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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.20 no.65 Ciudad de México abr./jun. 2015

 

Investigación

 

¿Otra vez la identidad? Un concepto necesario pero imposible*

 

Identity Again? A Necessary but Impossible Concept

 

Zaira Navarrete-Cazales

 

Doctorante en Ciencias por el Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (DIE-Cinvestav-IPN). Calzada de los Tenorios núm. 235, colonia Granjas Coapa, 14330, México, DF. CE: znavarretec@gmail.com

 

Artículo recibido: 13 de mayo de 2014
Dictaminado: 19 de septiembre de 2014
Segunda versión: 24 de octubre de 2014
Aceptado: 3 de noviembre de 2014

 

Resumen

En años recientes el término identidad ha sido objeto de análisis, de re-deconstrucciones y de rediscusiones semánticas, conceptuales al interior de diversas disciplinas; la mayoría de las veces críticas de la noción de una identidad metafísica, auténtica, originaria y única. Actualmente, la identidad sigue siendo un tema y un problema epistemológico sobre el que varios teóricos de diversas procedencias disciplinarias han reflexionado. El objetivo de este trabajo es desedimentar el concepto identidad, a través de un recorrido histórico por diversas disciplinas en las que se ha discutido el tema. Apoyados en la perspectiva teórica del Análisis Político de Discurso, asumimos la noción de identidad como un concepto aporético en tanto que tiene la condición de necesariedad y a la vez de imposibilidad.

Palabras clave: identidad, epistemología, análisis político de discurso, México.

 

Abstract

In recent years, the term, identity, has been the object of conceptual analysis, re-deconstructions, and semantic re-discussions within various disciplines; in most cases, criticism is made of the notion of an authentic, original, and unique metaphysical identity. At the present time, identity continues to be an epistemological topic and problem on which various theorists from diverse disciplinary origins have reflected. The objective of this study is to de-sediment the concept of identity, by means of an historical tour through several disciplines that have discussed the topic. Supported by the theoretical perspective of the Discourse Theory and Political Analysis, we assume the notion of identity as an aporetic concept in that it has the condition of simultaneous need and impossibility.

Keywords: identity, epistemology, Discourse Theory and Political Analysis, Mexico.

 

Introducción

Actualmente, la identidad sigue siendo un tema y un problema epistemológico sobre el que diversos teóricos de distintas procedencias disciplinarias han reflexionado. En tal sentido la identidad se ha ido reconstruyendo y redefiniendo constantemente. Las reflexiones sobre ella, la mayoría de las veces, abogan por identidades precarias, contingentes, parciales, temporales e históricas y, en el menor de los casos, se defiende la idea de una identidad inamovible, fija, y atemporal.

El objetivo de nuestro escrito es desedimentar el concepto identidad, a través de una revisión histórica (no elaboramos la historia del concepto identidad, sino que hacemos una revisión particular, contextualizada, histórica y discursiva sobre cómo ha sido abordado teóricamente el tema) por diversas disciplinas de las ciencias socio-humanísticas, en las que se ha discutido, como es el caso de la filosofía, disciplina de la que procede dicho término. Mostramos algunos usos y recreaciones que ha tenido hasta la actualidad, enfocando los momentos de su significación en la filosofía clásica hasta la llamada teoría contemporánea.

Consideramos que presentar una revisión histórica del concepto identidad pudiera resultar particularmente importante al campo educativo en tanto que posibilita abonar a la re-de-construcción del conocimiento teórico-empírico sobre esta temática y que, a su vez, puede ser útil para la elaboración conceptual de términos como identidad profesional, de estudiantes, laboral, institucional, inter alia. Entendemos a la identidad como un concepto aporético en tanto que tiene la condición de necesariedad y a la vez de imposibilidad, es decir, es un concepto necesario pero a la vez imposible de una representación precisa y definitiva (Navarrete, 2008, 2013a, 2013b).

Este trabajo de investigación (teórica-documental) se emplaza en la perspectiva teórica del Discourse Theory and Political Analysis [propuesto por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y desarrollado en México como Análisis Político de Discurso (APD) por Rosa Nidia Buenfil]. Influidos por esta perspectiva, asumimos que la mejor manera de acercarse al referente empírico —en el marco de las ciencias sociohumanísticas y de la educación—, es por medio de teorías, metodologías, postulados que aboguen, propongan, sugieran reflexiones, interpretaciones profundas y densas sobre el objeto de investigación. El Análisis Político de Discurso abreva de varias disciplinas y tradiciones teóricas, principalmente, la lingüística saussuriana, el pragmatismo wittgensteiniano, el psicoanálisis (Lacan, 1990; Žižek, 2008), el post-estructuralismo (Derrida, 1982), la aproximación genealógica de Foucault (1992) y el post-marxismo (Laclau, 1994), por solo mencionar algunas fuentes de inspiración, las cuales se caracterizan por erosionar y poner en cuestión las pretensiones absolutistas del pensamiento occidental: filosofía analítica (referente), fenomenología (fenómeno) y estructuralismo (signo).

De dichas disciplinas, el APD toma prestada una serie de categorías de intelección que funcionan como herramientas analíticas de la constitución y funcionamiento de las discursividades sociales, tal eclecticismo teórico hace posible enfocar al sujeto y/u objeto discursivo desde una mirada más amplia, histórica y multirreferencial, manteniendo siempre en tal operación analítica una vigilancia epistemológica que cuide hacer un uso adecuado, consistente y productivo de esas herramientas. Reiteramos, este eclecticismo teórico como una forma de intelección de la realidad, en la que emerge el APD, implica una constante atención epistémica que permite la recuperación de diversas fuentes conceptuales, pero siempre con la condición del cuidado, es decir, vigilancia epistémica que haga compatible los principios ontológicos y políticos del APD (por ejemplo, la crítica a las diversas versiones del esencialismo) con los de otras perspectivas de las cuales se pretenda hacer uso. El eclecticismo teórico, como forma de intelección de la realidad y como búsqueda de la mayor consistencia posible entre sus elementos, posibilita la recuperación de otras fuentes conceptuales.

Hemos ordenado este escrito en cuatro apartados. Nos encontramos ubicados en el primero y en él damos cuenta de nuestro posicionamiento teórico epistemológico para abordar la identidad; en el segundo (Revisión histórica de un concepto aporético: identidad) mostramos los trazos de un recorrido histórico sobre el concepto de identidad; en el tercero (Identificación. ¿Un término salvador?), desarrollamos el concepto de identificación desde un repertorio discursivo y psicoanalítico —teórico—; y en el cuarto (Identidad. Usos desde variados emplazamientos disciplinarios) mostramos cómo ha sido utilizado por diversos autores "posmodernos" o no escencialistas que, emplazados desde diversas y variadas disciplinas, han abonado al desarrollo de esta noción; finalmente presentamos algunas reflexiones conclusivas en el quinto apartado.

 

Revisión histórica de un concepto aporético: identidad

Para dar cuenta del término identidad consideramos necesario recurrir a la noción de aporía (απορία), que literalmente significa "sin camino" o "camino sin salida": de ahí "dificultad". En sentido figurado, la aporía es entendida casi siempre como una proposición sin salida lógica (Ferrater, 2004), como una dificultad lógica insuperable de un razonamiento o de su conclusión. La aporía como lógica, hace visible el carácter insoluble de un problema y, al hacerlo, saca provecho porque despliega numerosas alternativas posibles: una forma particular de problematización que, en vez de forzar hacia una solución insostenible, asume la complejidad y la posibilidad de lo irresoluble (Buenfil, 2012). Así, se piensa a la aporía como algo imposible de realización plena pero necesaria, algo de lo que no se puede hablar en términos definidos de una vez y para siempre pero es necesario hablar de él.

La identidad es un concepto aporético en tanto que tiene la condición de necesariedad y a la vez de imposibilidad, es decir, es un concepto que es necesario para hablar de algo que caracteriza temporalmente o históricamente a un sujeto o a un campo disciplinario pero, a la vez, es imposible de representación precisa y definitiva (Navarrete, 2008). En este sentido, la identidad es algo irrepresentable, solo se puede hablar de ella pero jamás representarla en términos tangibles, definitivos, exhaustivos, ni categóricos. Por ello nos es necesario hablar del término identificación (el cual desarrollaremos más adelante), como un concepto que ayuda o permite entender mejor el proceso de construcción identitaria.

El término identidad se coloca en una posición aporética en tanto su significado primario, original (el de uno a uno, que se usaba para dar cuenta de las características propias de algo o alguien) ya no corresponde únicamente a ese significado. Es decir, el significado original cambia y se le asignan otros significantes al término identidad. Como ya señalaba Saussure (1986) todas las palabras tienen un componente material (una imagen acústica) al que denomina significante y un componente mental referido a la idea o concepto representado por el significante al que denomina significado. Significante y significado conforman un signo. Así, el signo lingüístico consiste en una asociación entre el concepto y la imagen acústica. Solo pueden distinguirse conceptos en virtud de su estar ligados a un significante particular.

El vocablo identidad, con los filósofos clásicos, tenía un único significado, el de su raíz etimológica —latina— identitas, es decir, "igual a uno mismo" incluso "ser uno mismo" o lo que se conoce como principio ontológico (o metafísico) de identidad (A=A) y era utilizado únicamente para hablar de las características, cualidades, atributos propios de un objeto o "del hombre". En la filosofía clásica esas características o atributos del hombre eran su esencia, lo que lo diferenciaba del resto de los objetos, la definición de hombre era universal, definitiva, invariable, estática, fija. Por ejemplo, Parménides decía que lo existente es inamovible, por un principio lógico: solo podemos pensar lo que realmente es, no podemos pensar en lo que no es. Ahora bien, lo que es, necesariamente permanece, porque si no fuese así, dejaría de ser; por lo tanto, las cosas son inmóviles, es decir, el ser (la realidad) es único y permanente, inmutable (Stewart, 1999).

Por su parte, Platón creía en el conocimiento verdadero de las cosas, por ello sugirió un Topos Uranus, un mundo inteligible donde existe el verdadero ser de las cosas, las ideas o formas que daban existencia a todo el mundo sensible, el del devenir. Para Platón (2000) el mundo sensible es una copia, una imitación del ser, que permanece eterno e inmutable en el mundo inteligible. Aristóteles en su filosofía primera o metafísica nos dice que el Ser se entiende de lo que es accidentalmente o de lo que es en sí, porque accidentalmente alguien puede ser albañil, pero también profesor, periodista o político; pero en sí es un hombre. Esto significa que el Ser tiene muchos sentidos, se dice de muchas formas, pero formas que participan de una y primera que las unifica: la entidad, o sea, lo que es en sí (cf. Aristóteles, 1969; Hirschberger, 1994).

Posteriormente, algunos filósofos modernos empezaron a cuestionarse sobre el problema de la identidad del yo o de la identidad personal (y por extensión el problema de cualquier identidad sustancial), pero el primer obstáculo lo encontraban en la superación de un viejo esquema de identidad, la idea de sustancia que, desde Aristóteles, servía para pensar cómo cualquier entidad individual podía seguir siendo idéntica a sí misma pese a experimentar cambios y revisaron el problema de la identidad desde muy diversos modos.

Descartes, por ejemplo se interesó por la cuestión de la identidad personal y sostenía que no podemos entender qué somos cada uno de nosotros hasta que no sepamos qué es lo que podemos saber con certeza. Es decir, si somos incapaces de revelar qué es lo real, qué existe verdaderamente, entonces no tiene sentido preguntarse por la cuestión de la identidad personal al carecer de un procedimiento para discernir lo existente o real, de lo inexistente o falso (cf. Descartes, 2005; García, 2000). La noción de identidad metafísica fue criticada por Hume y es la misma crítica a la noción de sustancia. Critica a los que creen que hay un yo (self) que es sustancial, y es idéntico a sí mismo, o idéntico a través de todas sus manifestaciones. Consideró que el problema de la identidad personal es insoluble, y se contentó con la relativa persistencia de un haz de impresiones en las relaciones de semejanza, contigüidad y causalidad de las ideas (Ferrater, 2004).

Kant también criticó la noción de identidad metafísica, aceptó las consecuencias de la crítica de Hume pero no su solución. Kant consideraba que es la actividad del sujeto trascendental la que permite, por medio de los procesos de síntesis, identificar diversas representaciones (en un concepto), según el autor solo la noción trascendental de identidad hace posible un concepto de identidad (Kant, 2007, 2009; Ferrater, 2004). Por su parte, pero en esta misma línea del problema de la identidad, Leibniz postulaba que si dos objetos (individuo o predicado) son idénticos, tienen exactamente las mismas propiedades: "identidad de los indiscernibles" postula algunos principios como: a) si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades, entonces a y b son idénticos, es decir, son el mismo objeto; b) si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades cualitativas, entonces a y b son idénticos; c) si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades cualitativas no relacionales, entonces a y b son idénticos (Leibniz, 1982; Audi, 1999).

Si bien se reconoce la intención de estos filósofos modernos de superar (por medio de sus reflexiones y postulados) el viejo esquema de la identidad esencial, sustancial y unívoca, no lo logran. Sin embargo marcaron condiciones de suma importancia para la filosofía y la ciencia, por ejemplo el pensamiento cartesiano que ha influido en diversos paradigmas teóricos (que, a su vez, intervienen en la práctica escolar). Con Descartes nacen las ideas de que el conocimiento es verdadero, único, universal, absoluto o, por lo menos, abre los intersticios para este tipo de pensamiento iluminista. En cuanto al problema de la identidad marcan vetas importantes para posteriores desarrollos de otros filósofos contemporáneos.

Desde la filosofía contemporánea, pensadores como Nietzsche y Heidegger pusieron en cuestión las esencias trascendentales, universales y atemporales. Y se cuestionaron también (al igual que los filósofos modernos) pero desde otra óptica, los planteamientos de los clásicos sobre ser igual a sí mismo, ser inmutable, ser inmóvil, eterno. La filosofía de Nietzsche estaba en contra de todo centro o identidad última (metafísica) y puso de manifiesto las debilidades, paradojas e inconsecuencias de esa absolutización metafísica de la identidad. La única posible identidad del discurso nietzscheano es precisamente la disolución de toda identidad, su lucha irreconciliable contra toda forma de identidad (Choza y Piulats, 1999). Nietzsche dirige su pensamiento a la destrucción de la metafísica del ser, de la identidad y la eliminación de nociones como Ser, Historia, Razón, Sujeto, Identidad con mayúsculas para que pudieran ser contextualizadas, historizadas, situadas, o en palabras de Heidegger, Ser ahí (Dasein).

El Dasein es el ente que somos en cada caso nosotros mismos y que tiene entre otros rasgos la "posibilidad de ser" del preguntar. Es un término que expresa puramente el ser. Heidegger (2004), nos dice que el Dasein es, en cada caso, aquello que él puede ser y tal cual él es su posibilidad. Esto quiere decir que, a diferencia de los entes no humanos, el hombre es lo que él en cada caso, que es proyecto de sí mismo, tarea de su propia realización es decir, el ser humano, el sujeto, es cambiante, está siendo constantemente.

La temporalidad, la historia situada, el ser ahí, inter alia, permitieron no solo poner en cuestión el significado del concepto identidad (metafísico, igual a sí mismo) sino que además hicieron posible que se le fueran asignando diversos matices, significados, al término identidad. Así el significante identidad se dotó de significados que rebasaban por mucho el "original" primario y, el contexto, la historia, el sujeto se posicionaron como categorías importantes para hablar del término. Entonces, ya no es posible hablar de la "identidad" para hacer referencia a las características universales del ser, o para definir al hombre como invariable e inmutable. Hoy sabemos que el ser es-tá-siendo, que el sujeto se constituye constantemente, que adquiere o deja y se constituye por diversos polos identitarios y eso es lo que lo constituye en lo que es, en un momento particular de la historia, de su historia en un tiempo y espacio particular.

En este tenor, identidad resulta ser uno de esos términos espinosos que tiene adeptos y adversarios. Entonces, si se quiere hablar de identidad, casi siempre resulta indispensable enunciar el posicionamiento ontoepistemológico desde el cual se usará el término, en este sentido identidad es aporética. Recordemos que la aporía hace visible el carácter insoluble de un problema y, al hacerlo, saca provecho pues despliega numerosas alternativas posibles; como una forma particular de problematización que en vez de forzar hacia una solución insostenible, asume la complejidad y la posibilidad de lo irresoluble. Nos referimos, por ejemplo a cuando algo es a la vez necesario e imposible (Buenfil y Navarrete, 2011). Algunos autores prefieren no utilizar el término identidad justo por esta condición aporética y prefieren identificación (procedente del psicoanálisis) para dar cuenta de las características que distinguen a un sujeto, a una institución.

La identidad es una categoría general que posibilita que tengamos un lugar de adscripción (histórico-temporal) frente a los demás a distinguirnos de los otros (sujetos, instituciones, grupos, familias, comunidades, movimientos sociales, naciones), y decir qué es lo que somos y lo que no somos. No hay posibilidad de identidad que no postule, al mismo tiempo, una alteridad: no sería posible una mismidad sin la existencia de esa otredad. Por su parte, el proceso identificatorio es algo más específico, particular, que implica el análisis del momento del enganche, de la identificación con algo o alguien (sujeto, idea) que nos constituye en un momento particular, específico de nuestra identidad histórica, contextual, ergo cambiante.

 

Identificación. ¿Un término salvador?

Sin desconocer ni subestimar los debates sobre los usos del psicoanálisis, en este trabajo se opta por lo teórico (conceptos, lógicas y posicionamientos) porque resultan compatibles con los posicionamientos del APD. La noción de identificación nos ayuda a pensar la identidad, para Hall (2000), tiene una doble procedencia discursiva y psicoanalítica. La identificación en sentido psicoanalítico (desde una dimensión teórica no clínica) es un proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones (Laplanche y Pontalis, 1996). Sigmund Freud no habla propiamente de la identidad sino más bien de identificación y del proceso identificatorio, es decir, la identificación se da en el momento que sucede una ligazón afectiva con otro ser. O, en palabras de Freud (1921), la identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como modelo. Cabe señalar que la identificación no es total y tal cual, sino por el contrario, es parcial, limitada y también es ambivalente, en el sentido que podemos identificarnos con una persona en un aspecto que aprobamos de ella o en uno que rechazamos, o bien como un deseo de aceptación o de eliminación que el yo puede copiar o no de la persona amada o no amada. La identificación proyectiva alude a un mecanismo de defensa psíquico, término introducido por Melanie Klein para designar un mecanismo que se traduce por fantasías en las que el sujeto introduce su propia persona (his self), en su totalidad o en parte, en el interior del objeto para dañarlo, poseerlo y controlarlo (Laplanche y Pontalis, 1996:189-190).

En esta tesitura psicoanalítica se puede observar en Lacan (1990:89) que la identificación se desprende a partir de la imagen reflejada del medio ambiente (que puede ser con todos los seres, como en el trabajo freudiano, pero también consigo mismo), en que uno se encuentre inserto, esto es lo que Lacan denominó estadio del espejo

[...] el cual se nos revela como un caso particular de la función de la imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad o, como se ha dicho Innenwelt [interior] con el Umwelt [exterior], [y que se puede comprender] como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen (Lacan, 1990:87-89).

La identificación se produce en el orden simbólico cuando el sujeto asume la imagen reflejada de su exterior, la imita y se constituye como tal a través de la imagen imitada, pero resignificada, "ese exterior simboliza la permanencia mental del yo al mismo tiempo que prefigura su destinación enajenadora" (Lacan, 1990:88); en el imaginario, cuando parte de los sueños y fantasías que el sujeto posteriormente simboliza en su "vida cotidiana"; y real, en palabras de Lacan, cuando entra hasta el límite estático de "tú eres eso", es cuando realmente sabemos quiénes o qué somos, es donde se revela la cifra de su destino mortal, es decir, llegar a ese límite implicaría a su vez llegar a la locura, a la paranoia o a la muerte.

En esta misma línea Žižek (2008) plantea el tema de la identidad por medio de una interrogante, ¿qué es lo que crea y sostiene la identidad? En sus reflexiones sobre el tema concluye que se crea a través de múltiples significantes flotantes y se sostiene bajo un punto nodal,1 esto es, la identidad se constituye dentro y no fuera del espacio ideológico del que formamos parte, en dicho espacio se encuentra una serie de elementos de libre flotación que el sujeto atrapa, acepta o se identifica con varios de esos elementos, pero solo uno es el que lo acolcha o "determina" en mayor medida o sobre el cual los otros significantes se rigen. Es decir, a partir de un elemento de libre flotación más fuerte para el sujeto, es donde anuda su identidad. Cabe señalar que este anudado no es esencialista o definitivo, sino es temporal y dependiente del contexto del sujeto, o sea, hoy puede ser un punto nodal el que "determine" mi identidad pero después puede ser otro. Esto es, la identidad no está determinada, en última instancia (por la institución, una persona, una idea, un objeto, etcétera), sino que está abierta a múltiples posibilidades de ser en el mundo, en tanto espacio ideológico (Navarrete, 2013a).

En resumen, el sujeto tiene no una sino varias posiciones identitarias que se apropia a partir de su ubicación espacial, desde su contexto o espacio simbólico, desde su interior-exterior. En este sentido, se asume que la identidad no está prefijada, predeterminada, si bien es cierto que se fija temporalmente, también es cierto que no se fija definitiva o esencialistamente.

La identificación desde el repertorio discursivo se considera como una construcción, un proceso nunca acabado, siempre "en proceso". No está determinado en el sentido de que puede ser siempre "ganado" o "perdido", sostenido o abandonado. Aunque tampoco sin sus condiciones de existencia determinadas, incluyendo los recursos materiales y simbólicos requeridos para sustentarla, la identificación es finalmente condicional, sujeta a contingencia (Hall, 2000); es entonces un proceso de articulación, una sutura, una sobre determinación y no una subsunción. Es la internalización de un rasgo propuesto en una interpelación disciplinar, institucional, gubernamental, se fundamenta en la fantasía, la proyección y la idealización (Hall 2000:230).

La identificación, desde un horizonte discursivo, se entiende como constelación de significados, como estructura abierta, incompleta y precaria que involucra el carácter relacional y diferencial de los elementos y la posibilidad de construir los significados, que puede ser analizado en el plano paradigmático y en el sintagmático (Buenfil, 2011). En tal sentido, cabe señalar que el discurso se constituye como un intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por construir un centro (Laclau y Mouffe, 2004). Es una totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria, e involucra también elementos lingüísticos y extra-lingüísticos.

Hall, Buenfil, Laclau y Mouffe coinciden en una crítica al concepto fundacional y metafísico de identidad, postulando su imposibilidad y, a la vez, su pertinencia estratégica reivindicando una identificación discursiva (contextual, situada y momentánea) o lo que Hall llama una identidad bajo borramiento. La identidad se configura a través de un proceso de interpelación triunfante que es condición de posibilidad de la identificación, la cual da lugar al paso de individuos a sujetos.

 

Identidad. Usos desde variados emplazamientos disciplinarios

El término identidad ha sido abordado, trabajado, discutido, desde muy diversos modos, por autores pertenecientes a una misma disciplina pero abordado desde diferentes posturas onto-epistemológicas y/o políticas. O, de diversas disciplinas y con posicionamientos muy similares o disímiles. Algunos autores permanecen aún en la búsqueda incesante de esa identidad metafísica, última, final, determinada que pueda expresar definitivamente quiénes somos; Otros, sin embargo, buscan los procesos de constitución de las identidades y, al hacerlo, reconocen el carácter plural, no suturable, precario, abierto y flexible, de este proceso y de la subjetividad que resulta. Algunos autores que encontramos posicionados en este último planteamiento son: Bourdieu y Dubet quienes, desde el terreno sociológico, han hecho patente la necesidad de re-visar la noción de identidad por ser un término que ya no designa el significado con el que fue creado. Esto, por supuesto, se debe a la emergencia del posestructuralismo que plantea que no existe un único significado para un significante, sino que la relación entre el significante y el significado es contextual e histórica (cf. Saussure, 1986). Así, por ejemplo, Dubet considera que debemos plantear el problema de la identidad en términos nuevos para tratar de ver qué tipo de mutaciones explica mejor el mismo éxito de esta noción.

Dubet plantea que la noción de identidad es polisémica, ante tal situación se cuestiona si todavía conserva alguna utilidad. Hace una diferenciación entre dos identidades del sujeto: la social y la personal. La primera se refiere "a la manera en cómo el actor interioriza los roles y estatus que le son impuestos o que ha adquirido y a los cuales somete a su personalidad social", y la segunda "es inseparable de las identificaciones colectivas que dibujan los estereotipos sociales" (1987:520). Si bien es cierto que la identidad social es producto de la historia y del contexto, también lo es que la acción social del sujeto no se agota en la integración, porque "el actor puede manipular su identidad sin ser totalmente tragado por ella".

En tal sentido sostenemos que la identidad del sujeto no está determinada por la sociedad en la que se inserta, sino que existen ya una cultura, un modus vivendi, y el sujeto con sus potencialidades decide, reflexiva o irreflexivamente, qué incorporar de su contexto a su proceso de constitución identitaria. A decir de Dubet "la identidad social [y personal del sujeto], no está ni dada, ni es unidimencional", y precisamente porque existen muchas dimensiones de la identidad (o polos identitarios), al respecto, nos dice: "la identidad ya no existe". "La noción de identidad termina por ser consumida de todas formas y sirve para comprender todo y su contrario" (Dubet, 1987:520-536), pero en esta imposibilidad existenciaria de la identidad es que se hace necesario hablar de ella, porque es un concepto que da cuenta de los procesos de construcción identitaria, es decir, de los de subjetivación. En este sentido, reafirmamos nuestro argumento de que la identidad es una categoría aporética, esto es, imposible pero necesaria.

En este tenor, Bourdieu plantea que la identidad se construye en la práctica social a partir de representaciones mentales (actos de percepción y apreciación, de conocimiento y reconocimiento) y de representaciones objetales (cosas o actos). Estas representaciones a su vez están en constante lucha por el poder, "luchas de hacer ver y de hacer creer, de hacer conocer y hacer reconocer, de imponer la definición legítima de las divisiones del mundo social" (Bourdieu, 1982:475). Coincidimos con Bourdieu (1982:478) al señalar que "en la construcción de la identidad (ser percibido que existe fundamentalmente en virtud del reconocimiento de los demás), se halla en juego la imposición de percepciones y de categorías de percepción".

Por otra parte, autores como Hall, Bhabha y Grossberg posicionados en el terreno antropológico también han abordado el tema de la identidad como un problema teórico. En esta tesitura, Stuart Hall nos dice que si la identidad ha dejado de ser vista como una esencia o desde la filosofía trascedentalista, si ya no designa unificación, integración, entonces, ¿quién la necesita? Plantea que este concepto lo podemos trabajar desde el enfoque deconstructivo y bajo borramiento:

[Las] identidades nunca están unificadas y, en los últimos tiempos modernos, progresivamente fragmentadas y fracturadas; nunca singulares sino construidas múltiplemente a través de diferentes discursos, prácticas y posiciones, frecuentemente entrecruzadas y antagónicas (Hall, 2000:227).

Hall niega la existencia de identidades auténticas y originarias, basadas en elementos universalmente compartidos; aboga por las diferenciales, parciales, temporales, contingentes, relacionales, en proceso y siempre en busca de completud, de cierre, de sutura.

Bhabha (1996) plantea el tema de la identidad a partir de la multiculturalidad; lo desarrolla desde la identidad cultural, la cual es una parte de la identidad del sujeto pero a su vez es donde el sujeto se constituye como tal. Este autor considera necesario tratar la identidad desde la diferencia, como expresión de diversidad, esto es, el reconocimiento de las minorías, de los excluidos, que tienen posibilidad de visibilidad social solo a partir de los otros, es una negociación desde la presencia del otro que, en el caso de la multiculturalidad, asegura al sujeto nacional auténtico, pero nunca podrá garantizar su visibilidad o verdad. Este pensador sugiere el tema de la temporalidad culturalmente definida, tema de gran importancia para trabajar la identidad ya que el sujeto se constituye y, por tanto, construye identidad (es) a partir de diversos referentes sociales, culturales y temporales y siempre en relación con el otro, con los otros que son uno mismo y los otros.

En este sentido, Grossberg (1996) menciona que la centralidad del concepto identidad es un desarrollo "moderno", tanto en el discurso teórico como en el político. Despliega el tema de la identidad desde tres lógicas:

1) De la diferencia: la identidad siempre se construye desde la diferencia. Menciona que lo moderno no constituye identidad fuera de la diferencia sino la diferencia fuera de la identidad. Descalifica a las "teorías de la otredad" porque asumen la diferencia en sí misma, en un sentido positivista, reconoce que el otro existe pero desde su lugar, tal y como es. Por ello propone construir una teoría de la otredad que no sea esencialista, y una teoría de la positividad basada en las nociones de efectividad, pertenencia o lo que Paul Gilroy (1993) llama "lo mismo cambiante".

2) De la individualidad: ésta ha sido vista desde una sola y simple estructura, por lo que es necesario repensarla y recordar que cada ser humano tiene alguna forma de subjetividad y así, al menos en un sentido existe como sujeto. Dichas subjetividad (al menos dentro de las sociedades humanas), está siempre inscrita o distribuida dentro de los códigos culturales de diferencias que organizan sujetos; y

3) De la temporalidad: es decir, la unidad del sujeto depende de la unidad del tiempo, por lo que la identidad es histórica y construcción temporal de la diferencia. A partir de estas tres lógicas sostiene que las identidades son siempre contradictorias, temporales, históricas y diferenciales.

Un tercer caso disciplinario es el de la teoría política en donde, por ejemplo, autores como Laclau y Mouffe, y Foucault han reflexionado al respecto. En el caso de los primeros, el tema de la identidad es tratado (desde la constitución del sujeto), desde dos inquietudes que plantean en un apartado de su libro Hegemonía y estrategia socialista, éstas son: el carácter discursivo o prediscursivo del sujeto y la relación existente entre distintas posiciones de sujeto.2 En lo que se refiere a la primera inquietud, los autores expresan que el carácter constitutivo del sujeto no es como se creía en la filosofía trascendental y esencialista, sino que es discursivo, esto es, relacional, abierto e indeterminado y "justamente por ser toda posición de sujeto una posición discursiva, participa del carácter abierto de todo discurso3 y no logra fijar totalmente dichas posiciones en un sistema cerrado de diferencias" (Laclau y Mouffe, 2004:156). Podemos decir, entonces, que la identidad del sujeto se constituye dentro y no fuera del discurso y que el carácter abierto del discurso permite al sujeto identificaciones que hacen evidente la contingencia de su identidad (el sujeto al reconocer el espacio discursivo permite desmitificar los supuestos de unidad y homogeneidad que hacían de él un agente racional y transparente).

Desde otro ángulo, el sujeto es la forma pura de la dislocación de la estructura, dicha dislocación permite que el sujeto nunca llegue a una identidad plena, sino temporal, por lo que Laclau nos dice que el sujeto se constituye en los bordes dislocados de la estructura (1994:79). Siguiendo a este autor, la identidad del sujeto político se construye a partir de actos de identificación que pueden ser de decisión o de poder; la identidad tiene dos elementos constitutivos, por un lado, es movimiento contingente y, por otro, marca las diferencias. Esto último va de la mano con la segunda inquietud de los autores, la relación existente entre distintas posiciones de sujeto. El sujeto se constituye a partir de distintas posicionalidades, las cuales se encuentran dispersas en el mundo, mas no separadas, sino que se relacionan y diferencian a su vez; ninguna de las posiciones del sujeto logra consolidarse finalmente como separada, hay un juego de sobredeterminación entre las mismas que reintroduce el horizonte de una totalidad imposible (Laclau y Mouffe, 2004:164). Por tanto, la identidad humana no es solo un conjunto de posiciones dispersas, sino también las formas de sobredeterminación que se establecen entre las mismas.

Continuando la lógica de la teoría política desde una visión no esencialista, Foucault nos dice que la categoría poder es parte imprescindible en la constitución identitaria del sujeto, del cual comenta: que "era una cosa compleja y frágil, de la cual es difícil hablar y de la cual nosotros no podemos hablar. Sostiene que, no hay sujeto, si no hay un proceso de subjetivación o reconocimiento, es decir, si el ser humano no se convierte a sí mismo o a sí misma en sujeto" (Minello, 1999:180), por ejemplo en sujeto de sexualidad. Son tres los modos de objetivación que Foucault ha trabajado y que considera que transforman a los seres humanos en sujetos:

1) los modos de investigación que tratan de otorgarse a sí mismos el estatus de ciencia;

2) las prácticas divisorias, donde el sujeto se encuentra dividido en su interior o dividido de los otros y;

3) el modo en que un ser humano se convierte a sí misma o a sí mismo en sujeto.

En este último punto es donde observamos claramente una coincidencia con Laclau al decir que uno de los modos en que el ser humano se convierte en sujeto es por medio de un acto político, por ejemplo por medio de lo que Foucault ha llamado "poder pastoral, y que el Estado moderno occidental integró, en una nueva forma política, esta vieja técnica de poder que nació en las instituciones cristianas" (Foucault, 2000:98-127).

La cuestión de quién ejerce el poder y dónde lo ejerce son dos preocupaciones a las que Foucault responde: "el ejercicio de poder es un modo de acción de unos sobre otros, por lo que el poder existe únicamente en acto y lo que define una relación de poder es un modo de acción que no actúa directamente o inmediatamente sobre los otros, sino que actúa sobre su propia acción" (Foucault, 1992:83). Señala que una relación de poder se articula sobre dos elementos que le son indispensable para que se dé ésta: "que el otro (aquel sobre el cual se ejerce) sea reconocido y permanezca hasta el final como sujeto de acción; y que se abra ante la relación de poder todo un campo de respuestas, reacciones, efectos, invenciones posibles". Por lo que podemos decir que el sujeto tiene el poder de decisión (de dejarse interpelar o no por tal o cual evento, suceso, objeto, ideal, etcétera) a la hora de constituirse como tal, pero no olvidemos que cada elección (inclusión de algo o alguien) significa a su vez una exclusión. Cabe decir que coincidimos con Laclau y Foucault al concebir a los sujetos como políticos porque tenemos el poder de decidir y actuar, no solo colectivamente sino también individualmente. Las decisiones no son, por supuesto, de libre albedrío sino que siempre están condicionadas por el contexto y mediadas por otros sujetos, agencias e instituciones.

En síntesis, el cuestionamiento sobre las esencias y verdades últimas y trascendentales, no solo ocurrió desde una disciplina sino desde varias, por ejemplo, autores como Freud y Marx continuaron reflexionando sobre la línea de la sospecha sobre las esencias trascendentales y ahora se habla de una multiplicidad de identidades desde diversos y variados emplazamientos teóricos, epistemológicos, ontológicos y políticos. En los abordajes temáticos también ha habido variaciones y ahora en la psicología se habla de crisis de identidad, en el psicoanálisis de identificación, en la sociología de identidad social, en la historia de identidad nacional, en la economía de identidad corporativa, en las matemáticas de identidad matemática, entre muchas otras.

 

Reflexiones finales

En la filosofía clásica, la identidad era la relación que cada entidad mantenía solo consigo misma, estaba basada en elementos universalmente compartidos. En esa tradición filosófica se consideraba que definir las señas de identidad, les permitiría llegar a saber "lo que somos". Nietzsche fue uno de los principales filósofos que dirigió su pensamiento a la destrucción de la metafísica del ser, de las identidades universales, de ahí la aporía del término identidad. El sentido primario (metafísico, auténtico y originario) del término identidad se ha transformado en el tiempo.

Actualmente, la identidad es abordada como tema o como problema epistemológico al grado de constituirse en una problemática específica que intenta ser abordada desde el amplio abanico de disciplinas que constituyen el campo de lo social. Diversas son las escuelas de pensamiento que ofrecen argumentos para "perder la inocencia" frente a los deseos de plenitud afines a las formas habituales de esencialismos y fundamentalismos. Identidad se ha instaurado como un concepto diferencial que designa movilidad, transformación, cambio, suturas temporales, un proceso. Es decir, el sujeto no nace determinado con una identidad última, sino que la identidad es un proceso de constitución nunca acabado. En tal sentido el argumento que siguió este trabajo fue la revisión teórica de la identidad (por medio de diversos autores y disciplinas) como un término necesario pero imposible, es decir, como un concepto aporético en tanto que tiene la condición de necesariedad y a la vez de imposibilidad.

Ahora sabemos que el sujeto construye su identidad a partir de la asunción de distintas posiciones, roles o polos identitarios: un sujeto a lo largo de su historia de vida puede ser científico, padre de familia, político, beisbolista, etcétera y, en este sentido, la identidad se reconstruye constantemente por la adquisición de nuevas posiciones y por las resignificaciones que hace cada sujeto de ellas; nuestro ser en el mundo lo conformamos por tantas identidades como nos constituyamos (decisoriamente o no) en él, y decimos decisoriamente o no, porque tenemos algunos "polos identitarios" ya dados históricamente (por ejemplo: ser hijo, hombre o mujer) pero eso no quiere decir que un polo identitario constituya o determine en términos definitorios la identidad de un sujeto.

La identidad se hace necesaria (para los sujetos, agencias, instituciones, grupos sociales) porque requerimos de una que nos identifique, que nos dé una posición, un lugar en el mundo (social), que nos permita nombrarnos, ser nombrados y que nos distinga de los demás, de los otros, todo ello bajo la lógica de que no sería posible una identidad que no postule al mismo tiempo una alteridad. Sin la otredad no sería posible la identidad (histórica, discursiva, contextuada) sino la mismidad, o una identidad idéntica a sí misma. Es decir, poseer una identidad única y "para siempre" resulta imposible en tanto que no se puede tener una identidad idéntica a sí misma, acabada, finalizada e inamovible, solo podemos poseer identidades con fijaciones temporales, parciales en la que permanecen algunos elementos y cambian otros. En esta tesitura, consideramos que, para dar cuenta de la constitución de identidades, individuales o colectivas, es necesario tener presente algunas características esenciales tales como la complejidad del proceso identificatorio, la precariedad del término y la contingencia y antagonismo de las identidades. Características que impiden no solo prefijar la identidad, del sujeto o el colectivo, sino también fijarlas en términos pretendidamente definitivos.

 

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Notas

* Este trabajo es resultado parcial de la investigación doctoral "La formación profesional del pedagogo en México", realizada en el DIE-Cinvestav-IPN con el apoyo de Beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

1 Es el punto a través del cual el sujeto es "cosido" al significante y, al mismo tiempo, el punto que interpela al individuo a transformarse en sujeto dirigiéndole el llamado de un cierto significante amo (comunismo, dios, libertad, Estados Unidos) (Žižek, 2008).

2 Laclau para no utilizar la categoría de sujeto se refiere a ella como "posiciones de sujeto", en el interior de una estructura discursiva.

3 El discurso involucra tanto elementos lingüísticos como extralingüísticos y, en términos sociales, se constituye como intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por construir un centro (Laclau y Mouffe, 2004:129). En esta misma lógica coincidimos con Buenfil (2011), al entender discurso como una constelación de significados, como estructura abierta, incompleta y precaria que involucra el carácter relacional y diferencial de los elementos y la posibilidad de construir los significados, que puede ser analizado en el plano paradigmático y en el sintagmático.

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