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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.13 n.53 Toluca Jul./Sep. 2007

 

El espacio fronterizo en la articulación de espacios sociales trasnacionales: reflexión teórica y apuntes empíricos

 

The border space in the articulation of transnational social spaces: theoretical reflection and empirical analysis

 

Cristóbal Mendoza Pérez

 

Universidad Autónoma Metropolitana/Iztapalapa

 

Resumen

La discusión sobre el lugar y el espacio es un tema pendiente en la literatura de migraciones. Desde una perspectiva tradicional, las migraciones internacionales se han entendido en términos bipolares, entre un lugar de origen y uno de destino y a través de esquemas de adaptación/integración/asimilación de los inmigrantes en los países de llegada. El enfoque trasnacional aplicado al estudio de las migraciones, que ciertamente constituye un reto a esta concepción rígida de los procesos migratorios, elimina en la práctica las referencias de carácter geográfico, ya que las migraciones se producen en espacios sociales y culturales sin base territorial. El artículo reflexiona sobre la articulación del espacio fronterizo, entendido como las ciudades fronterizas del norte de México, en la construcción de espacios sociales trasnacionales, a partir de la Encuesta sobre Migración a la Frontera Norte (EMIF).

Palabras clave: asimilación, frontera México-Estados Unidos, migración interna, migración internacional, trasnacionalismo.

 

Abstract

The debate on "place and space" is to be explored in the literature of migrations. From a traditional perspective, international migrations are understood in bipolar terms, from a point of departure and a second of arrival, and through frameworks of adaptation/integration/ assimilation. The transnational approach for the study of migration which constitutes a challenge for rigid traditional perspectives does not take into account practically any geographical reference. According to this view, migrations occur within social and cultural spaces without a territorial basis. In this context, this article explores the role of the border space (i.e. the Mexico northern border cities) in the construction of transnational social spaces, from the analysis of EMIF (Survey on Migration to the Northern Border).

Key words: assimilation, Mexico-USA border, internal migration, international migration, transnationalism.

 

La discusión sobre el espacio es un tema pendiente en la literatura de migraciones. La definición del espacio en esta literatura se ha situado entre la exigencia teórica y las necesidades prácticas de traducir los conceptos a variables operativas a partir de la información disponible (Pascual de Sans, 1993), de tal manera que el espacio, entendido como territorio, se divide en zonas administrativas y se considera la migración como cambio de un área de origen a una de destino. Este hecho representa, antes que todo, un problema de carácter cuantitativo. Según el tamaño y el número de zonas que se establezcan, se registrarán más o menos desplazamientos (véase, por ejemplo, Rees y Convey, 1984; Robinson, 1998). Las divisiones administrativas, además, separan diferentes tipos de migraciones, por ejemplo, migraciones internas e internacionales, cuando, desde una perspectiva de la trayectoria migratoria de un individuo o de una colectividad, esta división puede ser ficticia.

Las fuentes de información constituyen una limitante clara. Así, al traducir el territorio en variables cuantificables, a partir de información de censos o encuestas, éste generalmente se reduce a 'lugar de nacimiento', 'nacionalidad' y 'lugar de residencia anterior al momento del registro del dato'. Esta sistematización implica problemas evidentes. Por ejemplo, el lugar de nacimiento, puesto en relación con el lugar donde se reside, permite detectar a las personas que se han trasladado una vez, pero no permite conocer otros desplazamientos intermedios ni permite detectar a los emigrantes, tampoco da la posibilidad de establecer los posibles desplazamientos de los originarios de las zonas en cuestión que hayan salido y regresado.

En cuanto a divisiones geográficas más amplias, la división más popular en los estudios de migración, tanto en México como en el resto del mundo, ha sido, sin duda, la dicotomía campo-ciudad, que generalmente se ha estudiado en una sola dirección, del campo a la ciudad, dentro de supuestos procesos de urbanización e industrialización. Con referencia a la migración México-Estados Unidos, Durand (1988) argumenta que la prioridad que ha tenido el estudio del medio rural suele tener una justificación o prejuicio de carácter teórico, dado que se supone que en el campo mexicano es donde se hallan los problemas y los llamados 'factores de expulsión' que determinan el proceso emigratorio.

En este mismo sentido, Rouse (1991) considera que la imagen socioespacial que ha dominado el discurso sobre el México rural ha sido la de 'comunidad', entendida como expresión abstracta del Estado-nación, en el sentido de una población dentro de territorios o lugares cerrados y únicos. De esta manera, según este autor, se asume que las relaciones sociales en las que participan los miembros de esa comunidad son más intensas dentro de ese espacio que fuera de él. También implica, esa imagen del mundo rural, una coherencia interna y una serie de rasgos comunes, expresados como una entidad cuyas partes constitutivas encajan perfectamente dentro de un modo de vida compartido, donde existen una serie de valores y opiniones que guardan coherencia interna (Rouse, 1991).

Estos enfoques tradicionales han visto el fenómeno en términos bipolares: un lugar de origen de donde se sale (generalmente un país menos desarrollado en el caso de la migración internacional), y un lugar de destino al que se llega (un país con mayor grado de desarrollo —Rouse, 1992). Esta concepción tradicional contiene dos supuestos. Primero, el asentamiento se ve como un proceso a través del cual las personas, de forma gradual, crean redes sociales en los lugares de destino y pierden contacto con la comunidad de origen. Segundo, las actitudes y prácticas de los migrantes se ven desde una perspectiva neofuncional, como formas más o menos efectivas de adaptación al nuevo medio. Como dice este autor, el énfasis en un marco de referencia bipolar enmascara las formas en que los migrantes permanentes mantienen contacto con la gente y comunidades que han dejado atrás (Rouse, 1992).

 

Espacio y enfoque trasnacional

Este enfoque tradicional de la migración internacional se ha visto rebatido por estudios que han optado por una lectura trasnacional de este flujo migratorio. Kearney (1991), quizá uno de los autores que más ha trabajado en esta línea, distingue, al definir 'trasnacionalismo', entre formas de organización e identidad que no están limitadas por las fronteras nacionales, como serían las corporaciones 'trasnacionales', y formas 'posnacionales', que reflejan un cambio hacia un periodo en el cual se da una redefinición del papel del Estado-nación. Con relación a este último punto, la migración se ha convertido en una característica estructural básica de algunas comunidades que se han transformado en verdaderamente trasnacionales. Tales comunidades desafían así la capacidad definitoria del Estado-nación al cual trascienden (Kearney, 1991), de tal manera que las migraciones se producen en espacios globales con múltiples dimensiones, compuestos por subespacios interrelacionados, sin límites, y a menudo discontinuos (Kearney, 1995).

Las reflexiones de Kearney (1991; 1995) sobre el espacio implican dos supuestos, que están, de una forma u otra, presentes en la literatura de corte antropológico. Primero, la construcción de comunidades trasnacionales implica un desafío a la misma definición de Estado-nación, hasta el punto que algunos autores han planteado la desaparición del mismo, e incluso del espacio entendido dentro de límites geográficos o territoriales. De esta manera, los flujos migratorios y la construcción de comunidades trasnacionales se crearían en un hipotético 'tercer espacio', 'hiperespacio' o 'trasnaciones deslocalizadas', espacios, en todo caso, ajenos a las dinámicas nacionales (Gupta y Ferguson, 1992; Appadurai, 1996). Segundo, las localidades (trasnacionales) son construcciones sociales y culturales (comunidades), no espacios geográficos.

Esta discusión teórica del espacio, que ha implicado en muchos casos su negación, se ha visto, en cierta medida, contrastada con los estudios empíricos realizados por antropólogos y sociólogos sobre trasnacionalismo. En este sentido, aunque la literatura antropológica prefiera el concepto 'comunidad', no delimitada dentro de límites territoriales o espaciales precisos, sino como conjunto de relaciones sociales e identidades comunes, la gran mayoría de los estudios empíricos, en realidad, se centra en localidades concretas, ubicadas en un Estado-nación diferente, lo que algunos autores llaman 'localidades trasnacionales', o sea, en territorios con límites administrativos muy precisos.

Aunque no hizo referencia expresa al fenómeno trasnacional, Mines (1981), en su estudio de Las Ánimas, Zacatecas, introdujo el concepto 'tradición comunitaria de migración', que se puede entender como un primer antecedente del concepto 'comunidad trasnacional'. Posteriormente, Georges (1990), en su estudio sobre Los Pinos, localidad ubicada en la región de La Sierra, en la República Dominicana, define 'comunidad trasnacional' como un conjunto de ámbitos espaciales de relaciones sociales amplias, receptores de patrones económicos, sociales y culturales mundiales, donde las localidades están insertas, las cuales exhiben rasgos propios de la región, pero también reflejan pautas globales. En este sentido, Georges (1990) opina que, a través de los desplazamientos de los migrantes, las redes que los comunican en el espacio y el flujo de capital (remesas y ahorros), las comunidades migrantes en Los Pinos están interrelacionadas de forma compleja pero concreta a regiones centrales en Estados Unidos. De esta manera, mediante la circulación continua de gente, pero también de dinero, bienes e información, es más fácil entender los asentamientos (de migrantes a ambos lados de la frontera mexicano-estadounidense) como una sola comunidad dispersa en una multitud de localizaciones (Rouse, 1991; Goldring, 1992).

Rouse (1992), por su parte, subraya la relevancia de las relaciones de clase a la hora de entender el binomio migración-asentamiento y la necesidad de aceptar el trasnacionalismo como marco de referencia a la hora de estudiar la migración México-Estados Unidos en Aguilillas (Michoacán) y Redwood City (California). Smith (1998), por último, estudia Ticuani (pseudónimo de una comunidad de México) y Nueva York, desde la perspectiva de la acción política y económica de los originarios de Ticuani en su lugar de origen.

De esta manera, en la literatura empírica sobre trasnacionalismo, los conceptos 'tradición comunitaria de migración', 'comunidades trasnacionales' y 'localidades trasnacionales' se concretan en territorios ubicados en dos estados-nación diferentes, que, a pesar de no contar con contigüidad territorial, se hayan conectados por vínculos sociales intensos, que se traducen en circulación de personas, bienes, ideas y capitales en un espacio neutro.

 

Espacios sociales trasnacionales y redes migratorias

Sin dudar, la dimensión social (las relaciones o vínculos sociales) ha sido el elemento clave a la hora de determinar qué comunidad o flujo migratorio se erige en trasnacional. En una definición, ya clásica en la literatura, Glick Schiller; Bach y Szanton Blanc (1992), definen trasnacionalismo:

We have defined transnationalism as the processes by which immigrants build social fields that link together their country of origin and their country of settlement. Immigrants who build such social fields are designated 'transmigrants'. Transmigrants develop and maintain multiple relations -familial, economic, social, organizational, religious, andpolitical that span borders. Transmigrants take actions, make decisions, and feel concerns, and develop identities within social networks that connect them to two or more societies simultaneously (Glick et al., 1992: 1-2, cursivas del autor de este artículo).

En este sentido, el concepto de campo (o espacio) social1 ha sido fundamental en la literatura, especialmente en la de corte sociológico. Resaltando la centralidad del concepto, Kivisto (2001) propone diferenciar de forma clara la lectura que se ha hecho del trasnacionalismo desde diferentes disciplinas y propone tres lecturas del fenómeno: el propuesto desde la antropología cultural, el concepto de espacios sociales trasnacionales, y la concepción del trasnacionalismo como una teoría de medio alcance.

Faist (1999: 40) propone, por su parte, la siguiente definición de espacios sociales trasnacionales:

Transnational social spaces are combinations of social and symbolic ties, positions in networks and organizations and networks of organizations that can be found in at least two geographically and internationally distinct places (Faist, 1999: 40).

A diferencia de otros espacios trasnacionales (políticos o económicos, siguiendo la taxonomía propuesta por Portes et al., 1999), el concepto 'espacio social trasnacional' es de más difícil precisión y especialmente su medición. El trasnacionalismo político ha sido, por ejemplo, abordado a través del voto de los mexicanos en el extranjero o el número de personas afiliadas a las asociaciones de migrantes en Estados Unidos (por ejemplo, Fitzgerald, 2000; Smith, 2003). El económico, por su parte, puede ser estudiado a partir del monto de las remesas o el establecimiento de negocios creados por migrantes de retorno (por ejemplo, Canales y Mendoza, 2001; Ballesteros, 2002). El concepto 'espacio social trasnacional' no sólo requiere, por tanto, de acotación conceptual, al igual que otros conceptos relativos al trasnacionalismo usados en la literatura, sino de herramientas metodológicas que permitan captar la relevancia del fenómeno.

Parece evidente, no obstante, que una primera aproximación al concepto 'espacio social trasnacional' se puede realizar a partir del concepto, más fácilmente cuantificable, de 'redes migratorias'. En este sentido, la literatura sociodemográfica sobre migraciones ha realizado una importante aportación al demostrar que la consolidación y afianzamiento de las redes sociales entre migrantes, exmigrantes y no migrantes de áreas expulsoras y receptoras es fundamental para entender la continuidad y expansión del flujo migratorio en las regiones de origen (Massey, 1990; Massey et al., 1991). De la misma manera, al disminuir los riesgos asociados al traslado, la expansión de las redes en los lugares de origen implica una ampliación del flujo migratorio a grupos considerados menos proclives a realizar una emigración (véase, por ejemplo, Fawcett, 1989; Portes y Sensenbrenner, 1993; Massey et al., 1998), lo cual se debe al hecho de que a medida que las redes sociales se expanden e incrementan, aumenta la magnitud del capital social que circulan en ésta (Mines, 1981; Tilly, 1990; Massey et al., 1991)

Los enfoques sociodemográficos, sin embargo, observan el papel de las redes en momentos concretos, ya sea en el momento de levantamiento de la encuesta o en el momento de realizar la migración actual o pasada, sin tener en cuenta los procesos de creación y destrucción de estos vínculos sociales. En efecto, tal como ha demostrado Menjívar (2000), a partir de un extenso trabajo etnográfico en San Francisco, las redes se pueden debilitar e incluso extinguir con el paso del tiempo, como ocurrió en el caso de los migrantes salvadoreños en esta ciudad, al no darse reciprocidad entre los miembros del grupo, debido en parte a la situación de precariedad laboral y económica en la que vivían estas personas.

En esta línea, Faist (1999) propone una tipología de los espacios sociales trasnacionales a partir de, precisamente, la duración de las redes (ya sea de corta o larga duración) y la intensidad de las mismas (débil o fuerte).

Dejando a un lado el reduccionismo y las relaciones mecánicas entre variables de toda tipología, la ventaja de la clasificación de Faist (1999) radica en la interrelación del tiempo con la intensidad de las redes, interrelación que lleva a situaciones diversas, desde la asimilación en las sociedades de destino a la construcción de comunidades trasnacionales como opuestos. Resulta también subrayable, de esta clasificación, el elemento histórico (corta duración versus larga duración), que implica que la formación de contactos y vínculos sociales es dinámica (cuadro 1).

La articulación de redes sociales a través de la migración se realiza a escalas diferentes: individuos, familias, hogares y comunidades (Grasmuck y Pessar, 1991). Ariza (2002), por ejemplo, ha subrayado que la centralidad de la familia en los procesos migratorios emana de dos aspectos interrelacionados. Por un lado, es uno de los principales ejes de organización de la vida de los migrantes en los lugares de destino y, por el otro, constituye un núcleo decisivo en el significado que los migrantes atribuyen a la experiencia de migrar y a otras vivencias sociales.

En este contexto de centralidad de la familia y las relaciones dentro del hogar resaltan los conceptos alrededor de familia y hogares trasnacionales. Como consecuencia de la migración, la unidad familiar se escinde en varias células diseminadas tanto en el extranjero como en el país de origen, o se integra y fusiona con otras unidades familiares, con lo cual se conforman hogares multinucleares, que mantienen entre sí un contacto continuo. A pesar de la dispersión espacial, y gracias al mantenimiento de las redes familiares, estos distintos fragmentos interactúan como una entidad común, que en cierto modo borran las distancias físicas abiertas por la migración. La nueva estructura familiar así conformada vincula varias realidades locales con el entorno internacional y configura lo que ha sido llamado familia trasnacional multilocal (Glick Schiller; Basch y Blanc-Szanton, 1992; Guarnizo, 1997). Estas familias trasnacionales multilocales pueden, según Faist (2000), tener dos formas. La primera estaría constituida por familias con los padres y algunos hijos en el lugar de destino, y otros hijos o todos los hijos en el país de emigración a cargo de familiares o amigos. La segunda sería la resultante de la migración de retorno, donde los padres ya de una cierta edad regresan a su país de origen, mientras que los hijos ya adultos y los nietos deciden permanecer en el país de inmigración (Faist, 2000). Desde una perspectiva más funcional, Palerm (2002) usa el concepto 'hogar transfronterizo' para referirse a la multirresidencia de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, a los cuales califica este autor como 'trabajadores binacionales' que se desplazan periódicamente entre México y Estados Unidos.

A escala de comunidad, la importancia de las redes ha sido explorada por diferentes autores. Por ejemplo, en un estudio ya clásico, y a partir de la comparación de las historias de dos comunidades migrantes mexicanas (Las Ánimas, Zacatecas, y Guadalupe, Michoacán), Mines y Massey (1985) analizan cómo las diferencias en la construcción de redes sociales en estas comunidades repercuten en el tipo de migración. Respondiendo a historias migratorias diferentes, que implican construcciones de redes distintas, los originarios de Las Ánimas acaban por constituir comunidades de migrantes en Estados Unidos, mientras que el pueblo en Zacatecas languidece tanto económica como demográficamente. El flujo de Guadalupe, por el contrario, está compuesto por migrantes legales que se trasladan periódicamente a Estados Unidos, pero mantienen su residencia en México (Mines y Massey, 1985).

De forma parecida, Goldring (1992) compara dos circuitos migratorios (Las Ánimas y Gómez Farías) y concluye que los circuitos migrantes trasnacionales son lugares de experiencia social, y pueden ser unidades de análisis útiles para realizar estudios migratorios comparados. La construcción social de una comunidad dentro de circuitos migratorios implica que, a pesar de las diferencias en el acceso a los recursos, la salud, en estatus, u otros indicadores socioeconómicos, las personas que se encuentran dentro de un circuito migrante trasnacional generalmente comparten muchas características, restricciones y valores debido a su pertenencia a dicho circuito. Bajo el paraguas del concepto 'circuito migratorio trasnacional', según Goldring (1992) interaccionan diferentes niveles de análisis: localidades y regiones con diferentes historias, formas de organización social, instituciones que regulan el acceso a los recursos y patrones de acceso a recursos como la tierra.

Retomando lo anterior, la tipología de Faist (2000), la segunda en este documento, tiene la virtud de recoger diferentes 'sensibilidades', al distinguir entre espacios trasnacionales creados a partir de grupos unidos por parentesco (familias), circuitos trasnacionales (individuos) y comunidades trasnacionales, que mantienen diferentes tipos de vínculos y redes. En la definición del autor, el concepto 'circuito trasnacional' está desprovisto de toda alusión a comunidad e incluso de referencias temporales (movilidad periódica), para verse reducido a la idea de grupo de individuos con intereses comunes (cuadro 2).

En resumen, en la literatura ha primado la dimensión social del concepto 'espacio social trasnacional', y se ha soslayado la geográfica, además de resaltar que las redes sociales son el elemento básico que configura dichos espacios.

 

Intermedio en la migración México-Estados Unidos

El enfoque trasnacional no ha mostrado interés en estudiar los espacios situados entre el destino y el origen, mismos que conforman, a través de los vínculos sociales, de acuerdo con esta perspectiva de análisis, una única comunidad trasnacional. Éste es un cambio significativo con algunos estudios clásicos de migraciones, y concretamente con los modelos economicistas que incluían la fricción de la distancia como una variable más a la hora de decidir una migración. La distancia y el espacio intermedio no cuentan, e incluso los movimientos migratorios se producen, para algunos autores, en espacios sin base territorial, como el 'tercer espacio' o el 'hiperespacio' (Gupta y Ferguson, 1992; Appadurai, 1996).

Esta interpretación de los espacios intermedios necesita ser replanteada, especialmente en el caso de la migración México-Estados Unidos, donde la migración a las ciudades fronterizas del norte de México es, a menudo, un paso previo a la migración internacional. Este paso previo, lógicamente, está influido por la existencia de la frontera internacional, la cual se ha venido militarizando a lo largo de la década de 1990, y provocando que las ciudades fronterizas sean, en muchos casos, lugares de contención de la migración a Estados Unidos (véase, por ejemplo, Massey et al., 2002). Esta imagen (ciudades de paso, ciudades fronterizas) se encuentra arraigada en la literatura y en el imaginario popular, y soslaya el hecho de que las ciudades fronterizas son, por sí mismas, destino de migración interna e incluso receptoras de migración internacional consistente en su mayoría, aunque no exclusivamente, en personas de origen mexicano nacidas en Estados Unidos.

Desde la perspectiva de la región, y no exclusivamente de las ciudades, ha habido intentos de conceptualizar una 'región fronteriza' que abarcaría tanto territorios mexicanos como estadunidenses ubicados a ambos lados de la línea internacional. El debate sobre la existencia o no de una región fronteriza no ha estado libre de polémica. Para algunos autores (por ejemplo, Bustamante, 1989; Herzog, 1990) existe una única región fronteriza México-Estados Unidos, basada en la contigüidad geográfica que comporta una serie de intercambios intensos, aunque para otros (véase, por ejemplo, Alegría, 2000) el concepto 'región fronteriza' no tiene bases sólidas firmes ni un marco teórico de referencia. En paralelo, se ha debatido, en una discusión sin resultados concretos, sobre la definición y la extensión de la zona fronteriza México-Estados Unidos (véase, a ese respecto, Ham-Chande y Weeks, 1988; o Zenteno y Cruz, 1992). Mendoza (2001), evitando esta polémica, delimita de forma arbitraria un territorio a partir de meridianos y paralelos, al norte y al sur de la frontera, para explorar la posible difusión geográfica de eventos demográficos en el territorio. Sus conclusiones no pueden ser más taxativas:

La línea internacional separa dos sistemas sociodemográficos distintos. El volumen de personas que se desplazan en el territorio parece ser [...] el único rasgo sociodemográfico común, aunque las características del flujo y sus impactos en el territorio varían en un lado y en otro de la frontera. Por el contrario, la migración parece reforzar la distancia que existe en términos sociodemográficos entre el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. No encontramos, así, [...] evidencia suficiente para asegurar que se da un efecto difusión de eventos sociodemográficos, sino de todo lo contrario, la frontera ejerce un papel de línea divisoria entre dos regímenes sociodemográficos (Mendoza, 2001: 52).

En este sentido, en el caso de la sociodemografía del norte de México, los primeros estudios explicaban los supuestos cambios sociodemográficos de la región en función de su vecindad con Estados Unidos (Ham y Weeks, 1988; Bustamante, 1989). En este contexto, se explicaba el 'modelo de transición demográfica del norte de México', transición que se situaba en una fase más avanzada que la del resto del país (Coubès, 2000). Sin embargo, desde la década de 1990, se asiste a un cambio de enfoque: la frontera se compara con el resto del país y, en general, se concluye que los cambios en el norte son un reflejo de cambios estructurales producidos en México en su conjunto (por ejemplo, el estudio de Delaunay y Brugeilles, 1995, sobre fecundidad; Quilodrán, 1998; sobre nupcialidad). En esta misma línea, Delaunay (1995), que revisa una serie de indicadores demográficos para el conjunto del país, afirma que la frontera norte es mexicana, pero que, a menudo, se sitúa a la vanguardia de los cambios sociodemográficos y económicos del país. Este autor, sin embargo, evita posicionarse claramente sobre si las ciudades fronterizas observan rasgos distintivos que impulsan cambios en su estructura sociodemográfica, o si estos últimos no son más que un reflejo de las mudanzas estructurales que se están produciendo en el conjunto del país.2

De acuerdo con esta literatura, las ciudades fronterizas del norte de México no son únicas en cuanto exhiben rasgos demográficos comunes al resto de ciudades del país, pero sí son únicas en cuanto reciben un volumen considerable de personas, migrantes o no, que visitan estas ciudades. Es este aspecto el que nos interesa resaltar en este artículo, el papel quejuegan las ciudades fronterizas en la construcción de un espacio trasnacional México-Estados Unidos, donde estas localidades son, a la vez, destino y puntos de cruce de migración tanto procedente del interior de la república como de Estados Unidos. Se cuenta para explorar esta dimensión con la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte (EMIF), cuyo objetivo es precisamente cuantificar el flujo que atraviesa las ciudades fronterizas del norte de México.

 

La Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte

La EMIF, realizada conjuntamente por el Consejo Nacional de Población, la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, y El Colegio de la Frontera Norte, se levanta en las principales ciudades fronterizas del norte de México (de oeste a este, Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras, Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros) desde 1993.3 La EMIF conjunta cuatro cuestionarios relacionados entre sí, que corresponden a un mismo marco teórico conceptual y que cuantifican y caracterizan cuatro flujos migratorios de acuerdo con su procedencia: sur, ciudades fronterizas, Estados Unidos y migrantes deportados por la Patrulla Fronteriza del Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos ('migrantes deportados'). Se han efectuado, desde 1993 hasta 2003, siete levantamientos. Los periodos de levantamiento de cada fase son de un año, con la excepción de la fase cinco, que fue de nueve meses.4 En este artículo se usan datos de la fase uno a la seis, lo cual permite disponer de un periodo temporal que abarca desde 1993 a 2001. Los datos de las diferentes fases han sido agrupados por años calendario, dado que la metodología de las distintas fases es comparable.

En este artículo nos centraremos en el cuestionario correspondiente al flujo sur-norte ('procedentes del Sur'); o sea, los migrantes procedentes del interior de la república que arriban a la frontera para permanecer en ella o utilizarla como punto de cruce (documentado o indocumentado) hacia Estados Unidos. La población objeto del cuestionario 'procedentes del Sur' consiste en las personas mayores de 12 años, no nacidas en Estados Unidos, que llegan a alguna de las ciudades de muestreo, sin residencia en esa ciudad fronteriza o en Estados Unidos y sin fecha comprometida para el regreso. Respecto a esta población, es importante mencionar que conceptualmente rebasa el flujo migratorio laboral internacional propiamente dicho, ya que capta personas cuya estancia en la zona fronteriza se debe a visita a familiares o amigos, estudios o paseo, sin fecha comprometida para el regreso.

La EMIF, por último, permite distinguir dos tipos de migrantes: aquéllos que al ser interrogados sobre su intención de estancia afirman que desean pasar a Estados Unidos ('migrantes de tránsito') y aquéllos que desean permanecer, aunque sea temporalmente en la ciudad fronteriza mexicana donde se realizó la entrevista ('migrantes fronterizos').5

 

Redes migratorias como articuladoras de espacios

La literatura coincide en plantear la relevancia de las redes sociales para entender la circulación de personas, bienes, capitales e ideas y, por tanto, en la construcción espacios sociales trasnacionales (véase, por ejemplo, cuadro 1). La EMIF, en este sentido, contiene varias preguntas recurrentes en Demografía que permiten un acercamiento al estudio de las redes sociales.

Una primera aproximación viene dada por la pregunta relativa al hecho de tener o no amigos o familiares en la ciudad de la frontera norte de México de referencia. La gráfica 1 muestra, en este sentido, el porcentaje de personas que cuentan con amigos o familiares, tanto para aquéllos que están en tránsito a Estados Unidos como para los migrantes que optan por residir, aunque sea temporalmente, en las ciudades fronterizas del norte de México (migrantes fronterizos). La pregunta del cuestionario no detalla el grado de parentesco o los años de conocimiento de los amigos.

La gráfica 1 muestra unos resultados bastante reveladores, ya que más de la mitad de los migrantes fronterizos captados en el periodo 1996-2001 tenían amigos o familiares en la frontera norte de México. Esta pauta, además, es claramente ascendente a lo largo de la década de 1990. Los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos, por el contrario, no muestran una tendencia clara en este indicador, aunque éste siempre se sitúa por debajo del que se registra en el caso de los migrantes fronterizos. Estos datos parecen mostrar que cuanto menor sea el número de familiares y amigos que tienen los migrantes en la frontera norte de México, mayor es la probabilidad de que sigan su camino hacia Estados Unidos.

Profundizando en esta línea, los cuadros 3 y 4 muestran la ayuda proporcionada por familiares y amigos en el último viaje de los migrantes, distinguiendo por tipo de migrante, sea éste fronterizo o en tránsito hacia Estados Unidos. En este sentido, es interesante subrayar que los que están en tránsito hacia Estados Unidos no sólo tienen menos contactos en las ciudades fronterizas, sino que sus redes son de una calidad sensiblemente inferior que las redes de los migrantes fronterizos, que desean, al menos temporalmente, permanecer en el norte de México. De esta manera, con la excepción de 2001, en los demás años en que se aplicó la encuesta los migrantes fronterizos, en una proporción que oscila entre 20 y 25 por ciento, recibieron algún tipo de ayuda monetaria de familiares y amigos para realizar su migración anterior (cuadro 3).

Este indicador se reduce drásticamente a 10 por ciento, y además no se observa un patrón tan continuo, en el caso de los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos (cuadro 4).

Es precisamente la continuidad en el patrón la diferencia básica entre ambos grupos de migrantes analizados en este capítulo. Mientras los migrantes fronterizos observan una pauta homogénea en cuanto a la ayuda recibida por familiares y amigos a lo largo de la década del estudio, los que están de tránsito registran patrones con perfiles menos marcados (cuadros 3 y 4).

Ciertamente, la ayuda en la búsqueda de empleo es un indicador que pone de manifiesto la calidad de las redes. En el periodo 1996-1998, más de 40 por ciento (y alrededor de 30 por ciento en 1999-2001) de los migrantes fronterizos obtuvieron ayuda para encontrar empleo en su última visita (cuadro 3). En el caso de los migrantes en tránsito, la ayuda nunca alcanzó 20 por ciento del total, excepto en 1998 (cuadro 4). De lo anterior se desprende que la solidez de las redes en las ciudades fronterizas es básica para entender la decisión de una persona de permanecer en México o seguir su camino hacia Estados Unidos.

Sin embargo, se debe tener en cuenta que una parte de los migrantes fronterizos que desean permanecer, temporalmente al menos, en el norte de la república mexicana, también desean cruzar a Estados Unidos en el futuro. Concretamente, 35 por ciento de los migrantes fronterizos en el periodo 1993-1997 expresaron su intención de migrar a Estados Unidos. Esta cifra, no obstante, bajó a menos de 20 por ciento en 1998-2001 (gráfica 2).6

Estos datos indican que las ciudades fronterizas han venido reteniendo un porcentaje creciente del flujo que se dirige al Norte (incluyendo aquí tanto las ciudades fronterizas como Estados Unidos) a lo largo de la década de 1990. Podría también indicar que, al plantearse la migración como de corta duración, entre los migrantes fronterizos, una parte sustancial de las personas que van al norte de México desean regresar, a corto o mediano plazo, a sus lugares de origen.

 

Antigüedad, características y destino del flujo al Norte

En el apartado anterior se apunta que la solidez de las redes es determinante para que un migrante decida quedarse o no en las ciudades fronterizas del norte de México. La pregunta que se desea plantear a continuación es hasta qué punto no se dan características demográficas diferenciadas según sea el destino del migrante. Dicho con otras palabras, se plantea si los dos territorios (ciudades fronterizas del norte de México y Estados Unidos) compiten por un mismo tipo de migrante o, por el contrario, el flujo que se dirige a uno u otro destino es sustancialmente diferente en cuanto a sus características sociodemográficas.

Los datos de esta sección, a diferencia del apartado anterior, se encuentran agrupados de acuerdo con el destino final de los migrantes, no su destino temporal, dado que, como se ha visto anteriormente (gráfica 2) una parte de los que declaran que el motivo de su estancia en la frontera es trabajar, buscar trabajo o cambiar residencia en el norte de México dicen querer cruzar a Estados Unidos en el futuro.

De esta manera, el cuadro 5 muestra dos perfiles claramente diferentes entre los migrantes fronterizos, entendidos como aquéllos que desean permanecer en el norte de México, y los que se dirigen a Estados Unidos. Estos últimos son más viejos, tienen una proporción mayor de casados y proceden, en un mayor porcentaje, del occidente de México. Por el contrario, el migrante fronterizo es más joven, su probabilidad de ser soltero es más alta y su origen en México es menos marcado. También se observan diferencias en cuanto a la integración laboral de los dos grupos en los 30 días previos a la migración.

Estos perfiles tienen varios puntos de interés. En primer lugar, subrayan de nuevo la importancia de las redes, puesto que es el Occidente, con una tradición migratoria que se acerca a los 100 años (véase a este respecto, Cardoso, 1980; Durand; Massey et al., 2001), la zona que nutre el flujo con destino a Estados Unidos. En segundo lugar, los datos apuntan que la migración hacia el país vecino está compuesta por personas de edad adulta, no jóvenes que, aunque estén casados, viajan solos (es también de relevancia el bajo número de mujeres). El flujo con destino a la frontera norte mexicana es más joven. Para este último grupo, el cambio de residencia a las ciudades fronterizas del norte de México probablemente se pueda asociar a una ruptura con el medio familiar y una integración en un mercado de trabajo fronterizo que se puede considerar como muy dinámico, al menos en comparación con los mercados de trabajo de los migrantes en el interior de la república (véase, por ejemplo, Zavala de Cosío, 1997).

 

Probabilidades de cruce a Estados Unidos

Hasta el momento hemos visto la relevancia de las redes y la diferencia entre los perfiles migratorios que se dirigen a la frontera norte de México o a Estados Unidos. A continuación presentaremos dos modelos de regresión logística, cuya finalidad es explorar cuál es el migrante tipo, que una vez decidida una migración al Norte, tiene mayor probabilidad de cruzar la línea internacional. En ambos modelos, la variable dependiente es la intención de cruce (No desea cruzar a Estados Unidos = 0, Sí desea pasar a Estados Unidos = 1), y las variables independientes incluyen el sexo, la edad codificada por grupos de edad, el año de levantamiento de la encuesta, la experiencia laboral en los treinta días anteriores a la migración, el hecho de tener o no familiares o amigos en la frontera norte y la procedencia, codificada en cuatro grandes áreas geográficas (Occidente, Frontera, Periferia y Región Centro, regionalización tomada de Durand, 1998). El modelo 1 está referido exclusivamente a los migrantes fronterizos, los que desean permanecer en México, al menos temporalmente, una parte de los cuales, como ya hemos visto, desea cruzar al país vecino. El modelo 2 considera tanto a los migrantes fronterizos como los que tienen decidido su cruce al llegar a la frontera mexicana con Estados Unidos ('migrantes en tránsito'). Cabe destacar que el modelo 1 predice mejor que el modelo 2 las probabilidades de cruce, tal como se puede observar en los logaritmos de la verosimilitud más reducidos en el caso del primer modelo.7

En este sentido, el cuadro 6 recoge las betas y los exponenciales de beta de los diferentes modelos, así como su significación estadística. El sexo, en primer lugar, es altamente significativo (< 0.01). En el caso de los migrantes fronterizos (modelo 1), la probabilidad de que una mujer cruce la frontera es la mitad de que este cruce lo realice un varón (0.53). En cambio, para el modelo 2, las probabilidades de cruce, aunque son menores también para las mujeres, se acercan mucho a las de un varón (0.96).

El año de cruce también es altamente significativo (< 0.01). Las probabilidades de que un migrante cruce la frontera, comparado con 1993, año de referencia, difieren para los modelos 1 y 2. Este último no muestra una evolución temporal clara, y las probabilidades de cruce se acercan mucho a uno en varios años. No parece, por tanto, afectar el año de cruce, ya que no se observa una tendencia clara. Más bien, parece que el flujo es estable en la década. En cambio, si sólo observamos a los migrantes fronterizos (modelo 1), la evolución es totalmente opuesta. Mientras en el periodo 1994-1997 las probabilidades de cruce son parecidas al año 1993. A partir de 1998, éstas son siempre menores que en 1993. Parece observarse lo que ya se ha venido apuntando anteriormente, las ciudades fronterizas retienen un porcentaje mayor del flujo que se dirige al Norte en la segunda parte de la década 1990 (modelo 1, cuadro 6).

Los dos modelos también muestran que la probabilidad de cruzar aumenta con la edad, aunque la progresión sea más acusada en el modelo 2. Esta progresión de la probabilidad de cruce se debe entender en el marco de lo expuesto anteriormente, la edad media de los migrantes que desean pasar a Estados Unidos es mayor que la de los que desean permanecer en México, además de que, no está mal recordarlo, estamos trabajando con el flujo, o sea el desplazamiento. Parece lógico pensar que las personas de mayor edad que, por otro lado, tienen una probabilidad mayor de tener documentos para cruzar la línea que los de menor edad se desplazan con mayor frecuencia entre México y Estados Unidos.8

En cuanto a la procedencia9 de los migrantes, el Occidente, categoría de referencia, es la zona emigratoria por excelencia. Las probabilidades de cruce se reducen a la mitad, comparado con la región tradicional de migración, en el caso de la región centro y a la cuarta parte, cuando el origen es la frontera o los estados de la periferia. Aquí las diferencias entre los dos modelos no son tan acusadas. De la misma manera, el hecho de haber trabajado previamente en los lugares de origen o tener familiares o amigos en la frontera afecta negativamente las intenciones de cruce, reduciéndolas, en ambos modelos, en 40 y 30 por ciento, respectivamente.

 

Conclusiones

Este artículo constituye una primera reflexión sobre la articulación del espacio fronterizo, entendido exclusivamente como las ciudades fronterizas del norte de México, en la construcción de espacios sociales trasnacionales. Esta reflexión se ha llevado a cabo desde una perspectiva Sur-Norte, o sea, desde la perspectiva de las personas que desde el interior de la república mexicana se dirigen al Norte. En esta discusión se ha planteado, en primer lugar, la necesidad de incorporar las ciudades fronterizas del norte de México, espacios intermedios, a una reflexión más general sobre el espacio en la migración trasnacional México-Estados Unidos. Por otro lado, se han expuesto datos de la EMIF, que mide el flujo migratorio en las principales ciudades fronterizas del norte de México, que se erigen, de acuerdo con la metodología de dicha encuesta, en puntos de observación de los desplazamientos tanto en dirección Sur-Norte como Norte-Sur. Relacionar la cuestión la teórica con la empírica no es tarea fácil y se ha elegido para ello el hilo conductor que representa las redes migratorias, que, de acuerdo con la literatura, son el elemento clave a la hora de entender la construcción de espacios sociales trasnacionales.

Este artículo plantea la novedad de abordar el fenómeno trasnacional a partir de la EMIF, una encuesta que mide el flujo, y no el stock de migrantes, aunque lógicamente parte del flujo acabará estableciéndose en las ciudades fronterizas del norte de México o en Estados Unidos. La idea subyacente es que, al menos desde una perspectiva geográfica, los espacios sociales trasnacionales, se asientan en territorios unidos por el desplazamiento de los migrantes, que se pueden plasmar en circuitos migratorios, siguiendo el concepto propuesto por Goldring (1992) o Mines y Massey (1985). Estos circuitos migratorios imprimen 'carácter' a los territorios que lo conforman, de la misma manera que el territorio modula el flujo migratorio. Es en esta última línea que el enfoque de este artículo pretende explorar la articulación del espacio fronterizo intermedio en la construcción de un espacio trasnacional entre México y Estados Unidos.

Los datos de la EMIF son bastante reveladores. Por un lado, reafirman el perfil clásico del migrante a Estados Unidos, en cuanto está formado por hombres, que aunque estén casados o sean jefes de hogar, viajan solos. La edad media, de 35 años, sin embargo, es más alta que la registrada por las encuestas que se centran en stocks de migrantes (véase, por ejemplo, Marcelli y Cornelius, 2001; Mendoza, 2004), dado que la EMIF, recordémoslo, mide desplazamiento, y la movilidad aumenta con la edad, como apuntan nuestros datos (cuadro 6). Las mujeres, por su parte, en su punto más alto, sólo alcanzan 19 por ciento del total del flujo con dirección a Estados Unidos. Este dato es interesante porque, al reflexionar sobre la construcción de espacios sociales trasnacionales, en demasiadas ocasiones se pierde de vista al sujeto demográfico. Desde una perspectiva territorial, no son los jóvenes, las mujeres o las familias los que construyen estos espacios de interrelación social, sino los hombres en edades centrales (30 a 50 años, modelo A, cuadro 6), que se desplazan con mayor frecuencia entre México y Estados Unidos, ya que quizá sean los que puedan desplazarse más al aumentar la probabilidad de tener documentos migratorios estadunidenses con la edad. El elemento demográfico es determinante además, dado que el flujo que se dirige a las ciudades fronterizas es más joven y con menos obligaciones familiares. El espacio fronterizo, como lugar de destino, atrae, por tanto, a un tipo de persona con características diferenciadas al migrante que se dirige a Estados Unidos (cuadro 5).

Por otro lado, como lugar de tránsito, la frontera norte mexicana parece retener, de forma creciente, a lo largo de la década de 1990, un porcentaje mayor del flujo con dirección al Norte (entendido aquí como la frontera mexicana y Estados Unidos). Este hecho parece estar directamente relacionado con la implementación de controles, e incluso militarización de la línea fronteriza por parte de las autoridades estadunidenses a partir de mediados de la década de 1990 (Vila, 2000; Massey et al., 2002). Una vez en el norte de México, las probabilidades de cruce a Estados Unidos son mayores para los hombres originarios del occidente de México, aumentan con la edad y para aquéllos que no tienen familiares y amigos en la frontera mexicana (modelo A, cuadro 6). El hecho de contar con redes sociales es, como hemos visto, crucial a la hora de decidir si una persona decide quedarse, aunque sea temporalmente, en el norte de México o seguir hacia Estados Unidos. La existencia de familiares y amigos es, en este sentido, básica para entender la permanencia en las ciudades fronterizas, ya que los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos tienen, en todos los años, menos contactos en las ciudades fronterizas de México, que los que desean vivir en el norte del país (gráfica 1). De la misma manera, la calidad de las redes, medida a partir del tipo de ayuda recibida en su último viaje, es peor para los que están de paso hacia el país vecino que para los que optan por residir en las localidades del norte de México (cuadros 2 y 3).

En este artículo se han pretendido abrir vías de análisis que podríamos llamar sociodemográficas a un tema sobre el que se ha reflexionado poco, la articulación de los espacios intermedios en la migración trasnacional. Primero de todo, el artículo subraya la relevancia de las redes sociales hasta el punto que el flujo se dirige de un destino a otro, dependiendo de la solidez de las mismas en los lugares. Lamentablemente, las encuestas sólo inquieren sobre la existencia de redes en un momento dado, y no permite una aproximación al carácter cambiante de estas relaciones sociales que, como ha demostrado Menjívar (2000) en un extenso trabajo etnográfico con inmigrantes salvadoreños en San Francisco, se pueden destruir en los lugares de destino en situaciones de penuria económica. De nuevo, las relaciones sociales no son ajenas al lugar.

En segundo lugar, el ciclo de vida de la persona también es clave para entender cómo se estructuran los espacios migratorios. Los más jóvenes, que en un mayor porcentaje son solteros y tienen menos probabilidad de contar con documentos migratorios, optan, con mayor frecuencia, por la permanencia en las ciudades fronterizas. Es sorprendente que la migración a la frontera norte de México sólo se haya considerado como un paso previo a Estados Unidos o como una cuestión de nivelación de mercados de trabajo y salarios, y no se haya tenido en cuenta el papel 'liberador', de 'aventura', que pueden tener estas ciudades para algunos jóvenes procedentes del interior de la república mexicana. La migración a la frontera norte de México puede ser una opción para aquéllos que desean romper las pautas tradicionales del México rural o de ciudades pequeñas o medias del país, especialmente en zonas sin tradición migratoria a Estados Unidos, sin confrontarse con la familia, sin el riesgo de cruzar la frontera y con la más que probable ayuda de amigos y parientes.

En tercer y último lugar, la cuestión espacial, la articulación del espacio fronterizo en la migración México-Estados Unidos. Aparte que la frontera parece retener más migrantes en la segunda parte de la década de 1990, resalta el hecho de que el espacio fronterizo está bien integrado en este espacio trasnacional que constituye la migración México-Estados Unidos, que incluso le ha dado identidad a la frontera como tal, a través de miles de imágenes (ciudades de paso, ciudades de migrantes, el Norte). Sin embargo, deberíamos ser capaces de superar ese imaginario, que en el fondo supone que la migración es siempre Sur-Norte, y como expresa Kearney (1995) responde a una lógica de centro-periferia y reduce el fenómeno migratorio a un movimiento bipolar, en este caso, de un país menos desarrollado a otro con niveles de bienestar mayor. Deberíamos superar esas imágenes porque los datos de la EMIF muestran una realidad mucho más compleja. La apuesta es, por tanto, a intentar integrar estos 'espacios intermedios' dentro de una reconsideración genérica de los espacios trasnacionales que se forman a partir de la migración México-Estados Unidos. Aquí se ha realizado esta reflexión a partir del desplazamiento de personas, dirección Sur-Norte, pero sin duda se necesita, además, integrar desplazamientos en otras direcciones y profundizar en los tipos de migrantes a la frontera norte del país (sin suponer, por ejemplo, que la migración es laboral). Si un territorio permite precisamente la reconceptualización de la migración más allá del movimiento bipolar al que hacía referencia Kearney, ése es el compuesto por las ciudades fronterizas del norte de México.

 

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Notas

1 Marina Ariza (2002) afirma que la diferencia entre 'espacio social' y 'campo social' es meramente una cuestión de preferencia y de escuela de pensamiento. Los situados en la línea del pensamiento francés (Bourdieu) prefieren el concepto 'campo social'. En cambio, los autores de las escuelas geográficas del norte y centro de Europa (como Faist o Kivisto) optan por el uso de 'espacios sociales'.

2 En Estados Unidos, los estudios sobre sociodemografía del suroeste se concentran, en general, en temas relacionados con migración o etnicidad (especialmente, el flujo de trabajadores ilegales, por ejemplo, Bean et al., 1992; Bustamante, 2001), salud (en muchos casos la salud de los migrantes o de usuarios mexicanos de los servicios sanitarios o asistenciales estadunidenses, por ejemplo, Guendelman y Jasin 1992) o en pobreza (por ejemplo, Beets y Slottje, 1994; Ward, 1995). De acuerdo con la mayoría de los enfoques, y aunque no se afirme claramente, la frontera, a diferencia de otros lugares, es un lugar 'problemático', donde generalmente se agudizan fenómenos que, por otro lado, se observan en el resto del país. A la hora de explicar estos indicadores, uno de los argumentos que se maneja en el debate sobre la (mayor) pobreza del suroeste estadunidense es que ésta deriva de su proximidad con México. En efecto, esta visión coincide con la opinión de amplios sectores de la población, incluida la de origen mexicano, residente en las ciudades fronterizas estadunidenses (a este respecto, véase Vila, 2000).

3 La primera fase de la EMIF (28 de marzo de 1993 y el 27 de marzo de 1994) se levantó en 23 localidades fronterizas que constituían prácticamente el universo de lugares de tránsito del flujo laboral hacia o desde Estados Unidos. Sin embargo, durante el primer levantamiento se observó que poco más del 94 por ciento de los migrantes laborales se desplazaron a través de ocho ciudades fronterizas: Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras, Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros. Por esta razón, a partir de la aplicación del segundo levantamiento, sólo se consideraron las ocho ciudades mencionadas. En cada una de éstas, se delimitaron las zonas de muestreo que están constituidas por la central de autobuses (en su defecto, las terminales de las diferentes líneas), el aeropuerto, la estación del ferrocarril, en caso de que esté en funcionamiento, los puentes de cruce internacionales, las garitas y los puntos mexicanos de inspección aduanal. A estas zonas se asignó como medida relativa de tamaño el porcentaje del flujo que capta de la ciudad correspondiente. (www.conapo.gob.mx/migracion_int/3b.htm).

4 La primera fase de la EMIF tuvo lugar entre el 28 de marzo de 1993 y el 27 de marzo de 1994; la segunda, del 14 de diciembre de 1994 al 13 de diciembre de 1995; la tercera, del 11 de julio de 1996 al 10 de julio de 1997; la cuarta, del 11 de julio de 1998 al 10 de julio de 1999; la quinta, del 11 de julio de 1999 al 10 de abril de 2000; la sexta, del 11 de abril de 2000 al 10 de abril de 2001; y por último, la séptima, del 11 de abril de 2001 al 10 de abril de 2002. Para mayor información, se puede consultar la página web del Consejo Nacional de Población (Conapo) www.conapo.gob.mx/migracion_int/principal.html.

5 Los migrantes fronterizos son aquéllos que declaran que el motivo de su visita a la frontera norte del país es trabajar, buscar trabajo o un cambio de residencia. Los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos son los que declaran que el motivo de la 'visita' a la frontera norte de México es cruzar al país vecino. El resto son personas que están de visita en el norte de México por algún motivo en particular (visita a familiares, compras) o estudiantes.

6 También hay un ligero porcentaje, siempre inferior a 10 por ciento de migrantes que están en tránsito a Estados Unidos que no desean cruzar a Estados Unidos. Este dato es, en principio, incongruente, y se puede interpretar como un aplazamiento del cruce a Estados Unidos. Los migrantes tienen claro que quieren cruzar (intenciones de cruce), pero no lo quieren hacer inmediatamente. También pueden ser respuestas falsas.

7 Se probaron dos modelos más, que incluían la interacción de la variable 'año de levantamiento' con 'procedencia', dado que, de acuerdo con la literatura, se ha dado una expansión de las áreas de origen de la migración a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 (véase, por ejemplo, Marcelli y Cornelius, 2001; Mendoza, 2004). Dicho con otras palabras, la literatura parece apuntar una diversificación de las áreas expulsoras en México y se pretendía comparar las probabilidades de cruce de las nuevas áreas expulsoras de la emigración mexicana a lo largo de la década de 1990, con relación a la probabilidad de cruce internacional de un migrante del occidente de México en 1993. Sin embargo, a pesar de que los modelos reducían el logaritmo de la verosimilitud (-2 log-likehood), la mayoría de las interacciones no eran significativas.

8 Una tabla de contingencia entre el hecho de tener documentos para cruzar la frontera internacional y la edad muestra que el porcentaje de personas con documentos es mayor entre los grupos de mayor edad, y menor en el grupo 12-19 años.

9 Occidente: Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas.

Frontera: Baja California, Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas.

Centro: Distrito Federal, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Puebla, Querétaro, Tlaxcala y Oaxaca.

Periferia: Campeche, Chiapas, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán.

 

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Cristóbal Mendoza Pérez. Estudió la Licenciatura y la Maestría en Geografía en la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Realizó su Doctorado en Geografía en el King's College London, Londres, Inglaterra. La especialidad en Demografía la llevó a cabo en el Centro de Estudios Demográficos y Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente es profesor investigador de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa. Es miembro de la Sociedad Mexicana de Demografía y del Sistema Nacional de Investigadores nivel I. Entre sus publicaciones más recientes está; en coautoría con J. Loucky, 2007, "Recent trends in Mexico-US border demographics", en James Loucky y Don Alper, Transnational policy challenges in Western North America, University of Calgary Press/El Colegio de la Frontera Norte/Michigan State University Press; en prensa. 2007, "Mujeres expatriadas en México: trabajo, hogar y vida cotidiana", en Migraciones Internacionales, 13 (4). Correo electrónico: cristobalmendozaperez@yahoo.com.mx

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