Hace algo más de veinte años se consolidaba una nueva sensibilidad frente a la comunicación y la investigación del pasado histórico. Esto era resultado de un proceso que se había iniciado en la década de los años noventa, la cual había legado los primeros intentos por comunicar y presentar el conocimiento histórico con las nuevas tecnologías que surgieron en aquellos años, como el CD-ROM, el internet y las incipientes páginas web. De hecho, poco tiempo después que comenzaron a popularizarse los computadores personales en los años ochenta, surgían las primeras asociaciones de historiadores que tenían un elemento en común: empleaban un computador1, sin importar la corriente historiográfica que profesaran. Un sello que, desde entonces hasta hoy, contiene la denominada historia digital, la cual se percibe como un método o enfoque para examinar y representar el pasado.
Con el eco de sus orígenes, estos historiadores emplean la tecnología para comunicar o experimentar modos para el análisis, producción y difusión del pasado.2 Sin embargo, el proceso para llegar a lo que actualmente plantea temática y conceptualmente la historia digital ha estado marcado por etapas e intereses. El panorama que esbozamos en los años noventa, todavía estaba vinculado a una forma de hacer historia desde métodos analógicos, en los cuales las relaciones con las tecnologías eran relativamente accidentales. Esta situación cambió con cierta radicalidad en la siguiente década. Los dos mil se caracterizaron como lo que se ha denominado tecnosociedades, es decir, la tecnificación progresiva de todos los espacios, un vínculo inseparable de los procesos sociales. En este contexto, la relación comunicativa entre la tecnología y la historia se ha estrechado, y ha estado marcada al menos por dos grandes momentos.
En esta primera década del milenio, y en consonancia con las tendencias de las humanidades digitales, la producción histórica se preocupó por el desarrollo de herramientas específicas que se pudieran aplicar a la investigación. Esta producción era resultado de una inquietud: qué hacer con esa gran masa de digitalizaciones de archivos y otras fuentes históricas que se llevó a cabo en las décadas anteriores. Un segundo momento procede del auge de las tecnologías digitales a comienzos de la década de 2010, que propone nuevas direcciones para el trabajo histórico. Entre ellas, la aplicación de técnicas de inteligencia artificial, como el Machine Learning, el Big Data, la lingüística computacional y el Data Mining, lo que acercaba la historia a trabajos colaborativos realmente interdisciplinarios. En este sentido, se abría la historia digital a una interacción más colaborativa con las diversas posibilidades del internet, la computación y la ciencia de datos, para producir herramientas digitales cada vez más refinadas y para coproducir narrativas tecnológicas.
De este modo, la historia digital ha mostrado cambios en las metodologías para propiciar un aprovechamiento de las tecnologías para capturar, conocer y comunicar de manera más compleja el pasado. Sin embargo, el panorama que se abrió para la historia en general es mucho más complejo. La pregunta ya no solo es cómo se puede investigar o comunicar el pasado, sino cómo estas tecnologías han afectado el pensar y hacer historia. El impacto de la cultura digital no ha pasado desapercibido en los debates historiográficos contemporáneos, de los cuales podemos evidenciar al menos tres grandes problematizaciones: cómo se comunica la historia desde que se incrementó la circulación de conocimientos e información en redes digitales; cómo se comprende el pasado en tanto se han multiplicado las formas de acercarse a su reconstrucción; y, finalmente, cómo se están rompiendo las formas tradicionales de argumentación del pasado y cómo se están generando nuevas formas de narración. Desde estas tres perspectivas, el problema que introduce la relación de la historia con las tecnologías, más allá de un conjunto metodológico denominado “historia digital”, evidencia cómo están emergiendo nuevas formas de comprender la disciplina.
El primer problema, el incremento y transformación de los conocimientos en redes, está relacionado con los efectos de las tecnologías en la saturación de información sobre el pasado e incluso, sobre el presente como futuro problema histórico. Las capacidades de almacenamiento electrónico desbordan cualquier posibilidad de controlar analógicamente el tratamiento del dato y la información. Ya no solo contamos con la fuente análoga, la digitalizada, sino también con la que ha nacido (y renacido) como digital. Esta es la denominada “edad de la abundancia” o el “archivo infinito”3, que incluso propone nuevos retos para el tratamiento de la información y evidencia cambios de significado a lo que se entiende por archivo, fuente o dato. Esta saturación reabre el actual debate de las historias del futuro, de los nuevos futuros y el fin de la historia. Para Gumbrecht, “entre el futuro congestionado y el pasado agresivo, el presente ha entrado ahora en un proceso probablemente ilimitado de ampliación hacia la inclusión de todo lo pensable”4.
Esta saturación de información del pasado y presente, acumulada digitalmente, propone el segundo aspecto de debate: la historia y la historiografía institucionalizada que habían “profesionalizado” el pasado, han cedido debido a la proliferación de accesos y circulación de otras formas de estudiar el pasado, además de la historia como disciplina. Gracias al poder de las tecnologías y las redes se han potencializado las lecturas alternativas del pasado, de modo que la historia ya no es su única forma de acceso: la memoria, la justicia y la reparación histórica, entre otras, se han convertido en formas diferenciadas de estudiar el pasado. Esta diversificación lleva a plantear cómo estamos comprendiendo el pasado y qué efectos ha tenido la cultura digital en esta atomización de las formas de conocerlo. Zoltán Simon, uno de sus expositores afirma: “experimentamos una grave crisis de comprensión histórica en innumerables frentes; […] nos enfrentamos a una abundancia de historia, a un abrumador sentido de historicidad y a una gran variedad de proyectos históricos”5. La crisis de la comprensión histórica, como debate actual de la historiografía, está abiertamente relacionada con la tercera perspectiva que abre la relación entre historia y cultura digital: la producción de narrativas.
La producción de narrativas, en algunos debates contemporáneos, se conecta con las experiencias de temporalidad y ha vuelto al ruedo de los debates historiográficos como construcción interpretativa6. Sin embargo, aquí el problema de las narrativas está vinculado con la nueva estructura de lógica narrativa que introduce la cultura digital, la cual se puede ver en dos perspectivas, En primer lugar, los objetos narrativos no son necesariamente lineales ni argumentales, efecto de la hipertextualidad. El relato digital rompe la linealidad de la modernidad, así como su lógica demostrativa. En segundo lugar, la evolución del relato digital en formas de relato trasmedia se despliega en múltiples medios y plataformas, lo que afecta la manera en que se escribe la historia. El resultado es la multiplicación de las formas de escritura histórica, más allá de las formas analógicas tradicionales como el libro o el artículo. Las nuevas escrituras de la historia están considerando los medios digitales en toda su amplitud, por ejemplo, la escritura algorítmica, la programación de herramientas específicas o el videojuego, pero también se están adaptando formas tradicionales con el lenguaje no lineal y no argumental. Los ejemplos son variados: la narrativa histórica a partir de bases de datos, el documental digital, las APIS específicas para relatos históricos, y las muchas formas de narración trasmedia.
El panorama se vuelve más complejo cuando consideramos que las formas alternativas no históricas de construir el pasado también hacen uso de estas narrativas digitales. Aquí es donde reposa la crisis de comprensión histórica. Esto implica entonces, cambios sustanciales y emergentes en los modos tradicionales de argumentar en historia7, de los modos de narrar y de formas discursivas con las cuales se hace historia. Estas perspectivas proponen posibilidades desde donde se puede pensar cómo la cultura digital ha afectado, o está afectando, el pensar y hacer historia. Estos espacios de debate actual tienen una paradoja: el silencio de una buena parte de los historiadores que al parecer no se percatan de las transformaciones que ha abierto el salto digital. En buena medida, se sigue investigando y comunicando la historia con las herramientas análogas que estableció el siglo XIX. De nuevo, la voz de Gumbrecht, atiza esta problemática:
Sin embargo, si es cierto que la visión histórica del mundo ha perdido su antiguo lugar institucional central en nuestro día a día de principios del tercer milenio, [primer significado de “fin”], entonces la disciplina tendrá que revisar profundamente sus premisas, redefinir sus posibles funciones y, en última instancia, sustituirse a sí misma [segundo significado de “fin”]. La mayoría de los historiadores profesionales, creo, han ignorado activamente este desafío (…). La cuestión de qué hacer hoy con el pasado parece, pues, una metonimia, y una condensación del problema, mucho más frecuente, del futuro de las humanidades en su conjunto.8
Esta problematización del impacto de lo digital en la historia y en la historia digital, no estaría completa si no ponemos en el escenario a América Latina. Comprender las trayectorias de la historia digital en América Latina en comparación con el norte global requiere comprender las desigualdades en el acceso a recursos considerados valiosos, como hardware, software, infraestructuras digitales y conocimientos para almacenar, gestionar y procesar fuentes digitalizadas. Esto también está vinculado a la geopolítica del conocimiento, que coloca a las regiones con un pasado colonial en una posición desfavorable en cuanto a su participación en el ecosistema del conocimiento, las posibilidades de financiación y el acceso a los medios de producción en entornos digitales.9
Los países del llamado norte global han avanzado en las últimas tres décadas en ambiciosos proyectos de digitalización a gran escala.10 La política de la digitalización del patrimonio cultural que tiene implicaciones para la investigación histórica ha sido también desigual en el mundo.11 Una de las posibilidades de la historia digital es la producción de conocimiento sobre el pasado a través del análisis digital de grandes conjuntos de fuentes históricas.12 Esto implica entender las colecciones de objetos digitalizados (documentos, imágenes, etc.) como datos que se pueden manipular, analizar y visualizar con medios digitales.13 La creación, acceso y gestión de infraestructuras para acceder a materiales y a sistemas y procesos necesarios para la investigación, la enseñanza y la difusión del pasado cultural, son esenciales para la investigación en historia digital.
El desarrollo del campo de la historia digital entonces ha sido desigual en diferentes partes del mundo. Las prácticas investigativas, la digitalización de archivos y la pedagogía en historia digital tienen una trayectoria de décadas en países como Gran Bretaña, Canadá y los Estados Unidos.14 En América Latina podemos decir que la historia digital es un campo emergente que ha impactado de manera marginal la producción histórica e historiográfica y los currículos de la enseñanza de la historia. Por ejemplo, en español, desde la publicación del dossier de 2011 sobre historia digital en la revista Historia Crítica se han publicado apenas dos dossiers más sobre el tema15 y un conjunto pequeño de artículos dispersos en algunas revistas.16 En el caso brasileño, la producción sobre historia digital es más abundante que en las regiones hispanohablantes de América, aunque todavía no se encuentra un campo consolidado para estos debates.17
Este dossier presenta problemas sobre enseñar y hacer historia digital propiciando un diálogo entre contribuciones del norte y del sur global. Las contribuciones al dossier no agotan un emergente campo historiográfico y pedagógico que deviene de los impactos de la cultura digital. Sin embargo, estas ofrecen rutas para comprender problemas sobre la construcción de sentido histórico apoyado por métodos computacionales, las posibilidades de la aplicación de la ciencia de datos para la investigación histórica y los desarrollos curriculares sobre historia digital en países hispanohablantes de América Latina en los últimos veinte años.
El primer artículo de dossier es una contribución de William Turkel, quien tiene una trayectoria notable en el campo de la historia digital angloparlante y es uno de los fundadores de Programming Historian en 2008. El proceso de transformación de corpus de fuentes primarias para ser explorados con métodos computacionales, señala Turkel, se ha enfocado en crear la evidencia que interpretarán los investigadores. En su contribución, Turkel utiliza la noción de “bucle de creación de sentido” basándose en el ejemplo de la colección de Old Bailey Online que contiene casi doscientos mil juicios penales celebrados en el tribunal penal central de Londres entre 1674 y 1913. Investigar en entornos digitales es una actividad donde se extrae información constantemente y se modela la evidencia. Para trabajar con un “objeto textual masivo”, argumenta Turkel, los historiadores construyen flujos de trabajo, secuencias de actividades en diferentes escalas que muchas veces se estructuran como bucles. Hay oportunidades, señala el autor, para lograr que esas actividades sean legibles para los procesos computacionales. Los métodos usuales de recuperación de información, procesamiento de lenguaje natural y minería de textos, según menciona el autor, son más generalizables que nuestras preguntas de investigación. En los procesos de investigación, la construcción de sentido es raramente legible por el computador y sobre esta pregunta el autor identifica tendencias en los análisis de inteligencia que pueden tener implicaciones para la investigación histórica. Turkel documenta experimentos con su colega Tim Hitchcock para pensar cómo las herramientas computacionales diseñadas para los análisis de inteligencia pueden incluir mecanismos para la creación de sentido histórico. Esto implica poder incorporar la experticia humana en las herramientas, flujos computacionales y en los sistemas de inteligencia artificial generativa hoy en día.
Continuando con el trabajo de Turkel, pero desde las relaciones entre investigación histórica y ciencia de datos, Jaime Borja, investigador de larga trayectoria y creador de la base de datos relacional Arte Colonial Americano (ARCA) y Laura Manrique se preguntan por el concepto de dato histórico en el contexto de la cultura digital. A partir de un análisis sobre “la datificación del pasado”, los autores analizan las bases de datos como formas de relato y argumentación histórica donde es posible ver patrones históricos. La emergencia de una “historiografía digital” en la segunda década del siglo XXI se iría complejizando con el surgimiento de la ciencia de datos y herramientas de minería y visualización que permiten análisis a gran escala. Los autores sostienen que el modelado de bases de datos históricas constituye un género emergente de hacer historia. Esto es evidente en varios proyectos digitales discutidos en el artículo, donde el impacto de la ciencia de datos en gestión de archivos digitales es fundamental. Esto ha implicado una resignificación de la relación entre fuente y dato. Los autores señalan además que la disciplina de la historia puede nutrir también a la ciencia de datos en relación con el pensamiento crítico y la curaduría de datos. Por último, el artículo reflexiona sobre las posibilidades predictivas de la historia como un horizonte de posibilidad para nuevas narrativas historiográficas.
De los debates sobre pensar la historia, el expediente cierra con la contribución de Maria José Afanador Llach, historiadora y humanista digital, quien recorre algunas trayectorias de incorporación de la historia digital en currículos de programas de historia en Chile, Colombia, Argentina, México y Perú. A partir de una revisión de programas de cursos sobre historia digital y de entrevistas con investigadores, la autora encuentra que la incorporación de la historia digital en los currículos ha sido un proceso irregular y lento. Lo anterior sugiere además que este ámbito aún ocupa un lugar secundario en la enseñanza de la historia en los departamentos de historia. Esto se evidencia en que, en la mayoría de los casos analizados, los cursos de historia digital a nivel de pregrado no forman parte obligatoria de los programas académicos en historia y se ofrecen esporádicamente. Es difícil identificar fundamentos epistemológicos e historiográficos comunes que sostengan el desarrollo del campo, más allá de su resonancia con la historia digital anglosajona y los enfoques individuales de investigación. Existe una comunidad dispersa que está impulsando innovaciones en la enseñanza de la historia desde sus articulaciones con la historia digital. Por último, Afanador señala, que la historia digital tiene el potencial de convertirse en un espacio para fomentar diversas alfabetizaciones digitales. Esto último, recomienda la autora, no debe hacernos perder de vista la relevancia de explorar cómo los medios digitales y la computación se relacionan con el pensamiento histórico y crítico.