Introducción
El presente ensayo tiene por objetivo dibujar un paisaje y no tanto un estado del arte de la sociología en Perfiles Latinoamericanos. Un paisaje que permite plantear una primera serie de preguntas acerca de las preocupaciones de la disciplina, y cómo dichas preguntas podrían relacionarse con campos más amplios de la disciplina sociológica. Con ello se busca explicitar el hecho de que nuestra sociología, aquella que se produce en América Latina, no está aislada sino conectada con los debates internacionales: es una sociología latinoamericana donde convergen formas de hacer teoría e investigación con resonancias a escala global. Es pues una primera reflexión con el fin de que el trabajo sociológico no caiga en la ingenuidad de creer, como señalaba (Adorno, 2015), que su desarrollo depende exclusivamente del trabajo de corte empírico.
Para reconstruir el camino de la sociología en la revista Perfiles Latinoamericanos fue necesario tener en consideración tres retos. Primero, establecer una definición mínima de eso que se puede llamar sociología para luego realizar una selección de artículos dentro de los 48 números publicados de la revista. Segundo, definir un criterio de organización para esos artículos, considerando que se inscriben en tradiciones teóricas, metodológicas y temáticas diversas, además de que provienen de contextos nacionales e institucionales diferentes. Finalmente, precisar una pauta de lectura para comprender qué nos dice esa producción sociológica sobre el desarrollo de la disciplina en la región.
Para enfrentar el primer reto, se consideró como artículos sociológicos a aquellos que tuvieran como objetivo interpretar o explicar las causas y consecuencias de la acción de grupos o colectivos frente a ordenamientos institucionales específicos. Este criterio de selección arrojó poco más de ochenta artículos, los cuales se organizaron en función de su orientación a ciertos sistemas o esferas de acción. El resultado fue el agrupamiento de los artículos de acuerdo a su reflexión sobre la religión, la sociedad civil, la acción colectiva, las subjetividades e identidades sociales, las ciudades, los medios de comunicación, las violencias e inseguridades y, finalmente, la construcción de una sociológica para América Latina. Este conjunto de temas ha sido leído como un esfuerzo intelectual regional estrechamente vinculado al mapa internacional de la disciplina, estructuralmente interrelacionada con ella y coproducida con ella, y no como dependiente de un cierto “euro-norte-americano-centris-mo-teórico -conceptual”. Con lo cual se puede hablar, siguiendo a (Bhambra, 2014), de que los artículos analizados aquí reflexionan desde coordenadas específicas, pero no provinciales, del conocimiento sociológico global.
Acción colectiva
Perfiles Latinoamericanos ha publicado una serie de textos en los que es posible apreciar cómo se movilizan ciertos grupos en acciones colectivas -particularmente mujeres e indígenas- en defensa de sus derechos ciudadanos y en demanda de su reconocimiento como actores legítimos en la vida pública. Con relación al caso de las mujeres, (Martínez, 1993) explora las particularidades latinoamericanas de la discusión sobre la democracia, la ciudadanía y las movilizaciones femeninas, y señala que mientras en los países desarrollados el análisis se ha centrado en la construcción de un concepto de ciudadanía alternativo al modelo liberal, el movimiento de las mujeres en la región latinoamericana se ha forjado bajo las tensiones de los procesos de transición democrática y lucha contra las dictaduras. Específicamente en México, afirma la autora, las movilizaciones femeninas imprimen un cariz particular a las nociones de ciudadanía y acción cívica. Años después, (Lamas, 2008) suma el derecho al aborto a la agenda democrática de América Latina. Para esta autora, la discusión sobre el aborto no solo es un tema de carácter judicial o de salud pública, sino que resulta vital para alcanzar las aspiraciones democráticas que se han planteado las mujeres desde años atrás en la región.
Por lo que se refiere a las movilizaciones de carácter étnico, es interesante observar tres momentos particulares que caracterizan las publicaciones sobre el tema. El primero tiene que ver con el análisis de la emergencia de los movimientos indígenas en la región. El trabajo de (Bartolomé, 2004) explora, por ejemplo, cómo las movilizaciones étnicas han significado una dura crítica a los procesos civilizatorios de los Estados-nacionales de la región. Dichas movilizaciones han consolidado argumentos y discursos que propugnan por la construcción de una Otra sociedad: las protestas de los distintos grupos étnicos cuestionan desde sus cimientos los proyectos de modernización occidental. El autor sugiere que estamos ante la presencia de “movimientos etnopolíticos” y no de “nuevos movimientos sociales”, en la medida en que confrontan el proceso civilizatorio construido desde los aparatos de las élites políticas nacionales y globales. El segundo momento tiene que ver con trabajos que analizan los alcances o logros de estos movimientos. Al respecto, (Montes de Oca, 2006) analizó las reformas constitucionales impulsadas en México y Ecuador por distintos grupos indígenas. A decir de la autora, dichas reformas terminaron por considerarse un fracaso en el caso del primer país y un triunfo en el segundo, lo que se debió, continúa, a que los grupos indígenas ecuatorianos lograron organizarse mejor y posicionar su lucha en el ámbito nacional e internacional, mientras que en el caso mexicano los grupos indígenas presentaron sus propuestas de forma desarticulada, centrando sus esfuerzos solo en lograr eco en el ámbito legislativo. El tercer momento en estos estudios se caracteriza por analizar cómo se forjaron los liderazgos intelectuales indígenas que encabezaron los “movimientos etnopolíticos” en la región. Siguiendo el concepto de desfase estructural del sociólogo francés Pierre Bourdieu, Rea (2016) examinó el rol de los intelectuales indígenas en Bolivia, particularmente el cómo se constituyeron en las piezas claves para cambiar la relación de fuerza entre las élites políticas y las comunidades indígenas de ese país.
Pero hay más en la órbita de la acción colectiva orientada a la lucha por el reconocimiento de derechos ciudadanos. El trabajo de Tavera (1999) buscó entender la movilización de los damnificados del terremoto de 1985 en la Ciudad de México. Su argumento se dirigió a mostrar cómo dicho grupo se definió a sí mismo en términos simbólicos: transformando su adscripción como grupo excluido -carente de las cualidades civiles para establecer demandas articuladas- en uno que poseía las cualidades civiles asociadas con los códigos democráticos. En otra tesitura, (López, 2015) analizó cómo algunos movimientos sociales no solo logran visibilizar sus demandas, sino colocarlas en la agenda pública, aunque no siempre pueden coordinarse con las autoridades gubernamentales para la implementación de las políticas públicas. Tomando como referente las movilizaciones respecto a la inseguridad en México, dicho autor exploró cómo ellas fueron exitosas para abrir canales de comunicación e interlocución, colocar el tema de la inseguridad en la agenda gubernamental, proponiendo diagnósticos y soluciones, pero resultaron poco efectivas para generar mecanismos de articulación organizativa con el gobierno.1
Subjetividades
Otro tema presente en la revista es el de la construcción de las subjetividades en contextos sociales marcados por la pobreza y la exclusión. Al respecto, (Carreteiro, 2002) muestra en su trabajo cómo es posible entender los procesos de exclusión social en Brasil a partir de comprender las subjetividades de ciertos actores. Con base en su caso de estudio, dicho autor dio cuenta de la manera en que las personas desarrollan estrategias conscientes e inconscientes para sobrevivir, y enfatizó el peso de los conceptos de historicidad y reflexión en los sujetos en términos de reconstrucción de procesos sociales complejos. Por su parte, (Enríquez, 2002), también desde la experiencia brasileña, elaboró un análisis que permite entender la subjetividad en términos de crónicas, epopeyas y mitos personales, donde es posible encontrar la presencia de valores que apelan a la solidaridad colectiva. Mientras que (Márquez, 2002), ahora desde Chile, mostró cómo los relatos de los itinerarios de vida de las personas son relevantes para dar cuenta tanto de las estrategias individuales, como de las utopías colectivas. De esta manera evidenció que la autonomía para construir y definir proyectos de vida personales requiere de lazos de socialidad y solidaridad específicos, un punto relevante que también examina (Rhéaume, 2002) cuando aborda las condiciones de vulnerabilidad social. Para este autor, los proyectos y compromisos personales que permiten enfrentar las condiciones de exclusión social solo pueden llevarse a cabo a través de sujetos ligados a estructuras y relatos colectivos.2
Un artículo de (Saraví, 2006) sobre las biografías de la exclusión para el caso de Argentina mostró cómo los procesos de solidaridad colectiva tienen una gran relevancia. Y ecos de la misma discusión aparecen en (Izcara, 2013) cuando se ocupa de las redes de solidaridad en la frontera norte de México, las cuales garantizan a los migrantes cruzar a los Estados Unidos. Resulta interesante observar que (Gómez, 2008), en su trabajo sobre la construcción de los sujetos campesinos en México, visibiliza cómo estos últimos procesan de forma comunitaria las dinámicas de modernización y regulación impulsadas por el Estado mexicano. Retomando a sectores marginados, pero en el espacio urbano, (Rojas & Jiménez, 2008) examinaron los procesos de subjetivación individual y colectiva de la pobreza en el centro de México. En tanto que, también desde el espacio urbano, (Uribe & Jaramillo, 2016) discuten las subjetividades de la pobreza en la ciudad de Bogotá. A partir del análisis de usurarios y no usuarios de los programas sociales, estos autores reconstruyeron los sentidos sociales de la pobreza. Por su parte, y usando como referencia otra sedimentación de la estructura de clases, (Castillo, 2016) analiza la subjetividad de la clase media en Chile a partir de la percepción de las fronteras simbólicas que enmarcan los procesos de movilidad social ascendente y la evaluación sobre las estructuras de desigualdad social.
Identidades
En Perfiles Latinoamericanos se han publicado muchos trabajos sobre las identidades juveniles en la región. En este tenor, (Martín, Fernández & Villarreal, 2007) analizan la difusión de la identidad de las maras en Centroamérica y argumentan que la expansión de este tipo de identidades es un eco del repertorio cultural de amplios sectores de la juventud. Por otro lado, (Cerbino, 2011) explora el tatuaje y su borramiento en la identidad de las maras como una expresión fuertemente vinculada a los procesos de subjetivación y sujetamiento institucional. En la misma tesitura de las identidades juveniles, pero en otro registro, (Blanco, 2008) examina la construcción de los referentes de sentido de los colombias en México -jóvenes de sectores populares que gustan de la música de cumbia-. Para Blanco, la comunicación no verbal y los usos del cuerpo resultan centrales para comprender las lógicas identitarias de este tipo de grupos en el norte de México.
Otros textos se ocupan de la construcción de identidades sociales pero en función de características ligadas a las condiciones sociales o de raza. Así, (Cabalin, 2012) sugiere, para el caso de Chile, que la identidad de los grupos empobrecidos se construye de la mediación de la historia de la comunidad y del territorio que ocupan en la ciudad. Mientras que (Martínez, 1994) explora cómo la construcción de la identidad intelectual y artística en Cuba en la década de los ochenta fue reprimida por el gobierno. De los estudios relativos a la raza, (Bobes, 1996) analiza su peso en Cuba. Esta autora considera que en la Isla existe un clivaje racial que se encuentra detrás de los distintos movimientos políticos y sociales que han marcado su historia, un clivaje que genera una red de sentido fundamental para entender cómo los cubanos se perciben a sí mismos y a los Otros. El trabajo de Bobes resulta sugerente porque permite observar cómo los prejuicios raciales tensionan incluso las lógicas de igualdad legal que impulsó la Revolución cubana en la segunda mitad del siglo XX.
Religión
Los movimientos religiosos han sido examinados en función de dos momentos: a) como respuesta a procesos generalizados de crisis social, y b) por sus vínculos con los regímenes autoritarios. Al primer caso pertenece (Meléndez, 1993), autor que examina el peso de las Iglesias en una Centroamérica que durante los ochenta estuvo marcada por la violencia, la represión y la introducción de las políticas neoliberales. El argumento de Meléndez se concentra en mostrar cómo ese periodo fue acompañado de una “convulsión religiosa” caracterizada por la presencia de grupos pentecostales, la iglesia de los pobres y las comunidades eclesiales de base, corrientes que buscaban proporcionar salidas espirituales a un contexto social, político y económico adverso a través de nuevas expresiones rituales. Un texto de temática semejante es el de (Villamán, 1993). Este autor analiza el perfil religioso católico y protestante en República Dominicana resaltando las prácticas que estos movimientos imprimen en la sociedad civil, con lo que la dotan de capacidades que le permiten recuperar su fuerza de mediación y arbitraje social, proporcionando así la esperanza de que es posible la transformación social. (Segato, 1993), por su parte, estudia cómo las transformaciones y cambios sociales en el Brasil impulsaron un resurgimiento de la religiosidad candomblé. En esta misma tesitura, (Mallimaci, 1993) explora, para el caso argentino, el mercado de bienes simbólicos y de salvación mostrando la debilidad que enfrentaban en ese entonces los procesos de secularización y el propio proyecto de la modernidad en el país austral. En un segundo momento se encuentran los contenidos que analizan los vínculos de ciertas expresiones religiosas con las dinámicas autoritarias en la región. Por ejemplo, Donoso (1998) da cuenta del crecimiento de la Iglesia metodista pentecostal en Chile y muestra que el incremento de su feligresía -sobre todo en la década de 1960- estuvo vinculada a las relaciones clientelares que esa institución religiosa estableció con el Estado. Más recientemente, (Schenquer, 2016: p. 32) expuso la relación entre la religión judía y la dictadura en Argentina argumentando cómo en el campo “judeo-argentino hubo ‘ajustes’ (cambios o adaptaciones) que facilitaron la integración al nuevo orden social impuesto y permitieron marginar prácticas ‘peligrosas’ por las que se les hubiese catalogado de ‘subversivos’ -o de defensores de estos”.
La ciudad
Los trabajos sobre la ciudad se han caracterizado por subrayar cómo las sociedades y sus actores han oscilado entre los proyectos que impulsan el establecimiento de espacios públicos y aquellos que buscan segregar a la población (Schteingart, 2001). Esta tensión marca de manera particular el perfil de la ciudad en la región latinoamericana no solo en años recientes sino desde siglos atrás (Monnet, 2001). (García & Villá, (2001) analizan -tomando como referente la ciudad de Caracas- cómo la llamada violencia en las ciudades ha acelerado esos procesos de segregación, de los que el motor principal que los impulsa se encuentra en la instalación de distintos dispositivos de seguridad promovidos tanto por asociaciones de vecinos en urbanizaciones de sectores medios y altos, como por instancias gubernamentales. En este contexto, (Prévôt-Schapira, 2001) aborda la fragmentación urbana, sobre todo en Buenos Aires, que se alimenta de las dinámicas de la desigualdad social, el incremento de la pobreza y la movilidad social descendente de los sectores de clase media. Otros artículos publicados en Perfiles se han orientado a estudiar las dinámicas de poblamiento, los factores demográficos y el espacio, como elementos que explican los procesos de desarrollo de la ciudad en la región (Gracia, 2004). Así, (Arizaga, 2004) busca entender la ciudad en función de los estilos de vida de las clases medias -en particular las dinámicas de suburbanización en comunidades cerradas- destacando aspectos como los imaginarios, las identidades y las subjetividades de clase.
Medios de comunicación
Los distintos medios de comunicación, como la radio, la televisión, el cine y el Internet han sido abordados como procesos que instituyen redes y comunidades audiovisuales. Según (Piccini, 1996) y (García, 1996), los medios de comunicación permiten construir colectividades abstractas de duración variable que resquebrajan las lógicas tradicionales del espacio marcadas por la coincidencia y estabilidad de las relaciones personales. Si consideramos estas reflexiones como un marco para ordenar los textos que se han publicado en este sentido, cabe señalar cómo (Rosas, 1996) analizó en su momento el papel del cine en la construcción de imaginarios urbanos ligados a la migración de los espacios rurales en México. Para ella, el cine ha contribuido significativamente a fortalecer los estereotipos sobre las personas que llegan a la ciudad, pero también a los escenarios y tramas en los que se construye la ciudad como espacialidad receptora de migrantes. Asimismo, Aguilar (1996) planteó en términos más amplios cómo la prensa escrita, en específico la de la Ciudad de México, ha construido también un entramado simbólico y representacional de la ciudad, sobre todo de sus espacios públicos, sus actores y sus referentes espaciales, generando con ello una cierta opinión y vida pública.
Un ejercicio de interpretación del espacio público, pero desde la radio, lo desarrollan (Giglia & Winocur, 1996). Para estas investigadoras, la participación de la ciudadanía en espacios radiales permite entender algunos de los procesos de significación y resignificación de la noticias por parte del público, y cómo los medios reutilizan esto para legitimar cierto tipo de discursos hegemónicos. Una caracterización que es posible hallar en Argentina, cuando (Artese, 2011) desglosa el tratamiento que la prensa de ese país otorgó a la protesta social entre 1996 y 2002. Según esta investigación, dicho tratamiento permitió criminalizar actores y justificar el ejercicio de la represión política. Si bien es cierto que los medios de comunicación generan y reproducen la exclusión, como muestra (Vernik, 1996), también lo es que en otros casos generan dinámicas de solidaridad. Así lo muestran (Giglia, 2001) y (Santos & Pérez, 2016); el uso de la Internet y la radio permiten a las comunidades transnacionales crear una identidad y mantener relaciones afectivas. Otros trabajos como los de (Tavera, 2001) y (Winocur, 2001) señalaron claramente que estos medios facilitan, con sus limitaciones, la creación de “microesferas públicas” de debate o “áreas conversacionales” que refuerzan la solidaridad en las movilizaciones colectivas de la sociedad civil.
Violencia e inseguridad
Los temas de violencia e inseguridad, así como de las estrategias para combatirlas, han dejado registro en las discusiones de Perfiles Latinoamericanos. (Salazar, 2010), por ejemplo, examina lo que llama “mercado de la barbarie”: el establecimiento de la violencia como referente mediato que se impone en las dinámicas y relaciones cotidianas de los habitantes de la frontera norte de México; un mercado que articula los miedos de la población, los medios de comunicación y la construcción de un rostro de la ciudad caracterizado por su violencia. (Lagunas, 2010), por su parte, muestra cómo la globalización de la información y sus productos trae consigo la expansión mundial de la industria del sexo. Para este autor, las cadenas y redes de prostitución y tráfico de personas han generado una dinámica de violencia y poder que refuerzan las lógicas de dominación de los países del Norte hacia los del Sur. Desafortunadamente, para (De la Torre & Álvarez, 2011), una parte importante de esta violencia se alimenta de la presencia de prácticas que impiden la aplicación del Estado de derecho y por la implementación de políticas de populismo punitivo, las cuales van de la mano, paradójicamente, con un tema que (Quintana, 2013) considera central: la implementación de políticas que desplazan el debate sobre la seguridad pública a la responsabilidad de la “prevención familiar”.
Dentro del tema de las políticas públicas contra la inseguridad y los actores que las llevan a cabo se han publicado en Perfiles Latinoamericanos distintos trabajos. Tomando como referente empírico el caso de México y Argentina, (Bergman & Flom, 2012) discuten cómo el desempeño policial explica en gran parte la variación de la confianza de la ciudadanía en las políticas de seguridad; un asunto central, sobre todo en México, lo cual avalan (Ruiz & Azaola, 2014) con su artículo sobre la corrupción en las organizaciones policiales. Estos autores muestran cómo las instituciones funcionan a partir de mecanismos autoritarios y discrecionales. Sin embargo, al parecer no todo son malas noticias, (Ansolabehere, 2014) observa que en las instituciones jurídicas es posible encontrar cuando menos una fuerte difusión de las normas internacionales de derechos humanos. Si bien, como lo afirman (Meneses & Quintana, 2016), a veces la aplicación de la ley depende sustancialmente del tipo de investigación criminal cunplida previamente.
Sociedad civil y ciudadanía
La sociedad civil y la ciudadanía fueron tema de la revista desde sus primeros años. Sin duda, un texto señero fue el de Norbert Lechner de 1994, en donde plantea la necesidad de considerar que el concepto de sociedad civil nunca ha sido claro y unívoco y que existe en el ánimo de los académicos la creencia de que es una fórmula cuasi mágica que explica el espacio de la construcción democrática, por lo que se mitifica como una fuerza que podría resolver la mayor parte de los problemas que se generan en la esfera política. En este sentido, Lechner llama a considerar el carácter problemático de dicho concepto en relación a las esferas del mercado, el Estado y la democracia, advirtiendo que la sociedad civil tiene una relación compleja con estas esferas. Su texto invita a pensar en esa complejidad y dejar de lado la idea de que la sociedad civil puede por sí misma colonizar las otras esferas sociales. El texto de Lechner marcó la pauta de otros trabajos que se preguntaron: ¿es necesario entender la construcción democrática a partir de la dicotomía sociedad civil versus Estado? (Castro, 1999), ¿no implica más bien una relación compleja entre ambas partes de la oposición? (Bobes, 1995). Cuestiones que el trabajo de (Whitehead, 1999) discutió particularmente.3 Para este autor la estabilidad de las nuevas democracias latinoamericanas estaba firmemente vinculada con el grado de fortaleza de la estructura de la sociedad civil. Un referente de reflexión que (Ortiz, 2006) utilizó años después para afirmar que los procesos de democratización en la región no habían cumplido con las expectativas que se tenía de ellos gracias a que se careció de una ciudadanía fuerte.
Desafortunadamente el tema de la sociedad civil y los procesos de democratización terminaría por seguir otros derroteros. Como (Rabotnikof, 1999) sugería, la sociedad civil se redujo en gran parte a un tema limitado a la participación de cierto tipo de ciudadanía. Para esta autora, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial terminaron por considerar a la sociedad civil como un interlocutor central a costa de constreñirla a las redes de las organizaciones no gubernamentales. Estas últimas han terminado por convertirse en las formas de participación societal consideradas como “verdaderamente civiles”, instaurando con esto la premisa de que su tarea central radica en la generación de capital social y buenos gobiernos. Esta estrecha definición de sociedad civil es la que ha servido de marco para el desarrollo de ciertos análisis, como los de (Hernández, 2007) y (Zito & Aspinwall, 2016). El primero exploró las características y contribuciones de las organizaciones no gubernamentales de VIH-sida en México, y los segundos, el peso de los grupos ambientalistas en el contexto de la Unión Europea y en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Teoría para América Latina
Las discusiones teóricas han girado en torno a tres grandes temas: a) conceptos y sistemas teóricos, b) el sentido de la cultura en el análisis social, y c) el papel de la modernidad en el desarrollo de América Latina. Con respecto al primero, (Makowski & Constantino, 1995) reflexionaron en la segunda mitad de los años noventa sobre el concepto de complejidad como campo de visibilidad, en el que la diferenciación sistémica y la creciente interdependencia entre las distintas esferas permiten comprender procesos de subjetividad, identidad, acción colectiva y sociedad. En esos mismos años, (Portes, 1998) emprendió una crítica a los enfoques mercantilistas detrás de las políticas neoliberales puestas en marcha en América Latina. Portes sostenía la inexistencia en esta posición teórica de una explicación sobre las articulaciones entre economía y estructura social. Su apuesta fue trabajar con los conceptos de red social, capital y encaje social, al tiempo de considerar las consecuencias inesperadas de las interacciones sociales. Desde su perspectiva, este tipo de herramientas conceptuales permitirían articular las esferas institucionales, las estructuras sociales y las dinámicas demográficas. Sobre cómo entender la articulación de distintas esferas de la acción, (Salles, 2001) analizaba el vínculo micro-macro. Para esta socióloga, la pugna entre lo micro y lo macro se había tratado de resolver de distintas maneras en el mundo de la sociología. Su reflexión daba cuenta de cómo se habían generado propuestas integradoras que pretendían superar posturas polares y reduccionistas en esa discusión.
Por su parte, (Giménez, 1999) buscó delimitar el campo de la investigación cultural desde una reflexión teórica y epistemológica. Años más tarde, (Sánchez, 2006) emprendió una crítica a los trabajos de corte cultural y llamaba a cuestionar las tendencias hacia el culturalismo en las ciencias sociales. Esta perspectiva, sugería, está asociada a las obsesiones sobre la etnia y la identidad, una mirada relativista que lleva a interpretar y justificar cualquier hecho social en razón de las diferencias culturales. Sánchez apostaba a llenar la esfera cultural de contenido social, ya que en la primera subyacen relaciones de poder y estructuras objetivas que les dan soporte. Esta tensión entre los mundos objetivo y subjetivo, material y cultural es un debate clave en sociología que impregna distintas discusiones. Una de estas la desarrolla (Cisneros, 2001) cuando aborda el tema del racismo. Para este autor, el racismo implica una de las formas de intolerancia en las sociedades contemporáneas, que se construye en el ámbito social y en la esfera política -en tanto ideología- y que permite producir y reproducir cierta jerarquía social: con base en ciertos atributos naturales, físicos e incluso culturales, el racismo se instituye en una economía política del espíritu que origina poderosas dinámicas objetivas de exclusión social.
Finalmente un tema central de reflexión teórica ha sido la compleja relación que existe entre modernidad y América Latina. (Lechner, 1998) señalaba que los proceso de modernización en la región habían generado procesos de transformación sin parangón en la estructura social y económica, que habían trastocado la vida diaria de la gente. En ese entonces Lechner afirmaba que si bien esto había sido un tema central de la reflexión social en la región, existía un déficit del estudio sobre los efectos culturales de la modernización latinoamericana. Tomando a Chile como referente de reflexión, Lechner exploraba cómo se había construido un ambiente de malestar entre la sociedad -localizado en el miedo al otro, a la exclusión y al sin sentido-, producto de la inseguridad y la incertidumbre que aparecen por la modernización. La idea de que esta no es un proceso lineal que garantiza el desarrollo lineal de la sociedad también la expone (Gallucci, 2009), en especial cuando analiza la huella que las distintas trayectorias históricas nacionales imprimen a los procesos de modernización que se implementan en cada país de la región. Desde las ciencias sociales latinoamericanas se han hecho esfuerzos diferenciales por comprender estos procesos. Como bien apuntan (Yocelevzky, 2015) y (Cortés, 2015), el desarrollismo, el dependentismo y el neoliberalismo han sido tres aproximaciones teóricas, metodológicas y políticas para entender e impulsar los procesos de modernización.
Más que una sociología regional
Las discusiones brevemente reseñadas significan un esfuerzo importante por dar cuenta de la realidad latinoamericana, y son una aportación para pensar la sociología en un sentido más extenso. Efectivamente, en cada uno de los textos se observa una particular manera de usar conceptos y planteamientos sociológicos sin inscribirse necesariamente en una posición que clama la construcción de un pensamiento parroquial, adscrito a la idea de una América Latina desconectada de los debates a nivel global. Más que un esfuerzo por decolonizar la sociología uno encuentra en todos estos artículos una clara intención de abrirla a debates más amplios. Esta afirmación no quiere decir que lo publicado en Perfiles Latinoamericanos solo aporte elementos adicionales a los debates a escala global, como si fueran apéndice o discusiones ad hoc al debate en los países centrales, o que solo contribuyen a consolidar un conocimiento acotado a una región específica. Partir de posicionamientos de este tipo solo conduce a pensar que nuestra realidad está desconectada de las que se viven en las sociedades donde la sociología surgió por primera vez, o que la realidad latinoamericana es una especie de imagen deformada de otras -la europea, la estadounidense-, en la que conceptos como ciudadanía, sociedad civil, modernidad, democracia o identidad se aproximan a un modelo que se juzga más auténtico. Pensar así alimenta la idea de que los contextos nacionales donde nacieron esos conceptos son espacios con una capacidad endógena tal -mayor que otras regiones del mundo- que pueden crear figuraciones sociales inéditas y maneras de pensarse a sí mismas. Asumir esta posición sugeriría que América Latina estaría destinada a ser una réplica que debe pensar con conceptos modificados de otras realidades o a construir un pensamiento alternativo desgajado total o parcialmente del conjunto de la teoría sociológica construida hasta ahora.
Lo más grave de seguir tal camino es que se reproduce la falsa idea de que los procesos sociales en la región se encuentran desconectados del mundo y, que de igual forma, los conceptos y debates sociológicos que se dan en América Latina son sustancialmente distintos. Lo cual conduce a veces a pensar que la sociología está condenada a arrojar conocimientos regionales que apelan por una sociología africana, caribeña, asiática, oriental o del medio oriente, propiciando un mosaico de sociologías cerradas, ilusoriamente sustraídas del debate internacional. Esta estrategia terminaría por llevar a una posición ingenua en la que el pensamiento sociológico se sostiene apelando solo a los referentes de realidades específicas. Siguiendo a (Bhambra, 2014), las formaciones sociales que por sus condiciones dieron pauta a la creación de la sociología no pueden entenderse solo por un conjunto de fuerzas internas propias de un país o una región. Son producto de interconexiones globales que anteceden incluso al nacimiento de la sociedad moderna y de la propia sociología. Interconexiones hechas de diferentes formas de dominación, apropiación, posesión y desposesión, entre lo que hoy conocemos como el Norte global y el Sur global.
Como señala (Bhambra, 2007), los debates sobre la ciudadanía, la sociedad civil, la identidad, la religión, la democracia, el desarrollo y las subjetividades, se acuñan en cierto contexto europeo y estadounidense porque las condiciones de dominación colonial y poscolonial permitieron la creación de los contextos para que esas figuras emergieran como cristalizaciones sociales y categorías analíticas. Pero aún más, gran parte de las dinámicas que hoy se asumen como propias de los países occidentales, se deben a las conexiones que estos tenían con sociedades no occidentales. Así, no se puede entender, como sugiere (Bhambra, 2007), el avance tecnológico del renacimiento europeo sin la conexión de Italia con Oriente. Tampoco se puede comprender el desarrollo económico de Inglaterra sin las posibilidades de mercado que produjo el dominio colonial, ni mucho menos entender la construcción del mito del Estado-nacional sin dar cuenta de esos mismos procesos de dominación (Abrams, Gupta & Mitchell, 2015). (Bayly, 1993) ha señalado, por su parte, que la construcción de las formas de vigilancia y supervisión de los Estados europeos, para uso interno y para el control colonial un siglo después, fueron importados de las prácticas de gobierno de las sociedades indias. En términos de categorías de análisis, (Buck-Morss, 2000) ha mostrado que la reflexión sobre la dialéctica del amo y el esclavo desarrollada por Hegel en su Fenomenología del espíritu solo se entiende cuando se da cuenta del impacto que tuvo la revolución de independencia haitiana en el filósofo alemán. En este tenor, por ejemplo, habría que preguntarnos qué tanto debe la teoría de los movimientos sociales de Touraine a los años que él pasó en América Latina. Con estos ejemplos se quiere ilustrar la idea de que ciertos procesos y conceptos no son necesariamente “externalidades” para los países no centrales. Su comprensión pasa por entender la conexión que existe desde tiempo atrás entre lo que hoy se conoce como el Sur y el Norte globales.
Los artículos sociológicos publicados en Perfiles Latinoamericanos aquí reseñados deben considerarse como parte de una red más amplia de la teoría sociológica, una reflexión que todavía está por hacerse: conectar explícita y claramente el desarrollo teórico que se produce en la región -de lo que los contenidos de Perfiles latinoamericanos son una muestra- con los debates teóricos en otras latitudes. Esto obligaría a reflexionar sobre cómo se entrelazan los sistemas de acción aquí revisados con las teorías más generales en otras partes. Solo con ese acoplamiento se lograría que el legado ahora visto como extraño -el de Europa y Estados Unidos- sea aceptado como interno -que forma parte de una sociología global-. Pero más importante es conseguir que en los polos europeos y norteamericanos se reconozca la conexión internacional sobre la que se ha construido el conjunto de la sociología -es decir, “provincializando” a los polos centrales (Chakrabarty, 2000)-, obligando a observar cómo un contexto regional particular siempre hace referencia a procesos globales.
Habría que hacerse preguntas tales como ¿en qué medida los movimientos feministas en la región contribuyen a entender las luchas colectivas de las mujeres y su definición como sujetos en otros contextos? ¿Qué tipos de democracia y de desarrollo se pueden construir en Occidente con la aportación que han hecho los grupos originarios? ¿Qué nos dicen los movimientos sociales en relación a la construcción de derechos y el acceso a una vida mejor en la definición de la acción colectiva en otros escenarios sociales? ¿Cómo la construcción de identidades, subjetividades y religiosidades puede interpelar a la forma tradicional de cómo se define el hombre moderno? ¿De qué modo el desarrollo de las ciudades en la región muestra dinámicas que no son perceptibles a primera vista, pero que están profundamente presentes en el resto de las ciudades del mundo? ¿Cómo se usan y apropian los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de una manera que permite entender el carácter global de estas últimas? ¿Cómo es que la violencia que se vive en Latinoamérica puede permitirnos entender la forma en que puede constituirse en una esfera de sentido en sí misma como sucedió (no hay que olvidarlo) en Europa en el siglo XIX y en buena parte de la primera mitad del siglo XX? ¿De qué forma el significado de la sociedad civil y la ciudadanía en la región pueden contribuir a alcanzar un modelo de ciudadanía más universal? Todas estas preguntas apuntan a que la realidad latinoamericana genera procesos de comprensión particulares que son al mismo tiempo universales. Por una parte, porque se encuentran ligados a dinámicas globales más amplias en el orden político, económico y cultural; pero, por otra, porque las categorías sociológicas que les dan cuerpo tienen como origen teorías que han sido construidas en conexión con múltiples realidades y tradiciones de pensamiento que no están necesariamente alimentadas o ancladas en un solo país o región del mundo.
A manera de reflexión final
( Roger Bartra, 2013) puso en la mesa de discusión, a través de Perfiles Latinoamericanos, una reflexión sobre lo que él entiende como una de las preocupaciones centrales entre quienes hacen ciencias sociales en la región. Su argumento es que los investigadores se enfrentan al dilema de seguir el camino de la reproducción de las formas de hacer investigación social o de aventurarse a innovar en nuevos campos, metodologías y formas de entender teóricamente lo social. Mantenerse en la vía de la producción de la “ciencia normal” o en la vía de la “ruptura” involucra, según él, valores y posicionamientos sobre el sentido y el fin de la producción científica. Un dilema que, paradójicamente, alimenta y da fuerza al trabajo de investigación en las ciencias sociales. Una forma de abordar esa disyuntiva entre reproducir e innovar pasa por problematizar cómo ella se ha constituido en la interrelación y coproducción entre la sociología latinoamericana y la sociología global.
Sería ingenuo afirmar, no obstante, que esto es un esfuerzo estrictamente teórico. Sería ignorar las condiciones de desigualdad institucional y de distribución asimétrica del poder que se mueven debajo de la producción sociológica a escala global. Como lo indica (Mignolo, 2014), si no se abordan seriamente las asimetrías económicas e institucionales que marcan la construcción del conocimiento entre los países -las cuales devienen mecanismos diferenciales de distribución y visualización del saber-, no se está en condiciones de impulsar un proyecto que explicite la conexión entre la producción latinoamericana con las sociologías que se hacen en Europa o Estados Unidos. Se requiere no solo la decisión individual de pensar en términos de sociologías conectadas, es indispensable también la voluntad institucional por encontrar nichos de comunicación que permitan concretar dichas conexiones. Aquí está uno de los principales retos que enfrenta la sociología latinoamericana. Hay sin duda instituciones que tienen las capacidades y recursos para construir puentes de diálogo más simétricos, y Flacso México es una de ellas. Como hace poco lo decía (Stavenhagen, 2014), esta Facultad es uno de los esfuerzos más significativos por construir una sociología latinoamericana no provincial, sino universal; Perfiles Latinoamericanos, representa un logro institucional que permite hoy en día sentar las bases para conectar la sociología de nuestra región con otras partes del mundo.