Se antoja leer este volumen no sólo por su evidente brevedad, sino también por su sustancia, además es de notar que va noblemente dedicado a los alumnos del Doctorado en Estudios Novohispanos de la Universidad Autónoma de Zacatecas, destinatarios inmediatos de este opúsculo tan interesante como útil, puesto que explica conceptos fundamentales para entender el México virreinal.
En la Introducción (pp. 9-13) se nos advierte que estamos ante un trabajo de filosofía del lenguaje que busca despejar el significado de las palabras que conforman sus respectivos capítulos: “Nueva España”, “hombre”, “humanismo” e “indio”, términos que la autora considera “palabras clave”, acotadas todas al contexto del siglo XVI, por ser la etapa del primer contacto entre el viejo y el nuevo mundo.
Estipulado esto, se nos presenta el método seguido para alcanzar el objetivo deseado, el cual hallamos muy bien resumido en una idea basada en la obra Aristóteles y Nueva España de la autoría de la doctora Virginia Aspe Armella: “el estudio filosófico de los textos del pasado debe consistir en un ir y venir entre el análisis del argumento y las características del contexto, ateniéndose a la lingüística, pues los términos evolucionan en el tiempo y los contextos” (p. 17).
El primer capítulo, “Filosofía y cultura novohispana” (pp. 15-31), procede por eliminación de prejuicios sobre el concepto, más ideológico que histórico, del término “novohispano” o “colonial” a través de argumentos varios, generalmente negativos, que han impedido discernir correctamente si existe una “filosofía novohispana”. Para lograr este discernimiento y entrar en materia de los otros vocablos a definir, propone acudir a los contextos y a las fuentes mismas.
El tema del “hombre” empieza a verse perfilado desde el título elegido para este segundo capítulo: “Un tema de antropología filosófica: los indígenas americanos son seres humanos” (pp. 33-63). La incógnita a despejar es si puede haber varios tipos de “seres humanos” o si hay distintas formas de “ser hombre”, pues
la experiencia con el nuevo mundo obligó a corregir antiguos tratados geográficos, así como a ampliar las viejas clasificaciones y compilaciones de herbolaria y especies animales; pero la presencia de seres humanos en estas tierras provocó más que eso, se hizo necesaria una revisión y revaloración del hombre como problema filosófico (p. 33).
Este asunto, calificado de “muy complejo”, es comenzado con los preliminares de la obra de Gregorio García, autor del siglo XVI, titulada Origen de los indios del nuevo mundo, donde el escritor plantea 23 hipótesis para concluir afirmando que no hay duda de que los habitantes de América son seres humanos; después se aborda el tema del hombre bajo dos conceptos, como “creatura de Dios” y como “animal racional”, es decir, bajo el perfil teológico y el antropológico.
El hombre como “creatura de Dios” provocó comparaciones “no pocas veces forzadas”, como bien señala la autora, entre las lenguas conocidas en la Europa occidental con las lenguas indígenas para justificar que el hombre americano procedía indudablemente de la estirpe de Adán: “concebir al hombre como creatura de Dios implica que hay solamente una naturaleza humana unida por el origen” (p. 42), otra razón era la inclusión de los indígenas en el plan providencial de la historia: “Especialmente los franciscanos encontraron sentido en los acontecimientos apelando a las coincidencias temporales, como cuando propusieron que el descubrimiento y evangelización de estas tierras venían a compensar a los cristianos perdidos con las reformas protestantes en Europa” (pp. 46-47). En cambio, el hombre visto como “animal racional” planteaba el asunto de saber cuál era su grado de racionalidad. Esta preocupación obedecía a dar solución a cuestiones políticas como el derecho de conquista, el dominio de las tierras y la manera de inculcar el cristianismo, es decir, cómo justificar la sujeción y la imposición cultural. No es de extrañar que la opinión, casi unánime entonces, fuera que el indígena poseía una racionalidad inferior a la del cristiano europeo. Es de notar que se abunda también en esta sección sobre el concepto de “ley natural” para redondear el tema abordado.
El tercer capítulo, “Humanismo novohispano” (pp. 65-88), comienza determinando qué entendemos por “humanismo” y cuestionando a qué podemos referirnos cuando hablamos de “humanismo novohispano”, el cual puede tener dos acepciones: puede referirse “a diversas cuestiones en torno a la educación” o “a la empresa de quienes se ocuparon de la defensa del indio americano”. Para despejar el concepto se discurre a continuación por tres apartados: “Renacimiento y ‘humanismo renacentista’: primeras confusiones”, “Los humanismos en la Nueva España” y “El humanismo en terreno multicultural”.
El objetivo del primero de ellos es hacernos caer en la cuenta de que, aunque Renacimiento y humanismo no son equivalentes “la coincidencia en el interés por los clásicos y su presencia en la educación hacen que frecuentemente sean identificados” (p. 69); en el título del segundo apartado nos llama la atención el plural de “humanismo” en lo referente a Nueva España, lo cual tiene sus razones, pues las reflexiones y polémicas que se dieron en torno al hombre americano tenían implicaciones y consecuencias en otros muchos ámbitos. Baste mencionar a los grandes personajes que contribuyeron a la reivindicación de lo propio: Juan Ginés de Sepúlveda y Vasco de Quiroga, o a quienes concibieron al indio como un humano pleno de derechos: fray Alonso de la Veracruz o Bartolomé de las Casas, además de otros nombres. En “El humanismo en terreno multicultural” sobresale, desde luego, la figura de fray Bernardino de Sahagún, quien supo reconocer el valor de la cultura del otro y vio su sociedad como civilizada.
En el último capítulo titulado “Colofón: indio” (pp. 89-101), se reflexiona sobre cómo el término “indios” logró abstraer la complejidad de las múltiples etnias, se habla también de gran cantidad de calificativos que acompañan a este vocablo, generalmente usados para dar una connotación negativa: naturales, gentiles, bárbaros, salvajes, etcétera. La autora dice literalmente: “Aunque es difícil deslindar unos adjetivos de otros, podemos agruparlos aquí en dos temáticas: el problema de la racionalidad indígena y el asunto de su religiosidad” (p. 93). Negativa era también la forma en que eran definidos estos nuevos hombres, para el español “no eran como los pueblos conocidos”, sino que eran gentes nuevas y, desde el punto de vista de algunos evangelizadores, no necesariamente inferiores, puesto que se les podía evangelizar, eran más bien incultos por desconocer el cristianismo.
Concluyendo, se trata de una obra breve que clarifica los cuatro conceptos abordados: “Nueva España”, “hombre”, “humanismo” e “indio”. Su lectura orienta nuestra perspectiva del conocido encuentro cultural, la autora misma, a lo largo del texto, propone cuestiones que invitan a la reflexión, a las que seguramente añadiremos las propias. La escritura es sencilla, al alcance de todos, y se lee con tanto gusto que se antoja profundizar de la misma manera en otros tantos conceptos.