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Argumentos (México, D.F.)

Print version ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.19 n.50 Ciudad de México Jan./Apr. 2006

 

Crítica de libros

 

Chiapas a contrapelo. Una perspectiva sistémica

 

Guillermo Villaseñor García*

 

Andrés Aubry. Chiapas a contrapelo. Una agenda de trabajo para su historia en perspectiva sistémica, Editorial Contrahistorias/Centro de Estudios, información y documentación Immanuel Wallerstein/Universidad de la Tierra, Chiapas, 2005.

 

* Profesor–investigador, Departamento de Relaciones Sociales, UAM–Xochimilco.

 

En este libro se hace una revisión panorámica de la historia de Chiapas, en la que se señalan las principales coordenadas políticas, socioeconómicas, antropológicas y culturales de los diversos grupos humanos que han habitado esta región, así como sus condicionamientos físicos y telúricos.

El título del libro Chiapas a contrapelo es muy significativo, ya que ubica una perspectiva desde la cual se mira la historia, que no es la de los vencedores sino la de aquellos que han buscado su liberación desde la resistencia. Por eso, siguiendo el pensamiento de Walter Benjamin, el autor "estima que su tarea es peinar la historia a contrapelo".

El libro está escrito con apego al rigor científico, pero no con el afán de hacer ciencia por sí misma sino de ofrecer un instrumento vivo para la transformación de un sistema social en proceso inicial de bifurcación, del cual Chiapas también forma parte, visto desde la resistencia política antisistémica1 (p. 19), considerando que "[...] los dramas que hacen colapsar los sistemas o que inician otros sistemas se originan en las periferias, es decir, abajo, desde sus bases, en las humildes minucias que le toca al historiador desentrañar" (p. 11).

Un aspecto que da originalidad y sabiduría al texto se refiere a que, siendo un libro de historia, los capítulos dos y tres nos hablan de "geografía" y "prehistoria". Es decir, pareciera que estos capítulos no hablan de historia sin embargo, su relevancia es fundamental. El capítulo de la geografía describe cómo hace 180 millones de años Chiapas, como parte de la Pangea, emergió del océano primordial y único (Panthalasa) "como un pivote del mundo planetario, un gozne telúrico entre el norte y el sur, un paso obligado para la vida vegetal y animal, en la múltiples formas en que madura el Mezosoico [...] y más tarde para el hombre" (p. 26). Así se formó la materia prima caliza de las futuras estelas mayas, aparecieron la serpiente y el cocodrilo de los futuros códices, la sedimentaciones del petróleo actual y "los pinos sepultados que maduraban lentamente el ambar de Chiapas" (p. 29).

Después de la separación telúrica de la Pangea y el choque de las placas tectónicas que provocaron acomodamientos posteriores, como resultado quedaron el Tacaná y el Chichonal, el Zontehuitz y el Huitepec, entre otros accidentes geográficos, y se fue formando una enorme riqueza biótica como parte del istmo centroamericano, esto hizo de Chiapas un corredor biológico singular que, lamentable y prosaicamente, ahora se busca transformar con base en el Plan–Puebla Panamá (p. 30).

La historia, la realidad de la Madre Tierra y su significado fecundo e imprescindible, que hoy siguen formando parte de nuestra resistencia cotidiana, no serían entendibles para nosotros, que como humanos somos seres cósmicos y terrenales, sin la "geografía" de este capítulo en el libro de historia. Así, podemos "reconocer nuestro doble arraigo en el cosmos físico y en la esfera viviente...", como señala Edgar Morin,2 porque desde la formación del cosmos las partículas que conformarían nuestro organismo habrían aparecido; nuestras moléculas –que se agruparon en los primeros tiempos convulsivos de nuestra Tierra–y nuestras macromoléculas –que se asociaron en un torbellino cada vez más rico en su diversidad molecular—, evolucionaron finalmente en una autoorganización viviente. Un poco de substancia física se transformó en Vida en medio de convulsiones telúricas y así comenzó el proceso de hominización, como una aventura de millones de años.

De esa manera nos introducimos en la "Prehistoria" de Chiapas o, mejor dicho, en la Paleohistoria que implica que hay historia. Andrés Aubry nos hace pasar desde el homo habilis, en los inicios del cuaternario, al homo erectus y, pasando por el homo sapiens (Neanderthal), nos conduce finalmente hasta el homo sapiens sapiens, que es el único homo que haya conocido América "[...] a donde entró con la memoria de una larga peregrinación intercontinental [...] tal vez también con sus dioses a cuestas", (p. 36) como relata el Popol Vuh. Dicho en otros términos, "la hominización desemboca en un nuevo comienzo. El homínido se humaniza. De ahí que el concepto de hombre tiene un doble principio: un principio bio–físico,y uno psico–socio–cultural: ambos principios remiten el uno al otro".3

Aparte, dice Aubry, el hombre, en creciente humanización, se enfrenta con un nuevo espacio continental al que va domesticando poco a poco, haciéndolo dócil, humanizándolo a partir del "modo de producción doméstico". "Como son tiempos en que lo colectivo (y por tanto lo social) era una de las condiciones físicas y primordiales de la sobrevivencia, tal vez sería más exacto decir que (el hombre) pensaba 'humanidad' (más que en hombre individual)" (p. 36) y que debía ubicarse en condiciones de visión macro, de visión de totalidad planetaria; para asegurar su futuro, el futuro de la especie humana, asumía que su mundo, era "el mundo".

Este fue el ser humano que hace 10 000 años llegó hasta el gozne telúrico, entre el norte y el sur, que luego se denominaría Chiapas, pasando por Mesoamérica: no un subhombre ni un salvaje primitivo sino el hombre primordial, cuya "economía–mundo fue la del modo de producción doméstico", centrado en la producción para la satisfacción de sus necesidades y, por tanto, no acumulativa. Para entender la historia que este hombre primordial realizó en Chiapas, y sobre todo para proyectar nuestro futuro en bifurcación sistémica, no debemos perder de vista este proceso de humanización de los seres humanos con el objetivo de retomarlo e ir cercenando los brotes de inhumanidad que le hemos dejado crecer.

Un aspecto más del libro, que le da originalidad y le imprime una consistente unidad analítica, es la presentación que el autor hace, desde la mirada del análisis sistémico, de un resumen, conclusión y síntesis en cada capítulo. Esto posibilita una vinculación sistemática de los capítulos, que genera una solidez estructural del discurso histórico a lo largo de la obra. Se presentan tres ejemplos.

El primero es sobre el capítulo "El nuevo pasado prehispánico de Chiapas", después de ilustrarnos sobre la periodización, identificación de sitios y ruinas, jeroglíficos, el autor nos ubica en la perspectiva sistémica de las divisiones geográficas que se dan en una economía–mundo;4 por eso nos señala cómo los sitios arqueológicos (Palenque y Toniná, Yaxchilán y Bonampak), "abarcan una amplia área sociohistórica regida por un centro, cuyas ciudades–estado se disputaban eventualmente el liderazgo, e influenciaban una amplia periferia de otras ciudades menores" (p. 50). Lo mismo acontecía en Mesoamérica que "se presenta incontestablemente como un todo sistémico del que Chiapas es parte" (p. 54), con la dominación ejercida por Teotihuacán (650 dC) y después por Chichén Itza (870 dC), que hasta hantes de su decadencia fueron las nuevas ciudades–mundo de Mesoamérica, las cuales se desempeñaron como centros sistémicos en su respectivo momento. "Posteriormente aconteció lo mismo con Tenochtitlán: pero para esos tiempos, Chiapas va perdiendo su lugar de centro sistémico y debe acostumbrarse a un estatuto periférico" (p. 55).

Por consiguiente, dice el autor, hay que ir desmitificando la historia: por ejemplo, Teotihuacán invadía militarmente (a Tikal), captaba riquezas de los invadidos periféricos (tributo y recursos naturales), es decir, se apoderaba de posiciones estratégicas ejerciendo su dominación como centro hegemónico de ese sistema–mundo:

¿no es comparable –se pregunta Andrés Aubry– a la práctica de hoy en día de acumular el capital indispensable a la sobrevivencia del sistema, percibiendo puntualmente el servicio de la deuda externa? [...] la supremacía cultural y económica de Teotihuacán, Chichén Itza o Tenochtitlán no distaba mucho del actual acatamiento del Consenso de Washinton, de las opciones financieras del FMI, o de las alternativas de desarrollo del Banco Mundial (p. 57).

Un segundo ejemplo de esa perspectiva analítica sistémica, pero con distinta faceta, se refiere a las reacciones antisistémicas que provocó esta formación social y que en buena parte se manifiestó en la necesidad de la resistencia. En el caso de Chiapas se presentó de dos formas distintas: primero, "los mayas y los zoques se refugiaron en la resistencia, no todavía de una clandestinidad organizada, sino sólo en el secreto de la memoria, reactivada por la sutil pero masiva presencia de los muertos de las epidemias" (p. 70). Y, en segundo lugar, esa resistencia se manifestó en las tres grandes rebeliones que se destacan en el capítulo sobre "La colonia". Una fue la rebelión de Tuxtla, en mayo de 1639, protagonizada por 4 000 zoques desarmados y una ladina —para concientizar a la población mestiza—, motivada por problemas de tributos y explotación de mano de obra indígena: la respuesta del ejército fue una masacre y más de cien víctimas entre ahorcados, deportados (desplazados) y presos. La segunda rebelión fue la de Guatemala, en 1701, que se extendió hasta el Soconusco y la Sierra, sus actores pluriétnicos fueron, pudiéramos decir, "los de abajo": varias etnias de Guatemala y Chiapas, negros y mulatos, mujeres armadas, criados de los ricos, españoles pobres, el cura de Chicomosuelo y uno que otro soldado, la causa fue la ingobernabilidad y los fraudes mayúsculos de las autoridades, todo terminó en una masacre en Chicomosuelo.

La tercera rebelión fue la de Cancuc, en 1712, porque, de acuerdo con el sentir de los cancuqueros y según el mensaje de la virgen "ya se ha cumplido la profecía (bíblica) de sacudir el yugo y restaurar tierras y libertad" así, se procedió bajo la consigna "Ya no hay tributo ni rey ni obispo ni alcalde mayor". Los indígenas que se rebelaron muriendo en la batalla, castigados, ejecutados o deportados, y los españoles fueron premiados con títulos de nobleza o ascendidos a puestos honoríficos. Esta rebelión estuvo a punto de reiniciarse en 1727, pero se arrestó a los autores intelectuales, a quienes se torturó para arrancarles sus confesiones.

Las rebeliones campesinas en Europa o las indígenas en América, nos dice Andrés Aubry, a propósito de estas luchas chiapa–necas de resistencia, deben conceptualizarse dentro del conjunto de la historia de larga duración, como un momento del proceso expansivo de la dinámica sistémica. Estas rebeliones, reconvertidas a partir de las guerras de castas, madurarán en revoluciones que "triunfan" (entre comillas) ya que "si bien sus insurgentes no consiguieron sus objetivos, sí fueron fundadores de una nueva sociedad, colectiva, cualitativa y mentalmente equipada para procesar otra historia" (p. 83).

Un tercer ejemplo del enfoque analítico sistémico es el análisis que el autor hace de los procesos de independencia nacional, incluidos los momentos de la declaración de independencia de Chiapas y su reincorporación a la nación mexicana; estos movimientos los ubica como los que se permiten y se asignan a las zonas periféricas dentro del sistema–mundo. No se debe perder de vista que desde el siglo XVI Chiapas fue designada como la provincia de "Los confines". "Y una periferia, –se destaca– puede ser olvidada por los historiadores [...] pero no lo es por los estrategas: tiene un rol asignado por quienes manipulan la historia y los pueblos, y lo siguen monitoreando para que no se salga del papel que le han impuesto en un sistema en el que todos los elementos, luz y sombra, centro y periferia, interactúan" (p. 107).

Un ejemplo más de esta mirada sistémica que le va dando una vinculación analítica a todo el libro, se encuentra en el caso de la Revolución Mexicana. Aubry concluye que es un infundio decir que ésta no llegó a Chiapas, puesto que aquí se presentaron sus principales actores nacionales por medio de diversas mediaciones regionales. "Sí entró pero no pegó", como lo señala la historia oral chiapaneca, y no pegó porque fue importada e impuesta y, en todo caso, sirvió como pretexto para el surgimiento de contrarrevolucionarios y golpistas con etiquetas engañosas de "jefes locales de la Revolución" (p. 156).

Desde la perspectiva sistémica, dice el autor, hay que ver la revolución como un contagio de los vicios del sistema–mundo; desde esa atalaya se podía sacrificar sin mayor problema a Porfirio Díaz como la forma más rápida de resolver una crisis, cambiando todo para que nada cambie, y administrando el conflicto para resolver el único problema realmente importante: la sobrevivencia del orden social establecido, del sistema (p. 157).

En Chiapas la lucha revolucionaria se inició en 1911, con la disputa por la hegemonía estatal entre Tuxtla y San Cristóbal, y se desarrolló en 1914 con la lucha entre el poder federal y el estatal. No se percibió como un asunto social, destaca Aubry; la lógica del sistema lo convirtió en un problema estatal, por tanto, lo lógico era tomar el poder y reformar la estructura del Estado. Así, el problema social sólo se domesticó, para evitar nuevos estallidos, sin resolverlo de fondo (p. 157). De manera que los procesos de independencia, reforma y revolución aquí analizados no fueron formativos "de la nación sino sólo del Estado, federal o local" (p. 158).

A propósito de las reflexiones motivadas por la Revolución Mexicana, Andrés Aubry, citando a Wallerstein, nos recuerda que "la asunción del poder estatal, [si acaso] debería ser vista como una táctica defensiva necesaria [...] pero habría que reconocer el poder estatal como la peor de las posibilidades, pues siempre incluye el riesgo de la relegitimación del orden mundial existente. Esta ruptura con la ideología liberal será sin duda el paso más difícil de dar para las fuerzas antisistémicas"5 (p. 158).

Aubry añade: "La meta no es tomar el poder sino devolverlo al pueblo, en el que reside la soberanía [...] El compromiso no es con el Estado sino con la sociedad, con el pueblo. El horizonte no puede seguir siendo la revolución sino el logro de la 'bifurcación' de un sistema histórico a otro: cambiar el mundo" (p. 158).

Finalmente, en el capítulo dedicado al siglo XX, titulado la "Cara chiapaneca del moderno sistema–mundo", Aubry se coloca también en la perspectiva sistémica. A partir de la década de 1940 asistimos al proceso histórico en el que Chiapas pasa de "tierra incógnita" a "gigante dormido" (p. 169). Son 60 años, preñados por una serie abigarrada de acontecimientos, que intrincadamente conducen al 1 de enero de 1994, y a partir de esa fecha se comienza a vislumbrar la difícil pero esperanzadora tarea de construir un mundo otro en el ámbito concreto de Chiapas y el país, en un sistema–mundo diferente.

Entre los acontecimientos que marcan este siglo XX chiapaneco están: la construcción de la carretera Panamericana, con todo lo que ello ha implicado; la presencia y posterior desvanecimiento simbólico de las fincas; un indigenismo anti–indígena; el descubrimiento y explotación de los yacimientos de petróleo; una electrificación y manejo del agua de signo ominoso; los éxodos migratorios urbanos y rurales; la presencia de Don Samuel Ruiz y el impulso eclesial; la presencia de militantes de izquierda y de la sociedad civil; la colonización y la descolonización de la selva; la militarización.

Al calor de esos acontecimientos y como consecuencia de ellos, en la selva nació el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), primero como un zapatismo guevarista, aislado, después como un zapatismo comunitario, todavía clandestino pero muy extenso y, finalmente, al arrancar la fase de guerra, como un zapatismo civil en diálogo permanente con la sociedad civil, la cual comprendió que el objetivo no era la revolución sino la democracia, entendida como mandar obedeciendo (p. 189).

[...] así, las organizaciones independientes que desoían a los partidos se sintieron legitimadas por el llamado zapatista a unafuerza política apartidista, más preocupada por lo cotidiano de la sociedad que por las elecciones, sin otro horizonte que el Estado. Los altermundistas y los excluidos del neoliberalismo comulgaban del todo con la meta: si queremos cambiar Chiapas no hay de otra que cambiar al mundo, haciéndolo otro, y nuevo [...] (p. 189).

Los ecos de la concepción sistémica del mundo6 ya desde entonces habían sonado en Chiapas.

Para redondear lo presentado y dejar abierta la puerta al futuro, a partir de las "Conclusiones" del libro (sumamente ricas) conviene retomar dos temas fundamentales que señala Aubry. Uno es la certeza de que el presente de Chiapas, visto en el contexto planetario, nos ayuda a descubrir el inicio de la fase terminal del sistema–mundo vigente, que dibuja una crisis insolayable: "esta crisis no se parece a las muchas en que la pericia del sistema supo sortearlas, ya tiene visos de estar en su fase terminal [...] estaríamos al borde de una nueva bifurcación [...] es un momento de oscilación siempre trágico, porque algo hasta ahora esencial en el correcto funcionamiento del sistema se está quebrando o desestabilizando, y deja a todos desprovistos" (p. 202).

El otro tema es el de la esperanza, ya que después de la crisis inevitablemente viene otro mundo, un mundo nuevo. La cualidad de éste va a depender de la manera como afrontemos el difícil periodo de la resistencia y la transición. Esto implica asumir el tiempo de una manera cualitativamente distinta, como kairós y no solamente como cronos, es decir, asumirlo como "el tiempo correcto", en oposición al "tiempo formal", puesto que la "crisis y la transición [...] no son otra cosa que manifestaciones del kairós".7

Ahora bien, en el caso chiapaneco, a este "momento favorable", este "momento propicio", este kairós, "Samuel Ruiz lo llama 'hora de gracia', pese a su entorno atormentado, porque es el tiempo en que la periferia tiene la palabra y la posibilidad, por fin, de ser escuchada" (p. 203).

No estamos ante realidades que funcionen inercialmente, de manera que por el hecho mismo de comenzar a estar en el "momento propicio", estemos ya a las puertas de un mundo nuevo: "kairós —dice Wallerstein— es el Tiempo Espacio de la elección humana. Es el extraño momento cuando el libre albedrío es posible [...] y surgirá un nuevo orden que no es fácil de predecir [..] un Tiempo Espacio donde ocurre la transformación, un Tiempo Espacio donde todos ejercemos nuestro libre albedrío para bien o para mal. Y cuando llega, elegimos nuestro nuevo orden".8

Aubry termina señalándonos cómo a Chiapas, reducida desde hace 500 años a un estatuto periférico, "se le había quitado la palabra y tapado del resto del mundo para que no se contagiara", pero ahora "es el momento de hacer escuchar su palabra, no desde los espacios sistémicos (pues la lógica de éstos es perpetuar el sistema), sino desde el ámbito antisistémico del sujeto histórico, es decir desde abajo" (p. 205).

 

NOTAS

1 "Resultará que esta historia creó inevitablemente compromisos, porque no se explora la historia ni se quitan los velos que la ocultan, con los únicos recursos del saber o de la erudición —siempre imprescindibles— sino también desde las luchas sociales, aquellas de la resistencia política antisistémica en los desafíos de su respectivo 'momento', el kairós de Wallerstein, que fueron y son también creadoras de conocimiento..." (19). Los números que están entre paréntesis se refieren a citas o referencias del texto.

2 Edgar Morin. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, UNESCO, 1999, pp. 48–50.        [ Links ]

3 Ibidem, p. 50.

4 Véase Immanuel Wallerstein. "Repaso teórico", en El moderno sistema mundial, Siglo XXI Editores, México, 1974, p. 492.        [ Links ]

5 Cfr. Immanuel Wallerstein. Después del liberalismo, Siglo XXI Editores/UNAM/CIICH, México, 1996, p. 247.        [ Links ]

6 Ibidem, p. 239; y Carlos Aguirre Rojas. "Immanuel Wallerstein y la perspectiva crítica del 'Análisis de los sistemas mundo'", en Immanuel Wallerstein. La crisis estructural del capitalismo, Cideci Las Casas AC/UNITIERRA CHIAPAS, México, 2005.        [ Links ]

7 Immanuel Wallerstein. Impensar las ciencias sociales, Siglo XXI Editores/UNAM/CIICH, México, 2004, 1991, p. 161.        [ Links ]

8 Ibidem, p. 163.

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