Introducción
En enero de 1882, el político liberal Salvador Camacho Roldán (1827-1900) fundó la sociedad Camacho Roldán & Tamayo, asociado con sus dos hijos, Joaquín y Gabriel, y su cuñado Joaquín Emilio Tamayo Restrepo. Un año después, en enero de 1883, la empresa abrió la Librería Colombiana, ubicada en Bogotá y dedicada principalmente a la compra y venta de impresos (López Arévalo 2013; 2018).
La Librería Colombiana también participó en la edición de libros. Este trabajo estudia las obras que editó entre 1886 y 1900, es decir, entre el año de la primera edición y el año de la muerte de Camacho Roldán.
Las librerías no sólo jugaron un gran papel en la distribución de los impresos (libros, folletos, periódicos y revistas) sino que, en la segunda mitad del siglo XIX, también fueron agentes importantes en la edición de los títulos: eran quienes encargaban a una imprenta la elaboración de cierta obra y asumían todo el riesgo de su publicación. Escogían las obras y aceptaban a los autores de acuerdo con sus intereses, de modo que tenían que escoger entre beneficios políticos y beneficios económicos.
Aunque algunos territorios de la América colonial contaron con librerías, no fue el caso de Nueva Granada. Juan David Murillo identificó la librería de Juan Simonnot como la primera que empezó a funcionar en Colombia, en la ciudad de Bogotá, en 1851 (Murillo Sandoval 2017). Fue ésta también la primera librería que editó un libro, el Análisis del socialismo y exposición clara, metódica é imparcial de los principales socialistas antiguos y modernos y con especialidad los de San-Simón, Fourier, Owen, P. Leroux y Proudhon (1852). Si bien las tres librerías que más editaron en la segunda mitad del siglo XIX fueron la Librería Americana, la Librería Colombiana y la Librería Nueva, otras, como la Librería de Evaristo Enciso, la Librería de Chávez, la Librería Barcelonesa, la Librería del Atrio, la Librería Torres Caicedo, y la Librería y Papelería de Francisco García Rico, editaron menos de diez títulos. Como se puede ver, en Colombia, el surgimiento del librero-editor se dio en la segunda mitad del siglo XIX, en Bogotá. Uso la palabra editor en segundo término porque considero que la principal actividad era la venta de libros. Antes de que las librerías empezaran a editar, fue el impresor-editor quien se encargó de estas labores, desde la Colonia y durante todo el siglo XIX -en Bogotá, tardíamente, desde 1738-. En México, existió la figura de librero-editor desde el siglo XVIII. Olivia Moreno Gamboa (2009) identificó siete libreros-editores entre 1700 y 1778, mientras Manuel Suárez Rivera le dedica un trabajo a la labor de los Zúñiga Ontiveros, quienes ejercieron como libreros-editores (2019).
El objetivo principal en este trabajo es identificar los títulos editados por la Librería Colombiana, además de determinar las filiaciones políticas de sus autores. Lo que se quiere es entender cuáles fueron las intenciones que tuvieron los libreros para editar dichos títulos y, en esta línea, cómo su trabajo se cruzó con sus posiciones políticas. Igualmente, se pretende ver cuáles fueron los paratextos que usó la Librería, pensando en una futura comparación con otros editores. Ya en los años ochenta del siglo XX, Robert Darnton nos advirtió sobre la necesidad de hacer una historia completa que fuera más allá de los roles de quienes producen, comercian y consumen el libro, que mostrara cómo éstos se cruzan, y de qué manera tienen un impacto o dependen de fenómenos políticos, sociales o religiosos más complejos; en sus palabras, se debe tener “alguna concepción holística” a la hora de hacer la historia del libro.
Metodología
Se usaron como fuentes los catálogos en línea OPAC (Online Public Access Catalog) de las bibliotecas: Nacional de Colombia (BNC), Luis Ángel Arango (BLAA), Instituto Caro y Cuervo (BICC) y Academia Colombiana de Historia (BACH). El trabajo consistió en buscar en cada uno de los OPACs los trabajos editados por la Librería Colombiana. Una vez identificados los títulos, se revisó uno por uno para cotejar que la información suministrada por los catálogos coincidiera con la de los ejemplares. En este proceso se hizo evidente que muchos de los datos eran aproximados o deducidos por el catalogador y que algunos títulos no estaban correctamente registrados. Los errores más comunes son la asignación de fechas de impresión anteriores a las reales y la asignación de obras que no editó la Librería; además se identificaron algunas obras que no estaban registradas en los catálogos. De esta forma, se entendió que el estudio de la edición debe pasar necesariamente por la revisión de las obras y no sólo por su identificación en los catálogos.
Uno de los títulos no se encuentra en ninguna de estas bibliotecas, sino en una colección particular, por lo que es posible que existan más títulos de los considerados en este artículo. Del mismo modo, existen ediciones citadas en los catálogos de la Librería, o que se deduce que se imprimieron, porque una edición especifica habla de una edición previa, pero cuyos ejemplares no existen.
Igualmente, se emplearon los catálogos impresos distribuidos por la Librería, de los que existen copias de los años 1887, 1890, 1895 y 1898. La publicidad en los catálogos permitió identificar y verificar títulos editados por la Librería.
Se decidió que la información suministrada por los catálogos no era suficiente para entender la edición de los impresos, por lo que se incluyeron nuevos campos. En coautores se registraron los prologuistas, selectores y traductores. Además, se incluyeron los nombres de los coeditores. Por lo general, olvidados en los catálogos, estos individuos fueron clave para el proceso de edición. Por último, se registraron los paratextos para identificar de cuáles hizo uso la Librería.
Entre la continuidad y la novedad: las ediciones y los paratextos
Aparentemente, entre 1883 y 1885 la Librería no editó títulos, porque su primera obra, el Parnaso Colombiano (1a. ed.), tiene un pie de imprenta de 1886. Aunque revisando otras fuentes se pudo observar que, en septiembre de 1884, empezó a ofrecerse, por entregas de 60 a 80 páginas, el mismo Parnaso Colombiano, una selección de poesías de escritores colombianos y sus biografías, hecha por Julio Añez. El volumen constaría de unas 600 páginas y la suscripción valía $ 2,50, y $ 2,60 para las personas que estuvieran fuera de Bogotá. Para mantener la expectativa, sólo ofrecieron dos entregas para la venta, si bien ya estaban listas las cinco primeras. Los autores de estas primeras entregas fueron Rafael Núñez, José María Rojas, Rafael Pombo, José Eusebio Caro, Santiago Pérez, Teodoro Valenzuela, Felipe Pérez, Lázaro María Pérez y Hermógenes Saravia (Librería Colombiana 1884; Camacho Roldán 1884). La venta por entregas le daba la posibilidad al editor de alargar la obra tanto como quisiera y no necesitaba tenerla completa para empezar a venderla. Mientras, a la vez podía hacerse de algún dinero para empezar la impresión y tantear que tan alta sería la demanda. Luego, no fueron años sin trabajo editorial, aunque sí estuvieron muy entorpecidos por la guerra civil que hubo en los Estados Unidos de Colombia, entre agosto de 1884 y noviembre de 1885.
Tal vez por las demoras que ocasionó la guerra en 1886, se decidió juntar todas las entregas para la venta en un volumen, con un “Estudio preliminar” sobre la poesía en Colombia -La Colonia, La Independencia y el Parnaso Colombiano cierran con una reflexión sobre el poeta- de José María Rivas Groot. El volumen incluye un índice alfabético por autor, con el título de cada una de sus poesías. Contiene titulillos, en una página “Parnaso Colombiano” y en la otra el nombre del poeta, en minúsculas, para ubicar fácilmente al lector. Al final aparece una hoja con publicidad de obras de otros autores o traductores colombianos, las cuales eran vendidas por la Librería Colombiana. Incluir publicidad en las obras que editaban fue una estrategia que usó la Librería para dar a conocer su inventario. Dado que este volumen era de 320 páginas y no de 600 como lo habían planteado en un comienzo, salió a la venta, en 1887, el tomo II del Parnaso Colombiano, en 385 páginas, con una sección dedicada a poetisas.
Entre 1886 y 1900, la Librería Colombiana gestionó 59 ediciones de 45 títulos. Algunas obras cuentan con más de un tomo: El doctor Temis, en dos tomos que salieron al público al mismo tiempo; Escritos varios de Salvador Camacho Roldán, en tres tomos que se publicaron en diferentes fechas; y Parnaso Colombiano, en dos tomos que salieron en dos años diferentes. El doctor Temis fue tomado como una sola edición, mientras que en los otros dos títulos se tomaron los volúmenes como ediciones diferentes. No fueron incluidas algunas ediciones. Hay dos ediciones mencionadas en los catálogos, pero de las que no existen copias, éstas son: Manual de medicina doméstica (2a. ed., 1889) y el primer Suplemento al diccionario de los medicamentos nuevos, impreso entre 1890 y 1893. Por otro lado, de las Lecciones de contabilidad oficial y mercantil no se encontraron copias de la 6a. y la 7a. edición; la 4a., la 5a. y la 8a. fueron editadas por la Librería Colombiana. Del Tratado de Aritmética no se encontraron copias de la 7a. edición; la 6a. y la 8a. fueron editadas por la Librería Colombiana. De la Gramática de la lengua castellana: adaptada para segundo año de estudio en los colegios no se encontraron copias de la 5a. edición; la 4a. y la 6a. fueron hechas por la Librería Colombiana. Queda la duda de si esas ediciones de las que no existen copias fueron editadas por la Librería Colombiana. En total serían cinco ediciones de las que no existen copias disponibles, lo que daría un total de 64 ediciones en vez de 59.
La diferencia entre títulos y ediciones es importante porque este texto está dedicado a entender el trabajo editorial; por lo tanto, en su mayor parte, se trabaja con el número de ediciones más que con el de títulos (ver Anexo). La Librería Colombiana escogía los títulos, seleccionaba las imprentas, elegía el tipo de encuadernación, determinaba los formatos, llamaba a los colaboradores y negociaba con éstos (autores, prologuistas y traductores), y asumía el riesgo de sacar las tiradas a la venta. Las fuentes no dejan ver qué tanto intervenía la Librería en la parte del diseño, la selección de las tintas, la tipografía, la ilustración y la encuadernación. La Figura 1 muestra la cantidad de ediciones de la Librería durante el periodo de 1886 a 1900. La caída de 1895 se explica por la Guerra Civil, mientras que para la de 1891 queda abierta la pregunta “¿qué pasó ese año?”.
Nueve títulos fueron coediciones; tres con Garnier Hermanos, de París; dos con A. Roger y F. Chernoviz, de París; dos con la Librería Nueva de Jorge Roa; uno con D. Appleton y Compañía, de Nueva York, y uno con Eustasio A. Escobar, de Bogotá. En los casos de A. Roger y F. Chernoviz, y Appleton, el trabajo de edición fue restringido y se limitaron a poner su nombre en una edición similar a las anteriores. En la edición de Notas de viaje con Garnier Hermanos se agregó una introducción respecto a la edición anterior y un capítulo más. Mientras, en El doctor Temis se incluyó una corta biografía, complementaria a la que tenía la edición anterior. El Compendio de la historia de Colombia tuvo cambios en la edición conjunta con la Librería Nueva; el contenido se amplió en al menos unas 70 páginas. Del Resumen de la historia sagrada del antiguo y nuevo testamento no es posible saber qué tanto cambió porque no existen ejemplares de ediciones recientes anteriores.
Algunas veces una edición era similar a la anterior, pero en otros casos, podía ser revisada, corregida y aumentada. De los 33 títulos que no fueron primeras ediciones de la Librería Colombiana, 10 fueron revisadas, corregidas o aumentadas. Al comparar la edición que se presentaba como diferente a la anterior, se logró comprobar que el Compendio de geografía, para uso de los colegios y escuelas (1887 y 1889), el Compendio de historia de Colombia (1890 y 1893), el Curso de álgebra (1891 y 1893), el Tratado de Aritmética (1892 y 1897) y la Gramática de la lengua castellana: adaptada para segundo año de estudio en los colegios (1898 y 1899) efectivamente tenían cambios en comparación con las anteriores ediciones; es decir, existió un trabajo por parte de los autores, la Librería y la imprenta. Aunque, escribir en la cubierta o en la portada que la edición había sido revisada, corregida y aumentada podía ser sólo una forma de atraer a los compradores para que adquirieran la última edición, que tenía cambios importantes en relación con la anterior. Como se puede ver, la Librería Colombiana mantuvo buena parte del trabajo de otros editores y sólo incluyó algunas novedades.
El trabajo de edición de la Librería Colombiana puede verse desde los títulos y la cantidad de éstos, pero también desde los paratextos que incluía. “Se puede considerar como paratexto cualquier objeto, textual o gráfico, que mantenga una relación tácita o explícita con el texto que le corresponde, sea para caracterizarlo -identificarlo- o legitimarlo, sea para influir -prospectiva o retrospectivamente- en la lectura o interpretación del mismo” (Arredondo, Civil, y Moner 2009, XI). Los paratextos eran una forma de intervención directa en la edición, ya fuera por parte de los autores o de la Librería, o por las exigencias legales del momento. Veamos a continuación un panorama general de los paratextos empleados por la Librería:
Dedicatorias, a personas o a instituciones, por ejemplo: Jorge Vargas, Lucas Gallo y el Congreso de los Estados Unidos de Colombia.
Las advertencias, las notas y los avisos eran textos cortos que informaban sobre un elemento muy puntual de la obra: podía ser sobre la edición, el año de publicación, la estructura de la obra, la forma de usar el título, una ausencia justificada, etcétera.
Los titulillos podían estar en minúscula o mayúscula e informaban sobre: el título de la obra, los capítulos o los temas.
La gran mayoría de obras contenían índices, ya fueran de contenido o alfabéticos. Las obras cortas, como los poemarios, no tenían índice. Tanto los titulillos como los índices son elementos que orientan al lector dentro de la obra.
Algunos ejemplares aún conservan la publicidad que era puesta al comienzo o al final de la obra, algunas veces como hojas aparte, otras en la tapa posterior de la encuadernación en cartón. La publicidad podía estar dedicada a los títulos de los libros que vendía la Librería Colombiana, a las obras del autor, al procedimiento para comprar la obra e incluso, llegó a ser sobre otra librería (la Librería del Atrio). Podían ser listados de títulos o notas en letra grande, que incluían: título, autor, tamaño, tipo de encuadernación y precio. La comparación entre ejemplares de una misma edición permite saber que la publicidad podía ser retirada, muy posiblemente en el proceso de la encuadernación. La publicidad de las obras editadas por la Librería, combinada con anuncios en directorios y periódicos, era la herramienta que se usaba para difundir los títulos que se vendían; una forma en la que el editor o el impresor atraían al lector hacia otras obras.
Los prólogos o las introducciones eran presentaciones de las obras; contenían: aclaraciones sobre el contenido, el plan de la serie, las novedades, el objetivo y la utilidad de la obra, las ventajas, una lista de errores, etc. Igualmente, podían consistir en una presentación y valoración de la obra por parte de otro individuo: en este caso, la Librería contrataba a un tercero para que escribiera un buen concepto sobre la obra. No parece haber diferencia entre prólogo e introducción.
Sólo el primer volumen del Parnaso Colombiano incluyó un profundo análisis sobre la materia de la obra: la poesía en Colombia.
En Poesías de Julio Arboleda y El doctor Temis se insertaron notas biográficas sobre los autores. Algunas veces los prólogos y las introducciones también incluían este tipo de información.
La Citolegia incluyó unos grabados ilustrativos. Poesías de Julio Arboleda y Notas de viaje incluyeron grabados de los autores y sus firmas facsimilares.
Las erratas fueron más bien pocas, sólo las hay en la Relación final correspondiente al código judicial nacional y en el Código Civil Nacional concordado y leyes adicionales concordadas y comentadas.
Lecciones elementales de moral, Resumen de la historia sagrada del antiguo y nuevo testamento y Exposición demostrada de la doctrina cristiana cuentan con aprobaciones por parte de la Arquidiócesis de Bogotá; las tres son obras religiosas. Vale la pena preguntarse cómo estos vestigios impactaron en la venta de las obras, si algún católico se vio motivado a comprarlas porque incluía estas aprobaciones o si algún liberal evitó su compra por el mismo hecho.
Aunque la Ley 32, del 26 de octubre de 1886, proponía claramente el uso del término “derecho de autor”, algunos títulos siguieron manteniendo textos en los que se dejaba claro que tenían privilegios para la impresión de la obra, todos entregados antes de la emisión de dicha ley. Los títulos que incluyeron privilegios son: Poesías de Julio Arboleda, Lecciones elementales de moral y Exposición demostrada de la doctrina cristiana.
No obstante que algunos títulos aclaraban en la cubierta o en la portada que las obras habían sido adoptadas “por el gobierno como texto para la enseñanza de dicha materia”, las Lecciones de contabilidad oficial y mercantil incluyeron una página aparte para dar esta información.
La Gramática de la lengua castellana: adaptada para segundo año de estudio en los colegios adicionó juicios favorables sobre la obra de personajes conocidos o que aparecieron en reconocidos periódicos.
Ésta no es una caracterización profunda de los paratextos en la segunda mitad del siglo XIX, pero sí permite ver la variedad de éstos y las complejas formas que asumían. Se observa cómo viejos elementos coloniales, como los privilegios y las aprobaciones, siguieron existiendo en algunas ediciones, si bien desaparecieron en otras. Lentamente llegaban los grabados a las obras editadas por colombianos, si bien, de las tres que los incluyeron, dos fueron impresas fuera del país. A pesar de las mutilaciones en el proceso de encuadernación, incluir publicidad en las obras editadas por la Librería Colombiana fue una forma de informar sobre los procedimientos para comprar y los títulos que ésta ofertaba. En futuros estudios podría establecerse con exactitud cuáles fueron los paratextos que son propios de la Librería y cuáles son copiados de otros editores; por el momento, su identificación ofrece una tipología preliminar.
Entre liberales y conservadores: los autores editados por la Librería Colombiana
En este acápite se verá cómo la Librería Colombiana incluyó en su trabajo editorial escritores de los partidos liberal y conservador, aunque su fundador fuera de origen liberal. El primer volumen del Parnaso Colombiano incluyó 37 autores, más el prologuista y el encargado de la selección de las poesías; de éstos, 20 eran conservadores y 15 eran liberales. José Fernández Madrid y Epifanio Mejía no tenían partido político, Rafael Núñez ya había hecho su tránsito del liberalismo al conservatismo, mientras que se desconoce la filiación de Hermógenes Saravia. En 1886, año en el que se aprobó la nueva Constitución, luego de un acuerdo entre delegados de los dos partidos, era evidente que conservadores y liberales compartían espacios en la prensa y en los libros. Liberales y conservadores ya se habían unido en algunas empresas de periódicos, por ejemplo: El Agricultor (1868-1869) fue una iniciativa de Alberto Urdaneta, José María Vargas y Salvador Camacho Roldán, y el Papel Periódico Ilustrado (1881-1887) contó con la participación de representantes de ambos partidos; los liberales Santiago Pérez y Felipe Zapata formaron parte de Academia Colombiana de la Lengua, fundada en 1871, y conformada en su mayoría por figuras conservadoras (Deas 2006, 33).
José Fernández Madrid (1789-1830) y José Eusebio Caro (1818-1853) eran los poetas más antiguos, el resto estaban vivos o habían pertenecido a la generación que nació luego de la Independencia, y muchos de ellos ya habían publicado sus trabajos en periódicos. Se puede pensar que eran poesías que circulaban dentro del público y, por tanto, una compilación de este tipo tendría buena acogida. Quien hizo la selección de los poemas para los dos volúmenes fue el escritor liberal Julio Añez (1857-1899).
El segundo volumen del Parnaso Colombiano incluyó 79 autores, de éstos, 25 eran conservadores y 20 liberales. Jorge Isaacs había hecho el tránsito del conservatismo al liberalismo, mientras Benjamín Pereira Gamba, José María Samper y Carlos Arturo Torres se habían movido del liberalismo al conservatismo. Se desconoce la vinculación política de 22 autores. Ocho de los autores no tenían partido político alguno, las figuras más destacadas eran: Josefa Acevedo de Gómez y, los escritores Germán Gutiérrez de Piñeres y Joaquín Pablo Posada, los dos últimos, redactores de El Alacrán (1849), cercanos al liberalismo, pero considerados por algunos como de tendencia socialista. La monja Francisca Josefa de Castillo y Guevara (1671-1742) era la poetisa más antigua, a quien hay que sumar a Andrés María Marroquín (1796-1833) y Luis Vargas Tejada (1802-1829) que murieron apenas pasada la Independencia. Los otros 76 eran autores contemporáneos, nacidos durante la Independencia o a mediados del siglo XIX.
La Librería Colombiana editó más obras o pidió colaboraciones de once de los poetas del Parnaso Colombiano. Esto muestra que las relaciones entre éstos y la Librería eran más amplias que su inclusión en la antología. A Enrique Álvarez Bonilla le editaron un poema, un tratado de gramática y un compendio de historia. De Lecciones elementales de retórica y poética (1889, 1893 y 1898) de José Manuel Marroquín la Librería Colombiana hizo Tres ediciones. José Joaquín Borda contó con dos ediciones de su Compendio de historia de Colombia (1890 y 1893). A José Joaquín Ortiz se le editó una obra de religión y otra de escritos en prosa y verso. De los once, Álvarez, Arboleda, Borda, Caicedo, Caro, Marroquín, Ortiz, Quijano Otero, Rivas de Groot y Roa eran conservadores, sólo Porras era liberal.
La Librería Colombiana editó a 31 autores, además de los del Parnaso Colombiano. Doce de ellos eran conservadores, ocho eran liberales, de cuatro no se conoce su filiación política, tres parecen no tener vínculos con algún partido y cuatro son extranjeros. La citolegia, nuevo método de lectura práctica, sin deletrear para uso de las escuelas primarias no tiene autoría. En 1872, la Librarie Ducrocq editó La Citolégie, nouveau maitre de lecture ou l’art d’enseigner promptement à lire, de Hippolyte Auguste Dupont, la cual tiene unas pocas similitudes con la edición de la Librería Colombiana; A. Roger y F. Chernoviz produjo una edición en 1885 y Garnier Hermanos otra en 1887, ambas en español, y tienen más similitud con la edición de la Librería Colombiana. El Diccionario de los medicamentos nuevos tiene dos autores, y al suplemento, titulado Apéndice al diccionario de los medicamentos nuevos, se incorporó como autor Caros Solarte B.
Salvador Camacho Roldán contó con siete ediciones de sus obras, lo cual se explica porque era el dueño de la Librería y porque era una figura pública reconocida tanto por liberales como por conservadores. A Francisco Marulanda Mejía lo editaron cinco veces, tres ediciones de una gramática del español y dos métodos para aprender idiomas (inglés y francés). A Alejo Posse Martínez se le editó tres veces el mismo título, Lecciones de contabilidad oficial y mercantil. A Manuel Antonio Rueda Jara lo editaron cuatro veces, con textos de aritmética, álgebra y contabilidad; el Tratado de aritmética fue editado en 1892 y 1897. Dos obras sobre medicina se le editaron a Pablo García Medina y Nicolás Osorio. Carlos Martínez Silva vio la edición de: Compendio de geografía y Compendio de historia antigua. A los otros diecisiete autores sólo se les editó un título, una vez.
Los conservadores eran intelectuales hábiles en la enseñanza y el uso de la lengua, por lo que se entiende que la Librería Colombiana haya editado sus textos de gramática, retórica y escritura. Para Deas, “la gramática, el dominio de las leyes y de los misterios de la lengua, era un componente muy importante de la hegemonía conservadora que duró de 1885 a 1930”. Durante el liberalismo radical estos elementos también estuvieron presentes, como lo reflejan las figuras de José María Vergara y Vergara, Rafael Pombo y Venancio Manrique; además, de los textos de enseñanza de la lengua publicados y sus varias ediciones. Los Caro, los Cuervo, los Marroquín y los Vergara, “herederos de la antigua burocracia del imperio español” seguían latentes en la república independiente del siglo XIX (Deas 2006, 30 y 43). Sobre aquellos temas, la Librería Colombiana editó obras de Enrique Álvarez Bonilla, José Manuel Marroquín y Jorge Roa; además de la Gramática de la lengua castellana, destinada al uso de los americanos, de Andrés Bello, con notas de Rufino José Cuervo. Al respecto, el historiador inglés Malcom Deas (2006, 30-32) planteó que los estudios de las lenguas, escritos por conservadores, tuvieron más éxito y prestigio que los de los liberales: comparó el Diccionario abreviado de galicismos, provincialismos y correcciones de lenguaje (1887) del liberal Rafael Uribe Uribe, con apenas una edición, con las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, de Rufino José Cuervo (1a. ed. 1872), que en 1885 había llegado ya a su cuarta edición.
En esta misma línea, los liberales no fueron grandes escritores de libros de historia. El Catecismo republicano de Cerbeleón Pinzón, tuvo apenas la edición de 1864; entre tanto, el gobierno liberal de Manuel Murillo Toro firmó un contrato con José María Quijano Otero para publicar por entregas su Compendio de Historia Patria, que se imprimió completo en 1874 (Cardona Zuluaga 2013, 70). También fueron editados por la Librería Colombiana el Compendio de historia patria de Enrique Álvarez Bonilla y el Compendio de historia de Colombia de José Joaquín Borda, ambos conservadores. En otras palabras, el acervo de textos liberales para educar a la población no tuvo una amplia aceptación y difusión, y los pobladores recurrían a los libros de los conservadores, por lo que es necesario replantear la afirmación de que valerse de textos conservadores fue una forma de crear consensos y traspasar las luchas partidistas (Cardona Zuluaga 2013). Más bien, un arraigado pensamiento conservador, unido a las amplias redes y el prestigio de los escritores, hizo posible la difusión de los libros de los conservadores por sobre la de los liberales, por lo menos en lo relacionado con la enseñanza de la lengua, la historia y la geografía.
La Librería Colombiana publicó la cuarta edición del Compendio de geografía, para uso de los colegios y escuelas (1890) del conservador Carlos Martínez Silva. El Compendio de geografía universal del mismo autor, editado por la Librería Americana y J. J. Mogollón & Co., alcanzó su décima edición en 1890. Felipe Pérez, el liberal que más publicó sobre geografía, no llegó a tener tantas ediciones, si bien sus publicaciones incluyeron varios títulos diferentes; incluso la Geografía elemental, matemática, física política i descriptiva para las escuelas de Colombia (1873), obra arreglada por la Dirección General de Instrucción Pública y Primaria, tuvo sólo una edición. A finales del siglo, apenas volvieron a editarse algunas obras de Pérez.
Los liberales fueron más prolíficos en temas técnicos. La Librería Colombiana publicó el Tratado de Aritmética (1892 y 1897), el Curso de álgebra (1893) y la Contabilidad mercantil: texto de enseñanza (1898); los tres, títulos del liberal Manuel Antonio Rueda Jara, si bien las Lecciones de contabilidad oficial y mercantil del conservador Alejo Posse Martínez tuvieron tres ediciones con la Librería Colombiana.
Esta comparación entre la cantidad de ediciones de los textos escritos por conservadores y los escritos por liberales permite ver que la Librería Colombiana editó a varios conservadores, si bien es sólo un esbozo de lo que podría ser un estudio más profundo al respecto. Más que una preferencia por editar a conservadores, lo que se ve es que las condiciones nacionales y el mercado demandaban estos autores, y la Librería, como un negocio cuyo objetivo era vender libros, no tuvo reparo en editar a estos autores.
Lo que se hizo en este apartado fue recuperar la autoría para la historia del libro, cruzando las posiciones políticas de los escritores con el agente encargado de la edición; de esta forma, el autor deja de ser una abstracción (Chartier 1994, 59-61). Queda abierta la pregunta: ¿Cómo los cambios políticos transformaron el mercado editorial?
Discusión
Robert Darnton hizo evidente que a pesar de la poca simpatía que el librero Isaac-Pierre Rigaud sentía por Voltaire, encargó 30 ejemplares de sus Questions sur l’Encyclopédie (2008). La Librería Colombiana, a pesar de tener un origen liberal y de tratar de vender libros técnicos, editó a varios autores conservadores porque sus textos sobre lengua, historia y geografía eran los que más se vendían, es decir, su trabajo editorial obedeció más a la demanda del mercado que a sus intereses particulares.
En Argentina, Sergio Pastormerlo logró identificar las prácticas de impresores y libreros en el proceso de edición, además del nacimiento del editor como un personaje desligado de la venta de libros y del trabajo en la imprenta. El nuevo contexto fijó la transformación en los medios de producción y la división de los oficios, cambio que dio como resultado el nacimiento de un heterogéneo mercando del libro. Si bien Bogotá y Buenos Aires comparten algunas de las transformaciones, el contexto era muy diferente: la primera con 100 mil habitantes no logró tener la demanda de los 500 mil habitantes de la segunda. Un ejemplo claro es la décima edición de Martin Fierro, la cual logró vender 8 mil ejemplares en cuatro años; mientras que, por el lado colombiano, ni María de Jorge Isaacs ni Manuela de Eugenio Díaz lograron tantas ediciones y la impresión de tantos ejemplares. La Librería Colombiana, como un agente económicamente más fuerte que otros, logró mantenerse en el mercado, pero tuvo que ceder en los temas y autores que editaba; así, por ejemplo, gestionó la decimosexta edición del Resumen de la historia sagrada del antiguo y nuevo testamento / (del libro del estudiante). Muy seguramente llegar a este número de ediciones implica que la venta y por tanto la lectura de este tipo de textos era amplia. De esta forma, un estudio más amplio de los libros editados en la segunda mitad del siglo XIX nos dará claridad sobre la historia política e intelectual.
Conclusiones
En Colombia, la labor del librero como editor empezó en la segunda mitad del siglo XIX, si bien es necesario establecer en detalle la cantidad de librerías y libreros que hicieron parte de este proceso, las diferentes prácticas que usaron para hacer su trabajo y los productos que editaron. Retomando a Roger Chartier, estaríamos en la deuda de construir las grandes series que produjo la historiografía francesa en la primera mitad del siglo XX. Por muchas críticas que le haga la historia cultural a la historia social, el problema no son las series sino cómo se construyen éstas y cómo se cruzan las diferentes variables; obviamente, en la actualidad se trata más que de contar libros. Con un panorama más claro sobre la totalidad de los agentes y sus actividades pueden surgir conclusiones más sólidas sobre su impacto social, por ejemplo, diferenciar los contenidos y las ediciones de los hombres de los dos partidos políticos, que a su vez tenían diferentes ideas sobre cómo construir un Estado-nación; pero, para esto, es necesario identificar uno a uno los títulos, sus autores y los paratextos.
En el caso de la Librería Colombiana se puede ver que fue un agente importante del pequeño mercado del libro en Bogotá, cuyo objetivo de difundir un pensamiento técnico y que desarrollara el conocimiento de los individuos quedó supeditado a la edición de títulos que tuvieran acogida en el mercado. Los dueños de la Librería entendieron su establecimiento como un negocio, en el cual los intereses comerciales estaban por encima de los intereses políticos; de esta forma se consolidaba el empresario de finales del siglo XIX. Estudiar la edición teniendo en mente a los partidos políticos, al menos en el siglo XIX, permite identificar los intereses tanto de los empresarios como de los políticos colombianos, por ende, surgen nuevos aportes para la historia política. La autoría también es un elemento para tener en cuenta: los conservadores eran intelectuales hábiles en la enseñanza y el uso de la lengua, la historia y la geografía, mientras que los liberales se distinguieron en las matemáticas y la contabilidad. La Librería Colombiana incluyó en sus ediciones una serie de paratextos de la época, sin ninguna novedad, sólo en el Parnaso Colombiano introdujo un profundo estudio sobre el tema publicado.