En las ciencias sociales y la antropología en México hay un amplio conjunto de estudios sobre las migraciones nacionales e internacionales de indígenas mexicanos durante el siglo XX e inicios del XXI. Este periplo abarca desde los pioneros trabajos de Manuel Gamio sobre migrantes mexicanos en Estados Unidos a inicios de la década de los años treinta (Gamio, 1931), pasando por las investigaciones sobre los otomís que llegaban a la Ciudad de México en la década de los años setenta (Arizpe, 1975), hasta los trabajos realizados durante las décadas de los años noventa y el 2000 sobre los procesos de migración indígena transnacional que describen las diversas reconfiguraciones étnico-comunitarias (Kearney, 1996; Velasco, 2002, 2008; Besserer y Kearney, 2006; Fox y Rivera, 2004; Sánchez, 2004, 2007, 2008; Stephen, 2001, 2005, 2008; Fox, 2013).1
Dentro de estos estudios, y en el marco de las investigaciones sobre la migración chiapaneca indígena y no indígena hacia Estados Unidos a principios del presente siglo (Burke, 2004; Villafuerte y García, 2006, 2014; Jáuregui y Ávila, 2007; Cruz y Barrios, 2009; Aquino, 2012; Castillo, 2014), este artículo, mediante un estudio de caso en El Zacatal y tras la descripción del contexto y las causas de la migración campesina de ascendencia tojolabal hacia Estados Unidos (2000-2010), aborda algunos efectos de este proceso migratorio en las localidades de origen, en el área rural del municipio de Las Margaritas, Chiapas.
El aporte de este texto es justamente explorar las repercusiones de la migración internacional, tanto entre los jóvenes ex migrantes como con las personas que no han migrado y son parientes de los primeros. Cabe señalar que se parte de concebir teóricamente a la migración internacional como un proceso social y económico que, además de implicar dinámicas de movilidad geográfica y procesos de relocalización -en diferentes escalas entre dos Estados nacionales (Derek et al., 2009: 462-464)-, conlleva la consideración de los propósitos y las necesidades de los sujetos concretos que migran, así como las variadas redes y vínculos familiares y sociales de que se valen las personas para migrar (Fox, 2005: 40; Durand y Massey, 2009: 39-40); asimismo, supone abordar las causas histórico-estructurales de este proceso, tanto las condiciones económicas en los países en desarrollo que propician la salida de migrantes, como la demanda de mano de obra y la oferta de trabajo en los países desarrollados que atraen migrantes (Bustamante, 1997: 9-10).
En lo concerniente al abordaje metodológico, salvo el uso de varios censos e informes oficiales para la reconstrucción del marco histórico estructural estatal y municipal, las estrategias de recolección y construcción de datos fueron de corte preponderantemente cualitativo, recurriendo principalmente al registro etnográfico y a la elaboración y consignación de testimonios orales de diversos actores sociales. De este modo, en el transcurso de la investigación de la que deriva este texto se llevaron a cabo varias temporadas de campo (diciembre de 2010, marzo de 2013, enero y noviembre de 2014), tanto en las localidades de origen como en las ciudades chiapanecas cercanas: Las Margaritas y Comitán. También se realizaron diversas entrevistas con autoridades agrarias, catequistas, migrantes, ex migrantes, padres y hermanos de migrantes, tratando de incorporar las voces y los testimonios de los diversos sectores del poblado que directa e indirectamente estuvieran relacionados con los procesos migratorios y que, de una u otra manera, han experimentado los cambios y las repercusiones que ha traído consigo la migración.2
La pertinencia de este artículo reside en dos puntos: 1) Por un lado, si bien hay trabajos sobre la migración transfronteriza chiapaneca (Jáuregui y Ávila, 2007; Villafuerte y García, 2006, 2014), han sido muy poco estudiados los procesos migratorios hacia Estados Unidos que parten del área rural de Las Margaritas (Cruz y Barrios, 200; Aquino, 2010, 2012).3 2) Por otro lado, dentro de los estudios sobre la migración chiapaneca internacional y en específico para el caso particular del ámbito etnogeográfico del área rural de Las Margaritas, la contribución de este texto es que se adentra en temas poco abordados aún y que se relacionan con los efectos y los impactos de la migración, así como con los múltiples procesos de cambio sociocultural y económico territorial asociados con ésta.
Chiapas en el contexto de la migración mexicana a Estados Unidos a principios del siglo XXI
A fines del siglo XX, Chiapas, entidad federativa con dos terceras partes de su población viviendo y laborando en entornos campesino-rurales (Villafuerte y García, 2006: 109)4 y con los indicadores más altos de marginación social y pobreza a nivel nacional (Villafuerte y García, 2006: 115-117; PNUD, 2010: 41-57),5 tenía muy poca actividad migratoria internacional: ocupaba el puesto número 27 en relación con el número de remesas que recibía (Cruz y Barrios, 2009: 49). Todavía en 2000 la situación no variaba mucho y presentaba un nivel migratorio muy bajo, con un Índice de Intensidad Migratoria negativo de -1.24572 (Villafuerte y García, 2006: 103) y con apenas 13.1 millones de dólares anuales en remesas (Cruz y Barrios, 2009: 49).
No obstante, a partir de 2000 y hasta 2008 -año de la crisis global relacionada con la debacle de la economía estadounidense-, el fenómeno migratorio hacia Estados Unidos se incrementó masiva y exponencialmente, tomando dimensiones inusitadas. Año con año hubo un crecimiento de recepción de remesas. De este modo, Chiapas, que tenía un Índice de Intensidad Migratoria de -1.24572 en 2000, ya mencionado, y ocupaba el lugar 31, último sitio a nivel nacional (Conapo, 2000: 35), tuvo un crecimiento exponencial del fenómeno migratorio: de 20 millones de dólares en recepción de remesas económicas para 1995, aumentó a 435 millones de dólares en 2003 y registró un máximo histórico sin precedentes de 921 millones de dólares en 2007 (Conapo, 2014). De hecho, durante esos años y en esta entidad federativa los ingresos por remesas superaron el conjunto de los montos económicos de la inversión extranjera directa y del turismo (Villafuerte y García, 2006: 121).
A fines del siglo XX y principios del XXI, en varias regiones de Chiapas, frente a la debacle de las economías agrarias -según el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), a inicios de la primera década del milenio 71% de la población del estado vivía en áreas rurales y 47.3% de la Población Económicamente Activa (PEA) se dedicaba a actividades agropecuarias (Cruz y Barrios, 2009: 43)-, la migración hacia Estados Unidos surgió como una estrategia temporal de obtención de recursos económicos en las zonas rurales. En las comunidades campesinas emergió como una alternativa viable en el contexto de procesos crecientes de empobrecimiento y precarización relacionados con la desvaloración económica de los cultivos cíclicos y perennes destinados a la venta -principalmente el café-, escenarios derivados de las políticas neoliberales de desregulación, liberalización y reducción de subsidios en el agro chiapaneco y nacional.
Las Margaritas, entre la exclusión y la política agraria
Ubicado en el suroeste mexicano, el estado de Chiapas posee 73 211 kilómetros cuadrados y tiene 4 796 580 habitantes, de los cuales 1 141 499 son hablantes de lenguas indígenas (las más habladas: tzeltal, tzotzil, chol, zoque y tojolabal, de acuerdo con el INEGI, 2012: 30, 38). Esta entidad federativa tiene los índices de pobreza y mortalidad infantil más elevados y la menor esperanza de vida a nivel nacional (PNUD, 2010: 55,57); reflejo de los precarios niveles de salud, ingreso económico y educación, tiene el menor Índice de Desarrollo Humano del país (2010: 41). Chiapas ha estado marcado por una desigualdad crónica, una fuerte precariedad sociomaterial y una exclusión histórico-estructural, principalmente hacia los indígenas.
Las Margaritas, municipio fronterizo chiapaneco donde está la comunidad de estudio, mide 5 307.8 kilómetros cuadrados y tiene 111 484 habitantes, de los cuales 23 950 residen en localidades urbanas -principalmente en la cabecera municipal- y 87 534 habitan localidades rurales (INEGI, 2012: 31). Las Margaritas tiene un elevado índice de marginación, 92% de la población municipal vive en pobreza -alrededor de 103 568 personas- y 60.80% está en situación de pobreza extrema (aproximadamente 67 782 individuos; Gobierno Municipal de Las Margaritas, 2012: 36). El principal grupo indígena del municipio es el tojolabal6 (Cuadriello y Megchún, 2006: 5; CDI, 2006: 129); en 2012 se calculó que había aproximadamente 42 644 hablantes de esa lengua indígena (Gobierno Municipal de Las Margaritas, 2012: 33).
Parte considerable de la población municipal -especialmente del área rural- tuvo o tiene ancestros tojolabales, muchos de los cuales fueron peones de fincas dedicadas a la producción agrícola y ganadera (Lisbona, 2009). Hasta bien entrado el siglo XX, en Las Margaritas había diversas fincas (Gómez y Ruz, 1992; Gómez, 2002) con dinámicas de explotación “donde los tojolabales estaban sometidos a la autoridad de los patrones-propietarios de fincas” (Lisbona, 2009: 98). Las acciones estatales de reparto agrario fueron tardías y generaron posteriores procesos de reorganización sociopolítica en torno al ejido, el comisariado ejidal y la asamblea ejidal (2009: 98-99). Hoy en día la mayoría de localidades rurales de Las Margaritas son ejidos, aunque también hay casos de propiedad privada: pequeña propiedad, así como medianos y grandes propietarios; estos últimos son los menos frecuentes.
El contexto comunitario de estudio, entre el ejido y la migración
La comunidad de estudio, El Zacatal,7 se encuentra en la zona rural de Las Margaritas, a unos 80 kilómetros de la cabecera municipal, en el área limítrofe entre los bosques de pinos y el bosque semitropical, aproximadamente a mil metros sobre el nivel del mar. En El Zacatal viven personas de diversas edades, organizadas en familias nucleares de residencia virilocal, características comunes de las localidades rurales del municipio. Hay aproximadamente el mismo número de hombres y mujeres; existe una tendencia exogámica en los matrimonios, los jóvenes buscan a sus parejas y esposas/os en otras localidades. Generalmente los hombres heredan la tierra, por lo cual permanecen en la comunidad. En cambio, las mujeres, cuando se casan, cambian de residencia y viven en el lugar donde su pareja o esposo reside y tiene derecho agrario (diario de campo, diciembre de 2010).
En El Zacatal, a semejanza de las comunidades vecinas, prácticamente todos los habitantes tienen ascendencia tojolabal por vía paterna y materna, pero ya muy pocos hablan esta lengua indígena; la mayoría se comunica en español y ya no entienden el idioma de sus ancestros mayas (entrevista con don Pedro, 12 de enero de 2005). Algunos de los padres y abuelos de varias personas fueron peones en fincas durante buena parte del siglo pasado (entrevista con don Juan, 12 de enero de 2005). Ciertas personas de mayor edad recuerdan haber trabajado en las labores agrícolas y ganaderas de las fincas. Buena parte de la zona donde se encuentra El Zacatal perteneció a fincas cafetaleras, ganaderas y productoras de maíz durante el siglo XX.
La comunidad tiene aproximadamente medio millar de hectáreas de tierras ejidales (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010). Hay un comisariado ejidal y la asamblea ejidal se reúne aproximadamente cada dos meses. En la asamblea participan los padres de familia y los jóvenes solteros de ambos sexos, mayores de 18 años. La comunidad tiene trabajos ejidales y comunitarios vinculados con las actividades de mantenimiento del ejido: deslinde, apertura de caminos, chapeo y limpia del área urbana-habitacional, mantenimiento de la ermita y la escuela, organización de fiestas, ceremonias y celebraciones (entrevista con don Bernardo, 14 de diciembre de 2010). Las principales actividades productivas son la agricultura y, en menor medida, la ganadería. Los miembros de la comunidad tienen una economía fundamentalmente de autoconsumo y sus principales cultivos son maíz, fríjol, chile, calabaza y algunos frutales -variedades de cítricos y plátanos-; esta situación es generalizada en las localidades rurales de Las Margaritas y los cultivos agrícolas de autoconsumo son la principal fuente de alimentos del municipio (Gobierno Municipal de Las Margaritas, 2012: 44). Como las localidades de la región, los habitantes del Zacatal tienen cultivos no estacionales destinados a la venta, como el café, que se cosecha anualmente de noviembre a febrero. El café seco y despulpado se vende en la cabecera municipal; además, venden los excedentes de maíz, frijol y algunos frutales, como el plátano (diario de campo, marzo de 2013).
Migrar, estrategia frente a la precariedad económico-material
Las condiciones que propiciaron la migración no se agotan en el diagnóstico del sector rural de Las Margaritas. Por el contrario, tienen una larga génesis y remiten a que el Estado mexicano, en sus distintas escalas -federal, estatal y municipal- y mediante sus diversas instituciones -agrarias, escolares y médicas-, no dotó plenamente de derechos sociales -salud, educación y empleo- a los ciudadanos de las zonas rurales durante el siglo pasado. El Estado no garantizó la ciudadanía social, civil y política de estos campesinos de ascendencia tojolabal; tampoco los reconoció como sujetos de derecho en contextos socioculturales diferenciados. De facto, no los consideró como miembros plenos del Estado-nación. Como resultado del impacto de las políticas neoliberales y de la globalización -como dinámica de “expansión planetaria de la red de la economía política capitalista” (Lins Ribeiro, 1996: 42)-, destacan tres procesos socioeconómicos relacionados con el surgimiento y la consolidación de esta migración campesina internacional hacia Estados Unidos.
1) En el contexto global de las crisis económicas y de la inestabilidad de los mercados internacionales -con sus respectivos efectos a nivel nacional, regional y local-, los campesinos de Las Margaritas y las personas del Zacatal han experimentado la precarización de su existencia material debido a dos hechos: las reiteradas caídas de los precios de los productos agrícolas destinados a la venta, y el creciente encarecimiento de los productos básicos (Castillo, 2014). Respecto al primer punto, el caso más acentuado es el fluctuante valor monetario del café, producto que las comunidades destinan al intercambio económico; no obstante, en menor medida, esto también acontece con el maíz, el frijol, el plátano y otros cultivos, cuyos excedentes se orientan a la venta. Desde hace más de una década se ha presentando una reducción del ingreso de recursos económicos derivados del cultivo y la venta del café.
Paralelamente, hay un proceso de encarecimiento de los artículos cotidianos indispensables. Las comunidades año tras año ganan menos y los satisfactores materiales básicos cada vez cuestan más dinero. Frente a este panorama de creciente pauperización, la migración internacional se vuelve una de las estrategias a las que más recurren los campesinos indígenas para obtener recursos monetarios (Harvey, 1995: 449-450). Un hecho clave para entender el inicio y el incremento de la migración chiapaneca a Estados Unidos a fines del siglo XX y principios del XXI, en la que se encuentra Chiapas desde fines de la década de los años ochenta, fue la crisis rural derivada de la caída de los precios internacionales del café (Villafuerte y García, 2006: 102-130).
2) Además, en El Zacatal, como manifestación de lo acontecido en las comunidades rurales de este municipio, cada vez disminuye la autoproducción de objetos para la vida diaria de diversa índole: enseres del hogar, ropa, alimentos, utensilios laborales y domésticos, etcétera. Las condiciones para la reproducción sociomaterial de las comunidades ya no pueden generarse desde los contextos locales de los poblados de origen. En las localidades rurales hay una mayor dependencia de la cabecera municipal y otras urbes para proveerse de los satisfactores indispensables para el sostenimiento del grupo; gran parte de los artículos de la vida diaria proceden del exterior, principalmente de Las Margaritas. Esto ha sido posible por el crecimiento de las vías terrestres de comunicación, como las carreteras, lo que ha estimulado una relación de mayor vinculación entre las comunidades y el exterior urbano. En este contexto, hay un proceso de acentuación de la desigualdad y la disparidad socioeconómica de las comunidades respecto a entornos, grupos e instituciones foráneos.
Tanto en el decaimiento de la autoproducción de artículos básicos de la vida en las comunidades como en la caída de los precios de los cultivos mercantiles -el café- y el encarecimiento de satisfactores indispensables, el Estado -a nivel municipal, estatal y federal- no ha cumplido con la función de ser un regulador que ordene la vida social y norme los intercambios económicos entre campesinos, intermediarios y mercados nacionales e internacionales, con miras a proteger a sus ciudadanos rurales de la precarización de su existencia material. Por el contrario, el Estado, a través de sus políticas neoliberales de libre mercado en el agro, ha sido uno de los principales agentes que han contribuido al deterioro de las economías de las comunidades campesinas indígenas, privilegiando a otro tipo de grupos.
3) Finalmente, derivados del desarrollo de la industrialización capitalista, ciertos fenómenos ambientales han provocado efectos negativos en la agricultura de la zona rural de Las Margaritas. El cambio climático y el calentamiento global han jugado un papel fundamental en la proliferación de plagas y la escasez o sobreabundancia de lluvias, propiciando pérdidas considerables en la producción y cosechas de cultivos básicos como maíz, frijol y café. No sólo los artículos de la vida diaria se han encarecido, ahora las parcelas y los cafetales tienen cosechas disminuidas, lo que representa menores recursos económicos y escasez de alimentos.
Del sur al norte: perfiles, orígenes y detonantes de la migración
En el contexto de la caída internacional de los precios del café y su impacto en las áreas rurales de Chiapas (Villafuerte y García, 2006: 109-110), en 2000 migró sin documentos por primera vez un grupo de personas del Zacatal hacia California, Estados Unidos, cruzando la frontera por Sonora (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010). Eran hombres jóvenes de entre 18 y 40 años y con lazos de parentesco entre ellos; en su mayoría estaban casados y algunos eran solteros. Ese primer grupo, salvo dos jóvenes solteros que prolongaron más su estancia, permaneció trabajando en Estados Unidos en diversas labores vinculadas con la agricultura comercial -pizca, riego, cosecha- alrededor de año y medio; posteriormente regresó a la comunidad (entrevista con don Juan, 17 de diciembre de 2010). Hoy en día el tipo de ocupación laboral de los migrantes en Estados Unidos sigue el mismo patrón: principalmente actividades agrícolas, y en menor medida trabajo en plantas empaquetadoras, en la construcción y la prestación de servicios. En el marco de las oportunidades de empleo y conforme a la movilidad laboral real, los migrantes que más tiempo llevan en Estados Unidos paulatinamente se desplazan a trabajos que demandan menor esfuerzo físico y son mejor remunerados (diarios de campo, diciembre de 2010 y marzo de 2013).
El perfil del migrante se ha mantenido hasta la fecha. Las personas del Zacatal y de la región que migran, salvo ocasionales excepciones, son hombres jóvenes casados y solteros que cruzan la frontera sin documentos migratorios por el desierto de Altar, en Sonora, para ingresar a Estados Unidos. La estadía puede variar dependiendo del caso y las necesidades por solventar, pero por lo general oscila entre año y medio y dos años; difícilmente, por los gastos económicos y sociales que implican el cruce y la inserción laboral, es menor a un año (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010). A mediados de la década de 2000, el monto económico que había que pagar por el cruce oscilaba entre los 15 000 y 30 000 pesos, dependiendo del sitio de la frontera por donde se pasaba, el número de días que había que caminar en el desierto y de en qué sitio de Estados Unidos los dejaba el “pollero” (entrevista con don Pedro, 17 de diciembre de 2010).
La migración como proceso social se expandió y generalizó de tal manera que todos los matrimonios de mayor edad del Zacatal tienen un promedio de dos hijos hombres que, durante la década de 2000, han migrado a Estados Unidos por lo menos una vez. Además, cerca de 70% de los esposos de los matrimonios jóvenes -parejas de entre 20 y 40 años de edad- se han visto inmersos en este tipo de experiencias; no obstante, cada vez es más recurrente la migración de jóvenes solteros y de menor edad (diarios de campo, diciembre de 2010 y marzo de 2013).
En este contexto de comunidades rurales de fuertes vínculos familiares y de parentesco, y como lo ha señalado la nueva teoría de la migración (Durand y Massey, 2009: 15), migrar es más una decisión familiar que una elección meramente personal del migrante; si es soltero, involucra a los padres y hermanos; si es casado, a la esposa y los hijos (diarios de campo, diciembre de 2010 y marzo de 2013). En El Zacatal, como caso representativo de las localidades rurales de Las Margaritas y como apuntan Jorge Durand y Douglas Massey (2009: 15, 31), debido a los costos socioeconómicos del proceso migratorio -salida, tránsito, cruce fronterizo, inserción sociolaboral y retorno- y a los impactos en las comunidades de origen, la decisión de migrar involucra a las diversas agencias de los sujetos del grupo familiar -nuclear y extendido- al cual pertenece el migrante.
La migración como articulación de procesos y sujetos
Respecto de la genealogía histórica de esta migración transfronteriza, desde mediados de la década de los años noventa varias comunidades de las microrregiones Selva I y Selva II de Las Margaritas habían iniciado procesos de movilidad geográfica hacia Estados Unidos (Cruz y Barrios, 2009: 53-85), lo que contribuyó al establecimiento de redes y rutas para posteriores procesos y trayectorias migratorias de otras localidades del municipio. La migración pasó de ser un conjunto de eventos particulares parcialmente improvisados y aislados -en un par de comunidades de la región que necesitaron de agentes externos para insertarse en flujos migratorios ya establecidos- a estructurarse mediante vínculos sociales y relaciones familiares y comunitarias, por lo cual adquirió un carácter transcomunitario y se consolidó como un proceso de redes articulado y planeado; pronto dejó de ser un proceso fragmentado, ocasional, no programado y desestructurado. El siguiente testimonio de don Isaac8 muestra que la migración supuso una articulación de procesos sociales, que involucró a varios sujetos sociales:
[La migración] empezó con gente [foránea] que ya había ido [a Estados Unidos] y conocían caminos, pero luego gente de las comunidades empezó a conocer el desierto y a pasar gente hasta llegar al norte [a Estados Unidos]. Entonces ya fue como fue ampliándose, ya mucha gente salía. Ya había gentes aquí conocidas que los llevaban, entonces ya no les ha costado mucho buscarse un “coyote”. Al principio les costó mucho identificar a alguien y darse a saber quién era el “coyote”, pero ahora ya como que mucha gente de comunidades se sabe el camino y esa [gente] contrata y lleva [a otra] gente. Entonces eso ya ha hecho que mucha gente en comunidades pues se vaya, porque tienen muy fácil encontrarse un “coyote” por ahí, de las mismas comunidades. Y allá [en Estados Unidos] pues igual, hay mucha gente de las comunidades, hay mucha gente conocida, amigos, familiares, ya hay gente que los acomoda y los espera, ya para estar allá y buscarse un trabajo, pues ya no es difícil (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010).
En este tenor, según Durand y Massey, “para los primeros migrantes hacia un nuevo destino y sin lazos sociales a los cuales recurrir, la migración es costosa” (2009: 32), pero conforme se establecen y fortalecen “las redes migratorias” (2009: 31) y se consolidan los grupos de familiares y conocidos en los lugares de destino, “los costos potenciales de la migración se reducen sustancialmente para los amigos y parientes que se quedaron atrás” (2009: 32). Esto es factible, entre otros procesos, porque “cada nuevo inmigrante forma un grupo de personas con lazos sociales en el lugar de destino” (Ibid.), lo cual hace más fáciles y menos onerosas la llegada y la inserción social y laboral de los próximos migrantes. Respecto de la manera en que la migración se incrementa y se vuelve menos costosa con el establecimiento de redes sólidas y articuladas -entre el lugar de origen, el cruce y el sitio de destino-, don Pedro, quien además de haber desempeñado diversos cargos civiles y religiosos en la localidad en los últimos años, tiene sobrinos e hijos que han migrado al suroeste de Estados Unidos para trabajar en la agricultura mercantil, comenta:
[Los jóvenes de las primeras comunidades que migraron] ellos van y vienen [de Las Margaritas a Estados Unidos], esas comunidades ya han encontrado un camino, ya como que si fuera de aquí a Las Margaritas [la cabecera municipal], ya lo tienen muy cerca. Entonces van y vienen, trabajan un tiempo aquí y luego se van otra vez para allá, como que le encontraron el camino de estar trabajando afuera. […] Pero ahorita como mucha gente de comunidades hay allá [en Estados Unidos], entonces pues yo creo que ya es más fácil (entrevista con don Pedro, 17 de diciembre de 2010).
En este contexto, El Zacatal no fue una comunidad pionera en la génesis migratoria del área rural de Las Margaritas, sino que vino a sumarse -“engancharse”- a una corriente ya iniciada y con cierto grado de consolidación, se incorporó a un proceso que ya tenía una marcada tendencia regional. Debido a la vulnerabilidad sociomaterial y la pauperización de las economías campesinas -derivadas de política neoliberal en el agro- y a semejanza de las comunidades que la precedieron, en El Zacatal las condiciones que detonaron la migración fueron la dificultad económica para adquirir ciertos bienes necesarios para la vida diaria y la ausencia de servicios básicos, como centros de atención médica que garantizaran el acceso a la salud y oportunidades de empleo que complementaran la agricultura de autoconsumo.
En este tenor, y no obstante otras motivaciones, gran parte de los miembros de esta comunidad coincide en establecer una relación directa entre su precaria existencia material y la migración (entrevista con don Bernardo, 14 de diciembre de 2010). Don Isaac, quien fue autoridad ejidal y tiene hijos que estuvieron trabajando en California, comenta: “Las gentes [que han migrado] nunca salen por gusto, siempre salen por necesidades que no se pueden cubrir, que la enfermedad, la escasez, la medicina, ¿cómo comprarla? Por eso salen, sienten que la necesidad no se puede cubrir, aquí los sueldos son muy bajos” (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010). Entre los jóvenes y entre las personas mayores está difundida la idea de que la migración surgió y se robusteció: “Por lo mismo que hay que cubrir necesidades, por eso se migra, no hay de otra” (entrevista con don Jacinto, 18 de diciembre de 2010). La explicitación de la situación socioeconómica permite entender por qué la migración internacional se tornó una estrategia temporal para la resolución de necesidades materiales y sociales en el marco de la globalización, tras el desdibujamiento de los derechos sociales y ciudadanos del Estado mexicano.
Efectos del proceso migratorio en las localidades de origen. percepciones del cambio
En esta sección se hace un bosquejo de las lecturas y las valoraciones que diversos miembros de la comunidad elaboran sobre la migración. La evidencia etnográfica y los testimonios orales apuntan a que la migración no es vista de la misma manera por todos los individuos de la comunidad, sino que, por el contrario, hay percepciones diferenciadas. Dependiendo de género, edad, cargo -de autoridad civil y/o religioso- y experiencia de vida dentro de la comunidad, hay percepciones y valoraciones social- mente diferenciadas en torno a este fenómeno:
1) A semejanza de lo apuntado por estudios sobre migración chiapaneca y juventud (Aquino, 2012: 148-153), para buena parte de los jóvenes -solteros menores de 20 años- del Zacatal y la región, la migración significa un componente de novedad, aventura y prestigio social, además de una forma de tener experiencias distintas relacionadas con la masculinidad y obtener recursos económicos.
2) En cambio, para los miembros mayores, quienes fundaron la comunidad y tuvieron experiencias de trabajo colectivo, la migración, si bien funciona como estrategia para resolver necesidades y obtener dinero, significa también un proceso que altera el tejido social, las normas, los valores y la organización comunitarias. No obstante los beneficios económicos que aporta, para los mayores la migración connota cambios socioculturales perjudiciales. Don Jacinto, don Isaac y don Pedro, para quienes “la comunidad” es un eje de su quehacer como miembros de un grupo social con un proyecto compartido, consideran a la migración como un proceso irruptor de influencias negativas, foráneas y “citadino-modernas”, que se inserta forzadamente en las formas “tradicionales” de organización comunitarias. Para ellos la migración fomenta entre los jóvenes migrantes el individualismo, el predominio y la sobrevaloración del dinero, el distanciamiento y la minusvaloración del trabajo agrícola y las actividades comunitarias. Don Isaac comenta:
Y lo que también les cuesta [a los migrantes jóvenes retornados] es volver a trabajar en comunidad, ya lo ven difícil, porque [para ellos] mejor estar trabajando con patrón que al final de la semana, pues hay un sueldo. En cambio aquí [en la comunidad], es trabajar y hasta largo plazo puede haber un fondo económico, pero aquí se consigue lo que se consigue [maíz, frijol], no tanto dinero. Entonces eso les ha costado mucho [a los migrantes retornados], los trabajos comunitarios se complican, se rompe la unidad (entrevista con don Isaac, 15 de diciembre de 2010).
Para los mayores, la migración connota un embate a los valores del “bien común” asociados con la comunidad y una sobreestimación del “individuo” en oposición a lo “colectivo”; además supone la inserción de prácticas nuevas -uso de dispositivos electrónicos: celulares, reproductores de discos compactos y dvd, modulares de sonido, televisores-, formas distintas de relacionarse con la comunidad -y sus miembros- y el resurgimiento de actividades -“vicios”- que propiciaban tensiones y problemas comunitarios. Don Jacinto, quien tiene entre sus sobrinos a varios jóvenes hombres casados y solteros que han sido migrantes en años recientes, narra el regreso del campesino ausente como desencuentro y tensión:
Y cuando [los jóvenes migrantes] vienen [de regreso], ya vienen con otros vicios, vienen ya con el vicio del alcohol o de plano vienen drogadictos. Y los vicios, eso les cuesta mucho. Algunos no los dejan, algunos lo siguen manejando. Y [regresan] hablando diferente, tratando mal a los demás [miembros de la comunidad], ya no hay respeto. Entonces todo eso ya se ve difícil, volver a relacionarse, algunos ya no se relacionan, no se les puede cambiar el modo (entrevista con don Jacinto, 18 de diciembre de 2010).
Impactos en las comunidades de origen
En este tenor, a semejanza de lo descrito para las comunidades étnicas de los mixtecos en la frontera norte de México y en el suroeste de Estados Unidos a finales del siglo XX y principios del XXI (Kearney, 1996; Velasco, 2002, 2005, 2008), esta migración chiapaneca ha generado distintas formas de ser miembro de la comunidad de origen, esbozando diversas dinámicas de adscripción entre los diferentes miembros de la comunidad, que remiten a relaciones de cercanía-distancia de múltiple intensidad respecto de los otros integrantes del grupo, así como con el territorio y lugar de origen. La migración hace visible que no todos los miembros del grupo tienen el mismo tipo de vinculaciones con sus congéneres de localidad, ni con el espacio comunitario; no hay un perfil homogéneo en el que los nexos entre individuo, grupo y comunidad -como referente socioespacial- sean igual para todos los integrantes del grupo. La ausencia temporal de estos migrantes, mientras trabajan en Estados Unidos, no supone que dejen de ser miembros de la comunidad, aunque sí repercute en los derechos y en las responsabilidades comunitarias y supone relajamiento y postergación de las maneras en que el migrante expresa, mediante actividades de intervención del entorno social y físico-natural, su pertenencia a la comunidad. La migración no necesariamente es un abandono o expulsión de la comunidad, pero sí es una forma distinta de pertenecer a ella. Para los migrantes, ser y formar parte de la comunidad no se limita a estar físicamente presente de manera permanente dentro del grupo y los espacios sociocomunitarios.
No obstante, más allá de las valoraciones de los mayores sobre la migración, la ausencia de los jóvenes migrantes puede representar un problema comunitario para la realización de diversas labores de carácter colectivo, principalmente las relacionadas con trabajos agrícolas y comunitarios: mantenimiento de límites ejidales, limpia de caminos y solares de las áreas comunes de la zona habitacional del ejido, descampe de predios y corrales colectivos, mantenimiento de la escuela y la ermita, organización y cooperación para la realización de fiestas y ceremonias, entre otros. A pesar del tipo de compensación económica y laboral que, a nivel familiar y comunitario, puedan aportar los migrantes, la carga y la intensidad de los trabajos comunitarios, particularmente los que conciernen a los hombres, pueden aumentar y generar ciertas tensiones. Al respecto, don Bernardo, quien fue autoridad agraria y tiene un hijo que recientemente migró a California, comenta:
Los problemas que muchas veces surgen en las comunidades con el que está ausente [el joven migrante] es muchas veces el cumplimiento del deber en cuanto a los trabajos generales, que muchas veces no se quieren cubrir o el que queda responsable [por el trabajo comunitario del migrante] ya no puede, ya no consigue cómo cubrir el turno del otro, eso es como las desventajas que se generan en cuanto al cumplimiento del deber en la comunidad [...]. Ésa es otra de las desventajas [de la migración], que se rompe mucho, se rompe mucho la unidad, porque uno menos [el migrante ausente], menos fuerza, y cuando estamos todos, pues se ve más fácil el trabajo (entrevista con don Bernardo, 14 de diciembre de 2010).
En un tenor similar están los esfuerzos de ciertos subgrupos de la comunidad por controlar los procesos migratorios. Mediante mecanismos e instituciones sociales -como la asamblea comunitaria-, algunos sectores de la comunidad -generalmente personas mayores y con una percepción fuerte de los valores comunitarios y las actividades colectivas- trataron inicialmente de impedir la migración. Luego intentaron restringirla, así como normar y disminuir los efectos y las repercusiones de ésta. Como resultado de las consecuencias de la migración, en la localidad de origen se han dado procesos de cambio en la articulación del tejido comunitario que, principalmente, se han manifestado en dinámicas de cambio socioétnico y familiar en el interior de la comunidad.
Dependiendo de la conformación del núcleo familiar del migrante, las implicaciones pueden ser diversas. Si el migrante es un joven esposo, puede acontecer que su esposa y sus hijos se vayan a vivir con los padres del migrante, lo que genera dinámicas de apoyo y solidaridad, pero también de control y vigilancia. Si el migrante es soltero, el padre o los hermanos tendrán que cumplir con las labores comunitarias -por ejemplo, trabajos ejidales-, así como con las responsabilidades que el migrante tiene con la comunidad: cooperaciones en trabajo o dinero para la escuela y la ermita. Caso excepcional de estas tensiones internas es el hijo de don Isaac, quien, tras un complicado proceso de reinserción comunitario después de trabajar por años en Estados Unidos, decidió desplazarse y residir en Las Margaritas, con el argumento de que en la cabecera municipal se obtienen artículos y comodidades que no se consiguen en la comunidad de origen.
Cambios estimulados por la migración
Migración, remesas y territorios
En el contexto de procesos migratorios de campesinos y su inserción sociolaboral en Estados Unidos, y de acuerdo con lo apuntado por algunos autores sobre el impacto del dinero de la migración (Massey, Durand y Riosmena, 2006: 104, 118), las remesas han producido transformaciones en las relaciones utilitarias, sociales y culturales de los campesinos migrantes y ex migrantes con las tierras en sus localidades de origen y con sus congéneres de la localidad.
1) La tierra, sin dejar de pertenecerles a estos agricultores temporalmente ausentes, deja de ser cultivada por ellos; de una relación utilitaria directa cuando estaban en la comunidad, una vez en Estados Unidos, los campesinos migrantes pasan a tener sobre todo vinculaciones fuertemente simbólicas y culturales con la tierra.
2) También es probable que las remesas puedan contribuir a proporcionar los recursos socioeconómicos para que otros campesinos no migrantes trabajen las tierras de los migrantes, mediante la contratación de personas locales que funjan como jornaleros agrícolas internos; sería pertinente explorar si esto genera y propicia una diferenciación socio-económica interna, un paulatino proceso de creación de estatus y/o clases.
3) Si el dinero de las remesas posibilita la obtención de satisfactores por parte de los familiares de los migrantes, sin la necesidad de llevar a cabo la producción agrícola de autoconsumo, esto implica que la tierra se deja de trabajar. El proceso migratorio -y sus dinámicas derivadas: envío de remesas, ausencia temporal de campesinos, etcétera- trae cambios de diversa índole en la comunidad y en la relación de los miembros de las localidades de origen con la tierra, el territorio y los otros miembros de la localidad.
Remesas y sus efectos en las comunidades de origen
Las remesas pueden traer la posibilidad de solventar temporalmente diversas necesidades sociales y materiales.
1) En relación con los recursos económicos que proveen las remesas, este dinero derivado de la migración -y los beneficios sociomateriales que trae consigo- pueden generar criterios (temporales o parcialmente duraderos) de diferenciación socioeconómica en el interior de las localidades de origen; por ejemplo, los migrantes construyen casas de bloc y cemento, adquieren artículos electrónicos -televisores, reproductores de discos compactos, etcétera-, contratan personas que labren sus tierras, lo que, en ocasiones y a los ojos de otros miembros de la comunidad, puede “otorgarles” y “reconocerles” otro estatus socioeconómico (diario de campo, diciembre de 2010, marzo de 2013 y enero de 2014).
2) En concordancia con lo apuntado por Massey, Durand y Riosmena (2006: 104, 118), las remesas pueden propiciar una mejoría socioeconómica temporal para los migrantes, ex migrantes y sus familiares en las localidades de origen. Por ejemplo, desde que su esposo migró a Estados Unidos y le mandó dinero, la esposa de Manuel del Zacatal ha incrementado la adquisición de artículos para satisfacer las necesidades materiales y sociales de ella y sus hijos; no sólo consiguió aparatos electrónicos -modular de sonido, reproductor de discos compactos, teléfono celular, etcétera-, también pudo comprar más alimentos y de mayor variedad (diario de campo, enero de 2014).
3) Además, los insumos económicos provenientes de la migración pueden contribuir a resolver necesidades vinculadas con la carencia de derechos sociales que el Estado no proporciona; una de las más frecuentes es el acceso a los servicios médicos. Numerosos campesinos buscan en la migración los recursos económicos para atender los problemas de salud y curar las enfermedades de sus familias. Tales son las experiencias de Manuel del Zacatal y su cuñado Toño de San Alberto, quienes desde Estados Unidos mandaban dinero para las medicinas y las consultas médicas de sus hijas (diario de campo, diciembre de 2010, marzo de 2013 y enero de 2014).
Conclusiones: repensar la(s) comunidad(es) desde la migración y sus efectos
1) En este proceso migratorio transfronterizo chiapaneco, como en gran parte de las comunidades indígenas rurales del país, el Estado mexicano, al estimular las políticas neoliberales en el agro, ha generado y acentuado la desigualdad e inequidad histórico-estructural de los campesinos tojolabales en Las Margaritas, particularmente por el ejercicio parcial y deficiente de la garantía de los derechos sociales: educación, servicios médicos, trabajo -comercialización de sus productos agrícolas- y uso y disfrute de la tierra. En este contexto, y a semejanza de lo señalado por algunos estudios sobre indígenas mexicanos en Estados Unidos (Kearney, 1996; Velasco, 2002, 2008; Sánchez, 2004, 2007, 2008; Stephen, 2008), la migración, como complejo proceso sociocultural y económico, articula intrincadas dinámicas sociales entre grupos étnicos, marginación estructural en los países expulsores, fronteras internacionales y carencia de derechos sociales en los lugares de origen y destino, mostrando dinámicas de cambio socioeconómico, político y cultural en las comunidades étnico-rurales de procedencia.
2) Por otra parte, a semejanza de lo apuntado por otros trabajos (Aquino, 2012; Castillo, 2010a, 2010b, 2014), este artículo abordó algunas de las diversas valoraciones de la migración desde la diferencia social específica, particularmente las personas mayores, mostrando que la comunidad está lejos de ser un grupo unificado con prácticas socioculturales y percepciones homogéneas sobre la migración y sus repercusiones. Como se mostró, la migración genera procesos de cambio discontinuos, contingentes y con múltiples variables, que impactan las dinámicas internas y externas de adscripción comunitaria. No obstante, aún falta rastrear detalladamente estas transformaciones, así como comparar/contrastar esta experiencia con lo que ocurre en otros lugares de Chiapas y México.
3) Además, este trabajo mostró que la migración y sus impactos pueden verse como dinámicas que reconfiguran -movilizan, complejizan, tensionan- las relaciones de los miembros de las comunidades con ellas mismas y con el exterior -con las sociedades foráneas no indígenas ni campesinas-; en este caso, las ciudades de Las Margaritas y Comitán en Chiapas, y en Estados Unidos las localidades rurales y urbanas donde trabajan y/o residen los migrantes. Los procesos migratorios y sus repercusiones pueden leerse como generadores y estimuladores de nuevos y discontinuos flujos de bienes -materiales y simbólicos-, prácticas y sentidos socioculturales externos que se introducen en la comunidad de origen a través de los migrantes de retorno, así como de la comunicación entre los migrantes en Estados Unidos y sus familiares en las localidades de origen en Las Margaritas; esto impacta diferenciadamente los procesos de adscripción comunitaria y étnica de los diversos miembros.
4) De este modo, en el contexto etnográfico de localidades campesinas de ascendencia tojolabal de Las Margaritas, este trabajo se orientó al ejercicio reflexivo de repensar la(s) comunidad(es) en el marco de las reconfiguraciones de los espacios rurales a partir de la migración internacional no documentada como vasta dinámica de transformación -y de relocalización de población- en la que están inmersas muchas de las localidades campesinas del México contemporáneo. Esta vía de indagación sugiere la reflexión de que la comunidad, si bien remite a un grupo de individuos con un proyecto sociopolítico de vida en común y con ciertos rasgos y prácticas compartidas -lengua, historia, territorio común, actividades y valores compartidos (Castillo, 2010b, 2014)-, también tiene la condición de ser un colectivo de personas en permanente construcción y (re)producción social que debe concebirse en el marco relacional de lo que viven y experimentan sus integrantes; ya sea de lo acontecido a nivel individual y familiar, o en el orden de lo colectivo, tanto en el interior como fuera del ámbito territorial que define a la comunidad. Así, este trabajo, en el tenor de lo descrito por Laura Velasco (2002, 2008), Federico Besseser y Michael Kearney (2006) sobre las experiencias de los mixtecos en Baja California y California, sugiere el abordaje de otras expresiones socioétnicas de pertenecer a la “comunidad” desde la lejanía espacial (para el caso de los migrantes).
5) Finalmente, dentro del marco de las políticas neoliberales en el agro (Harvey, 1995; Villafuerte y García, 2006; Castillo, 2014), el rastreo de la migración y sus efectos lleva a la reconceptualización de las “comunidades” y las “etnicidades” y su relación con sus marcos históricos y territoriales, en el contexto de la modernidad del Estado-nación fallido y de las crisis económicas de la globalización. Ejercicio que, desmarcándose de ideas esencialistas y estáticas de la etnicidad -como algo fijo, ahistórico e inmutable-, propicia una reflexión que concibe las dinámicas de adscripción étnica y comunitaria de los pueblos campesinos e indígenas como procesos históricos en construcción constante, bajo los efectos del cambio económico-político y las relaciones con otros grupos socioculturales y socialmente diferenciados. No hay una sola forma de pertenecer y ser miembro de la comunidad. Es posible una lectura de la comunidad como un crisol de subgrupos -los mayores, los jóvenes, los casados, los migrantes, las mujeres-, que a la vez que tienen un proyecto de vida en común, también comportan significativas diferencias internas. Aún falta por explorar con mucho más detalle si estas valoraciones diferenciadas generan prácticas de inclusión y exclusión en el interior de la comunidad.