“El epigrama es uno de los géneros más longevos y productivos de toda la literatura griega” (p. 9), afirma el autor en la primera línea de este libro. Con eso en mente, se entiende que la realización de una selección rigurosa de epigramas y su correspondiente traducción no son tarea fácil.
Luis Guichard es originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (México), y reside en España desde 1997. Es un filólogo clásico, profesor de la Universidad de Salamanca desde 2003 donde coordina el Máster de Creación Literaria y el Máster Europeo de Culturas Clásicas. Es autor de ediciones críticas de poetas griegos y mexicanos, de libros de ensayo y de investigación filológica. Además, es un poeta que, entre sus reconocimientos, obtuvo en 2018 el Premio Iberoamericano de Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer por su libro El jardín de la señora D., de Ediciones Hiperión. No podría haber mejor combinación, riguroso filólogo y buen poeta, para traducir un género como el epigrama griego.
El género epigramático empezó como inscripciones en verso para conmemorar una muerte o una ofrenda y, con el tiempo, se convirtió en un género literario particularmente dinámico y “vertiginoso”, como el mismo autor anota, que explora temas, la mayoría de ellos (aunque no únicamente) de la vida cotidiana: sentimientos, victorias, erotismo, problemas políticos, críticas, narraciones o valores sociales, entre otros.
De los cerca de 5000 epigramas griegos que transmiten diversas fuentes antiguas, Guichard hace su selección bajo tres criterios: incorporar todas las etapas del género; incluir a los autores más importantes (los que la tradición ha considerado “maestros del género”, pero también a los raros, que nunca aparecen en ningún sitio); y que dicha selección fuera representativa, pero manejable. Así, en estos quinientos epigramas (diez por ciento aproximadamente del total), el autor abarca desde el siglo III a. C. hasta el VI d. C.; es decir, toda la historia del epigrama literario antiguo en sentido estricto, lo cual constituye una selección muy cuidadosa y significativa del género epigramático que se presenta por primera vez en español.
El autor realiza una necesaria y minuciosa Introducción (pp. 9-58) que refleja los años que ha trabajado este género (dentro de sus publicaciones, Guichard tiene una traducción de los epigramas de Asclepíades y prepara una de los de Posidipo). En primer lugar, presenta las características del género, entre las cuales destaca su brevedad: “menor de doce versos obligatoriamente, pero mejor aún si tiene entre cuatro y ocho” (¿página?); después, propone una manera de definir los dos tipos, “funcionales” y “ficcionales”, en lugar de la clásica denominación de “inscripcionales” y “literarios”; en tercer lugar, hace un repaso de las antologías, recopilaciones y libros de autor de epigramas antiguos; posteriormente, presenta características particulares del género a lo largo de distintas épocas e introduce a los autores que traducirá: el epigrama helenístico, donde habla de la Corona de Meleagro; el cambio de milenio, donde cuenta de la Corona de Filipo; la época imperial, donde ofrece una descripción necesaria de los epigramas isopséficos y escópicos (algunos de los cuales se traducen por primera vez al español); la Antigüedad tardía, donde habla de los epigramas eróticos y cristianos; Constantinopla, donde presenta el Ciclo de Agatias; y termina esta parte con la historia de los últimos mil quinientos años de epigramas griegos (el último que cita es de 1973).
Después de la introducción, vienen las características de esta edición (pp. 59-66): criterios de selección, fuentes del texto griego y tipo de traducción. Antes de la lectura de los quinientos epigramas griegos, el autor proporciona una bibliografía (pp. 67-76) dividida en dos: ediciones, traducciones y comentarios, y estudios.
La selección de epigramas traducidos (pp. 78-339) está ordenada por autores: Asclepíades, Nóside, Calímaco, Ánite, Posidipo, Leónidas, Dioscórides, Antípatro de Sidón, Meleagro, Filodemo, Antífilo, Marco Argentario, Antípatro de Tesalónica, Crinágoras, Filipo, Leónides de Alejandría, Lucilio, Nicarco, Amiano, Estratón, Rufino, Gregorio de Nacianzo, Páladas, Agatias, Paulo Silenciario, Macedonio Cónsul, Juliano de Egipto, Leoncio escolástico y, también, hay una sección de “epigramas varios”, en donde aparecen algunos anónimos.
Esta obra es una edición bilingüe, lo cual se agradece si no se conoce la lengua original o si se conoce parcialmente, dado que el griego está ahí sea para consultarse, sea para no olvidar que lo que se lee, aunque con tema actual, fue escrito en otro idioma, en otro contexto. Todo lo anterior se presenta en una edición de bolsillo, fácilmente transportable, lo cual representa una de las grandes cualidades de esta obra junto al hecho de que algunos epigramas (como los de Posidipo) no se habían publicado antes en español.
La traducción que proporciona el autor es libre, respetando verso por línea, por lo que no solo se lee de forma muy fluida, sino que se puede seguir los dísticos del original griego. De esta manera, los epigramas resultan comprensibles y disfrutables, pero no pierden su lugar la sintaxis ni el sentido de las palabras griegas. Así, Guichard logra la rapidez, el dinamismo, la concisión y la profundidad que los autores griegos (o la mayoría de ellos) reflejaron en sus epigramas.
Después de la traducción de los epigramas, se encuentran las notas a cada uno de ellos (pp. 340-388), las cuales muchas veces son necesarias para su total comprensión. Finalmente, se ofrece una tabla de concordancias entre la numeración de esta edición y las fuentes (pp. 389-403).
Hay muchos epigramas que destacar o comentar. Dado que cada lector o lectora decidirá sus preferencias temáticas, únicamente transcribo aquí tres de ellos: el primero (No. 128), de Filodemo, porque el tratamiento del tema erótico resulta contrario al que presenta la mayoría de los epigramas; el segundo (No. 198), de Lucilio, debido a que aporta un ejemplo de intertextualidad, recurso frecuente en este género; y el tercero (No. 484), anónimo, por ser una sugestiva adivinanza:
Καὶ νυκτὸς µεσάτης τὸν ἐµὸν κλέψασα σύνευνον
ἦλθον καὶ πυκινῇ τεγγοµένη ψακάδι.
τοὔνεκ’ ἐν ἀπρήκτοισι καθήµεθα κοὐχὶ λαλεῦντες
εὕδοµεν, ὡς εὕδειν τοῖς φιλέουσι θέµις;
En medio de la noche esquivé a mi marido
y vine empapada en una lluvia intensa.
¿Y ahora nos sentamos absurdamente a hablar,
es que no vamos a acostarnos como hacen los amantes?
Εἰκοσέτους σωθέντος Ὀδυσσέος εἰς τὰ πατρῷα
ἔγνω τὴν µορφὴν Ἄργος ἰδὼν ὁ κύων·
ἀλλὰ σὺ πυκτεύσας, Στρατοφῶν, ἐπὶ τέσσαρας ὥρας
οὐ κυσὶν ἄγνωστος, τῇ δὲ πόλει γέγονας.
ἢν ἐθέλῃς τὸ πρόσωπον ἰδεῖν ἐς ἔσοπτρον ἑαυτοῦ,
“Οὐκ εἰµὶ Στρατοφῶν,” αὐτὸς ἐρεῖς ὀµόσας.
Cuando tras veinte años Odiseo volvió a su patria,
su perro Argos lo reconoció al verlo.
Tú, Estratofonte, con cuatro horas de boxeo quedaste
irreconocible para los perros y para la ciudad entera.
Si vieras tu propio rostro en un espejo,
dirías con una exclamación: “Yo no soy Estratofonte”.
Ἄν µ’ ἐσίδῃς, καὶ ἐγὼ σέ. σὺ µὲν βλεφάροισι δέδορκας,
ἀλλ’ ἐγὼ οὐ βλεφάροις· οὐ γὰρ ἔχω βλέφαρα.
ἂν δ’ ἐθέλῃς, λαλέω φωνῆς δίχα· σοὶ γὰρ ὑπάρχει
φωνή, ἐµοὶ δὲ µάτην χείλε’ ἀνοιγόµενα.
Si me miras, te miro. Tú ves con los ojos,
pero yo no, pues no tengo ojos.
Si quieres, hablo sin voz. Tú tienes voz,
yo solo labios que se abren en vano.
Seguramente la obra que ahora nos ocupa se convertirá en una referencia obligada en español tanto para los estudiosos del epigrama griego como para los amantes de la literatura (no especialistas en el género), ya que se puede disfrutar de principio a fin o, con solo abrirla en cualquiera de sus páginas, deleitarse con un “pequeño universo que empieza y termina en sí mismo” (p. 64), tal como Guichard define al epigrama.