unión libre. Al respecto, en esa época, en el medio rural estaba muy extendida esta situación civil y las parejas que se encontraban viviendo bajo ella, eran respetadas socialmente. No obstante, este fenómeno en México es resultado de condiciones económicas muy desfavorables, especialmente en zonas rurales, en donde se observa que en épocas de buenas cosechas se contrae matrimonio civil y religioso, incluso personas que han vivido muchos años en unión libre se presentan a la ceremonia con sus hijos más grandes (Dirección General de Estadística, 1952).

Los datos censales muestran que en Hidalgo conforme se incrementaba la edad disminuía el número de personas en unión libre, aumentando por ende los matrimonios por el civil y religioso. Sin embargo, aparte de las divergencias políticas y religiosas, las distinciones socioeconómicas se sobreponen a todas las demás. Casarse por medio del ritual religioso o del civil, cuesta dinero, y con mucha frecuencia requiere largos viajes. Como resultado de este hecho, muchas de las personas más pobres, en las zonas rurales, como en los barrios pobres de las ciudades, prefieren la unión libre, expediente que no requiere dinero ni contactos con los funcionarios, ya sea de la Iglesia o del Gobierno local (Sherburne y Woodrow, 1998). Fue después de 1930, justo cuando la cohorte tenía entre cinco y treinta años, el matrimonio legal se convirtió en la norma comúnmente aceptada y ello aumentó las presiones demográficas y la tasa de crecimiento natural a niveles sin precedentes en la historia (McCaa, 1993).

Conforme trascurren los años la unión entre las parejas se generaliza. En 1940 cuando la cohorte estudiada tendría entre 15 y 40 años, 65 por ciento de ellos tenía pareja. No obstante, el mercado matrimonial se vio afectado por la revolución mexicana: debido a que las mujeres se casan generalmente con hombres mayores, especialmente con aquellos pertenecientes a las generaciones inmediatamente superiores, a las mujeres de la generación de "1920" les correspondía hacerlo con las generaciones masculinas de "1915"; es decir aquellas nacidas justo antes de la recuperación de la natalidad y, por lo mismo, menos numerosas que las de ellas. Esto significó un desequilibrio de la población casadera desfavorable a las mujeres, que fue resuelto al parecer por una mayor proporción en las generaciones masculinas de 1920. Las mujeres de la generación de 1920 se casaron no solamente con hombres de las generaciones que les estaban destinadas por la diferencia de edad habitual, sino también con hombres de sus propias generaciones (misma edad), e incluso con hombres de generaciones más jóvenes (Quilodrán, 2001).

Debido a que hay una asociación directa entre la edad al matrimonio y la edad al primer hijo, estas mujeres tuvieron sus hijos a edades tempranas y, en ausencia de controles reguladores sobre su fecundidad, el resultado fue un elevado número de hijos. Como ejemplo de ello, 31.2 por ciento de las mujeres nacidas entre 1920 y 1924 se unieron por primera vez antes de los 15 años, permaneciendo en promedio 26.3 años unidas (Quilodrán, 1978).

En las zonas rurales de Hidalgo, casi al término de su periodo reproductivo, 60 por ciento de las mujeres que nacieron alrededor de 1900-1910, 64 por ciento las nacidas entre 1911 y 1920 y 66 por ciento de las nacidas después de finalizada la revolución mexicana habían tenido por lo menos cuatro hijos nacidos vivos. Otra manera de mostrar el dato es referirse a la proporción niños-mujer; en 1910 este indicador mostró que en Hidalgo habían 872 niños de cero a cuatro años por cada 1000 mujeres de 15 a 44 años y en 1930 el valor fue de 696 niños por cada 1000 mujeres de 16 a 45 años, edad que comprende a los efectivos de la cohorte en estudio (Sherburne y Woodrow, 1998). Estos datos muestran que aparentemente hubo un descenso en la fecundidad; sin embargo, habría que considerar la confi abilidad de los registros civiles, pues cabe recordar la subestimación en los nacimientos debido al subregistro de este evento, en particular en áreas rurales.

 

La inserción en el mercado laboral

El inicio de la participación en el mercado laboral para los nacidos entre 1900 y 1925, seguramente fue a muy temprana edad, aún en la etapa de la niñez, hecho que se hace evidente cuando se propone que el calendario escolar sea compatible con el trabajo infantil en 1911. Desde principios del siglo XX, Hidalgo era una entidad federativa netamente rural, la población se encontraba dispersa y según el censo de 1910 sólo habían tres ciudades que rebasaban los cuatro mil habitantes: Pachuca con 39 mil personas, Real del Monte con siete mil y Tulancingo con 8 800. Por esta razón el sector agrícola era el que concentraba mayor número de personas, en 1910, 68 por ciento de la población económicamente activa se ocupaba en la agricultura y en la ganadería. Por su parte, en ese mismo año, la fuerza de trabajo en la industria sólo creció a 1.2 por ciento anual, mientras que el renglón servicios lo hizo únicamente a 0.5 por ciento, por lo que la demanda de trabajo no correspondía con la oferta en las ciudades (Alba, 1993).

Ante este panorama es muy probable que los efectivos de la cohorte que trabajaron a edades tempranas se dedicaran al cultivo del maguey y del mezquite, debido al mercado que se tenía del pulque. En el distrito deApan, Atotonilco El Grande y en Huichapan se empleaban en el cultivo de la cebada, el maíz, arvejón, haba, fríjol, papa y trigo; en Huejutla a la cría de ganado mayor y menor y en Ixmiquilpan al cultivo de hortalizas y árboles frutales.

Debido a que esta cohorte tenía menos de 10 años en 1910, también es posible que se pudieran emplear bien como aprendices o como ayudantes en la fabricación artesanal de sombreros, frazadas y tejidos a base de lechuguilla, planta muy común en el estado de Hidalgo (Lau y Sepúlveda, 1994).

Para 1921, una buena parte de los efectivos nacidos antes de 1925 seguramente ya habían ingresado al mercado laboral. Al término de la revolución, todavía la explotación de plata, en diversos centros mineros de Hidalgo, era de gran importancia. En 1922 esta entidad federativa era la primera productora de metal argentífero a nivel nacional por lo que los pertenecientes a la cohorte en estudio se emplearon en la explotación de minas en Pachuca, Real del Monte y Zimapán, principalmente (Ruiz de la Barrera, 2000).

La agricultura siguió siendo otra opción para emplearse, sembrándose todo tipo de cereales y legumbres, así como el aprovechamiento del jugo del maguey. También en la ganadería, en la explotación del gusano de seda y en la avicultura se incrementó el número de personas ocupadas en el estado. Es seguro que dadas las condiciones de trabajo en las minas: altas temperaturas, accidentes, largas jornadas de trabajo, etc., hubiera alta mortalidad juvenil. De hecho, la esperanza de vida para los nacidos antes de 1925 estaba por debajo de los 35 años y, la del minero aún más baja.

Otro renglón más donde se insertaron laboralmente los pertenecientes a la cohorte de 1900-1925, y en particular los residentes en las urbes, fue en la industria fabril en fábricas como Santiago, Los Ángeles, San Luís, Santa Isabel, etc., que producían telas, mantas, cobertores, chales y tejidos de algodón, entre otros. De igual forma, la industria del cemento cada vez empleaba a mayor personal en Tula de allende y en los municipios aledaños (Dirección General de Estadística, 1927). Por su parte, todavía el Quinto Censo de Población de Hidalgo en 1930, incluía en el rubro de ocupados a los niños de siete años y más y los menores de seis años estaban catalogados como pertenecientes a ocupaciones improductivas (Dirección General de Estadística, 1927). Así que aún cuando la cohorte en esa fecha tuviera entre cinco y treinta años muchos niños ya trabajaban, la actividad laboral estaba generalizada excepto entre las mujeres, quienes se dedicaban en su mayoría al trabajo doméstico en sus hogares.

La distribución de la población económicamente activa ocupada en 1930 da una idea aproximada de cómo participaban en el mercado de trabajo los efectivos de la cohorte en estudio: Del total de ocupados que recibían salario, 78.9 por ciento se empleaba en la agricultura, ganadería, silvicultura, caza y pesca, tres por ciento en minería y actividades relacionadas con el petróleo y gas, 6.5 por ciento en industria, uno por ciento en comunicaciones y transportes, cuatro por ciento en el comercio, 1.5 por ciento en la Administración Pública, 0.5 por ciento en profesiones y ocupaciones liberales, 1.2 por ciento en trabajo doméstico remunerado y 3.4 por ciento en otras ocupaciones. La escasa participación de la mujer se refl eja en el hecho de que de las 211 815 personas ocupadas asalariadas, 95 por ciento eran varones, pues casi todas las mujeres estaban consideradas en el renglón "trabajo doméstico sin retribución" (Dirección General de Estadística, 1930).

El Sexto Censo de Población de Hidalgo en 1940, muestra que los efectivos de la cohorte de 1900-1925, ascienden a 306 426, mismos que a ese año tenían entre 15 y 40 años. Esta fuente de información señala a 229 070 personas que se encontraban ocupadas y, aunque otros sectores habían crecido tal como el comercial, todavía las actividades agrícolas ocupaban al grueso de la población (76.2 por ciento), de los cuales 60 por ciento se empleaban básicamente como jornaleros, por lo que los salarios que se percibían eran bajos. En minería, petróleo y gas, se ocupaba 4.3 por ciento, en la industria 6.1 por ciento, particularmente en la textil que concentraba a 31 por ciento de los trabajadores que, o bien eran obreros o trabajaban solos como pequeños propietarios de industrias artesanales que instalaban en sus casas o en pequeños locales; uno por ciento se empleaba en comunicaciones y transportes, seis por ciento en el comercio en general, dos por ciento en la Administración Pública, 0.2 por ciento en profesiones y ocupaciones liberales, 3.2 por ciento en servidumbre y uno por ciento en otras ocupaciones.

Ante la creciente posibilidad de mejorar las condiciones de vida, en particular de la población que residía en localidades rurales, la migración hacia la Ciudad de México se convirtió en una alternativa clara para esta cohorte. Fueron precisamente los hidalguenses quienes a nivel nacional enviaron antes de 1935 un mayor número de personas por tanto las generaciones nacidas entre 1900 y 1929 se encontraban en los grupos de edades en que las probabilidades de migrar eran mayores, esto es, de 10 a 29 años (Muñoz, De Oliveira, y Stern, 1981).

Después de 1940, el crecimiento en la economía nacional se ubicó en 7.3 por ciento, comportamiento que se mantuvo hasta 1950, resultado de la Segunda Guerra Mundial que generó una demanda de productos mexicanos, lo que derivó en el aumento de la producción de acero, cemento y papel, por lo que México alcanzó una exportación de manufacturas de 25 por ciento del total. En este marco, se crearon otros servicios que no existían antes de 1940 o que tenían poca importancia, como es el caso de la red telefónica. También, la agricultura recibió un fuerte impulso a causa de las inversiones que se hicieron en irrigación y en la mejora en la tecnología agrícola como resultado de los programas de investigación de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (Solís, 1999).

En 1950, cuando la cohorte en estudio tendría entre 25 y 50 años, los efectivos habían descendido a 239 486 personas, esto como producto de la migración que se registraba hacia la Ciudad de México, pero también a causa de la mortalidad. Cabe señalar que en esta época la esperanza de vida al nacimiento era apenas superior a los 40 años y la tasa de mortalidad general aún acusaba cifras que rebasaban las veinte defunciones por mil habitantes, siendo las principales causas de defunción las enfermedades infecciosas como: neumonías, diarrea, enteritis, tosferina, sarampión, paludismo, gripe e influenza que, en su conjunto representaron 51 por ciento de las muertes registradas en 1950 (Camposortega, 1992).

Aun con este descenso en la cohorte, en general hubo una incorporación acentuada en el mercado laboral en 1950, pues se encontraban trabajando 270 075 personas. Este incremento en la ocupación se explica por la coincidencia de un crecimiento acelerado de la producción manufacturera y de la acumulación en ese sector - aparejado de un aumento inusitado de la ocupación en el comercio, los servicios y la construcción- con una expansión extraordinaria del empleo en la agricultura, atribuible a la ampliación de la frontera agrícola. En esta etapa se construyeron grandes obras de irrigación que dieron origen a un incremento de la superficie cultivable (Rendón y Salas, 1987).

La distribución por ramas de actividad de la población ocupada muestra lo arriba señalado, pues aunque el porcentaje de población ocupada en la agricultura había descendido a 71 por ciento, aún este renglón aglomeraba a buena parte de la fuerza laboral. A su vez, el crecimiento de la industria en Hidalgo se vio refl ejado en el aumento de la población ocupada en este sector, que en 1950 ya empleaba a 10 por ciento de los trabajadores; los servicios duplicaron el porcentaje de ocupados en este renglón pues pasaron de cuatro por ciento en 1940 a ocho por ciento en 1950 (Dirección General de Estadística, 1952).

Al inicio de la década de 1960, los nacidos entre 1900 y 1925 tenían entre 35 y 60 años, los efectivos habían disminuido a 180 325 personas. A partir de esta década la fuerza de trabajo empezó a aumentar su participación en las actividades industriales, esto como resultado de un amplio proceso de industrialización en el país y a la expansión de la fabricación de bienes de consumo duradero y de producción. El mayor dinamismo se registró en la industria del papel, hule, química metalúrgica, vehículos y accesorios. Así, entre 1950-1970 la población ocupada en manufacturas en el estado de Hidalgo se incrementó de 10 a casi 16 por ciento en 1970. En esos veinte años también se observa un aumento de la ocupación en las actividades terciarias en el estado, pues en servicios y comercio se pasó de ocho a 17.3 por ciento del total de la fuerza laboral ocupada (Secretaría de Industria y Comercio, 1972).

Por otra parte, la explicación del incremento en la producción y en el empleo agrícola desde 1945 y hasta mediados de los años sesenta en México, radica en el incremento de la superficie agrícola así como en un notable aumento en los rendimientos por hectárea de los principales cultivos, producto de la "revolución verde". Ello favoreció a estados como Hidalgo donde durante casi veinte años, la población ocupada en actividades agrícolas superó 70 por ciento. No obstante, después de 1965, la agricultura dejó de crecer, los cultivos que habían mostrado mayor dinamismo como el sorgo, el cártamo y la soya se volvieron poco intensivos en mano de obra, y en la economía campesina; además se dio una parcelación constante de las unidades; ello aunado a mecanismos de comercialización desfavorable, que hizo más difícil la reproducción de las unidades campesinas y, por ende, se produjo la expulsión de proporciones importantes de fuerza de trabajo. Esta situación afectó a Hidalgo, pues aunque el mayor porcentaje de ocupados se concentra en la agricultura, ésta pasó de 71 por ciento en 1950 a 61 por ciento en 1970 (Rendón y Salas, 1987).

Para 1980, los sobrevivientes de las generaciones 1900-1925 ascendían a 112 780 personas; es seguro que una parte importante de ellos ya se hubieran retirado de la actividad laboral, mientras que los que continuaban ocupados se distribuían en los sectores de actividad de la siguiente forma: 42 por ciento en agricultura, ganadería, silvicultura, caza y pesca, 18 por ciento en la industria de la transformación, 14 por ciento en los servicios, 11 por ciento en el comercio, ocho por ciento en la construcción y el resto en otras ramas de actividad3 (Secretaría de Programación y Presupuesto, 1980).

Es notable el descenso de la participación en la agricultura y el aumento en la industria, el comercio y los servicios, en particular los referentes a educación y salud, esto como resultado del gasto social en estos rubros. Asimismo, la participación de la mujer en la actividad económica empieza a ser notable, sobre todo en los servicios y en el comercio donde se insertó 39 y 23 por ciento, respectivamente, del total de mujeres activas ocupadas.

Si bien la agricultura vio mermar el número de sus ocupados, las generaciones de principios de siglo continuaron ocupándose en esa actividad pues la tradición y el medio rural en el que crecieron influyen para ello.

 

La mortalidad de la cohorte de 1900-1925 en la tercera edad

Al iniciar la década de 1990 los sobrevivientes de la cohorte alcanzaron 78 665 personas, lo que se tradujo en una pérdida efectiva de 30 por ciento respecto al año de 1980. Esta baja respondió básicamente a la alta mortalidad a la que enfrentó la cohorte; entre 1985 y 1990 las estadísticas vitales del estado de Hidalgo reportaron casi 20 mil defunciones de individuos que habían nacido entre 1900 y 1925 (cuadro 1).

Esta mortalidad de efectivos ha afectado primordialmente a los varones, incrementando de manera considerable el grupo de viudas. Según el XI Censo General de Población de 1990, en Hidalgo 45 por ciento de las mujeres entre 65 y 90 años eran viudas en comparación con 13.6 por ciento de los varones pertenecientes al mismo grupo de edad, mientras que al año 2000 cuando esta población tenía más de 75 años, 66.2 por ciento de las mujeres habían enviudado, mientras que sólo 28 por ciento de los hombres se reportaron en la misma condición.

De acuerdo al XII Censo General de Población y Vivienda del 2000, en Hidalgo residían 47 850 sobrevivientes de la cohorte 1900-1925. En los últimos diez años el descenso de efectivos fue de 60 por ciento respecto a 1990, ello como resultado de la mortalidad que afectó a la cohorte.

Las principales causas de defunción se asocian con las enfermedades crónicas degenerativas, aumentando la incidencia de la diabetes mellitus y del infarto al miocardio, aunque también están presentes todavía aquellas afecciones de carácter infeccioso como la neumonía (cuadro 2).

Debido a que en su mayoría las enfermedades que llevan a la muerte al adulto mayor son de larga duración, en ocasiones se generan gastos que representan endeudamientos o bien pérdida de la capacidad de consumo de otros satisfactores básicos.

 

Cohorte de 65 a 74 años: El nacimiento postrevolucionario y la recuperación de la fecundidad

Esta cohorte comprende a los nacidos entre 1926 y 1935, periodo en el que nacieron 312 455 niños en Hidalgo; sin embargo, la mortalidad infantil prevaleciente en esas épocas (148.9 muertes por cada mil nacidos vivos) influyó de manera significativa para que a su primer año, sólo llegaran vivos 250 857 niños. La lucha armada provocó la postergación de muchos matrimonios y nacimientos que debieron haber ocurrido durante este lapso, y que se sumaron a los de años posteriores (Quilodrán, 2001). Era el periodo donde el país retomaba la evolución que se venía observando antes de la revolución mexicana, el gobierno impulsaba el crecimiento natural a través de la promoción de matrimonios y de la natalidad al tiempo que se abatía la mortalidad.

 

Juventud y la nupcialidad de la cohorte

En la década de 1960, la cohorte nacida entre 1926 y 1935 ya tenía entre 25 y 34 años, por lo que prácticamente la nupcialidad era ya generalizada; a nivel nacional sólo cinco por ciento de las mujeres de las generaciones de 1927-1946 quedaban fuera de algún tipo de unión estable. Las primeras uniones se realizaban a edades tempranas en promedio a los 19 años de edad; cuatro de cada diez uniones se celebraban antes de que la mujer cumpliera 18 años. A la nupcialidad alta y precoz se agrega que las uniones duraban mucho, con pocas interrupciones prematuras por viudez, separación o divorcio. A nivel nacional las parejas formadas por mujeres nacidas entre 1927 y 1941 permanecieron unidas durante un 90 por ciento del tiempo vivido desde el momento de su primera unión (Zavala de Cossío, 1993).

Esta misma autora apunta, que en 1950, la fecundidad alcanzó 6.75 hijos por mujer, los niveles más elevados registrados en México, justamente las generaciones femeninas con mayores descendencias, 6.8 hijos por mujer nacieron entre 1927 y 1941. Los factores que explican esa alta fecundidad, se refieren a una nupcialidad elevada y precoz, y a una fecundidad "natural", en ausencia de prácticas anticonceptivas en las uniones. Influyó también un rejuvenecimiento de la fecundidad, ya que aumentó la proporción de nacimientos ocurridos a principios de la vida fértil, antes de los 25 años de edad. Las mujeres rurales nacidas entre 1920 y 1934 registraron niveles de fecundidad parecidos a las mujeres noruegas casadas entre los 18 y 21 años antes de 1888; otro punto de comparación es que la descendencia de la cohorte nacida entre 1926 y 1930 tuvo una cifra semejante a los matrimonios franceses del siglo XVII.

El comportamiento de la nupcialidad a nivel nacional para la cohorte nacida entre 1926 y 1935 se aplica al caso del estado de Hidalgo, pues el Censo de Población de 1960 mostró que de las 64 562 mujeres entre 25 y 34 años de edad, 50 866 se encontraban unidas o casadas, lo que representa 78.82 por ciento del total de la cohorte, en el caso de los varones los efectivos del grupo de edad en estudio ascendían a 62 612 de los cuales, 46 253 estaban casados o vivían en unión libre. Estas cifras se relacionan con el nivel de fecundidad pues debido a que 76.7 por ciento de las mujeres nacidas entre 1926 y 1935, vivían en áreas rurales donde el acceso a los métodos anticonceptivos era prácticamente nulo, 41 por ciento de las mujeres habían tenido en 1950 un mínimo de cuatro hijos.

Los progresos sanitarios impactaron las tasas de mortalidad infantil, pues cuando esta cohorte nació, la tasa era de 148.9 muertes por cada mil nacidos y en 1960, cuando esas mujeres fueron madres, este indicador había descendido a 74 muertes por mil nacimientos, lo que significó que sus hijos tuvieran más oportunidades de sobrevivir al primer año de vida que cuando ellas nacieron. Asimismo, la esperanza de vida aumentó, mientras que los efectivos de la cohorte nacidos en 1930 tenían una esperanza de vida al nacimiento de 33 años, sus hijos nacidos en 1960 alcanzarían una esperanza de vida de 58 años (INEGI, 1999).

En esa misma década, pero en otra esfera, de las 55 074 mujeres hidal-guenses, en 1970, 87.4 por ciento de ellas habían tenido hijos. El promedio de hijos nacidos vivos era de 5.8 para aquellas entre 35 y 39 años y 6.3 hijos para las del grupo de edad de 40 a 44 años; esta alta fecundidad de las mujeres en México se refl ejó en los resultados del Censo de Población de 1970 que confirmaban que el país tenía ya poco más de 50 millones de habitantes, por lo que de continuar con el ritmo de crecimiento intercensal que se registraba (3.5 por ciento anual), se preveía que al 2000 habría 135 millones de habitantes.

No obstante, una buena parte de las mujeres de la cohorte de 1926-1935, estaban por terminar su edad fértil, por lo que la práctica anticonceptiva llegaba de manera tardía para ellas. Datos del Programa de Encuestas Comparativas de la Fecundidad en América Latina (PECFAL) que se aplicaron en zonas rurales de México en 1969 y 1970 mostraban que no había difusión en cuanto al conocimiento de anticonceptivos en las áreas del país, ya que sólo 5.2 por ciento de las mujeres en edad fértil declaraban conocer algún método anticonceptivo (García, 1983). Justamente, el año de nacimiento del último hijo ocurrió entre los 35 y 45 años de edad, lo que muestra que durante casi todo el periodo reproductivo las mujeres de esta cohorte tuvieron descendencia.

 

Participación en el mercado laboral y migración

En 1960, la población entre 25 y 34 años que se encontraba ocupada era de 66 753 personas, lo que significaba que 54.5 por ciento de la cohorte estaba inserta en el mercado laboral. La segregación por sexo en Hidalgo era evidente, pues del total de ocupados 86.4 por ciento eran varones que se encontraban distribuidos de la siguiente forma: 41 por ciento eran jornaleros de campo, 28 por ciento eran ejidatarios o agricultores que trabajaban por cuenta propia, 19 por ciento obreros y 12 por ciento se distribuían en otras categorías. Para el caso de las 9 114 mujeres que trabajaban en 1960, 50.5 por ciento se ocupaban como obreras, 15 por ciento eran empleadas y el resto de las mujeres se distribuían en otros rubros (Dirección General de Estadística, 1964). Dadas las actividades en que se empleaban, se presume que se trataba de mujeres que residían en urbes como Pachuca o Tulancingo donde había una mayor oferta de empleos y era socialmente más aceptado el trabajo femenil.

Si bien es cierto que el peso específico de la población ocupada en actividades agrícolas se vincula con la alta proporción que vivía en áreas rurales, también es cierto que a partir de 1936, la agricultura inicia su progreso y llegó a tener un rendimiento superior al promedio de toda la economía nacional. Este avance se consiguió porque se extendió la superficie de tierras cultivadas de 15 a 24 millones de hectáreas entre 1930 y 1960 y por el uso de mejores técnicas de cultivos, sobre todo de abonos y semillas mejoradas, pero también a las obras de irrigación que permitieron cultivar extensas zonas con la seguridad de contar con agua suficiente (Cosío, 1983). A pesar del progreso del sector agrícola, únicamente el ocho por ciento de las familias rurales tenía un ingreso de mil pesos o más, mientras que en los centros urbanos la cifra era de 35 por ciento. El resultado fue la existencia y el aumento de una amplia capa marginal (Meyer, 1985).

Tal como ocurrió en la década de 1950, en la de 1960 también se registraron pérdidas de población por migración hacia la Ciudad de México, pues cabe recordar que de 1930 a 1950 fue un periodo de instalación de infraestructura fabril y, después un periodo de consolidación que, en su momento requirió mano de obra. En esa década, los migrantes hidalguenses que se dirigían a la ciudad de México registraban ritmos de crecimientos mayores a 14 por ciento anual (Muñoz, 1981).

Si bien la revolución verde le dio al país suficiencia en granos, en la segunda mitad de la década de los sesenta la producción disminuyó. La economía regional del país se orientó a concentrar actividades industriales en diferentes puntos del país, ejemplo de ello la creación de la zona industrial de Ciudad Sahagún en Tepeapulco, Hidalgo.

En este contexto, en 1970 los efectivos de la cohorte de 1926-1935, ya tenían entre 35 y 44 años de edad, y ascendían a 110 645 personas, de las cuales 55 571 eran varones y 55 074 mujeres. Aún cuando el avance en educación era sorprendente, el número de analfabetas no se reducía. La fuerza de trabajo tenía en promedio menos de cuatro años de escolaridad en 1970 (Alba, 1993). En este sentido, el nivel de instrucción escolar de esta cohorte era bajo pues 48 por ciento de los varones y 58 por ciento de las mujeres hidalguenses nunca asistieron a la escuela, tal como lo evidencian los datos censales de 1970.

El Censo General de Población de 1970 mostraba que la población ocupada entre 35 y 44 años era de 57 798 personas; en términos absolutos había disminuido la fuerza laboral de la cohorte en 14 por ciento, es muy posible que la pérdida se relacione de manera directa con la migración interna hacia la Ciudad de México.

Entre 1971 y 1983 se presenta una crisis internacional en donde se encarece el petróleo a nivel mundial. La actividad económica atraviesa por un periodo de estancamiento y de crisis recurrentes cuyas repercusiones incluyen: la recesión de actividades agropecuarias e industriales, incremento de la migración, desempleo y pauperización de amplios estratos de la población. Aún cuando en el país el peso de la agricultura disminuía en comparación con otros sectores, en Hidalgo todavía en 1970 la mayor parte de la población económicamente activa ocupada se empleaba en este tipo de actividad. La cohorte en estudio se distribuía de la siguiente manera: 61.4 por ciento en actividades primarias, 16.5 por ciento en el sector secundario y 22.1 por ciento en actividades terciarias.

La participación económica de la mujer descendió de manera significativa, pues al parecer salieron del mercado laboral 2 957 mujeres que diez años atrás se encontraban trabajando. Por un lado, estas mujeres dejaron de trabajar para dedicarse exclusivamente a las labores del hogar, pues de 1960 a 1970 el grupo de población económicamente inactiva dedicada a quehaceres domésticos en Hidalgo aumentó de 271 796 a 287 011 efectivos.

Para 1980, en Hidalgo los sobrevivientes de la cohorte de 1926-1935 ascendían a 96 906 personas que fluctuaban entre 45 y 54 años de edad. La década de los ochenta iniciaba con una situación contraria al crecimiento económico: caída de los precios del petróleo, fuga de divisas y devaluación que provocaron infl ación y desempleo y un notable descenso en el ingreso real de la población. La expansión económica sólo se presentó en ramas como la electricidad, construcción y bienes de consumo, lo que dio lugar a un dinamismo en servicios y a una crisis severa del sector agrícola. Por su parte, el excedente de crudo en el mercado internacional hizo que descendiera el precio del petróleo, por lo que el ingreso por su venta fue menos de lo esperado para 1981. Los préstamos para detener la crisis de 1982 fueron insuficientes y aproximadamente un millón de empleos se perdieron, estimándose que el desempleo y subempleo afectó a la mitad de la población económicamente activa (González, y Monterrubio, 1993).

Con este panorama que se vivía en el México de los ochenta, la población de la cohorte en estudio se encontraba en plena actividad productiva. En el caso de los varones, la tasa de participación económica se mantuvo constante pues en 1980 este indicador era de 95.08 por ciento para el grupo de 40 a 44 años y de 94.54 por ciento para los hombres de entre 45 y 54 años. La participación de la mujer aumentó de forma significativa en Hidalgo, pues si bien en 1970 las tasas de participación de las mujeres pertenecientes a la cohorte 1926-1935 era de 14.2 por ciento en 1980, este indicador mostraban que de cada 100 mujeres entre 45 y 54 años, 25 ya participaban en el mercado laboral (Secretaría de Programación y Presupuesto, 1980). El incremento en la participación de las mujeres podría ser atribuible a la crisis económica que redundó en el bajo bienestar de las familias mexicanas, así, los hogares mandaron más fuerza de trabajo a la actividad económica, la cual fue preferentemente femenina, y se insertó , por lo regular, en trabajos no asalariados (Cortés, 2000).

Para 1990, las diferencias regionales en el país se hicieron evidentes, pues cinco estados de la república mexicana (Chiapas, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca y Veracruz), en los que residía 21 por ciento de la población nacional, presentaron un alto grado de marginación (Conapo, 1994). En Hidalgo en particular, algunos indicadores como la dispersión de la población, que mostraba que 62.9 por ciento de la población vivía en localidades menores a cinco mil habitantes, el ingreso de la población ocupada que en 74 por ciento no superaba los dos salarios mínimos y el analfabetismo entre los mayores de 15 años que alcanzaba 20.7 por ciento, entre otros evidenciaban el grado de rezago en la entidad (Conapo, 2004).

Era una época en la que se registraba una recuperación en la economía nacional que reportaba un crecimiento de tres por ciento anual, se crearon varios miles de empleos, hubo incrementos salariales y no se presentaron devaluaciones fuertes. Se firman acuerdos comerciales con Canadá y Estados Unidos, que derivaron en flujos de capital importantes para el país.

En este contexto nacional, El XI Censo General de Población y Vivienda de 1990 mostraba que había 80 966 personas entre 55 y 64 años residiendo en Hidalgo. El efecto de la mortalidad empieza a jugar un papel importante en la disminución de efectivos de la cohorte; esto es particularmente evidente al comparar la proporción de mujeres (53.6 por ciento) respecto al total de individuos de la cohorte y la pérdida que sufre ésta de cerca de 16 mil individuos en el decenio 1980-1990. En este sentido, 15.3 por ciento de la población en el grupo de edad de interés son viudos, suponiéndose que la pareja también pertenecía a la cohorte de 1926-1935.

Cabe mencionar que en 1990 se registran inmigrantes de la cohorte en estudio, que habían nacido en el estado de México, Puebla, Veracruz y Distrito Federal. No obstante, 91.5 por ciento de la población nacida entre 1926 y 1935 que residía en Hidalgo era oriunda de la entidad. Si se explora, la residencia de los individuos en 1985 se advierte que Hidalgo recibió poco más de 2 600 personas entre 55 y 64 años que llegaban del Distrito Federal (42 por ciento), del estado de México (23 por ciento) y de Veracruz (12 por ciento).

Respecto a la actividad principal que realizan los individuos de esta cohorte, es de advertir que la participación económica empieza a descender, pues sólo 37.6 por ciento de los efectivos están insertos en el mercado laboral, advirtiéndose que las mujeres que declaran trabajar son menos en comparación con el decenio anterior, ya que a 1990 únicamente seis por ciento se empleaban en alguna actividad económica. Por su parte, también en los varones hay un descenso en la participación económica, pues se registra una baja de 19 por ciento si se contrasta con el dato de 1980.

 

La mortalidad de la cohorte de 1900-1925 en la tercera edad

Al año 2000, sobreviven 70 519 efectivos de la cohorte de 1926-1935 que residen en Hidalgo, registrándose una baja de 10 447 efectivos respecto al decenio anterior. El efecto de la mortalidad adquiere un papel singular pues aun cuando se considera que el grupo de 65 a 74 años tiene oportunidades para vivir en condiciones aceptables de salud y funcionalidad, la proporción de viudos y viudas aumentó a 27.6 por ciento. Debido a la mortalidad diferencial entre hombres y mujeres, 41 por ciento del total de éstas se reportaron viudas, mientras que en el caso de los varones sólo 12.6 por ciento (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, 2001).

En la cohorte en estudio, la pérdida por mortalidad en edades adultas y avanzadas, esto es, entre 50 y 72 años de edad, registrada entre 1985 y 1998 asciende a 16 463 efectivos. Debido al envejecimiento físico del individuo, es de esperarse que aumenten las defunciones conforme se incrementa la edad, en el cuadro 3, se advierte que los efectivos de la cohorte que fallecieron en 1985, cuando tenían entre 50 y 59 años ascendieron a 971, mientras que aquellos que murieron en 1998, cuando tenían entre 63 y 72 años sumaron 1 521 personas. Asimismo, los diferenciales de sexo ante muerte muestran que son los varones en proporción mayor quienes mueren más y a menor edad que las mujeres.

Es factible afirmar que a nivel nacional en la cohorte 1926-1935, casi toda la población que falleció quedó registrada pues entre 1940 y 1996 la proporción de defunciones médicamente certificadas ha aumentado de manera continua. En 1940 sólo en 52 por ciento de los casos la causa de fallecimiento había sido asentada por un médico. Hacia 1960 esta cifra había ascendido hasta alcanzar 96.4 por ciento. De igual forma, entre 1980 y 1996 el porcentaje de defunciones registradas como debidas a signos, síntomas y estados morbosos mal definidos disminuyó de 6.7 a 1.7 por ciento (Cárdenas, 2001).

Un análisis a partir de las causas de muerte de esta cohorte muestra que conforme aumenta la edad al morir, se elevan las proporciones de defunciones asociadas a enfermedades que abarcan patologías no transmisibles y cuyos periodos de desarrollo o entre aparición y muerte pueden ser largos; de ahí que se consideren crónicas. No obstante, aún están presentes las causas de mortalidad por enfermedades infecciosas que comprenden padecimientos que pueden ser resueltos en el primer nivel de atención, es decir, en cualquier unidad médica de consulta externa. Asimismo, las enfermedades que también están presentes son las que se refieren a las lesiones o accidentes (cuadro 4).

Si se observan los cambios en el perfil de mortalidad en la cohorte 1926-1935 se advierte que a pesar de la edad al morir, las tres primeras causas de muerte son las afecciones del hígado, diabetes y los infartos. La neumonía como enfermedad infecciosa también está presente, incluso su importancia resalta en las edades más avanzadas de los individuos al ocupar el quinto sitio entre las causas de muerte de las personas de entre 62 y 71 años de edad. Asimismo, al parecer los accidentes desaparecen dentro de las principales causas de muerte al aumentar la edad de los efectivos.

Otro tipo de pérdida de efectivos de esta cohorte es por migración, al año 2000 casi 42 301 hidalguenses de entre 65 y 74 años residen en otra entidad federativa; en particular, el Distrito Federal y el Estado de México concentran 77 por ciento de esta población, entre la década de 1940 y 1960, se registraron los mayores flujos migratorios hacia la Ciudad de México.

 

Reflexiones finales

A partir de los acontecimientos y eventos revisados a lo largo del tiempo, es importante reconocer que existen diferencias entre ambas cohortes que marcan particularidades tanto en la manera en que llegaron a la vejez como la propia condición en que se encuentran en la actualidad. Desde el punto de vista de la salud, un aspecto que marcó diferencias entre las cohortes, es la creación de las instituciones de Seguridad Social y de Salud, lo que favoreció el acceso médico a la población urbana y rural y, que aunado a los avances médicos de la época, permitieron que las tasas de mortalidad se redujeran de manera considerable. El mejoramiento a la salud se refl ejó en particular en los nacidos después de 1925, evitando la mortandad por causas asociadas a enfermedades infecciosas y parasitarias, que habían hecho estragos ente la población nacida a principios de siglo.

Finalmente, otro acontecimiento importante y diferencial entre cohortes fue la migración hacia la Ciudad de México que se dio de forma masiva, siendo el estado de Hidalgo el principal expulsor de población hacia la capital del país. En particular, por esta causa se registró pérdida de población de la cohorte de 1926-1935 quienes en la nueva ciudad de acogida desarrollaron otras habilidades para la sobrevivencia y, tal como lo confirman los datos, una proporción importante de ellos, experimentaron migración de retorno ya en la etapa de la vejez. En cambio, si bien se registró migración de los pertenecientes a la cohorte de 1900-1925 a la Ciudad de México, los flujos no fueron de igual magnitud que los primeros, porque su movilidad territorial se restringió a las ciudades cercanas del estado principalmente.

 

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Notas

1 El termino cohorte se refiere a un conjunto de individuos que han vivido un acontecimiento similar en el transcurso de un mismo periodo de tiempo. En este capítulo se hace uso del término para hablar de los nacidos durante un periodo de tiempo específico.

2 Aunque al 2000 hay población mayor de 100 años, ésta representa sólo 0.2 por ciento de los adultos mayores, por lo que para facilitar el análisis, ésta última generación comprenderá un cuarto de siglo, desde el año 1900 a 1925.

3 En particular, para el caso de Hidalgo en industria a finales de la década de los setentas se habían instalado 11 empresas en Tizayuca bajo el programa de Ciudades Industriales, financiado por Obras Públicas y Nacional Financiera bajo la idea de fortalecer nuevos Polos de Desarrollo.

 

Información sobre los autores:

María de Lourdes ACOSTA-LÓPEZ. Candidata a doctora en Geografía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Directora General del Colegio de Estudios Superiores Hispanoamericano S.C. Correo electrónico: acosta@colesh.edu.mx

José Aurelio GRANADOS-ALCANTAR. Doctor en Planificación Territorial y Desarrollo Regional por la Universidad de Barcelona. Profesor investigador del Área Académica de Sociología y Demografía en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Correo electrónico: joseg@uaeh.edu.mx

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