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Revista mexicana de sociología

versión On-line ISSN 2594-0651versión impresa ISSN 0188-2503

Rev. Mex. Sociol vol.74 no.1 Ciudad de México ene./mar. 2012

 

Artículos

 

Para una relectura de los procesos de conflicto y movilización social en la Argentina de inicios del milenio (2001-2003)

 

A reinterpretation of the conflict and social mobilization in Argentina at the beginning of the millennium (2001-2003)

 

Guido Galafassi*

 

* Doctor en orientación en antropología por la Universidad de Buenos Aires; especialista en cooperación y desarrollo por la Universidad de Barcelona. Docente e investigador en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Temas: acumulación y conflictos sociales; cambio social, desarrollo y procesos de movilización social. Calle 316 núm. 712, Ranelagh B1886BMP, provincia de Buenos Aires, Argentina. Tels.: 0054-11-4365-7182, 0054-11-4365-7182. Correo electrónico: <ggalafassi@unq.edu.ar>.

 

Recibido: 18 de marzo de 2011.
Aceptado: 31 de octubre de 2011.

 

Resumen

El objetivo de este trabajo es realizar un análisis crítico de los eventos y procesos sucedidos, así como de sus interpretaciones, durante la crisis argentina entre 2001 y 2003, en la cual participó un gran número de organizaciones y movimientos sociales y políticos. Los ejes relevantes son la vinculación entre conflicto-movimiento-cambio y la discusión en relación con los componentes del llamado "viejo paradigma" y el "nuevo paradigma" en el estudio de los movimientos sociales.

Palabras clave: conflicto social, movilización social, crisis política, teoría social.

 

Abstract

The aim of this paper is to undertake a critical analysis of the events and processes, as well as their interpretations, of the Argentinean crisis between 2001 and 2003, in which several organizations and social and political organizations took part. The main axes are the link between conflict-movement-change and the discussion of the components of the "old paradigm" and the "new paradigm" in the study of social movements.

Key words: social conflict, social mobilization, political crisis, social theory.

 

La serie de hechos sucedidos en la Argentina de inicios del milenio, que se sumaron a la renovada serie de procesos de conflicto, resistencia y movilización social en América Latina en las últimas décadas, ha servido de acicate para que desde muchos espacios intelectuales y académicos se comience a pensarlos en las categorías de "protesta", "acción colectiva" y "nuevos movimientos sociales", reemplazando de manera gradual y creciente la visión más tradicional, que implicaba considerarlos procesos de conflicto, cambio y movilización social, en donde la disputa y la lucha social por intereses e ideologías tenían una marcada predominancia que involucraba a su vez a la categoría "clase social" como eje clave del análisis.

Esta nueva mirada, derivada del individualismo metodológico, implica considerar a los participantes de los conflictos como sujetos colectivos particulares (movimientos sociales) que llevan adelante una acción colectiva con intereses compartidos (Tilly, 1990). Anthony Giddens lo plantea claramente en Sociología (1992: 678): "Un movimiento social puede definirse como un intento colectivo de promover un interés común, o de asegurar un objetivo compartido, mediante la acción colectiva en el exterior de la esfera de las instituciones establecidas". Lo nuevo y lo viejo ocupan un lugar destacado en estas teorías. Mientras los "viejos" movimientos sociales eran conformados por organizaciones institucionalizadas, centradas casi exclusivamente en los movimientos de la clase obrera y preocupados por cuestiones "materialistas", los nuevos movimientos, por oposición, poseen organizaciones más laxas y permeables (Touraine, 1999) con objetivos "post-materialistas" (Fernández Buey y Riechmann, 1995). Esto se relaciona estrechamente con la diferenciación entre un viejo y un nuevo paradigma político (Offe, 1996).

Para la escuela estadounidense, lo que explicaría la "acción colectiva" sería el interés individual por conseguir beneficios privados, lo que motiva la participación política en grandes grupos (Olson, 1965). Este fenómeno se conjuga con el "agravio" y la "privación relativa", en tanto percepciones individuales de desventaja o desmejoría frente al resto que harían reaccionar a los sujetos que estarían perdiendo en la competencia y, a partir de un análisis costo-beneficio, los llevaría a tomar parte en acciones colectivas de protesta (Tarrow, 1997). Surge, así, la teoría más ajustada de la "movilización de recursos". Aquí la preocupación ya no gira exclusivamente en torno al individuo egoísta, sino a la "organización" y cómo los individuos —sin dejar de ser básicamente egoístas— se agrupan en organizaciones sociales y gestionan los recursos necesarios (humanos, de conocimiento, económicos, etc.) para alcanzar los objetivos propuestos, partiendo siempre de la existencia de cierta insatisfacción individual (McCarty y Zald, 1977; McAdam, 1982; Craig Jenkins, 1994). Por último, en la escuela europea, además de esta preocupación por lo nuevo o lo viejo, preguntarse por la identidad es una cuestión fundamental. Un movimiento social implica para esta corriente un proceso de interacción entre individuos con el objetivo fundamental de encontrar un perfil identitario que les permita ubicarse en el juego de la diversidad social (Melucci, 1994).

Se debe destacar que América Latina, en general, ha venido recuperando en estas últimas décadas su histórico papel de oferente de recursos naturales (commodities-materias primas) para el mundo industrializado (Rulli, 2001; Caputo Leiva et al., 2001; Harvey, 2007), reapareciendo, en consonancia dialéctica, la también tradicional discusión en torno a la "liberación nacional" (y en parte, también, liberación social), categorías todas del viejo paradigma. Cada uno de estos fenómenos reaparece, obviamente, resignificado, de acuerdo con el tiempo y el lugar en que nos toca vivir, pero tanto el proceso de "transformación bolivariana" de Venezuela como la rebelión y toma del poder en Bolivia por parte de las clases sociales más postergadas y explotadas, lo mismo que el levantamiento del zapatismo chiapaneco, las revueltas en Oaxaca y el más antiguo proceso del Movimiento de los Sin Tierra (MST), en Brasil, guardan una serie de correlaciones históricas fuertes y evidentes que sólo pueden ser vistas si se presta atención al proceso de la totalidad dialéctica de la realidad latinoamericana, en tanto periferia subdesarrollada funcional al proceso histórico de globalización (Fernández Durán et al., 2001; Petras y Veltmeyer, 2004).

Mientras tanto, en la Argentina de finales de los años noventa, una infinidad de movimientos de (trabajadores) desocupados, más diversos movimientos agrarios (campesinos y trabajadores rurales) y organizaciones de obreros que habían recuperado productivamente sus fábricas, abandonadas por los empresarios, conformaban un conjunto muy diverso de formas de lucha y resistencia que ponía en duda no sólo el modelo económico aperturista y desindustrializador, sino también, y en correlación con lo primero, el modelo político de democracia representativa. El punto culminante llegó con la insurrección popular del 19 y el 20 de diciembre de 2001, donde aparecen, sumándose a todo lo anterior, las asambleas barriales, conformadas mayoritariamente por sectores de clase media urbana que hasta ese momento habían sido los principales defensores del modelo.

La crisis frente a la adopción del modelo neoliberal con convertibilidad1 muestra la complejidad de los fenómenos sociales y los procesos de dominación, resistencia, cambio y movilización social. Fue la disputa entre modelos político-económicos y la reacción de los sujetos más desfavorecidos, en tanto clases postergadas y explotadas, lo que caracterizó a la Argentina de los últimos años (Piva, 2005; Peralta Ramos, 2007).

En este sentido, es importante rescatar la noción de conflicto como aquella que remite a procesos dialécticos de enfrentamiento (sean latentes o explícitos) entre sectores sociales que construyen y reconstruyen su propia experiencia histórica, que surgen como consecuencia de las relaciones de antagonismo estructural presentes en la sociedad, las cuales se expresan a partir de la desigual distribución de los recursos materiales y simbólicos y del poder.2

 

EL "QUE SE VAYAN TODOS"

Esta consigna, utilizada en el levantamiento popular de diciembre de 2001, sorprendió a todos, tanto por su espontaneidad como por su súbita e inesperada aparición. Pero el "que se vayan todos" original se sustentaba primordialmente en la creencia de que era la "política" (por la acción de los políticos profesionales) la causante de todos o de la mayoría de los problemas de la Argentina. No obstante, un espíritu fuertemente crítico del modelo de democracia representativa dominado por profesionales de la política estuvo efectivamente presente en el levantamiento popular. Esto es lo que permitió, en los meses posteriores, la organización de las asambleas populares (que intentaron practicar una democracia directa) en Buenos Aires y otros centros urbanos y una acción más común con los sujetos sociales que desarrollaban una lucha contra el sistema desde antes (pero con diversas estrategias y objetivos), como los ya mencionados movimientos de trabajadores desocupados, los de obreros de empresas recuperadas y algunos movimientos de trabajadores y/o pequeños productores agrarios y campesinos. En este proceso de debate, reflexión y acción colectiva, la consigna "que se vayan todos" fue cualificándose y llenándose de un contenido más complejo, por lo cual pasó a significar incipientemente "que se vayan todos los mentores del modelo neoliberal, incluyendo al poder económico" (Galafassi, 2002). Por lo tanto, aquí se comenzó a ligar, aunque no sea más que parcialmente desde una visión crítica, la vigencia de la democracia representativa profesional con la existencia de una economía redistributiva bastante desigual.

Mientras que hasta finales del año 2001 una buena parte de la población no se interesaba por las políticas de gobierno, a partir del cacerolazo del 19 y 20 de diciembre se comenzó a discutir, por lo menos por algunos meses, en forma más intensa el modelo de país deseado (Naishtat, 1999; Bavastro y Szusterman, 2003). Las ya mencionadas nuevas formas de organización social y política que se gestaron en los distintos barrios del área metropolitana de Buenos Aires y en algunas otras ciudades del país a partir de las "asambleas populares (o barriales)" tuvieron un protagonismo exiguo, pero fuerte, durante algunos meses (Vezzetti, 2002). En estas asambleas populares se habían comenzado a debatir principalmente los problemas locales referentes al trabajo, la salud y la infraestructura urbana del barrio, pero se discutió también la situación económica y política general del país (Bielsa et al., 2002). Fue un fenómeno relativamente heterogéneo que casi no pasó del periodo de formación, pues en el transcurso del año 2002 estas asambleas fueron perdiendo fuerza en distintas formas. En algunos casos fueron "cooptadas" por los partidos de la izquierda más dogmática, lo que terminó por disolverlas y quitarles cualquier posibilidad de realizar algún ejercicio de democracia participativa, como parecía que había comenzado a darse (Ouviña, 2002; Marco et al., 2003). Un par de años después, sólo se mantenían algunas de ellas, pero con un número menor de participantes, fundamentalmente aquellos ciudadanos con un mayor nivel de compromiso con la realidad social y política, ya que el resto de la población volvió a su habitual "exilio interno", característico de todo el periodo de vigencia de la cultura neoliberal. Como ya se dijo, estas asambleas estuvieron conformadas en su mayoría por sectores de la "clase media urbana", quienes, paradójicamente, y luego de que pasó la efervescencia, le dieron mayoritariamente su voto al candidato conservador a jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien arañó el poder en las elecciones realizadas durante 2003 y finalmente lo alcanzó en el 2007 (Abal Medina, 2007; Alessandro, 2008). El vacío político de varias décadas y la "limpieza" efectuada por la dictadura ayudan a explicar este fenómeno aparentemente contradictorio.

Mientras la protesta de los sectores de las clases medias se fue diluyendo en intensidad a medida que avanzaba el año 2002, las organizaciones más ligadas a las clases populares —basadas fundamentalmente en los diversos movimientos de desocupados— no sólo continuaron su lucha, sino que profundizaron sus reivindicaciones, logrando, a principios de 2002 (cuando las asambleas todavía mantenían su fuerza), adhesiones y comprensión en el resto de la sociedad, lo que luego se fue revirtiendo hacia finales del mismo año y durante 2003, en consonancia con la dilución de la protesta y la "huida al mundo privado" de las clases medias (Cfr. Barbetta y Bidaseca, 2006; Gordillo, 2010). El proceso de reflujo de las clases medias a su posición histórica de apoyo al modelo se completa hacia el año 2003, con el creciente rechazo hacia toda forma de protesta popular, y especialmente hacia los piquetes o cortes de ruta de los movimientos de desocupados, por considerarlos "molestos" al ritmo de vida cotidiano (en el lockout de la burguesía agraria de 2008 se vio el efecto contrario, ya que las clases medias urbanas apoyaron masivamente los cortes de ruta y la política de desabastecimiento llevadas adelante por los primeros durante más de 100 días). El consenso hacia la criminalización de la protesta y la campaña por la seguridad forman parte del mismo fenómeno de fuerte quiebre y enfrentamiento entre los sectores sociales de la argentina posdictadura.

Por su parte, los movimientos de trabajadores desocupados, o "pique- teros", se fueron diversificando a lo largo de esos años, tanto en tipos de organización como en proyectos políticos. Hasta la asunción del presidente peronista Néstor Kirchner (a finales del año 2003), todas las organizaciones de trabajadores desocupados compartían la idea de que no es suficiente con protestar y resistir a la crisis a través del corte de rutas y la toma de edificios públicos, de negociar con los funcionarios en turno, de pedir ante los hipermercados o mantener comedores barriales y abrir centros de salud comunitarios. La salida a la crisis social era vista en términos políticos, pero no hubo sólo un proyecto político piquetero, sino varios, desde aquellos que seguían lógicas de construcción partidaria con mayor o menor acercamiento a los distintos partidos de izquierda y centro izquierda, o agrupaciones sindicales más o menos combativas, hasta aquellos otros que decían apuntar a fortalecer el movimiento social construyendo nuevos lazos de poder y solidaridad en una especie de "sociedad paralela". Luego, la política seguida por el presidente Kirchner agudizó muchas de las contradicciones entre los diferentes movimientos de desocupados, conformándose claramente dos tendencias: los que comenzaron a apoyar (hasta hoy) al gobierno (FTV, Barrios de Pie, Movimiento Evita, etc.) y los que (mayoritarios en número, pero fuertemente reducidos en integrantes) mantuvieron una postura de oposición, aunque con numerosas diferencias en torno a los métodos de lucha y la forma de caracterizar la situación, como Polo Obrero, Movimiento sin Trabajo, Corriente Clasista y Combativa, Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, etc. (Cfr. Oviedo, 2001; Schneider Mansilla y Conti, 2003).

Los primeros anhelaban la conformación de un gobierno de unidad popular, de tinte populista y reformista, con los piqueteros en el gobierno como parte de una coalición mayor (en cuyo imaginario incluían a la Central de Trabajadores Argentinos, el Frente Nacional de Lucha contra la Pobreza, las Pymes, los estudiantes de la Federación Universitaria Argentina, la Federación Agraria y las organizaciones de derechos humanos), que la gestión de Kirchner satisfizo en parte, por lo menos en lo discursivo (Bressano et al., 2004).

En el polo opositor se dieron primordialmente dos alternativas. Una constituida por diversas (y cada vez más fragmentadas) agrupaciones de desocupados que mantuvieron su autonomía e independencia (Coordinadora Aníbal Verón, de la cual surgirían luego el Frente Darío Santillán, y otras) y coincidían, en términos generales, en que la cuestión no pasaba por llegar al poder, que en su opinión está copado por los valores de un sistema que ya no tiene respuestas para la sociedad.3 La propuesta era trabajar para cambiar radicalmente el sistema, y decían estar haciéndolo "ya mismo y desde abajo". La propuesta de estos grupos era construir a partir de la experiencia concreta de transformación (en términos de contrapoder, poder popular, etc.), reconstruyendo lazos sociales y desarrollando relaciones sociales alternativas a las dominantes. Paradójicamente, cuando el fenómeno piquetero comenzó su declive por la reducción de la tasa de desocupados y la eliminación paulatina de los planes sociales que les daban sustento económico a las organizaciones, este sector se volcó hacia el desarrollo de una "organización política", dejando de identificarse ya como un movimiento social de desocupados (Wilkis y Montes Cató, 2004). Éste es un claro ejemplo de la complejidad que asumen los procesos de movilización social en el sentido de no poder establecer límites nítidos a sus sujetos, como parecerían hacerlo ciertas posturas contemporáneas que diferencian movimiento social —laxo y de base cultural— de organización política —más estructurada y sistematizada— (Cfr. Offe, 1996; Touraine, 1999). Es importante mencionar también que ni la Coordinadora Aníbal Verón ni ninguna otra organización de desocupados se caracterizó por la espontaneidad o por la laxitud organizacional. Todo lo contrario, la planificación con base en un proyecto definido en términos políticos muy claros fue el norte de todos los movimientos. Y a la supuesta horizontalidad formal de la organización se le enfrentaba una férrea jerarquía de poder informal, eso sí, nunca explicitada.

La otra alternativa incluía a las organizaciones piqueteras ligadas a los partidos de izquierda, es decir, aquellos que se definían como marxistas. Éstos creían mayoritariamente que la Argentina había entrado, luego de los sucesos del 19 y 20 de diciembre, en un proceso revolucionario e intentaron, por lo tanto, ganar la calle para sumar el mayor número posible de militantes a su estrategia política.4 La lucha contra la opresión y la exclusión era concebida como claramente insuficiente si se planteaba sólo como una recuperación de los derechos ciudadanos, por lo cual bregaban por un horizonte de transformación radical de las relaciones capitalistas de producción (Schneider Mansilla y Conti, 2003). Así, el principal objetivo fue sumar una rama de trabajadores desocupados a su fuerza política, integrada fundamentalmente por sectores obreros y estudiantiles, y en parte por intelectuales, con la finalidad de hacer crecer su organización política, aportando nuevos militantes y dirigentes a estos partidos marxistas. En algunos casos se generaron también procesos de diferenciación interna o separación en fracciones autónomas más pequeñas que se diluyeron en los años posteriores o iniciaron un camino de confluencia hacia el desarrollo de organizaciones políticas. En cualquiera de estos casos, tenemos aquí otros ejemplos de la difícil separación entre movimiento social y organización política.

Al igual que el resto de los piqueteros, fueron perdiendo fuerza hasta casi desaparecer, a medida que ciertas variables económicas mejoraban relativamente con el gobierno de los Kirchner.

Hacia 2001 también iba ganando importancia, a partir de la gestión obrera, el proceso de recuperación de las empresas en quiebra o abandonadas por sus propietarios. Aquí es donde se hace evidente que las tesis en las que se reemplazan las organizaciones del viejo paradigma por las del nuevo también presentan varias dificultades a la hora de interpretar la realidad de los procesos de conflicto en Argentina. Según estas tesis, la clase obrera, en tanto sujeto clave en los conflictos, habría dado paso a nuevas formas de sujetos colectivos. Por el contrario, en plena efervescencia de la crisis argentina de los últimos años, y de los así llamados "nuevos movimientos sociales", los trabajadores ocuparon también una posición clave en la trama de los complejos de movilización y conflicto (Rodríguez, 2003; Galera et al., 2004). A pesar de las diferencias puntuales, la historia reciente de estas empresas que terminaron bajo el control de los trabajadores muestra que todas transitaron por caminos similares: "retraso salarial, abandono patronal de la empresa, pasividad de la burocracia sindical, ocupación de la firma como última opción para conservar los puestos de trabajo" (Gaggero, 2002). Se calculó en alrededor de doscientas las fábricas que estaban bajo el control de los trabajadores en todo el país, y marchaban hacia la constitución de un movimiento articulado de lucha y reivindicación sobre bases relativamente alternativas al capitalismo y a la democracia representativa, por lo menos en algunas de ellas, como, por ejemplo, la textil Brukman y la fábrica de cerámicas Zanón. Es importante destacar que el proceso que dio origen a la recuperación de las fábricas por parte de los trabajadores ha ido transitando de situaciones puramente defensivas, al principio, a proyectos de construcción colectiva. De una fuerte resignación ante los procesos de creciente precarización de la relación salarial avanzaron hacia la emergencia de procesos autogestivos de recuperación y mantenimiento de los puestos de trabajo. En algunos de los casos (como los ya mencionados de Zanón y Brukman, esta última en sus inicios) se ha puesto en práctica una organización alternativa a la del trabajo de base capitalista con un importante basamento teórico-ideológico de tinte socialista (Aiziczon, 2009). La confrontación abierta entre los trabajadores y la patronal fue un componente importante en la mayoría de los casos debido a que el proceso se originó mayoritariamente en una reacción defensiva de los primeros ante la posibilidad de la pérdida del trabajo en un contexto signado por altos niveles de desocupación. Una fuerte degradación general de las empresas fue el punto de partida. El contexto, de crisis económica, dificultaba tanto la continuidad como la viabilidad de muchas de las pequeñas y medianas empresas, existiendo al mismo tiempo procesos de vaciamiento, o lockout patronal, a través de los cuales los empresarios buscaban maximizar los beneficios del capital diversificándolo en inversiones financieras. El conjunto de las empresas recuperadas fue asociándose y nucleándose con criterios diferentes, aunque en un primer momento existieron encuentros de casi todo el espectro que ayudó a la constitución del movimiento social (Fernández Álvarez, 2004). Se editaba un periódico y se realizaban asambleas donde se debatían fundamentalmente dos opciones para la gestión de las fábricas. Por un lado estaban los que planteaban continuar la gestión obrera con la formación de cooperativas, con una organización relativamente horizontal e igualitaria (a diferencia de la mayoría de las cooperativas históricamente existentes en el país), y por otro lado los que, en minoría, proponían la estatización pero bajo control obrero. Mientras la primera opción tenía una mayor aceptación entre los funcionarios nacionales y municipales, la segunda era apoyada fundamentalmente por los partidos de izquierda y los sindicatos combativos (Fajn, 2003).

De esta última, los casos paradigmáticos fueron la empresa textil Brukman de la ciudad de Buenos Aires en su primer momento y la fábrica de cerámicas Zanón, ubicada en la ciudad de Neuquén (Patagonia). En el primer caso, durante el 2003 la justicia dictaminó la expulsión de todos los trabajadores y la devolución del predio a la patronal, y luego terminó haciéndose cargo de la empresa el sector moderado en asociación con el Estado, lo que redundó en el abandono total de la idea de estatización bajo control obrero y de sus principios ideológico-político iniciales. En el segundo caso el proceso continúa y la relación con el sindicato regional (en abierta oposición al nacional, que no apoya el proceso) y los movimientos de desocupados y asamblearios de la zona (conformando la cooperativa del Alto Valle) fue una de las claves de la permanencia de la gestión obrera (Sznol, 2007). Muchas de las primeras no lograron su continuidad en el tiempo y otras que lograron perdurar se concentraron en la supervivencia, haciendo a un lado toda reivindicación política que fuera más allá de la propia subsistencia en términos de fuente de trabajo. Cualquiera que sea el caso, es más que evidente que los ejes que atravesaron este proceso de un sector de la clase obrera ocupada están lejos de ser simples demandas inspiradas sólo en la identidad o la gestión de los recursos disponibles, sino que son más bien la reedición de situaciones tan viejas como la propia clase obrera, en el sentido de la toma de los puestos de trabajo y la conformación de cooperativas de trabajadores. En los espacios rurales, la protesta y la organización de diversos movimientos agrarios (por fuera de las típicas asociaciones empresariales del campo) también adquirieron cierta importancia durante los últimos años, aunque no hayan estado tan presentes en los medios, por lo que el fenómeno tuvo escasa visibilidad. El mundo agrario argentino es sumamente heterogéneo, y la combinación "terrateniente ganadero-agricultor familiar capitalizado (tipo farmer)" domina buena parte de las regiones del país (sectores que conformaron el frente unido de las protestas de abril, mayo y junio de 2008). No obstante, existen zonas en donde la presencia de pequeños productores familiares y del campesinado criollo y/o indígena tiene cierta relevancia, ya sea en el norte o en el sur del país. Tanto los agricultores familiares como los distintos tipos de productores campesinos han tomado parte en los movimientos de protesta junto a otros sujetos, como los trabajadores rurales, los contratistas sin tierra, etc. Los problemas económicos derivados de la producción en un contexto de crisis, además de la cuestión de la tenencia de la tierra o de la propia supervivencia como población rural, fueron los ejes predominantes de las acciones colectivas, en contraste con un proceso de concentración económica que alcanzó su máxima expresión en el mundo rural durante esta etapa neoliberal (Teubal y Rodríguez, 2001). Pero fueron las consecuencias de un definido modelo económico-político lo que desencadenó los conflictos, llegando a enfrentamientos cruciales en ciertos casos debido a que se oponían modelos de organización de la sociedad bien diferentes, en donde la "vieja" contradicción propiedad privada-propiedad comunal estuvo presente de manera muy fuerte y el enfrentamiento de los excluidos y explotados contra el capital concentrado también marcó el proceso de los conflictos (Roze, 2005). También se gestaron conflictos que involucraron a algunos estratos medios de la burguesía agraria a partir de un movimiento de productores familiares capitalizados, que conformaron el Movimiento de Mujeres Agropecuarias en Lucha (Giarraca y Teubal, 2001). Este movimiento surgió por la acción espontánea de un sector de chacareros (farmers) de una región vecina a la rica región pampeana que al no poder soportar más un fuerte proceso de incremento de sus deudas bancarias, que ponía en peligro la tenencia misma de sus propiedades (tierra y maquinarias), comenzó a llevar a cabo acciones para impedir los remates judiciales, organizándose primero a nivel local y luego a nivel nacional, conformando así un renovado esfuerzo por terciar en la puja histórica contra los grandes productores del campo, que tuvo al Grito de Alcorta5 como su bautismo de fuego. En relación con los conflictos que involucraron específicamente a los sectores campesinos ya mencionados, una gama diversa tanto de episodios como de organizaciones fue apareciendo a lo largo de todas las regiones llamadas extrapampeanas, en donde el eje prioritario fue la lucha por la tierra y, más precisamente, la resistencia contra múltiples procesos de expulsión. El Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase), por ejemplo, agrupa a pobladores y campesinos del noreste argentino con una tenencia más que precaria de la tierra y un nivel de subsistencia caracterizado por altos niveles de pobreza (Dios, 2004). Su forma de organización, sus planteamientos y reivindicaciones juntan la lucha por la tierra con demandas ecologistas, adoptando una forma de organización que los acerca en parte, y relativamente, a los movimientos autonomistas, por lo que mantienen estrechos contactos con algunos de estos grupos urbanos, como el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano (provincia de Buenos Aires), en su momento, o con el actual Frente Popular Darío Santillán. Las diferencias políticas internas hicieron aparecer varias fracciones del Mocase que conviven hasta la actualidad. Otro ejemplo está dado por el Movimiento Campesino de Formosa (Mocafor) y la Unión de Campesinos Poriajhu del Chaco, que continúan de alguna manera la lucha iniciada en los años setenta por algunos sectores de las Ligas Agrarias del Nordeste, debido a que persisten muchas de las problemáticas, como la cuestión de la tierra y la imposibilidad de sobrevivencia de los campesinos ante el embate de los monopolios comercializadores y los grandes productores (Roze y Pratesi, 2005; Roze, 2010). La Red Puna, del noroeste argentino, la Asociación de Criadores de Cabras del Neuquén, el Consejo Asesor Indígena de Río Negro o la Organización de Comunidades Mapuche-Tehuelche de Chubu t son algunos ejemplos de la organización de los grupos de campesinos más pobres, en donde la presencia de los grupos indígenas no sólo es importante, sino fundamental. El objetivo de estos movimientos es, primordialmente, pelear para lograr un mínimo nivel de subsistencia, estando también presente el reclamo de identidad y de tierras en aquellos casos en donde el componente indígena es más fuerte y en donde la confrontación entre la cultura occidental y la cultura de los pueblos originarios se hace evidente de manera muy fuerte (Domínguez, 2005). Así, puede verse que la problemática en las áreas rurales es altamente compleja, con una importante diversidad de situaciones, demandas, sujetos y formas de organización que se entrecruzan de distintas maneras, siendo, en todos los casos, reacciones frente al contexto de crisis y fuerte desigualdad creado por esta etapa neoliberal del capitalismo, con los aspectos estructurales como los desencadenantes de los conflictos.

 

DE LA PROTESTA COMO ACTO FENOMÉNICO AL PROCESO DIALÉCTICO DE LA MOVILIZACIÓN Y LOS CONFLICTOS SOCIALES

A partir de lo ya expuesto, puede visualizarse una secuencia en donde los procesos de conflicto aparecen enrolados en evidentes entramados sociopolíticos, y en donde, además del problema puntual que puede suscitar una protesta específica, aparece siempre una disputa en torno a intereses que diferencian a los sectores sociales involucrados y a los modelos de sociedad basados en la contradicción estructural existente entre diferentes sujetos colectivos, en los que, además, el Estado es interpretado e interpelado muchas veces como el representante de alguno de estos intereses en disputa y en muchas otras como el posible árbitro que puede terciar en el conflicto y poner fin a las injusticias denunciadas. Al mismo tiempo, en muchos de estos procesos de conflicto ha aparecido, de manera más evidente o más latente, la discusión respecto a alguna alternativa de cambio social (más o menos radicalizado). Estos factores complejos, relacionados con lo estructural, aunque también con lo ideológico, son difíciles de entender en toda su profundidad por las teorías derivadas del individualismo metodológico, que tienden a naturalizar el principio individualista y mercantil de la sociedad y el fenoménico del "acontecimiento", dejando en un papel complementario las determinaciones socio-históricas y espaciales.

Por el contrario, una mirada desde la lógica de la totalidad concreta (Kosik, 1967) nos lleva a plantear el problema de los conflictos, en tanto carácter dialéctico de la organización social, junto a la problemática del cambio social como eje estructurante. Ver más allá de la apariencia implica reconocer las contradicciones latentes que habilitan y determinan la existencia del deseo, en individuos y grupos sociales, por cambiar o transformar a la sociedad para que vaya más allá de reacciones puntuales a agravios puntuales (ya sean de desajuste social o identidad). Por esto es fundamental combinar las diversas de motivaciones que llevan a los individuos a congregarse en movimientos sociales. Las reacciones contra agravios puntuales6 podrán tener una relativa presencia en algunos casos, pero también ser insuficientes para explicar, en muchos otros, las reiteradas formas de movilización social con perspectivas diversas, y muchas de ellas con algún grado de estrategia antisistémica. La ambición de cambio en los grupos sociales puede rastrearse a lo largo de toda la historia, y constituye, sin lugar a duda, un pilar fundamental de los principios modernos sobre los cuales se rigen todas las sociedades contemporáneas alcanzadas por el desarrollo urbano-industrial-capitalista. La presencia de los agravios y los grupos, y de las condiciones que permiten la organización de los recursos, generan ambientes favorables para la movilización social; pero, por ejemplo, sin la presencia de una premisa de cambio social, que remite necesariamente a la totalidad (es decir, a la necesidad de sustituir determinadas condiciones de desigualdad y explotación por otras más igualitarias, o viceversa), difícilmente se hubieran generado tanto los movimientos obreros de principios del siglo XX en la Argentina como los actuales movimientos campesinos en toda América Latina; o los movimientos de trabajadores desocupados, que lentamente fueron confluyendo con el movimiento de trabajadores ocupados; o las asambleas populares, o los diversos movimientos ambientalistas, o los movimientos en defensa de los recursos, que partiendo de posiciones netamente puntuales (agravios) confluyen en una crítica general al sistema de saqueo. Las importantes movilizaciones de la clase media urbana que acompañaron el lockout agrario también representaron una reacción frente a un cambio social, reivindicando la etapa de la historia reciente (años noventa), en la que se considera al Estado como el culpable de todos los males.

Ubicar la acción de los movimientos sociales dentro de un vastísimo espectro de acciones colectivas provoca también cierta inespecificidad a la hora de analizar los conflictos sociales (Cfr. Elster, 1985). Tener que identificar una acción como colectiva parte, necesariamente, de la premisa de diferenciarla de una acción no colectiva, es decir, individual, asumiendo que el hombre es un ser individualista, por lo cual es necesario diferenciar una acción que es algo más que un acto individual. Pero, además, la acción colectiva de ninguna manera es sinónimo de conflicto o cambio, sino sencillamente de agregación de sujetos. Que una acción colectiva remita básicamente a actos en los cuales deben intervenir dos o más individuos la convierte en una categoría laxa, restándole eficacia a la hora de comprender el proceso de movilización social en su complejidad dialéctica. A esto hay que agregarle una fuerte tendencia a identificar primordialmente un movimiento social con la satisfacción de expectativas, en tanto relación del sujeto con su mundo externo, a través de la búsqueda de una identidad que el actor lograría encontrar gracias a la interacción y negociación colectiva. Lo colectivo funcionaría, entonces, como un sostén de lo individual y sería por desajustes en lo individual que lo colectivo se hace necesario. Si partimos, en cambio, de concebir al ser humano como un ser social, la categoría de acción colectiva relativizará una buena parte de su poder de explicación, debido a que el ser humano será considerado dialécticamente tanto en su faz individual como en su faz colectiva, lo que implicaría que las acciones colectivas serían parte del transcurrir cotidiano de los seres humanos en lugar de adoptar un cierto carácter especial vinculado a la protesta. Es así que el ser humano no podría ser entendido en ninguna o casi ninguna de sus actividades y expresiones si no es considerado, dialécticamente, como un ser individual y colectivo a la vez, rescatando así tanto la noción de movimiento social como la de clase (Calderón y Jelín, 1987).

Otro elemento que es necesario destacar es la pregunta que subyace a muchas de las interpretaciones actuales sobre los movimientos sociales: ¿por qué y cómo aparecen los movimientos sociales? La respuesta gira siempre, en buena medida, en torno a las "cuestiones organizacionales", el "entorno de oportunidades" o la "construcción de identidad". Pero lo importante aquí no es tanto qué tipo de respuesta se da, sino la preocupación que presupone el tipo de pregunta. Interesarse en el "por qué" y el "cómo" implica, de alguna manera, partir de un escenario en donde la calma y las relaciones armónicas entre los sujetos (sin protestas ni movilización) es la regla. De esta manera, y repetidamente, los procesos de conflicto y contradicción social serían hechos relativamente novedosos que ameritarían ser estudiados en su origen. Así, toda protesta o movimiento social implicarían algún grado de tensión y conflicto que rompería con el equilibrio en la sociedad, y esto hay que explicarlo. El movimiento social es una fuerza disruptiva, en cierta medida anormal (aunque no tanto como para considerarlo un caso anómico, como se le veía originalmente desde el collective behaviour), por lo cual es muy importante descubrir el origen y los motivos que lo hacen aparecer. Así, las explicaciones van de la irracionalidad de los sujetos del collective behaviour (Blumer, 1951: 198), de los efectos provocados por el desarrollo desigual de los subsistemas (Parsons, 1954: 132), de los procesos de privación relativa individual (relative deprivation), o de elección racional, a la disponibilidad de recursos organizativos y la existencia de oportunidades políticas. Los marcos teóricos europeos, en cambio, desde la lógica de la "acción subjetiva", consideran más normales las disputas y los conflictos, siempre en el marco de un juego natural de intereses individuales, en un contexto social esencialmente estable. Lo que sí varía son las individualidades y las relaciones interindividuales (estabilidad por lo menos en términos de no someterse a grandes cambios, aquellos entendidos como cambios sistémicos). Si partiéramos de la suposición de que el proceso histórico se construye a partir de conflictos, antagonismos y relaciones contradictorias entre sujetos, clases o subclases, es decir, de procesos de movilización y cambio social (o freno a los cambios), y tuviéramos al mismo tiempo una mirada dialéctica, la pregunta acerca de por qué surgen los movimientos sociales no sería tan importante porque la historia misma es la historia dialéctica de la movilización y los conflictos sociales. No resulta nada difícil interpretar la historia argentina, en tanto historia de conflictos y procesos de movilización, desde los conflictos entre unitarios y federales en el siglo XIX, los conflictos obreros de fuerte raíz anarquista de principios del siglo XX y toda la serie de conflictos surgidos a la luz de la experiencia peronista, sumados a las prácticas guerrilleras y clasistas de los años setenta, hasta los diversos conflictos y procesos de movilización de la actualidad. Lo que importa son los sujetos específicos, el tipo de demandas y proyectos, y las direcciones, caminos y alcances del cambio social que intentan imprimir con los movimientos sociales, y la capacidad, las estrategias, el grado y la voluntad para transformar efectivamente las reglas dominantes del juego (ya sean demandas puntuales y de alcances mínimos que sólo afectarían las condiciones de vida de una porción de la población o peticiones y objetivos más generales basados en propuestas de transformación más radical). Así, cada uno de los casos mencionados como ejemplo se articulan sobre una rica diversidad dialéctica de estas dimensiones, conformando procesos particulares en tiempo y espacio sobre una matriz común que sigue los patrones básicos de la historia argentina como país de la periferia.

La cuestión ideológico-política es también un elemento importante a considerar. Si bien en las últimas décadas han aparecido movimientos sociales y protestas puntuales que parecieran tener debilitado su componente ideológico-político —si lo comparamos con los grandes movimientos clasistas que hasta los años sesenta dieron origen a grandes procesos de movilización y conflicto, llegando en varios casos a generar procesos revolucionarios—, desatender este componente impediría entender a profundidad los procesos de conflicto y la diferencia entre ellos, ya sea por la mayor o menor presencia de este componente ideológico-político o por sus diferentes variantes cuando su presencia notable. Es fundamental rescatar, entonces, este aspecto, ya que varios autores, formadores de corrientes teóricas contemporáneas, han negado explícitamente su importancia. Por ejemplo, Offe (1996), que sitúa incluso a los movimientos sociales contemporáneos dentro de un nuevo paradigma político, afirma la desaparición de la esfera ideológica al caracterizar que "es también típica la falta de un armazón coherente de principios ideológicos y de interpretaciones del mundo de la que poder derivar la imagen de una estructura deseable de la sociedad y deducir los pasos a dar para su transformación". Que algunos de los movimientos sociales contemporáneos no tengan un armazón ideológico estructural al estilo de los grandes planteamientos políticos del siglo XX (y esto es más evidente para el caso europeo, dado que los grandes movimientos latinoamericanos siguen basando sus acciones en un fuerte sostén político-ideológico, como ya intentamos demostrar para el caso específico de la Argentina contemporánea) no quiere decir que no tengan una teoría. Vale tomar los ejemplos que Offe menciona para advertir fácilmente la parcialidad y debilidad de este planteamiento. Los ecologistas, por ejemplo, vienen construyendo hace ya varias décadas una teoría político-ideológica (incluso científica) alternativa para sustentar su estrategia de cambio social; lo mismo sucede en el movimiento feminista, en los movimientos por los derechos humanos y en el de los pacifistas (Wallerstein, 2003; Piqueras, 2002). Negar que todos estos movimientos cuentan con "un armazón coherente de principios ideológicos y de interpretaciones del mundo" impide la comprensión profunda de los procesos contemporáneos de movilización social. Esto no significa que no aparezcan a diario protestas localizadas y puntuales con demandas pragmáticas debidas a hechos más que acotados (como, por ejemplo, las manifestaciones ante las comisarías pidiendo que se aplique la justicia por hechos delictivos concretos en la Argentina de los últimos años). Frente a estos casos, tener en cuenta el componente ideológico-politico ayudaría justamente a diferenciar los modelos de protesta y movilización social, comprendiendo que no todos obedecen a los principios del "nuevo paradigma".

Fue precisamente la discusión sobre un modelo político-económico que comenzaba a entrar en crisis, y que había dejado a millones de personas fuera (de un ingreso básico a algunos y de tasas de rentabilidad aceptables a otros), lo que desencadenó las rebeliones y revueltas de diciembre de 2001, que se extendieron hasta 2002 (Galafassi, 2002; Iñigo Carrera y Cottarello, 2004). Pero fue desde algunos años antes, fundamentalmente a partir de diversas protestas en las regiones afectadas de manera directa por las políticas de desmantelamiento de un inconcluso régimen de industrialización y desarrollo regional, que se comenzó a gestar la resistencia social y la lucha por los ingresos bási- cos, a las que se sumó una reflexión crítica que buscaba revalorizar las nociones comunitarias de democracia (entendiendo por democracia no sólo los aspectos formales de la elección de cargos), en concordancia con una democracia más participativa o inclusiva, en sentido integral.7 Y es que las diversas protestas de trabajadores desocupados surgidas en las regiones primeramente afectadas por la política de privatizaciones, particularmente la de la empresa estatal de hidrocarburos YPF (Favaro et al., 1997; Barbetta y Lapegna, 2001; Pasquini y Remis, 2002; Crivelli, 2004), tenían un carácter dialéctico de espontaneidad y organización, interactuando y retroalimentándose entre sí.

La continuidad y maduración de los conflictos permitió, en los meses posteriores a la rebelión popular de diciembre de 2001, que el debate neoliberalismo-capitalismo-democracia tuviera una fuerte presencia en todas las organizaciones políticas y sociales, tomando cuerpo también en los medios de comunicación. Este incipiente proceso de discusión fue posible gracias a una compleja correlación entre la imposición de un modelo económico-social excluyente, que descuidaba el mercado interno (y la correlativa construcción de un entramado social que esto implica), y la emergencia de una serie, numerosa y diversa, de organizaciones populares y movimientos sociales, tanto en el ámbito urbano como en el rural, en resistencia y reacción al modelo. La crisis política de esta etapa democrática surgida en 1983, más la profunda crisis del modelo económico de corte aperturista, desindustrializador y neoliberal, motivó en los años noventa que los diferentes grupos sociales que iban siendo excluidos de la sociedad comenzaran a organizarse para retomar un proceso de luchas y protestas (Gómez, 2002; Iñigo Carrera, 2003; Recalde, 2003) que había sido anulado con la fuerte represión (30 000 desaparecidos) de la dictadura militar iniciada en 1976 y la clara derrota de todos los movimientos insurgentes de los años setenta, cuando la revolución parecía estar, para muchos, al alcance de la mano. Pero si bien estos movimientos de protesta tenían un carácter renovador —aunque no por esto estuvieran en las antípodas de aquellos de décadas anteriores—, fueron las grandes masas de desocupados (trabajadores al fin) las que iniciaron todo este proceso, en el que también predominaron. La renovada sociedad argentina que producía pobreza y desocupación, en un extremo, y alta concentración económica, en el otro, gestaba renovadas organizaciones sociales con renovadas prácticas políticas de protesta, pero lastradas por las viejas prácticas de explotación económica y exclusión política. Y es que la dinámica propia del proceso histórico imprime formas cambiantes en las luchas y los conflictos, sin que esto signifique una apertura indisoluble de aguas.

Por último, podemos observar que el componente ideológico-político "clásico" tuvo una importancia relativa, así como determinantes de tipo estructural. Los "desocupados", por ejemplo, cuando son caracterizados sólo como tales, quedan en un lugar de cierta falencia conceptual debido a que ellos mismos —en tanto sujetos individuales situados en la condición de "sin trabajo", pero además en tanto sujetos colectivos integrados a un movimiento social— rápidamente se autocalifican como "trabajadores" desocupados, atando claramente su suerte a la de la clase obrera ocupada e identificándose como integrantes del mismo colectivo social. Incluso los partidos de izquierda, que sólo atendían la situación de la clase trabajadora (aferrándose a su dogma clásico de que sólo la clase obrera es la clase revolucionaria), incorporaron rápidamente a los desocupados a sus filas al reconocer su condición de "trabajadores" desocupados. En las fábricas recuperadas ocurría otro tanto, en este caso mucho más visible, pues eran sostenidas precisamente por trabajadores que nunca dejaron de identificarse como tales. Asimismo, una buena parte de las asambleas barriales tejieron rápidamente mecanismos de colaboración tanto con los trabajadores desocupados como con los de las fábricas recuperadas. Vale, por último, rescatar un conflicto importante: el de los trabajadores de subterráneos, que tuvo como consecuencia la conformación del Movimiento Intersindical Clasista, reivindicando, precisamente, el clasismo de los años setenta. Recordemos que, según las teorizaciones sobre los "nuevos movimientos sociales", la clase obrera (junto a la mirada clasista) es el sujeto primordial del viejo paradigma, y por lo tanto un sujeto del pasado. Pero en casi todos estos casos argentinos se conjugó un relativo bajo grado de diferenciación horizontal y vertical (nuevo paradigma, según las teorías de la acción colectiva) con reivindicaciones del "viejo paradigma", como, por ejemplo, las del progreso material, el crecimiento y la distribución de la riqueza, y fundamentalmente con la presencia de los obreros como clase.

 

CONFLICTO, MOVILIZACIÓN Y COMPLEJIDAD: ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

Las categorías conflicto y proceso de movilización social asumen toda su relevancia al aludir a dinámicas complejas de relaciones-contradicciones sociales, en donde las cuestiones relativas a la organización, las oportunidades políticas, los agravios y la acción colectiva tendrán un entramado para articularse. Así, los movimientos sociales serán algunos de los sujetos, probablemente los principales, que participarán en los procesos de conflicto y movilización social, y seguramente en cada caso asumirán características y relaciones particulares con las que algunos se asemejarán más a los postulados del "viejo paradigma" y otros a los del "nuevo", de acuerdo con la combinación específica de los componentes de la totalidad concreta de ese espacio-tiempo. Igualmente, las determinaciones últimas, económicas, políticas, culturales y de clase, que definen la modernidad que estamos viviendo (con sus matices de acuerdo con las épocas), atravesarán siempre la problemática del conflicto y será tarea del investigador descubrir con la mayor precisión posible el grado y tipo particular de incidencia en cada caso de conflicto.

Es así que los movimientos sociales siguen participando, en el proceso dialéctico del desarrollo capitalista de las últimas décadas, del núcleo fundamental de los postulados básicos que definieron las protestas, los conflictos y las movilizaciones en la primera mitad del siglo XX (proceso más claramente visible en América Latina), en el sentido de que se les debe definir claramente como movimientos modernos, con reclamos modernos (por tierra, trabajo, salarios, precios, democracia, etc.), relativizando de esta manera las interpretaciones que definen desde el individualismo metodológico a los "nuevos" movimientos sociales, rompiendo la continuidad con los históricos reclamos de los sectores subalternos. Su condición de diferentes y diversos no implica a los "nuevos" como categoría absoluta, en contraposición con los "viejos". Son "nuevos" en tanto categoría relativa, en tanto la modernidad produce, por su propia dinámica, manifestaciones renovadas de sus propias contradicciones (Berman, 1988).

Se ha buscado aquí, entonces, una mirada que ubique a los movimientos sociales como formas diversas de organización de conjuntos sociales con una identidad propia (estamentos, grupos, clases, fracciones de clase o incluso alianzas de clase), inmersos en relaciones sociales de antagonismo sociopolítico y cultural que por su misma configuración apuntan hacia algún tipo de lucha antistatu quo —o de regreso a un statu quo que se cree perdido (ya sea con reivindicaciones claramente liberales promercado, como el proceso de protesta de la burguesía agraria de los últimos años, o hacia posiciones antineoliberales o incluso anticapitalistas, como buena parte de los movimientos de trabajadores desocupados, fábricas recuperadas o asambleas)—. Por lo tanto, es indispensable tratar a los movimientos sociales como sujetos colectivos (con organización e identidad) que se hallan inscritos dentro de la dinámica dialéctica de los procesos de conflicto y movilización social, en alguna variante de cambio social, de transformación de la sociedad (o de rechazo al cambio), y preguntarse por la mayor o menor presencia de esta premisa de cambio y su grado y posición de alternativista o antagonista del sistema. Y es que la identidad principal de un movimiento social suele ser, precisamente, su posicionamiento crítico frente al modelo dominante, o frente a las características de este modelo, buscando por algún tipo de cambio, parcial o total, o rechazando algún cambio en marcha o en proyecto. Esto implica diferenciarlos de toda una serie de protestas puntuales, acotadas, que sólo tienen demandas inmediatas, generadas mayoritariamente en reacción a un agravio claramente localizado.

En este sentido, es importante priorizar, por lo menos para el caso argentino de los últimos años (como lo hicieron los propios movimientos sociales), la disputa, el conflicto, la lucha entre sectores sociales, clases o fracciones de clase, y la confrontación entre modelos de sociedad, en tanto movimientos en mayor o menor medida antagonistas al modelo neoliberal, para poder comprender el grado y el tipo de los antagonismos.

De aquí se pueden inferir, como aporte a un debate profundo en torno a una teoría compleja que todavía es necesario construir, los siguientes factores, que deben ser vistos como ejes clave a la hora de estudiar a cualquier sujeto colectivo en un proceso de conflicto como resultado de la relación dialéctica entre las condiciones objetivas y subjetivas:

1. La posición estructural del movimiento social en el proceso global de movilización social. Lo que implica partir de la noción de conflicto en su dimensión socio-estructural, política y económica, para visualizar así al sujeto en su relación con las condiciones objetivas;

2. La posición ideológico-estratégica del movimiento social y los sujetos que lo conforman. Lo que implica prestar atención a las condiciones subjetivas que definen un tipo, grado y nivel de acción (de protesta, movilización, organización, identidad, etc.); y

3. La configuración histórica del contexto regional y global, que define el marco sociopolítico, cultural y económico con el cual cada movimiento social interactúa, es decir, el proceso socio-histórico de movilización social en relación con el modelo de desarrollo y el modo de acumulación.

De esta forma, el reciente ciclo de movilizaciones y conflictos (1996-2006) debe interpretarse como la expresión del antagonismo emergente a partir del intento de consolidación profunda del modelo neoliberal de desarrollo, que modificó incluso la estructura social y generó nuevos grupos y fracciones de clases que fueron excluidos, por lo cual se movilizaron y organizaron para luchar por un abanico de reivindicaciones, que iban des- de las más institucionales, en términos de volver a integrarse al sistema (como las primeras expresiones de desocupados), hasta las más radicalizadas, en términos de derrocar al modelo neoliberal (como las fábricas recuperadas, cooperativas, asambleas barriales y los desocupados vinculados a organizaciones político-sindicales de centro izquierda no socialistas), o incluso al propio sistema capitalista (como los desocupados y fábricas recuperadas de inclinación clasista y vinculados a las organizaciones políticas de izquierda y socialistas). Así es como se puede entender a los desocupados, que rápidamente pasaron a identificarse como "trabajadores" desocupados, asumiéndose de esta manera como parte de la clase obrera (lo que no implicó necesariamente definirse como anticapitalista), y la emergencia de los propios obreros de las fábricas recuperadas, que estaban en peligro de pasar a ser desocupados; de los campesinos como una variante emergente del proceso de contradicción social en el campo al potenciarse toda una fase de concentración de la propiedad y el crecimiento exponencial de la frontera agropecuaria; de los trabajadores ocupados, que luego de 2001 comenzaron o profundizaron un proceso de luchas por la recuperación de las condiciones de trabajo perdidas (volviendo incluso, aunque en pequeña proporción, a gestarse una corriente clasista), y de las asambleas populares como expresión de las pequeñas burguesías urbanas, que en parte se solidarizaron rápidamente con los trabajadores desocupados.

Para entender el proceso de conflictos y movilizaciones en la Argentina de los últimos años es necesario considerar el anterior ascenso de un profundo y complejo ciclo de conflictos en los años setenta, signado por la revolución cubana y el horizonte de la liberación nacional/socialismo, que fue reprimido por la dictadura (con las conocidas y reiteradas violaciones a los derechos humanos), y la consolidación, una vez reiniciado el proceso de la democracia representativa en el año 1983, del modelo aperturista y la implantación del desarrollo neoliberal.

Los sectores sociales, los grupos estructurales y las fracciones de clase característicos del modelo de acumulación de los años setenta redujeron su presencia y expresión con la transformación del modelo de desarrollo y perdieron también su organización y fuerza de confrontación debido a la represión de la que fueron objeto por parte de la dictadura. Una vez destruido lo que quedaba de la industria nacional y luego de la emergencia de altísimas tasas de desocupación, era más que probable que los sujetos que comenzaran a participar en protestas y conflictos fueran otros. Además, el contexto internacional de estos años nos encontró con la crisis del llamado "socialismo real" y el avance de ideas mucho más moderadas de cambio social, al son de un entramado intelectual impregnado de cierto quietismo y escepticismo, o de lo que Lipovetsky (1986) llamó "la era del vacío". Todo esto configura un panorama diferente, en donde la oposición al capitalismo sufre un grave revés, aparecen nuevas grietas y renovados sujetos al amparo de la sofisticación de lo que Marcuse (1985) llamaba la "sociedad unidimensional" y emergen nuevas contradicciones, como consecuencia del avance del mercado en la mayor parte de los aspectos de la vida.

Considerando las contradicciones que mueven el proceso socio-histórico, se estará más cerca de abarcar la complejidad que implica un proceso de conflicto y movilización social para poder integrar, así, los aspectos subjetivos y organizacionales de los sujetos colectivos. Superar el análisis fenoménico para ir en busca de la totalidad concreta será, entonces, una estrategia no sólo necesaria sino hasta indispensable. Es importante rescatar el rico historial crítico de las ciencias sociales en el estudio de los procesos de conflicto y movilización social para poder comprender en profundidad las protestas y los conflictos "nuevos".

 

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Notas

1 Cfr., por ejemplo, Aspiazu y Nochteff (1994), Basualdo (2000), Gigliani (2002) y Mira (2003).

2 En referencia a las conceptualizaciones de Kosik (1967), Thompson (1977), Rude (1981), Piqueras (2002) y Wallerstein (2003), entre otros.

3 Se encuentran localizados mayormente, aunque no de manera exclusiva, en el sur del área metropolitana de Buenos Aires, siendo fuertes en Quilmes, Lanas, Almirante Brown, Florencia Varela, Berazategui, Sur de la Capital Federal y provincia de Río Negro. La mayor parte de sus agrupaciones responde a las siglas mtd, es decir, Movimiento de Trabajadores Desocupados.

4 Integran o integraron el Bloque Nacional Piquetero, el Movimiento Territorial de Liberación (del Partido Comunista), la Federación de Trabajadores Combativos (que agrupa a varios partidos trotskistas, como el Movimiento al Socialismo, el Partido de la Revolución Socialista y el Frente Obrero Socialista), la Coordinadora de la Unidad Barrial (vinculada al Partido Revolucionario de la Liberación), la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (que responde a la organización política Quebracho), el Polo Obrero (del Partido Obrero, de tendencia también trotskista), el Movimiento Teresa Rodríguez 12 de Abril, el Frente de Trabajadores Combativos-Movimiento 29 de Mayo (FTC-M29), el Movimiento Teresa Rodríguez La Dignidad (MTR La Dignidad), la Unión de Trabajadores en Lucha (UTL), el Movimiento Brazo Libertario (MBL) y Trabajadores Ocupados y Desocupados Unidos (TODU).

5 Cfr. la obra clásica sobre el Grito de Alcorta: Grela, 1958.

6 La teoría de los agravios está fuertemente trabajada por la escuela estadounidense de la movilización de recursos. Cfr., por ejemplo, McCarty y Zald (1977), McAdam (1982) y Tarrow (1997).

7 En aquellos años la noción clásica de democracia, es decir, democracia participativa, comenzó a ser fuertemente discutida; los movimientos piqueteros fueron una de sus primeras expresiones, pero llegaron a su punto culminante con las asambleas barriales de los años 2001-2002 (Romero, 2004).

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