Decidimos proponer este número temático de Alteridades que lleva por título Aproximaciones a la noche urbana, porque hemos pretendido atender esta especie de diurno-centrismo dominante en los análisis, presente no sólo en las ciencias sociales, sino particularmente en los de la antropología mexicana, cuyas etnografías sobre la vida social nocturna aún son escasas. Al igual que las antropologías de otras latitudes, y para ampliar el análisis social y cultural, en este número hemos reunido un conjunto de artículos en los que se vuelve la mirada etnográfica hacia otras condiciones, temporalidades y espacialidades donde lo nocturno, la noche y la ciudad alojan formas particulares de habitar los espacios públicos, donde una diversidad de actores despliega un conjunto de prácticas culturales productoras de la noche urbana y del sentido de habitarla. La obscuridad de la noche urbana propicia la emergencia de prácticas, imaginarios, representaciones y subjetividades nocturnas que dialogan con sus contrapartes diurnas. ¿Por qué hasta ahora se publica un número sobre la noche? ¿Será que por su propia obscuridad y, a veces su negrura nocturna, la han invisibilizado?
Recordemos que la invisibilidad ha sido fuente de diversos malestares y luchas sociales por obtener derechos cívicos y humanos en las sociedades. En la academia, la lucha contra la invisibilidad y todo lo que la acompaña la ha transformado. A manera de ejemplo podemos recordar que desde el siglo pasado, pero sobre todo en su último tercio, en las ciencias sociales se fue incrementando de manera paulatina cierto malestar frente a una parte de la producción académica hegemónica, que incluso se extendió hacia la clásica y la contemporánea. Los primeros planteamientos fueron formulados por colegas investigadoras que cuestionaban a las disciplinas sociales a las que consideraban como impregnadas, o contaminadas, por sus condiciones materiales de producción intelectual. Al ser los hombres quienes hegemonizaban los distintos campos disciplinarios, mucha de esa producción académica invisibilizaba las contribuciones femeninas e, incluso, al comunicar sus aportaciones, el propio lenguaje utilizado estaba codificado de tal forma genérica que excluía a las mujeres. Por ello, tales aportaciones fueron calificadas como saberes androcéntricos, patriarcales, si no es que misóginos. Sin duda lo que empezó como un malestar se convirtió en un nuevo posicionamiento epistémico visible no sólo en la antropología, sino en otras ciencias sociales. De igual forma, otros aportes disciplinarios publicados en inglés, procedentes de revistas y ediciones norteamericanas y europeas, han sido calificados como productos de un norte global que es hegemónico en la academia internacional, la cual no manifiesta mucho interés disciplinario por conocer lo que es escrito y publicado en español o en otras lenguas de un sur global, periférico o marginal académicamente. Por tal razón, también a estos colegas, a sus productos académicos y a sus textos se les califica como eurocéntricos o, al menos, como anglófilos. Podemos reconocer en estos reclamos, y en los anteriores, que las invisibilidades, silenciamientos y desigualdades que se subrayan en sus cuestionamientos han sido productivos, al permitir generar nuevos enfoques: tanto las epistemologías feministas, como las epistemologías del sur.
Sin embargo, tales posicionamientos epistémicos no resuelven aún otras invisibilidades, ausencias o silenciamientos en muchos de los análisis de la vida social. A guisa de ejemplo recorda mos que ante la diversidad etaria podríamos considerar a nuestras disciplinas antropológicas como adultocéntricas en esencia, por el relativamente escaso interés que despiertan las infancias y las ju -ventudes como etapas relevantes de la vida, por no hablar de la condición de las personas adultas mayores que, en sociedades como la nuestra, son un resultado reciente de la prolongación de la esperanza de vida y aparecen cada vez más como un segmento significativo en términos demográficos. Pero regresemos a la noche.
Dos antropólogos, Burkhard Schnepel (alemán) y Eyal Ben-Ari (israelita), quizá hayan sido los pioneros en plantear cómo dar los primeros pasos hacia una antropología de la noche en un artículo titulado: “‘When darkness comes…’ Steps toward an anthropology of the night” (Schnepel y Ben-Ari, 2005). Un año más tarde, Schnepel, ya en solitario, publicará un trabajo titulado “Strangers in the night: The making and unmaking of differences from the perspective of an anthropology of the night”, donde desarrollará y afinará parte de lo publicado con anterioridad e intentará dar un paso más hacia una antropología de la noche preocupada por las prácticas y representaciones sociales que tienen tanto la noche como el día y que comúnmente son asociadas a la manera de pares de oposiciones:
oscuridad versus luz; frío versus calor; caos versus orden cósmico; lo impredecible versus lo previsible; lo oscuro versus lo manejable; lo oculto versus lo transparente; fuerzas del mal versus fuerzas del bien; pesadillas y miedo en el sueño versus razón y optimismo en la vigilia; engaño e ilusión versus verdad y sabidu ría; peligro versus seguridad; naturaleza versus cultura; contaminación versus pureza; muerte versus vida, y así sucesivamente. [Y agrega en un pie de página que:] La primera oposición entre obscuridad y luz debería recibir especial tratamiento porque es más esencial y dominante que las otras y tiene sus propios “seguimientos” [“follow-ups”]. La obscuridad es casi siempre y en cualquier lugar hecha sinónimo de la noche, como la luz lo es del día. Entonces más, que menos frecuente, la luz es considerada como mejor que la obscuridad como cuando, por ejemplo, las fuerzas del mal son obscuras o, al resolver un problema intelectual, se arroja luz a la cuestión [Schnepel, 2006: 125-126 y n5].
Schnepel retoma de Álvarez (1995: 35) la idea de que “la noche contiene todo lo que quieras poner en ella -y como no puedes ver, o puedes ver muy poco- ella da a tu imaginación un espacio ilimitado para trabajar [y que] es posible también encontrar ‘otras noches hiposagradas’ (por ejemplo, la noche de Navidad ‘silenciosa’) en contraste con ‘otras noches hipersagradas’ (como la ‘Noche de Walpurgisnacht’)” (Schnepel, 2006: 138). Entre otras propiedades sociales de la noche propone la idea de que “la noche refuerza e incluso multiplica las diferencias e injusticias experimentadas durante el día, parece tener más plausibilidad que su alternativa, a saber, que la noche ofrece alivio y reversión para los oprimidos” (Schnepel, 2006: 139-140). Por último, desde el punto de vista de las interacciones del actor señala que “La noche ofrece a uno un espacio para trascender el yo diurno y la personalidad de uno a través de fantasías, visiones divinas, sueños, creatividad artística, éxtasis sexual, violencia o simplemente ignorando la noche. Así, por la noche no sólo los otros son alterizados, sino que a veces uno mismo también es alterizado” (Schnepel, 2006: 140).
Es pertinente recordar que la antropología de la noche cobró legitimidad disciplinaria al inicio de la década pasada cuando un grupo de investigadores franceses encabezados por Jacques Galinier y Aurore Monod Becquelin (del Laboratoire d’Ethnologie et de Sociologie Comparative [CNRS]) publicó “The anthropology of the night” en Current Anthropology. La y el investigador siguieron esta línea heurística en un programa de investigación y difusión de larga data que inició en Francia y también fue impulsado en nuestro país en castellano. En otra obra titulada Las cosas de la noche. Una mirada diferente, Galinier y Monod nos presentan una obra colectiva en cuyo prólogo plantean que:
es indudable que la existencia humana se encuentra profundamente condicionada por las dos sucesiones en el interior del nictémero: así que resulta necesario examinar en qué difieren los órdenes socioculturales, respectivamente el diurno y el nocturno. En particular, ¿existe una suspensión de las representaciones sociales de la persona, una especie de libertad por lo que estaría oculto a la vista o, al contrario, las obligaciones son más severas que las impuestas por el modelo cultural diurno, en razón de los miedos y de los peligros que se intuyen? En verdad, sería preciso interrogar las visiones del mundo de los observadores y de los observados, y preguntarse si la antropología (continental en particular, por su herencia durkheimiana) no tendría una dificultad particular en asumir su propia noche teórica, por haber rechazado hasta una época reciente, cualquier tentativa de psicologización de la esfera privada, a pesar de que en cada sociedad bien ordenada, los individuos sufren tensiones y desplieguen modalidades defensivas en contra de un medio ambiente político y social amenazante, el de la noche. […] La investigación sobre la noche hace resaltar una serie de constreñimientos con los cuales se tienen que enfrentar las sociedades humanas y sobre cómo las manipulan. Son individuales y colectivas a la vez, no hay que disociarlas. En primer lugar, una organización específica del espacio que permite al cuerpo estar instalado, en un medio ambiente estable, protegido, o al contrario preparado para actividades que pueden tener lugar únicamente durante la noche. A nivel de los grupos, de las comunidades, de las tribus, de las ciudades, estas adaptaciones tienen un eco muy fuerte respecto de los sistemas de representación de la noche, y sobre la manera en que la noche es objeto de creencias y de respuestas rituales. En segundo lugar, no se puede decretar un orden de causalidad mecánica entre los ritmos biológicos y el patrón cultural del tiempo nocturno, ni por lo que concierne a las fases de descanso, ni para las actividades económicas o ritualizadas [Galinier y Monod, 2016: s. p. ].1
Por su lado, desde 2014, Aurore Monod Becquelin ha sido la directora de la colección de libros Anthropologie de la nuit, que ha sido editada por la Société d’ethnologie (Nanterre).2 En su conjunto, tanto la colección “Antropología de la noche”, dirigida por Monod, como Las cosas de la noche. Una mirada diferente, de Galinier y Monod, ofrecen diferentes análisis y etnografías de la nocturnidad en distintos grupos étnicos y lugares del mundo, lo mismo desde perspectivas etnológicas, como desde las antropologías de los mundos contemporáneos; análisis con los que accedemos a “diferentes experiencias sobre uno de los universales menos conocidos de la literatura antropológica, en sus muy diversas formas y experiencias: la noche” (Monod Becquelin, 2014-2023: s. p.). Por último, es necesario apuntar que la antropología de la noche contemporánea se ha desarrollado transdisciplinariamente; retoma elementos de otras ciencias, no sólo de las que estudian el sueño, sino en particular los aportes de los estudios de la night time economy (NTE) que surgieron en 1994 (Straw, 2020). Conviene reconocer que los estudios de la NTE han sido los pioneros en México en documentar de manera comparativa, y muchas veces etnográficamente, los universos nocturnos urbanos locales y de otras latitudes (Mercado Celis y Hernández González, 2020).
En este contexto intelectual hemos constituido este número de Alteridades, donde consideramos que, así como la construcción espacio-temporal de la noche es repositorio y catalizador de lo lúdico, el binomio intimidad-extimidad, divergencias y disidencias, que con un carácter predominantemente -aunque no exclusivamente- joven se vuelve punto de encuentro intergeneracional y constructor de identidades; en concordancia, el conjunto de artículos que conforman este dossier se integra con investigaciones propositivas que desde diferentes latitudes nutren, discuten y formulan nue vas aproximaciones a la noche urbana. El primer artículo, de autoría nuestra, se titula “Hacia una antropología de la noche urbana”; en él nos propusimos caracterizar, problematizar y diferenciar la noche a partir de las distintas prácticas lúdicas o laborales presentes; esto nos permitió identificar las diversos usos, sentidos y significados de la noche privada/cotidiana (lo nocturno - noctis) y la noche social que trastoca los márgenes cotidianos (la nocturnidad - noctem).
Con una postura analítica de las formas en que la producción de nocturnidad se genera de modos diferenciados, con intensidades diversas y desde un acercamiento etnográfico en dos escenas musicales (recitales de rock y fandangos comunitarios) Homero Ávila Landa y Elissa Rashkin analizan los sentidos de división y estructuración del tiempo lineal en el pensamiento moderno occidental y añaden órdenes de frío, templado y caliente a las producciones y experiencias de nocturnidad. Es así como, en su artículo “Producción de nocturnidades: las escenas del rock y del fandango en Xalapa, Veracruz”, la metáfora el rock quema la noche, mientras el fandango la arrulla se vuelve un ilustrativo canal que explica los ciclos y la diversidad de la nocturnidad urbana.
En continuidad con un orden de nocturnidad (noctem) de intensidad caliente, “Noche y oscuridad en la caza de sexo gay”, de Salvador Cruz Sierra, se centra en el ligue o cruising gay que, aunque puede suceder durante el día, al replicarse durante la noche en los cuartos oscuros aprovecha las tramas de sentido lúdico nocturnas, y la ausencia de luz, para dar pauta a prácticas de seducción y encuentros sexuales anónimos en escenarios no virtuales. Mediante un particular e interesante enfoque de narrativas en retrospectiva, con testimonios de hombres de entre 60 y 85 años que vivieron estos espacios en los años cincuenta y sesenta, Cruz analiza la manera en que miradas adultocéntricas y edadistas, prácticas clasistas, racistas y homofóbicas han perpetuado estereotipos, prejuicios y violencias en la noche gay; asimismo, propone que este tipo de entregas sin afecto también pueden significar la base de la conformación de otras formas de ser y estar con otros.
En “Las nocturnidades: una propuesta de análisis”, dando cuenta de la multiplicidad de espacialidades y contextos de la noche social, así como de la ausencia de las comunidades de zonas conurbadas en los estudios de la noche y mediante trabajo etnográfico en dos contextos regionales contrastantes social y culturalmente en el estado de Puebla (San Miguel Canoa y Cholula), Ernesto Licona Valencia propone el concepto de nocturnidades en plural, para referirse a las construcciones socioculturales que generan experiencias disímiles a partir del tiempo-espacio y actores-lugares, así como la vasta potencialidad de análisis que una línea de investigación centrada en las nocturnidades puede aportar para romper con sesgos, tendencias y vacíos investigativos.
Cierra la sección de este dossier, que abarca múltiples espacialidades, temporalidades y representaciones de la noche social urbana, el cuidado texto “Noche joven: aproximaciones a la historia de la conquista juvenil de la nocturnidad en México”, presentado por Ivonne Meza Huacuja, nos traslada a la noche del pasado mediante el análisis situado de imágenes, diálogos de la famosa película Los Caifanes (1967)3 y una nutrida bibliografía histórica de la vida nocturna juvenil metropolitana de la Ciudad de México, desarrollada durante el periodo de 1940-1960. Con un estudio de la dimensión temporal de la noche sustentado en Norbert Elias (1989) brinda un análisis de la postura estatal y de las producciones culturales de la época, que afectan a las juventudes y la noche desde la década del setenta, para repensar las significaciones culturales de las noches mediadas por quienes las han habitado y las siguen habitando.
Transitando hacia la segunda parte de este número de Alteridades, la conexión del dossier con la sección de Investigación Antropológica se establece con la presencia de desigualdades, accesos diferenciados y principalmente las violencias, elemento que en mayor o menor medida está presente en todo el número. Con un trabajo de investigación participación acción, el artículo de Jairo Antonio López y Malely Linares Sánchez, titulado “El tejido colectivo como práctica estético-política frente a las violencias en México”, explora las violencias que van más allá del matar, es decir, las desapariciones forzadas vistas como hondas rupturas subjetivas y sociales, así como la manera en que a través de mecanismos de sanación colectiva como las “juntanzas” y la práctica del tejido en colectivo se propone a esta práctica como una forma de resistencia estético-política frente a las violencias en México.
En concordancia temática con el artículo previo, la investigación sobre madres buscadoras, la relación con el Estado y de éste con el crimen organizado, en una región del occidente mexicano, que realiza Isaac Vargas, complementa las condiciones adversas entre quienes buscan en las grandes ciudades y las diferencias con quienes la realizan en los estados del interior de la república. Con un claro anclaje en la teoría sobre los márgenes de Das y Poole (2004), en su artículo “Los márgenes de la desaparición: análisis del contexto mexicano” Vargas ilustra la forma en que estos márgenes operan como centro de una economía subterránea y también con vínculos entre autoridades y criminales, mediante una suerte de burocracia que simultáneamente se expresa en dos dimensiones: la percepción de las madres buscadoras referente a la conexión entre Estado y paralegalidad y como una sensación generalizada de abandono y desamparo por parte del primero hacia sus legítimas solicitudes de atención de sus familiares desaparecidos.
Además de las violencias, la arista conjugada del mundo del trabajo se suma a los dos últimos artículos del número, aunque en contextos y condiciones disímiles. Así, con una metodología de reconstrucción de narrativas (similar a la utilizada por Salvador Cruz) en este número Cristina Vera realiza un contundente trabajo de análisis, contextualización y reconstrucción de las memorias infantiles de mujeres que fueron sometidas a procesos de expulsión de sus comunidades y personas que fueron forzadas a migrar para trabajar en labores domésticas en Quito, cuando eran niñas y adolescentes. En su investigación se abordan las transformaciones por las reformas agrarias en comunidades rurales durante la década del setenta y, con una perspectiva feminista, reflexiona en torno a los vínculos de relaciones violentas y jerárquicas que estas mujeres experimentaron, pero, también, aquellas de sociabilidad y apoyo horizontal que hubo entre sus pares por condición y edad.
Para culminar esta sección, con una etnografía multisituada, “‘Trabajar en el mercado’. Condiciones sociolaborales de comerciantes de mercados públicos en la Ciudad de México”, María Susana Rosales nos presenta, mediante acertados testimonios y seguimiento de las políticas de la Ciudad de México, una panorámica de los horizontes de posibilidades en el ramo, las condiciones de precariza ción diferenciada por el estatus de propietario o empleado, así como las implicaciones del laborar (si acaso) con un día de descanso, sin seguridad social plena y durante jornadas extensas que conlleva el ejercicio de la maternidad y paternidad en el mismo espacio laboral.
Por último, en la sección de Lecturas se presentan dos interesantes recomendaciones, el ensa yo sobre la más reciente obra del antropólogo Rodrigo Díaz Cruz El fulgor de la presencia. Ritual, experiencia, performance (2023), en el que Camilio Sempio Durán reseña este “libro anfibio” elaborado de “manera entrelazada y en espiral” y, por último, muy a tono con el dossier, Josep Romans resume el contenido de la obra colectiva coordinada por Julio César Becerra y Rolando Javier Sa linas García titulada Del crepúsculo al anochecer: juventudes a través del trabajo, violencias y sus espacios (2023).