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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.24 no.67 Ciudad de México sep./dic. 2011

 

Crítica de libros

 

Crisis financiera mundial: el palimpsesto de la dominación de los peatones de la economía*

 

Bruno Lutz

 

Doctor en ciencias sociales por la UAM-Xochimilco. Profesor-investigador en el Departamento de Relaciones Sociales de la misma institución. Es autor de diversos artículos sobre la cuestión rural y la teoría sociológica. Miembro del SNI [brunolutz01@yahoo.com.mx].

 

"Eso es un ensayo escrito por un peatón de la economía que quiere dirigirse a otros peatones de la economía". Con este propósito, Jean Robert se hace divulgador de los mecanismos financieros que precipitaron la crisis bursátil de 2008, para que no seamos más cómplices pasivos y silenciosos de especuladores todopoderosos. Explica: "Cuando el imaginario popular se deja contaminar por las razones de los de arriba, pasa lo que pasa cuando los peatones sueñan sueños vehiculares: se instaura una falsa paz social que conduce a una previsible catástrofe natural". Inspirándose en su Introducción del estilo literario del subcomandante insurgente Marcos, el autor de esta obra didáctica se plantea analizar la lección no aprendida de la mayor crisis financiera de todos los tiempos, destacando que lo virtual tiene consecuencias prácticas o, en otros términos, que lo abstracto posee cierto grado de realidad ya que es capaz de actuar sobre la realidad cotidiana de los ciudadanos de a pie.

En Estados Unidos, en la década de 1970, se renunció al principio de las tasas fijas, en la década de 1980 se abandonó el control de cambio y en la de 1990 fueron desregularizadas las instituciones bancarias. Con el reciente rescate bancario, el más grande de toda la historia, nuevamente pudimos ver cómo a la privatización de los recursos sucede la socialización de las pérdidas. Los efectos deletéreos de ese crack bursátil no se limitaron a Estados Unidos sino que se globalizaron rápidamente, provocando el cierre de miles de empresas y la pérdida de empleos de millones de personas en todo el mundo. Fue un crimen financiero perpetrado por banqueros sin escrúpulos, crimen comparable al cometido por el Estado cuando, a sabiendas, renuncia a la búsqueda del bien común. Homomorfismo de estrategias antisociales cometidas con nuestra anuencia tácita e ignorancia. El lenguaje de los banqueros e inversionistas fue capaz, una vez más, de inventar realidades que censuran los efectos colaterales de la circulación monetaria. Los numerosos tecnicismos relacionados con los objetos financieros de inversión llegaron a constituir un léxico especializado, verdadero idioma en el idioma que reúne a sus predicadores, excluyéndonos a todos nosotros. Para parafrasear a Bourdieu, es posible aseverar que la dominación lingüística —en este caso el abstruso léxico de los especuladores— es una condición necesaria para asegurar una eficaz dominación económica.

No obstante la conservación de ese dominio lingüístico, la crisis de septiembre de 2008 contribuyó en desmoronar, momentáneamente, la fuerza realizativa y predictiva de los indicadores financieros. Precisamente, uno de los efectos de esta crisis mundial fue la pérdida de credibilidad de los inversionistas. Su tardío mea culpa por haber carecido de toda la información auténtica y veraz para tomar decisiones, no es más que un ejercicio casuístico para limpiar su imagen. "En todo el campo de la economía, desde los mercados financieros hasta los de los bienes reales, se pierde información", nos dice Jean Robert. La explosiva combinación de los juegos de interés que falsean indicadores y sesgan reportes financieros, aunada a la creencia metafísica en todo tipo de rumores, construyen constantemente ficciones que se multiplican al infinito como fractales, hasta perderse en una abstracción inmensurable. Indudablemente, le sens se dissout dans l'absence (el sentido se disuelve en la ausencia).

Jean Robert plantea con razón que la separación discursiva entre el actuar de los financieros y la consecuencia de sus actos es la base de su impunidad. Empero, podemos agregar que otro factor, ex ante, explica su impunidad: es el hecho de que nosotros, los ciudadanos de a pie, no hemos elegido a ninguno de esos banqueros que hacen y deshacen nuestro bien vivir. Tan alejados están de nosotros como de la consecuencia de su actuar en el mercado financiero. Su poder estriba en que no deben rendir cuentas a nadie más que a un reducido consejo de administración cuya lenidad para castigar la acción de directores incompetentes es inversamente proporcional a su obsesión crematística. Contadísimos banqueros estadounidenses fueron llevados a los tribunales para, ahí, ser juzgados por su implicación en la mayor bancarrota de la historia; en la gran mayoría de los casos, cuando decepcionaron a su consejo de administración, los directores fueron sencillamente despedidos con elevadísimos "bonos de compensación" (sic). El caso es que corporaciones enormes, "tan grandes que no pueden quebrar", fueron rescatadas in extremis con fondos públicos como American International Group (AIG), Citygroup, Bank of America, Wachovia, etcétera, y por ello no estuvieron ajenas a este proceder inmoral.

Es menester recordar que la especulación es el arte de sacar provecho del cambio de valor de las mercancías sin consideración por los efectos sociales del mismo. Es como deambular incesantemente en una casa de los espejos —el latín especulum significando reflejo. El autor cita a Jean Pierre Dupuy, quien describe el carácter mimético del deseo y muestra que el mercado es dotado del poder de crear su propia autorregulación. "En vez de hacer descansar el valor —en realidad puramente convencional— de la moneda sobre las relaciones de confianza en desconocidos, se le inventa un poder intrínseco de atracción y de fascinación que lleva a cada quien a poseerla. Asimismo, nosotros, merced un silencio cómplice, aceptamos tácitamente la funcionalidad de la especularidad, es decir la relación pretendidamente natural entre la moneda y la imagen deseable de la misma. Siendo modestos peatones de la economía, para retomar este oxímoron afortunado del autor, hacemos nuestro el deseo ajeno, acéfalo y universal; integramos en nuestras representaciones la concepción doxológica de una felicidad que se alcanza mediante el deseo de poseer siempre más. Es formar parte de una comunidad de individuos para quienes el mercado financiero es la arena de intercambio de los deseos y de su cotización en función de su rareza. Cuando los financieros fomentan nuevas necesidades —principio elemental de la mercadotecnia— alimentan el deseo de los consumidores potenciales con nuevos objetos, nuevos sueños.

Los financieros de Wall Street aparecieron como brujos imbuidos de su poder que tenían la pretensión de "conjurar las consecuencias de sus comportamientos arriesgados mediante complejos trucos matemáticos". Hace algunos años, un grupo reducido de esos hechiceros inventó nuevos instrumentos financieros: comprar y vender riesgos. Ya no se trataba de lucrar con las deudas de las personas físicas y morales, sino comerciar con algo aún más abstracto y potencialmente rentable: el riesgo. Así nació el Credit Default Swap o Bistro que "permite repartir el riesgo inherente a los préstamos entre el conjunto de los clientes para liberar a los bancos y las empresas financieras de su preocupación habitual y, con ello, acelerar los procesos financieros". Jean Robert explica que era como creer en un movimiento financiero perpetúo que garantizaba ganancias ad infinitud, eliminando ficticiamente la posibilidad de perder. El deseo de ganar y de ganar siempre más, anulaba la posibilidad misma de la insatisfacción porque, como bien lo señala Baudrillard "la interpretación destruye la seducción". En suma, el movimiento financiero perpetúo es la fábula posmoderna de un deseo omnímodo que pretende desafiar las leyes más elementales de la vida.

Anticipar el movimiento general, adivinar el momento y la dirección de la reorientación de los deseos es el trabajo del especulador exitoso. "Estamos entre los estorninos" poetiza Jean Robert al referirse a la conducta grupal y mimética de los financieros. Pero cuando la ficción de esta supuesta predictibilidad del mercado se desvanece frente a la materialización repentina de la aleatoriedad, la crisis surge fuerte y altanera. "La crisis, nos explica el autor, es un momento en el que el conjunto de los agentes económicos es incapaz de establecer convenciones de coordinación" En el periodo inmediato que sigue a la crisis, la profecía financiera deja de formar parte de la realidad que, continuamente, describe y anuncia. La duda se instala porque la verdad, por fin, hace su aparición.

El autodenominado "filósofo desprofesionalizado" autor de La crisis: el despojo impune, retoma la teoría de Leopold Kohr quien planteó que cualquiera que tenga una "cantidad crítica de poder" comete invariablemente las injusticias y los abusos correspondientes. Existiría una correlación fatal entre la capacidad de acción y la naturaleza tenebrosa de las acciones emprendidas. Para el pensador anteriormente mencionado, lo que importa no es tanto el tamaño o el ámbito del poder, sino la proporción entre el poder de un dirigente y la posibilidad de acción ciudadana. Al respecto, el poder diferencial entre un Madoff y trabajadores manuales que ahorraron toda su vida, es abismal. La inmensa capacidad de acción de quien fue el banquero más reputado de Nueva York, descansó en lo que Ivan Illich llamó las "transferencias netas de privilegios de los pobres a los ricos". La fuerza centrífuga que ejercen quienes poseen los instrumentos legítimos de dominación financiera tiende a despojar impunemente a los pequeños ahorradores de sus esperanzas de bien vivir: la lógica especulativa anula la posibilidad de una paz duradera y compartida. Retomando nuevamente a Ivan Illich, el arquitecto de origen suizo afirma que la "guerra en contra de la subsistencia" es la esencia del capitalismo. Los sacrificios de los jubilados y pequeños ahorradores son, nos dicen los de arriba, indispensables para salvar el sistema. En el Titanic financiero el abandono de las balsas y salvavidas permitirá al navío seguir a flote. Mártires de la economía financiera, los pasajeros anónimos de tercera clase deben asumir el costo de transacción de la transferencia masiva de externalidades.

Ahora bien, estamos de acuerdo con Jean Robert cuando señala que esta crisis financiera mundial iniciada en septiembre de 2008 no fue el resultado de un complot ni tampoco de un funesto concurso de circunstancias, sino más bien el desenlace previsible de la irresponsabilidad de los inversionistas-hechiceros. La búsqueda incesante e insatisfecha de mayores ganancias lo alejó cada vez más de inversiones en la fuerza de producción, empresas e infraestructuras. Frente a lo concreto, los especuladores prefieren lo inmaterial. Frente a lo razonable, optan por lo imaginable. "En los tiempos de la agonía del capitalismo con cara legal, se pone en escena una parodia de acumulación primitiva: las culturas aún no integradas al mercado mundial, su autonomía y su sentido de la buena vida son desvaloradas para que sus territorios puedan ser anexados y sus recursos —minerales, naturales, genéticos, turísticos—, explotados" escribe Jean Robert. Se van dibujando efímeros territorios dolarizados, tales quiméricos Eldorados que logran dominar la territorialidad genuina que abriga vida y valores, seres humanos y esperanzas. Nueva York fue el epicentro de este trágico sismo financiero, pero las réplicas no salvaron las bolsas de valores de los países industrializados ni mucho menos las de las naciones en vía de desarrollo. Asimismo, a la situación financiera en los Estados Unidos examinada por un Jean Robert acucioso, debe aunarse aquí anotaciones sobre lo acaecido en México.

El secretario Federal de Economía declaró a finales de septiembre de 2008: "con toda garantía, no va a haber ninguna crisis porque el sistema financiero mexicano está perfectamente blindado". Esta declaración radicalmente irresponsable no impidió que el país se hundiera a gran velocidad. Un año más tarde el gobierno mexicano firmó un préstamo de mil 503 millones 750 mil dólares con el Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento (filial del Banco Mundial) para supuestamente mitigar los efectos de la crisis internacional; pero hoy en día no se puede rastrear el destino de ese crédito. Al respecto, debemos recordar Las confesiones de un sicario económico de John Perkins quien reveló cómo el gobierno de Estados Unidos, junto con el Banco Mundial y poderosas corporaciones estadounidenses, se dedica a proponer impagables créditos a los países del tercer mundo a cambio de petróleo barato para sus empresas, injerencia militar en su territorio y voto apoyando las propuestas de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. Triste es constatar que el México contemporáneo sigue siendo el terreno de juego de los Economic Hit Men que endeudan impunemente a la población nacional durante generaciones.

Es que los dominantes —sin importar su partido, ni su orientación ideológica— se esfuerzan por mercantilizar todos los aspectos de la vida social, afectiva y psíquica de los individuos. En El hombre unidimensional Marcuse denunciaba ya hace medio siglo la perversidad de esta economización del hombre, de su fuerza de trabajo, de su producción, de su tiempo y de sus deseos. Hoy en día, el Estado sigue combatiendo, criminalizándolos, los intercambios libres y gratuitos entre los individuos. Parte de la idea de que el acto gratuito no es desinteresado. La filantropía y el altruismo son espacios colectivos de acción cada vez mejor controlados y mercantilizados mediante leyes, reglamentos y deducciones fiscales. ¿Octavio Paz no llamó "ogro filantrópico" al Estado? En el sector agropecuario mexicano son fundaciones y asociaciones civiles las que llevan a cabo programas públicos de desarrollo rural así como la evaluación de los mismos. El pago de servicios ambientales a campesinos propietarios de bosques o manantiales, es también un ejemplo de esta búsqueda incesante de nuevos mercados, nuevas mercancías y más altas ganancias. Por otro lado, la criminalización del mercado informal o "economía expolar" como lo llama Jean Robert, apunta hacia el control del proceso de pauperización de las clases dominadas prohibiéndoles apropiarse de bienes de consumo apócrifos o piratas: de esa forma el Estado pretende tener la hegemonía del speculum. En materia de salud, el gobierno mexicano, siguiendo lineamientos de la Organización Mundial de la Salud, fomenta grupos de autoayuda entre enfermos de diabetes y otras enfermedades costosas de tratar, para que médicos cómplices puedan fácilmente vigilar cohortes de enfermos recolectando éxitos de curación y distribuyendo culpas por los fracasos. De manera general, la corrupción rampante de los funcionarios públicos (en 2010, México estaba en el lugar 98 de los países menos corruptos de una lista de 178), debe entenderse a partir de esa lógica de asignación arbitraria de un precio a transacciones gratuitas. Un trámite burocrático en cualquier institución federal o estatal tiene un valor de uso (acto simbólico con efectos administrativos) y un valor de cambio (que determina el monto de la mordida). El desvalor del derechohabiente abrió la vía a una mercantilización salvaje. Funcionarios y políticos corruptos han convertido al usuario de la administración pública en un consumidor cautivo. En suma, las estrategias crematísticas comunes al Estado, la iniciativa privada y la mafia, convergen en la reducción del ciudadano a un sencillo consumidor.

Prolongando la reflexión de Jean Robert, podemos tomar la libertad de indicar también algunas direcciones posibles para resistir a la dominación económica y contrarrestar sus efectos. En primer lugar parece necesario discernir claramente tanto los diferentes procesos, como su lógica combinatoria respectiva y sus agentes. La especulación financiera en Nueva York denunciada en esa obra de reciente publicación, es solamente un caso particular, por lo que debemos esforzarnos por entender la complejidad de las interrelaciones financieras que son a la vez competencias y alianzas, acciones aisladas y tendencias miméticas, entre los inversionistas de todos los países. Siendo las simulaciones y los simulacros (Baudrillard) partes integrantes del actuar financiero —verdadero juego de estrategia a escala planetaria— se oculta la pirámide de los intereses en juego. Al respecto, nos incumbe identificar y descifrar las consecuencias prácticas de los préstamos multimillonarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI) a los países del tercer mundo. En efecto, ¿cómo el hundimiento económico de un país como México a causa de la epidemia de influenza A H1N1, de la crisis financiera internacional o del narcotráfico, constituyen oportunidades de negocios para instituciones sin escrúpulos?

Siguiendo la recomendación de Bourdieu en Contrafuegos, debemos denunciar también la complicidad de los medios masivos de comunicación para impedir una verdadera toma de conciencia de lo que está pasando. Los oligopolios mediáticos concentran el poder, censurando lo que se dice. La colusión de intereses privados y del poder político permite fácilmente homogeneizar las noticias reduciendo la capacidad subversiva de la información transmitida. Salvo notables excepciones, empresarios, directores editoriales y periodistas trabajan para denunciar solamente lo que les es ajeno, con esta mirada distante que libera el interés privado de toda responsabilidad. Frente a este soliloquio normalizador, investigadores y militantes deben reunirse para reaccionar.

Finalmente, estamos con la idea de que cualquier cambio a escala de una nación y a fortiori a nivel mundial, debe partir del individuo mismo. En uno de sus textos, el subcomandante Marcos decía que los zapatistas querían solamente que cada quien hiciera bien lo que tenía que hacer: el barrendero barrer, el maestro impartir clases, el estudiante estudiar, el comerciante comprar y vender, etcétera. Opinamos que la toma de conciencia de los efectos perniciosos de la especulación financiera en un mercado libre y desregulado, ha de comenzar en cada uno de nosotros. Esta transformación económica de la sociedad no puede ser más que el resultado acumulado de nuestro cambio de actitud porque somos altamente dependientes de los demás. Si uno se pone a revisar minuciosamente su propia situación, económica por ejemplo, encontrará que está relacionado con numerosas personas: sus colegas, jefes, proveedores, clientes, competidores, banqueros, funcionarios de Hacienda y muchísimos más. Tanto en lo que producimos como en lo que consumimos e invertimos, estamos insertos todos en una compleja y dinámica red de interdependencia. Reconocer nuestra deuda —en el sentido amplio de la palabra— con los demás por ser lo que somos, y también reconocer el gran alcance de nuestras acciones como sencillo agente económico, nos abrirán ciertamente los ojos sobre la realidad. Gandhi y el XIV Dala'i Lama, íconos universales de la lucha pacífica, han insistido reiteradamente sobre la necesaria integración de valores en nuestra vida diaria: ser mejor para el bien de los demás, es ser más consciente, más generoso y más honrado. Asimismo, el peatón de la economía tiene en sus manos el poder de cambiar su mundo, el mundo.

 

Notas

* Jean Robert, La crisis: el despojo impune. Cómo evitar que el remedio sea peor que el mal, Jus (serie Conspiratio), México, 2010.

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