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Investigación bibliotecológica

versão On-line ISSN 2448-8321versão impressa ISSN 0187-358X

Investig. bibl vol.27 no.59 Ciudad de México Jan./Abr. 2013

 

Reseñas

 

LARROSA, JORGE. La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación

 

Por Elsa Margarita Ramírez Leyva

 

México: Fondo de Cultura Económica, 2003, 678 p.

 

Jorge Larrosa, filósofo de la educación de la Universidad de Barcelona, nos conduce en esta obra por cuatro temáticas: formación, lectura, experiencia y biblioteca, a través de las interrelaciones que construye entre ellas: la experiencia de lectura como una experiencia de formación, la lectura como formación, la formación como lectura y la biblioteca como espacio de formación, que desarrolla en cinco capítulos organizados en 28 apartados: I. Lenguaje, experiencias y formación, II. Los peligros de la lectura, III. Las lecturas y los viajes, IV. Lectura, traducción y subjetividad, V. Lectura y educación. En esta obra Larrosa ofrece, al mismo tiempo que una crítica a los modelos pedagógicos que han despojado la experiencia formativa de la lectura, una argumentación, y demuestra su tesis sobre la lectura como formación y la formación como lectura.

En el primer capítulo y a manera de introducción nos explica las intenciones a pesar de lo difícil que éstas le parecen; sin embargo logra su propósito basándose en un formato de entrevistas que conduce de manera muy atinada Alfredo J. da Veiga Neto de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, quien plantea las preguntas que él piensa se suscitarían en una conferencia o en un salón de clases. Los temas de literatura, experiencia y formación son los ejes que le permiten a Larrosa explicar los planteamientos sobre su propuesta filosófica y pedagógica en torno a la formación de lectores. Esto lo ayuda a vislumbrar y a introducirnos en este complejo tema que el autor despliega en las 678 páginas que adereza con citas, frases e incluso un poema; lo que permite que su libro nos produzca interrogantes, reflexiones y sea también una experiencia de lectura.

Larrosa aborda cuestiones filosóficas y educativas a partir de la visión psicoanalítica, en particular la de Jacques Lacan, sobre el horizonte del lenguaje, que parte más que de los aspectos teóricos de esas disciplinas de una inquietud sobre la experiencia de este lenguaje, que no es lo mismo que partir de los conocimientos sobre él. Intenta así inquietar nuestra relación con el lenguaje y alejarse de las propuestas de aquellos filósofos que han abordado la experiencia y el lenguaje como un don fundamental de la constitución del ser humano que todos estamos compelidos a transmitir a cada sujeto desde que nace y que se refleja en el ser de cada cosa que es reside en el lenguaje, en un verso de Stefan George.

Por otro lado, Larrosa nos deja ver dos lados de la experiencia del uno que remiten al significado público y convencional, la univocidad y precisión de las palabras; un lenguaje que permite la comunicación en tanto la experiencia íntima del lenguaje es la cara interna, el modo en que adquiere significado propio, aunque éste nunca es total, siempre hay algo en él que es del otro que lo transmite, lo cual requiere de todo un proceso que rompa con ese lenguaje público que privilegia el proceso educativo.

En cuanto a la dimensión de la experiencia, Larrosa esclarece los significados de este concepto en el marco de la educación desde la perspectiva científico–técnica y la crítica política, para proponer otra que parta de la experiencia de la educación y de la lectura, desde la certeza de que la palabra ostenta un poder en tanto se hacen cosas con ella y donde nosotros somos sujetos del logos, palabra que habita nuestro pensamiento no sólo para razonar, calcular o argumentar, sino que también es fundamental para darle sentido a lo que somos y a lo que nos sucede. Larrosa cuestiona la manera en que la educación ha favorecido la experiencia que quiere orientar hacia un saber hacer y se separa tanto de la lectura para adquirir la teoría y el trabajo para adquirir experiencia, como del consumo voraz de la información para traducirla en opinión y en un saber hacer, donde está implicado el tiempo. No hay ahí lugar para vivir las experiencias, ni para la memoria, ni para experimentar o exponerse para relacionarse con la pasión; es decir, con el sentir. Recurre así al método de María Zambrano quien propone un camino hacia el conocimiento de sí mismo, y acude también a Nietzsche quien cuestiona la Bildung, concepto del humanismo alemán como un nuevo resultado de la elaboración filológica, pedagógica y filosófica. Desarrolla así en diferentes obras una crítica y una propuesta sobre la formación en relación a cómo se llega a ser lo que se es, a manera de una experiencia que transcurre en una travesía sin itinerario determinado en la que se va formando como un ser con experimentaciones, con ayuda de maestros, no como modelos de identificación sino como del "otro" que debemos separarnos para llegar a ser, y que en un cierto momento empieza a surgir y a dominar la educación científico técnica. Larrosa encuentra a través de Nietzsche nuevas posibilidades para la Bildung.

En otro lugar el autor recurre a la película Falso movimiento para abordar la dificultad de liberar al lenguaje de formas establecidas hechas de "hojalata", que dificultan el hablar o el ver y dejan una sensación de estar ausente y una imposibilidad de emprender el viaje hacia el relato, la escritura, o hacia uno mismo ante el malestar del lenguaje, que Larrosa relaciona con imposibilidad de la formación. Aborda también la relación entre lectura y metamorfosis a partir del poema de "El lector" de J. M. Rilke, que tiene a su vez su origen en la pintura "La lectura" de E. Manet, donde ambos muestran, uno con palabras y el otro con imágenes, a un lector que es mirado en el acto de la lectura, y los enigmas que suscita esa dimensión interior tan insondable en tanto que oculta a la mirada del otro la experiencia de la lectura, en donde el lector se despersonaliza y el texto pierde su estabilidad en esa relación embriagadora; es decir, donde el lector es embebido por el texto y a la inversa, donde la mirada está involucrada y recoge, fragmenta, se convierte en tiempo y deja aparecer lo existente para que advenga la metamorfosis del lector y éste quede alterado para siempre. De alguna manera este aspecto se vincula con el capítulo II, "Los peligros de la lectura". Larrosa ofrece ahí antecedentes sobre los poderes de la palabra y de los efectos que éstas tienen sobre las personas y que están presentes en las fórmulas verbales con intenciones maléficas o terapéuticas identificadas en prácticas culturales muy antiguas. Significación anímica, los libros están hechos de palabras que contienen sustancias inmateriales capaces de influir en el alma de los lectores, controlar la circulación y el uso que se funda en las creencias sobre la relación que existe entre la lectura y la salud , en metáforas expresadas a través de la lectura donde el lector se alimenta y es también una suerte de fármaco que contiene beneficios y peligros, por lo que la literatura y otros géneros son objeto de vigilancia y también derivan su clasificación y son sometidos por alguna moral.

Se explica aquí la experiencia de la lectura a la manera de un fármaco que se introduce en el lector y tiene efectos benéficos o perjudiciales. Por ello la literatura es sometida a tutela y manejada con las categorías de la farmacopea para determinar qué, quién, cuándo y para qué puede un texto ser suministrado y leído, de donde se desprende un canon en el que se plantea la cuestión ¿qué es leer?, donde despliega el problema sobre la lectura como un control pedagógico que intenta desactivar la experiencia de la literatura y evitar que algo "malo" le suceda al lector. En este mismo sentido analiza la disputa planteada por Platón respecto a la diferencia pedagógica que existía entre la dialéctica y la poesía, ésta última considerada en la Grecia antigua como un peligroso fármaco. Pero la literatura y la poesía resultaban "encantadoras" y por tanto cualquier forma de limitarlas sería vana, por lo que se debía controlar la lectura para que no le pasara nada al sujeto y se evitara la posibilidad de que penetrara en él y le produjera una transformación en su manera de ser.

Otro de los autores que aborda Larrosa en relación con lectura es Proust, quien relata en su obra Sobre la lectura sus experiencias con esta actividad que lo llevan a escribir su obra En busca del tiempo perdido, y en especial El tiempo recobrado: las experiencias pasadas que han dejado huellas, inscritas en alguna parte del cuerpo y cuya ausencia es una liga de tiempo elástica que en algún momento se recupera con la lectura que no es la utilitaria, sino aquella que está fuera del control de las necesidades, a las cuales no busca. La lectura, afirma Proust, puede ser beneficiosa pero también perjudicial, como lo describe en su lista de bibliopatologías en las que sugiere una biblioterapia que puede alcanzarse, retirándose a su interior y esperar una intervención que pueda producir algo en el lector.

El autor también nos lleva de viaje por textos haciendo de la lectura un trayecto por laberintos en donde los lectores que se pierden son conducidos por guías pedagógicos y tutelados que enseñan el camino y lo que se debe ver (leer), o por el contrario pueden tomar rumbos desconocidos y deambular hasta que todo se vuelva legible. En cuanto a la lectura como traducción, en ella el lector hace trabajar a la lengua para que diga no lo literal sino el sentido, aunque para ello éste se transgreda. De hecho en todos los capítulos Larrosa hace entrar y salir a sus lectores en las vidas y textos de una diversidad de filósofos y literaturas, en un viaje por las experiencias de su leer y escribir.

En el último capítulo sobre lectura y educación Larrosa muestra críticamente lo que ha hecho la pedagogía con la lectura y con los lectores, al orientarse con fines utilitarios en un contexto donde la productividad impone los saberes que deben ser aprendidos a través de un canon más de tipo fundamentalista y que recuerda los textos sagrados de antaño, y también la manera en que debe ser leída la literatura en este contexto incita a su apropiación, aunque la fuerza secreta de la literatura no permite que se la posea así, sino al contrario: puede darse el caso de que el lector resulte poseído por la novela, enseñanza que puede llegar a cambiar la conciencia del mundo y que depende del modo en que se lee. La novela histórica no conduce al lector al pasado, hace retomar a éste en la lectura y más que aceptar cuestiona lo que somos, y al igual que la enseñanza de la filosofía promueve preguntas más que respuestas, y da paso a la interrogación y a la duda. Por eso los textos son para ser contrastados, lo que también nos hace preguntarnos ¿qué es leer?, lo que lleva al autor a considerar la necesidad de repensar el concepto de formación que más que hacer coincidir al educando con un modelo conformado y normado debe dejar que eso otro irrumpa y nos legue algo nuevo.

Para apropiarse más de las palabras y de su contenido la educación humanista basada en la lectura recolecta y olvida pero no se pierde, se convierte en memoria, lo que implica un trabajo de enseñanza y aprendizaje; la biblioteca conserva tiempo y memoria, y el hombre que se forma en la biblioteca obtura las fisuras que producen la pérdida, el olvido y una memoria vacía. La lectura saca algo del texto pero también algo del lector, y es una manera de construir el texto sobre nosotros mismos, lo que la pedagogía moderna no permite y que pone en crisis a la educación en buena parte por la relación que establece con el libro, el cual tendría que trastornar esa relación y dejar de ser la memoria de antemano comprendida, entendida, acumulada, y convertirse en cambio, implicar una nueva manera de leer, establecer una relación con el libro. Ahora es éste más un artículo de consumo y entretenimiento en esta sociedad que demanda olvidarse de uno mismo y favorece que todo se escape, que no quede nada, que no pase nada, que la experiencia se pierda.

La pedagogía hoy privilegia la adquisición sobre la transmisión, cuando es en la transmisión, en el dar y el recibir sin una determinación, en donde surge la construcción sin un tiempo utilitario, rentabilizado, y se da lugar a pensar en un porvenir que hace a cada sujeto responsable de su tiempo, de construir su tiempo. Entre el dar y el tomar la palabra es donde sucede ese intercambio de enseñanzas y aprendizajes, momento en el que cada quien toma la palabra propia, la palabra futura, la palabra porvenir que hace hablar; hay que dejarla hablar. Concluye Larrosa: el hombre será entonces el hablante que puede experimentar el habla, una posibilidad de decir que envía hacia el porvenir. Para él el lenguaje es el Bildung de la subjetividad, por ello la lectura como experiencia apunta a la construcción de ella misma para que cada quien tome la palabra y hable y no sea hablado por otro.

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