Este ensayo plantea la necesidad de incorporar la relación entre el cuerpo, la comunicación y las emociones, y en general lo relativo a la dimensión afectiva de la vida social, a la investigación de la comunicación. Con el propósito de aportar elementos que ayuden a pensar la comunicación humana más allá de lo mediático, aunque sin excluirlo, el texto toma como punto de partida los aportes del denominado “Giro Afectivo” en ciencias sociales.
En un primer momento, se exponen las particularidades del “Giro Afectivo”, y se hace énfasis en el modo en que la ruptura entre lo público y lo privado se ha derivado, en mucha medida, de la irrupción de nuevos medios y plataformas digitales que acentúan el carácter de mercancía de la intimidad. En el primer apartado, además, se ofrecen algunas claves conceptuales para distinguir los afectos y las emociones. En un segundo momento, se presenta la propuesta de relación conceptual entre las emociones, la comunicación y el cuerpo, y se destaca la dimensión emocional de la comunicación humana. El tercer apartado del ensayo pone énfasis en el cuerpo -en su dimensión significativa- como eje básico para comprender a la comunicación desde un punto de vista afectivo-emocional. El texto plantea, finalmente, algunos argumentos para defender la necesidad de pensar la comunicación humana desde esta mirada corporal y emocional.
Giro afectivo, ciencias sociales y comunicación
La frontera que separa lo público de lo privado es cada vez más frágil. Existen continuidades en ambas dimensiones de la vida y es cada vez más habitual que en el espacio público se observen actitudes que, hasta no hace mucho tiempo, estaban destinadas a ser expresadas únicamente en espacios íntimos. Nos referimos, por ejemplo, a las emociones. Es, precisamente, esta emocionalización de la vida pública uno de los elementos que da pie a la aparición de lo que en ciencias sociales se conoce como Giro Afectivo.
El término Giro Afectivo (en inglés Affective Turn) fue empleado por primera vez por Clough y Halley (2007), sociólogas estadounidenses. La base de su propuesta inicial fue ir en contra de la orientación básicamente discursiva del construccionismo social. Para Clough (2008), el afecto debe entenderse como una ontología de aquellos fenómenos que no dependen de la conciencia humana ni de la comunicación lingüística. La autora define al afecto como la capacidad del cuerpo para afectar y ser afectado, afección que se relaciona con el hecho de estar vivo.
Sobre el Giro Afectivo, Lara y Enciso (2013) afirman que:
Este se ha definido principalmente por dos urgencias teóricas: el interés en la emocionalización de la vida pública, y el esfuerzo por reconfigurar la producción de conocimiento encaminado a profundizar en dicha emocionalización. Así el afecto y la emoción aparecen como el nuevo affair que está seduciendo con fuerza a las ciencias sociales, provocando un movimiento académico que se concentra en “aquello que se siente” (pp. 101-102).
Según los mismos autores, “podríamos (mal) resumir el giro afectivo como un cambio en la concepción del afecto que ha venido a modificar la producción de conocimiento y la lógica misma de las disciplinas” (Lara & Enciso, 2013, p. 102).
A partir de las apreciaciones anteriores, consideramos pertinente la pregunta acerca de qué impacto ha tenido este giro afectivo en la producción de conocimiento en el campo de la comunicación, cuya naturaleza híbrida y dinámica ha generado no pocos desencuentros en torno a las particularidades de su objeto de estudio. Asumimos que la investigación en comunicación tiene como objeto de estudio a los “procesos de producción de sentido” (Fuentes, 2008). Como afirma el autor:
En el centro de nuestro objeto de estudio, la comunicación, no están los “mensajes” o los “contenidos” sino las relaciones, establecidas e investigadas a través de sus múltiples mediaciones, entre la producción de sentido y la identidad de los sujetos sociales en las más diversas prácticas socioculturales (p. 113).
Los aportes del Giro Afectivo a la comunicación se observan, por ejemplo, en las reflexiones de Sibila en La intimidad como espectáculo (2008). En esta obra, la autora aborda cómo la ecología comunicativa digital transforma los modos de relación de las personas y, en definitiva, las subjetividades, comprendidas como cambiantes y elásticas. La exhibición de la intimidad, de lo privado, en el espacio público digital, provoca “un desplazamiento de aquella subjetividad interiorizada hacia nuevas formas de autoconstrucción” (Sibila, 2008, pp. 27-28).
Para Sibila (2008), lo sugerente de esta difuminación de las fronteras entre lo público y lo privado es que genera un nuevo refugio para la privacidad de los sujetos que:
No denota apenas una preocupación exclusiva por las pequeñas historias y las emociones particulares que afligen a cada sujeto, sino también una evaluación de la acción política -exterior y pública- solamente a partir de lo que ésta sugiere acerca de la personalidad del agente -interior y privado- (p. 72).
La interioridad de las personas -esfera a la que estaban antes destinadas prácticamente todas las expresiones afectivas y emocionales-, deviene entonces fundamental para formular nuevas preguntas sobre lo público, sobre el mundo exterior. De ahí la importancia de tomar en cuenta los afectos y de hablar de la emocionalización de lo público.
El Giro Afectivo implica concebir a las emociones como un problema fundamentalmente sociológico, sin que ello implique negar su naturaleza biológica. Desde este punto de vista, las emociones no pueden ser comprendidas únicamente como accesorias de lo humano, sino que hay que verlas como parte indisoluble de las experiencias corporales de los sujetos. Cuerpo y emociones van de la mano.
Sin ser una corriente teórica homogénea, el Giro Afectivo se ha ido nutriendo, sobre todo en la última década, de varias líneas de reflexión e investigación desde miradas sociológicas, históricas y antropológicas. Difícilmente pueden atribuírsele unas premisas indiscutibles y un objeto de reflexión perfectamente determinado. La tendencia que ha asumido ha sido la de dotar de visibilidad sociológica a un conjunto de temas -con lo emocional y lo afectivo en el centro- que ha sido poco legitimado en el ámbito de las ciencias sociales (Abramowski & Canevaro, 2017). Y el campo de la comunicación no ha sido, como veremos, la excepción.
Afectos y emociones: algunas distinciones básicas
Definir las emociones es una empresa complicada, pues estas han sido abordadas desde enfoques muy diversos: desde miradas neurobiológicas hasta miradas socioculturales, pasando por enfoques psicosociales y fenomenológicos. Lo interesante es que ya no predominan las visiones biológicas, sino que actualmente se considera que las emociones deben ser incorporadas en la lógica de lo social y cultural, de modo que “aquello que sustenta la vida del sujeto cívico, que lo conmueve, que lo emociona, sus cuestiones personales y privadas, dejan de ser parte del santuario de la intimidad para entrar en el terreno de lo político y lo público” (Dahlgren, 2012).
La teoría de la inteligencia afectiva considera que las emociones se rigen por dos sistemas: uno que tiene que ver con la disposición individual y que se relaciona con los hábitos y costumbres del sujeto, y otro que se denomina sistema de vigilancia y que, en el momento en que se moviliza, provoca que las personas reflexionen sobre sus decisiones más habituales y consideren otras opciones que previamente no conocían.
Para Clough (2008), el afecto hace referencia a las capacidades de los cuerpos para afectar y ser afectados o al aumento o disminución de la capacidad del cuerpo para actuar o conectar. En esta propuesta vemos la importancia de la comunicación en la función de “conexión” que cumplen los afectos. Por su parte, Blackman y Cromby (2007) afirman que “afecto” se usa “para referir una fuerza o intensidad que puede desmentir el movimiento del sujeto que está siempre en un proceso de devenir” (p. 6). Los mismos autores consideran que las emociones refieren a patrones de respuestas, tanto corporales como cerebrales, que “son culturalmente reconocibles y proporcionan cierta unidad, estabilidad y coherencia a las dimensiones sentidas de nuestros encuentros relacionales” (p. 6).
Parece haber un consenso bastante generalizado en otorgar un carácter más corpóreo al afecto, y más discursivo a las emociones. Ello se ve en el planteamiento de otros autores, tales como Lara y Enciso (2013), para quienes el afecto se concibe como corpóreo, pre-consciente, energético y otras explicaciones “lejos del significado” (p. 109), mientras que las emociones se han pensado mayoritariamente como una interpretación individual del afecto. Damasio (1995) agrega que la emoción se asocia a un proceso objetivo y orgánico, mientras que el sentimiento es la experiencia subjetiva de esa emoción. Parece, así, que el afecto es visto más como aspecto orgánico y biológico, mientras que la emoción refiere a la interpretación sociocultural de ese afecto.
El abordaje de lo afectivo es interdisciplinar, y también la investigación en comunicación puede aportar al debate, así como verse enriquecida al incorporar la dimensión afectiva de lo social en sus objetos de estudio, aunque este campo no suela ser mencionado cuando se habla de los estudios sobre la afectividad en las ciencias sociales:
En los estudios contemporáneos sobre la afectividad se advierten las sendas inauguradas por la sociología, la antropología y la historia de las emociones, sobre todo en el esfuerzo por señalar el carácter cultural y socialmente construido -y no innato y esencial- de las experiencias afectivas. También se observan los caminos abiertos por los estudios de género y el feminismo, que pugnan por el estatuto de lo corporal y potencian la politización del sentir (Abramowski & Canevaro, 2017, p. 15).
Como veremos, es en la articulación entre cuerpo, comunicación y emociones donde podemos hallar un terreno fértil para los estudios sobre comunicación que pretendan ir más allá de la reflexión sobre la comunicación mediática. Y lo es, porque “prestar atención a los afectos muchas veces ayuda a advertir qué sostiene a los sujetos en determinadas posiciones o lugares, qué los adhiere, ‘pega’ (Ahmed, 2004), enlaza, vincula o junta” (Abramowski & Canevaro, 2017, p. 15). Y eso que los enlaza, vincula o junta, ¿no es acaso la comunicación?
La relación entre emociones y comunicación pasa muchas veces por reflexiones sobre el lenguaje. Las emociones son experiencias corporales naturales que, después de haber sido experimentadas corporalmente, se pueden expresar por medio del lenguaje. Belli (2009) afirma que ese lenguaje se concibe como irracional y subjetivo: “primero sentimos en el cuerpo lo que más tarde sale por nuestras bocas en forma de un discurso que en cierto modo se opone a la razón” (p. 16). Es indiscutible que las emociones son construcciones sociales y culturales, pese a tener un origen orgánico-biológico, y que su naturaleza es, sobre todo, discursiva. Las emociones necesitan ser expresadas -aunque sea para uno mismo- para poder ser reconocidas como tales.
Si bien la construcción social de las emociones solo es posible a través del lenguaje (Belli, 2009), lo cual se relaciona con que las emociones pueden ser concebidas como recursos discursivos (Lakoff, 1980), no hay que perder de vista que las emociones tienen dos facetas, la mental y la orgánica. Y es precisamente la faceta orgánica de las emociones la que permite poner énfasis en el cuerpo: “Las emociones son unas experiencias corporales que no pueden ser separadas de los contextos socioculturales en que nos encontramos” (Belli, 2009, p. 32).
Lo que las emociones permiten es compartir (Larsson, 1997), lo cual se relaciona con la dimensión emocional de la comunicación. Así, la experiencia emocional necesita ser expresada, comunicada. Como afirma Izquierdo (2000), “una característica esencial de la experiencia emocional es su expresión. Si la experiencia emocional incluye su expresión, el propósito primario de la interacción es comunicar, de forma verbal y no verbal, sentimientos y necesidades a los otros” (p. 135).
Veamos a continuación cómo se relacionan más concretamente la comunicación y las emociones, con la mediación del cuerpo.
Emociones, comunicación y cuerpo
Generalmente, las reflexiones sobre comunicación, cuerpo y emociones se aterrizan en el tema o fenómeno de la comunicación interpersonal, no tanto así de la comunicación mediada. En toda situación de comunicación interpersonal se intercambian mensajes que no pueden comprenderse únicamente desde su contenido informativo. Siempre se despliegan emociones, sea de forma más intensa y directa o de forma más sutil. Las personas que se están comunicando son cuerpos que afectan y son afectados, sujetos que sienten y expresan distintos estados de ánimo. Así lo explica Izquierdo (2000):
Como la comunicación interpersonal no ocurre en el vacío, hay que contar con las metas, necesidades, deseos, estados de ánimo, expectativas y aprendizajes de las personas, incluyendo la representación conceptual de los sentimientos y el conocimiento de las normas de interacción emocional en el contexto, a la hora de dirigir la atención, interpretar y responder a la emoción elicitada por un acontecimiento relacional (p. 136).
El mismo autor afirma que “la gente manifiesta a través de su comportamiento verbal y no verbal propensión a compartir las emociones de los otros (contagio emocional), aun en los casos en los que las emociones no son intencionalmente comunicadas” (Izquierdo, 2000, p. 136).
La noción de “contagio emocional” enunciada en el párrafo anterior se relaciona con lo que Collins (2009) denomina “energía emocional” en las cadenas de rituales de interacción. Para Collins, los rituales de interacción son situaciones de copresencia física que demarcan a los participantes de los demás y que varían conforme a dos dimensiones mayores: el grado de coincidencia de los participantes en su foco de atención compartido y la intensidad del eslabonamiento emocional que surja entre ellos. El núcleo central de todo ritual de interacción implica un proceso en que los participantes desarrollan un foco de atención común y en el que sus ritmos corporales y sus emociones entran en “consonancia recíproca” (Collins, 2009, p. 71). Lo que aumenta o disminuye la energía emocional es la consonancia de gestos comunicativos y ritmos emocionales entre los participantes de un determinado ritual. La energía emocional se acumula en recuerdos, ideas, creencias y símbolos, y se recicla en redes conversacionales, en diálogos interiores y en cadenas de rituales de interacción que tengan lugar posteriormente.
Lo anterior deja clara la relación entre emociones y comunicación, un vínculo que se retomará posteriormente. Ahora es momento de preguntarnos qué sucede con el cuerpo, qué papel juega en la expresión de las emociones. Tal y como apunta Scribano (2009):
Lo que sabemos del mundo lo sabemos por y a través de nuestros cuerpos, lo que hacemos es lo que vemos, lo que vemos es como dividimos el mundo. En este “ahí-ahora” se instalan los dispositivos de regulación de las sensaciones, mediante los cuales el mundo social es aprehendido y narrado desde la expropiación que le dio origen a la situación de dominación (pp. 144-145).
Los sujetos sociales conocen el mundo a través de sus cuerpos, y ese conocimiento viene dado por percepciones, sensaciones y emociones, sentidas y experimentadas en, desde y por los cuerpos. Por ello es también extraño que el tema de las emociones haya sido excluido durante tanto tiempo de los análisis sociales y culturales, caracterizados por un predominio de abordajes macrosociales. Esta exclusión, además, tiene que ver con una mirada androcéntrica que relaciona lo masculino con lo objetivo-racional (y lo justo y apropiado) y lo femenino con lo emocional (y lo carente e incompleto): “Lo masculino se vuelve, así, la medida de todas las cosas, el punto de vista universal” (Fabbri, 2011, p. 4).
La sociología de las emociones cuenta con un bagaje de más de cuatro décadas (Bericat, 2016) en el terreno sociológico. Ello no significa que previamente no hubiera acercamientos sociológicos a la emoción, a la dimensión afectiva de lo social, pero sin duda, la presencia de la dimensión emocional era algo residual hasta bien entrados los años setenta del siglo XX. En “The sociology of emotions”, Bericat (2016) ofrece un estado de la cuestión muy detallado sobre los aportes de la sociología de las emociones al pensamiento sociológico.
Uno de los principales logros de la sociología de las emociones es que “abre un importante horizonte de estudio social, necesario también para el desarrollo de metateorías sociológicas que subsanen el sesgo racionalista que afecta a casi todas ellas” (Bericat, 2000, p. 149).
Todas las propuestas emanadas de la sociología de las emociones tienen su fundamento en la consideración de que la mayor parte de las emociones humanas se nutren y tienen sentido en el marco de nuestras relaciones sociales:
La naturaleza de las emociones está condicionada por la naturaleza de la situación social en la que los hombres sienten. Son expresión, en el cuerpo de los individuos, del riquísimo abanico de formas de relación social. Soledad, envidia, odio, miedo, vergüenza, orgullo, resentimiento, venganza, nostalgia, tristeza, satisfacción, alegría, rabia, frustración y otro sinfín de emociones corresponden a situaciones sociales específicas (Bericat, 2000, p. 150).
Aunque la investigación sobre las emociones en el campo de las ciencias sociales no es nueva, en el espacio latinoamericano tardaría unos años más la proliferación de trabajos sobre las emociones y la afectividad, incorporándose a fines de la década de los noventa y ya iniciado el siglo XXI (Sabido, 2011). Una de las líneas de reflexión que mayor interés ha despertado tiene precisamente en el cuerpo uno de sus elementos centrales, pues recupera el cuerpo y la afectividad como elementos que afectan y son afectados. Esta corriente se inscribe en el denominado “Giro Afectivo”, al que ya nos referimos en la primera parte de este texto, un giro hacia el cuerpo y en contra del privilegio del estudio del significado y el discurso (Lara & Enciso, 2013). La mirada se pone, entonces, en los cuerpos y los sentidos, y no en los discursos. Aunque comprendemos la centralidad del cuerpo y los sentidos, finalmente cualquier aproximación a estos elementos pasará por un relato de la persona portadora del cuerpo, de la persona sintiente. Es más, el cuerpo es en sí mismo un discurso cargado de significado, de ahí que el Giro Afectivo no pueda, entendemos, desechar toda aproximación a los discursos.
Pese al creciente interés por la relación cuerpo-afectividad, existe una enorme separación entre los estudios del cuerpo y los estudios de las emociones, algo que preocupa a varios autores (Sabido, 2011; Scribano, 2013). Compartimos esta preocupación y entendemos que cuerpo y emociones no pueden comprenderse de forma independiente. Por ello, coincidimos con Denzin (1985) cuando afirma que las emociones no se encuentran ni en el sujeto ni el cuerpo de este, sino en la relación, en lo que está entre uno y otro.
Abordar la relación cuerpo-emoción implica, además, otorgar un papel central a los sentidos, a la dimensión sensorial de la vida humana. Y es que no hay que perder de vista que “los sentidos están en todas partes” (Bull et al., 2006, p. 5). Ellos median en la relación entre la idea y el objeto, la mente y el cuerpo, el yo y la sociedad, la cultura y el medio ambiente (Howes, 2014, p. 21). Igual que los cuerpos, las emociones son siempre situadas, se expresan individualmente, pero están siempre moldeadas por la cultura.
Desde una mirada sociocultural, la relación entre emociones y cuerpo se puede abordar desde la noción de disposiciones culturales. Las emociones están presentes en estas disposiciones corporales, y se relacionan con discursos social y culturalmente construidos. Estas ideas son fundamentales en la propuesta de Le Breton (1992/2001, 1999, 2002) de quien ya recuperamos aportes previamente. En la misma línea, Bolaños (2015) afirma que “el cuerpo es el vehículo de significaciones de la cultura y espacio en el que caben las emociones, los sentimientos y las elaboraciones sensoriales” (p. 184).
Comunicación, cuerpo y emociones van de la mano: “el poder de expresión de la palabra no es distinto del poder corporal, ya que el lenguaje es la expresión del propio cuerpo” (Verano, 2009, p. 611). En el siguiente apartado profundizamos sobre la dimensión emocional de la comunicación.
La dimensión emocional de la comunicación
Tanto la comunicación como las emociones pueden ser abordadas desde varias dimensiones o componentes. Desde una mirada que la vincula más con la comunión y la puesta en común entre personas, la comunicación ha sido analizada a partir de tres componentes básicos: cognitivo (aprehensión de objeto externo o mundo natural); valorativo (aprehensión de todo aquello considerado sujeto externo o mundo social); y emotivo “se orienta a la aprehensión de todo aquello considerado sujeto-objeto interno (mundo personal)” (Bericat, 1999, p. 228). Es precisamente este último componente el fundamental para poder argumentar la importancia de la dimensión emocional de la comunicación y, simultáneamente, para fortalecer la idea de la comunicabilidad de las emociones.
Como ya se ha mencionado anteriormente, las emociones implican cambios fisiológicos, y por ello están estrechamente relacionadas con el cuerpo, pero también implican pensamientos, es decir, tienen también un componente cognitivo. Pero las emociones no son algo ni exclusivamente mental ni exclusivamente corporal. Se piensan, sí, y se sienten, también. Las emociones, por tanto, implican simultáneamente una experiencia subjetiva y objetiva.
La experiencia a la que se alude en el párrafo anterior no puede ser vivida fuera de la comunicación humana, porque durante cualquier proceso comunicativo no se intercambia únicamente información racional. La información emocional está presente y se transmite con mayor o menor intensidad, pero siempre tiene presencia en el proceso de comunicación. En toda situación de comunicación, entonces, se despliega información emocional sobre los interactuantes, y esta cumple una función importante:
Una de las funciones principales de las emociones es facilitar la aparición de las conductas apropiadas, la expresión de las emociones permite a los demás predecir el comportamiento asociado con las mismas, lo cual tiene un indudable valor en los procesos de relación interpersonal (Chóliz, 2005, p. 5).
Nuestras emociones, así como las de las personas con las que interactuamos, nos proporcionan información acerca de los otros y acerca de nosotros. De ahí la necesidad de hablar de la comunicación emocional como una capacidad humana básica en nuestras relaciones interpersonales. Toda comunicación presupone algún tipo de emoción, pero no toda emoción es fácilmente comunicable. De ahí que se considere importante consolidar, tanto en los ámbitos formales como en los informales, una educación emocional efectiva.
La necesidad de vincular cuerpo, comunicación y emociones se instala en una propuesta que pretende dar importancia a la dimensión afectiva de la vida humana, a todo lo que no pasa por el filtro de la razón, a lo no dicho, a “aquello diverso que se resiste a los ordenamientos unívocos de la razón” (Zamorano & Hernández, 2017, p. 41). En el siguiente apartado profundizamos en torno al cuerpo y su importancia para el abordaje de la relación entre comunicación y emociones.
Cuerpo(s) y corporalidad(es) como ejes básicos para el abordaje emocional de la comunicación humana
El cuerpo es uno de nuestros principales vehículos de comunicación con el mundo. Desde el cuerpo y con el cuerpo construimos significados y otorgamos sentido a todo lo que nos rodea, de ahí que pueda hablarse sin titubeos del potencial significativo del cuerpo. Y de ahí, también, que sea necesario que la investigación en comunicación tome en cuenta al cuerpo como un objeto de reflexión complejo que puede aportar mucho a las miradas en torno al mundo social que las ciencias de la comunicación construyen.
Como construcción social y cultural, el cuerpo es portador de significados. El cuerpo habla del sujeto y, a la vez, comunica rasgos del entorno social que la persona habita: “Somos cuerpo, entendiendo por tal esa realidad donde se conjuga lo privado y lo público, lo íntimo y lo expuesto. Cada rasgo de nuestro cuerpo habla de cómo es nuestro paso por la vida” (Corres, 2007, p. 212).
Así, pensar al cuerpo implica tomar en cuenta los usos que de él se hacen, usos que dependen de las culturas (Noguez, 2009). Como afirma Connell (1995), la sociedad es una experiencia corporal reflexiva, por lo que no es muy útil presentar acercamientos al cuerpo completamente biologicistas ni completamente constructivistas. Como en el caso de las emociones, es más pertinente pensar al cuerpo desde miradas que tomen en cuenta la interacción social y la reflexividad. Siguiendo a Vergara (2009):
Desde una sociología de los cuerpos y las emociones, podemos emprender el camino para hallar pistas que nos conduzcan a: comprender el sentido que los actores dan a sus prácticas, identificar nodos conflictuales que emergen en esas comprensiones cotidianas, dar cuenta de cómo la sociedad que se hace cuerpo puede ser rastreada a partir del análisis de determinadas emociones sociales (p. 36).
Y es que el cuerpo no tiene sentido fuera de su contexto, “se encuentra aferrado a la trama de sentido” (Le Breton, 1992/2001, p. 37). O lo que es lo mismo, “los cuerpos están revestidos por nuestras historias individuales y colectivas” (Weeks, 1999, p. 177).
Todo lo anterior demuestra la importancia de pensar al cuerpo desde su relación con la comunicación y las emociones. Desde una mirada sociofenomenológica, Schütz (1993) introduce una idea sugerente para articular cuerpo y comunicación intersubjetiva. El autor habla de la comprensión intersubjetiva y la define como la observación, por parte del observador, de los movimientos corporales de la otra persona, que se convierten en indicaciones de las vivencias que esa otra persona experimenta.
Como ya comentamos, el cuerpo dice de la sociedad en la que habita, y el cómo es concebido el cuerpo en una sociedad es indicador de los modos en que se concibe a la persona. Aunque pareciera que el cuerpo es visto como representación de la cultura y sociedad en la que se encuentra, “no podemos separar por un lado sus representaciones y por otro cómo es vivido el cuerpo, no pueden ser separadas como si fueran distintas perspectivas, o como si fueran antagonistas” (Aguilar-Ros, 2004, p. 51). En el cuerpo “se hallan unidas, reunidas y fundidas naturaleza y cultura, condición biológica y aprendizajes sociales, aspectos fisiológicos y sociabilidades incorporadas” (Vergara, 2009, p. 35). Lo biológico y lo sociocultural se vinculan de forma absoluta cuando se habla de los cuerpos.
Hace unas décadas el cuerpo era tratado como un fenómeno biológico y natural, y como tal, era atendido casi exclusivamente por disciplinas médicas y biológicas. Muy ocasionalmente se le consideraba desde una mirada social y cultural, de ahí que no fuera concebido como un objeto de estudio propio de la investigación social. Afortunadamente, décadas después, el cuerpo ha ido adquiriendo legitimidad en la sociología, la antropología y la historia, tres de las disciplinas que más lo han abordado.
El cuerpo se encuentra altamente ritualizado y “las lógicas culturales se inscriben en los cuerpos” (Le Breton, 2002). Para el sujeto, su cuerpo es lo más inmediato del mundo. Pero el cuerpo, como decíamos, no pertenece solo al orden de lo individual: “El cuerpo es social, socializado y socializable, tanto como lo social es corporal, corporalizado y corporalizable” (Varela, 2009, p. 97).
Somos cuerpo, vemos, vivimos, percibimos el mundo a través de nuestro cuerpo. Y esta experiencia perceptiva no puede darse si no es por medio de las sensaciones. Nuestro cuerpo es lo primero que nos hace conscientes de nuestro ser y estar en el mundo: “Frente a la ambigüedad y la indefinición el cuerpo de los sujetos es su ‘verdad’ palpable, la única certeza en momentos inciertos” (Muñiz & List, 2007, p. 7).
Es necesario transitar, afirma Sabido (2016), “del estudio del cuerpo al estudio de la experiencia corporal, destacando la dimensión sensible” (p. 66). Dicho de otro modo, no solo hay que ver al cuerpo como un “nudo de significaciones vivientes” (Esteban, 2004), sino también como un cuerpo perceptivo, que es lo que reivindica el viraje de la sociología de los sentidos a la sociología de la percepción (Sabido, 2016).
Así, no puede hablarse del cuerpo fuera de la vivencia del mismo cuerpo:
El cuerpo no puede ser comprendido más que en la vivencia de él mismo, que se realiza a lo largo de todo el proceso y que necesita del mundo como correlato de su acción. Es decir que el cuerpo humano es la condición de la conciencia al ser un sujeto en diálogo con el mundo (Noguez, 2009, p. 51).
Para De Certeau (1996, p. 131), la subjetividad es el recorrido, y el cuerpo es el mapa. Y es que el cuerpo no se reduce a su forma. Todo cuerpo es y se significa en el contexto de un espacio y un tiempo determinados.
La dimensión significativa del cuerpo
Ya hemos hecho referencia a la capacidad comunicativa del cuerpo, a su función de medio de comunicación de las personas con el mundo. Muñiz y List (2007) hablan de una “corporalidad textual, con valores y significados que se le atribuyen” (p. 8).
El cuerpo habla, y del cuerpo se habla: “Mas amén de hablar de ellos, los cuerpos hablan por sí mismos, de sí mismos, para sí mismos. El cuerpo vivido deambula como es, así como el cuerpo percibido e interpretado lo han marcado” (Guzmán, 2007, p. 55).
Desde el campo de la comunicación,2 los trabajos sobre comunicación no verbal han considerado históricamente al cuerpo como una estructura que revela mucha información del sujeto. El cuerpo es un complejo de signos, pero no se reduce a ello. Según Finol (en Reynaga & Vidales, 2013), el cuerpo “no es solo un conjunto intrínsecamente sígnico, sino que este es un sistema dinámico de significados que interactúan entre sí a la vez que ostentan la sociedad y la cultura en la que el cuerpo se encuentra articulado” (p. 68).
Para Ayús Reyes y Eroza Solana (2007, p. 44), el cuerpo es un portador primigenio de signos; cada cultura emplea el cuerpo para elaborar significación socialmente aceptable y altamente convencional; estudiar el cuerpo es inseparable de la investigación de los códigos simbólicos con los que opera una cultura. El potencial comunicativo del cuerpo hace pertinente proponer que la investigación en comunicación debe integrar lo corporal -y, por ende, lo afectivo y lo emocional- en sus trabajos y reflexiones. A ello dedicamos el siguiente apartado.
Pensar la comunicación desde una mirada que integra lo corporal-afectivo
Nuestra relación con el mundo pasa por las sensaciones que experimentamos con el cuerpo. El mundo no solo es un mundo narrado y construido discursivamente. Es, sobre todo, un mundo corporalmente experimentado.
Pese a que el campo de la comunicación parece tener claro que su objeto de estudio son los procesos de producción de sentido, sigue existiendo un predominio importante de estudios sobre medios de difusión -y hoy, sobre todo, se analizan los medios digitales-, en detrimento de los fenómenos comunicativos interpersonales.
Consolidar la idea de la producción de sentido como objeto de estudio de la comunicación permite abrir los espacios conceptuales y articular, como hemos tratado de realizar en este ensayo, las dimensiones emocionales (con el cuerpo en el centro) y racionales como ingredientes desplegados en las situaciones de comunicación, comprendidas como procesos de producción/construcción de sentidos.
El triángulo conceptual que articula cuerpo, comunicación y emociones da mucho de sí para seguir pensando en los modos en que nos comunicamos, para tratar de resolver nuestros problemas de comunicación y para seguir sacando a la luz eso que estuvo archivado durante décadas: el interés por la comunicación no mediada. La afirmación de que este interés estuvo archivado se sustenta en trabajos de corte documental que suponen una gran contribución a saber qué se ha investigado en el campo académico de la comunicación. Este tipo de trabajos, de metainvestigación, ponen de manifiesto que los medios de comunicación (primero la prensa, la radio y la televisión y, desde finales del siglo XX, Internet y los medios digitales) siguen siendo el objeto de estudio central del campo de la investigación en comunicación.
Regresar la mirada a lo no mediado no implica desconocer la importancia de los medios de comunicación y las tecnologías digitales en las sociedades actuales. Esta mirada que integra lo corporal y lo afectivo pasa también por comprender cómo los medios de comunicación y, sobre todo, las tecnologías digitales, están contribuyendo a la construcción de nuevos sujetos y al surgimiento o expansión de nuevas modalidades de expresar las emociones. Incluso nuevos modos de experimentarlas, de sentirlas.
Por lo anterior, nos parece importante que el campo de la comunicación participe del “Giro Afectivo”, que ha irrumpido con fuerza en el campo de las ciencias sociales. Y nos lo parece porque no concebimos situaciones de comunicación entre personas en las que estén ausentes los sentidos, los afectos y las sensaciones, además de los discursos de corte más racional-argumentativo. Somos cuerpo, y desde nuestro cuerpo nos comunicamos. Nuestro cuerpo produce significados y, simultáneamente, recibe los que emiten nuestros similares, con quienes interactuamos cotidianamente.
El cuerpo, las emociones y, en general, la dimensión afectiva del mundo conforman entonces un espacio conceptual sugerente para que el campo de la comunicación ofrezca explicaciones más complejas sobre las personas en el mundo actual.
Como hemos demostrado a lo largo del ensayo, pensar la relación entre comunicación y emociones hace importante retomar los aportes del Giro Afectivo en las ciencias sociales. La comunicación, en un sentido amplio, es un elemento central para la vida humana, es la condición básica de la vida en sociedad y puede comprenderse como una trama de interacciones en la cual las personas construyen y comparten sentidos y significaciones sobre sí mismas, sobre las otras personas y sobre el entorno que habitan.
Nuestro cuerpo es el primer canal de comunicación con el mundo del que disponemos las personas. Somos conscientes de nuestro entorno, de los objetos y de los otros sujetos, porque tenemos consciencia perceptiva sobre nuestro cuerpo, y porque desde nuestro esquema corporal constituimos las imágenes que tenemos de los otros y somos capaces de interactuar con ellos.
Nuestra relación con el mundo está dada por el cuerpo, de ahí que este pueda ser considerado como el espacio universal. Es desde los cuerpos que los seres humanos significan sus entornos, dotan de sentido a los otros seres, al espacio y al tiempo que habitan. No podemos, por tanto, comprendernos a nosotros mismos como cuerpos si no es a partir del despliegue significativo que desde nuestro esquema corporal emitimos hacia los otros. Y, a la vez, no podemos comprender a nuestras sociedades si no es a través de lo que sobre ellas comunican nuestros cuerpos. Sea como productor de sentidos, como receptáculo de significados en situaciones cara a cara, o como cuerpo-sujeto pensante del que emana la conciencia del sí mismo y de los otros, el cuerpo es nuestro principal vehículo de comunicación con el mundo. Por todo lo anterior, atender el potencial comunicativo del cuerpo, y en general todo lo que refiere a la dimensión emocional y afectiva, es apremiante para el campo de la comunicación.