INTRODUCCIÓN2
El concepto de desarrollo sostenible surgió como resultado de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano. Dicho encuentro de representantes de la mayor parte de los países del mundo tuvo lugar en Estocolmo (Suecia) en 1972, y fue la primera vez que se discutió la problemática ambiental a nivel global. A raíz de ello, en 1982 se creó una Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo para diseñar un “programa global para el cambio”. De la misma resultó en 1987, el famoso Informe Nuestro Futuro Común (CMMAD, 1987), llamado habitualmente Informe Brundtland, por el apellido de la exprimera ministra de Noruega que lo presidió (Gro Harlem Brundtland), y en el que se definió el “término desarrollo sostenible”.
Una segunda conferencia del mismo tipo se desarrolló 20 años más tarde, en Río de Janeiro (Brasil, 1992), llamada la Cumbre de la Tierra. Durante dicha reunión se aprobó la Agenda 21, un plan de acción con miras a lograr el “desarrollo sostenible” en el siglo XXI. De allí también surgieron tres convenciones específicas sobre: biodiversidad, cambio climático y desertificación. Diez años después de Río (en 2002), los países se volvieron a reunir para consensuar acciones referidas al desarrollo sostenible en Johannesburgo (Sudáfrica) en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible. Y recientemente, en 2012, la mayoría de las naciones del mundo se congregaron en Río de Janeiro en la llamada “Cumbre Río+20” debido a que se realizó 20 años después de la reunión que se hiciera en 1992 en aquella ciudad de Brasil. Ahí surgió la declaración titulada: “El futuro que queremos”. Como parte de los preparativos para dicho encuentro es que comenzaron a introducirse algunos conceptos “verdes”, en apariencia distintos al de “desarrollo sostenible”.
En efecto, en las reuniones previas a Río+20 se empezaron a emplear términos alternativos. En marzo de 2009 el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) usa el concepto de “economía verde” en el Nuevo Acuerdo Verde Global (PNUMA, 2009), mientras que, en junio del mismo año, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) emplea la frase “crecimiento verde” en la Declaración sobre Crecimiento Verde del Consejo de Ministros (OECD, 2009). Para mayo de 2012, el Banco Mundial oficializa “crecimiento verde e inclusivo” en su Informe Anual (World Bank, 2012), agregando de manera explícita la tercera dimensión (la social) al “crecimiento verde”.
Sin embargo, en Río+20, los países expresaron opiniones muy distintas respecto de este “reverdecimiento” de la discusión sobre desarrollo sostenible. Esto pudo ocurrir porque uno de los dos temas en la Agenda de Río fue justamente éste, mientras el otro fue el de definir una institucionalidad más fuerte para el logro del desarrollo sostenible (Bina, 2013).
Esta “nueva” terminología generó debates, dando lugar a una serie de trabajos que intentaron capturar las diferencias de posiciones de cada una de las naciones (o grupos de éstas) por medio del análisis de documentos presentados en foros de discusión internacionales (o intervenciones que los representantes de los distintos países tuvieron en éstos).
La introducción de estos nuevos vocablos “verdes” también contribuyó al resurgimiento de la discusión sobre la relación existente entre economía y medio ambiente. La misma se reorganizó en torno a tres posturas: 1) los que avalan una estrategia de decrecimiento como solución a los problemas ambientales, 2) los que creen que el crecimiento “verde” es posible, y 3) los que se declaran indiferentes al crecimiento al afirmar que lo que realmente importa es el bienestar social.
En este marco, el presente trabajo introduce dos innovaciones importantes dentro de la literatura. Primero, busca clarificar el alcance y las diferencias entre las palabras empleadas. Segundo, propone una manera alternativa de analizar el discurso de los distintos actores relacionados con la problemática ambiental en los países usando, en lugar de las declaraciones en foros internacionales, la información contenida en las páginas web de los distintos ámbitos relacionados con la temática ambiental. Para esto último se considera como caso de estudio: el de Argentina.
El documento está organizado de la siguiente forma: en la sección 2 se analizan los distintos conceptos “verdes” y se resume brevemente la posición de los países de acuerdo con la literatura relevante. Dentro de esa misma sección, se repasan las distintas posturas que hay sobre la relación entre crecimiento económico y medio ambiente, así como las críticas que se hacen a cada una. En la sección 3 se explicita la metodología seguida en este trabajo, los datos recabados con base en la misma, y se analizan los resultados. Finalmente, en la sección 4 se presentan las conclusiones.
2. LOS DISTINTOS CONCEPTOS Y LAS POSICIONES DE LOS PAÍSES EN LOS FOROS INTERNACIONALES
2.1. Desarrollo sostenible y vocablos de reverdecimiento
Los distintos conceptos (“desarrollo sostenible”, “economía verde”, “crecimiento verde” y “crecimiento verde e inclusivo”) han sido definidos en las esferas en que han ido apareciendo. El cuadro 1 muestra las definiciones textuales para cada uno de los casos.
Notas: en el texto original en español del Informe Brundland se habla de “desarrollo sostenido” y de “desarrollo duradero”. En PNUMA (2009) todavía no se definía formalmente a la “economía verde”, motivo por el cual se cita PNUMA (2011). Las citas están en inglés cuando no se encontró versión oficial traducida.
Fuente: elaboración propia.
Dadas las definiciones anteriores, parecería importante primero diferenciar qué es economía, qué es crecimiento económico, y qué es desarrollo económico en sus acepciones estándar. Generalmente, se define a la economía como la ciencia que estudia cómo las sociedades administran los recursos escasos para producir bienes y servicios, y los distribuyen entre los distintos individuos. Por otro lado, se entiende que el crecimiento económico supone la expansión del producto interno bruto (PIB) potencial de un país, mientras que el desarrollo económico es un aspecto más general que hace referencia a los procesos que conducen al aumento del nivel de vida (véase, por ejemplo, Mochón y Beker, 2008, pp. 536 y 556).
De estas tres definiciones surge entonces que, ateniéndose estrictamente a las palabras: puede haber economía sin crecimiento y sin desarrollo, a la vez que puede haber economía con crecimiento pero sin desarrollo. Siendo estrictos con la terminología, “economía verde” puede verse como un concepto que deja la opción de no crecimiento y/o de no desarrollo. Entonces, que la economía sea “verde” no implica que haya crecimiento “verde”, y que haya crecimiento “verde” no significa que haya desarrollo sostenible, ya que crezca la economía (aunque lo haga de forma “verde”) no necesariamente se traduce en más justicia en la distribución, ni en considerar a los grupos socialmente marginados.
En este sentido, el desarrollo sostenible aparece como un concepto más amplio que los restantes. Esto es particularmente así cuando se repasa el prefacio de la presidenta a cargo de la Comisión que redactó el Informe Brundtland, en el cual afirma: “Lo que se necesita ahora es una nueva era de crecimiento económico, un crecimiento que sea poderoso a la par que sostenible social y medioambientalmente” (p. 13). En ese sentido, vale recalcar que nociones que han ido apareciendo luego de que a crecimiento “verde” se le agregara “inclusivo” (esto es, el desarrollo sostenible inclusivo o con inclusión social) son absolutamente redundantes, ya que el desarrollo sostenible lo es económica, ambiental y socialmente.
Otra aspecto que surge de reflexionar sobre el “reverdecimiento” de la discusión es que algunos autores sostienen que estos “nuevos” términos tendrían como objetivo dinamizar, agregar operatividad y ser un medio para llegar al desarrollo sostenible.3 Esto sería un reconocimiento de que en realidad, conceptualmente, el crecimiento “verde” e inclusivo no representa nada adicional al tradicional desarrollo sostenible. Vale recalcar que este cambio de vocabulario se gestó en un momento en el cual la crisis financiera de 2008 afectaba lo económico y lo social, en simultáneo con llamadas de atención de la comunidad científica por el deterioro ambiental (en particular las provenientes de la Convención de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático: IPCC 2014).
Lo anterior queda claro en la Declaración Ministerial de la OECD (2009) cuando se afirma que se buscará “green growth strategies as part of our response to the current crisis…” y además es reconocido en varias publicaciones académicas (por ejemplo, Bina, 2013).4 De hecho, muchos de los paquetes de estímulos para salir de la crisis tuvieron componentes “verdes” (Barbier, 2010). Aunque no hay total acuerdo respecto a este punto, la idea es que los empleos en “áreas verdes” (eficiencia energética, expansión de las redes de agua y saneamiento, etcétera) son más trabajo-intensivos y, por ende, estimulan la economía (Spencer et al., 2012).5
Como consecuencia de estos cambios en los términos, cada uno de los actores del debate internacional sobre cuestiones ambientales fue fijando su posición sobre cuál consideraba el más adecuado.
2.2. Posiciones de los distintos países y grupos
Existe una acotada literatura que estudia las diferencias entre desarrollo sostenible y el resto de los conceptos, poniendo énfasis en la posición que los distintos países frente a éstos. En general, estos trabajos se basan en documentos publicados y presentaciones realizadas por las partes en los foros de discusión internacionales.6 A continuación se revisarán algunos de éstos.
Green Economy Coalition (GEC, 2012), analiza las respuestas de los países al borrador de la reunión de Río+20 (Zero Order Draft), cuyo contenido comenzó a ser elaborado y debatido en las distintas reuniones preparatorias de la Cumbre de Río (que tuvieron lugar desde mayo de 2010). De forma similar, el Stakeholder Forum for Sustainable Development, basándose en las intervenciones oficiales en la primera reunión preparatoria, elaboró una matriz sobre la opinión de los distintos países (SFSD, 2012). En la misma línea, Quiliconi y Peixoto (2013) examinan las opiniones de siete países latinoamericanos tal como fueron expresadas en la segunda reunión preparatoria de Río+20 de países latinoamericanos organizada por la Cepal en Chile en noviembre de 2011. Asimismo, el Institute for Global Environmental Strategies (IGES) describe las posiciones expresadas oralmente y por escrito en las reuniones preparatorias de la Segunda Cumbre de la Tierra por los países del G-20 respecto al “crecimiento verde” y su medición, pero sin hacer ninguna clasificación de los países según cuán favorable sea su opinión (Kabaya, 2012).
El cuadro 2 muestra las distintas posiciones respecto a los conceptos “verdes” expresadas por los distintos estados con base en varias publicaciones. En general, puede observarse que la UE y Estados Unidos de América son generalmente optimistas, mientras que otros países como Bolivia, Ecuador o Venezuela son críticos de esta nueva ola. Argentina es el único país que en todos los casos aparece con una visión escéptica. No obstante ello, la metodología empleada en estos trabajos (el análisis del discurso y de los escritos de los países ante los foros internacionales), no permite diferenciar claramente las distintas posiciones de los diferentes actores en la temática ambiental dentro de una misma nación. Sin embargo, esa diferencia interna de opiniones puede ser el origen de la postura escéptica del gobierno. Es por eso que aquí se propone, tomando el caso de Argentina, analizar con más profundidad esta cuestión.
2.3 Crecimiento económico y medio ambiente
Como ya se mencionó en la introducción, además de que aparecieron trabajos sobre las posturas de los distintos países ante los nuevos términos, estos vocablos también contribuyeron a reabrir el debate sobre la relación existente entre economía y medio ambiente. En ese sentido, puede decirse que hay básicamente tres puntos de vista sobre la relación entre crecimiento económico y cuidado del medio ambiente: son las perspectivas de los que apoyan el “decrecimiento”, el “crecimiento verde” y los “agnósticos”.
Los primeros están representados por los seguidores de las ideas del Club de Roma, que en los años setenta convocó a científicos del Massachusetts Institute of Technology para estudiar la relación entre el crecimiento económico y el ambiente. Esas investigaciones se sintetizaron en Los límites del crecimiento (Meadows et al., 1972). En dicho trabajo se concluye que si el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenían sin variación, se alcanzarían los límites absolutos de crecimiento en la tierra en el lapso de 100 años. Casi en simultáneo con Meadows et al. (1972), aparecen los trabajos del rumano Georgescu-Roegen (1971), y las publicaciones de su discípulo Daly (1973).
Los defensores de esta perspectiva pronostican que hay un límite en la capacidad que tiene el planeta para soportar las actividades humanas, y proponen como solución una estrategia de decrecimiento (degrowth).7 Estrictamente hablando, el decrecimiento debería ocurrir en la transición hacia un nuevo estado estacionario que fuera posible cuando se consideran los límites de la naturaleza. Según los economistas ecológicos, los problemas ambientales se deben a un tamaño demasiado grande de la economía que está más allá de la capacidad del planeta para sostenerla (Daly, 1973). No creen que el crecimiento sea una solución sino más bien un problema, y que el decrecimiento no es un objetivo sino una manera para llegar a solucionar la crisis del planeta. El objetivo es llegar a “vivir con menos”. La propuesta es crecer teniendo en cuenta la naturaleza, luego de achicar la economía a una escala que contemple el impacto sobre el medio ambiente.
Las críticas que se hacen a la literatura de degrowth tienen que ver con que tiene un discurso bien descrito, pero le falta evaluación empírica de su factibilidad (consúltese al respecto Martínez-Alier et al., 2010; Cosme et al., 2017; Weiss y Cattaneo, 2017). Kallis (2011, p. 874) justifica esta falta de evaluaciones empíricas en que “decrecimiento” es como una palabra que actúa como paraguas para englobar una posición. Tiene que ver con que hay que entender los límites del planeta, y que estos están y no se puede esperar milagros tecnológicos que los corran. Otra crítica que se hace a esta postura es queel decrecimiento puede implicar vivir en una sociedad más simple y en la que se necesite trabajar menos, pero puede tener consecuencias negativas en los países en desarrollo, en los cuales un nivel mínimo de bienestar material aún no se ha alcanzado (véase Martínez-Alier et al., 2010, p. 1743).
Desde la Revolución Industrial el mundo ha continuado creciendo tanto en habitantes como en producción generada, por lo que otro grupo de economistas creen que el crecimiento no se agota a pesar de los límites naturales, y se alinean detrás del concepto de crecimiento “verde” arriba mencionado. Los defensores de esta postura creen que es posible crecer teniendo en cuenta el ambiente y que eso tiene costos bajos o negativos. Ante esto, puede decirse que son optimistas, ya que creen que puede darse un desacople absoluto entre emisiones y producción. El origen de esta posibilidad es la idea tradicional de la curva ambiental de Kuznets, según la cual la relación entre estas dos variables tiene una forma de U invertida, por lo cual a partir de cierto nivel de ingreso per cápita se reducen las emisiones (Grossman y Krueger, 1995). Hay acuerdo que, de producirse, este cambio en la tendencia se debe, no a un mecanismo automático, sino al cambio en los consumidores que ya sea porque son más ricos o porque son más conscientes reclaman políticas ambientales a los gobiernos y, también, al cambio tecnológico (que tiene que ver con los mercados, pero también con las regulaciones).
Esta postura es criticada por los que creen que el “crecimiento verde” no es posible. En particular, Victor y Jackson (2012) argumentan que PNUMA basa su optimismo en que prevé inversiones en el periodo 2010-20150 por 2% del PIB mundial y, más allá de cuán adecuado sea el modelo, logra solamente reducir 17% las emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2050, menos de lo que se requiere para solucionar el problema del clima. Además, varios trabajos han negado la curva de Kuznets para ciertos contaminantes como el dióxido de carbono (por ejemplo, Dasgupta et al., 2002). El comportamiento de la relación entre economía e impacto ambiental ha sido también estudiado para los países de América Latina, sin encontrarse el patrón de U invertida (véanse referencias en el cuadro 3, Galindo et al., 2014). Más bien se observa una relación negativa entre crecimiento del producto y cuidado del ambiente, debida en parte al alto contenido de recursos naturales de las exportaciones dela región.
Nota: dado a que no se encontraron menciones de los términos “desarrollo sustentable inclusivo” y “desarrollo sostenible inclusivo” en ninguno de los sitios web consultados, no fueron incluidos en la tabla.
Fuente: elaboración propia (último acceso a las publicaciones: 15 de noviembre de 2016). En Anexo se encuentra el detalle de las direcciones consultadas.
No obstante, hay otros economistas que piensan distinto a las dos posiciones anteriores. Esta “tercera vía” se origina en el concepto tradicional de sostenibilidad. La idea es que ni el crecimiento económico ni la sostenibilidad ambiental son fines en sí mismos, sino que se tiene que lograr el máximo bienestar social, definiendo éste con base en los valores de la sociedad. Esta postura está en línea con lo afirmado por Bifani (1997, p. 34): “Los objetivos del desarrollo económico y social deben sustentarse en un manejo adecuado del medio. Más aún, el medio ambiente es el conjunto de recursos que pueden ser explotados con racionalidad económico-social y ambiental para el logro de objetivos de desarrollo válidos a largo plazo”.
Más recientemente, algunos autores se refieren a esta tercera opción con el término a-growth (acuñado por Van den Bergh, 2011). El a-growth sugiere ser “agnóstico” con respecto al crecimiento económico. Esto no significa que se esté en contra del crecimiento económico, más bien en contra del crecimiento económico que no considere su sostenibilidad social y ambiental. Un ejemplo que suele usarse para ilustrar que el crecimiento no puede ser un fin en sí mismo es el de India, cuyo PIB ha aumentado aunque sigue teniendo bajos estándares de desarrollo humano medidos por la esperanza de vida, salud, educación, etcétera (véase Drèze y Sen, 2013).
Han surgido una serie de indicadores que buscan corregir los problemas que hay detrás del PIB como medida de progreso. Por ejemplo, el Índice de Ahorro Genuino, indicadores de felicidad y satisfacción subjetiva o usar un conjunto de indicadores como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Jakob y Edenhofer, 2014). La mayor dificultad de esta posición intermedia (a-growth) es entonces definir qué es el bienestar. El tema de qué indicador usar para medir bienestar no es fácil de cerrar ya que, tal como afirman Fleurbaey y Blanchet (2013), el problema con desafiar la medición del PIB no es la falta de competidores sino su multiplicidad.
Hasta aquí se han mostrado tres puntos de vista alternativos sobre la relación entre ambiente y economía, cada uno de ellos con sus argumentos y sus críticas. Ninguno puede ser considerado superior al otro. Exponerlos ayuda a la comunicación interdisciplinaria, ya que deja claro que, sea cual sea la postura respecto al medio ambiente, en todos los casos, la ciencia económica comprende que el mercado solo no puede hacerse cargo de la cuestión ambiental, ya que es un caso típico de “falla de mercado”. Esto se debe a que son casos en que las actividades de un agente económico impactan sobre otro de forma directa, sin mediar compensación. Por ende, deben implementarse políticas para corregir dicho impacto (Fullerton y Stavins, 1998).
Con este marco general de la discusión a nivel posiciones de los países en las discusiones internacionales y debates académicos respecto de la problemática economía y medio ambiente, la siguiente sección detalla la metodología empleada, los datos utilizados y los resultados obtenidos en el presente análisis.
3. METODOLOGÍA, DATOS Y RESULTADOS ENCONTRADOS
Este trabajo se basa en el análisis de los sitios web de los principales organismos relacionados con lo ambiental en el gobierno nacional y de otros stakeholders: organizaciones no gubernamentales (ONG), cámaras empresariales, instituciones académicas y la prensa escrita. En cuanto al procedimiento de análisis, se utilizó la herramienta de búsqueda Google donde se identificaron los sitios web de las instituciones seleccionadas junto con los conceptos ambientales de interés.
Siguiendo esta metodología, los organismos gubernamentales que se incluyeron en el análisis son:8 el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación, el Ministerio de Producción, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, la Presidencia de la Nación Argentina y el Ministerio de Energía y Minería. Con respecto a las ONG locales se incorporaron: la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), la Fundación Ciudad, la Fundación Metropolitana y la Fundación Vida Silvestre Argentina. Asimismo, se seleccionó a la Unión Industrial Argentina (UIA), a la Sociedad Rural Argentina y al Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA) para reflejar la opinión del sector empresario. En cuanto a los centros académicos, se identificaron las siguientes universidades que cuentan con algún área de especialización en la temática ambiental: Universidad de San Andrés, Universidad Católica Argentina (UCA), Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Di Tella. Por último, se incluyeron en el análisis los siguientes medios periodísticos (prensa escrita de circulación diaria pagada) que, según el Instituto Verificador de Circulaciones (2016) tienen la mayor circulación en la capital del país: Diario Clarín, Diario Popular y Diario La Nación. El cuadro A.1 del Anexo reporta las direcciones web en las que se realizaron las búsquedas (el último acceso es del 15 de noviembre de 2016).
Las palabras utilizadas para las búsquedas fueron: “economía verde” (EV), “crecimiento verde” (CV), “crecimiento verde e inclusivo”, “crecimiento verde con inclusión”, “desarrollo sustentable”, “desarrollo sostenible”, “desarrollo sustentable inclusivo”, “desarrollo sustentable con inclusión”, “desarrollo sostenible inclusivo”, y “desarrollo sostenible con inclusión”. Dado que suelen usarse los términos “sostenible” y “sustentable” intercambiablemente, se ha indagado sobre ambos conceptos para no omitir ninguna información relevante. Se abordará la diferencia de términos a detalle más adelante.
Una vez localizadas las referencias a cada uno de estos conceptos, se registraron sólo aquellas que, a partir del título, pudieran considerarse como relacionadas con la temática ambiental. Se incluyeron tanto informes de prensa, artículos, documentos académicos, entre otros. También se consideraron fotos y videos en los que el título de la nota estuviese vinculado de manera precisa con las búsquedas realizadas. El recuento se realizó sobre la cantidad de publicaciones encontradas y no sobre los términos que aparecen en éstas.
Por ejemplo, si en un artículo aparecía dos veces el término “economía verde”, lo que se contabilizó fue la nota, independientemente de las veces en que el término apareció en la misma. Luego de identificadas las referencias, se realizó una segunda revisión para chequear las publicaciones halladas, y una vez realizado el control, se elaboró el cuadro 3 que resume los eventos encontrados.9 Resulta importante resaltar que el cuadro pretende ilustrar el orden de magnitud en cuanto a la frecuencia en que los términos “verdes” aparecen en los distintos organismos y organizaciones seleccionadas, por lo que el recuento de las publicaciones debe interpretarse en términos relativos más que en términos absolutos.
En primer lugar, se observa que la mayoría de las referencias ambientales se relacionan con conceptos de “desarrollo”, mientras que los términos “economía verde” y “crecimiento verde” ocupan un pequeño porcentaje del total de las menciones encontradas. Este resultado estaría reflejando en parte la “novedad” de los nuevos conceptos “verdes” para los actores locales, aunque también podría atribuirse al escepticismo reinante en torno a ellos.
Una segunda cuestión que surge del análisis es que predomina la noción de “economía verde” sobre las de “crecimiento verde” en todas sus variantes. Este resultado podría explicarse en parte, porque las acciones y discusiones de los actores locales sobre la temática ambiental se enmarcan principalmente dentro de los conceptos del PNUMA, el cual asiste a países en cuestiones ambientales, y no dentro de las definiciones propuestas por la OCDE, la cual reúne a países desarrollados y es un grupo del cual Argentina no forma parte.
Un tercer punto interesante que surge del cuadro 3, es el predominio del término “sustentable” sobre “sostenible”. Esto puede deberse, por un lado, a que muchos de los artículos captados en la búsqueda incluyen las denominaciones de las distintas oficinas gubernamentales locales relacionadas a la temática ambiental. En efecto, por ejemplo, el organismo ambiental de la República Argentina se denomina “Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable”. Adicionalmente, es de esperarse que la denominación del organismo ambiental nacional tenga influencia directa en el discurso de los distintos actores locales, lo cual también ayuda a explicar, en parte, el predominio del término “sustentable”.
Aquí valdría la pena hacer una acotación lingüística. En inglés se habla de sustainable development y sustainability, 10pero en castellano, según la Real Academia Española (RAE): “Sostenible es: 1. Que se puede sostener 2. Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente” y “sustentable” es que se puede sustentar o defender con razones. Pero, la palabra “sustentabilidad” no aparece en el diccionario de la RAE, y “sostenibilidad” significa cualidad de sostenible. Por eso, en definitiva, lo correcto es hablar de “desarrollo sostenible” y de “sostenibilidad”, y no de “desarrollo sustentable”.
Un cuarto punto a resaltar son las diferencias entre los distintos actores. Los organismos públicos utilizan los nuevos conceptos “verdes” con una mirada más bien crítica. Analizando las referencias en los organismos de gobierno, se encuentra que éstas reflejan la preocupación que tienen las autoridades nacionales en cuanto a que el “reverdecimiento” sea en realidad “proteccionismo verde” y condicionamiento de políticas nacionales. Por ejemplo, se afirma que “...en los últimos años se han sumado nuevos instrumentos y argumentos que incrementan el grado de discrecionalidad disponible por parte de quienes fijan la política comercial. Entre estas nuevas cuestiones, se pueden señalar tres: i) la aplicación de los conceptos de ‘crecimiento verde’ y ‘economía verde’, como una nueva justificación para poner en práctica medidas comerciales y medidas ambientales con efectos comerciales” (véase Lottici et al., 2013).11
Por otro lado, al buscar los conceptos “verdes” para dilucidar la posición de las ONG, de las organizaciones empresariales y de las instituciones académicas, se observa que mientras que “crecimiento” o “economía verde” son citados en las páginas de Internet de las principales ONG ambientalistas locales y de los centros académicos seleccionados, fueron muy pocos los términos “verdes” detectados en las páginas oficiales de las cámaras empresarias analizadas. Sin embargo, sí aparecen menciones referidas al “desarrollo con inclusión” reflejando el apoyo de las cámaras empresariales a la posición del gobierno nacional sobre los conceptos “verdes”.
Por ejemplo, en el caso de la Unión Industrial Argentina: “La Unión Industrial Argentina adhiere a la posición nacional que será presentada formalmente en la Cumbre de Río+20, y enfatiza el carácter instrumental del concepto de ‘economía verde’ como una herramienta más en la que nuestro país podría tener una gran potencialidad. Sin embargo, estima necesario remarcar que no es el único enfoque a tener en cuenta en los procesos de toma de decisión, ya que no garantiza per se la concreción de objetivos de desarrollo sustentable y el crecimiento económico a largo plazo” (UIA, 2011).12
Otros actores no comparten esta perspectiva. La directora de la FARN, una de las ONG con más influencia en cuestiones ambientales del país, afirma (sobre la posición del Estado argentino frente a los conceptos reverdecidos):
No se entiende la negativa del Estado argentino... todavía no está definido el concepto de ‘economía verde’, pero lo peor que se puede hacer es ni siquiera discutirlo. Este es el ámbito donde se pueden insertar los cambios. Además, Argentina defiende el desarrollo sustentable mientras no puede justificar que no lo aplica. Está muy bien defender la soberanía, pero no hay que olvidar las responsabilidades que eso conlleva.13
Por su parte, los centros académicos están comenzando a estudiar estos temas vinculándolos principalmente al cambio en los procesos productivos que los nuevos conceptos de “economía verde” requieren y las reformas nacionales e internacionales que tales procesos conllevan. Finalmente, los principales medios periodísticos refieren a las distintas definiciones en su cobertura de reuniones del G-20 o Río+20 y, reproduciendo, en general, la posición que el gobierno nacional y otros actores manifiestan respecto a las mismas.
CONCLUSIONES
A raíz de la crisis financiera internacional de 2008, y como una forma de generar un término más operativo y renovado para el desarrollo sostenible, distintas organizaciones internacionales comenzaron a hablar de “economía verde” y “crecimiento verde”. Esta discusión comenzó a tomar fuerza a nivel internacional, particularmente al iniciarse las reuniones preparatorias de la Cumbre de Río+20.
Si se analizan detenidamente los términos anteriores, se encuentra que la “economía verde” no necesariamente conduce al “crecimiento verde”, y que a su vez, este último no implica “desarrollo verde”. El término más amplio es el de desarrollo (económico, ambiental y socialmente) sostenible. Asimismo, surge claramente del análisis que los nuevos términos agregados al desarrollo sostenible (esto es: “con inclusión social” o “inclusivo”) son redundantes.
A su vez, del examen de documentos presentados por los distintos países y de las intervenciones de éstos en reuniones internacionales, surgen diferencias importantes entre las posiciones tomadas. Algunas naciones son particularmente optimistas con respecto a la utilidad que puede tener este “reverdecimiento” de la discusión ambiental, mientras que otros ven este fenómeno como francamente negativo. En todos los trabajos revisados, Argentina se encuentra en una posición intermedia. La hipótesis del presente artículo es que ello, en parte, puede explicarse por las distintas opiniones de los actores relevantes dentro del país.
Para captar estas diferencias, no basta con analizar los documentos oficiales ante los foros internacionales que se revisan usualmente. Por eso, para enriquecer el estudio realizamos una búsqueda intensiva de estos distintos términos de “reverdecimiento” en las páginas web de los organismos públicos, organizaciones no gubernamentales influyentes, agrupaciones empresarias, academia y medios de prensa del país más relacionados a las temáticas ambientales.
Con base en la información encontrada, se concluye en primer lugar, que es muy escaso el uso de términos “verdes” en los distintos actores del país, prefiriéndose ampliar el uso de los conceptos más tradicionales de desarrollo “sostenible” o “sustentable”. Ello a priori podría deberse a que, al tratarse de términos relativamente nuevos aún no se han instalado en el discurso de los actores nacionales, pero también podría suceder que dichos actores no estén convencidos de las bondades de su uso. En segundo lugar, se encuentra que dentro de lo “verde” predomina la noción de “economía verde” por sobre la de “crecimiento verde” -ya sea inclusivo o no-. Una posible interpretación tiene que ver con que el primero es propiciado por PNUMA (organismo que agrupa a todo tipo de países, industrializados o no, entre los cuales está Argentina), mientras que el segundo es usado por la OCDE (que agrupa a países desarrollados y del cual Argentina no forma parte). En tercer término, otro resultado que se encuentra es el uso predominante de los vocablos “desarrollo sustentable” por sobre “desarrollo sostenible¨, aunque es “sostenible” el término correcto según la RAE.
Al analizar cualitativamente las referencias recolectadas de los distintos actores que participan de estas discusiones en el país, se desprende que: el gobierno tiene una posición escéptica respecto a los nuevos “conceptos verdes”; las ONG, siguiendo la línea de discusión a nivel internacional, propician que estos temas ambientales también sean parte del debate a nivel local; las organizaciones empresariales tienden a respaldar la posición del gobierno nacional; los centros académicos están comenzando a estudiar esta temática; y los principales medios periodísticos refieren a dichos conceptos principalmente como parte de su cobertura de reuniones del G-20 o de Río+20.
El análisis que hace este trabajo de los distintos conceptos “verdes” tiene que ver con la discusión más amplia de la relación entre el crecimiento económico y el medio ambiente. Algunos autores creen que la solución al impacto ambiental que se observa en el planeta es pasar a un nivel de actividad económica más baja que implique una mayor austeridad en el uso de recursos. Otros consideran que es posible seguir creciendo, aunque con menos impactos; mientras que hay otros profesionales que afirman que el debate es otro y es cómo lograr un mayor bienestar (esto es, un equilibrio entre ganancias económicas, cuidado de las personas y del planeta). El debate sobre economía y sostenibilidad está lejos de quedar resuelto, y eso es así también en la región latinoamericana.
Finalmente, una extensión interesante de este trabajo podría ser el ahondar en si existe alguna diferencia entre las políticas propiciadas por aquellos que encuentran atractivos los conceptos “verdes” y quienes los objetan tanto a nivel de los países como de los expertos que se dedican a este tema. Así y todo, más allá de las diferencias en la terminología empleada y los puntos de vista respecto a los vocablos “verdes”, no cabe duda de que el desarrollo duradero requiere trabajar en acciones concretas más que en definir nuevos conceptos.