¿Qué es el populismo? ¿La diversidad de fenómenos que se incluyen en esta etiqueta no apunta a tendencias desvinculadas entre sí? ¿Realmente existe un mínimo común denominador entre todos ellos? ¿Qué razones explican su aparición? ¿Por qué en unos casos el populismo es un fenómeno exitoso y en otros casos un completo fracaso? ¿Qué lo explica? ¿Cuáles son las condiciones que parecen auparlo al poder? Estas son algunas de las preguntas esenciales que se ha venido planteando la literatura sobre populismo. Sin embargo, ¿cómo ha respondido a estas cuestiones? ¿Existe un modelo teórico común compartido o una fragmentación de teorías en abierta competencia?
Dentro de la literatura han existido momentos donde había un deseo latente de consensuar una definición común sobre populismo. Sin embargo, continúa siendo un anhelo por realizar. Podría situarse el primer gran intento a finales de la década de los años sesenta, cuando se celebró el gran debate de expertos en la London School of Economics, cuyo resultado fue el libro recopilatorio de Ghita Ionescu y Ernest Gellner (1969). Entonces, el asalto al concepto terminó en desacuerdo. Aquello produjo un cierto desencanto y pesimismo en el mundo académico; incluso, una década más tarde hubo quien propuso abandonar la categoría misma de populismo (Roxborough, 1984).
Avanzando el tiempo, a partir de los años noventa del siglo pasado, el debate sobre populismo experimentó una gran renovación (Moffit, 2016: 17). El populismo dejó de ser un fenómeno marginal y periférico en las ciencias sociales, como evidencia la evolución al alza en el número de investigaciones sobre el tema (Rovira Kaltwasser et al., 2017: 10-13). Recientemente, hay académicos que declaran la existencia de cierto consenso teórico en torno a la conocida como perspectiva ideacional (Akkerman, Mudde y Zaslove, 2014: 1326). Es cierto que la proliferación reciente de investigaciones empíricas que asumen directa o indirectamente este enfoque de análisis hace pensar que se ha producido un verdadero “giro ideacional” en los estudios sobre populismo (Castanho Silva et al., 2018: 150).
¿Realmente estamos ante un consenso generalizado? La realidad es que siguen coexistiendo distintas teorías que compiten por imponer su propia definición (por ejemplo: Weyland, 2001; Laclau, 2016; Mouffe, 2019). También hay quien sugiere que no disponemos de una teoría sobre populismo (Müller, 2017: 12) o que no es posible un concepto integrador (Fassin, 2018: 29). Todo ello invita a pensar que el populismo es un concepto en eterna disputa (Weyland, 2001: 1; Moffit, 2016: 11; Vallespín y Bascuñan, 2017: 42; Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 3).
Falta todavía por consumarse un espíritu de comunión sobre la definición. Cuando se habla de populismo no todo el mundo maneja el mismo significado. Esta ambigüedad ha sido señalada como un rasgo intrínseco del populismo. Un escollo epistemológico difícil de resolver. Máxime si añadimos los usos ideológicos que lo acompañan. Es también un término vago, cuyo referente es complicado de delimitar analíticamente. No obstante, cualquier concepto (un universal empírico) tiene que ser capaz de identificar aquellas propiedades definitorias del fenómeno (Sartori, 2012). Esto parece que no lo cumplen todas las definiciones en liza. Alguna de ellas, como veremos, incluyen en el núcleo de la definición rasgos que son contingentes. Evidentemente, esas características pueden tener valor teórico en función del caso de estudio. No se trata, en consecuencia, de un problema de escala de abstracción. Es preciso captar el mínimo común denominador del populismo como requisito previo antes de la construcción del edificio teórico, lo que no está reñido con el pluralismo teórico.
Se ha dicho que atravesamos un momento populista, un contexto propicio para su expansión. Existen en la literatura distintas hipótesis acerca de las condiciones que tratan de explicar la aparición y el desarrollo de los populismos (por ejemplo: Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Müller, 2017; Vallespín y Bascuñan, 2017; Hawkins et al., 2018; Judis, 2018). Sin embargo, falta un modelo formal capaz de interconectar todas esas hipótesis dentro de un sistema dinámico de conjunto. Un modelo que integre y relacione al mismo tiempo las principales esferas o dimensiones implicadas en el desarrollo (exitoso) de las distintas experiencias populistas. Un modelo normativo para poder analizar las condiciones de posibilidad del populismo. Pero también para entender su reverso, el fracaso. Sin embargo, estos trabajos empíricos carecen de una estructura general que habilite un programa de investigación donde, a través de comparaciones, puedan controlarse las hipótesis.
Antes de proseguir, aclararemos qué entendemos por éxito, con lo que automáticamente quedará dilucidado su opuesto, el fracaso. Si bien éxito es un concepto subjetivo, polisémico, aquí se define como la capacidad de un movimiento populista de llegar a ser fuerza de gobierno. Esta es una concepción maximalista (y electoral) que desatiende otras acepciones posibles, como su capacidad de penetración cultural o de influir en la agenda política. Estas últimas dan también medida del éxito del populismo. En gran medida preparan el terreno de batalla para su gran objetivo, el poder político. Es la guerra cultural, en sentido gramsciano, necesaria para la victoria.
En síntesis, nuestro objetivo es habilitar una perspectiva metodológica formal para analizar el éxito o fracaso de los populismos. Para desarrollar este modelo analizaremos previamente las principales teorías existentes. Se hará conforme a una serie de claves metodológicas, lo que denominamos cuadrilátero metodológico, y que consta de unos principios que sirven para ponderar analíticamente cada una de las teorías. Estos principios metodológicos son principalmente axiológicos. Con método no nos referimos a técnicas de investigación ni a paradigmas (funcionalista, dialéctico, comprensivo, etcétera), sino a un conjunto de reglas lógico-conceptuales. Normas que tienen que ver con la formación de conceptos y clasificaciones, en el sentido que brinda Giovanni Sartori (2012). Son, por tanto, apriorísticas, extrapolables en principio a otros objetos de conocimiento social. Aunque también nuestro cuadrilátero participa de una perspectiva fenomenológica, al menos en uno de sus principios, el referido precisamente a las condiciones de posibilidad del populismo. Aplicando estas reglas se intentará elaborar un modelo que supere las deficiencias de cada teoría, pero que al mismo tiempo retenga sus aspectos más positivos.
Maquiavelo, el inconsciente político y minimalismo discursivo-ideológico: la pugna por el populismo
El análisis que se realiza en este trabajo se enmarca en el actual debate sobre populismo, iniciado en la década de los años noventa (Rovira Kaltwasser et al., 2017: 10). Las diferentes teorías que atraviesan este debate han sido clasificadas y evaluadas de distintos modos (ver: Moffit, 2016; De la Torre, 2017; Mudde, 2017; Weyland, 2017; Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018). En cambio, lo que se pretende en este estudio es proceder a un análisis sin ninguna preferencia teórica previa, tomando una cierta distancia de los distintos enfoques. Una mirada que es desde fuera, pero no ciega. Las teorías serán evaluadas a partir de unos principios metodológicos. Este conjunto de reglas nos permite realizar dos operaciones: 1) valorar la validez de las definiciones en liza y 2) configurar un modelo formal con el cual analizar las condiciones de éxito (o fracaso). Estas claves de interpretación serán descritas, desarrolladas y aplicadas en el siguiente apartado.
Se pueden percibir al menos tres grandes modelos teóricos que rivalizan por ocupar la posición de hegemonía dentro de los estudios sobre populismo. Según el enfoque que escojamos, el populismo es: 1) un tipo de estrategia política, 2) una lógica de acción política o 3) un conjunto de ideas.
El populismo como estrategia política: una comprensión maquiaveliana
El populismo como estrategia es una perspectiva empírica (+ principio empirista)1 y minimalista que ha logrado alto grado de difusión en el contexto latinoamericano (Moffit, 2016: 20). Surge como respuesta teórica frente a dos enfoques. Por un lado, el modelo funcional-estructuralista, que comprende el populismo como una reacción frente a cambios estructurales rápidos y profundos ( Di Tella, 1965; Germani, 1978). Por el otro, el modelo económico, que concibe el populismo como una forma de política económica intervencionista basada en la expansión ilimitada del gasto público (Dornbusch y Edwards, 1991; Edwards, 2010). La perspectiva estratégica intenta recuperar la autonomía de lo político, al mismo tiempo que declara la falta de validez del resto de aproximaciones (Weyland, 2001).
En contraste, conciben el populismo como un método para alcanzar el poder, donde un líder carismático se comunica de forma desintermediada con una masa disponible y desorganizada de seguidores, con el pueblo (Weyland, 2001: 14). Una estrategia política de agregación de masas basada en un caudillismo que permite sortear los problemas de debilidad organizativa (Weyland, 2017: 58).
Esta perspectiva polemiza en la actualidad con los otros dos enfoques teóricos, basados en una comprensión simbólico-lingüística del fenómeno. Rechazan que el populismo pueda analizarse por lo que dicen los populistas.
Consideran que lo fundamental para la comprensión del fenómeno es lo que hacen en la práctica (Weyland, 2017: 53-54). Con ello se descarta la posibilidad del discurso como fuerza performativa. Esta tesis se fundamenta en una especie de ontología de la acción sin discurso. El discurso es periférico, confinado a un papel residual en la explicación, aspecto prioritario para poder entender las rutas metodológicas que abre, así como aquellas que, por razones estructurales, se cierran.
Lo más decisivo dentro de la teoría es que el populismo parece ser únicamente una forma de cálculo político, un instrumento para alcanzar el poder (Weyland, 2001: 12). El encargado es el líder, elemento que es considerado como piedra de toque del populismo. Un líder personalista, pragmático y oportunista (Weyland, 2017: 50). Habría que considerar, no obstante, si el oportunismo político no es un rasgo central en muchos de los líderes mainstream. Para alcanzar el poder compite en las urnas. En esto es afín a la democracia de mínimos descrita por Joseph Alois Schumpeter. Con este fin, hace gala de actos de demostración de fuerza simbólica (mítines, marchas masivas), pero destaca, por encima de todo, la comunicación desintermediada con la gente. Un estilo directo. Comprensión maquiaveliana que genera algunos interrogantes. Y es que ¿no se mueven todos los actores políticos estratégicamente? El núcleo de esta definición puede hacerse extensivo a otros muchos fenómenos, por lo que no sirve para discriminar nítidamente entre lo que es y no es el populismo (- principio de invariabilidad).
La evidencia sugiere que este tipo de estrategia política es desarrollada por otro tipo de actores políticos (Hawkins, 2010: 168). Basándonos también en datos empíricos, tampoco parece concluyente la hipótesis de que el populismo prospere siempre en contextos de debilidad organizativa. Aunque sí se confirma en la mayoría de los casos estudiados en el contexto latinoamericano, no ocurre lo mismo en Europa, en la que parece existir una mayor densidad institucional. Incluso la figura del líder, elemento central en otras teorías (Laclau, 2016: 129-130; Moffit, 2016: 51), parece que no está presente en todos los casos (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 42). También existen movimientos populistas acéfalos, sin un vértice de poder. Entonces, ¿estamos ante una propiedad definitoria o accesoria?
Su visión del populismo tampoco tiene en cuenta otros aspectos centrales para la comprensión de este, como el factor de la demanda política (- principio de multidimensionalidad). Al respecto, lo único que se sugiere es que el pueblo carece de agencia. Es una masa heterogénea, amorfa e inorgánica que necesita un líder para dotarla de dirección política (Weyland, 2017: 55-56). Es el encargado de movilizar al pueblo (Weyland, 2001: 14). Un conductor, por emplear una expresión peronista. Un tipo de liderazgo “personalista y paternalista” (Roberts, 1995: 88). El líder trabaja sobre una masa en estado de minoría de edad, organizándola y estructurándola. Sería como el decodificador de los anhelos de ese pueblo-masa indefinido. Un lugar donde se fusionan las energías populares. No obstante, deja sin precisar el concepto central dentro de la cuestión populista, el de pueblo (Canovan, 2005).
Sintetizando, la principal limitación es que parece no lograr captar las propiedades intrínsecas del fenómeno (qué es). Es una propiedad que funciona bien en un contexto, pero no en todos, por lo que no puede ser incluida en una definición susceptible de ser aplicada en todos los casos. Evidentemente, cuanto más ascendemos en la escala de abstracción, mayor pobreza connotativa (menor número de rasgos), pero se logra reducir las características al mínimo, a las esenciales (Sartori, 1970, 2012). Tampoco genera las condiciones metodológicas necesarias para habilitar una teoría sobre la demanda populista, aspecto crucial para comprender la posibilidad de surgimiento de los populismos. En cambio, algunos de sus desarrollos teóricos son fundamentales para comprender aspectos relacionados con los factores organizativos de la oferta política, si bien varios de los elementos con los que se describe el líder son inestables, como hemos evidenciado. La teoría permite desarrollar una tipología de populismos en función del tipo de organización y estrategia, pero sobre la base de una definición inestable (- principio de variabilidad).
El populismo como inconsciente: una lógica de acción política
La teoría que presentamos a continuación inicia su andadura en la década de los años setenta y culmina a inicios del presente milenio con la publicación de La razón populista (2016). Un pensamiento on going que guarda, sin embargo, una idea motriz constante que se abre paso en cada etapa. La tesis de que el populismo es un fenómeno caracterizado por un tipo de discurso polarizador que contrapone de manera dicotómica al pueblo de la élite (+ principio de invariabilidad). Un discurso o estructura que podría aparecer tanto en la izquierda como en la derecha (+ principio de variabilidad).
En La razón populista se pretende certificar el fracaso de las teorías previas. El error metodológico habría consistido en aproximarse al fenómeno a partir de “contenidos sociales” cambiantes sometidos a una proliferación de excepciones (Laclau, 2016: 15). Por ello, considera necesario un cambio radical en la estrategia metodológica. Rechaza toda fórmula descriptiva e inductiva. Considera al populismo carente de un referente delimitable. En consecuencia, sostiene que debe ser comprendido como un modo de construir una identidad colectiva, como una lógica de acción política (2016: 11). Propone deducir racionalmente la unidad estructural del populismo.
Ernesto Laclau desarrolla una Gran Teoría, especialmente compleja y sofisticada, inaccesible en ocasiones por lo barroco de la terminología. Toma préstamos conceptuales de muchos sitios, como la lingüística post-analítica, el psicoanálisis lacaniano, el estructuralismo althusseriano o la idea de hegemonía gramsciana. Podemos encuadrar su teoría en el posmarxismo. Tomando como premisa la contingencia radical de lo social, rechaza cualquier visión teleológica de la historia. Por supuesto, rechaza que la clase trabajadora, piedra de toque del marxismo, sea el motor del cambio social. Una ruptura que es progresiva. Se hace total cuando cree haber certificado la crisis del marxismo y de la idea de Revolución. Seguramente, el populismo laclauniano sea un intento de continuar con el proyecto emancipatorio desde nuevas claves, asumiendo la falta de cualquier fundamento último. El populismo no es un fenómeno empírico más, es una estructura que retorna siempre, el fundamento mismo de lo político. Laclau considera el populismo “la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político” (2016: 91) (- principio empirista). Como el in- consciente en el psicoanálisis. El populismo cumple además una función de apaciguamiento social, de constitución de un orden precario, una hegemonía provisional, que limite el antagonismo irreductible de lo político (Mouffe, 2007: 57; Laclau, 2016: 110 ss.).
Ligando con esta premisa ontológica, la teoría considera que el fenómeno surge en contextos de crisis de representación y legitimidad. Situaciones de crisis orgánica -en sentido gramsciano- o de dislocación -en términos lacanianos-, donde las principales instituciones se muestran incapaces de dar respuesta a las demandas sociales. Precisamente, la insatisfacción social puede dar lugar a lo que denominan como “cadena equivalencial”, un término de la lingüística estructural desarrollada por Ferdinand de Saussure que apunta a la posibilidad de unión del descontento social (Laclau, 2016: 98-99). La unión de esas demandas particulares sería posible porque existe un común rechazo a un Otro. Esa sombra o exterior negativo es lo que permitiría el pasaje de unificación de demandas heterogéneas. Estos aspectos constituyen una teoría sobre las condiciones de posibilidad de aparición del populismo.
Sin ese enemigo no se puede constituir el pueblo, que no es una entidad colectiva con sustancia para Laclau, ni un dato objetivo de la realidad a la espera de ser representado, sino una ficción que se crea con la fuerza del discurso polarizador. La frontera moral es constitutiva del pueblo. El conflicto, la proyección demonizada de ese Otro, favorece la operación de construcción de la identidad colectiva. Una identidad sin sustancia. Ca rece de firmeza o fijeza. Es provisional y está sometida a la presión de otros proyectos políticos. En este sentido, algunos sostienen que esto clausura la tentación autoritaria (Alemán y Cano, 2016: 96-97)2 que otros perciben en toda fórmula populista (Müller, 2017).
Del momento puramente negativo de esta lógica de construcción política se transita hacia uno positivo, en el cual la identidad pueblo se constituye mediante un “significante vacío” (Laclau, 2016: 93-95). De nuevo la teoría se desarrolla alimentándose de la lingüística estructuralista. El pueblo no es un concepto, sino un significante vacío. Un término performativo vacío de sentido. El significado puede ser múltiple. Algunos investigadores han sugerido que el pueblo puede concebirse como clase, como nación o voluntad general (Mèny y Surel, 2000). Además, para Laclau (2016), el pueblo y el líder están en relación de metonimia. Son símbolos en los que se reconoce el descontento. Sirven como elementos de unificación y cohesión. El líder reclama para sí la representación de la totalidad. Pulsión totalizadora que se manifiesta de manera nítida cuando el líder populista habla en nombre del pueblo. Un pueblo que es una parte, pero que pretende hablar como si fuera todo el conjunto de la sociedad. Un universal que es un “producto histórico contingente” (Laclau, 1996: 122) fruto de una pugna hegemónica que nunca cesa.
A partir de aquí, es posible mostrar algunos de los límites metodológicos. Empezando porque su teoría no es susceptible en muchos aspectos de ser contrastada empíricamente. Un problema que se desprende del tipo de aproximación ontológica. Con ello no sugerimos que no puedan rescatarse algunos aspectos. Los discursos son una dimensión clave y pueden ser analizados de forma positiva. No así si el populismo es la senda que permite dilucidar la naturaleza última de lo político.
De forma concreta, como crítica a elementos locales de esta Gran Teoría, el mayor escollo metodológico es la propuesta basada en la “cadena equivalencial”. La principal duda es cómo surge, ya que carece de un sujeto activo (Stanley, 2008: 97-98). No hay actores con propósitos. La razón de esta carencia deriva de la metodología estructuralista aplicada, donde las personas desaparecen, se disuelven en las estructuras. En su lugar, el discurso pasa a crear el mundo social, a ser fundamento del sujeto. El populismo irrumpe sin contar con los sujetos, como una estructura necesaria e independiente. Cabe añadir que el discurso conforma al sujeto, pero el sujeto también produce discurso, modificando la realidad. Esto hace inviable una micro-fundamentación del populismo, un análisis de la demanda populista a partir de las creencias, valores o motivaciones políticas de los sujetos (- principio de multidimensionalidad).
No obstante, si nos desplazamos de la lógica estructuralista, la propia tesis de un descontento social difuso, heterogéneo y amorfo que surge en contextos de crisis de representación, es especialmente relevante para poder comprender la demanda social sobre la que se apoyan las ofertas populistas, porque en el fondo subyace la idea de un común descontento hacia las élites susceptible de ser activado políticamente. Restaurando al sujeto, la hipótesis guarda semejanza con la que propone la perspectiva ideacional. Del mismo modo, la hipótesis de la crisis de legitimidad o de la debilidad de las instituciones como requisito para que el populismo pueda aparecer son elementos valiosos para retener e incluir en un modelo que pretenda abrir una vía para analizar las condiciones de éxito (o fracaso) del populismo.
El populismo como conjunto de ideas: minimalismo empírico
Comienza a sugerirse recientemente que la perspectiva ideacional está logrando alcanzar un cierto clima de consenso teórico dentro de los estudios sobre populismo. Algunos hablan de un verdadero “giro ideacional” (Castanho Silva et al., 2018: 150).
Este enfoque concibe el populismo como un “conjunto de ideas” (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 3). Unas ideas basadas en la lucha entre la voluntad de un pueblo moralmente virtuoso frente a una élite (Mudde, 2004; Stanley, 2008; De la Torre, 2017; Hawkins et al., 2018). Un discurso en esencia polarizador y maniqueo en el que se halaga al pueblo y se destierra al enemigo político. Un pueblo concebido “como uno” (De la Torre, 2017: 56). Una definición minimalista que parece aferrar el objeto captando las propiedades necesarias, constituyéndose potencialmente en un universal empírico (Sartori, 1970) (+ principio de invariabilidad). Remarcamos el verbo parecer, ya que, al igual que las teorías, una definición puede ser susceptible de ser inválida por otra observación empírica.
Se puede percibir una fuerte semejanza con el anterior enfoque, del que es en parte deudor. Sin embargo, existen marcadas diferencias a nivel metodológico. No estamos ante un enfoque de tipo ontológico, sino ante una perspectiva empírica de rango medio (+ principio empirista). Empleando una metáfora, podría decirse que este enfoque urbaniza al de la lógica de la acción política, construyendo un sistema de avenidas donde pueden circular los investigadores. La proliferación de investigaciones basadas en este enfoque avalaría esta hipótesis.
La etiqueta ideacional sirve como paraguas donde englobar diferentes aproximaciones que guardan ese fondo común basado en el lenguaje y las ideas. El populismo se ha definido como discurso (Hawkins, 2010), retórica política ( De la Torre, 2010), marco de sentido (Aslanidis, 2016) o ideología estrecha (Mudde, 2004). Pese a que algunos no se reconocen dentro de esta etiqueta (Aslanidis, 2016; Moffit, 2016), hay quien sostiene que este es un debate terminológico sin efectos sustantivos para la investigación empírica (Mudde, 2017: 31).
Entre todas las propuestas que convoca el giro ideacional, sobresale la de Cass Mudde, para quien el populismo es un tipo de “ideología delgada” (2004: 543). La expresión de “ideología estrecha” la toma de la teoría de las ideologías desarrollada por Michael Freeden (2003: 120-123), quien concibe a las ideologías como estructuras conceptuales, mapas simbólicos para leer el mundo social o regímenes de percepción que cumplen una función heurística. Una concepción que se aleja de la crítica de las ideologías-marxista o de inspiración marxista-, del relato del fin de las ideologías o de la ideología como totalidad oculta que todo lo determina.
Freeden califica su metodología de análisis morfológico. Sostiene que todas las ideologías contienen una serie de conceptos nucleares y periféricos. Su combinación brinda una constitución morfológica concreta a cada ideología. Las “ideologías estrechas”, como sería el populismo, son recortadas, con una cantidad de conceptos limitados. En consecuencia, no constituyen una verdadera visión del mundo. Una escasez simbólica estructural que hace que se necesiten ideologías densificadoras. En esta tesis de la densificación se apoya una parte de la perspectiva ideacional a la hora de establecer un criterio analítico con el cual clasificar los distintos tipos de populismo (Mudde, 2017: 36-37) (+ principio de variabilidad).
Por lo general, se diferencia dentro de la literatura entre populismos de izquierdas y de derechas (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 21). Mientras que el populismo de izquierdas se caracteriza por ser redistributivo, igualitario e inclusivo socialmente (March, 2007; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013), el de derechas, también calificado como nativista (Mudde, 2007) o nacional-populista (Eatwell y Goodwin, 2018), tiene un marcado carácter excluyente, ya que fundamenta su discurso en el rechazo a la inmigración y la defensa de la nación o las tradiciones culturales.
Uno de los mayores éxitos de la perspectiva ideacional es la atención que ha brindado a la dimensión de la demanda populista, generalmente orillada dentro de los estudios sobre populismo (Akkerman, Mudde y Zaslove, 2014: 1325). La propia aproximación al objeto de estudio, basada en las ideas, habilita la posibilidad de ahondar en la comprensión de este aspecto desconocido del populismo. La tesis es sencilla: si el populismo se define por las ideas, entonces es de esperar que también las encontremos diseminadas en la sociedad. Diseminación que se da en forma de actitudes latentes (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 7), las cuales parecen crecer en contextos de fallos de representación (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 100-103; Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 7-8). La evidencia empírica sugiere que la existencia de actitudes populistas en la sociedad se correlaciona con el éxito de las ofertas populistas (Akkerman, Mudde y Zaslove, 2014; 1344; Andreadis et al., 2018: 262).
Prometedora a nivel metodológico, la perspectiva ideacional presenta también algunas limitaciones. La propia premisa metodológica, fundamentada sobre la relevancia de las ideas, soslaya otra clase de factores, como los organizativos. Ha orillado elementos de análisis como el liderazgo, la función de la organización política o los factores socio-estructurales (- principio de multidimensionalidad). Un hecho que no sólo han reconocido recientemente algunos miembros destacados de esta perspectiva (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017: 524), sino que han comenzado a incluirlos dentro de su modelo de análisis (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Hawkins et al., 2018). También se ha destacado, en esta dirección, la falta de atención sobre el papel que juegan los medios de comunicación (Moffit, 2016).
El cuadrilátero metodológico
Como adelantábamos en la introducción, en este apartado se procede a valorar las teorías y las definiciones desmarcándonos de la guerra de todos contra todos que impera en el debate académico, saliéndonos para volver después dentro. Una valoración que se lleva a cabo mediante unas reglas metodológicas. Entendemos que un modelo formal para analizar las condiciones de posibilidad del populismo tendría que cumplir al menos con estas exigencias metodológicas. Sin embargo, es preciso hacer algunas puntualizaciones para evitar equívocos. La propuesta no pretende ejercer una función de cierre teórico. Los principios que se proponen pueden ser revisados y contestados, quitando o añadiendo si se logra armar una propuesta más útil.
Los principios que componen el cuadrilátero metodológico son los siguientes: 1) principio de invariabilidad, 2) principio de variación, 3) principio de multidimensionalidad y 4) principio empirista.
El primer criterio nos informa de la necesidad de toda teoría de captar el sustrato común profundo del populismo. Primera operación metodológica para poder englobar las distintas expresiones del populismo dentro de una misma categoría. Por tanto, el primer paso tiene que ser identificar ese algo común, las propiedades intrínsecas del populismo, aquellas que no varían en el tiempo y el espacio. Supone reducir las propiedades a mínimos con el fin de delimitar un referente escurridizo. El principio tiene como finalidad la clarificación lógica y lingüística del concepto. Esta regla lógica de formación de conceptos es apriorística. Todo concepto definitorio precede a la construcción teórica. Este primer criterio es matriz de los siguientes. Es el primero de todos, el criterio jerárquico necesario sobre el que cabalgan el resto. Cada uno presupone al anterior en una secuencia ordenada, aunque todos están interconectados.
El segundo criterio se rinde al tribunal de la experiencia, a los datos disponibles. Es decir, parte de la evidencia de que no existe una expresión única de populismo, sino una variedad de formas en función del contexto social e histórico. Si bien el núcleo común permanece constante, el fenómeno populista adopta diferentes variaciones. Esto obliga metodológicamente a dar con esa clave analítica que permita identificar y clasificar las distintas clases de populismo, demarcando uno de otro en función de las diferencias o las semejanzas de rasgos.
La tercera regla metodológica se puede definir como fenomenológica. Asume que el populismo está integrado por múltiples dimensiones, las cuales constituyen lo que denominamos condiciones de posibilidad. Las dimensiones han sido identificadas y diferenciadas de este modo tras realizar un análisis a fondo de la literatura. Con ello no se pretende reducir las posibles esferas de análisis del populismo. Se han identificado por su interés teórico, por la luz que brindan a la hipótesis de las condiciones de posibilidad. Además, estas esferas parece que son lo suficientemente generales como para incorporar otras subesferas.
Los populismos irrumpen en contextos históricos límite, en situaciones de quicio o umbral, en momentos de crisis. En este sentido, entendemos como necesario incorporar una teoría local sobre la relación que parece existir entre crisis y populismo, incluso aunque sea para relativizar o desmentir el presunto vínculo. En el fondo, se trata de pensar históricamente el fenómeno, analizando los factores macrosociales, coyunturales y estructurales, endógenos o exógenos. Una razón situada que debería permitir pensar a fondo las condiciones sociohistóricas de posibilidad del populismo.
El populismo tampoco puede ceñir el análisis al sujeto de la oferta política populista. También existe populismo a nivel social, como demanda política. Un aspecto o dimensión sobre el que hay que indagar de forma exhaustiva para poder tener una visión comprensiva y completa del populismo. Es difícil pensar en emprendedores populistas exitosos cuando se carece de una demanda social populista previa.
Todo modelo teórico sobre el populismo tiene que abordar de forma sistemática los distintos elementos que componen la oferta del populismo, tanto a nivel ideológico-discursivo como organizativo.
Tanto la dimensión de la demanda como la de oferta política populista tienen lugar en entornos institucionales concretos, los cuales influyen en las posibilidades de rendimiento del populismo. En consecuencia, un modelo teórico integral y dinámico debe ser capaz de incluir esta dimensión.
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El último principio metodológico es el de prueba empírica. Con ello nos referimos a la necesidad de un modelo empíricamente orientado, susceptible de ser confrontado con la realidad social. Criterio o regla que tampoco se extrae después de la reconstrucción conceptual realizada en el apartado anterior, sino que es también apriorístico. Subyace en este planteamiento una epistemología de base empírica, sin con ello pretender soslayar la importancia de otras aproximaciones filosóficas más interesadas en la ontología o la moral.
Al aplicar este artefacto metodológico se puede distinguir con claridad y precisión qué principios cumplen las teorías existentes sobre populismo. El resultado quedaría reflejado en el siguiente cuadro.
Hacia un modelo integrador sobre las condiciones de posibilidad del populismo
En esta última etapa del recorrido se pretende desarrollar, finalmente, un sistema integral y dinámico para el análisis de las condiciones de éxito (o fracaso) del populismo. Esta labor arquitectónica y constructiva ha arrancado inicialmente con la revisión crítica de la literatura, comenzando con una lectura desde dentro de cada teoría. Pasando después, en lo que constituye la etapa más decisiva, a una interpretación desde fuera, dirigida desde un código de reglas metodológicas. El resultado es un modelo cuya articulación y estructura replica de forma mimética el orden secuencial propuesto en el cuadrilátero metodológico. Un orden que consideramos necesario, ya que abre una vía metodológica por etapas, en la que cada una precede a la siguiente. Las dos primeras fases son conceptuales. La trabazón escalonada de estas condiciones prefigura una secuencia causal.
La primera condición metodológica implica delimitar y precisar el significado del concepto, identificando las propiedades intrínsecas y descartando los rasgos accesorios. Como se ha tratado de poner de relieve, existen dos perspectivas que han alcanzado con resultados desiguales este objetivo. Nos referimos a la teoría de la lógica de la acción política y al enfoque ideacional. Una, desde una aproximación estructuralista, la otra desde un positivismo minimalista. Pese a las diferencias, ambos enfoques coinciden en que el populismo es una forma de discurso polarizador, lo que significa que en ambos casos arrancan desde premisas simbólico-discursivas.
Para configurar un modelo integrador, nos basamos en ambas teorías a la hora de precisar qué es el populismo. No obstante, no se asume todo en bloque. Únicamente se retienen aquellos elementos que cumplen las reglas metodológicas estipuladas. En consecuencia, no podemos seguir la aventura ontológica que propone la teoría de la lógica de la acción política. Incumple, por momentos, lo que hemos designado como principio empirista. Aunque esta propuesta ontologizante sea estimulante para abordar el populismo como problema político y filosófico, no lo es para desarrollar un modelo capaz de confrontarse con algunos aspectos de la realidad manifiesta.
Definimos el populismo como un discurso ideológico que contrapone la voluntad del pueblo, un pueblo moralmente bueno y virtuoso, frente a un Otro-élite acusado de ser culpable de los problemas.
Hay una continuidad de sentido y forma respecto a la propuesta ideacional. Se puede observar cómo la definición contiene elementos teóricos similares al de otras propuestas (por ejemplo: Mudde, 2004: 543; Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 3). Una definición que contiene únicamente las propiedades necesarias y suficientes, las que componen la estructura invariante del populismo. De este modo, los rasgos que se han identificado permiten discriminar el populismo de aquellos fenómenos que presentan algunos rasgos similares, como el nacionalismo o los partidos antisistema. El populismo puede caracterizarse como un tipo de código simbólico binario. No admite zonas intermedias, tampoco mediación. Es un discurso que divide el campo social en dos partes, presentándolas como radicalmente antitéticas. Una divisoria simbólica que es necesaria para crear la identidad del pueblo. Es decir, el discurso es performativo, como planteaba Laclau (2016). El pueblo, como identidad colectiva, se crea visibilizando un enemigo, un anti-pueblo, el cual funciona como un chivo expiatorio. No preexiste, es una ficción que se materializa a través del discurso. Pero lo hace de manera inestable. Es una identidad frágil y precaria, nunca completa ni concluida (2016). Podría decirse que el populismo se basa en una política de enemistad. Se encuadra en la lógica del amigo-enemigo teorizada por Carl Schmitt. No admite una política de la concordia. Necesita un enemigo nítido para mantenerse. Se basa en una escisión, en la exclusión radical de una parte de la sociedad. Un rasgo que le vale el calificativo de fenómeno monista y anti-pluralista (Urbinati, 2014; Müller, 2017). La frontera no admite ser habitada, sólo sirve para demarcar.3
El trazado de la frontera populista es moral. Por esta razón, algunos sugieren que el populismo es una forma de maniqueísmo moral (Mudde y Rovira, 2017: 7; Hawkins y Rovira, 2018: 3). No obstante, otros autores sostienen que la moral no puede sustraerse a la lucha política (Stavrakakis y Jäger, 2018: 12-15). En todo discurso político subyacen valores y creencias, una determinada concepción moral. Por tanto, no se trataría de un rasgo exclusivo del populismo, sino algo inherente al resto de actores políticos. El código binario es relativamente sencillo. Se compone de dos espacios simbólicos. Uno es representado por la idea de pueblo: un 1) pueblo con una única voluntad 2) que es valorizado siempre de forma positiva. Ambas condiciones están plenamente ligadas entre sí, por eso los denominamos condiciones siamesas. Muchas veces se traslapan. Sus fronteras son vaporosas. Este bloque constituye el polo moral positivo del populismo. La carga negativa la representa ese Otro-élite.
En resumen, estas tres propiedades son las que debe cumplir cualquier fenómeno para ser catalogado como populismo:
Élite | Polo negativo |
Pueblo moralmente virtuoso | Polo positivo |
Voluntad popular | Polo positivo |
Fuente: Elaboración propia.
2) La historiografía del populismo sabe bien que este fenómeno presenta expresiones muy variadas, lo que obliga a dar con una clave analítica con la cual trazar una clasificación de los distintos tipos de populismo. Como propone Sartori (1970), una clasificación debería seguir al menos dos reglas: 1) delimitar las propiedades intrínsecas del fenómeno y 2) que cada subtipo del fenómeno presente todas esas propiedades y, al menos, otra más. Existen algunas teorías que han propuesto sistemas de clasificación. Por ejemplo, Laclau considera al populismo como un tipo de estructura política que puede surgir tanto a la izquierda como a la derecha del espectro ideológico (Alemán y Cano, 2016: 95). Depende de cómo definamos al pueblo (Errejón y Mouffe, 2015: 11-118). En una dirección similar, el enfoque ideacional considera a la ideología anfitriona o huésped como el mecanismo para diferenciar entre distintas clases de populismo (Mudde, 2017: 36-37). El modelo que se pretende configurar integra esta fórmula clasificatoria. Coincidimos con Mudde (2004, 2017) en que el populismo se fusiona con ideologías densas, las cuales dan su decantación ideológica final al fenómeno. El populismo es “escurridizo” (Taggart, 2000: 1), camaleónico, mestizo en lo ideológico. Aunque es un discurso ideológico sencillo, no por ello puede considerase al populismo como una ideología débil. Como se puede observar en la actualidad, es un fenómeno poderoso que está reconfigurando los sistemas políticos de muchos países.
En la literatura especializada se han destacado al menos dos grandes tipos de populismo. Uno sería el “populismo social” (March, 2007) o de izquierdas (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013; Stavrakakis y Katsambekis, 2014; Mouffe, 2019), el otro es el populismo de derechas (Betz, 1994). La evidencia sugiere que el populismo de izquierdas se basa en una lógica igualitaria, más sensible a los temas sociales y que busca incorporar socialmente a los sectores sociales subalternos. Por el contrario, el populismo de derechas defiende una idea de pueblo granítica que se sustenta en lazos étnicos e identitarios que excluyen al diferente (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013).
Evidentemente, este criterio clasificador no es aceptado por todos. Desde el interior del enfoque de la lógica de la acción política, Jorge Alemán argumenta que el populismo de derechas es una ficción, un oxímoron (Alemán y Cano, 2016: 96-97). Lo que sugiere es que el populismo de derechas defiende una identidad sin fallas, completamente cerrada, algo ajeno a la visión antiesencialista del populismo que propone Laclau. Hay también planteamientos que rechazan cualquier intento de distinción y clasificación al considerar que lo que define al populismo es una visión de la democracia hostil a la democracia liberal (Gratius y Rivero, 2018: 38 y 56).
Tomando en consideración la tesis que niega la distinción ideológica, podría preguntarse por casos que parecen presentar cierta ambivalencia, como el lepenismo. Si bien es cierto que el Frente Nacional mantiene una retórica social basada en la defensa del Estado del Bienestar y de la clase trabajadora, no lo hace con un discurso socialmente inclusivo con las diferencias raciales y étnicas, como el populismo de izquierdas. Todos los populismos participan de un mismo núcleo ideológico, lo que hace que, en ocasiones, un fenómeno pueda presentar rasgos pertenecientes a la otra familia de populismos. La frontera conceptual, la línea simbólica que los separa, es porosa. Sin embargo, la distinción sigue cumpliendo una buena labor heurística. Por último, también existe la posibilidad de encontrar populismos puros, donde no se producen fusiones nítidas con otras ideologías, como el caso del Movimiento Cinco Estrellas. En los populismos puros predomina el discurso ideológico básico. El siguiente cuadro expresa nuestra clasificación:
3) Abrir una vía metodológica para el análisis de las condiciones de posibilidad y éxito (o fracaso) del populismo es lo que se propone en esta última fase. Cada una de las condiciones se corresponde con las dimensiones propuestas en el principio de multidimensionalidad. Siguiendo el mismo esquema, cada una de esas condiciones antecede a la otra en un proceso de jalonamiento causal. El conjunto compone una secuencia dinámica. El término condición equivale aquí a causa. Un tipo de causalidad condicionada, es decir, dependiente del curso libre de las acciones emprendidas por los sujetos, así como de la contingencia de los acontecimientos. Es decir, si a puede que b.
No obstante, la propuesta es puramente formal, sin desarrollo de contenidos. Un vacío necesario, por cuanto lo que proponemos es una vía de análisis, un método general. En cada condición se necesitaría desarrollar una teoría local específica, algo que excede los objetivos de este estudio. Sin embargo, no nos resistimos a esbozar algunas de las aproximaciones teóricas que se han realizado dentro de la literatura especializada y que sirven para indicar el camino por seguir.
Realizada esta somera puntualización, las condiciones que planteamos como predictor de éxito de los populismos son las siguientes: 1) condiciones sociohistóricas, 2) condiciones de demanda, 3) condiciones de oferta y 4) condiciones institucionales.
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Como primera condición sostenemos que el populismo surge y se desarrolla con mayor intensidad en contextos de crisis. Pero ¿no es cierto también que podemos observar ciertos casos de populismo en épocas que no son de crisis? La objeción es acertada. La relación causal entre crisis y populismo dista de ser sencilla (Mudde, 2007: 205; Moffit, 2016: 120). No obstante, la condición que proponemos reposa sobre una metáfora de intensidad, de fuerza. Sugiere que el populismo cobra especial relevancia en contextos de quiebra social. Hipotéticamente, podría no descartarse la posibilidad de populismos sin crisis, aunque la experiencia histórica parece evidenciar que siempre existe una crisis previa, si bien puede ser latente o subterránea. La distinción es de grado.
La dificultad estriba en determinar qué tipo de crisis desencadena las energías populistas, qué clase de factores intervienen o cuáles son las condiciones sociales específicas que deben producirse. En buena medida, depende del contexto histórico en que nos situemos. El populismo, como todo fenómeno social, es un fenómeno históricamente situado (Passeron, 2011), lo que invita a una aproximación atenta en cada caso de análisis a los factores sociohistóricos (Ortí, 1988).
Variabilidad causal que parece terminar precipitando contextos de crisis de legitimidad y representación. En este tipo de coyunturas sociales el populismo puede prosperar con mayor intensidad (Laclau, 2016: 151; Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 7-8). Un fenómeno que aparece en momentos de malestar democrático (Rivero, 2017: 32). Esta es una condición puramente formal. No delimita cuáles son exactamente los factores que alumbran las crisis de confianza. En un sentido más general, cabe interpretarlo como un síntoma de fallas estructurales (Arditi, 2011).
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La condición de demanda sostiene que el sujeto de la oferta populista no es capaz de crear ex-nihilo un pueblo, sino que necesita de la existencia previa de una demanda populista. Los emprendedores populistas no son agentes prometeicos. Sin demanda previa estaríamos ante un tipo de populismo destinado al fracaso político. Un “populismo imaginario”, carente de base social, como el caso del costismo en España (Ortí, 1988: 111). Es también el caso de aquellos jóvenes rusos (Narodniki) bien posicionados socialmente que emprendieron un viaje hacia el pueblo, pero encontraron el recelo y el rechazo del campesinado. En este sentido, el pueblo no puede fraguarse desde un vacío social.
Recientemente se ha comenzado a abordar esta dimensión de análisis desde la perspectiva ideacional. Un enfoque que sostiene que las ideas populistas también existen a nivel social en forma de actitudes latentes (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 7), las cuales constituyen un predictor de apoyo a partidos populistas (Akkerman, Mudde y Zaslove, 2014: 1344). Sin embargo, la ideología y las preferencias políticas modulan a su vez las actitudes populistas (Andreadis et al., 2018: 262). Por tanto, no existe una demanda populista unívoca y homogénea, sino demandas sociales plurales e ideológicamente diferenciadas.
Un tipo de actitudes políticas que parecen surgir como respuesta a los problemas estructurales que señalábamos en la condición previa. Por tanto, las actitudes populistas dependen del contexto social, político y económico (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 8). De ahí la necesidad de micro-fundamentar el populismo, de vincular la dimensión individual de análisis con las condiciones macroestructurales.
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La demanda política, condición previamente esbozada, no genera por sí misma un sujeto político consciente. Es un conjunto abigarrado de actitudes políticas. Un zoco difuso de mestizaje ideológico cuya única equivalencia real suele ser la crítica al poder. Una equivalencia de negativas. Pero muchos noes no generan necesariamente un sí común. La constitución de un sujeto populista depende de cómo actúen las ofertas populistas. En concreto, proponemos tres factores: a) el discurso ideológico, b) el rol desempeñado por el liderazgo y c) la capacidad de organización política.
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Consideramos que el éxito del populismo depende de la capacidad de los empresarios populistas para activar la demanda social. En este esquema causal, la “eficacia simbólica del mensaje populista” es la pieza fundamental del engranaje (Ortí, 1988: 122). Es la que permite vincular oferta y demanda. Sin el discurso no es posible configurar un sujeto populista. El discurso cumple una labor creadora, como sugiere Laclau (2016: 151) .
Sin embargo, qué hace eficaz el mensaje populista es difícil de determinar. Su evaluación depende del contexto social (de nuevo). Probablemente, el poder semántico del populismo resida en la negatividad de su discurso. Brinda un culpable que opera como chivo expiatorio, por establecer una analogía con la reflexión de René Girard (1983), al tiempo que restaura la autoestima colectiva de los ofendidos. Trabaja desde la enemistad depositada en la sociedad. Es un discurso que tiene la capacidad de canalizar el malestar social cavando más hondo el foso que caracteriza toda situación de crisis de confianza.
Tomando como premisa que las demandas populistas son plurales en lo ideológico y en lo afectivo (Fassin, 2018: 91-93) , es de esperar que generen límites estructurales a las estrategias de agregación política de las ofertas populistas. En este sentido, la ideología huésped con la que se fusiona el discurso mínimo del populismo resulta central para comprender las razones por las cuales algunos sujetos con actitudes populistas se identifican con este tipo de ofertas políticas y otros no (Andreadis et al., 2018: 262).
Por último, también se ha destacado que el éxito está relacionado con la simplificación y densidad emocional del discurso (Vallespín y Bascuñán, 2017: 55-56). Si es cierto que “el cerebro político es un cerebro emocional” (Westen, 2007: XV) y que el comportamiento político está determinado por procesos emocionales preconscientes (Castells, 2008), la hipótesis del discurso sentimental cobra fuerza dentro de este esquema (Arias Maldonado, 2016). De hecho, la evidencia empírica disponible parece estar confirmando cómo algunas emociones son determinantes para comprender el populismo (Rico, Guinjoan y Anduiza, 2017).
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Si bien existe en la literatura consenso sobre la importancia del liderazgo, no sucede lo mismo cuando se trata de especificar cuál es el rol que desempeña el líder (Moffit, 2016: 53-54). El enfoque estratégico lo describe como el agente encargado de movilizar y organizar a las masas (Weyland, 2001). Por su parte, el enfoque de la lógica de la acción política considera que el líder convoca al pueblo a nivel simbólico (Laclau, 2016). En esta misma línea, Benjamin Moffit (2016: 51) sostiene que el líder lleva a cabo toda la labor “performativa”, y que es el agente que conecta con las audiencias del descontento. En nuestro caso, entendemos que el liderazgo no es una propiedad necesaria y suficiente, pero sí un elemento fundamental para poder comprender el éxito de las ofertas políticas populistas. No hay discurso sin sujeto. El líder es el articulador del discurso (Hawkins, 2010), el que alumbra el sujeto populista.
A los líderes se les ha caracterizado de muchas maneras. Un lugar común dentro de la literatura consiste en calificarlos como líderes cuya densidad carismática les permite seducir a las masas (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 66; Rivero, 2017: 35-36) mediante un estilo mesiánico y redentor, como si fueran portadores de una nueva promesa secular de salvación (Álvarez Junco, 1987). Paradójicamente, al mismo tiempo se presentan como personas corrientes y cercanas al pueblo (Moffit, 2016: 55-57; Müller, 2017: 47-53). Con ello pretenden ser percibidos como outsiders del sistema, los vox populi que combaten contra los enemigos del pueblo (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 68-71)
Podría continuarse enumerando descripciones; el problema es que siempre surgirían nuevas excepciones empíricas que refutarían todo intento de decretar un principio de unidad. Dilucidar qué hace exitoso al liderazgo populista es algo que no puede realizarse apriorísticamente. Sin embargo, a pesar de las dificultades metodológicas, la evidencia histórica muestra cómo los populismos exitosos han estado capitaneados por líderes (Moffit, 2016: 54; Rivero, 2017).
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En política, la organización y la movilización de recursos son factores imprescindibles (Olson, 1971). El populismo no es una excepción, también tiene que resolver problemas relacionados con la cooperación y la coordinación (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2018: 10). Aunque la perspectiva ideacional ha ido prestando una mayor atención a todas estas cuestiones (por ejemplo: Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017; Hawkins et al., 2018), fue la perspectiva estraté- gica la primera en poner el foco en esta dimensión (por ejemplo: Roberts, 1995; Weyland, 2001, 2017).
El populismo necesita una maquinaria organizativa para hacer efectiva su estrategia de conquista del poder. De nuevo, identificar qué modelo organizativo resulta exitoso no es un objetivo posible de delimitar apriorísticamente. En el contexto latinoamericano, el liderazgo personalista parece que permite compensar los problemas asociados a la debilidad organizativa de los partidos políticos (Weyland, 2001; Roberts, 1995, 2006). En cambio, en el continente europeo destacan otras fórmulas organizativas, con partidos bien institucionalizados, generalmente centralizados en torno a un vértice de poder, el líder (Mudde, 2007: 36-38). Un modelo que parece hacerlos menos dependientes del líder (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2017: 50-54). Una hipótesis que debe ponerse entre paréntesis, ya que dependerá de otros factores, como la capacidad que hayan tenido estos partidos de lograr fidelizar su marca política en una parte del electorado antes de la marcha del líder.
Los medios de comunicación de masas también juegan un papel clave en el desempeño del populismo, especialmente la televisión (Moffit, 2016: 81-87). Este medio continúa siendo el espacio clave para comprender las estrategias de acceso al poder político. No obstante, el desarrollo y la expansión de los nuevos medios de comunicación están redefiniendo a una velocidad e intensidad incalculables las claves de la comunicación política (Castells, 2008). Un cambio estructural que afecta de igual manera a todos los competidores políticos, una transformación sin precedentes que brinda una estructura de oportunidad tecnológica a aquellos actores carentes de capital mediático. Los populistas ya no dependen de los propietarios de los medios de comunicación tradicionales para poder desarrollar y difundir sus propios contenidos culturales. Ahora lo hacen de manera instantánea e independiente, en un nuevo régimen de circulación de mensajes e imágenes sin obstáculos, lo que les facilita una comunicación desintermediada con la ciudadanía. Con ello no sólo están en mejores condiciones de afrontar la lucha ideológica, sino que pueden reducir los costos de gestión y distribución de la información.
La literatura ha prestado atención a aquellas experiencias donde ha irrumpido un partido populista de manera exitosa. En cambio, ha prestado menor atención a casos negativos. El ejemplo paradigmático es el portugués. En condiciones similares a las de otros países del entorno europeo, especialmente del sur de Europa, el populismo ha brillado por su ausencia. Las primeras investigaciones sugieren que el problema ha sido de oferta política, ya que sí parece que existe un solar de actitudes populistas entre los ciudadanos (Santana Pereira y Cancela, 2020) y las condiciones socioestructurales eran similares a las de otros países del sur de Europa (Lisi, Llamazares y Tsakatika, 2019). Si la demanda no existe, el populismo resulta quijotesco. Sin embargo, la falta de una oferta política capaz de canalizar y articular el descontento resulta central para comprender el éxito de los populismos para abrirse camino.
4. La última condición es una de las más desatendidas dentro de los estudios sobre populismo. Nos referimos a los factores de carácter institucional. Por lo general se destaca la influencia que tiene el tipo de sistema político sobre la estrategia populista. Suele señalarse que los populismos rinden mejor en los sistemas presidencialistas que en los sistemas parlamentarios representativos (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2012). La preferencia del populismo por una democracia plebiscitaria y decisionista (Müller, 2017; Urbinati, 2014) parece que conecta con esta asociación. En las democracias presidencialistas, los líderes populistas tendrían una mayor capacidad de materializar una política más vertical, decisionista incluso, así como de ofrecer vías de participación, generalmente plebiscitarias, que cumplan con la promesa de devolver el poder político al pueblo. Por el contrario, en los sistemas parlamentarios, el tipo de estructura institucional incentiva la fragmentación y el pluralismo político, algo que eventualmente generaría mayores obstáculos institucionales al populismo.
También la perspectiva de la lógica de la acción política posee una
teoría sobre las instituciones y el populismo. Se considera que el populismo irrumpe en contextos de debilidad institucional, cuando éstos no tienen la capacidad de absorber buena parte de las demandas sociales (Laclau, 2016: 103-105). En casos de alta densidad y buen rendimiento institucional, la operación de ruptura populista se tornaría una empresa complicada.
Este modelo que proponemos abre distintas vías de análisis. La combinación dinámica de las condiciones de posibilidad trazadas permite imaginar distintos tipos de escenarios. Una cadena causal que permite establecer vínculos hipotéticos entre distintos hechos (Boudon, 1998). Las condiciones propuestas funcionan como predictores relativos del éxito (o fracaso) del populismo. Predicciones condicionadas y abiertas a la acción de los sujetos (Elster, 1989), así como a factores contingentes. La propia configuración del modelo hace que contenga en sí mismo una serie de hipótesis de investigación.
El siguiente cuadro expresa en cada línea horizontal una hipótesis. Entendemos que según el tipo y el número de condiciones que se cumplan, la capacidad de éxito del populismo será mayor o menor. Podría ser que alguna condición estuviera ausente o que algunas de las propuestas no fueran en realidad necesarias. Entendemos que esto es algo a dilucidar a posteriori, una vez se confronte el modelo con la realidad social.
Condiciones sociohistóricas Condiciones de demanda Condiciones de oferta Condiciones institucionales Posibilidad de éxito Sí Sí Sí Sí Alta probabilidad Sí Sí Sí No Alta probabilidad Sí Sí No Sí Baja probabilidad Sí Sí No No Baja probabilidad Sí No Sí Sí Baja probabilidad Sí No No Sí Imposibilidad estructural Sí No No No Imposibilidad estructural No No Sí Sí Baja probabilidad No No No Sí Imposibilidad estructural No No No No Imposibilidad estructural Fuente: Elaboración propia.
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Conclusiones
El populismo nunca está exento de polémica. El conflicto ideológico parece acompañarlo como destino. En el debate público es presentado como un fenómeno peligroso para la democracia. Suele condensar toda clase de significados negativos. También como categoría de análisis recibe en muchos casos un tratamiento normativo. Sin negar la posibilidad de una reflexión moral del fenómeno, este artículo toma una perspectiva positiva, centrada en su fenomenología. En concreto, en un tema poco abordado, el de las condiciones de posibilidad de aparición y desarrollo del populismo. La mayoría de las teorías existentes prestan mucha atención a las condiciones previas a la aparición del populismo y a las ofertas populistas. En la última década también se ha comenzado a estudiar con intensidad el lado de la demanda. Sin embargo, falta un modelo formal que permita integrar las dimensiones que precipitan el populismo hacia el éxito o el fracaso. Es decir, un enfoque, esencialmente metodológico, que explicite y explique en términos lógicos las posibles conexiones que existen entre estas esferas. Hacerlo analíticamente, lo que significa descomponer procesos complejos en sus partes fundamentales (Hedström, 2005), y reconociendo al mismo tiempo que todo modelo siempre es una simplificación de la realidad y que no agota la perspectiva creativa de los investigadores para desarrollar nuevas teorías y conceptos.
Para elaborar este modelo se ha considerado el potencial de las teorías más relevantes en la actualidad para explicar esta cuestión. Lo hemos hecho a partir de unos principios metodológicos que conforman un conjunto de reglas, el cual hemos denominado cuadrilátero metodológico. Esto ha permitido filtrar cada teoría rescatando los elementos teóricos necesarios para poder habilitar un modelo de integración compleja. Con ello hemos desarrollado una combinación dinámica de condiciones (causales) que proyectan diferentes escenarios posibles, escenarios que funcionan como hipótesis, que no tienen únicamente capacidad explicativa, sino también predicción relativa.
Este conjunto de reglas metodológicas no pretende presentarse como un gran legislador, como un “semáforo del saber” (Trías, 2019: 61). Sí permiten, en cambio, someter a crítica cada teoría a partir de principios claros y replicables. Unas condiciones metodológicas susceptibles de ser cuestionadas, revisadas, ampliadas o reducidas, ya sea porque exista una propuesta teórico-lógica más satisfactoria o porque la evidencia empírica nos descubra perspectivas inéditas. Con todo, este modelo trata de ofrecer cierta claridad y sistematicidad a la hora de estudiar las condiciones de posibilidad del populismo. También visibiliza los supuestos analíticos de partida. Un enfoque que no es un fin en sí mismo; su meta es brindar una vía de exploración transitable a los investigadores.