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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 no.39 Toluca ene./mar. 2004

 

Género, escolaridad y sexualidad en adolescentes solteros del sureste de México*

 

Gender, formal education and sexuality in single teenagers of south-eastern Mexico

 

Esperanza Tuñón y Austreberta Nazar

 

El Colegio de la Frontera Sur.

 

Resumen 

El texto describe algunas características de la sexualidad en adolescentes solteros del sureste de México y evalúa, desde una perspectiva de género el efecto de la escolaridad sobre la edad de inicio de las relaciones sexuales y de la unión, el uso de métodos anticonceptivos y el embarazo. Se concluye que la escolaridad tiene un mayor efecto en la edad de inicio de relaciones sexuales de las mujeres que de los varones; que en ambos la escolaridad resulta significativa en relación con las uniones tempranas y el uso de métodos anticonceptivos, y que en ningún sexo existe una relación entre el nivel de escolaridad y la probabilidad de embarazo. También encontramos una diferenciada valoración de la sexualidad por género y de la asunción de maternidad y paternidad.

Palabras clave: adolescentes, género, sexualidad, escolaridad, soltería.

 

Abstract

The text describes various aspects of sexuality in single teenagers of south-eastern Mexico, and evaluates, from a gender perspective, the effect of schooling on the age at the beginning of sexual relations and unions, the use of contraceptive methods, and pregnancy. It is concluded that education has a stronger effect on the age at the beginning of sexual relations among women than among men. Furthermore, it is concluded that amongst both schooling is significantly related to early unions and contraceptive use, and that there is no relation between the education level and the probability of pregnancy. Additionally, gender-related differences in values regarding sexuality, and the assumption of maternity and paternity were found.

Key words: teenagers, gender, sexuality, schooling, singleness.

 

Introducción

Los estudios referidos específicamente a la población juvenil soltera son realmente escasos, a pesar de que es muy amplia la literatura sobre temas de sexualidad, la edad de unión, el conocimiento y uso de métodos anticonceptivos, así como sobre el evento del embarazo durante la adolescencia. Lo anterior llama especialmente la atención en función de que la Encuesta Nacional de Juventud del año 2000 reporta que, en términos absolutos, la gran mayoría de las y los adolescentes se encuentra en situación de soltería, cerca de 52.2 por ciento de los mismos sostiene una vida sexual activa, 47.6 por ciento no utilizan métodos anticonceptivos ni de protección contra infecciones de transmisión sexual y 5.8 por ciento se asumen madres y padres sin acceder al matrimonio o unión, lo cual, aunado al hecho de que este grupo se encuentra excluido de las campañas nacionales de planificación familiar, permite catalogarlo como un específico grupo de riesgo.

Entre las escasas referencias acerca de la fecundidad en jóvenes solteras destaca un dato de Conapo (2001): una de cada cuatro mujeres de la Ciudad de México menores de 25 años de edad (24 por ciento) tuvieron su primera hija o hijo durante la adolescencia, en una relación premarital; además, este comportamiento registró un incremento de 6.3 a 9.4 por ciento entre la generación de 1953-1957 y la de 1968-1972. Otro dato a destacar es el de Rodríguez (2000), quien apunta que el porcentaje de mujeres de 15 a 19 años con hijos prematrimoniales se duplicó en el país entre 1976 y 1987 al pasar de 17 a 35 por ciento.

Hakkert (2001), en un interesante análisis sobre los hijos deseados entre mujeres de América Latina por edad, escolaridad, zona de residencia, nivel de pobreza, orden del nacimiento del hijo y estado civil, establece que éste último constituye el factor más significativo de rechazo al embarazo y ofrece como ejemplo el caso de Perú, donde 37.6 por ciento de las mujeres que fueron madres solteras de su primer hijo con menos de 18 años declararon que no deseaban tener hijos en ese momento, frente a 65.7 por ciento de las que, teniendo la misma edad, se unieron antes del embarazo. El mismo autor sostiene que el orden de nacimiento tiene también un efecto adicional, que la escolaridad alcanzada es una tercera variable altamente significativa (más que la condición de asistir a la escuela actualmente) y que la pobreza, condición de trabajo y zona de residencia no tienen un especial peso en la mayoría de los países latinoamericanos.

En ese sentido, Hakkert (2001) señala también que, partiendo del hecho de que los conocimientos de orientación sexual con que cuentan en general las y los adolescentes latinoamericanos les han sido impartidos en la escuela, las mujeres que desean tener hijos tienen menor motivación para informarse sobre los métodos para evitar un embarazo y que, aunque existe también un efecto en el sentido opuesto por el que las mujeres con mayor conocimiento tienen mejores condiciones para evitar embarazos no deseados, este segundo factor es menos fuerte que el primero. Lo anterior lo lleva a sugerir que el conocimiento de métodos anticonceptivos no influye fuertemente en la capacidad de las mujeres para evitar un embarazo no deseado y a inferir que, en las evaluaciones de conocimiento de métodos anticonceptivos, hay que dar mayor consideración al factor de la motivación por el conocimiento.

Coincidiendo en esto último con Hakkert, consideramos que en esta motivación están presentes y juegan un papel central las normas hegemónicas de género que, para distintos contextos socioculturales, establecen el momento y la forma deseable y adecuada en que las mujeres deben convertirse en madres como condición de cumplir con su mandato social básico y fundamental. Así, mientras en América Latina la maternidad está mejor valorada en el marco del matrimonio, Locoh (1994, citado por Hakkert, 2001) señala que en algunos países del África subsahariana, como Camerún, el embarazo en la adolescencia constituye un prerrequisito para el matrimonio y las jóvenes que no conciben un hijo en estas edades se encuentran destinadas a no tener pareja.

En este trabajo presentamos los resultados de un estudio exploratorio que indaga sobre el inicio de las prácticas sexuales coitales, el uso de métodos anticonceptivos y el embarazo entre adolescentes solteros de ambos sexos en el sureste de México. Argumentaremos que si bien la baja escolaridad se asocia al inicio temprano de las prácticas sexuales y a una mayor frecuencia de desconocimiento de los métodos anticonceptivos, el nivel de escolaridad alcanzado no explica, ni en mujeres ni en varones, su frecuencia de uso ni la probabilidad de que ocurra o no un embarazo deseado. Asimismo se discuten, desde la perspectiva de género, las distintas consecuencias de lo anterior para las y los adolescentes.

 

Material y métodos

El estudio fue hecho sobre la base de una encuesta de hogares realizada entre 1997 y 1999 en los estados de Tabasco, Campeche, Chiapas y Quintana Roo. La definición del tamaño de muestra fue de 8 801 jóvenes mujeres y varones de 12 a 19 años a los que se les aplicó un cuestionario de 130 reactivos, de los cuales cerca de 40 por ciento fueron preguntas abiertas. La muestra consideró los distintos municipios de los estados con un muestreo inferior a 7.5 por ciento, una confiabilidad de 95 por ciento a nivel estatal y un error inferior al 12 por ciento en los tres tamaños de localidad considerados,1 lo que la hace altamente representativa. El tamaño de la muestra se estimó sobre la base de cinco manzanas o su equivalente rural y de 26 hogares por manzana. El cálculo supuso que 50 por ciento de las y los adolescentes ha tenido relaciones sexuales y que 30 por ciento ha experimentado u ocasionado al menos un embarazo.2

El análisis es descriptivo, sustentado en el cálculo de proporciones y prevalencias, así como en la estimación de medidas de tendencia central y dispersión. Se realizaron también pruebas de hipótesis utilizando Ji cuadrada de Pearson, Ji cuadrada de Mantel y Haenszel y Ji cuadrada de máxima verosimilitud (Zar, 1984) para evaluar la relación estadística entre el nivel de escolaridad alcanzado y la edad de inicio de relaciones sexuales, el conocimiento y uso de métodos anticonceptivos y el embarazo en mujeres y varones adolescentes.

 

Resultados

La población en estudio fue de 8 801 adolescentes solteras y solteros de la región de 15 a 19 años de edad, lo cual corresponde a 94.2 por ciento del total de la muestra (n = 9 347). De ellos, 50.7 por ciento correspondió a mujeres y 49.3 por ciento a varones. Aproximadamente la mitad de los varones y mujeres entrevistados reportaron una escolaridad de primaria terminada o menos, sin diferencias por sexo (cuadro 1).

De los jóvenes solteros entrevistados, 80 por ciento (n = 7 041) respondió a la pregunta de si han tenido relaciones sexuales, y de éstos, 16.8 por ciento dio una respuesta positiva, con una frecuencia de 30.2 por ciento (n = 1 048) entre los varones y 3.8 por ciento (n = 137) entre las mujeres. La mediana de edad de inicio de relaciones sexuales fue de 15 años para los varones (de 1.59) y de 16 años para las mujeres (de 1.79). Uno de cada tres de los varones que dijeron haber tenido relaciones sexuales reportó que las inició antes de cumplir 15 años de edad (37.2 por ciento), mientras que entre las mujeres este porcentaje fue de 16.3 por ciento (cuadro 2).

Al analizar nuestros resultados a partir de un enfoque de género, que privilegia la explicación de las iniquidades vividas entre mujeres y hombres, resulta que existen claros comportamientos diferenciados para cada uno de los géneros y que éstos se traducen en los análisis específicos que sobre escolaridad, edad de unión, conocimiento y uso de métodos anticonceptivos y experiencia de embarazo tienen las y los adolescentes de la región.

Edad de inicio de las prácticas sexuales coitales

Entre las adolescentes solteras que refirieron haber tenido relaciones sexuales coitales (n = 137) se observó un incremento en la mediana de edad de inicio conforme el nivel de escolaridad es mayor, pasando de 16 a 17 años al alcanzar la educación preparatoria (gráfica 1).

Entre los varones, la mediana de edad de inicio de relaciones sexuales se mantiene estable en 15 años para las distintas categorías de escolaridad (gráfica 2).

No obstante, al considerar la proporción de uniones tempranas (definidas como aquéllas que se encuentran por debajo de las medianas de unión correspondientes en ambos sexos: 15 años en los varones y 16 años en las mujeres), se observó una tendencia estadísticamente significativa -para ambos sexos- en la que, a menor escolaridad, mayor proporción de uniones tempranas (gráfica 3).

Los datos anteriores evidencian que, aun cuando existe una mayor proporción de adolescentes varones que han tenido relaciones sexuales (30.2 por ciento), respecto a sus pares femeninos (3.8 por ciento), tanto en ellas como en ellos la escolaridad ocupa un lugar importante para explicar la edad de unión más temprana (menor o igual a 15 y 16 años para varones y mujeres, respectivamente); lo cual, a su vez, podría tener un mayor impacto negativo en la salud y condición social de las mujeres dada la mayor probabilidad de embarazo y de riesgos asociados al mismo.

Conocimiento y uso de métodos anticonceptivos

¿En qué medida conocen métodos anticonceptivos los adolescentes solteros de cada sexo? ¿Cuáles métodos anticonceptivos conocen? ¿Cuáles han utilizado? Dados esos conocimientos y prácticas ¿Existe un mayor riesgo de infecciones de transmisión sexual y embarazo para las mujeres?

Del total de adolescentes entrevistados 85 por ciento de los varones y 85.9 por ciento de las mujeres dijeron conocer uno o más métodos anticonceptivos.3 Esto resulta importante, ya que nos indica que, a pesar de que las campañas de planificación familiar consideran privilegiadamente parejas unidas y no jóvenes solteras y solteros,4 el acceso a la escolaridad formal y a diversos cursos de orientación sexual comúnmente impartidos en la escuela han logrado impactar fuertemente en el conocimiento de estos métodos. En nuestro estudio se observó una tendencia estadísticamente significativa, en la que conforme la escolaridad se incrementa, se registra una mayor frecuencia de conocimiento de uno o más métodos anticonceptivos, tanto en varones (χMH2 = 485.7;1 gl;0.000) como en mujeres (χMH2 = 446.4;1 gl;0.000).

El 89.8 por ciento de los varones y 74.9 por ciento de las mujeres adolescentes dijeron conocer el condón, siendo este método anticonceptivo el más conocido de todos. En este sentido, pareciera que el temor a contraer sida y las campañas orientadas a combatir la pandemia están teniendo un efecto significativo en este sector de la población.5 Le siguen en orden de importancia las pastillas (65.7 y 75.1 por ciento para varones y mujeres, respectivamente) y las inyecciones (39.8 y 61.5 por ciento para varones y mujeres, respectivamente) (cuadro 3).

En ese mismo cuadro se puede observar que tanto en varones como en mujeres el porcentaje de conocimiento de los diferentes métodos anticonceptivos fue mayor entre quienes declararon haber tenido relaciones sexuales coitales, lo que sugiere que los métodos anticonceptivos se conocen principalmente después de iniciadas aquéllas.

No obstante que el condón fue el método anticonceptivo más conocido por varones y mujeres con y sin experiencia de prácticas sexuales coitales (superior a 74 por ciento) y el más frecuente entre quienes utilizaron algún método anticonceptivo en la primera relación sexual, su uso en esa ocasión corresponde solamente al 30.3 por ciento de los varones y a 9.5 por ciento de las mujeres que declararon haber tenido relaciones sexuales (χ2 ? 35.8;1gl;0.000), lo cual evidencia un mayor riesgo de infecciones de transmisión sexual y de embarazo para las adolescentes.

Respecto al total de métodos anticonceptivos, destaca que sólo uno de cada tres varones (34.9 por ciento) y una de cada cuatro mujeres (24.2 por ciento) utilizó algún método anticonceptivo en la primera relación sexual. La prevalencia de uso de métodos anticonceptivos alguna vez fue de 52.2 por ciento entre los varones y 34.3 por ciento entre las mujeres (cuadro 4).

El nivel de escolaridad alcanzado modificó la probabilidad de uso de métodos anticonceptivos en la primera relación sexual para los varones ( χLR2 = 12.2;4gl;0.016), pero no así para las mujeres ( χLR2 = 0.683;2gl;0.711); y lo mismo sucede en el caso del uso ocasional de métodos anticonceptivos "alguna vez" (χLR2 = 18.1;4gl;0.00002 para los varones y χLR= 2.41;2gl;0.120 para las mujeres).

Lo anterior puede explicarse por una compleja relación entre el deseo femenino de utilizar métodos de protección y la normalmente difícil negociación con la pareja en este aspecto, sobre todo si consideramos que casi la mitad de las adolescentes de nuestro estudio (49.1 por ciento) tuvieron relaciones sexuales con varones mayores que ellas, lo que da cuenta tanto de la relación de poder-subordinación mediada por la edad que viven muchas de las jóvenes, como del impacto que las normas hegemónicas de género tienen en la protección de la salud y en la expectativa de maternidad de las mujeres, independientemente del nivel de escolaridad alcanzado.

Embarazo adolescente

Del total de las adolescentes solteras que declararon haber tenido relaciones sexuales (n = 137), casi 30 por ciento (27.7 por ciento) reportaron haber estado embarazadas alguna vez (n = 38),6 lo cual contrasta notablemente con la proporción de varones de la misma edad (n =1 048) que declararon haber embarazado a alguien alguna vez (1.1 por ciento; n = 12) y aun con los que respondieron que no sabían con exactitud si habían embarazado o no a alguien (1.5 por ciento; n = 16, χ2 = 124.4;3gl;0.000).7 Cabe señalar que esta frecuencia de embarazo no se asoció al conocimiento de métodos anticonceptivos en ellas ( χ2 = 1.19;1gl;0.277) ni en ellos (χ2 = 0.18;1gl;0.667).

Pensamos que estos datos se explican nuevamente por la vigencia de las normas hegemónicas de género de nuestra sociedad, así como por el tipo de pareja con quién unas y otros sostienen relaciones sexuales y la valoración que cada género le otorga a éstas. Así, la baja proporción de varones adolescentes que declara haber embarazado a alguna mujer puede deberse a varias causas: no saber lo que pasa después de tener relaciones sexuales ocasionales, sostener relaciones sexuales con sexoservidoras, ser un efecto de la elevada prevalencia de uso de métodos anticonceptivos entre ellos (52.2 por ciento), o bien, responder a la combinación de dos o más de estos factores.

Mientras 54.0 por ciento de los varones reportan tener relaciones sexuales con una amiga y 33.8 por ciento con sexoservidoras, 89.2 por ciento de las mujeres reportan que su compañero sexual es el novio y 5.4 por ciento que las relaciones sexuales las han tenido con algún familiar cercano. Este último dato es también importante como indicador del abuso sexual hacia las mujeres y la existencia de relaciones sexuales forzadas.8

Es de destacarse la importancia que otorga cada género al noviazgo y la amistad, ya que de éste se deriva que, mientras la pauta masculina generalizada es no saber o no hacerse cargo de lo que sucede con las mujeres después de tener relaciones sexuales ocasionales con ellas; en las mujeres, la iniciación sexual se encuentra fundamentalmente ligada a la posibilidad de una unión duradera y a la maternidad.

En ese sentido, se ha documentado que mientras para las mujeres el inicio de relaciones sexuales coitales se asocia a un proyecto de vida vinculado al matrimonio y a la maternidad, en el caso de los varones la iniciación sexual responde más bien a un necesario reconocimiento de la masculinidad por sus pares y a una muestra de la propia virilidad que no se relaciona directamente con su proyecto de vida a futuro (Tuñón y Ayús, 2003; Szasz, 2003; Amuchástegui, 1996; Worth, 1999). Lo anterior explica también el desencuentro común entre mujeres y varones donde ellos demandan tener relaciones sexuales como "muestra de amor" y ellas subliman en la futura maternidad el acceso al placer sexual.9

Cabe destacar, sin embargo, que en nuestro estudio también se registró el embarazo deseado (planeado) tanto en varones como en mujeres, si bien con mayor frecuencia entre éstas últimas. Entre las adolescentes solteras que reportaron haber estado embarazadas alguna vez (n = 38), aproximadamente una de cada tres declaró que el embarazo fue planeado (35.9 por ciento; n = 14); mientras que lo mismo aconteció con 16.7 por ciento (n = 2) del total de los varones adolescentes también solteros que declararon haber embarazado a alguien alguna vez (n = 12). Sin embargo, las diferencias entre varones y mujeres respecto al embarazo planeado o deseado no fueron significativas (χ2 = 4.1;2g/;0.127).

Estos datos evidencian que si bien la probabilidad de embarazo es mucho mayor entre las mujeres adolescentes que entre los varones de la misma edad y en la misma condición de soltería, entre aquellas y aquellos que han tenido la experiencia del embarazo, una proporción importante reporta que el embarazo fue deseado o planeado. Esto último es más frecuente en los grupos de mayor escolaridad, tanto en varones como en mujeres, mostrando con ello un comportamiento inverso al de la relación de la escolaridad alcanzada y el conocimiento de métodos anticonceptivos (cuadro 5).

Este hallazgo nos parece importante, toda vez que contradice la información comúnmente ofrecida por la literatura con respecto a la relación entre mayor incidencia de fecundidad en la adolescencia y el bajo nivel de escolaridad alcanzado.10

 

Discusión

Los datos presentados en este trabajo documentan la existencia de diferencias significativas en el ejercicio de la sexualidad por mujeres y varones adolescentes solteros de las entidades del sureste de México (Tabasco, Chiapas, Campeche y Quintana Roo), las cuales se expresan, tanto en una probabilidad significativamente distinta de haber tenido relaciones sexuales coitales como en la edad de inicio de éstas, en la frecuencia de conocimiento y uso de métodos anticonceptivos alguna vez y durante la primera relación sexual y en la probabilidad de embarazo.

Si bien la escolaridad alcanzada explica para ambos sexos la edad de inicio de las relaciones sexuales y el conocimiento de métodos anticonceptivos, entre las mujeres adolescentes no predice el uso de éstos en la primera relación sexual ni posteriormente; así como tampoco la probabilidad de embarazo deseado o no. Pensamos que esto último se debe en gran medida a las construcciones socioculturales de género que interfieren con el uso por las mujeres de métodos anticonceptivos al establecer un fuerte vínculo entre sexualidad-maternidad y al dificultarle poder asumir y transmitir a la pareja el deseo de placer sexual independientemente de la procreación.

Cabe señalar que en el caso particular de las mujeres, éstas construcciones socioculturales de género no son modificadas por la escolaridad alcanzada y que, como parte de éstas, la motivación para convertirse en madres por parte de las adolescentes parece explicar el elevado porcentaje de embarazos deseados entre las adolescentes solteras que, al igual que los hallazgos de Hakkert (2001), reporta nuestro estudio.

Asimismo, es imperativo no olvidar que 47.8 por ciento de los varones y 65.7 por ciento de las mujeres solteras de nuestro estudio que tienen relaciones sexuales reportan no utilizar ningún método anticonceptivo ni de prevención de VIH-sida y que, en referencia a la primera relación sexual, estos porcentajes se elevan a 60.6 y 75.8 por ciento para varones y mujeres, respectivamente. De aquí que sea necesario considerar su situación para diseñar acciones orientadas a atender a este grupo de alto riesgo, sobre todo ante la evidencia de que el conocimiento de los métodos anticonceptivos no es suficiente para garantizar el uso de los mismos.

Finalmente es necesario considerar que casi la mitad de las mujeres (49.1 por ciento) sostiene relaciones sexuales con personas mayores que ellas, lo que tendría también que ser tomado en cuenta como un elemento adicional en la búsqueda de la promoción de su salud sexual y reproductiva.

 

Bibliografía

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Notas

* Agradecemos al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) el financiamiento otorgado para la realización de este artículo en el marco del proyecto de investigación Sexualidad, salud reproductiva y comportamientos juveniles en la frontera sur de México (clave 35441-S).

1 < 2 500 habitantes; 2 500 a 14 999 habitantes y 15 mil o más habitantes.

2 Lo anterior fue definido conjuntamente con el dr. Sergio Camposortega† y su consultoría de investigación estadística y demográfica.

3 Sobre un total de 7 036 (79.9 por ciento) adolescentes de ambos sexos que respondieron a la pregunta sobre el conocimiento de métodos anticonceptivos.

4 Al respecto, Barbara Barnett (2000) señala el carácter universal de este aspecto de las campañas y relata las dificultades de jóvenes solteros de diversos países africanos para acceder a los servicios de planificación familiar. Ver también Reartes (2001) para el caso mexicano y Oliva, Serra y Vallejo (1993) para el caso español.

5 Sobre este tema y refiriéndose a los jóvenes franceses sin especificar estado civil, Guy Rozart (2000) apunta que, en tanto que generación, el miedo al sida fue integrado en las prácticas sexuales de los jóvenes en los primeros años de la década de 1990 y que si "en la fecha de su primera relación, 50 por ciento de los jóvenes en 1991 se sentían 'concernidos', en 1993 ya eran 70 por ciento". Señala también que esta concientización estuvo marcada por el aumento del uso casi generalizado del condón, si bien su uso tiende a declinar en la medida en que aumenta la frecuencia de las relaciones sexuales y la relación de pareja se vuelve duradera y estable.

6 Entre las adolescentes 7.9 por ciento (n = 3) dijeron haber tenido más de un embarazo, mientras que entre los varones el porcentaje que declaró haber embarazado en dos o tres ocasiones fue de 16.7 por ciento (n = 2). La frecuencia de embarazo entre el total de las adolescentes solteras entrevistadas corresponde a 0.85 por ciento, cifra considerablemente más baja que la reportada en México por Conapo (2001) y Rodríguez (2000). Consideramos que esto se debe en gran medida, a la baja frecuencia de relaciones sexuales coitales reportadas por las adolescentes de esta región, más que por la frecuencia de embarazo entre quienes declaran haber tenido relaciones sexuales.

7 Datos similares para varios países de América Latina son aportados, si bien sin especificar el estado civil de las y los jóvenes, por Guzmán, Contreras y Hakkert (2001) al decir que "en Perú la maternidad adolescente está presente en una de cada diez mujeres, en tanto que la paternidad adolescente apenas en uno de cada cincuenta hombres. En los casos de Honduras y Nicaragua, más de 20 por ciento de las adolescentes ya son madres, mientras que menos de 4 por ciento de los varones adolescentes son padres".

8 Soldevila (2003), citando el texto "Incesto: una plaga silenciada de la que hay que hablar", de María López Vigil, señala que en México siete de cada diez agresiones sexuales son cometidas por conocidos y 35 por ciento de ellas por familiares; y, citando a Fempress, reporta que en un estudio sobre incesto realizado con 50 familias de Sao Paulo, Brasil, en los años 1993, 1995 y 1997, "de 63 víctimas, todas eran niñas; de los agresores, 37 fueron padres biológicos y seis padrastros; (y) once de las niñas dieron a luz hijos que eran al mismo tiempo sus hermanos". Asimismo, Boyer (1995) señala en su estudio sobre el peso del abuso sexual en el embarazo durante la adolescencia que, en comparación con las adolescentes sexualmente activas en general, en aquellas que sufrieron abuso sexual en su infancia era menos probable el uso de anticonceptivos y más probable que hubieran tenido un aborto y un segundo y tercer embarazo.

9 Aguilar (2001) matiza estas pautas de comportamiento por género al decir que si bien "se dice que los hombres lo hacen por placer y las mujeres por amor (y que) según las encuestas, los hombres se inician con una amiga y las mujeres con el novio o el marido, (...) no sabemos si las chavas se ven obligadas a decir que fue por amor y con el novio porqué es la única posibilidad de que les crea y de ser aceptadas. (Hoy) los chavos aceptan la actividad sexual previa de su novia (si fue) en el contexto de una relación formal, de pareja y de amor... El problema ya no es si tuvo o no relaciones sexuales sino el contexto en que las tuvo: si fue en la disco o en el coche con alguien a quien acababa de conocer, o si se dio dentro de una relación de pareja". El mismo Aguilar comenta que, si bien este cambio es importante, continúa vigente la regulación del placer y el deseo de las mujeres por parte de los varones en lo que hoy se llama "neomachismo".

10 Al respecto, Guzmán, Contreras y Hackkert (2001) señalan que: "...existe un grupo de altísimo riesgo de embarazo en la adolescencia, que son las mujeres sin escolaridad, cuyas tasas en promedio superan las 200 por mil y en ningún país (de América Latina) son inferiores a 150 por mil. Por lo general, se trata de un grupo que tiende a ser minoritario (en <<pobreza extrema>>) (y que), por tanto, tiene un impacto cuantitativo poco significativo en el total de nacimientos de adolescentes".

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