INTRODUCCIÓN
Las migraciones, concebidas como vastas dinámicas de movilidad de poblaciones humanas con miras a la satisfacción de diversas necesidades –económicas, sociales, políticas, culturales, entre otras–, son uno de los procesos espaciales y socioeconómicos presentes a lo largo de la historia del género humano y en muchas latitudes del planeta.
Relacionados con diversos procesos como la consolidación de los Estados nacionales, las dos guerras mundiales, desastres naturales y el surgimiento y consolidación de la globalización neoliberal como vastos procesos de flujos –de capitales, tecnología e información– (Márquez y Delgado, 2012: 46), estos fenómenos de movilidad de poblaciones, en sus distintas vertientes,1 se han incrementado de manera notable durante los siglos XX y XXI en todo el orbe.2
Dada la enorme variedad de procesos espaciales, de actores socioeconómicos, de instituciones políticas y de escalas que implican, las migraciones han sido abordadas desde hace décadas con profundidad desde distintas ramas de las ciencias sociales y las humanidades, y cada óptica disciplinar enfatiza aspectos específicos de estas movilidades humanas.
Mientras que desde ciertos abordajes de la demografía la migración es vista en relación con dinámicas de la población –asimilación/diferenciación, crecimiento/decrecimiento, concentración/dispersión– (Bean y Brown, 2015), para algunas escuelas de economía el foco de atención se centra en indagar las causas que propician la migración y sus consecuencias en los procesos productivos y los mercados de trabajo (Martin, 2015). Por su lado, la antropología y la sociología se avocan a entender cómo los procesos migratorios generan dinámicas de inclusión y exclusión y traen aparejados cambios socioculturales que pueden impactar en las identidades étnicas y los procesos de organización social –en el origen y el destino– (Brettell, 2015; FitzGerald, 2015).
Por otra parte, la geografía social, desde la posibilidad de un abordaje tanto a nivel de una determinada escala –micro, meso o macro–, como desde una aproximación multi-escalar que integre diversos niveles, se avoca a examinar los procesos socio-espaciales que implica la migración, así como a las dinámicas de cambios espaciales y territoriales en los lugares de origen y destino (Brettell y Hollifield, 2015; Hardwick, 2015; Gregory et al., 2009), tanto al interior de un país, si se trata de movilidades internas, como entre diferentes Estados nacionales cuando son migraciones internacionales.
Desde esta disciplina, que centra sus ejercicios de teorización en las relaciones espaciales en diversas sociedades históricamente contextuadas, se tratan de responder preguntas que orientan la indagación de estos procesos de movilidad de grupos humanos, entre las cuáles se encuentran los patrones socio-espaciales de la migración y su explicación –ya sea en términos estructurales, relacionales o transnacionales– (Brettell y Hollifield, 2015: 4-6).
Bajo esta última perspectiva, y en el contexto de las migraciones laborales contemporáneas, –“calificadas” y, sobre todo, “no calificadas” y no documentadas– de mayores dimensiones demográficas a nivel mundial y entre países con marcadas diferencias y asimetrías en los niveles de desarrollo económico y bienestar socio-material, este trabajo analiza cómo cambiaron ciertos aspectos de la geografía de la migración entre México y los EE.UU. durante la vuelta de siglo (1994-2007), principalmente en términos del surgimiento de nuevos lugares expulsores de migrantes en el suroeste de México, con especial énfasis en lo ocurrido en Chiapas.
LA MIGRACIÓN COMO PROCESO A INDAGAR: PROBLEMA, PERSPECTIVA TEÓRICO-DISCIPLINAR Y FUENTES
En este tenor y en el marco de la vasta gama de estudios sobre la migración México-EE.UU. desde la geografía social (Durand, 2000 y 2007; Durand y Massey, 2009) y las ciencias sociales (Bustamante, 1983 y 1997; Kearney, 1986; Verduzco, 2000; Santibáñez, 2000; Zúñiga, Leite y Acevedo, 2005; Delgado et al., 2009; Márquez y Delgado, 2012; Tuirán, 2000; Lozano, Huesca y Valdivia, et al., 2010; Ariza y Velasco, 2012; Aragonés y Salgado, 2015; CONAPO, 2000 y 2010), este artículo tiene por objetivo, en el contexto de las crisis económicas de la década de 1990 y de las reformas estructurales neoliberales de fines del siglo XX y principios del XXI (1994-2007), mostrar y discutir cómo, a través del análisis más detallado de lo ocurrido en ciertos estados del sureste del país, y en Chiapas en particular, hubo varios cambios en la geografía de la migración transfronteriza –documentada e indocumentada– de mexicanos al vecino país del norte; cambios derivados de diversos procesos de deterioro económico y social en los contextos rurales y urbanos de origen.
Cabe precisar que la elección del periodo temporal específico por abordar (1994-2007) tiene que ver con dos procesos de carácter económico-político de corte nacional e internacional que marcaron esta etapa del proceso migratorio. Por un lado, a partir de 1994 se acentuaron los efectos negativos en el sistema productivo derivados de las políticas de libre mercado y la entrada en vigor del TLCAN, lo que intensificó los flujos migratorios mexicanos a EU. Por otra parte, a partir de 2008, con la crisis económica norteamericana, se observó un nuevo cambio y la configuración de una nueva etapa del proceso migratorio caracterizado por la contracción y reducción del flujo de migrantes. En este contexto, a partir de la debacle económica internacional del 2008, hubo una reducción de la recepción de remesas en México, un menor número de migrantes tratando de ingresar a los EE.UU. y un decrecimiento del número de mexicanos deportados (Ley y Peña, 2016). Este trabajo no omite esta nueva etapa de la migración mexicana a los EE.UU., ni los múltiples procesos relacionados con ella, pero dado que su propósito es abordar el periodo previo, no hay un tratamiento detallado de lo ocurrido después del 2007.
Es conveniente precisar que, en este trabajo, y en consonancia con ciertas perspectivas de la geografía social (Gregory et al., 2009; Brettell y Hollifield, 2015), la migración se concibe conformada por complejos procesos de movilidad de poblaciones humanas que, con miras a resolver sus distintas necesidades –económicas, socioculturales, políticas–, dan lugar a expulsión/salida de los lugares de origen y dinámicas de relocalización en los sitios de destino. La migración está determinada por los marcos histórico-estructurales de las condiciones sociales y materiales de vida de los lugares de origen, tránsito y destino (Castillo, 2016). Para los propósitos de este trabajo se resaltan dos líneas de conceptualización de la migración: una que aborda este proceso de movilidad transfronterizo de mexicanos a los EE.UU. desde una perspectiva doble, de corte histórico-geográfico y sociodemográfica, en términos de regiones y etapas de la migración (Durand, 2000 y 2007; Durand y Massey, 2009), y que, por tanto, permitirá ver los nuevos patrones de distribución espacial de los lugares de origen de la migración. Y otra que entiende a la migración como un fenómeno relacionado y determinado por los niveles de desarrollo y las asimetrías socioeconómicas y políticas entre los países de origen y destino (Márquez y Delgado, 2012: 41-41; Delgado et al., 2009: 29-31), lo que permite aludir a los procesos y situaciones económicas coyunturales y estructurales que en los lugares de origen desencadenaron los cambios geográficos y sociodemográficos en estos flujos migratorios.
De este modo, es clara la importancia de las condiciones estructurales de carácter económico y los niveles de desarrollo –en los lugares de origen y destino– para explicar las migraciones internacionales en el mundo contemporáneo. No obstante, en este texto hay una concepción más amplia de las dinámicas que pueden estimular y determinar los procesos de movilidad internacional de la población mexicana a EU, particularmente en el caso de Chiapas. No sólo habría que ponderar procesos económicos sino también dinámicas sociopolíticas, contextos de violencia e impactos medioambientales.3
Este trabajo aborda estos cambios de la migración internacional en dos vertientes, una espacial y otra sociodemográfica. La primera vertiente, que es la que se abordará con mayor detalle, refiere a cómo los lugares de origen de los migrantes mexicanos pasaron de mostrar un acentuado patrón de concentración espacial, en un conjunto de estados del centro occidente del país, a dispersarse y mostrar presencia en prácticamente todas las entidades federativas de México. Se mostrará cómo varios estados del sureste del país –y Chiapas como caso específico de nuestro análisis– manifestaron un claro y acelerado incremento de los flujos migratorios transfronterizos en un periodo preciso (1994-2007).4 Esta tendencia en el sur de México se distanció mucho del crecimiento migratorio promedio que presentaron las entidades que tenían una larga y consolidada historia como expulsores de migrantes.
La segunda vertiente de análisis remite a los diversos procesos sociodemográficos relacionados con la migración –en tanto movilidad de poblaciones humanas–, los cuales contemplan desde el incremento masivo en el número de migrantes hasta el aumento exponencial, a partir de mediados de la década de 1990, del número de pérdidas de vidas humanas de migrantes indocumentados durante el cruce fronterizo (González, 2009),5 pasando por los nuevos perfiles y características de los migrantes mexicanos con y sin documentos. El incremento de migrantes muertos se debe tanto al cierre/militarización de la frontera entre México y los EE.UU. y el surgimiento de nuevas y más peligrosas rutas de cruce, como a la criminalización y violación de los derechos humanos de los migrantes mexicanos no documentados por parte de las autoridades fronterizas norteamericanas.
El corte temporal que se plantea en este trabajo (1994-2007) está determinado por una serie de procesos socioeconómicos y políticos6 que determinaron las transformaciones de los flujos de migrantes transfronterizos entre mediados de la década de 1990 y 2007. La comprensión de dichos procesos permite abordar y explicar esta etapa de intensificación y expansión/dispersión de los lugares de origen y destino de la migración México-EE.UU. en el cambio del siglo, así como las considerables variaciones en el alza del número de migrantes.7 Con base en lo descrito, el límite del periodo a estudiar es 2007, debido a que a partir de la crisis del 2008 los flujos migratorios de mexicanos a EU presentaron de manera clara cambios sustantivos a la baja –sobre todo en término del volumen sociodemográfico, el envío de remesas y la inserción socio laboral en el país de destino–.
Para indagar los cambios en la geografía de la migración, que involucra diversas escalas, se utilizaron distintas fuentes de información gubernamental y de institutos y centros de investigación en México y los EE.UU. acerca del tema. Se consideraron especialmente datos a nivel nacional, por entidad federativa y municipios relacionados con estos procesos de movilidad espacial transfronteriza. De este modo, se revisaron los informes e índices de intensidad migratoria –a nivel nacional, estatal y municipal– del Consejo Nacional de Población (CONAPO) de los años 2000 y 2010. También se consultaron datos y series históricas de recepción de remesas económicas para México como país y también por entidad federativa en diversos años –1995, 2003, 2007 y 2013–, además de la revisión de informes de CONAPO sobre los promedios anuales de personas que cruzaban –con y sin documentos– la frontera y sobre las cifras de deportados. También se recurrió a varios informes y documentos de varios años del Pew Research Center en relación con el número de mexicanos –con y sin documentos– que residían y laboraban en los EE.UU.
El uso contextual y comparado de toda esta gama de datos e información permitió reconstruir varios de los procesos socio culturales y político económicos8 que formaron parte y determinaron estos cambios en la geografía de la migración México- EE.UU. a la vuelta del siglo.
MIGRACIÓN MÉXICO- EE.UU., UNA MOVILIDAD DE POBLACIÓN SUI GENERIS
Desde una perspectiva geográfica, la migración México- EE.UU. es un vasto y complejo proceso de movilidad de poblaciones que tiene una historia de más de un siglo (Durand y Massey, 2009; Durand, 2007) y, pese a compartir rasgos con otros procesos migratorios internacionales, también muestra una serie de características que le dan un carácter específico (Durand, 2000). En un primer momento, esta migración está definida por las relaciones de disparidad socioeconómica y desigualdad política entre los dos países. Las fuertes diferencias en los niveles de desarrollo económico, los salarios y el bienestar socio-material entre ambos explican que los EE.UU. se vuelvan polos de atracción (Verduzco, 2000). En este tenor, y de acuerdo con Bustamante (1983 y 1997), la diferencia salarial entre países en vías de desarrollo y desarrollados es una de las causas de los procesos migratorios (Bustamante, 1997: 9-10), en el contexto de los bajos salarios relacionados con el subdesarrollo. Por su parte, y en cierta relación con el planteamiento anterior, algunos autores partidarios de la economía política del desarrollo consideran que ciertos procesos de movilidad humana “calificada” y “no calificada” de matiz transfronterizo están delimitadas por problemas de desarrollo en el lugar origen y condiciones histórico estructurales adversas en las localidades de los migrantes (Márquez y Delgado, 2012: 40).
No obstante, también es pertinente apuntar que la migración entre México y los EE.UU. durante el siglo XX presentó, y aún presenta, varias características distintivas: determinados patrones espaciales en términos de las entidades federativas de México donde se concentraban las localidades de origen y los lugares de los EE.UU. donde estaban los sitios de destino de esta migración (Durand y Massey, 2009). Una larga historia de más de un siglo de duración, caracterizada por diversas etapas o periodos de más o menos dos décadas: enganche de 1900 a 1920; deportaciones de 1920 a 1942; programa bracero de 1942 a 1964; “indocumentados” de 1965 a 1986 y los “rodinos” o Inmigration Act Report que inició en 1987 (Durand y Massey, 2009: 47-48), a lo que debemos sumarle la presencia de un perfil frecuente y con cierta homogeneidad de migrante –hombres jóvenes, en edad laboral, de contexto rurales y sin documentos migratorios– (Durand y Massey, 2009); una situación de “vecindad”, derivada de la frontera compartida, entre el país de origen y el de destino (Durand, 2000) y una movilidad sociodemográfica por motivos laborales de carácter masivo (Durand y Massey, 2009: 56-59).
Para el periodo elegido (1994-2007), y si bien ya había una tendencia clara de crecimiento desde décadas anteriores, las dimensiones sociodemográficas de la migración de mexicanos con y sin documentos a los EE.UU. aumentaron todavía más; tendencia que, sin embargo, caería de manera significativa después de 2007.9 En 1970 había 800 000 mexicanos viviendo en el vecino del norte y para 1980 el número se elevó a 2.2 millones (Zúñiga, Leite y Acevedo, 2005: 20). No obstante, el aumento fue aún más claro y acelerado entre mediados de la década de 1990 y los primeros años del siguiente siglo, cuando se alcanzaron 9.1 millones en 2005 y la cifra sin precedentes de 11.7 millones en 2007 (Pew Hispanic Center, 2014a). En este mismo contexto, pero sólo contemplando los mexicanos sin documentos en los EE.UU., la tendencia es muy parecida y los registros al alza constante fueron la norma: en 1995 había 2.9 millones, en 2000 se llegó a 4.5 millones, en 2005 se rebasaron los 6 millones y, en 2007 se alcanzó otra cifra histórica, 6.9 millones de nacionales sin papeles migratorios en los EE.UU. (Pew Hispanic Center, 2014a y 2014b). Para fines de la década del 2000 los mexicanos con y sin documentos eran uno de los grupos más grandes de inmigrantes, cerca de la tercera parte de todos los extranjeros en los EE.UU. (Lozano, Huesca y Valdivia, 2010).10
Aunado a esto, se consolidó una tendencia hacia la incorporación de diferentes grupos socioculturales y económicos en los flujos migratorios, lo que dio lugar a un perfil más diverso y polifacético del migrante. De la preponderancia durante el siglo XX del migrante originario del campo, hombre, en edad laboral y sin documentos migratorios (Durand y Massey, 2009: 5) se pasó a tres procesos derivados de las características de esta etapa de la migración: 1) aumentó el número de personas procedentes de entornos urbanos, con una mayor presencia de mujeres e indígenas del centro y sureste del país (CONAPO, 2010: 13-14); 2) creció la dimensión demográfica del flujo migratorio y, debido al incremento de los costos socio-económicos del cruce, derivados del cierre y la militarización de la frontera, los migrantes indocumentados hicieron más largas sus temporadas de trabajo en los EE.UU. (CONAPO, 2010: 13-14); y 3) derivado de la militarización de la frontera y la criminalización de los migrantes, el surgimiento de rutas de cruce nuevas y más peligrosas estuvo relacionada con el acentuado y exponencial incrementó de muertes de migrantes indocumentados (González, 2009).
Antes de concluir esta sección es conveniente apuntar algunos rasgos de la migración internacional en Chiapas y las perspectivas desde las que ha sido abordada.
Chiapas y la geografía de la migración México-EE.UU. en el siglo XX
Durante la mayor parte del siglo XX, y como lo han documentado diversos estudios, Chiapas tuvo una muy marginal participación en los procesos migratorios de México a los EE.UU. (Durand y Massey, 2009; Villafuerte y García, 2008a). Como se abordará a detalle en secciones posteriores, esta entidad federativa para fines de la década de 1990 todavía presentaba uno de los menores índices de intensidad migratoria del país (CONAPO, 2000) y una de las más bajas recepciones de remesas (CONAPO, 2014). Sin embargo, como se mostrará más adelante, en un periodo muy breve (1995-2007), los flujos migratorios de chiapanecos a los EE.UU. crecieron de manera vertiginosa (Castillo, 2016) así como el envío de remesas (CONAPO, 2014).
El abordaje desde las ciencias sociales sobre la migración internacional de Chiapas a los EE.UU. se dio de manera tardía y lenta. No obstante, en la actualidad hay diversos trabajos que, desde variadas disciplinas y considerando distintas temporalidades, abordan este tema (Jáuregui y Ávila, 2007; Villafuerte y García, 2006, 2008a, 2008b y 2014; Villafuerte, 2015; Burke, 2004; Cruz y Barrios, 2009; Aquino, 2012a y 2012b; Rus y Rus, 2008; Angulo, 2008; Castillo, 2014, 2015 y 2016).
Por un lado, están las investigaciones que desde perspectivas socioeconómicas y en el contexto del cambio de siglo abordan la migración internacional chiapaneca a los EE.UU. y la vinculan a factores económicos, como las caídas de los precios del café y la acentuación de la pobreza rural en la entidad (Jáuregui y Ávila, 2007; Villafuerte y García, 2006, 2008a y 2014; Castillo, 2016; López Arévalo, Sovilla, y Escobar, 2009). Por otra parte, están también los trabajos que, apuntalando ópticas de abordaje sociopolíticas que indagan el retiro del Estado del agro, relacionan la migración internacional chiapaneca con el deterioro que experimentó el sector agropecuario a raíz de la reducción del gasto público al campo y la disminución de los apoyos y subsidios oficiales a la producción y comercialización (Villafuerte y García, 2006, 2008a y 2014; Castillo, 2014 y 2016). Aunado a esto, algunos autores (Villafuerte y García, 2008a y 2014; López Arévalo, Sovilla, y Escobar, 2009) han señalado que, en el caso de ciertas regiones de Chiapas, como el Soconusco y la Sierra, la migración internacional se relaciona con los impactos de los desastres naturales de los huracanes Mitch (1998) y Stan (2005).
En lo referente a la migración étnica internacional chiapaneca están los estudios de Burke (2004) sobre los tzotziles, así como las investigaciones de Rus y Rus (2008) sobre los indígenas de los Altos de Chiapas en los EE.UU. y de Angulo (2008) sobre migrantes indígenas chiapanecos en el vecino del norte. Para la extremo sur de esta entidad federativa están los trabajos sobre los campesinos de ascendencia indígena tojolabal que, debido a procesos de migración interna y desplazamientos forzados derivados de la guerra de baja intensidad en Chiapas, se dirigieron a a los EE.UU. durante los últimos tres lustros (Cruz y Barrios, 2009; Aquino, 2012a y 2012b; Castillo, 2014 y 2015). No obstante los aportes de este cumulo de trabajos, las migraciones internacionales chiapanecas, y particularmente sus impactos socio-territoriales y espaciales aun constituyen una línea a indagar con mayor énfasis.
GEOGRAFÍA DE LA MIGRACIÓN EN EL SIGLO XX, CONCENTRACIÓN DE LOS LUGARES DE ORIGEN
En torno a las características geográficas de la migración vale destacar que, durante gran parte del siglo pasado, hubo un claro patrón de concentración en relación con los lugares de origen de los migrantes. Como han señalado Durand y Massey (2009), aproximadamente la mitad de los migrantes mexicanos que se dirigían a los EE.UU. –con y, principalmente, sin documentos migratorios– eran originarios de un grupo de entidades del occidente del país conocida como la región histórica de la migración y conformada por Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas (Durand, 2007; Durand y Massey, 2009: 72-73).
Durand y Massey (2009), con el propósito de describir los rasgos geográficos de esta migración, elaboraron una propuesta de regionalización que, además de la región histórica de la migración –que abarca el grupo de estados del occidente del país previamente mencionados–, contempla otras tres regiones. La fronteriza, compuesta por Baja California y Baja California Sur, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Sinaloa. La central, que comprende al Estado de México, Hidalgo, Morelos, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Querétaro y Tlaxcala. Y por último, la región Sureste conformada por Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Chiapas (Durand y Massey, 2009: 78-87). Y dentro de este grupo de estados, desde finales del siglo XIX y por lo menos hasta el año 2000, Jalisco, Michoacán y Guanajuato fueron los que expulsaban más migrantes –de manera que aproximadamente una tercera parte del total proviene de estas tres últimas entidades federativas– (Durand y Massey, 2009: 72-73), y para 1995 y 2003 estos estados tenían los tres primeros lugares de recepción de remesas por entidad federativa (CONAPO, 2014).11
En oposición a esta tendencia de concentración regional de los flujos migratorios en el centro occidente del país, había otros grupos de entidades federativas del sureste que participaban de manera muy escasa en este proceso y casi no expulsaban migrantes. Tales fueron los casos de Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Chiapas y Tabasco, estados que, para el año 1995, estaban dentro de los últimos seis puestos en la recepción de remesas económicas por entidad federativa (CONAPO, 2014). Todavía para el año 2000, y en el orden presentado, dichos estados tenían los cinco últimos lugares del índice de intensidad migratoria (IIM) (CONAPO, 2000: 35; Figura 1).
Chiapas, en particular, a fines de la década de 1990 tenía un grado de intensidad migratoria muy bajo –con un IIM de -1.24572–, por lo que ocupaba el penúltimo sitio a nivel nacional (CONAPO, 2000: 35), y para 1995 el sitio 27 en el orden de captación de remeses por estado (CONAPO, 2014). De este modo, como lo han señalado diversos autores desde abordajes geográficos (Durand, 2007; Durand y Massey, 2009) y económicos (Villafuerte y García, 2008 y 2014), Chiapas, además de caracterizarse por una situación de acentuada pobreza estructural con bajos niveles de desarrollo socioeconómico del país (Villafuerte, 2015; Villafuerte y García, 2006) y tener procesos de migración laboral al interior del estado y, posteriormente, hacia otras entidades federativas (Villafuerte y García, 2014: 7-19), tuvo un sitio marginal en la migración México-EE.UU. durante el siglo pasado.
REESTRUCTURACIÓN DE LA ECONOMÍA Y SU IMPACTO EN LA MIGRACIÓN
No obstante, la migración mexicana a los EE.UU. a partir de mediados de la década de 1990, y debido a los impactos de diversos procesos de cambios estructurales de corte económico y sociopolítico a nivel nacional e internacional, empezó a transformarse de manera acelerada, tanto en términos de los rasgos geográficos –en relación con los lugares de origen en México y sitios de destino en EU– como de sus características sociodemográficas y económicas –la dimensión de los flujos, el perfil de los migrantes, la duración de la migración, las continuidades y las variaciones en los procesos de inserción laboral en diversos sectores de la economía, entre otros–. En el contexto de la debacle de los precios del petróleo y la devaluación del peso a inicios de la década de 1980, los gobiernos federales de las dos últimas décadas del siglo XX llevaron a cabo una serie de reformas estructurales que, dejando atrás la política económica de sustitución de importaciones y fortalecimiento del mercado interno, apuntaron hacia el modelo económico neoliberal de libre mercado que implicó intensos y drásticos procesos de desregulación, apertura económica, privatización e integración regional internacional –con el TLCAN– (Delgado, Marquez y Rodríguez, 2009: 30).
Estos cambios tuvieron una serie de severas repercusiones en los sectores productivos urbano y agropecuario –desde la disminución de la capacidad productiva y reducción del poder adquisitivo de los salarios hasta la contracción de la oferta laboral– (Calva, 2000; Puyana y Romero, 2005), lo que propició que, ante el desempleo y la precariedad laboral de los ámbitos urbanos y no urbanos, de manera masiva diversos grupos sociodemográficos de las ciudades y el campo mexicano buscaran en la migración –nacional, pero sobre todo internacional– una alternativa frente a sus adversas situaciones económicas (Puyana y Romero, 2005: 207-208). El resultado de esto fue, como se verá más adelante, un crecimiento acelerado y exponencial de las dimensiones demográficas de los flujos migratorios hacia los EE.UU. (CONAPO, 2000: 11-13) y de los procesos económicos de recepción de remesas (Lozano, Huesca y Valdivia, 2010; Aragonés y Salgado, 2015). También se presentó una acentuada y vertiginosa tendencia a la desconcentración y expansión espacial de la migración, tanto de los lugares de origen en México –integrándose con mucha mayor presencia a esta migración estados del centro y sureste que, a lo largo del siglo pasado, habían participado muy escasamente en estos procesos de movilidad transfronteriza–, como de los sitios de destino en los EE.UU. –integrándose con claridad los estados de la Costa Este–.
CAMBIOS GEOGRÁFICOS Y SOCIO-DEMOGRÁFICOS DE LA MIGRACIÓN: LA INCORPORACIÓN DEL SURESTE
En lo que concierne a los procesos espaciales que caracterizaron a la geografía de la migración a la vuelta de siglo,12 destaca que los lugares y localidades de origen de los flujos migratorios a los EE.UU., como había sido lo distintivo del siglo XX, dejaron de estar altamente concentrados en un grupo de entidades federativas de cierta parte del Bajío y del Occidente del país –Aguascalientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas, estados que tuvieron los grados de intensidad migratoria más altos del país en el 2000 (CONAPO, 2000: 33)–. A inicios de la primera década del presente siglo algunas entidades federativas de la región centro del país –como Morelos, Puebla, Hidalgo, Estado de México, Distrito Federal– contribuían con un mayor número de migrantes, mostrando como se empezaban a consolidar procesos de dispersión espacial de los lugares de origen de esta migración (CONAPO, 2000).
Este proceso de diversificación espacial a lo largo del país se acrecentó aún más durante el siguiente lustro y medio (2000-2007) y algunos estados del sur –Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Chiapas–, mostraron un crecimiento de los flujos migratorios y de la captación de remesas de carácter inusitado y mucho mayor a la media nacional (CONAPO, 2010; véanse Figuras 2 y 3). Por ejemplo, en lo que respecta a la recepción de remesas, Yucatán recibió 11 millones de dólares en 1995 y 137 millones en 2007; Campeche, de 4 millones de dólares en 1995 registró 80 millones en 2007; Quintana Roo recibió 3 millones de dólares en 1995 y en 2007 obtuvo 99 millones; Tabasco pasó de registrar 5 millones de dólares en 1995 a 183 en 2007; finalmente, Chiapas, que en 1995 recibió 20 millones, obtuvo 921 millones en 2007 (CONAPO, 2014; véanse Figuras 2 y 3).
Fuente: cálculos propios con base en la información de CONAPO (2014) y de http://www.banxico.org.mx.
En lo concerniente a los lugares de destino de los migrantes mexicanos, se observó el paso de un patrón de concentración que distinguió al siglo XX –hacia estados como Arizona, Illinois y principalmente California y Texas (Durand y Massey, 2009)– a un proceso de clara diversificación/dispersión en todo los EE.UU., así como una ampliación de los nichos laborales, ya no sólo en la agricultura, industria y construcción, sino también y, fuertemente, en los servicios (CONAPO, 2010: 17).
CHIAPAS, ENTIDAD REPRESENTANTE DEL CAMBIO DE LA GEOGRAFÍA DE LA MIGRACIÓN A INICIOS DE SIGLO
En el marco de los cambios espaciales y sociodemográficos de la migración previamente apuntados, Chiapas, caracterizado por detentar altos índices de pobreza y concentrar gran parte de su población en localidades rurales y fuertemente orientada a la producción agrícola –principalmente del café, maíz y fríjol– (Villafuerte, 2015; Villafuerte y García, 2006), presentó uno de los mayores niveles de crecimiento de los flujos migratorios. Este aumento de la migración se observó tanto en términos del incremento y diversificación de los lugares de origen de los migrantes dentro de esta entidad federativa (Castillo, 2015; Figura 5) como del aumento en el número de migrantes deportados y de captación de remesas (CONAPO, 2014). Esto vino a debatir y polemizar con los argumentos de ciertos investigadores de la migración quienes, debido a los costos económicos y sociales, sostenían que la migración internacional no se presentaba en lugares con altos índices de pobreza (Durand y Massey, 2009) y bajos niveles de desarrollo humano.
En el contexto de las políticas de corte neoliberal en el agro mexicano y de la inestabilidad de los mercados internacionales de productos agrícolas, en Chiapas el surgimiento y vertiginoso crecimiento de la migración principalmente indocumentada hacia los EE.UU. durante gran parte de la primera década del 2000 estuvo relacionada con los cambios estructurales del campo –las caídas de los precios del café, maíz y fríjol– y con la precariedad laboral rural y urbana (Jáuregui y Ávila, 2007; Villafuerte y García, 2006, 2008a y 2014; Villafuerte, 2015; Castillo, 2016). Estos trabajos apuntalan como, desde perspectivas económicas, el abordaje de los marcos estructurales de carácter económico y los niveles de desarrollo de carácter local y regional en Chiapas y México son relevantes para el abordaje de la migración internacional.
Por otra parte, ciertos autores han señalado que los contextos que propiciaron la migración en determinadas regiones –como el Soconusco y la Sierra– fueron los efectos socioeconómicos y materiales de ciertos desastres naturales, particularmente los huracanes Mitch en 1998 y Stan en 2005, sobre localidades rurales de decenas de municipios (López Arévalo, Sovilla y Escobar, 2008; Villafuerte y García, 2008a: 51-54).
De no menor relevancia son los abordajes que explican la migración en relación con situaciones de violencia y conflicto. Tal es el caso de las investigaciones sobre el sur de Chiapas que abordan cómo los campesinos con ancestria tojolabal, salieron hacia los EE.UU. como resultado de las dinámicas de migración interna y los desplazamientos no voluntarios resultado de la guerra de baja intensidad en la entidad (Cruz y Barrios, 2009; Aquino, 2012a y 2012b; Castillo, 2014 y 2015).
Casi todos los municipios de la entidad tienen migrantes. No obstante, el grueso de los lugares de origen de los flujos migratorios se concentraba en los municipios de ciertas regiones –Soconusco, Sierra, Meseta comiteca tojolabal y Frailesca–. Los principales destinos de los migrantes chiapanecos en los EE.UU. eran los estados de California, Carolina del Norte y Georgia y las ciudades de Los Ángeles, Miami, Atlanta, Raleigh, Washington, Filadelfia y Nueva York (Villafuerte y García, 2008).
En lo que respecta a la tendencia al aumento de recepción de remesas económicas con el cambio de siglo, en Chiapas el incremento no tuvo precedentes y fue uno de los más altos del país: de 20 millones de dólares recibidos en 1995 pasó a 921 millones para 2007, subiendo en el orden de captación de remesas del sitio 27 en 1995 al sitio 11 en 2003 y 2007 (CONAPO, 2014; Figura 4). En un lapso de poco más de una década (1995-2007), y para el año 2007, esta entidad federativa del sureste del país multiplicó por 46 veces el monto de remesas recibido en 1995, lo cual colocó a Chiapas muy por arriba de la tendencia de crecimiento de recepción de remesas recibidas a nivel nacional que, al pasar de 3 673 millones de dólares en 1995 a 26 059 millones en 2007, sólo multiplicó por 7 el monto recibido en 1995. En lo que se refiere a los migrantes chiapanecos deportados por la patrulla fronteriza norteamericana, el aumento también fue exponencial: de 4 731 en 1995 se pasó a 51 744 en 2007, lo cual se aleja claramente del comportamiento del total de mexicanos deportados a nivel nacional para el mismo periodo –que de 636 878 para 1995 se redujo a 536 255 para 2007– (Villafuerte y García, 2014: 29).13
De acuerdo con la información de la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México –que desde 1993 han realizado distintas entidades gubernamentales, junto con el Colegio de la Frontera Norte (Secretaría de Gobernación et al., 2006 y 2013)–, el flujo de migrantes laborales residentes en Chiapas, con el objetivo de cruzar la frontera hacia los EE.UU., creció de manera notable a partir de 2002, pasó de 4 500 en 2001 a 36 300 en 2002 –un incremento de 711.9%–. En 2006 alcanzó su valor máximo, con 118 500 y un incremento anual de 96.1% que casi duplicó al flujo registrado un año antes. En este mismo año los migrantes chiapanecos se convirtieron en el mayor flujo de mexicanos hacia Norteamérica, superando a otros estados del país con mayor tradición de emigración. Sin embargo, a partir de 2007 se ha presentado un decremento constante, aunque todavía significativo, de 23 200 en 2011 (Figura 5).
Ahora bien, respecto a los cambios espaciales y de distribución de los flujos migratorios se observa una tendencia a la dispersión/expansión de los lugares de origen de los migrantes en Chiapas para la década del 2000 (CONAPO, 2000 y 2010). Entre 2000 y 2010, y para 34 de los 122 municipios chiapanecos, los cambios del grado de intensidad migratoria por municipio son acentuados.14 Mientras sólo un municipio –Frontera Hidalgo– descendió de categoría –de bajo a muy bajo grado–, los otros 33 municipios subieron de categoría. De este modo, 27 ascendieron de un muy bajo grado a un bajo grado de intensidad migratoria y 6 subieron dos categorías, desplazándose de un muy bajo grado a un grado medio de intensidad migratoria (CONAPO, 2000 y 2010; Figura 6).
Hay varios procesos político-económicos y ambientales que se relacionan con este grupo de 33 municipios y permiten explicar el aumento de la migración internacional. El primero de estos tiene que ver con la reestructuración neoliberal y el deterioro del agro –relacionado con la debacle de los precios del café y maíz en los mercados nacionales e internacionales– (Jáuregui y Ávila, 2007; Villafuerte y García, 2006, 2008a y 2014; Villafuerte, 2015; Castillo, 2016). El segundo se refiere a los impactos y daños económicos y materiales relacionados con desastres naturales –los huracanes Mitch en 1998 y Stan en 2005– (López Arévalo, Sovilla, y Escobar, 2009; Villafuerte y García, 2008a: 51-54)-.15 Finalmente, y para el caso del municipio de Las Margaritas en la región Meseta comiteca tojolabal, también los contextos de violencia relacionados con la guerra de baja intensidad jugaron un papel importante (Cruz y Barrios, 2009; Aquino, 2012a y 2012b; Castillo, 2014 y 2015).
En términos de las regiones socioeconómicas en las que el gobierno chiapaneco clasifica a esta entidad federativa, de los seis municipios que presentaron mayor incremento en el grado de intensidad migratoria tres pertenecen a la región Meseta comiteca tojolabal, dos a la región Sierra mariscal y uno a la Región Soconusco. El resto de los 27 municipios que mostró una tendencia ascendente, se distribuyeron –en orden de mayor a menor concentración de flujos migratorios por región–en las regiones Soconusco, Sierra Mariscal, Meseta comiteca tojolabal, Istmo costa, De los llanos, Frailesca, Mezcalapa, De los bosques, Norte y Maya (CONAPO, 2000 y 2010; Figura 6). De este modo, se observa un proceso de aumento y concentración de los lugares de origen de la migración chiapaneca a los EE.UU. en la frontera occidental con Guatemala, así como en la sierra Mariscal y la zona de la franja costa pacífico centro y sur, lo que conforma un grupo de municipios bastante definido en el extremo sur occidental de esta entidad federativa y en clara lejanía respecto de la capital del estado.
CONCLUSIONES
Desde el abordaje de los procesos socio-espaciales que supone la migración –en tanto dinámicas de movilidad de población para la resolución de necesidades y que supone cambios espaciales y territoriales en los lugares de origen y sitios de destino– (Brettell y Hollifield, 2015; Hardwick, 2015; Gregory et al., 2009), este trabajo describió y abordó los cambios en los patrones espaciales a diferentes escalas –municipal, estatal y nacional– de la distribución de los lugares de origen de los migrantes mexicanos para el cambio de siglo (1994-2007). Principalmente, y a nivel de las entidades federativas de todo el país, se describió cómo de una tendencia de concentración espacial de los sitios de expulsión de migrantes en ciertos estados –del centro occidente del país–de larga historia y que caracterizó gran parte del siglo XX (Durand y Massey, 2009; CONAPO, 2000), se pasó a una acelerada y heterogénea expansión/dispersión espacial de los lugares de origen de la migración en la mayoría del territorio nacional para el cambio de siglo, con especial énfasis en el crecimiento y acentuación de estos procesos en ciertas entidades del suroeste del país (Villafuerte y García, 2008 y 2014).
Así mismo, y sin desdibujar la relación de articulación entre diversos niveles escalares, este trabajo mostró, a través del caso de Chiapas y su relación con lo que acontecía en México a nivel nacional, cómo pueden darse procesos espaciales y socioeconómicos diferenciados dependiendo de la escala abordada. Por ejemplo, el proceso de reconfiguración espacial a nivel nacional de los lugares de origen de los migrantes en el país presentó una determinada tendencia a la diversificación y dispersión. En cambio, en Chiapas como entidad federativa mostró dinámicas de acentuación y concentración de las localidades de origen de los flujos migratorios en ciertos municipios de la zona sur oriental de esa entidad federativa. De forma similar, el aumento de recepción de remesas –dentro de una tendencia general al incremento– fue mucho más acentuado en Chiapas que en el conjunto nacional.
Como lo muestra el caso específico de este estado, pero también lo ocurrido a nivel nacional, estas distribuciones espaciales diferenciadas de los lugares de origen de la migración están relacionados con múltiples dinámicas de carácter socioeconómico –local, regional y nacional– y tuvieron que ver con la debacle de procesos económicos y productivos en los contextos/espacios rurales y agrarios relacionados con las reformas estructurales, el olvido oficial del Estado mexicano al campo y las crisis económicas. Aunque en menor media, y para ciertas regiones y municipios chiapanecos, también jugaron un papel importante en el incremento de la migración los procesos de índole ambiental –los huracanes Stan y Mitch– y los contextos de violencia relacionados a la guerra de baja intensidad.
No obstante, algo que quedó pendiente de analizar en este trabajo fue lo que ocurrió en el país de destino de los migrantes. En este tenor, faltó abordar los procesos de la demanda de mano de obra de la economía norteamericana y la capacidad de recepción de los migrantes chiapanecos en Norteamérica en tanto trabajadores orientados a ciertos nichos de inserción laboral: agricultura, industria, construcción y servicios.
Para este caso, y en el contexto de las reformas económicas estructurales de corte neoliberal de la vuelta de siglo, los cambios de la geografía de la migración entre México y los EE.UU. estuvieron fuertemente relacionados con las transformaciones negativas y el deterioro de los procesos económicos y productivos. Además, para el periodo analizado, Chiapas, a semejanza de Guerrero y Oaxaca, funge como ejemplo claro de que, en determinados escenarios –crisis del agro, caída de precios, re-estructuración productiva, desastres naturales en el país de origen y fuerte demanda de trabajadores en el Estado nacional de destino–, puede surgir una relación fuerte y funcional entre migración internacional no documentada y muy bajos niveles de desarrollo y pobreza.