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Política y cultura

versión impresa ISSN 0188-7742

Polít. cult.  no.33 México ene. 2010

 

Reseña de libros

 

Cuando China cambia el mundo

 

Nubia Nieto*

 

Erik Izraelewicz, Cuando China cambia el mundo, París, Ediciones Grasset & Fasquelle, 2005, 284 pp.

 

* Universidad de la Sorbona, París. Correo electrónico: nubiazulma@yahoo.co.uk.

 

Cuando China cambia el mundo ofrece una extraordinaria radiografía del nuevo posicionamiento de China a escala mundial, mostrando los beneficios y los riesgos del auge económico, tanto para ese país como para el resto del mundo. El autor sugiere que China no sólo está de moda por la cobertura mediática, sino también porque presenta características de una revolución industrial, un verdadero evento económico de comienzos de siglo, y quizás el más importante del siglo XX.

Izraelewicz, doctor en economía internacional, compara el surgimiento de la revolución industrial china con los inicios de la revolución industrial inglesa. El también periodista de Le Monde, Les Echos y Europa 1, señala que a fin del siglo XVIII en Manchester, Inglaterra, la industrialización comenzó en el agro y la tecnología del carbón. El sector agropecuario liberó centenares de hombres y mujeres que abandonaron el agro para buscar trabajo en la ciudad en las minas de carbón, en las fábricas textiles y en los talleres industriales. Con esto Inglaterra anunciaba su despegue industrial y su posicionamiento como imperio que le permitiría dominar el mundo por varias décadas.

Dos siglos más tarde se presenta el mismo escenario en Shenzhen, China, donde se observa la liberalización de la agricultura, la migración del campo a la ciudad y la creación de zonas económicas especiales en las cuales las industrias pueden trabajar libremente. Shenzhen, al igual que Manchester, un día fueron un pueblo, más tarde marcarían el preludio del desarrollo industrial de sus países.

No obstante, Izraelewicz distingue tres diferencias importantes en la revolución industrial china. La primera es la talla del país con más de 1 300 millones de habitantes; China se convierte en un imperio demográfico. La inmensidad del territorio con 9.6 millones de kilómetros cuadrados también proporciona poderío territorial. Actualmente, China representa la primera potencia demográfica del planeta y la quinta parte del total de la población mundial —nuevo candidato al club de los países ricos industrializados. Jamás un país, desde los comienzos de la revolución industrial, incluso desde la llegada al poder de Estados Unidos en el siglo XIX, había contado con tal peso demográfico.

La segunda diferencia se encuentra en la historia del imperio chino y más recientemente a partir de 1978, cuando China realizó una triple mutación que va a marcar una profunda diferencia con sus antecesores en el proceso de desarrollo. A finales de la década de 1970, China era una economía planificada, esencialmente rural y completamente cerrada en sí misma. Deng Xiaoping, el entonces dirigente de la Republica Popular China (1978–1992), quiso hacer de su país una economía "socialista" de mercado, una potencia industrial y un país abierto al mundo. Así, China llevaría a cabo tres transiciones simultáneas del Estado todo poderoso al de mercado como monarca, de la agricultura a la industria y del mercado local al internacional. En este sentido, China instauró un régimen sin precedentes que no tiene ni comparación con el de Japón de la década de 1950 ni con el de Corea del Sur de la década de 1970. La China de Deng y de sus predecesores parece también distante del modelo americano del siglo XIX.

En resumen, "el imperio de en medio", como lo llama el autor, está bajo la influencia de un "hipercapitalismo", el cual presenta características raramente igualadas en la historia. Nada que ver con Japón, un país casi socialista en el momento de su despegue. El estado de derecho en China no es ni siquiera embrionario, los contrapoderes son inexistentes y se distingue la presencia masiva y autoritaria de un Estado al servicio del capital en todas sus formas, grande, pequeño, privado, público, local o internacional.

La tercera originalidad de la revolución industrial china es el momento de su despegue: la era de internet, de la globalización, de los viajes aéreos accesibles y del consumo masivo. Los pioneros de la industrialización en el siglo XIX y a comienzos del siglo XX eran aventureros que cruzaban el mundo, y las distancias, un obstáculo de los intercambios. El comercio mundial era frenado por múltiples dificultades técnicas, reglamentarias o políticas. La situación actual es completamente diferente. China tocó la puerta de los países industrializados cuando la circulación de los bienes, conocimientos, capitales y hombres han conocido una verdadera explosión. La nueva era de la industrialización ha sido facilitada por los nuevos medios de transporte, la liberalización de los intercambios y el auge de la tecnología.

En conclusión, el despegue de la revolución industrial china se desarrolla con tres principales particularidades: el tamaño de su población, la originalidad de su modelo económico –"hipercapitalismo"– y el momento de su despegue.

En términos del crecimiento económico chino, Izraelewicz indica que la producción de China es hoy 10 veces superior a la producción alcanzada en 1978, y actualmente se ubica en el sexto rango entre las grandes potencias mundiales. La producción por habitante se ha multiplicado por siete. De hecho, jamás en la historia económica se había visto un país tan poblado con 1 300 millones de habitantes con un crecimiento acelerado del orden de ocho a nueve por ciento anual durante un periodo de aproximadamente 25 años. Tampoco se había observado, según Izraelewicz, que un país se hubiera apoyado en el resto del mundo para ampliar sus mercados, tecnologías y capitales.

La "fábrica planetaria", como Izraelewicz denomina a China, produce 70 por ciento de los juguetes, bicicletas, lectores de DvD fabricados en el mundo, 60 por ciento de los aparatos de foto numérica y 50 por ciento de las computadoras portátiles. En consecuencia, China no sólo se ha convertido en "la fábrica planetaria", sino también en el primer mercado mundial. Desde 2002, "el imperio de en medio" se ubica por delante de Estados Unidos en todo lo relacionado con material de construcción, grúas, elevadores, robots y otras maquinas. Contenedores gigantescos, aeropuertos en serie, puentes suspendidos bajo el mar, inmuebles de oficinas y de habitación, vías ferroviarias, fábricas, y museos presentan a China como un mercado de primer nivel.

China también se ha consolidado como el "imperio de la imitación"; de hecho, de 70 a 80 por ciento de la producción pirata vine de China y se estima que esta industria hace trabajar de tres a cinco millones de personas y contribuye con al menos ocho por ciento de la producción interior bruta china.

De hecho, Izraelewicz recuerda que en la década de 1980 China se lanzó primero al mercado internacional con la imitación textil, comprando máquinas y equipo sofisticado de los países ricos y dando trabajo a sus empleados dentro y fuera del país. Posteriormente hace lo mismo en la electrónica y la informática. Así, China ha ido avanzando en diferentes sectores; sin embargo, los países ricos conservan aún su última ventaja: su capacidad de innovación.

No obstante, Izraelewicz observa que China intenta penetrar el mercado de la creación, basta ver las cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 2002 para darse cuenta de las intenciones de China en materia de innovación, al consagrar 72 millones de dólares a la investigación —dos veces más que Francia, situándose en tercer lugar después de Estados Unidos (280 millones de dólares) y Japón (100 millones de dólares). Los investigadores Chinos están calculados en 740 mil dentro del país. Además de contar con 1.3 millones de investigadores en Estados Unidos, casi lo mismo que en la Unión Europea, y un poco menos de 640 mil científicos en Japón.

China se está dotando de un imperio de investigadores y de profesionales de alto nivel. Por ejemplo, cada año produce 300 mil ingenieros de alto nivel —10 veces más que Alemania. El ejército de investigadores chinos se está alistando para entrar en la escena de las innovaciones tecnológicas.

En términos de producción interna, China cuenta hoy con 1.3 millones de kilómetros carreteros y se esperan 2.5 millones para 2020. El país absorbe cerca de 50 por ciento de cemento consumido en el planeta.

Izraelewicz describe que desde 1994 China superó a Taiwán y Corea del Sur como primer proveedor de zapatos–tenis a Estados Unidos. En 2002 sobrepasó a Japón y México en pequeño material electrónico, y en 2003 superó a México, convirtiéndose en el segundo proveedor extranjero a Estados Unidos después de Canadá. Izraelewicz nos recuerda que Vicente Fox, ex presidente mexicano, declaró alguna vez: "el mundo no debe dejar que los piratas chinos nos roben los empleos", luego de observar que las empresas instaladas en el Norte de México se desplazarían a China, donde los salarios son cuatro o cinco veces menores que en México.

La nueva producción china, asegura Izraelewicz, está transformando la industria manufacturera mundial y desplazando las fábricas tradicionales que utilizaban los países ricos. Por ejemplo, hasta hace algunos años Estados Unidos acostumbraba comprar sus camisas a México, Francia a Túnez, y Japón a Filipinas; hoy día todos se dirigen directamente a China por su margen de rentabilidad. En este contexto, México, Túnez y Filipinas se han convertido en países "ricos" frente a China. Izraelewicz indica que los verdaderos países que han resentido más el despegue de China es África, Asia y América Latina, pues su única ventaja comparativa eran los salarios bajos. Sin embargo, Izraelewicz sostiene que también los países ricos están sufriendo las consecuencias de esta reestructuración global de las industrias tales como la deslocalización de la producción y el aumento del desempleo en todos los niveles. Actualmente, el salario de un francés permite pagar 30 o 40 empleados chinos. Aunque con el tiempo este margen tenderá a reducirse.

Además, Izraelewicz sostiene que China coloca a los países ricos frente a un problema en sus niveles de industrialización; por ejemplo, mientras que a Inglaterra le llevó casi un siglo desarrollar su revolución industrial, a China le ha llevado apenas un cuarto de siglo recorrer el mismo nivel de industrialización que Gran Bretaña en su tiempo.

La revolución china genera peligrosos desequilibrios políticos, laborales, sociales, financieros y ecológicos a escala mundial al absorber más de un tercio de carbón, metales, alimentos, algodón, acero, madera y cigarros consumidos cada año en el mundo.

El despegue económico de China no es solamente por 1.3 millones de productores suplementarios en el mercado mundial de trabajo, sino también por los nuevos consumidores a escala mundial, lo cual plantea un efecto desestabilizador global.

De acuerdo con el análisis de Izraelewicz, China será, al menos por los próximos veinte años, el factor de desestabilización de la economía mundial. En este sentido, Izraelewicz nos recuerda la celebre frase de Napoleón: "Cuando China despierte, el mundo temblará".

Por el momento, Izraelewicz evalúa que China ha sabido explotar hábilmente "el ejército de mano de obra de reserva", poco calificada y mal pagada a fin de lograr mayor influencia mundial dentro de un número creciente de actividades y consolidando presencia en los organismos internacionales más importantes —China es parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC) desde diciembre de 2001.

La industrialización china ha permitido el enriquecimiento general acompañándose de tres fenómenos: urbanización, industrialización y emergencia de una clase media. Sin embargo, el proceso de industrialización también está generando una nueva clase, miserables chinos que están descubriendo una nueva cara de su país: las extremas contradicciones sociales. Unos contratados, sin ninguna prestación social, por ocho días, seis meses o un año en la construcción; otros cuantos, con mansiones de lujo con todas las comodidades y con autos BMW en la entrada de sus residencias. China se está descubriendo a sí misma como si hubiera diferentes Chinas dentro de un mismo país. Las fracturas sociales son cada vez más numerosas y profundas entre el campo y la ciudad, entre el sector estatal que está agonizando y el sector privado que cada vez es más influyente, entre la economía local y la extranjera, entre los millonarios chinos que ya figuran en la lista de Forbes y las masas de pobres extremos que están siendo expulsados de sus tierras o que se han incorporado como obreros industriales sin ningún derecho laboral.

En términos políticos, después de la revolución cultural que conociera China bajo el mandato de Mao Zedong entre 1966 y 1976, la transformación del país fue el pasaje del comunismo al capitalismo. Desde 1978, dos años después de la muerte de Mao Zedong, el sucesor del partido comunista, Deng Xiaoping, lanzó una serie de reformas económicas pasando de una economía estatizada a una "de mercado".

Siguiendo la descripción de Izraelewicz, la revolución industrial china se fundó en un capitalismo diferente del liberalismo económico, en el cual el mercado y la democracia son absolutamente inseparables. En este sentido, Izraelewicz clasifica el modelo económico chino como un "modelo hipercapitalista", donde se registra un alto crecimiento económico, pero sin libertades políticas y civiles.

No obstante, Izraelewics advierte que entre el mercado y la dictadura, el Partido Comunista chino deberá elegir y tomar la lección de la Unión Soviética de Gorbatchev, la cual, al abrirse al mercado liberal, también se acabó imponiendo mayor competencia política.

Los campesinos liberados de las restricciones de la comuna, los obreros autorizados a desplazarse más fácilmente, los estudiantes incitados a formarse en universidades americanas y europeas, los investigadores impulsados a crear industrias, los jóvenes que utilizan internet, las reformas emprendidas desde 1978 y 1979 que han conducido al Partido a acordar más libertades económicas, una clase media que emerge, formada en el extranjero y abierta al resto del mundo, constituyen la liberalización que genera una demanda de libertades políticas que tarde o temprano terminará por explotar y demandar derechos políticos y civiles.

Además, el mercado financiero no puede funcionar eficazmente si no hay información transparente, prensa libre y menor corrupción, debido a que China registra un alto nivel de corrupción, sobre todo en las fábricas, negocios y finanzas locales.

Desde la visión de Izraelewicz, el mercado sin contrapoderes se convierte en una selva, la historia muestra que en la URSS o en Corea del Sur el capitalismo no fue sostenido a largo plazo después de abrir su economía. Incluso en Taiwán la liberalización y el desarrollo económico obligaron al régimen, inicialmente totalitario, ha evolucionar hacia formas más democráticas, con un juego político basado en el modelo occidental, es decir, un presidente elegido por sufragio efectivo, competencia política entre diferentes partidos, una separación de poderes y libertad de prensa.

Izraelewicz considera que la revolución industrial china, al igual que la inglesa del siglo XVIII, la estadounidense del siglo XIX o la japonesa del siglo XX, fueron periodos de transformaciones, de inestabilidad, de incertidumbre y de turbulencias tanto para el país que la genera como para el resto del mundo. Por ejemplo, con el desarrollo económico en las décadas de 1970 y 1980 de los "dragones asiáticos" (Taiwán, Singapour, Hong Kong y Corea del Sur) y, más tarde, en la década de 1990, con el desarrollo de los "tigres asiáticos" (Indonesia, Malasia, Filipinas y Tailandia), las viejas naciones industriales europeas y americanas realizaron profundas y violentas reestructuraciones a fin de mantener una posición privilegiada en la economía mundial.

La revolución china significa, desde hace más de 25 años, urbanización, migración masiva del campo a la ciudad, fábricas que emergen de la noche a la mañana y consumo masivo. El modelo de desarrollo chino se inspira en su predecesor, Japón. En 1978, apenas 20 por ciento de los chinos vivía en las ciudades, hoy son más de 40 por ciento. La urbanización china viene acompañada del crecimiento industrial que se refleja principalmente en Shenzhen, Shanghai, Canton o Qingdao.

Por otra parte, Izraelewicz anuncia que la fortaleza demográfica china actual será en unos años una debilidad por el envejecimiento de su población. Al final de la década de 1970, China impulsó la política demográfica del "hijo único"; también es sabido que prefieren a los varones más que a las niñas, lo cual ha generado desequilibrio en la población, envejecimiento, desmovilización económica, desestabilización de los sistemas de protección social como el financiamiento de la salud y de la jubilación. De hecho, más de siete por ciento de la población tiene más de 60 años, y para el 2020 el ritmo actual de la población económicamente activa comenzará a reducirse.

La esperanza de vida se ha acrecentado, en 1971 era aproximadamente de 61.7 años, hoy es de 71 años. Diez años más se han ganado en un periodo de 30 años. La taza de mortalidad infantil se ha reducido de 41 por milla en 1978 a 30 por milla en 2000. Hoy la esperanza de vida de un hombre chino es de 68 años, mientras que para una mujer es de 72 años.

Sin duda, el texto de Izraelewicz ofrece una interesante descripción no sólo de los cambios que está viviendo China tanto al interior del país como al exterior, sino también presenta una nueva geografía de los centros de poder mundial.

Izraelewicz describe con excelente realismo y con un lenguaje irónico en algunos pasajes, la reticencia de los países industrializados por aceptar a China en el "club de los países ricos". Izraelewicz también explora los miedos que se han generado al interior de los "viejos países ricos" y recuerda que cada vez que un nuevo país anuncia su entrada al club, las naciones ya industrializadas se preocupan y algunas veces intentan frenar el crecimiento de los "nuevos ricos", instaurando barreras a sus fronteras para impedir la invasión de sus productos, creando políticas de protección de sus mercados y reforzando sus políticas migratorias.

Erik Izraelewicz, ganador del "Premio hoy" que se otorga al mejor texto político o histórico contemporáneo en Francia, señala que los miedos de los países ricos contra "made in China" no hacen sino recordar los miedos engendrados por "hecho en Alemania" al comienzo del siglo pasado y por el "hecho en Japón" en las décadas de 1950 y 1960, y más recientemente por el "hecho en Taiwán" de las décadas de 1970 y 1980. No obstante, indica que los países industrializados han aprendido, con el tiempo, que pueden tomar ventaja del agrandamiento de su club y de la llegada de nuevos miembros.

En este sentido, Izraelewicz ironiza la doble moral de los países ricos hacia China: por un lado, "el imperio de en medio" es criticado en materia de libertad de expresión, derechos humanos, civiles y laborales cada vez que no acepta o se muestra reticente contra algún grupo industrial de Occidente; sin embargo, cierran los ojos cuando China reprime a sus habitantes o cuando favorece el comercio de alguno de los "países ricos": Francia, Inglaterra, Japón o Estados Unidos. Lo cierto es que la brutalidad de las transformaciones chinas están generando profundos desequilibrios, tensiones sociales, burbujas financieras, roces diplomáticos y represión social; sin embargo, ninguna de estas turbulencias parecen detener el ritmo de industrialización china y la nueva reconfiguración mundial.

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