El contenido de este número de la revista Alteridades responde al interés generado por los procesos políticos que caracterizaron las elecciones celebradas en México en julio de 2018. Un panorama donde, por una parte, la participación ciudadana, si bien no extraordinaria en comparación con otras elecciones presidenciales, sí importante considerando que 62.6% del padrón acudió a las urnas. Por la otra, Andrés Manuel López Obrador obtuvo 53% de los votos -triunfando en 31 de las 32 entidades que integran la república-, mientras que el Partido Acción Nacional (PAN) 22% y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) 16% (además del triunfo de López Obrador, el Movimiento de Regeneración Nacional [Morena] ganó en 19 legislaturas estatales). La distancia entre el primer lugar y el segundo fue mayor a 30% de los votos, sólo rebasada por la conseguida hace 30 años por Miguel de la Madrid (del PRI) cuando contendió contra Gustavo Madero (del PAN). Además, el PRI retrocedió alcanzando únicamente 9% de la Cámara de Diputados y un punto más en la de senadores, pasando con ello a formar parte de los partidos minoritarios. Estas cifras denotan, a grandes rasgos, un cambio trascendente en la estructura partidaria del país.
Muchas de las reflexiones que se han hecho con respecto a los resultados electorales se dirigen a destacar que López Obrador gobernará con “una Presidencia sin contrapesos”; sin embargo, en su mayoría no buscan sus causas, sino los resultados políticos, encarnados en la posibilidad de ejercer la Presidencia sin que el Congreso sea impedimento para llevar a cabo sus propuestas. Dichos resultados, provocativos para reflexionar sobre el presente y el futuro del país, han estimulado el interés de Alteridades por participar y contribuir en el debate desde una perspectiva socioantropológica, para lo cual se ha reunido en este número a especialistas en procesos electorales que, en conjunto, enriquecen el mosaico analítico sobre lo acontecido en las elecciones de 2018.
La investigación etnográfica en la Ciudad de México realizada por Héctor Tejera Gaona durante el proceso electoral expone los efectos que en la cultura y actitudes políticas ciudadanas tuvieron las campañas proselitistas sustentadas en la estrategia de formar coaliciones políticas. Con un estudio en diferentes alcaldías, muestra que el propósito partidario de generar un efecto sinérgico que ampliara la posibilidad de obtener votos en el transcurso de los comicios mediante la formación de coaliciones actuó en contra, en especial, de la coalición Por México al Frente (PAN, Partido de la Revolución Democrática [PRD] y Movimiento Ciudadano). Los partidos de esta coalición, así como de Juntos Haremos Historia (Morena, Partido del Trabajo [PT] y Partido Encuentro Social [PES]), exhibieron tensiones internas a causa del reparto de candidaturas entre los partidos, que además llevaron a muchos líderes con influencia territorial a modificar sus apoyos electorales. Quienes abandonaron el PRD en la Ciudad de México lo hicieron por esta razón, y también estimulados por las encuestas electorales favorables a Morena. Las coaliciones entre partidos antagónicos reforzaron, asimismo, la convicción ciudadana de que éstos “solamente ven por ellos” y son poco confiables. En un sinfín de casos, los capitalinos votaron dejándose llevar por su confianza o suspicacia hacia los candidatos presidenciales. Los candidatos locales evitaron presentarse como postulantes de las coaliciones, por miedo a que los votos se dispersaran. El artículo revela que la contienda electoral tuvo tintes de confrontación violenta en algunos territorios, particular mente en zonas populares controladas por organizaciones afiliadas a uno u otro signo político. La tendencia fue a que los perredistas hicieran lo posible por evitar la pérdida de la elección. Tejera pone al descubierto que en las zonas populares las organizaciones clientelares continuaron siendo esenciales en el direccionamiento del voto, y que las coaliciones estuvieron asociadas a un imaginario partidista sobre el comportamiento electoral, porque en la realidad la mayoría de los capitalinos sufragó por un partido específico.
Los actos políticos de cierre de campaña son el espacio etnográfico a través del cual Sergio Tamayo analiza los procesos simbólicos asociados a la política; en concreto, en la relación entre partidos y ciudadanos, la cual devela los distintos proyectos de nación y ciudadanía. Dichos actos, sostiene el autor, hicieron emerger la cultura política partidista que impregnó el quehacer proselitista de todas las alianzas partidarias que contendieron en las elecciones de 2018. El performance político estuvo propiciado por la expresión del proyecto de nación que disputaron los partidos. Mediante una estrategia basada en etnografías multisituadas se profundiza en el contenido político-cultural de las alianzas surgidas de la formación de las dos principales coaliciones que actuaron en el ámbito electoral de la Ciudad de México, así como en la campaña del candidato del PRI a la jefatura de Gobierno. Enfocados como campo de confrontación (Bauman), los espacios donde se realizaron los cierres de campaña mostraron aspectos esenciales de la contienda electoral; principalmente, las tensiones internas generadas por las coaliciones y alianzas electorales, de las que sólo la encabezada por Morena logra sobreponerse como resultado del efecto cohesivo de su aspirante presidencial. Los lugares empleados para los cierres de campaña y las formas en que los partidos se apropiaron del espacio público responden a valores y prácticas en un contexto de alianzas que, en conjunto, son significativos para los ciudadanos. Si en dichos cierres se hicieron evidentes las contradicciones y tensiones entre el PAN y el PRD y en el PRI, en el realizado por López Obrador no se manifestaron; es más, el PES y el PT se diluyeron. Por último, Tamayo considera que los resultados electorales que relegaron a los partidos tradicionales han establecido un escenario donde pueden instaurarse nuevas formas de hacer política y constituir ciudadanía.
Uno de los elementos llamativos de las coaliciones electorales formadas para las elecciones del 2018 estriba en que las alianzas se caracterizaron por la vinculación de partidos que, en las clasificaciones ideológicas proverbiales, se ubican en sellos ideológicos distintos. El PAN formó coalición con el PRD en, como se ha dicho, Por México al Frente, mientras que Morena y el PT con el PES en Juntos Haremos Historia. Más allá del desgaste que esta situación generó en la credibilidad partidaria entre muchos ciudadanos de diversas tendencias políticas, en el primer caso hubo un efecto de mutua nulificación en cuanto a su eficacia política; contrario al efecto positivo que en comicios anteriores había tenido la alianza PAN-PRD, en particular para competir en contra del PRI. Ahora bien, ¿cuáles fueron las posibles causas que propiciaron el acuerdo entre Morena y el PES? Al respecto Carlos Garma analiza las posiciones de las diferentes religiones cristianas sobre el quehacer en la política, las raíces ideológicas que subyacen a la formación de un partido evangélico, así como la peculiar trayectoria político-administrativa de su dirigente. Destaca el hecho de que existen afinidades en la agenda moral que ha distinguido a la propuesta de López Obrador y las afirmaciones más genéricas del discurso del PES. En puntos neurálgicos de la discusión sobre los derechos humanos como la familia homoparental y el aborto, desde la campaña, López Obrador fue ambiguo o, de plano, evitó hablar de temas polémicos sosteniendo que se definirían en consultas posteriores.
La inclusión de la perspectiva de género en las campañas electorales es abordada por Gilberto Morales y Esperanza Palma, conjuntando tanto las propuestas programáticas sobre el tema por parte de los partidos contendientes como la agenda política que al respecto pusieron sobre la mesa proselitista los candidatos presidenciales Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade y Ri cardo Anaya. Se resalta el hecho de que ninguno de los candidatos tuvo una propuesta en términos estrictos, aunque sí una perspectiva particular que configura, nos dicen Morales y Palma, un sub-texto de género, el cual analizan en conjunto con las demandas que durante la campaña realizaron diferentes organizaciones feministas y LGBT+, que demandaron a los candidatos su compromiso con las agendas que ellas propusieron y que, en determinados momentos de las campañas, los candidatos se vieron forzados a debatir o acoger, aun cuando fuera en términos imprecisos. Además de examinar las plataformas electorales de los partidos que conformaron las coaliciones, se exponen resultados de una base de datos integrada con la información de un significativo número de periódicos nacionales y locales, revistas de análisis político, así como los Twitter y Facebook de los candidatos. De la exploración efectuada se desprenden propuestas para profundizar en el devenir de la agenda de género en la dinámica política del país; en particular del hecho de que todavía se une a temas relacionados “con la mujer”, lo que propicia una visión socioculturalmente matizada que tiende a reducir el tema. Si bien los autores no se refieren de modo explícito a ella (porque aborda los discursos de los candidatos presidenciales), la propuesta para “las jefas” en la propaganda de la candidata PAN-PRD a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México ejemplifica el constreñimiento que, incluso las mujeres candidatas, hicieron de la posible política de género, transformándola en propuestas para las mujeres y, sustancialmente, en una oferta clientelar.
En los últimos años, la violencia asociada con los procesos electorales se ha incrementado en todo el país. Debido a su trascendencia para la vida democrática nacional, en este número de Alteridades se incluyen dos textos sobre el tema: por una parte, Arturo Alvarado aborda la cuestión desde un ejercicio sustentado en la construcción de una base de datos cualitativa y cuantitativa que abarca el contexto nacional y redefine los resultados de estudios de caso; por otra, Emanuel Rodríguez proporciona un conjunto de propuestas de las razones y las formas de expresión de la violencia política y electoral en la Ciudad de México con base en la experiencia etnográfica.
Arturo Alvarado propone distinguir entre violencia política y violencia electoral; esta última, si bien forma parte de la primera, se expresa en los contextos electorales como un conjunto de acciones de agresión que no sólo lastiman a un régimen democrático, sino que desgarran los procesos electorales. En estas acciones incluye un amplio repertorio, que abarca desde el asesinato de los adversarios políticos hasta la invasión de las oficinas de los competidores, pasando por la violencia verbal asociada al género, entre muchas más. El propósito de dichas acciones es desarticular el funcionamiento legal y legítimo de una contienda electoral. Bajo este principio general se analizan algunos resultados fruto de una exhaustiva labor de compilación de información, con los cuales se dimensiona tanto la violencia electoral como los delitos electorales acontecidos durante las campañas electorales de 2012 hasta 2018 en toda la república. El trabajo minucioso hace posible distinguir la violencia generalizada que ha impactado al país de la violencia política y la electoral. El estudio muestra un incremento de la criminalidad en las elecciones de 2018, aunque Alvarado advierte que quizá ello se deba al aumento del número de candidaturas que contendieron en esas elecciones y a una mayor sensibilidad de la prensa ante estas acciones, no obstante, la cifra de casos dividida entre los puestos en disputa muestra una disminución de la violencia en relación con otros años. Con base en cuatro hipótesis interrelacionadas que vinculan competencia electoral, tipo de puestos o candidaturas en pugna, la existencia de conflictos locales y la presencia de la delincuencia organizada, observa que la violencia electoral fue en aumento en el periodo 2012-2018, de manera señalada en el ámbito local. También subraya que el partido más afectado ha sido Morena, y que Puebla sobresalió como la entidad donde más ilícitos se produjeron durante el proceso electoral, lo que es un probable indicador de un incremento de la violencia como resultado de una competencia partidaria más cerrada y de mudanzas en las afiliaciones partidarias.
La información etnográfica acumulada durante los últimos diez años de estudiar los procesos electorales en la Ciudad de México le permite a Emanuel Rodríguez hacer un recuento del aumento de la violencia electoral, caracterizado por la agresión cada vez más abierta hacia candidatos, militantes y ciudadanos. Pero, además de haberse incrementado, es creciente el repertorio de acción violenta como táctica política (por ejemplo, lo que eufemísticamente se denomina “juego de las sillas”, que no es otra cosa que deshacer un mitin a punta de sillazos), a la cual se suman los consabidos procedimientos de compra, coacción y manipulación de votantes y urnas. El empleo de la violencia como un expediente para obstaculizar las actividades proselitistas y atemorizar a los probables votantes tiene lugar en un contexto donde confluyen cuatro procesos centrales: la fragmentación de los grupos políticos como resultado de la existencia de facciones, y la agudización, entre éstas, de la competencia política y electoral; el empleo normalizado de prácticas fraudulentas en los comicios; y la defensa de territorios de influencia electoral. También las prácticas intrapartidarias de violencia se han expandido hacia la relación interpartidaria. La violencia organizada comienza a hacerse evidente en 2015 cuando Los Claudios, relacionados con el PRI en Cuajimalpa, agreden a candidatos y simpatizantes de otros partidos; en Magdalena Contreras aparecen Las Justicieras del PRD; Los Hummer en Iztapalapa, asociados al Movimiento de Equidad Social de Izquierda (MESI), corriente vinculada en ese momento con el PRD (en las elecciones de 2018 se unieron a Morena); y en Coyoacán, donde algunos coordinadores territoriales organizan agresiones a los militantes de Morena que hacían campaña en “sus espacios”. No es casual la presencia de dichos grupos, entre varios otros, como resultado de la mayor competencia entre el PRD y Morena. El autor sostiene que la violencia es una forma de controlar el comportamiento electoral acotando las acciones de ciudadanos y candidatos y propiciando la erosión democrática.
Este volumen de Alteridades está dedicado a los procesos electorales, pero, como es tradición en la revista, se incluyen otros trabajos. El primero se relaciona con la emergencia de nuevos actores sociales configurados a partir de la dinámica que imprimen a la vida comunitaria los programas de gasto social. Sustentado en un estudio en la Mixteca, realizado por Nubia Cortés y José Eduardo Zárate, se ahonda en las estrategias empleadas por la población para ser incluida en dichos programas, pese a no ser necesariamente parte de la “población objetivo”; asimismo, se revisa cómo dicha inclusión impacta sobre aspiraciones particulares que rebasan el objetivo explícito del gasto, que por lo general es atacar la marginalización y la pobreza, y cómo se generan nuevos actores sociales que, a su vez, modifican con dicho gasto sus patrones de consumo y estilo de vida. El estudio presenta la forma en que los programas se aplican en un ámbito social donde sus integrantes renegocian explícita o implícitamente los términos de los programas para obtener recursos que les permitan cambiar su estilo de vida y hábitos de consumo e incrementar su prestigio social. El segundo, de Adriana Marcela Pérez Rodríguez, se concentra en los procesos de formación y reproducción de las percepciones sobre género y clase, por medio de entrevistas grupales a jóvenes de ambos sexos en dos colegios ubicados en Cúcuta, Colombia, y escudriña en la construcción intersubjetiva de la identidad y la diferencia de género, así como en las constantes negociaciones que se suscitan en el proceso de formación social de la misma. El tercero, de Raúl García Ferrer, es un recorrido etnográfico por espacios públicos de la ciudad de Barcelona, España, empleando para la investigación un engarce entre Lefebvre y Goffman, mediante el cual se propone profundizar analíticamente en la interrelación entre lo practicado, lo concebido y lo vivido; momentos que con diferentes intensidades muestran que los espacios no son ámbitos neutros y rebasan los parámetros técnico-urbanísticos, arquitectónicos y legales. En el cuarto, “Saberes que conectan con el poder durante el parto: la partería tradicional en Morelos (México)”, de Ester Botteri y Jacqueline Elizabeth Bochar Pizarro, se expone un estudio sobre los nacimientos asistidos por parteras y sus beneficios en las futuras madres. Mediante el seguimiento de una partera, las autoras ponen de relieve tanto la cosmovisión que muchas de ellas tienen sobre el cuerpo -que se expresa en las prácticas para atender un parto- como la vivencia de las mamás atendidas, sosteniendo que reporta ventajas sobre la práctica médica hospitalaria. Las entrevistas realizadas indican que los nacimientos apoyados por parteras, a causa de la relación que se establece con las parturientas y del ámbito en que ocurre (casi siempre el hogar de la futura madre), generan procesos de seguridad emocional y de mayor acercamiento afectivo de las madres con sus bebés.
Por último, Alteridades presenta dos reseñas, una de la obra de Orlando Aragón Andrade, De la “vieja” a la “nueva” justicia indígena. Transformaciones y continuidades en las justicias indígenas en Michoacán, escrita por Rachel Sieder; la otra del libro de Luis Cantarero, Diario de campo de un psicólogo en un club de fútbol, que nos ofrece Miguel Lisbona.