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Alteridades

versión On-line ISSN 2448-850Xversión impresa ISSN 0188-7017

Alteridades vol.18 no.36 Ciudad de México jul./dic. 2008

 

Laboratorio de cultura urbana

 

La producción espacial de lo global: lo público y lo privado en Santa Fe, Ciudad de México*

 

Generation of Spaces in a Global Context: Public and Private Spaces in Santa Fe, Mexico City

 

María Moreno Carranco**

 

** Profesora–investigadora del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Cuajimalpa. Pedro Antonio de los Santos núm. 84, col. San Miguel Chapultepec, 11850, México, D.F. <mmoreno@correo.cua.UAM.mx>.

 

* Artículo recibido: 11/04/07
Aceptado: 27/06/07

 

Resumen

El espacio público en la Ciudad de México ha generado una serie de debates académicos en los cuales la mayoría de los autores presentan observaciones profundamente pesimistas, haciendo notarla creciente mercantilización del paisaje urbano, el aumento del crimen y la violencia, la polarización social y espacial, y las cada vez más comunes prácticas de exclusión. Los procesos de globalización son por lo general señalados como una de las principales causas de estos problemas. Las presiones para mejorar la posición de la Ciudad de México en la jerarquía de ciudades globales ha provocado que el gobierno apoye la realización de un conjunto de megaproyectos urbanos que parecen desplegar representaciones diluidas de las identidades tanto nacionales como locales, al ser soluciones de planeación urbana no del todo adecuadas para el contexto mexicano. Este artículo examina el megaproyecto de Santa Fe en la Ciudad de México, argumentando que al observar estos espacios globales a través de las prácticas diarias, éstos son definitivamente particulares y diferenciados, y en ellos se abren posibilidades para la apropiación, la transformación y la subversión. Lo contestatario de estas prácticas diarias revela la producción local de lo global.

Palabras clave: espacio público, globalización, megaproyectos, desarrollo urbano.

 

Abstract

Mexico City's public space has been the target of numerous debates. Most authors draw profoundly pessimistic observations, noting an increasing commoditization of the urban landscape, escalating crime and violence, social and spatial polarization and the more and more common exclusion practices. Globalization is extensively held to be a core cause of these problems. Pressures to be better positioned in the global city hierarchy have provoked government support for a sequence of urban megaprojects that seem to present diluted representations of national or regional identities and to be inappropriately designed for the Mexican context. This article looks at the Santa Fe megaproject in Mexico City, arguing that seen through everyday practice these global spaces are decidedly differentiated and open possibilities for spatial appropriation transformation and subversion. Everyday contestation reveals "the local production of the global".

Key words: public space, globalization, megaprojects, urban development.

 

Sobre espacios locales y globales

Este ensayo pretende examinar la forma en la cual el uso del espacio público transforma la planeación urbana a través de prácticas espaciales. La perspectiva utilizada para este análisis sostiene que las expresiones locales no son ni representaciones ni casos de cultura global debido a que, bajo las condiciones de la globalización, lo local es lo global, a pesar de que la globalización tiene espacios para centros y periferias. Es decir, lo global es más global en algunos lugares que en otros (Fabian, 1998). Dentro de este marco de referencia enfatizaré la producción local de lo global, en el sentido de que lo global siempre es producido localmente.

El fenómeno de la globalización casi siempre es teorizado1 definiendo a las fuerzas globales como originadas en "el núcleo" y expandiéndose de ahí hacia "la periferia". Desde esta perspectiva, lo local se ve impactado por lo global y, por lo tanto, lo local se entiende como subordinado a lo global y carente de autonomía. Estas representaciones tienden a presentar el tiempo y el espacio de forma dicotómica, imaginando al tiempo como agente activo y al espacio como recipiente pasivo (Hart, 2002).

El objetivo del presente ensayo es cuestionar estos discursos y proponer un punto de vista elaborado sobre la perspectiva de Lefebvre (1991) en relación con la producción del espacio. Según Lefebvre, la producción del espacio (el proceso) y el producto (la cosa) –es decir, el espacio social producido– son dos aspectos inseparables. Plantea que en la producción social del espacio se dan tres momentos interrelacionados: el espacio físico, las representaciones del espacio y los espacios de representación. Esta conceptualización activa de la producción del espacio nos invita a pensar en la influencia dinámica y compleja del espacio en diversas escalas –que pueden ir de un edificio al mundo entero–. Desde este enfoque, se desafía la separación rígida entre el espacio global y el local. Los espacios globales y locales son entendidos como factores constitutivos, los cuales se encuentran en continua creación y recreación. Si entendemos el espacio como creado activamente, es fácil reconocer que lo global influye sobre lo local y viceversa.

Con esta noción se concibe al lugar como una entidad abierta, porosa, híbrida y en capas, fruto de la interacción. Lo local no es el resultado de raíces míticas internas sino de una mezcla única de influencias. La globalización neoliberal reestructura temporal y provisionalmente el espacio, el lugar y la cultura; ya híbridos como producto de interacciones anteriores (Massey, 1999).

Una forma de conceptualizar cómo ocurren estos híbridos es utilizando el concepto de mímica desarrollado por Homi Bhabha (1994). Para él, la mímica es el signo de una doble articulación que se apropia del otro. Esta apropiación trata de repetir el original sin lograr ser idéntica a éste, por lo que es casi pero no exactamente igual. Esta transformación entre el original y la copia abre la posibilidad de resistencia mediante la apropiación, deviniendo en nuevas e inesperadas mezclas.

Lo local y lo global son constantemente reinventados a partir de procesos multidireccionales. Lo local, en virtud de ser una parte esencial de lo global, lo modifica y viceversa. Es importante no tener una visión romántica de lo local, en la cual sea entendido como resistencia a lo global, puesto que no existe tal cosa como una separación dicotómica entre ambos conceptos, por el contrario, existe una relación dialéctica.

 

La Ciudad de México como ciudad global

A finales de los años ochenta, teniendo como antecedente la progresiva incorporación del país a la economía global, el Gobierno de la Ciudad de México lanzó cinco megaproyectos urbanos,2 los cuales comenzaron a ser implementados a principios de los noventa. A la fecha, estos proyectos han sido parcial o totalmente concluidos, en gran medida determinados por la efectividad de fuerzas opositoras cuya influencia ha producido cambios en el alcance, el programa, la imagen o los objetivos. Los megaproyectos fueron pensados como parte de la estrategia para convertir a la Ciudad de México en una ciudad global.

El término ciudad global se basa tanto en la definición de Manuel Castells (1996) como en la de Saskia Sassen (1991). Castells explica la metrópolis global como un lugar en el que las actividades centrales de diferentes áreas (por ejemplo la economía, la ciencia y la tecnología, los medios de comunicación y la toma de decisiones estratégicas) están enlazadas globalmente en tiempo real, como una característica importante de lo que él llama la era de la información. Por su parte, Sassen define a las ciudades globales como aquellas que vinculan las economías regionales, nacionales e internacionales con la economía global, sirviendo como puntos nodales desde donde los flujos de capital, información, mercancías y emigrantes se intersectan y desde donde estos flujos son redireccionados.

La Ciudad de México se está transformando en el contexto de su cada vez mayor articulación con lo global y de las condiciones internas que incluyen las relaciones sociales, políticas y económicas. Los espacios urbanos han sido renegociados y reformulados dentro de las circunstancias cambiantes de la ciudad, incluyendo, por una parte, tanto promesas de crecimiento económico no cumplidas, como el aumento de la polarización social, la segregación espacial y la violencia urbana; y, por la otra, mayor democratización de la ciudad, aumento de la conciencia social de sus habitantes y una creciente participación política de los ciudadanos. La Ciudad de México sigue el patrón de transformación de las ciudades del Tercer Mundo en proceso de globalización descrito por Saskia Sassen (2002), en el cual el incremento de las actividades gerenciales y de servicios en la escala global ha llevado a la expansión y al mejoramiento de áreas específicas de la ciudad, mientras en el resto del tejido urbano ascienden la pobreza y el deterioro de la infraestructura.

La capital mexicana se está convirtiendo en una fuerza metropolitana cada vez más importante en las redes financieras y productivas de la economía global y, como otras ciudades del Tercer Mundo que se globalizan, es un centro de actividad tanto económica como cultural. La capital mexicana es una de las diez ciudades globales de segundo nivel o ciudades Beta –siguiendo a San Francisco, Sydney, Toronto y Zurich–de acuerdo con el estudio de Globalization and World Cities Research and Network3 (GaWC) (Beaverstock, Smith y Taylor, 1999) ocupando el lugar número 15 en los listados de ciudades mundiales. La GaWC toma como punto de referencia para determinar el grado de globalidad de una ciudad la intensidad de las transacciones de servicios globales en las áreas de contaduría, publicidad, banca/finanzas y legal.

Cabe preguntarse ¿cuál es el significado de este décimo quinto lugar para los habitantes de la Ciudad de México? Y ¿cuáles son las consecuencias en el nivel urbano al crearse un espacio físico apto para funcionar como ciudad global? El discurso de ciudad global ha sido utilizado por élites en el poder con el fin de facilitar la formulación de políticas urbanas que beneficien a los actores económicos neoliberales. Durante los años en que la economía se ha regido por principios neoliberales, el principal cambio de paradigma en la planeación urbana ha sido el surgimiento de la planeación estratégica, que propone la implantación de megaproyectos urbanos como respuesta a las necesidades de planeación urbana (Burgess y Carmona, 2001).

La definición de megaproyectos urbanos aquí empleada los precisa como proyectos de gran escala que transforman profundamente el entorno en un corto periodo de tiempo, para los cuales se utiliza inversión publica y privada, en combinación con estrategias que requieren la coordinación tanto de capital como de ejercicio de poder de parte del Estado. Hoy en día los megaproyectos son un tema en boga en los debates académicos y se han convertido en objeto de crítica para la opinión pública. Sus consecuencias físicas, sociales, políticas y económicas han demostrado con frecuencia ser resultado de decisiones equivocadas (Gualini y Majoor, 2007). En la literatura académica, los megaproyectos resumen con precisión una variedad de términos que aluden a la ciudad contemporánea: splinter metropolis (metrópolis astillada) (Graham y Marvin, 2001), siendo ésta la ciudad crecientemente fragmentada y desarticulada; junkspace (espacio desperdicio) (Koolhaas, 2001), que describe espacios cuya falta de especificidad provocan desorientación y nerviosismo; no lugares (Augé, 1995), referentes a espacios faltantes de especificidad y sin identidad propia; y ciudad genérica (Koolhaas, 1995), que identifica estos sitios como homogeneizantes y sin espíritu. Los mega–proyectos urbanos incluyen aeropuertos, centros comerciales, complejos de entretenimiento, distritos financieros, áreas de recuperación patrimonial y proyectos de infraestructura, que provocan la negación de la ciudad para formar enclaves cerrados donde el ideal moderno de espacio público se ve remplazado por espacios privatizados, segregados y controlados.

Como se ha señalado en otro trabajo (Jones y Moreno Carranco, 2007), México es un lugar adecuado para la problematización de los megaproyectos urbanos por varias razones. En primer término, es la estrategia más utilizada actualmente para la creación y transformación de la ciudad mexicana. Algunos ejemplos son la Bahía de San Carlos, un desarrollo residencial y turístico en Baja California; Angelópolis, un centro residencial, comercial y de negocios en Puebla; el corredor turístico Cancún–Tulum en la Riviera Maya; el proyecto Cuidad Jardín Bicentenario, que convertirá 109 hectáreas del bordo Xochiaca –ubicado en el municipio de Nezahualcóyotl– en un complejo ecológico, deportivo, comercial y de servicios; y, uno de los proyectos más ambiciosos de Latinoamérica, el Centro JVC en Guadalajara, que considera la construcción de un centro comercial y de entretenimiento, un centro de convenciones, un club deportivo, un estadio de futbol, un hotel, un Museo Guggenheim, un auditorio, un palenque, un condo–hotel, un centro lúdico infantil, un área ecológica artificial, un recinto ferial, las oficinas corporativas de JVC y una universidad. El diseño de los edificios de este complejo arquitectónico estará en manos de algunos de los arquitectos más destacados en el mundo, entre los que se encuentran Zaha Hadid, Jean Nouvel y Daniel Libeskind.

Otro elemento muy significativo es que, dadas las responsabilidades adquiridas por México como miembro de diversos tratados de libre comercio, estos mega–proyectos están relacionados con dinámicas locales/ globales. Por ello es posible afirmar que los megaproyectos urbanos son una consecuencia directa de la globalización, la cual se manifiesta en el medio ambiente construido.

Santa Fe, en la Ciudad de México, es uno de los megaproyectos urbanos más relevantes debido a su escala y a su grado de impacto en el tejido urbano. Santa Fe es el proyecto de urbanismo trasnacional más grande de América Latina, creado con la intención de convertirlo en el lugar más global de la ciudad. Para entender las relaciones entre los diferentes actores de este ámbito urbano, analizaremos las intersecciones de lo formal e informal y de lo privado y lo público, y así observar las complejas articulaciones de las fuerzas locales y globales en diferentes niveles. Es necesario aclarar que lo formal y lo informal no se conceptúan como una dicotomía sino como dos elementos mutuamente constituidos que se retroalimentan constantemente. Roy y AlSayyad (2004) usan el término informalidad urbana4 para explicar la informalidad como un modo de urbanización y no como un sector, refiriéndose a una lógica organizativa y a un sistema de normas que condicionan los procesos de transformación urbana. Sugieren que lo informal no es un sector independiente sino una serie de transacciones que conectan diferentes economías y espacios entre ellos5 (Roy, 2005: 148). Desde esta concepción de informalidad, es claro que no podemos equipararla con pobreza ni separarla del Estado–nación. La informalidad es provocada por el Estado y es fundamental para el funcionamiento del neoliberalismo (AlSayyad, 2004). En el caso de México y en general de Latinoamérica, en la vida cotidiana, mucha gente fluctúa entre condiciones de formalidad e informalidad. Santa Fe representa un buen ejemplo de lo paradigmático de la interfase formal/informal.

 

El megaproyecto de Santa Fe

Con la esperanza de convertir a la Ciudad de México en un lugar más atractivo para el capital global, el gobierno de la ciudad inició el megaproyecto urbano Santa Fe a principios de los años noventa. El objetivo de este desarrollo era promover la inversión global mediante la creación de un proyecto que no solamente alojara compañías trasnacionales, sino también un centro comercial tipo estadounidense, servicios tales como cafés y restaurantes, escuelas y universidades privadas, hospitales, comunidades residenciales cerradas y exclusivos edificios de departamentos. El proyecto urbano fue realizado por los reconocidos arquitectos mexicanos Ricardo Legorreta, Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky. Los edificios de oficinas corporativas, los proyectos de viviendas y centros comerciales, de convenciones y de entretenimiento erigidos en Santa Fe en los últimos diez años fueron en su mayoría diseñados y construidos por firmas de arquitectura internacionales o por renombrados arquitectos de nuestro país.

Actualmente, las oficinas corporativas de compañías trasnacionales como Daimler Chrysler, Hewlett Packard, Ericcsson, Citibank–Banamex, General Electric, IBM, ABN, AMRO, Philip Morris, Kraft, Sony y Telefónica, junto con las de trasnacionales mexicanas como Televisa, José Cuervo y Bimbo, se encuentran ubicadas en Santa Fe. Dos de las principales universidades privadas tienen sus instalaciones en el área. Además, existen docenas de edificios de apartamentos de lujo tanto terminados como en construcción; además de una de las comunidades cerradas más exclusivas en la ciudad, que cuenta, entre otras atracciones, con campo de golf, albercas y canchas de tenis. La información sobre la población de Santa Fe varía muchísimo, pero, según la asociación de colonos, en 2007 vivían 7 630 familias (aproximadamente 19 000 personas) en los complejos residenciales, y había 170 oficinas corporativas, 114 restaurantes, siete escuelas y dos universidades privadas con más de 13 500 estudiantes. El centro comercial reporta un estimado de ocho millones de visitantes al año. Se calcula que, para 2012, residirán cerca de 10 000 familias en Santa Fe.

A pesar de que los objetivos originales de atracción de capital global se han alcanzado en parte, el proyecto ha promovido una mayor segregación espacial, gentrificación, exclusión y privatización del espacio urbano.6 En principio, el proceso de implementación de los megaproyectos urbanos parece ser omnipotente y unidireccional. Sin embargo, la hipótesis de este trabajo sustenta que estos proyectos son cuestionados con frecuencia por voces supuestamente sin autoridad, por lo que tienen que ser renegociados de manera continua.

El complejo urbano que los desarrolladores anuncian con frases como "CITY Santa Fe: Bienvenido a la Civilización. Exclusividad en la mejor ubicación" o "Grand Santa Fe: Ubicado en el corazón de Santa Fe, el centro financiero, comercial, de negocios, cultural, educacional y residencial del siglo 21" fue descrito en 1988 (Jarquín y Lozada, 1988) como un paisaje desolador. Santa Fe era una barranca profunda y árida habitada por recolectores de basura que vivían en chozas con techos de cartón, rodeados por montañas de basura, y por un olor fétido producto de la combinación de frutas podridas, animales muertos, desechos de hospitales y excremento humano y animal. Santa Fe se componía de minas de arena y de uno de los principales tiraderos de basura de la capital. El gobierno de la ciudad consideraba la zona subutilizada y, por lo tanto, el lugar ideal para la ubicación del megaproyecto. A pesar de que el gobierno también describió el área como "habitada por un pequeño grupo de personas", en realidad, al menos 2 000 pepenadores, uno de los gremios menos privilegiados de la sociedad, habían vivido ahí por décadas, y fueron desalojados para poder levantar el megaproyecto. Citando a Georgina Velásquez, el proyecto multimillonario fue "construido sobre la miseria".7

Santa Fe no está articulado a la trama urbana preexistente y se encuentra situado en las afueras de la ciudad. Estas características ayudaron a que el megaproyecto fuera parte de la ciudad pero a la vez se mantuviera como un lugar separado, nuevo y diferente. La condición urbana de Santa Fe también implicó que se requiriera una gran inversión en infraestructura, por lo que la venta de terrenos a los desarrolladores debía generar los recursos dirigidos a ella. Pero si bien se obtuvieron ganancias millonarias por la venta de terrenos expropiados,8 en los hechos parte del dinero fue usada para construir o renovar edificios públicos,9 y una cantidad significativa de estos recursos aparentemente "desapareció". Por lo anterior, a la fecha, no obstante las ganancias generadas y el impuesto predial recaudado, los servicios urbanos y las conexiones de Santa Fe con el resto de la ciudad son muy precarios. Sin embargo, a pesar de los problemas urbanos, los edificios cumplen con los requerimientos de las corporaciones trasnacionales y de los residentes de las clases sociales más altas. Los edificios erigidos en los últimos años, tanto para oficinas como para vivienda, tienen excelentes estándares de construcción y servicios interiores de alta calidad. Los discursos de mercadotecnia juegan un papel muy importante en la venta de estos espacios; las élites compran la "exclusividad" y la "seguridad" que les ofrecen, y las compañías trasnacionales quieren ubicarse en el principal distrito financiero de la Ciudad de México.10 Santa Fe constituye un ejemplo de cómo la mercadotecnia nos predispone a creer mensajes publicitarios que encubren la realidad y materialidad de los productos (Goss, 1993).

Las nuevas formas de hacer ciudad revierten el ideal moderno de espacio público, el cual deja de ser un espacio democrático, abierto para el disfrute colectivo y apto para encuentros espontáneos de diversos grupos sociales. A pesar de que, sin duda, este ideal es una utopía, ya que el espacio público siempre ha estado marcado por relaciones de poder y desigualdades sociales. Empero, si en el espacio público siempre ha habido segregación, también ha existido la resistencia y la disputa sobre su ocupación. La idea central del espacio público lo contempla como un lugar accesible para todos. Como señala Teresa Caldeira (2000), la coexistencia de la diferencia ha encontrado lugares favorables para existir en los espacios públicos de las ciudades modernas. Estos espacios abren la posibilidad de negociar las diferencias entre los distintos grupos sociales. Aun cuando la literatura académica tiende a enfatizar los aspectos negativos de la ciudad moderna (véase Holston, 1989 y Prakash, 2002), las ciudades inspiradas por este modelo al menos presentan características físicas que pretenden facilitar la igualdad social, los encuentros y las interacciones.

En contraste con el ideal moderno, en la mayoría de los megaproyectos contemporáneos el diseño está orientado hacia el encerramiento y la segregación. Santa Fe es uno de los ejemplos más pobres de abastecimiento y utilización del espacio público en la Ciudad de México. Las calles son inhóspitas y el espacio público muy reducido. El acceso a la zona es difícil, sin importar el medio de transporte. Además, existe una clara percepción de estar entrando a un área "diferente" de la ciudad. Los edificios cuentan con policía privada y, aunque las rejas de los corporativos permiten el contacto visual, hay una evidente demarcación de los espacios privados.

 

El espacio público global y las prácticas cotidianas

En Santa Fe, a primera vista lo local parece estar borrado del todo por lo global. No obstante, existen prácticas que día por día se apropian de los espacios públicos. Estos espacios se convierten en la interfase de lo informal y de lo formal, intersección que también puede interpretarse como el encuentro de lo local y lo global.

En el diseño del megaproyecto, las necesidades de los empleados de nivel bajo o intermedio no fueron tomadas en consideración. No es posible llegar a pie a restaurantes, tiendas de abarrotes o farmacias. No hay puntos de cruce para peatones, bancas ni basureros. Es una ciudad totalmente diseñada para automovilistas. Como se mencionó antes, la apropiación y la disputa son inherentes al espacio público. Por lo tanto, la falta de servicios abre una ventana de oportunidad para prácticas como el ambulantaje, lo cual crea un complejo entramado de prácticas formales (¿globales?) e informales (¿locales?). Las siguientes historias pretenden ilustrar algunas de las formas de apropiación espacial que ocurren en Santa Fe.

Uno de los personajes más interesantes en el espacio público de Santa Fe es Jenny, una mujer siempre vestida con pantalones de mezclilla y gorra para protegerse del sol. Dice haber trabajado como secretaria en una de las firmas de abogados que trasladaron sus oficinas a uno de los primeros edificios corporativos en el área. Al igual que sus compañeros de trabajo, Jenny experimentó la carencia de servicios para los empleados de nivel medio y bajo. Entonces vio esta situación como una oportunidad de negocio y decidió renunciar a su trabajo en el sector formal para convertirse en vendedora ambulante. Hace más de diez años comenzó a vender productos exhibiéndolos en la cajuela de su viejo automóvil. Hoy es propietaria de una camioneta, en la cual vende una increíble cantidad de productos como dulces, cigarros, refrescos, sándwiches y medicinas. Se estaciona frente al edificio en el que solía trabajar de 9 a.m. a 4 p.m. Como vendedora ambulante, Jenny gana cinco veces más de lo que ganaba trabajando para la oficina de abogados, y su negocio crece a medida que lo hace el área. Personas de diferentes niveles económicos y sociales compran en su tienda móvil. Su negocio es lo suficientemente grande para que los vehículos distribuidores de comida y refrescos surtan directamente a su camioneta como si fuera una tienda formal. Algunos clientes llegan caminando a comprarle, o ella entrega la mercancía a los automovilistas que se detienen camino al trabajo.

Por supuesto Jenny no es la única que ha pensado en vender productos en las calles de Santa Fe, pero, la mayoría de los vendedores ambulantes han sido removidos o reubicados por la asociación de colonos, la cual actúa como la única "autoridad" en el área. La principal inquietud expresada por los colonos es la imagen "mala" y "sucia" que los vendedores ambulantes dan a la zona. La asociación ha intentado quitar a Jenny innumerables veces, pero ella ha encontrado estrategias para permanecer en el negocio. Jenny se rehúsa a irse estableciendo que tiene derecho a ganar lo suficiente para mandar a sus dos hijos a la escuela, y que también tiene derecho a usar el espacio público de la ciudad para lograrlo. Dado que es perseguida por la asociación de colonos, ella cree que las calles pertenecen a los dueños de los edificios. Jenny dice estar dando un servicio a la comunidad y se considera "necesaria", por lo cual ha reunido firmas que apoyan su permanencia en el lugar, y asevera tener una carta en la que responsabiliza a la asociación de colonos si algo malo le sucede. De acuerdo con los ejecutivos de esta asociación, cuando la policía ha intentado desalojarla, se resiste metiéndose debajo de su camioneta, y cuando se intenta sacarla argumenta estar siendo acosada sexualmente. El presidente de la asociación describe a Jenny como su principal dolor de cabeza y asegura que están resueltos a, tarde o temprano, quitarla de su esquina.

La otra historia es la de Carlos, quien vende e instala vidrio en los edificios corporativos de Santa Fe. Como a muchas personas, su trabajo en el sector formal no le permite llevar una vida digna, por lo que decidió convertirse en vendedor ambulante. Se dio cuenta del potencial de tener un negocio adicional y, ayudado por su esposa, comenzó a vender cuernitos y sándwiches en su coche. Carlos combina los dos negocios: la venta de vidrio dentro del sector formal y la comercialización de comida en el sector informal. Sus clientes en ambos negocios trabajan para las mismas compañías, en diferentes niveles por supuesto, y lo llaman al mismo número de teléfono celular a su "oficina", que es su coche estacionado bajo un letrero de "no estacionarse" en Santa Fe. Carlos no es el único haciendo trabajo formal desde una oficina informal. La asociación de colonos, que está extremadamente preocupada con las actividades informales que se llevan a cabo en el espacio público, tiene sus oficinas en un edificio de departamentos, con lo cual violan el uso de suelo establecido por el reglamento del Departamento del Distrito Federal y, de este modo, operan de forma tan ilegal como los vendedores ambulantes. Claro que los colonos no están conscientes de su informalidad. Esto ilustra que para los habitantes de la Ciudad de México las actividades informales se encuentran tan inmersas en las prácticas diarias que se tornan invisibles. Estas historias muestran cómo en la intersección de las economías formales e informales, conceptualizadas como unidad, las prácticas cotidianas se apropian del espacio público, resistiendo los usos predeterminados de manera arbitraria por la planeación urbana.

Las calles de Santa Fe rara vez son usadas por los peatones, excepto alrededor de la hora de la comida cuando los trabajadores salen de las oficinas y caminan hacia los coches que, estacionados con las cajuelas abiertas, venden gran variedad de alimentos. Todos estos comerciantes estacionan sus autos en lugares prohibidos, ya que las únicas áreas de estacionamiento permitidas se encuentran dentro de los edificios. Los empleados comen de pie en la calle o regresan a sus lugares de trabajo con su comida para consumirla en los comedores. Ésta es la nueva modalidad de puestos de comida callejera: usar coches, que son menos dañinos a la imagen de este espacio global supuestamente prístino y bien organizado, y utilizar teléfonos celulares para informar a los clientes sobre el menú del día y tomar pedidos. Los valores de la globalización neoliberal incluyen la flexibilidad y la adaptación a las demandas del mercado. El sector informal adopta estos valores y transforma sus estrategias para poder operar con éxito dentro del actual contexto social y urbano.

En el espacio global de Santa Fe, prácticas tradicionales adquieren novedosas características y producen una versión local de lo global; en otras palabras, producen globalización, poniendo de manifiesto que las fuerzas globalizantes no son unidireccionales como por lo general las presentan las visiones económicas que apoyan agendas neoliberales. Gillian Hart (2002) llama modelo de impacto a esta forma de conceptuar lo global como algo originado en el Occidente o en el centro y que se expande e impacta a las regiones "atrasadas" y periféricas del mundo. Este modelo supone que algunos lugares no tienen poder para oponerse a las fuerzas globales. El objetivo de este trabajo es mostrar que la globalización está compuesta de múltiples trayectorias en las cuales las fuerzas locales no son resultado de las fuerzas globales, sino que lo local constituye de manera activa a lo global.

Los puestos de comida son removidos de manera constante por la policía bajo las órdenes de la asociación de colonos, pero los ambulantes continúan apareciendo en diferentes lugares. Los colonos han colocado anuncios espectaculares en los que se lee: "No promueva el ambulantaje, éste nos afecta a todos. Es ilegal, genera inseguridad, basura, contamina y daña la imagen del desarrollo". Intentan evitar que la gente compre en los puestos de la calle. Sin embargo, es evidente que estos esfuerzos son ampliamente ignorados.

En la sociedad mexicana, personas de todos los estratos sociales acostumbran comer en la calle, sobre todo los hombres, quienes parecen estar menos preocupados por su salud. Coches de lujo se detienen en los puestos de comida, y ejecutivos con trajes caros disfrutan de un taco al lado de taxistas, estudiantes universitarios y empleados de bajo rango. Por un momento, el ideal moderno de vida pública parece factible: a pesar de haber poco intercambio de palabras entre los extraños, la oportunidad de conciliación de la diferencia y la igualdad se hacen posibles. Esto ejemplifica la viabilidad de encuentros anónimos y tolerantes entre los diferentes grupos sociales, aunque el diseño urbano promueva la segregación y resalte la inequidad.

Lo irónico es que, en Santa Fe, los vendedores ambulantes que tanto molestan a la asociación de vecinos son, en su mayoría, personas de clase media baja. Muchos de ellos se convirtieron en desempleados o subempleados como resultado de las continuas crisis en la economía mexicana, de las políticas de ajuste estructural y de austeridad, y de la reestructuración de la economía urbana. La forma en la cual la Ciudad de México ha sido integrada a la globalización neoliberal ha aumentado la pobreza y la desigualdad social (Parnreiter, 2002: 147). En consecuencia, un significativo número de personas, sin importar su estrato socioeconómico, se ha visto en la necesidad de ganarse la vida en el sector "informal" en su compleja interrelación con el sector "formal".

Santa Fe está siendo construido en etapas; algunas áreas están terminadas y se está llevando a cabo la construcción de nuevas zonas, por ello hay proveedores de comida, diferentes de los que surten a los empleados de las oficinas, que le venden a los trabajadores de las construcciones. En estas secciones que aún están en desarrollo, los vecinos parecen menos preocupados por la imagen, así que los vendedores ambulantes (en este caso con puestos de comida) no son molestados, y se mueven siguiendo a los diferentes edificios en construcción. La comida es menos sofisticada que en las áreas ya desarrolladas, y ni vendedores ni compradores utilizan teléfonos celulares como parte de las transacciones. Estos comerciantes informales no son de clase media como Jenny o Carlos, sino personas de ingresos más bajos que viven en las áreas circundantes, y que al entender las necesidades de los trabajadores aprovecharon la oportunidad de negocio.

En las calles se da otro tipo de actividades sociales; al mediodía, los obreros de las construcciones toman su descanso para comer. Tradicionalmente, la mayoría de los trabajadores también ocupa este descanso para jugar futbol o tomar una siesta. El hecho de encontrarse en Santa Fe no va a cambiar estas prácticas. Los equipos se forman en pocos minutos y las calles se convierten en canchas de futbol sin preocuparse por los coches estacionados a lo largo de ellas. Los dueños de los autos no se pueden quejar, ya que a final de cuentas están estacionados de manera ilegal. Otros trabajadores, después de comerse algunos tacos de los puestos ambulantes, deciden tomar una siesta en el pasto de los camellones o las glorietas. Por paradójico que parezca, estos trabajadores, que son por completo ignorados en el diseño del área, son los que usan, se adueñan y transforman el espacio público de Santa Fe. En el proyecto, aparentemente la calle se entiende sólo como un lugar para la circulación de los coches. A pesar de esto, por una hora al día, las áreas públicas de Santa Fe parecen llenarse de vida, de gente y de actividad.

 

Nuevos espacios "públicos"

El centro comercial Santa Fe es un buen ejemplo de las transformaciones del espacio con la influencia de las fuerzas globalizantes y sirve para ilustrar los cambios en la conceptualización del espacio público en las prácticas urbanas globales. Ir de compras se ha convertido en el modelo dominante de la vida pública contemporánea, y el centro comercial es el espacio social idealizado que aparentemente no pertenece a nadie, que está aislado del clima y la contaminación y, lo más importante, del terror del crimen asociado con la ciudad actual (Goss, 1993).

El intenso uso de este espacio ilustra que los centros comerciales cumplen con los requerimientos de consumo de compra y de entretenimiento de las clases sociales altas de la Ciudad de México. El complejo abrió en 1995 y fue anunciado como el centro comercial más grande y lujoso de América Latina. Este espacio comercial tipo mall estadounidense cuenta con 108 000 m2 y alrededor de 300 tiendas, 14 salas de cine, práctica de tiros de golf, un centro deportivo y un área de entretenimiento para niños. Hasta hoy, es el más grande de Latinoamérica, pero, en términos de lujo, Daslu en São Paulo no tiene rival.

Algunos se benefician más que otros con este desarrollo, sin embargo lo más significativo es que diferentes personas se apropian del espacio de diversas maneras. El centro comercial satisface la búsqueda de modernidad mediante nuevos componentes de identidad en los patrones de consumo. Este sitio produce de manera simultánea una nueva arena de negociación y de conflicto, creando desconocidas formas de exclusión sobre todo para los pobres. Aunque por el momento en Santa Fe y en áreas similares los centros comerciales parecen ser más públicos y democráticos que las calles, el potencial de segregación está implícito en su carácter privado.

Alan es un chavo de 19 años que reparte volantes en un semáforo de Santa Fe anunciando el gimnasio para mujeres Curves; nació en el pueblo Santa Fe de los Naturales, que se encuentra al lado del megaproyecto y del cual éste toma su nombre; gana menos de 2 000 pesos al mes y aún espera el seguro de salud que le prometieron al contratarlo. Alan todavía recuerda cuando el tiradero de basura estaba abierto. En aquel tiempo, en el poblado empezaron a circular rumores de que se iba a construir un centro comercial, lo cual nadie creyó. Para sorpresa de todos, el centro comercial fue construido y, además, estuvo acompañado de una increíble transformación de la zona. Alan cuenta que con el simple hecho de visitar el mall se siente "de dinero". Va con sus amigos a ver güeritas. Dice que algunas de las niñas fresas les hablan y hasta los invitan a raves, a los cuales no pueden ir por falta de dinero. También visitan las tiendas de ropa y música para darse cuenta de lo que está de moda. Después de tomar algunas ideas, Alan va a Tepito con sus amigos y compran artículos prácticamente idénticos a precios accesibles. Él dice que muchas chavas de su colonia van muy seguido al centro comercial, y, aunque no pueden comprar nada, el simple hecho de estar ahí les hace sentirse fresa.

Lo anterior ejemplifica cómo se entrelazan lo privado/público, local/global y formal/informal. Como ya se ha sugerido, no se entienden estas categorías como separadas y duales; por el contrario, se conceptualizan como mutuamente constituidas, lo local es lo global y, en este caso, lo privado se convierte en lo público, debido a que el espacio privado del centro comercial permite mayor interacción social que las áreas públicas. Asimismo, los productos piratas de la economía informal sustituyen y se convierten en lo original.

El acto de mímica descrito por Homi Bhabha (1994) se hace evidente en esta transformación de la "copia" en el "original", la posibilidad de resistencia mediante la apropiación se abre y la imposibilidad de acceder a una cierta cultura de consumo se ve desafiada por los mercados informales. El centro comercial se ha convertido en un lugar para el encuentro con el otro, quien es diferente pero de alguna forma parecido. Es también el espacio donde el deseo de inclusión y de ser semejante al otro es satisfecho por medio de las marcas y el consumo de productos similares, algunos originales y otros no.

Las prácticas locales no sólo se apropian del espacio público tradicional sino también de lugares como los centros comerciales, los cuales son característicos del urbanismo global. El centro comercial Santa Fe es el espacio privado–público donde la gente se reúne y comparte diversos orígenes culturales; es un sitio que en apariencia permite cierto grado de heterogeneidad. Esto no quiere decir que sea un lugar igualmente accesible para todos; los altos precios de los productos en venta hacen implícita la exclusión, dada la imposibilidad de comprar o consumir para los menos privilegiados. Pero no sólo los productos en venta son en extremo caros; también las opciones de entretenimiento son prohibitivas para la mayoría de la gente. Óscar, un niño de 13 años que vive en una casa de una sola habitación en los asentamientos irregulares vecinos a Santa Fe y desde la cual tiene vista panorámica al centro comercial, cuenta que un día su familia acudió a uno de los cines del complejo. Una vez ahí, descubrieron que no tenían suficiente dinero para pagar las entradas. Trataron de tomar algo en el restaurante de Sanborns, pero una vez más fue imposible, pues todo estaba demasiado caro.

En el centro comercial hay un establecimiento de entretenimiento infantil llamado La Ciudad de los Niños. En él, los niños de entre uno y 16 años pueden "vivir como adultos". Es una ciudad a escala donde los niños utilizan "pequeños pesos" o una "tarjeta de crédito" con los cuales pueden comprar, comer en un restaurante, abrir una cuenta de banco o ir a bailar, entre otras actividades. Desde temprana edad aprenden cómo funciona la sociedad de consumo. Todos los negocios que existen en "la ciudad" son marcas reales como McDonald's y Coca–Cola. Un grupo de 200 adultos está a cargo de controlar a los niños. El director administrativo de La Ciudad de los Niños explica como la idea de entretenimiento será la primera exportada por México. Hay planes para abrir una franquicia en Japón y se han firmado contratos para "ciudades" en Italia y Dubai. La idea es exportar el concepto de una ciudad contemporánea a escala infantil (Gascón, 2005). Mientras los niños juegan, los padres pueden ver videos de espectáculos internacionales o tener acceso a Internet sin costo. Hacer sentir a la gente como parte de la "comunidad mundial" parece ser muy importante para la administración del centro de entretenimiento infantil.

Muchos de los visitantes del centro comercial Santa Fe sostienen que acuden ahí por razones de seguridad. Juan representa el visitante promedio del complejo, es profesionista de clase media alta y padre de dos niños (de 6 y 7 años de edad) a quienes le gusta llevar al centro comercial los fines de semana. Ante la sugerencia de llevar a sus hijos al parque en vez de al centro comercial, Juan se ríe con desdén y responde "los parques ya no existen, es imposible visitarlos con la inseguridad en la que vivimos". Paradójicamente, desde 2004, los secuestros y los robos de coches en los estacionamientos de los centros comerciales empezaron a ser comunes. Por lo tanto, la percepción de seguridad no está necesariamente bien fundamentada, es más bien producto de la mercadotecnia y de la construcción artificial de un discurso de seguridad.

Lo que es innegable es que los centros comerciales están adquiriendo cada vez más el papel de espacio público. De acuerdo con Cornejo y Bellon (2001), el centro comercial puede ser considerado un "bien cultural común", un elemento sustancial de la manera en que la gente vive e imagina la ciudad contemporánea. Las naciones de democracia y libertad están siendo re–definidas en esta era de globalización neoliberal. Ortiz (2004) explica que la democracia se está convirtiendo en sinónimo de acceso a un gran número de productos, y la libertad tiene que ver con la posibilidad de escoger entre las diferentes opciones de consumo. La libertad está cada vez más desligada de conceptos como justicia, igualdad y derechos.

 

Comentarios finales

En este trabajo se han discutido e ilustrado algunas formas en las que la globalización se manifiesta en el espacio urbano a través de prácticas espaciales y sociales alejadas de los indicadores macroeconómicos y de las clasificaciones de ciudades globales. Las prácticas diarias y sus significados son afectados y transformados; los espacios son apropiados, renegociados y resistidos, no sólo por medio de nuevos usos del espacio público, sino también de la compleja articulación de lo formal e informal. El diseño original de Santa Fe tiene en cuenta las necesidades de la élite, ignorando y excluyendo a los pobres y a los empleados de nivel medio y bajo que trabajan para las compañías corporativas. El modelo urbano de Santa Fe pasa por alto las prácticas sociales cotidianas y crea una isla que niega al resto de la ciudad. No se hizo ningún intento por articular la ciudad global con el tejido urbano preexistente. Empero, como lo muestra el estudio, la ciudad se "filtra" al megaproyecto y, en consecuencia, el megaproyecto se convierte en parte de la ciudad.

Como lo mencionan Dear y Leclerc (2003), la manera en que la gente vive y experimenta la ciudad depende tanto de la forma física de la ciudad como de los mapas mentales de sus habitantes. Por lo tanto, los individuos se relacionan con la ciudad de diferentes modos. Dependiendo de estas relaciones, los espacios públicos se viven y se apropian de forma particular. Algunas veces por medio de resistencia, como en el caso de los vendedores ambulantes, quienes reclaman su derecho a utilizar el espacio de la ciudad. Otras veces mediante la apropiación y la mímica, como lo muestran los productos piratas que imitan lo que se vende en el centro comercial. En ocasiones de forma jerárquica, como lo hace la asociación de colonos controlando las áreas "públicas" y encargándose de proveer servicios urbanos. También por medio de la negociación, como se ejemplifica con los juegos de futbol por parte de los obreros de las construcciones al lado de los coches estacionados en lugares prohibidos. Santa Fe es un lugar diferente para los ricos que para los pobres. Cada forma de interacción con el espacio público depende de muchos factores: género, clase, etnicidad, cultura y poder adquisitivo. Es un espacio diseñado para reforzar estas disimilitudes. Pero a pesar de esto, algunos espacios permanecen abiertos a la posibilidad de encuentros heterogéneos. La mezcla de clases sociales en el puesto de tacos o en el centro comercial demuestra que son posibles los encuentros entre personas de orígenes diversos en los cuales se acomodan las diferencias.

Los megaproyectos urbanos están en función de un importante ejercicio de poder, ya sea por parte del Estado o de las élites económicas. Contradictoriamente, aunque la creación de la ciudad global pretende favorecer a la economía del país donde se ubica, en realidad ésta genera capital no relacionado con un lugar en concreto, para enriquecer a las élites trasnacionales. Muchos individuos que se benefician de las ganancias de los desarrollos urbanos y arquitectónicos no están vinculados de ninguna forma con las ciudades donde especulan. Los lugares adquieren significados diferentes porque las élites trasnacionales, quienes sólo ocasionalmente viven en esas ciudades, no tienen ningún interés en crear un sentido de identidad en los desarrollos o edificios que financian o diseñan. Por ende, el resto de los habitantes de la urbe termina inscribiendo significado e identidad a estos espacios globales mediante prácticas diarias que modifican los usos originalmente designados para los espacios.

Las prácticas locales producen de manera continua un tipo específico de globalización, modificando las características del espacio. La intención de crear un proyecto de urbanismo global en Santa Fe se ha transformado por las condiciones propias de la ciudad. En Santa Fe, encontramos construcciones de nivel mundial en un ambiente urbano de muy baja calidad. El presidente de la asociación de colonos se refiere a esto diciendo: "dentro de los edificios estás en Houston, pero sales a las calles y estás en Calcuta". Ésta es la Ciudad de México. Una ciudad que quiere ser global pero descubre las limitaciones de su condición de ciudad en vías de desarrollo, la cual produce globalización en sus propios términos. De regreso a la proposición inicial de que lo global es más global en algunos lugares que en otros, podemos ver a Santa Fe como el centro global de una ciudad periférica.

 

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Notas

1 Por académicos como David Harvey (1989), Manuel Castells (1996), Arjun Appadurai (1998) y Saskia Sassen (1991).

2 La revitalización del Centro Histórico; la reconstrucción del área de la Alameda, que más adelante se extendió al proyecto del corredor de la avenida Paseo de la Reforma y se convirtió en el proyecto del corredor Alameda–Reforma; la creación de Santa Fe; el mejoramiento de la avenida Mazaryk; y el rescate del lago de Xochimilco.

3 Ubicado en el Departamento de Geografía de la Universidad de Loughborough, Inglaterra, el grupo de estudio GaWC reúne a académicos de diferentes partes del mundo con el objetivo de estudiar las relaciones externas de las ciudades mundiales.

4 Puede hacerse una extensa revisión de la literatura sobre informalidad en AlSayyad (2004).

5 Cuestionar visiones dicotómicas sobre lo formal/informal ha estado presente en la literatura académica por algún tiempo; para ejemplos véase Fernandes y Varley (1998), y Portes, Castells y Benton (1989).

6 Es importante hacer notar que los cambios en la naturaleza del espacio público de la ciudad son anteriores a los procesos de globalización y previos al megaproyecto de Santa Fe.

7 Georgina Velásquez colaboró por más de diez años como trabajadora social, empleada por el Gobierno del Distrito Federal, en los tiraderos de basura de Santa Fe.

8 Según Roque González Escamilla, director de Servimet en el periodo 1977–1982, las expropiaciones se realizaron a tres centavos de peso por metro cuadrado. Posteriormente, estos terrenos se vendieron hasta en 2 000 dólares el metro cuadrado. González Escamilla estuvo a cargo de la mayoría de las expropiaciones.

9 Entre esos proyectos estuvieron la remodelación del zoológico de la ciudad y del Auditorio Nacional, y la construcción del Museo del Niño.

10 Otras alternativas para oficinas corporativas están ubicadas a lo largo de la avenida Reforma, la avenida Palmas, la avenida Insurgentes y Periférico Sur.

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