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Acta universitaria

versión On-line ISSN 2007-9621versión impresa ISSN 0188-6266

Acta univ vol.25 no.4 México jul./ago. 2015

https://doi.org/10.15174/au.2015.775 

Ciencias sociales y humanidades

 

La cohesión social y los límites de los hogares en México (2008-2012)

 

Social cohesion and the limits of household in Mexico (2008-2012)

 

Gilberto Aboites Manrique*, Araceli Sánchez*, Enrique Minor Campa**

 

* Centro de Investigaciones Socioeconómicas (CISE), Universidad Autónoma de Coahuila. Saltillo, Coahuila. Edificio S, Unidad Camporedondo Saltillo, Coahuila, México. Tel.: 52 844 412 11 13. Correo electrónico: g_aboites@yahoo.com.mx

** Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Boulevard Adolfo López Mateos núm. 160, Colonia San Ángel Inn, Delegación Álvaro Obregón, D.F., México, C.P. 01060, Conmutador: (0155) 5481 7200. Correo electrónico: eeminor@coneval.gob.mx

 

Recibido: 23 de abril de 2015.
Aceptado: 6 de agosto de 2015.

 

Resumen

Este trabajo analizará la relación entre la cohesión social y los hogares en México. El tema surgió a partir de lo establecido en la Ley General de Desarrollo Social (LGDS), artículo 36, referido a medir la pobreza de manera multidimensional, incluyendo el grado de cohesión social. Esta situación obligó al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) a trabajar sobre el tema, para lo cual se han utilizado indicadores de percepción de las redes sociales, construidos con base en la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogar (2008-2012). De acuerdo con la información disponible, se desprende que la familia/hogar está sometida a fuertes presiones sociales, dado lo cual la politica social no debe descanzar primordialmente en el accionar del hogar/familia. Diversos estudios etnográficos documentan el proceso de erosión del tejido social ante las amenazas que la pobreza y la inseguridad del empleo imponen, pues limitan la reciprocidad y las relaciones sociales horizontales, propias de los sistemas de ayuda mutua, y hay cada vez más evidencias de que la pobreza está acompañada de situaciones de aislamiento y mayor segregación social. Fallas en la reciprocidad social ocasionan o se asocian con una disminución de la interacción, situación que se ilustra con una mayor propensión hacia las familias nucleares en lugar de extensas. Sin embargo, esa manera de interpretar supone una lógica social más propia del homo econmicus y menos del homo socialis, dado que predomina un criterio de racionalidad esencialmente condicional y orientado al futuro.

Palabras clave: Cohesión social; hogares en México; política social; pobreza.

 

Abstract

This paper analyzes the relationship between social cohesion and households in Mexico. The issue arose from the provisions of the General Law on Social Development (LGDS), Article 36, based on measuring poverty in a multidimensional way, including the degree of social cohesion. This requirement forced the National Council for Social Policy Development (Coneval for its acronym in spanish) to work on the issue. With this purpose indicators based on the perception of social networks have been used based on the National Survey of Household Income Expenditure (2008-2012). From the available information it is shown that the family/household is subject to strong social pressures. Based on this an analysis is presented about the limits, the feasibility and relevance of a social policy that assume households as principal element of social cohesion. Several ethnographic studies document the process of erosion of the social net in face of the threat of poverty and job insecurity. They impose a restriction on horizontal reciprocity and social relations. There is growing evidence that poverty is accompanied by social isolation and increased social segregation. Failure in social reciprocity is linked with a diminished social interaction. This is illustrated by a greater tendency toward nuclear families rather than extensive ones. However, this way of interpreting involves a logic closer to an homo econmicus and less the logic of an homo socialis since the predominant criterion is essentially conditional and future-oriented rationality.

Keywords: Social cohesion; household in Mexico; social policy; poverty.

 

INTRODUCCIÓN

En este documento se analiza la relación entre cohesión social, hogar/familia y política social, circunscribiéndola al debate en torno a la cohesión social y a la pobreza, como resultado de lo estipulado en el artículo 36 de la Ley General de Desarrollo Social (LGDS), indicando que en la medición de la pobreza, de manera multidimensional, se incluyera el grado de cohesión social; a partir de la cual, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) se vio forzado a trabajar el tema, con el agravante de que la ley no definió el sentido y alcance del término cohesión social.

El término cohesión social, en el marco de las políticas sociales, remite a la formación de la Comunidad Económica Europea, y de ahí derivó la utilización de fondos estructurales mediante los cuales se pretendía limitar las diferencias socioeconómicas entre países (Council of Europe, 2005; Fenger, 2012). En América Latina, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) introdujo el término hacia los años noventa del siglo XX, señalando que la heterogeneidad en las condiciones socioeconómicas de los países y al interior de ellos disminuía la cohesión social (CEPAL, 2007). En ambos casos ello se vinculaba con la noción de lo que está amalgamado o unido, en oposición a lo desintegrado y, por ende, a la idea de que una sociedad cohesionada presenta menos desigualdad entre quienes la habitan y viven.

A raíz del mandato jurídico que hace la ley al Coneval, ese organismo procedió a indagar el sentido, alcance y utilidad del término para utilizarlo en la medición multidimensional de la pobreza, sin embargo, la diversidad de sentidos conferidos a la cohesión social y la dificultad para concretarlos en indicadores cuantitativos han significado que a la fecha únicamente se le incluya como elemento de contextualización en la pobreza (Coneval, 2010).

No obstante lo anterior, y habida cuenta de que cohesión social remite a lo que está articulado y unido, entre los elementos que se desarrollaron para comprender esa noción se trabajó en la construcción de un Índice de Percepción de Redes Sociales (IPRS), que mide la percepción que la población tiene acerca de qué tan fácil o difícil es contar con el apoyo de las redes sociales, asumiendo que entre mayor fuera la percepción mayor cohesión habría.

La unidad de análisis con que se trabajó ese índice fueron los individuos, lo cual en este documento se asume como una limitación, dado que en la vida cotidiana como en el contexto de las preguntas utilizadas para la construcción del indicador es el hogar/familia el elemento articulador que acota y condiciona el devenir social, en virtud de lo cual se construyó un nuevo índice que considera al hogar, partiendo de la hipótesis de que existe una relación diferenciada entre el tipo de hogar y la percepción social respecto de la posibilidad o imposibilidad de recibir apoyo a través de las redes sociales, mismo que de confirmarse resultaría importante para la formulación de las políticas sociales, puesto que como se verá, crecientemente éstas han hecho del hogar/familia un elemento central.

Lo anterior quedó de manifiesto dado que el Índice de Percepción de Redes Sociales por Hogar (IPRSH) mostró que efectivamente el tipo de hogar condiciona percepciones diferentes respecto del apoyo que procuran las redes sociales, además, posibilitó la identificación de hogares con una alta percepción de las redes sociales en el 2012, mientras que el indicador de Coneval no lo hizo, hecho que se interpreta como mayor sensibilidad del nuevo indicador, y es de suponerse que eso permitirá generar información y análisis que apoyen en la formulación de políticas sociales más eficientes, habida cuenta de la mayor precisión en la información con la cual se dispondría para su formulación.

El análisis cubrió una temporalidad que va del 2008 al 2012, en virtud de que la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto del Hogar (ENIGH), levantada en ese periodo, incorporó en el Modulo de Condiciones Socioeconómicas (MCS) las preguntas sobre redes sociales. Además, atendiendo a las características de la encuesta, su representatividad estadística es de carácter nacional, y en este trabajo únicamente se trabajó a ese nivel, aunque es factible realizar un análisis a nivel de entidad federativa.

El documento se ubica en torno al debate sobre las racionalidades que caracterizan el comportamiento social, diagramado a partir de los años ochenta del siglo XX como racionalidad del mercado versus otras racionalidades sociales, e ilustra la manera como en México el gobierno federal remite la cohesión social al ámbito del hogar/familia, mientras que la dinámica económica fractura crecientemente la solidaridad social que la soporta. Lo anterior, aunque se ha interpretado desde la racionalidad del homo economicus, también se puede interpretar desde otras lógicas, por ejemplo la del homo socialis, dado lo cual, más que un único porvenir, i.e. la crisis de la familia como soporte de la solidaridad basada en la reciprocidad, es factible imaginar la crisis de algunos hogares y su continuidad transformada en otros.

El documento argumenta la falta de más estudios para clarificar y comprender mejor hacia dónde caminan los hogares/familia en un mundo neoliberal, indicando que eso permitiría una mejor interpretación de los límites y posibilidades de una política social que hace del hogar/familia el punto nodal.

Además de la introducción, el documento consta de cuatro apartados. El primero de tipo conceptual define y contextualiza lo que ha sido la política social en México; precisa el sentido y alcance de la organización social hogar/familia, y finalmente desarrolla el sentido y alcance que en la literatura se confiere al concepto cohesión social.

Un segundo apartado presenta sucintamente los elementos metodológicos utilizados en la formulación del IPRSH, mediante el cual se visualizan los límites y contradicciones de la política social que hace del hogar/familia el soporte de la política social vigente.

El tercer apartado muestra los resultados referentes al IPRSH, para observar la relación cohesión social-redes sociales y los límites de la política social soportada en el hogar. Finalmente, en el último apartado se presentan algunas conclusiones generales.

 

Apartado conceptual

La política social incluye al conjunto de instituciones públicas (leyes, planes, programas y acciones) creadas para prevenir y enfrentar los riesgos e impulsar las potencialidades de las personas, generadas como resultado del sistema capitalista. Para el caso de México, remite principalmente a los derechos consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, dado lo cual incluye las leyes generales y secundarias gestadas en relación con los derechos sociales y los planes y programas de gobierno que pretenden concretar a los primeros (Valencia, Foust & Tetreault, 2011).

En su origen, refiere a lo que se conoce como visión bismarckiana del siglo XIX, generalizada entre los países industrializados europeos, consistente en el reconocimiento de que el Estado nación tenía la responsabilidad de brindar las condiciones de bienestar material que el sistema capitalista no propiciaba con el desarrollo industrial. Desde una perspectiva sociológica, ello se percibió como parte de la resistencia social, esto es, de la presión que los nacientes sindicatos y partidos comunistas y socialistas demandaron, aunque el Estado se apropió esas demandas y las incorporó como parte de los mecanismos que le dieron viabilidad al sistema (Bonanno, 1991), tomando la forma de legislaciones protectoras y promotoras del trabajo, siendo desde ese supuesto que se exigieron y concretaron las políticas en materia laboral y de salud (Aboites, Bonanno, Constance, Martínez & Erlandson, 2007).

La noción de trabajador remitía a la formalidad por haberse gestado en el contexto de las sociedades más industrializadas, pues en ese momento y circunstancia se conceptuaron dentro de las relaciones laborales del capital industrial decimonónico, de suerte tal que el bienestar social se concebía inherente al progreso de las sociedades modernas, sin embargo, en los países latinoamericanos la noción de Estado de bienestar históricamente se quedó trunca, o como apunta Ocampo (2008) fue un Estado de bienestar segmentado e incompleto.

Siguiendo los planteamientos de González (2005) respecto al transcurrir de la política social en México, ésta se visualiza diferenciada en tres momentos: 1) de la posguerra a la crisis de los años ochenta; 2) la década de los años ochenta del siglo XX; y 3) la década del noventa en el siglo XX en adelante. Aunque en el diseño e implementación de los programas y acciones de la política social es posible identificar traslapes entre los elementos que las caracterizan. Veamos.

I. Primera etapa. Remite a la creación de una red institucional centrada en la expansión de servicios de salud, educación y vivienda1, sustentada en una lógica burocrática que respondía a estrategias macro y a filosofías universalistas, sobre todo para los trabajadores asalariados (Ocampo, 2008), a menudo organizados en sindicatos con agendas reivindicativas, que en materia de salud tienen como marco de referencia los acuerdos tomados en la Segunda Convención Ordinaria del Partido Nacional Revolucionario (1933) que adoptaba como premisa la obligación del Estado de proteger la salud del individuo, para posibilitar así el desarrollo de la sociedad (Rodríguez, 2000). Un segundo soporte en ese periodo fueron los subsidios al consumo de corte universal que favorecieron el crecimiento industrial y de las clases medias. Esto fue posible gracias al crecimiento de la economía nacional durante lo que se denominó sustitución de importaciones (1940-1979) (Gómez-Oliver, 1994), registrándose tasas de crecimiento del producto interno bruto (PIB) de 6% entre 1940 y 1970 (Herzog, 2007), que permitieron reducir la población mexicana en situación de pobreza de patrimonio del 88.4% al 53% entre 1950 y 1983 (Székely, 2003).

II. Segunda etapa. Se caracteriza por el retraimiento del Estado respecto de la provisión de servicios y acciones en materia social. Los programas amplios y universales "para todos" fueron cuestionados en la Secretaria de Programación y Presupuesto, y comenzaron los programas emergentes y focalizados que tenían la función de optimizar los escasos recursos existentes y alcanzar a grupos de población más vulnerables, centrados en áreas de servicios educativos y salud, con una orientación marcadamente asistencialista y haciendo énfasis en la atención de necesidades específicas y transitorias (Rodríguez, 2000).

El Plan Nacional de Desarrollo 1983-1988 circunscribía la política social a dos propósitos generales: primero, elevar la generación de empleos y mejorar gradualmente el poder adquisitivo del salario; segundo, combatir la marginación y la pobreza. Así, la política social dejó de visualizarse como una consecuencia estructural del desarrollo industrial y económico, para convertirse en marginal, pues la creación de empleos, resultado de elevar la productividad, impulsaría los niveles de vida, y poco a poco se reducirá el papel compensador de la política social gubernamental, por lo cual éste sólo se concentraría en la franja marginal de los pobres.

La crisis económica por la deuda, el desplome de los precios del petróleo, aunado a los malos manejos de las finanzas públicas, marcaron el final de una estrategia de desarrollo nacional (Merino, 2009), que la población vivió como años de crisis (la "década perdida"), enfrentada por los hogares con la reducción en el consumo y el aumento de los aportantes de ingreso por hogar (González, 2005), mientras que en el plano internacional se daba una lucha ideológica, en la que las grandes empresas y las instituciones financieras internacionales responsabilizaron de la crisis al Estado, y argumentaron la pertinencia de la restructuración económica, la apertura comercial, la reducción del estado y sus políticas sociales, resumida en el Consenso de Washington (Bonanno & Constance, 2008; Harvey, 2005; Stiglitz, 2003), cuyo saldo final fue el aumento de la desigualdad y una reducción en la clase media, producto tanto de aumentos en la pobreza como en la proporción del grupo de población más rico (Székely, 2003).

III. Tercera etapa. La implementación de las primeras reformas estructurales enmarca a la tercera fase de la política social mexicana. Refiere a un Estado regulador, convertido en agente "neosocial", que coexiste con la participación activa de subsectores estatales, privados y Organizaciones no Gubernamentales (ONG), de una manera más plural y menos centralizada, que de entrada rechaza la contraposición Estado/mercado y asume la complementariedad ante las deficiencias e insuficiencias del mercado.

El Plan Nacional de Desarrollo 1989-1994 señalaba al respecto (la política social):

[...] va a ser desplegada en los sectores tradicionales: alimentación, salud, vivienda y educación, en el interés de dotar a la población de menores recursos de un piso social básico, pero a diferencia del pasado se combinarán esquemas tradicionales del gasto social con la recuperación de la iniciativa y las fuerzas de la sociedad civil que fueron aletargadas por el paternalismo del Estado, pero que en el marco de la crisis y de las dificultades propias del momento actual es necesario incorporarlas a fin de potenciar el alcance de los escasos recursos presupuestales disponibles, amén de revitalizar la relación política entre sociedad civil y Estado (Ejecutivo Federal, 1989).

Se revaloraba la acción (agency) de los pobres y el potencial de los sistemas de apoyo y reciprocidad, promovidas como "virtudes", incluido el llamado capital social (González, 2005). La participación social de las personas y sus hogares proveían horizontalidad y legitimidad a la política social y, a diferencia de la ideología nacionalista, ahora se argumentaba la participación de instancias internacionales en el diseño, seguimiento y evaluación de la nueva política, por ejemplo del Banco Mundial (Escobar, 2003), donde los cambios en las condiciones de la población debían ser medidos con criterios de identificación y metodologías de evaluación, de acuerdo con líneas base de diagnóstico y líneas de comparación (CEPAL, 1995), dejando en un plano secundario la ampliación en la cobertura de los programas.

Ahora bien, Yanagisako (1979) dice que la diferencia más aceptada entre familia y hogar contrasta parentesco y proximidad, como las características esenciales que definen la pertenencia a la familia y el hogar. A su vez, Jelin (2005; 2010) indica que la familia es una institución social anclada en necesidades humanas universales, de base biológica como la sexualidad, la reproducción y la subsistencia cotidiana, donde sus miembros comparten un espacio social definido en términos de relaciones de parentesco, conyugalidad y patermaternalidad. Se trata, en consecuencia, de una organización social, un microcosmos de relaciones de producción, reproducción y distribución con su propia estructura de poder y fuertes componentes ideológicos y afectivos.

Por su parte, las definiciones funcionales de la familia han sido insuficientes para comprenderla, porque muchas de las funciones interpretadas como "funciones de la familia" en ocasiones se cumplen por parte de los grupos co-residensiales o roomies, quienes no se basan necesariamente en relaciones de parentesco.

Nosotros, en consonancia con Arriagada (2002), asumimos que la definición de hogar incluye el concepto de familia, así, todas las familias son hogares, pero no todos los hogares son familias2. Entonces para que un hogar sea considerado familia, al menos un miembro del hogar debe tener relaciones de parentesco con quien se declara jefe del hogar encuestado.

En cuanto a la definición de jefe de hogar, se ha propuesto la consideración simultánea de jefatura femenina/masculina de facto y de jure (Gammage, 1998), ligando el concepto de jure al que se usa habitualmente en censos y encuestas, y el concepto de facto al que se determina por el mayor aporte al ingreso familiar (Arriagada, 2002)3.

Al hogar/familia se le considera la unidad básica, el primer espacio de la interacción social y, por ende, condiciona y acota la extensión y profundidad de las redes sociales, constituyendo el lugar desde donde se piensa la cohesión. Así, la familia cumple un papel clave en la formación de competencias y en la transmisión de valores y normas sociales, que pueden contribuir a su mejor inserción social cuando adultos. Tironi et al. (2008) señalan que quienes presentan carencias en su socialización tendrán mayores dificultades para integrarse plenamente en la sociedad, debilitando las bases de la cohesión social (Tironi et al., 2008) y es de esperarse que sean distintas las posibilidades materiales de esa transferencia axiológica, según el tipo de hogar.

Desde la antropología social se han indagado mecanismos que socializan las desventuras y vicisitudes que el sistema capitalista genera al nivel de los hogares, y se ha documentado que la familia funciona como mecanismo amortiguador, estableciendo estrategias de reinserción entre los excluidos en los circuitos sociales y económicos. Por ejemplo, señala Bazán (1998) que la familia como recurso para superar crisis eventuales y localizadas ha sido siempre utilizada en México en ambientes rurales y urbanos, en estratos de bajos ingresos, pero también entre familias de clase media e incluso entre la gran burguesía (Estrada, 1996; González, 2005; Lomnitz, Lomnitz, Larissa & Pérez, 1993).

También en diversos estudios etnográficos se documentó el proceso de erosión del tejido social ante las amenazas que la pobreza y la inseguridad del empleo imponen, pues limitan la reciprocidad y las relaciones sociales horizontales, propias de los sistemas de ayuda mutua, y hay cada vez más evidencias de que la pobreza está acompañada de situaciones de aislamiento y mayor segregación social, tanto en México como en otros países de la región, según da cuenta González (2006) y otros autores (Bazán, 1998; Estrada, 1996; González, 2005; González, Moreno & Escobar, 2012; Kaztman, 1999).

En esa línea argumentativa, la reiteración en las condiciones críticas de las familias mexicanas, particularmente las urbanas, propiciaron una no reciprocidad en el apoyo familiar, degradando la bidireccionalidad, y con ello reduciendo la solidaridad. Este hecho se interpretó con base en Mauss (1971), como parte de un complejo comportamiento social de intercambio y reciprocidad, que respondía a reglas sociales que, independientemente de ser explicitas o implícitas, eran de irrestricta observancia, so pena de la desavenencia social e incluso de violencia. Señala Mauss: "el carácter voluntario, por así decirlo, aparentemente libre y gratuito y, sin embargo, obligatorio e interesado de esas prestaciones; […] cuando en el fondo lo que hay es la obligación y el interés económico" (1971).

El incumplimiento de la reciprocidad en el apoyo y solidaridad que brindan las familias pareciera que termina por cancelar las posibilidades de mantener las formas tradicionales de la solidaridad, hecho que Bazán (1998) supone al señalar que ante la crisis la familia extensa se reduce y crece la importancia de la familia nuclear.

De lo anterior se desprende que fallas en la reciprocidad social ocasionan o se asocian con una disminución de la interacción, ya que carece de sentido insistir y apoyar a quien no quiere o puede corresponder, situación que se ilustra con una mayor propensión hacia las familias nucleares en lugar de extensas. Sin embargo, esa manera de interpretar supone una lógica social más propia del homo econmicus y menos del homo socialis (tabla 1), dado que predomina un criterio de racionalidad esencialmente condicional y orientado al futuro.

Lo anterior se ejemplifica al suponer que yo te apoyo porque después asumo que tú me apoyarás. No obstante, ésa es únicamente una de las racionalidades observadas y posibles, ya que a la par existen otras, mismas que Polanyi (1944) refería al hablar de estrategias sociales que realentizaban al capital y le daban viabilidad. En tales circunstancias resulta paradójico que el Estado tácitamente refiera al mecanismo de amortización que representa el hogar/familia, aunque el discurso de la política social vigente remite a un estado natural, donde el mercado se yergue en fiel de la balanza respecto a lo que puede y debe ser la política social4.

En cualquier caso, lo que resalta es la discusión respecto de los límites y presiones a que está sometida la familia/hogar, y en función de ello se dilucida la viabilidad y pertinencia de una política social que se recarga en ella.

Por otra parte, hace más de un siglo, Emilie Durkheim afirmó:

La solidaridad es un hecho […] que puede explicarse a través de la cohesión social que cada sociedad posee [señalando que] mide la integración de las personas a la sociedad, distinguiendo entre cohesión familiar y cohesión religiosa. Cuando estos tipos de cohesión no son fuertes, entonces el individuo puede tender a un comportamiento apartado de las normas, generándose así la ‘anomia', la cual es una patología que sufre la sociedad a causa de la ausencia de reglas morales y/o reglas jurídicas (Durkheim, 2008).

La solidaridad representaba ese sentido de unidad, y en esa perspectiva, cuanta mayor solidaridad mayor cohesión social habría, cualquiera que fuera la dimensión: familia, barrio, localidad, país, iglesia; pero también cuanta menor cohesión, menor respeto y seguimiento a las reglas morales y jurídicas se observaría.

Durkheim formuló la idea de que a mayor división social mayor interdependencia habría y, por ende, mayor necesidad de interactuar y de asumir la conveniencia de una estrecha vinculación. A esto le llamaba solidaridad orgánica (Durkheim, 2008), de la cual se desprende que la interdependencia constituye la matriz donde se propicia la cohesión y, por tanto, cuanto menor interdependencia exista menor cohesión se identificara (figura 1).

Los niveles donde ocurre la interacción van desde el hogar o familia hasta las formas de organización social más complejas, como el Gobierno, Estado, Iglesia, escuela, etcétera, dado lo cual impera un criterio de agregación que implica complejidad analítica (figura 2). En cualquier caso se mantiene el principio de que a mayor interacción social mayor cohesión y solidaridad.

Dado lo anterior, aquello que propicia la interdependencia social, en principio, también propicia la solidaridad y la cohesión, aunque como todo proceso social no está exento de conflicto y resistencias. Por ejemplo, una localidad que aísla a las personas al obligarlas a utilizar individualmente sus vehículos contraviene los intereses de la cohesión social, versus otra localidad donde las personas se ven forzadas a interactuar más por el uso de los espacios colectivos y comunes, así como por la utilización de los transportes públicos (Centro Mario Molina, 2013; Glaeser, 2011; Gobierno Federal, 2013).

Por su parte, Bordieu (1979; 1980), y después Wacquant (2000), hablaron de capital social para referirse a los recursos del individuo y la familia que devenía en ventaja, para quien o quienes usufructuaban esas relaciones, por ejemplo, bajo la forma de redes sociales que fungían como mecanismo de valorización5, y de alguna manera esa acepción se incluye al inquirir por la percepción de las redes sociales en las ENIGH.

Desde mediados los años ochenta del siglo XX e inicios del XXI, en las ciencias sociales se documentaron diferencias en la cohesión social habida en un hogar nuclear, ampliado o corresidencial (González, 2005), pues no es igual un hogar de dos personas a otro mayor, menos aún uno nuclear a uno corresidencial y, en consecuencia, el tipo de interacciones sociales que se tejen y en el cual quedan insertos los integrantes del hogar varía (Sunkel, 2006)6.

El tema de la cohesión surgió en la política social, dentro del contexto de la caída del muro de Berlín, es decir, del tránsito hacia la globalización y la consolidación de la Comunidad Económica Europea, bajo la premisa de que resultaba socialmente justo y conveniente apoyar a los países y a las regiones con menor bienestar material, para que tendieran a equipararse al resto mediante la aplicación y formulación de fondos estructurales (Council of Europe, 2005; Fenger, 2012), mientras que en América la discusión remite a la CEPAL, quien introdujo el término cohesión en los años noventa (CEPAL, 2007).

Por otra parte, desde una perspectiva durkheimiana7 (Boltvinick et al., 2010), buscaron documentar una relación entre pobreza-cohesión y delincuencia, pero no obtuvo resultados estadísticamente significativos, por lo cual omitió la cohesión en la medición de la pobreza multidimensional, lo cual es interesante, pues a la fecha Coneval tampoco la incorporó en la medición multidimensional de la pobreza, al menos no de manera directa, sino únicamente como parte del contexto territorial (Coneval, 2010).

En 2004, la LGDS estipuló medir la pobreza de manera multidimensional (artículo 36), y cuatro años después estableció que la medición de la pobreza incluyera el grado de cohesión social, situación a partir de la cual Coneval entresacó algunos elementos académicos con los cuales trató de dar cumplimiento al mandato; fue entonces que llegó a la conclusión de trabajar mediante el Índice de Gini, Razón de ingreso, Polarización y Percepción de redes como indicadores de la cohesión social; asumiendo implícitamente que una sociedad cohesionada presenta menos desigualdad entre quienes la habitan y viven, de ahí la pertinencia de medir la desigualdad; esto es el Índice de Gini, la Razón de Ingreso y la Polarización. Sin embargo, el interés por la cohabitación que se desprende de cohesión social y que Durkheim (2008) refería a la solidaridad, no quedaba captada con ninguno de los indicadores señalados, dado lo cual inquirió por la percepción que tenían las personas en sus redes sociales respecto de la posibilidad o imposibilidad de recibir apoyos, asumiendo que una valoración alta de las redes se vincularía con mayor cohesión o integración de la sociedad.

Los tres primeros indicadores, Índice de Gini, Razón de Ingreso y Polarización, refieren a cuestiones materiales y tangibles, directamente vinculadas al bien-estar material de las personas; mientras que el cuarto remite a una valoración subjetiva y contingente, a saber, la Percepción de Redes. Mediante dicho concepto se intenta capturar las condiciones sociales a partir de las cuales, en los hogares, se viven las adversidades que el sistema genera.

Por ello se incluyó un grupo de preguntas en las ENIGH 2008 a 2012, mediante las cuales se buscó capturar la percepción que tenían los entrevistados, respecto de situaciones que reflejarían la solidaridad social8, es decir, la interacción social, la interdependencia y, por ende, la implícita conveniencia de una estrecha vinculación social. Seis preguntas distintas con cinco opciones de respuesta idénticas fueron las incluidas:

Preguntas:

1. ¿Cree usted que si necesitara pedirle a alguien la cantidad de dinero que se gana en su hogar en un mes, le sería…?

2. ¿Cree usted que si necesitara pedir ayuda para que lo(a) cuiden a usted en una enfermedad, le sería…?

3. ¿Cree usted que si necesitara pedir ayuda para conseguir un trabajo, le sería…?

4. ¿Cree usted que si necesitara pedir ayuda para que lo(a) acompañen al doctor, le sería…?

5. ¿Cree usted que si necesitara pedir cooperación para realizar mejoras en su colonia o localidad, le sería…?

6. ¿Cree usted que si necesitara pedir ayuda para que cuiden a los(as) niños(as) en este hogar, le sería…?

Respuestas:

1) Imposible conseguirla

2) Difícil conseguirla

3) Fácil conseguirla

4) Muy fácil conseguirla

5) Ni fácil ni difícil conseguirla (espontánea) (Instituto Nacional de Estadísticas [INEGI], 2013).

Se trata, en consecuencia, de un instrumento de carácter cualitativo que asume capturar una percepción humana y subjetiva del jefe del hogar, si bien, también se identifican hogares en los cuales se registró la opinión de más de una persona por hogar, y a partir de esos registros se procedió a construir indicadores cuantitativos que permiten una interpretación de la realidad social aportada por las respuestas a dichas interrogantes.

 

Apartado metodológico

El Coneval construyó seis indicadores de percepción de redes, mediante los cuales capturaba la facilidad, dificultad o indiferencia de conseguir el apoyo social. El proceso se realizó en dos pasos. Primero convirtieron las respuestas en dicotómicas, imputando un valor entre 1 (uno) y 0 (cero). Esto se realizó en tres etapas. Primeramente observando si la percepción social en las redes era fácil o muy fácil, a lo cual llamaron Percepción de Facilidad de Redes (PFR), y realizó la misma operación, pero inquiriendo por la dificultad e imposibilidad de esa percepción; lo que significó imputar un valor de 1 (uno) si era difícil o imposible y de cero (todos los demás valores), a lo cual denominaron Indicadores de percepción de dificultad (PDR), y finalmente construyeron, por imputación, el llamado Indicador de Percepción Neutro de Redes (PNR), donde el valor de 1 (uno) indicaba neutralidad y todos los demás valores adquirieron el valor de cero, indicando no neutralidad.

Realizada la imputación de valor y, por tanto, construidas las variables dicotómicas (cero/uno), realizaron un análisis de frecuencia que indicaba el número de casos con valor 1 (uno) al que denominaron Número de Situaciones Facilidad, Número de Situaciones de Dificultad y Número de Situaciones de Neutralidad, mismos que sirvieron de base para después construir un algoritmo que agregara todos los unos, en cada uno de los indicadores señalados y con base en el análisis de frecuencia que mostraba el número de casos con valor 1 (uno) lo llamó Número de Situaciones de Facilidad, Número de Situaciones de Dificultad y Número de Situaciones de Neutralidad (tabla 2).

Así se creó lo que denominaron Indicador del Grado de Apoyo de Redes Sociales para cada persona (GAj) y Coneval pudo establecer un gradiente restringido a tres rangos: bajo, medio y alto, de manera que las diferentes respuestas capturadas en el módulo de condiciones socioeconómicas de la ENIGH, para cada persona mayor de 12 años, se veía reducido a un número, que representaba el grado de apoyo que percibía de las redes, bajo la nomenclatura bajo, medio o alto, mismo que sirvió para construir el Índice de Percepción por Entidad Federativa (IPDk) de redes, según el cual si en la entidad la persona recibía un grado de apoyo alto menor al 20%, el índice era bajo; medio si era mayor o igual al 20%, pero menor al 40% y alto si era mayor al 40% (Sánchez, 2014).

Como puede observarse, la percepción social de las redes a nivel de individuos, y por agregación estados, propiciaba un sesgo hacia la minimización de las percepciones sociales, pues en su mayoría caían en el rango medio (tabla 2), y esa forma de agregación y análisis omitía consideraciones al tenor del género de quien responde, la condición de pobreza o el tipo de hogar en el que radicaban las personas que opinaban sobre la percepción social de las redes.

Respecto de los primeros dos aspectos (género y pobreza), se han realizado importantes análisis en Coneval (2010) y González et al. (2012), no así del tercero que desarrolló Sánchez (2014), a través de un IPRSH, cuya finalidad fue ver la relación entre los tipos de hogar y la cohesión social.

Para el cálculo de ese índice se seleccionó la población objetivo, a saber, hogares, utilizando la clasificación habitual en INEGI y, por ende, en la encuesta respecto del hogar9, y en virtud de que la ENIGH registra diferentes opiniones de personas correspondientes a un mismo hogar, fue indispensable construir un valor medio para cada uno de los hogares, lo cual se hizo sumando las respuestas que sobre las percepciones de redes sociales tenía cada integrante del hogar, y luego se dividió esa suma entre el número de integrantes del hogar, asignando el promedio a cada uno de los integrantes por hogar, para garantizar la expresión de las redes sociales de todos los hogares, mediante un único valor, y así simplificar los subsecuentes cálculos.

Siguiendo el procedimiento empleado por Coneval (2010), se aplicó una variable dicotómica (0 - 1) a las cinco opciones de respuesta de las redes, asignando el valor de cero para las opciones de respuesta (1 "Imposible conseguirla", 2 "Difícil conseguirla" y 5 "Ni fácil ni difícil conseguirla"), y el valor de uno para las respuestas (3 "Fácil conseguirla" y 4 "Muy fácil conseguirla"), procedimiento que supuso construir una nueva matriz de datos con las variables de interés10.

Teniendo esa nueva matriz de datos, se construyó el IPRSH, tomando de la nueva matriz de datos sólo las seis variables referentes a redes sociales; esto es: redsoc_1, redsoc_2, redsoc_3, redsoc_4, redsoc_5 y redsoc_6, a los cuales se les aplicó la técnica de análisis de componentes principales (PCA, por sus siglas en ingles)11.

Sin embargo, la aplicación de la técnica PCA tiene algunas limitaciones, tales como:

• La asunción de linealidad, pues se asume que los datos observados son combinación lineal de una cierta base de importancia estadística de la media y la covarianza.

• El PCA utiliza los vectores propios de la matriz de covarianzas y sólo encuentra las direcciones de ejes en el espacio de variables, considerando que los datos se distribuyen de manera gaussiana (INEGI, 2010).

Ahora bien, se seleccionó esta técnica por ser la más precisa para análisis exploratorio de datos multivariados, pues permite observar la estructura de variación de los datos y hasta detectar observaciones atípicas o variables cuya aportación no es significativa en la clasificación (INEGI, 2010).

Una vez aplicada la técnica de análisis de componentes principales, y teniendo la información de las variables en índices generales, se aplicó el tratamiento de correlación Kaiser-Meyer-Olkin (kmo) para asegurar que no se correlacionen las nuevas variables con las anteriores, de modo que tengamos menor número de componentes que de variables.

Luego se procedió con la estratificación del índice, eligiendo un método que ofrece resultados de acuerdo con el criterio estadístico de jerarquización analítica; esto es el método de Dalenius & Hodges (1959), el cual es muy utilizado en el análisis de información de las condiciones relativas de vida (llámese índice de marginación, vulnerabilidad social, niveles de bienestar que son índices multidimensionales que incluyen valores positivos y negativos) y permite obtener una agrupación, lo más homogénea posible, entre las observaciones de una base de datos, así como construir tantos estratos como uno lo desee, tomando en cuenta la propia distribución de los datos, minimizando la varianza (Garrocho & Campos, 2005).

Las estimaciones de Dalenius & Hodges (1959) para estratificar se realizaron con el software Excel, siguiendo el procedimiento sugerido por Garrocho & Campos (2005).

Para facilitar la interpretación de la estratificación del índice, el score de rangos (porcentaje de percepción de redes sociales) tomó valores entre 0 y 100, y de ese modo facilitó su interpretación y la realización de cruces con otras variables de interés.

Con base en lo anterior, es posible identificar las semejanzas y diferencias entre los índices: IPR construido por Coneval (2010) y el IPRSH elaborado por Sánchez (2014) en los siguientes términos:

 

Semejanzas:

Ambos presentan tres gradaciones de percepción de redes (bajo, medio y alto).

Ambos eliminan las observaciones correspondientes a informantes indirectos.

Ambos utilizan variables dicotómicas cero (0) y uno (1) para facilitar el manejo de datos en las opciones de respuesta.

 

Diferencias:

El IPR de Coneval trabaja a nivel de individuos y el IPRSH a nivel de hogares.

La técnica aplicada para la construcción de los índices fue distinta. El índice propuesto por Coneval obtiene las gradaciones de percepción de redes por medio de algoritmos de frecuencias de las observaciones, capturando percepciones de facilidad, dificultad y neutralidad, comparándolas y asignando los grados de percepción altos, medios y bajos a nivel de individuos y por agregación a nivel de entidad federativa (Coneval, 2010). En cambio, Sánchez (2014) utilizó la técnica multivariante de análisis de componentes principales y la técnica de estratificación de Dalenius & Hodges (1959).

 

Apartado de resultados

De conformidad con el IPR elaborado por Coneval (tabla 3), se observa que tendencialmente está desapareciendo la percepción alta de redes. Así, mientras que en el 2008 había siete estados con un alto índice de percepción de redes (Baja California Sur, Coahuila, Colima, Nayarit, Nuevo León, Sinaloa y Sonora), en 2010 fueron cuatro entidades (Nayarit, Nuevo León, Sinaloa y Sonora) y en 2012 ninguna.

En cambio, siguiendo la metodología de Sánchez (2014), se demostró que era factible construir un IPRH (tabla 4), que mostró valores altos en el 2012, aunque, al igual que Coneval, reportó una tendencia declinante en la relevancia de la percepción de las redes sociales.

Se confirmó, además, que efectivamente existía una relación diferenciada entre el tipo de hogar y la percepción social, leída como cohesión social diferenciada por hogar (tabla 4), en virtud de lo cual disminuye el porcentaje de hogares con una percepción alta de las redes y aumenta la percepción media, particularmente en los hogares compuesto y nuclear.

La tendencia hacia una menor percepción, respecto del apoyo que reciben los miembros de un hogar para sortear las dificultades que la vida les impone, son resultado de un sistema social neoliberal que ha venido presionando al hogar/familia para que funja como mecanismo social que minimiza los efectos adversos de este capitalismo (pobreza, pérdida de empleo o la informalidad del mismo, etc.), sin embargo, los cambios en la percepción de las redes permiten suponer que ello de alguna manera también refleja la tensión y los límites del hogar para cumplir esas funciones, situación que corre en paralelo con un discurso popular articulado, en, para y desde el hogar/familia.

Por ejemplo, el estudio realizado entre septiembre y diciembre de 2010 por Nexos Gaussc y Lexia (2011) desprendió que hay entre los mexicanos una alta percepción de que individualmente son muchos los que pueden y están dispuestos a hacer por la familia, ya que el 59% contestó a las preguntas "¿qué tanto puede hacer usted por cambiar… su propia vida?, ¿la de su familia?, ¿el rumbo del país?" con la opción "mucho"; mientras que sólo el 21% respondió lo mismo en referencia al país, y esa misma tendencia se aprecia si agregamos los valores de cambio personal y a nivel país, con proporciones que van de 90% a 53%, de lo cual se infiere una fuerte convicción en la capacidad individual y familiar, pero no en la noción social de agregación que implica hablar de país.

Esa misma "fractura" se aprecia al observar que el 69% de los mexicanos afirma tener rumbo y dirección, mientras que el 56% piensa que México es "como un barco a la deriva". La conclusión del estudio es que no hay faro, pero los mexicanos tienen, en cambio, múltiples sueños, que no reflejan un deseo colectivo mayoritario. Sin sueño colectivo, sin confianza en los gobernantes y los compatriotas que caminan a su lado, los mexicanos encuentran consuelo y esperanza en su familia. Pareciera irse consolidando la percepción de que un mexicano no debe confiar en otro mexicano que no sea de su familia. La familia se encuentra idealizada como el refugio donde los mexicanos sí pueden confiar unos en otros; es el conjunto donde sí comparten los valores, sí se encuentra el apoyo, sí se pueden compartir tanto la penas y los miedos, como las alegrías y los éxitos (Nexos Gaussc y Lexia, 2011), sin embargo, esta imagen idealizada impide a los ciudadanos percibirse como parte de una colectividad superior a la familia (la comunidad, la ciudad, la patria), y al mismo tiempo ponerse de acuerdo para alcanzar metas en conjunto. Por ello, 63% dice que en México cada quien jala por su cuenta, contra 36% que opina que en México trabajamos en equipo (Nexos Gaussc y Lexia, 2011).

Esa visión esquizofrénica y pesimista de la vida del mexicano, donde todo está bien a nivel íntimo y mal fuera de muros, parece validarse por los análisis del IPR del Coneval (tabla 3) y el de Sánchez (tabla 4), pues tendencialmente está desapareciendo la percepción alta de redes, que de alguna manera reflejaría la percepción que las familias tienen referente a la facilidad o dificultad en acceder a las redes de la convivencia social.

La visión dicotómica: fuera de la familia vs dentro, aunque ilumina algunas percepciones, dificulta escudriñar en las condiciones problemáticas de su reproducción, porque no problematiza lo que sucede al interior de la propia familia; hecho que aflora cuando miramos la realidad pensando en las transformaciones y cambios demográficos vinculados con la primera y segunda transición demográfica; esto es la caída de la mortalidad, de la fecundidad y el aumento en la esperanza de vida, así como en los índices de fecundidad, el incremento del celibato y de las parejas que no desean tener hijos; el retraso de la primera unión; la postergación del primer hijo; la expansión de las uniones consensuales como alternativa al matrimonio; el aumento de los nacimientos y la crianza fuera del matrimonio, el aumento del divorcio; y la diversificación de las modalidades de estructuración familiar (Arriagada, 2002), así como en lo referente a la integración de los aportantes de ingreso del hogar o la distribución del tiempo y de las responsabilidades que se están presentando12.

Una manera de ejemplificar lo anterior es indagar en dos transformaciones que hacen a la familia y la mujer: por un lado, el aumento de la jefatura femenina y, por el otro, la incorporación de más aportantes de ingreso en el hogar, lo que de entrada refiere a las mujeres cónyuges.

La incorporación de la mujer al mercado laboral, aunque aumentó el ingreso en el hogar, el tiempo para el trabajo doméstico disminuyó debiendo contratar apoyo doméstico, pagar los servicios de una guardería o duplicar las jornadas laborales en el hogar de uno o más adultos. El hogar tendría mayores ingresos, pero requerirá también de mayores gastos para alcanzar el mismo nivel de vida, y la ausencia o disminución del tiempo en el hogar se tradujo en ausencia o disminución de solides en las relaciones y, por en ende, en ausencia o disminución de la solidaridad y de la cohesión social, situación que podría referir a un bien-estar del hogar eventualmente positivo, neutral o negativo (Boltvinik et al., 2010)13.

Considerando el esquema de Maslow (1987) en su pirámide de jerarquías, si el acceso a los satisfactores requiere en todos los casos el recurso tiempo para construir relaciones sociales, redes de pertenencia y solidaridad, entonces la existencia de redes y la profundidad o solides de éstas reflejarían la existencia o no de tiempo invertido en la construcción de relaciones sociales que hagan a la cohesión y, por ende, un indicador de relaciones mayor podría imputarse a una mayor cohesión y a una cantidad mayor de tiempo, aunado seguramente a una mayor calidad del tiempo o viceversa.

Dado lo anterior, la tendencia hacia una disminución en el índice de percepción de redes, tanto el de Coneval (2010) como el de Sánchez (2014) indicaría una disminución en el tiempo disponible dentro de los hogares para la interacción social, lo cual de acuerdo con la literatura disponible seguramente se vincula con la reasignación de roles al interior de los hogares y el surgimiento de nuevas estructuras sociales (hogares/familias), que reflejarían premuras y respuestas organizativas diferentes a lo observado e idealizado como parte del modelo de familia: nuclear con padre y madre e hijos no emancipados.

Al decir de Arriagada (2002), ello ha implicado el aumento de la carga total de trabajo para las mujeres que participan en el mercado laboral, situación que para los hombres no se ha modificado, propiciando llevar una vida familiar donde disminuye el tiempo de convivencia con la familia, así como con los vecinos y amigos, razones todas que obstaculizan la posibilidad de la integración social, agravando las disparidades, lo cual pareciera gestar las nuevas realidades, por ejemplo, el surgimiento de desigualdades cada vez mayores, dentro y fuera de las familias, tales como la disparidad salarial por género.

Cualquiera que sea su magnitud e invisibilidad estadística, la aparición de nuevas formas familiares: familias complejas, familias sin hijos, hogares sin núcleo u hogares unipersonales, modifica el imaginario social sobre la diversidad de familias existentes en la región, y sugieren nuevas formas de construcción de familias futuras (Arriagada, 2002) que, seguramente, se ligan a nuevas percepciones de las redes sociales en la cuales y por las cuales los hogares se reproducen.

Finalmente, es importante señalar que asumiendo que existe una relación entre cohesión/pobreza es pertinente preguntar, ¿con cargo a quién es que se hará el esfuerzo por reinsertar a los excluidos del sistema? Si la respuesta vincula la condición de desventaja social como una resultante del sistema y el Estado asume una parte de la responsabilidad, entonces estaremos funcionando en términos de la Unión Europea, y sería de esperar el nacimiento de mecanismos de nivelación, compensación o reducción de las desigualdades sociales a nivel país. Por el contrario, si incluso reconociendo que la pobreza y la desigualdad son condiciones que derivan del sistema capitalista neoliberal, la salida no se perfila como responsabilidad del Estado, entonces se operara en términos de una política económica y social coyuntural como la vista en México y en América Latina, misma que CEPAL llama de compensación (Feres, Villatoro, Miño & Olivera, 2010; Ottone et al., 2007; Sojo & Uthoff, 2007), donde no queda claro el nivel en el que pudieran darse los ajustes compensatorios, aunque en los hechos el hogar/familia es un actor central.

En México, a diferencia de la Unión Europea, no existe una entidad responsable de vigilar y/o regular una adecuada cohesión social, en el sentido de encaminar esfuerzos articulados en pos de una reinserción de quienes presentaran desventajas sociales para enfrentar las condiciones del mercado capitalista, tan es así que el mismo concepto está perdido en la medición multidimensional de la pobreza y las políticas sociales se encuentran des-estructuradas. Por tanto, el sentido de las preguntas formuladas en las encuestas de percepción de redes sociales, capturadas en las ENIGH 2008 a 2012, sugieren que se delega el esfuerzo de conservar una adecuada cohesión básicamente a los hogares y después en el círculo inmediato siguiente de éstas, a saber, el barrio, la colonia, la vecindad.

El vacío o ambivalencia que deja la falta de precisión respecto de quién y cómo se reinsertará a los excluidos, eliminando desigualdades regionales, da pie para asumir que ésa será tarea del Estado, de la sociedad civil y/o del hogar, es decir, de todos y de nadie, mientras que para la Unión Europea esa responsabilidad recae en los países. En cualquier caso marca una diferencia central entre el planteamiento de México y el europeísta, que tiene consecuencias en términos de lo que se analiza y mide en cada latitud, pues en Europa se busca conocer la convergencia regional o nacional hacia un parámetro consensuado como mínimo de bienestar, y en México se busca conocer el Grado de Apoyo de Redes (GAj) al que acceden en los hogares.

 

CONCLUSIONES

Existe una tendencia creciente y acentuada hacia la pérdida de la solidaridad social y, en consecuencia, de la cohesión social, tanto a nivel individual como del hogar.

Esa disminución en la cohesión social se liga con las condiciones socioeconómicas de pobreza y bienestar social de los hogares, de manera que de continuar la pobreza es de esperar que se mantenga una caída en la solidaridad social.

Confluye en la pérdida de la cohesión social el cambio en la estructura del hogar, que aceleradamente transita hacia hogares nucleares monoparentales, unipersonales y compuestos, lo cual disminuye la interacción social y minimiza el espacio social donde ocurre la interacción y la cohesión.

Se insiste en afirmar al hogar y familia como un espacio idílico de bien-estar opuesto a lo que se supone externo a ella, pero en realidad hay mucho desconocimiento de esa problemática, y lo único cierto es que se ha transformado, dado lo cual tampoco es claro la capacidad que tiene el hogar/familia para reinsertar a quienes el sistema capitalista parece desechar o dificultar su bien-estar. Es, en consecuencia, urgente y necesaria continuar las indagaciones respecto de los cambios y las nuevas tendencias que esa organización social habrá de proseguir.

 

AGRADECIMIENTOS

Se agradecen las observaciones y sugerencias que hicieron al documento los árbitros que lo dictaminaron, pues permitieron clarificar y precisar algunas ideas y conceptos, sin embargo, los errores y omisiones que el documento presente son de estricta responsabilidad de los autores. Además, las opiniones de los autores no necesariamente corresponden a las instituciones donde laboran.

 

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Notas

1 Donde destacan el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), Comisión Nacional de Salarios Mínimos, la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) y el Instituto Nacional de la Vivienda.

2 De acuerdo con la ENIGH 2012, había en México 31 559 379 hogares, de los cuales el 88.25% eran familiares y el 11.75% no familiares.

3 La información estadística que aporta la ENIGH 1992-2012 muestra una disminución del aporte económico de los jefes de hogar y el aumento de otros miembros del hogar como aportantes (Aboites, Sánchez & Minor, 2014).

4 Una discusión profunda y lúcida del tema sobre el carácter "natural" se encuentra en Michel Foucault (2007), particularmente la "clase del 10 de enero de 1979". Es un texto que en muchos sentidos adelanta lo que después se discutirá como neoliberalismo (Bonanno & Constance, 2008; Harvey, 2005; Stiglitz, 2003).

5 Después, señala Portes & Vickstrom (2011), el término capital social adquirió otra connotación, y se entendió como bien público, refiriendo a la confianza y al potencial participativo de grandes agregados sociales, como ciudades, estados o naciones (Putnam, 1993; 2000), mientras que Coleman (1988, 1993) lo refirió a la densidad de los vínculos sociales y su capacidad para imponer la observancia de las normas.

6 Hogar nuclear es la pareja sin o con hijos o alguno de los cónyuges con hijos; ampliado es el hogar nuclear más algún(os) parientes; el corresidencial es el hogar sin relaciones de parentesco entre los integrantes.

7 Donde a menor cohesión, menor respeto y seguimiento a las reglas morales y jurídicas.

8 Las preguntas se agregaron en el módulo de condiciones socioeconómicas de la ENIGH.

9 Variable clase_hog incluida en el archivo concentrado de las bases de datos.

10 Un desarrollo en extenso del procedimiento metodológico expuesto en este apartado y de las variables utilizadas del módulo de condiciones socioeconómicas de las ENIGH, se encuentra en Sánchez (2014) y en Coneval (2010).

11 La técnica PCA captura las frecuencias ponderadas de las seis redes, y pretende servir como una medida de resumen de las preguntas, y así dar un comparativo entre los distintos hogares a nivel nacional. Mediante la aplicación de esa técnica de estadística multivariante se buscó reducir la dimensionalidad de los datos, mediante combinaciones lineales para encontrar las causas de la variabilidad de un conjunto de datos, en este caso la matriz de observaciones de las redes y así ordenarlas por importancia. Cabe mencionar que para construir esta transformación lineal debe construirse primero la matriz de covarianza o matriz de coeficientes de correlación (INEGI, 2010).

12 Sobre el particular son interesantes los trabajos de Sunkel (2006) y Jelin (2005).

13 En relación con esta temática, la doctora González de la Rocha, del CIESAS Occidente, ha realizado importantes aportaciones, algunas de las cuales han sido referenciadas en el documento.

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