El tema de los barrios, con sus historias y evocaciones de la vida social, ocupa un lugar esencial en el desarrollo de las ciudades. En muchas de las grandes obras de la literatura, como Dubliners de James Joyce; Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno, o Palinuro de México de Fernando del Paso, aparecen personajes enraizados a las calles, las plazas, los jardines, las tiendas, los talleres o las casas; siempre dándole vida a los barrios en interacción con los otros.
Así, para el urbanismo resulta básico el estudio y observación de esos nodos culturales que llamamos barrios, objetos centrales de gran parte de las tareas arquitectónicas. En las obras seminales de Henri Lefebvre, Manuel Castells y Kevin Linch los barrios ocupan sitios estratégicos del análisis. Podemos asumir, sin mayores problemas epistemológicos, que los barrios, las colonias, los pueblos originarios y aún los conjuntos habitacionales, pese a su diversidad física, tienen en común el carácter de resguardo de la vida social, de lo que en la fenomenología de Edmund Husserl a Alfred Schütz se ha llamado mundo vital y que tiene como variable independiente la espacialidad, ese escenario cotidiano definido por los sujetos, con sentidos, características y usos específicos.
El libro El mejoramiento barrial. Revisión a la experiencia de la Ciudad de México, coordinado por Francisco Javier de la Torre y Ricardo Adalberto Pino, comparte el primordial interés del urbanismo por los barrios. Se trata de un análisis colectivo de la ejecución del Programa Comunitario de Mejoramiento Barrial de la Ciudad de México, un proyecto gubernamental que retomó las viejas demandas del Movimiento Urbano Popular (MUP) de los años setenta y ochenta y, podemos decir también, que rescató algunas experiencias de antiguos programas sociales.
Esta obra, cuyos materiales se presentaron en un seminario académico en 2016, incluye una serie de artículos que muestra la evolución del Programa, otros que hacen revisiones conceptuales y unos más que presentan testimonios de diferentes barrios. Así, por ejemplo, el “Estudio introductorio”, de Ricardo Pino, destaca el carácter emergente del Programa frente al deterioro urbano y lo importante que resulta “la conformación de un saber colectivo que recoge la experiencia de hacer ciudad desde abajo, desde el barrio” (p. 25). Por su parte, en el trabajo “La acción colectiva redefinida desde la participación de los barrios”, Francisco de la Torre señala el marco favorable que estableció el proceso de democratización de la ciudad, con el papel incisivo del MUP y de organizaciones de técnicos vinculados a los procesos barriales (COPEVI, FOSOVI, Casa y Ciudad). A partir de las experiencias del Programa, afirma De la Torre, se podría “romper la tendencia que banaliza la participación” (p. 151). Es decir, los resultados del mismo permitirían avanzar hacia la recuperación de las formas de acción social capaces de transformar a los barrios. No obstante, también se presenta un trabajo crítico, el de Raúl Bautista, “Cuando las políticas sociales tienen un origen social o lo que es lo mismo, cuando un gobierno de derecha no sabe que es de izquierda”. Como el título indica, el autor cuestiona el débil apoyo institucional al Programa de Mejoramiento Barrial, al que considera, levantando una vieja bandera de la izquierda, “instrumento de resistencia social para la defensa del espacio público” (p. 103). Y agrega un dato clave del contradictorio apoyo institucional: la asignación decreciente de recursos y, además, después de diez años de operación, la carencia del personal de base necesario.
Podemos considerar que, pese a la falta de soporte desde las altas esferas del gobierno de la ciudad, el Programa de Mejoramiento Barrial, como se desprende de la lectura del libro, ha puesto sobre la mesa de las políticas urbanas el paradigma de la participación social, un recurso democrático e incisivo con capacidad para desplegar transformaciones urbanas que van más allá de lo que podrían indicar las variables cuantitativas. El Programa, que ha recibido premios internacionales, ha tenido la capacidad para incentivar cambios sociales en el territorio nodal de los barrios, ubicándose como un mecanismo de transformación espacial y social frente a la severa problemática urbana que, sumariamente, puede enunciarse como: acumulación de los efectos de las crisis económicas, el desempleo, la crisis ambiental y las limitadas políticas urbanas. Esa ola de avalanchas sistémicas ha provocado, entre otros daños, el resquebrajamiento del tejido social, la ruptura de los lazos comunitarios, engendrando fuertes corrientes de delincuencia e inseguridad. No obstante, en medio de ese contexto, que tendería a empeorar bajo el efecto de la pandemia global, las acciones de mejoramiento barrial resultan verdaderos recursos estratégicos para la vida urbana.
Las experiencias barriales, como parte de la operación del Programa, ilustran las formas y los alcances de la participación social en la Ciudad de México. El estudio de Georgina Sandoval, “Transformaciones de un espacio público: el Jardín de San Fernando”, da cuenta del proceso de mejoramiento de ese tradicional espacio con recursos del Programa. El artículo incluye, haciendo acopio de herramientas fenomenológicas, una revisión minuciosa de la historia del parque, en el límite norte de la colonia Guerrero, y una descripción del “diseño participativo”, en el cual intervinieron estudiantes de arquitectura de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco, bajo la dirección de la profesora Sandoval, quienes retomaron los intereses de los vecinos de la colonia. Lucía Belmont, en su trabajo, nos dice cómo en San Miguel Teotongo, en medio de la presión de las invasiones, la basura y la delincuencia, se construyeron parques, espacios culturales, deportivos y recreativos. En la colonia Miravalle, de acuerdo con el registro de Enrique Meneses, se levantaron una biblioteca, algunas plazas, una pista de patinetas y un comedor comunitario, entre otros nuevos espacios. Por su parte, Yuriria Orozco recoge la experiencia de la colonia Carmen Serdán, en donde se construyó un centro comunitario, modificando radicalmente el sentido del espacio. Además, en lo que significó un giro de 180 grados en el uso del espacio, el Programa permitió la transformación de “un módulo de vigilancia que jamás fue ocupado por policías […] [para ubicar] en la actualidad […] el grupo de Alcohólicos Anónimos A.C. (p. 209).
Los proyectos del Programa de Mejoramiento Barrial, como se advierte en la obra, no han estado libres de los tradicionales obstáculos que emergen en el ejercicio de los programas que ponen en práctica una intensa participación social. La intervención de grupos políticos adversos que los convierten en motivo de conflicto, la ausencia de mantenimiento público a obras que las alcaldías no consideran su responsabilidad, la falta de personal operativo de base, las dificultades para desatar la participación social, el problema del proyecto técnico, etcétera. Se trata de limitaciones prácticas que requieren de una atención especial de las autoridades y, en muchas ocasiones, del soporte de los técnicos, tal como lo explica Gustavo Romero en su artículo sobre la arquitectura participativa. En cualquier caso, bajo la lupa de una evaluación genérica, la problemática de la ejecución del Programa no invalida los aportes de la práctica de la participación social en el desarrollo urbano barrial.
El conjunto de artículos que nos presenta El mejoramiento barrial. Revisión a la experiencia de la Ciudad de México, y ahí radica el peso de sus argumentaciones, coloca el tema del barrio y sus posibilidades de autotransformación en el centro del debate urbanístico. Se trata de una nueva mirada sobre uno de los temas básicos de la ciudad, el del espacio en el cual se despliega el desarrollo de la vida social y de las familias mismas, llámese barrio, colonia, conjunto habitacional, pueblo originario o, simplemente, como diría Max Weber, la comunidad doméstica. Se trata del enfoque sobre lo que constituye el origen de lo urbano, la vida diaria de las personas y las familias, el lugar en el que se produce la cultura de lo cotidiano, de las identidades, como lo advierte el artículo de Leonel Alcántara. Es un análisis multifocal de lo que finalmente es el soporte concreto y subjetivo de lo social. Frente al deterioro y descomposición social de los barrios, por el efecto multiplicado de las crisis sistémicas, destaca entre las políticas urbanas una posibilidad para la transformación de las espacialidades bajo el impulso siempre original de la participación colectiva, necesariamente democrática y democratizadora, constituyendo las bases de una acción recuperadora del tejido social, de los lazos comunitarios y del mundo vital que se desenvuelve en las comunidades vecinales.