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Investigación bibliotecológica
versão On-line ISSN 2448-8321versão impressa ISSN 0187-358X
Investig. bibl vol.25 no.54 Ciudad de México Mai./Ago. 2011
Reseñas
BONNET, JACQUES, Bibliotecas llenas de fantasmas
por Héctor Guillermo Alfaro López
España, Anagrama, 2010.
J. L. Borges concebía su paraíso bajo la forma de una biblioteca (de manera simétrica lo consideraba Gastón Bachelard), lo cual expresaba también su credo existencial y literario. Tal visión biblioparadisíaca ha tenido fortuna porque ha suministrado una imagen y un mito para aquellos que han hecho de sus bibliotecas personales el territorio de sus gozos y evasiones: mundo libresco signado por la felicidad, aunque no exento de ansiedad por su fragilidad; remember Farenheit 451. Pero tales paraísos por ser personales se encuentran poblados por fantasmas, los cuales deambulan entre las estanterías, los hacinamientos rebosantes y desbordantes de libros, así como en las habitaciones de los domicilios particulares por donde crece la hiedra bibliográfica. Son los fantasmas del propio forjador de su biblioteca personal: la sustancia etérea de que están hechos es la de los anhelos de posesión de todos aquellos libros que expresan quién es y lo que busca su dueño en esta vida (y por qué no, también en la otra).
Desde el momento que alguien emprende la epopeya de construir una biblioteca personal, pone también en juego sus fantasmas los que acompañarán a tal biblioteca el resto de su existencia hasta que, como acontece en la mayoría de los casos sea desmembrada con la desaparición de su poseedor. Sólo entonces los fantasmas se desvanecen. Hay por supuesto casos excepcionales donde la biblioteca sobrevive a su propietario sea porque fue adquirida por una institución, un potentado o simplemente porque su familia (caso aún más excepcional) ha corrido el venturoso riesgo de preservarla. Con lo que los fantasmas tienen una oportunidad más de seguir deambulando en el paraíso bibliográfico. Pero ahora vagan solitarios y su rumor sólo es un eco perdido: ya no tienen la respuesta de aquel que la forjó. Tales bibliotecas con sus entrañables fantasmas quedan ahí para ser exhibidas como lo que alguna vez fue la pasión de una vida por los libros, pero más aún, para dejar de manifiesto una posibilidad particular de lo humano para acercarse, comprender y abarcar la realidad a través del conocimiento y la creación de multitud de seres humanos que escribieron esos libros: la intimidad de los fantasmas se torna pública. Con lo que se establecen los vasos comunicantes entre la biblioteca privada y la biblioteca pública.
Cuando una biblioteca pública hace que una biblioteca privada forme parte de sus fondos conservándola tal cual, los fantasmas de su anterior poseedor aún pueden susurrar entre el acervo de la biblioteca pública. Pero fuera de tal fusión entre ambas formas de bibliotecas hay más distancia que consonancias. De primera instancia, lo obvio, una biblioteca pública carece de los fantasmas de un propietario individual, lo que ya marca una amplia distancia. Tal vez podría argüirse un fantasma social en la biblioteca pública pero eso ya es excesivo, porque al ampliar tal presencia fantasmática acaba por evaporarse. La biblioteca pública es aséptica y escéptica en cuanto a las pasiones y obsesiones del propietario individual para conformar su biblioteca, por lo tanto, no obedece a un proyecto específico de vida como una potencia onmiabarcadora de una porción de la realidad por medio de la posesión de una colección específica, sino que es un poliedro de visiones e intereses culturales y de conocimiento propio de las sociedades. Otros elementos distanciadores son los factores de tiempo y espacio: el tiempo en la biblioteca privada se dilata, es un remedo de la eternidad, donde conviven todos los tiempos a los que su propietario puede acceder y que le ofrecen sus libros en el momento que lo desee. En la biblioteca pública el tiempo se contrae, es un parpadeo fugaz que dura mientras el usuario hace uso del acervo durante su visita, tiempo que se cierra una vez que sale de la biblioteca. El espacio en la biblioteca privada es personal, íntimo, no sólo por la disposición con que la ha dispuesto físicamente su forjador, sino porque es un espacio para ser habitado perenne y permanentemente. Espacio del que ya no sale porque es presente y presencia para su propietario: la biblioteca se ha simbiotizado con su hogar, de hecho ésta se convierte en su hogar. Es el espacio idóneo donde convergen y fusionan los múltiples tiempos para fraguar la eternidad. Por su parte la biblioteca pública es un espacio de tránsito, de circulación zigzagueante entre usuario, información y espacio arquitectónico anónimo. Las bibliotecas públicas son estaciones de paso de un viaje interminable y siempre renovado en el que no llega la estación última de destino. La biblioteca privada es el principio y fin del viaje: alfa y omega de una travesía inmóvil.
Comoquiera que sea, ambas formas de bibliotecas representan los dos escorzos extremos de las posibilidades de ser de las bibliotecas. Entre una y otra caben multiplicidad de variantes y amalgamas. La expresa notabilidad del libro de Jacques Bonnet es que se abisma exclusivamente en uno de tales escorzos: el universo de las bibliotecas privadas; pero el periplo que sigue es de feliz recorrido. Por una parte es una erudita descripción de las bibliotecas privadas del mundo moderno, algunas de ellas de sus amigos y conocidos, o simplemente de aquellos de los que se ha informado en los libros. Y entre los pliegues de la información que brinda sobre esas bibliotecas privadas, se perfila la biografía de su propia biblioteca. Por otra parte J. Bonnet despliega una serie de agudas consideraciones reflexivas sobre las particularidades de las bibliotecas privadas, con lo que queda de manifiesto porqué son bibliotecas llenas de fantasmas. Algo que es de resaltar a lo largo del libro de Bonnet es el coherente e impresionante oficio de lector del autor. Como lo expresa reiteradamente, para él la biblioteca o, más exactamente, su biblioteca es antes que nada un ámbito destinado a la lectura: más allá de que como en toda biblioteca personal de vertiginoso y vasto acervo de libros no puedan ser leídos la mayoría de ellos, de hecho suscribiría Bonnet que tales bibliotecas por muy personales que sean deben tener un amplio margen de libros para no ser leídos, con ello se guarda el equilibrio entre lo leído y por leer (lo que sería una contundente respuesta a la absurda e infaltable expresión de todos aquellos neófitos en el arte de construir bibliotecas privadas de: "¿los has leído todos?"). Esto a contramarcha de esas específicas bibliotecas privadas signadas y destinadas prioritaria y privilegiadamente al coleccionismo ostentoso, reacio a cualquier tipo de lectura. Asimismo, ese afán voraz de lectura se encuentra transido por el impulso libertario que ella brinda, como lo expresa Bonnet con clarividente retórica:
La lectura expande nuestra realidad forzosamente limitada, y nos permite penetrar en épocas lejanas, en los corazones, las almas y las motivaciones de los hombres, así como conocer costumbres ajenas, etc. ¿Cómo detenerse cuando se vislumbra la oportunidad de escapar de un mundo limitado? La libertad estaba al alcance de la mano, se trataba de leer, de leer más y más para poder seguir albergando la esperanza de escapar al propio destino.1
Tal visión sobre la lectura nos muestra una paradoja: una biblioteca privada que par excellence es un espacio cerrado en el que se enclaustra su propietario se constituye un ámbito libertario. Cada libro leído es un sello de visado que se estampa en el pasaporte de la libertad para que las barreras que aprisionan la mente y el espíritu se abran. De ahí que el libro Bibliotecas llenas de fantasmas sea también una alabanza a lo que puede hacer una biblioteca ha su propietario. Formar una biblioteca personal es, por tanto, una manera de salvación aquí en este mundo, por lo que el libro de Bonnet es asimismo una invitación a que los lectores formen sus propias bibliotecas para que cada uno encuentre en ella la salvación que le corresponde. Lo que no deja de ser un llamado teñido de nostalgia puesto que la tendencia actual debido a la oleada tecnológica es la contraria, prescindir de los libros de papel. Pero aún con todo ello Bonnet enarbola su fe inquebrantable en el libro y la biblioteca como respuesta al reto de lo virtual que lanza Internet:
Curiosamente, la fuente infinita de información que es Internet no tiene para mí la misma aura mágica que mi biblioteca. Estoy frente a un ordenador con el que puedo acceder a toda la información imaginable, más amo del tiempo y del espacio que nunca, y sin embargo me falta algo de <<divinidad>>. Es tal vez una cuestión carnal: hago mis investigaciones con la punta de los dedos, es algo exterior a mí, que pasa por una máquina y una pantalla. Nada que ver con esas paredes tapizadas de libros que me sé -casi- de memoria. Por un lado tengo la sensación de estar al mando de un fabuloso brazo articulado capaz de todas las proezas en el vacío sideral exterior, por el otro de estar en el interior de un útero cuyas paredes están tapizadas de estanterías y cuyo arquetipo novelesco podría ser el Nautilus. Como se puede ver, no es una cuestión meramente racional.2
Después de recorrer los distintos temas de que trata el libro en torno a las bibliotecas privadas y los entrañables fantasmas que las pueblan, la conclusión es clara: las bibliotecas privadas representan un universo amenazado pero que vale la pena conservar, porque en ellas late la cultura que nos ha formado y de la que aún somos parte, la cultura impresa. Pero también puede ser el territorio en el que un individuo, un lector puede, como frente a un espejo, verse a sí mismo y saber quién es porque finalmente los fantasma que pueblan su biblioteca no son más que su otro rostro, el que expresa su más profundo ser. Libro vemos todos aquellos que tenemos que a su vez es un espejo en el que nos nuestra biblioteca personal.
1 p. 34.
2 p. 118-119.