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Revista mexicana de investigación educativa

versão impressa ISSN 1405-6666

RMIE vol.13 no.39 Ciudad de México Out./Dez. 2008

 

In memoriam

 

Recuerdos de Juan Manuel Gutiérrez Vázquez*

 

Pablo Latapí Sarré

 

* Investigador del Instituto de Investigaciones Sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México. CE: platapis@prodigy.net.mx

 

Quiero compartir con ustedes dos recuerdos recientes de Juan Manuel: El primero se ubica hace más o menos un año. En su penúltimo viaje a México, Sylvia Schmelkes organizó en su honor una comida en su casa. A la hora del café le dirigí unas palabras. Recordé el consejo que Sancho Panza daba a Don Quijote cuando éste estaba a punto de morir: "No se muera vuestra Merced, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía..." Le deseaba yo a Juan Manuel que siguiese activo en sus innumerables iniciativas, con el ánimo indomable que le caracterizaba.

Mis palabras debieron haber conmovido a Juan Manuel, pues a los pocos días me hizo llegar un dibujo suyo con la siguiente leyenda:

Como tímido reconocimiento (a tus muestras de afecto por mí) aquí va esta tarjeta, elaborada "con mis propias manitas": escogí, compré y corté el cartoncillo; reproduje, reduje y corté el cuadro en la fotocopiadora; pegué éste en aquél, y la tarjeta quedó lista. El cuadro lo pinté a pastel hace como veinte años, en Quetta, Pakistán, en donde trabajé varias veces por cuenta de la Universidad de Bristol...

Entendí que enviarme esta pintura era como regalarme un pedazo de sí mismo, de sus sentimientos. Encuentro en este cuadro un estado de ánimo de placidez, de paz, de aceptación, de esperanza; las líneas rectas de las construcciones, los colores, la perspectiva que se enmarca contra el cielo azul, todo me habla de alguien que está en paz consigo mismo. Lo tengo en mi mesa de trabajo como un recuerdo que me hace presente a Juan Manuel.

El segundo recuerdo se refiere al prólogo que me pidió para su último libro, a principios de este año: Educación y vida cotidiana. Con esta ocasión intercambiamos opiniones sobre la organización del contenido del libro. Para Juan Manuel eran muy importantes estos textos y los reescribió con gran esmero para la publicación.

En el Prólogo afirmo, refiriéndome a él:

Quienes lo conocen personalmente o quienes tenemos el privilegio de considerarnos sus amigos sabemos que es una persona extraordinaria en la que confluyen, en admirable sinergia, vertientes humanas rara vez presentes en un solo individuo: el científico, el educador de aula y de fuera de aula (en todo el abanico de niveles y modalidades del sistema educativo), el asesor de gobernantes, el productor de medios educativos, el escritor crítico, el comunicador por excelencia y el artista profundo, sensible y erudito. A quienes lo hemos tratado nos ha hecho mucho bien tratarlo; nos ha contagiado un poco de su gozo por vivir que irradia en actitudes de bondad, de tenacidad, de amistad generosa, de fineza de espíritu, de apertura al mundo, de afición a lo no convencional, de cercanía humana.

Y al final escribo:

Confieso que al aceptar la generosa invitación de Juan Manuel a escribir este prólogo, pensé que sería para mí un ejercicio académico. No fue así: la lectura del libro fue una experiencia humana profunda que me acercó más a la persona del autor, a sus valores, a su manera de vivir su vida y, ahora, de estar enfrentando su muerte, dada su enfermedad terminal. Varias veces me enternecí y hube de suspender la lectura para meditar por mi cuenta, para conversar en mi interior conmigo mismo o con Juan Manuel a partir de lo que acababa de leer.

En dos textos de este libro (pp. 233 y 281), Juan Manuel levanta el velo sobre sus sentimientos ante la muerte. En el primero narra su reacción ante el inexorable diagnóstico; cómo decidió hacer frente al problema "con entusiasmo y con alegría", "cambiar de actividad profesional" reduciendo los viajes, y recurrir al arte para "ver para adelante y recomenzar con entusiasmo mi vida nada menos que a los 70 años" (p. 235). El arte -música, pintura, teatro, poesía, cine-: "nos ha señalado [...] aspectos del vivir que quizás no habíamos percibido en esa dimensión, nos ha iluminado ángulos y salientes de la vida y del ser humano y por lo tanto de nosotros mismos que no habíamos tomado en cuenta con esa nueva luz."

Por el arte, afirma, en el que se funden espíritu y materia, se llega "al más grande aprendizaje de todos: que cuerpo y alma, forma y fondo, substrato y esencia, carne y fantasía, son una y la misma cosa, son aspectos varios de lo indivisible, del ser humano, de nosotros, que no podemos ser fraccionados en partes sin que dejemos de ser eso, justamente, humanos" (p. 237).

En el segundo de los textos que estoy citando profundiza en la manera como ha reaccionado ante su enfermedad terminal: "Me he resistido a la idea de dejar de trabajar, pues el trabajo, la búsqueda de la verdad y de la belleza, las buenas acciones y la construcción de la libertad son lo único que justifica social y moralmente la existencia del ser humano". Aunque ante la muerte sintamos que "estamos extraviados para el mundo' al grado de que "el mundo piensa que ya he muerto', sin embargo "yo vivo solo en mi propio cielo, en mi amor, en mi canto" (según dice una canción de Mahler que evoca en el texto).

Juan Manuel encuentra esta misma nota de afirmación triunfante en una canción de Schubert: "Descansa, guerrero, la guerra ha terminado, duerme tu sueño, nada te despertará", melodía "que finaliza con algo así como una plegaria". El ha entendido que estas experiencias, estas reacciones ante la inminencia de la muerte, son como avisos terminantes y aciagos: estás ya extraviado para el mundo y debes descansar porque la lucha del guerrero ha terminado. Pero la reflexión comprometedora continúa:

El problema es, entonces, el de siempre: ¿de dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cómo llegar con sabiduría al lugar hacia el cual nos dirigimos? Habrá que seguir caminando, con los ojos bien abiertos hacia fuera y hacia adentro, el tramo que queda para averiguarlo.

Juan Manuel parece decirnos: los retos de la vida nos invitan a educarnos: el reto supremo, el de la muerte, también lo hace, de otra manera: la muerte forma parte de la vida; también ella nos humaniza. Y las preguntas últimas sobre lo que somos nos regresan al punto de partida que no elegimos: el del misterio que somos. El, educador al fin, nos lo está enseñando con su ejemplo.

Al compartir con ustedes estos recuerdos de Juan Manuel les comparto también mi convicción de que él sigue presente y seguirá presente entre nosotros.

Las personas que nos han amado y a quienes hemos amado, al morir, no desaparecen en la nada; siguen presentes, de manera diferente, en nuestro interior. No están presentes sólo porque los recordemos, sino por lo que dejaron en nosotros, por su amor, por sus ejemplos, por sus ideales y convicciones, por lo que compartieron con nosotros. Su manera de ser es ahora parte de nuestra manera de ser. Los que seguimos viviendo los llevamos dentro, como parte de nosotros. Los padres difuntos, los cónyuges e hijos difuntos, los amigos difuntos son presencias reales con las que nos encontramos todos los días al encontrarnos con nosotros mismos.

Por esto me alegro inmensamente que Juan Manuel esté presente hoy entre nosotros, pues en todos los que nos hemos reunido él sigue presente como parte de nosotros mismos.

 

Nota

* Palabras pronunciadas por Pablo Latapí en la ceremonia de despedida al doctor Juan Manuel Gutiérrez Vázquez, realizada el 3 de octubre de 2008 en el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav.

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