Este libro compila nueve ponencias divulgadas desde el 2015 al 2017 por la British Academy gracias a la Universidad de Glasgow. Las exposiciones tratan sobre Ancient Scholarship. Según entiendo, esta frase engloba notas sobre educación y cultura, en esencia, helenística y romana. Este volumen se desarrolló en la conferencia ‘Ancient Scholarship: Scholastic Culture in the Hellenistic and Roman Eras’, la cual se celebró del 27 al 28 de abril del 2017 en la Universidad de Glasgow. Esa vez, los eruditos se reunieron para discutir los contactos multiculturales entre Grecia, Roma e Israel a propósito del libro antiguo. La producción, comercialización y discusión de los textos judíos, griegos y latinos fueron el sustento de la tradición oral de la didáctica en la Antigüedad.
La introducción (pp. 1-6) de Sean A. Adams propone analizar el contexto diacrónico de la Scholarship. La escuela antigua se basa en la discusión de ideas propias y ajenas, las cuales construyen la cultura y las tradiciones de cada pueblo. Los estudios culturales se realizaron en grupos de lectura y en bibliotecas. La edición usaba determinadas tipografías para distinguir la literatura tradicional de textos legales y religiosos. Scholastic Culture es un concepto que abarca: conservación, comentario, traducción, y crítica de textos en grupos de élite y con autoridad sociocultural. El término Scholarship entonces tiene que ver con léxico, tecnicismos, filología, tradición, historiografía, academias, conservación y retransmisión de la cultura (en este caso: griega, latina, egipcia y judía).
La primera exposición pertenece a Gaëlle Coqueugniot (investigadora de Maison Archéologie & Ethnologie en París) y se titula “Scholastic Research in the Archive? Hellenistic Historians and Ancient Archival Records” (pp. 7-29). Habla de cómo oradores e historiadores trabajaron en los archivos. La estantería de los archivos antiguos era de madera o de barro, si se trataba de una caja fuerte, o simplemente se encontraba en huecos de paredes. Se desconoce el criterio de catalogación de quienes archivaban los documentos en los registros públicos y privados. Había más archivos junto a las bibliotecas de Atenas que en Esparta desde el s. iv a. C. En la época helenística, los testimonios se trasmitían de manera más oral que escrita, de modo que es difícil encontrar una nota crítica. Los archivos (ἡ ἀναγραφή) eran repositorios que coleccionaban documentos históricos (ψήφισµα) y registros sobre un lugar, una institución o un grupo de gente (ὑποµνήµατα). Inclusive existieron oficinas de registro público fuera del territorio griego, en mercados privados y en casas de gobernadores de índole helenística. Los archivos públicos también estaban cerca de centros religiosos. En el Egipto Lágida se guardaban documentos de papiro, de arcilla en la Mesopotamia Seleucida, y de plomo o de bronce en la Magna Grecia. Sin embargo la mayoría de los materiales fueron reciclados posteriormente.
El historiador Polibio consultó escritos, literatura, cartas y documentos tanto en Grecia como en Roma. Pero contó con un cuerpo de investigadores. Apoyó la crónica y el método de Tucídides. A su vez, Timeo se enfocó en historias orales y trasmitidas indirectamente, aunque tenía a su disposición las bibliotecas y librerías en Atenas y en Locros. El santuario Metroon (a la Diosa Madre-Verdad) conservó documentos legales y testimonios, a donde acudieron los oradores en la época de Tucídides y de Demóstenes. Los atidógrafos (scholars) recopilaron documentos de las dinastías de Ática. Los epígrafes y epigramas conservaban información que democráticamente se enseñó a los analfabetas y esclavos. Tertuliano (s. II d. C.) en su Apología del cristianismo menciona a helenistas que usaron archivos de otros pueblos. Dentro de los templos había bibliotecas y archivos en Egipto (δέλτων ἱερῶν) donde Maneto, Beroso, Josefo y Apión reconstruyeron testimonios cristianos. Menandro tradujo (ὁ µεταφράσας) a políticos el dialecto de los fenicios, cuyas crónicas fueron consultadas por Flavio Josefo. Los sacerdotes a lo largo de este tiempo se encargaron de conservar los documentos hasta el período bizantino. Para concluir se resalta que los archivos conservados carecen de autores específicos, ya que se volvieron propiedad del gobierno, y que la memoria obstaculizó las citas precisas.
En seguida, Myrto Hatzimichali (Universidad de Cambridge) expone “Circulation of Lexica in the Hellenistic and Early Imperial Period” (pp. 31-50). Habla sobre la divulgación y la venta de copias de textos por encargo. La publicación fue un eslabón importante para su conservación durante la era imperial. El término ekdosis se refiere a cuando una edición especializada pasa a dominio público, es decir, a cuando el autor encargaba su obra a una biblioteca para que fuera leída en voz alta. Los textos inéditos (ἀνέκδοτα) se encargaban a los colegas del autor (gramáticos o literatos) para que los publicaran. Los comentarios de textos y de palabras inusuales en la Antigüedad tenían la finalidad de reforzar la identidad grecolatina en Egipto durante el gobierno de los Ptolomeos. Los léxicos en forma de lista y con las citas de autoridad, quizá ya como un género específico, aparecen hasta la época de Bizancio. Se sabe que los Onomastica estaban ordenados según la obra o alfabéticamente.
El uso de glosarios se tiene registrado desde la época clásica con Aristóteles. Incluso en la obra de Homero se cuestionan palabras no familiares. Aristófanes usa palabras con doble sentido, cuyo glosario fue recuperado por Galeno. Dioniso Jambo fue un glosógrafo que registró las palabras vernáculas de los marineros en el s. III a. C. Pánfilo fue un lexicógrafo de época romana que cita sus fuentes literarias, retóricas y culturales. La extensión de las glosas distingue las obras imperiales de las helenísticas. Doroteo de Ascalón colectó vocabularios en 108 libros, según Ateneo. Las copias de los glosarios eran escasas en bibliotecas; por ejemplo, el léxico de Nicandro de Colofón se encontró exclusivamente en la corte de Átalo y en Alejandría, ya que las copias fueron compartidas sólo entre lexicógrafos.
El léxico de Pánfilo proviene de la tradición de las enseñanzas de Calímaco. Sus obras se conservaron en Alejandría, pero se diseminaron como citas hasta Bizancio, como la mayor parte de la escuela de Aristarco. Pánfilo continuó con el diccionario de autores olvidados por el tiempo, como Zopirio. Su legado lo continuó Julio Vestino “sofista” a lo largo de índices en 94 libros (Οὐηστῖνος Ἰούλιος σοφιστής Ἐπιτοµὴν Παµφίλου Γλωσσῶν βιβλία ϟδ′), con la finalidad de que el emperador Adriano entendiera las obras de los oradores áticos. Dado que el dato proviene de fuentes indirectas, existe una confusión entre el signo koppa 90 (ϟ) y el de hípsilon 400 (Υ). Como secretario de gobernación en Roma, Julio Vestino mandó copistas a Alejandría para restaurar las obras dañadas en los incendios de Italia. Diogeniano colectó un epítome similar cuando reinó Adriano. Hesiquio ocultó la fama de sus ancestros cuatro siglos más tarde, al compendiar más resúmenes antiguos.
Los textos legales se conservan organizados, pues no se actualizaban cotidianamente. Los glosarios se reeditaban con prólogos recientes, con el objeto de divulgar las obras a personas que carecían de bibliotecas privadas. Las ediciones de élite se diseminaron poco a poco en las provincias entre Egipto y Roma. Cerca de la metrópolis, circulaban más glosarios que textos literarios en las librerías populares.
El tercer expositor es Matthew Nicholls (Universidad de Reading en Inglaterra) con “‘Bookish Places’ in Imperial Rome: Bookshops and the Urban Landscape of Learning” (pp. 51-68). El investigador inicia con un análisis de “De libris propriis liber” de Galeno (s. ii d. C.), cuya información describe una discusión en una librería de la calle Sandaliario (Vicus Sandaliarius) en Roma, ya que se vendían obras que violaban los derechos de autor. Galeno afirma que las primeras líneas del libro en discusión no corresponden con su estilo filológico y léxico. Quizás un imitador o uno de sus alumnos publicó un texto sin su autorización. Al mismo tianguis de libros (librarius), Aulo Gelio iba acompañado de Apolonio Sulpicio para consultar los textos de Salustio. Muchas librerías violaban la autenticidad de los textos a nivel cómico. Sulpicio iba también a criticar oralmente los manuscritos con los jóvenes en la librería de la Domus Tiberiana.
Nicholls compara las discusiones en las librerías y bibliotecas cercanas a la zona comercial del Palatino. Cita a Marcial a propósito de los nidos de libros o tiendas (taberna) en los foros romanos, como Pompeya. Allí se copiaron, dictaron, rentaron, vendieron, ordenaron, restauraron y editaron los libros en demanda. La librería subía de categoría si sus escribas y filólogos tanto de griego como de latín contaban con alto prestigio. El cliente podía comparar precios y calidad. Podía hospedarse cerca de los centros culturales por un tiempo, ya que las residencias y escuelas se ubicaron lejos. Muchos criticaban a las librerías y a los mercados. Los comercios se intercomunicaban entre sí para subsistir. En las librerías de la Via Sacra (ὁδὸν Εἰρήνης) convivían vendedores, personal, esclavos, clientes, organizadores, ladrones y educadores. Las bibliotecas en el Palatino fueron famosas por conservar obras auténticas.
En Περὶ Ἀλυπίας (De Indolentia), Galeno cuenta que tuvo un almacén (tabularium) cercano a la corte imperial y donde se incineraba el archivo muerto. En el Templum Pacis, su personal apoyó la cultura, la crítica, el debate, la creatividad, auditoria (ἀκουστηρίων) de libros y la producción artística. Las audiencias populares sucedían en las bibliotecas y en librerías. Los gramáticos organizaban discusiones privadas. Mantenían sus pertenencias bajo llave para lectores de élite. Los doctores y los abogados subsidiaron la mayoría de los lugares multidisciplinarios. Así termina la descripción del mundo de las librerías grecorromanas.
En cuarto lugar, Serena Ammirati (Università degli Studi Roma Tre) trata: “Towards a Typology of the Ancient Latin Legal Book” (pp. 69-82). Describe los formatos del libro de leyes en la época temprana del latín. La mayoría de los registros arqueológicos son legales (ss. I-VII d. C.). El libro legal fue escrito, comentado o compilado por un jurista romano. Del papiro se cambió al códice para beneficios bibliográficos, cuyos márgenes servían para agregar comentarios. La correspondencia puede incluir textos legales, con letra capital.
Los rollos de papiro estaban en cursiva romana del s. i d. C., cuyos signos de puntuación parecen K (unidad de sentido) para delimitar columnas. El signo H se usa en verso para señalar el hiato. Las rúbricas fueron marcadas con una R (encabezados marcados con rojo). El color sirve para resaltar partes importantes del texto. Quintiliano distingue album según el texto de un pretor de la rúbrica o una ley antigua. Algunas columnas fueron numeradas. Las copias legales eran privadas. La distribución de las palabras se alteraba en las reediciones. La epigrafía variaba de estilo según la mano del escriba. Se aprecia una caligrafía mecánica y cuidada en los papiros. Predominan las tipografías script, uncial y minúsculas. Los signos de redacción se sistematizaron, aunque cambiaran los soportes y materiales de escritura.
En conclusión no se puede definir una tipología precisa de los libros legales en latín. La congruencia entre formato y género literario corresponde a periodos tardíos. Los textos legales preservan su caligrafía y marcan el inicio de parágrafo con mayúsculas, a pesar de la mezcla tipográfica. Su puntuación sirvió para facilitar la consulta.
La quinta presentadora es Stephanie Roussou (Universidad de Chipre), quien expuso “New Readings in the Text of Herodian” (pp. 83-102). Se trata de un análisis de un epítome del Περὶ καθολικῆς προσῳδίας de Herodiano, el cual fue indexado por Pseudo-Arcadio. Esta exposición inaugura la nueva edición crítica de Stephanie Roussou.
El libro Περὶ καθολικῆς προσῳδίας pertenece al hijo de Apolonio Díscolo. Versaba sobre la acentuación griega, pero sólo se conservan índices indirectos en 20 libros más un apéndice sobre acentos a nivel sintáctico. Sus fuentes nos llevan tanto a Filopono de Alejandría como a, un romanizado quizá, Pseudo-Arcadio. Ambos tratan la acentuación, el primero, en casos oblicuos y el segundo, en la división silábica y morfológica. Se puede rastrear una relación con la Τέχνη γραµµατική de Dionisio Tracio, cuya autenticidad sigue en duda. Herodiano reformula su tradición alejandrina con base en los sistemas de Protágoras.
El Epítome de Pseudo-Arcadio conserva los comentarios eruditos de Herodiano. En la época bizantina, se conserva la estructura enciclopédica del autor. La pasada edición de Lentz mezcla arbitrariamente las fuentes directas con indirectas, añade datos del Suda e inventa ejemplos. Así que la edición mejorada de Stephanie Roussou da el lugar merecido a los manuscritos de primera mano, corrige las erratas de Barker y las de los escribas, y contempla las colaciones y lecturas recientes a propósito del Epítome de Pseudo-Arcadio, cuyas copias sistematizadas se originaron en el παλαιὰ βίβλος. Los hapaxes son considerados errores o enmiendas de escribas, porque se desconoce su origen.
Las nuevas lecturas del Epítome de Pseudo-Arcadio corrigen los nombres propios, cuya ortografía fue errada por la mala audición o malinterpretaciones de copistas extranjeros (judíos y abogados) durante la época de Marco Aurelio. En conclusión, la nueva edición del Epítome de Pseudo-Arcadio incluye el texto de Herodiano y sus pasajes paralelos a propósito de literatura, religión y textos técnicos. Son textos que conservan la tradición grecolatina.
En sexto lugar, Eleanor Dickey (Universidad de Reading) expone “What does a Linguistic Expert Know? The Conflict between Analogy and Atticism” (pp. 103-118). La investigadora aclara que un experto lingüista debería controlar todas las convenciones del lenguaje, lo cual resulta utópico. El corrector es llamado experto, ya desde Esquilo, cuando señala las rarezas más evidentes de un lenguaje. Algunos pueblos carecen del concepto “experto”. El erudito ha sido incapaz de representar toda una cultura por sí solo.
El método del experto lingüista se basa en la abstracción de reglas analógicas. Los comediógrafos se burlan de los tecnicismos lingüísticos. El experto regula los estereotipos, así que es digno de parodias. En ese sentido, Sexto Empírico rechaza el título de experto y ataca los tópicos técnicos, sobretodo se pone en contra de los literatos y gramáticos que le antecedieron en el helenismo. Anómalo es lo que se sale del paradigma, como dijo Herodiano en Περὶ µονήρους λέξεως: ‘Sobre la singularidad léxica’. Siendo anomalista, Varrón no considera ni comparación ni corrección escolar.
El canon ático se impuso ante el resto de las tradiciones griegas. El dialecto ático se tomó como regla en Alejandría en la época de Teodosio (s. IV d. C.), de manera que los demás dialectos fueron excepciones o licencias. El helenismo influyó en los extranjeros. Los helenistas tenían que estudiar el método de la analogía. Contra los inexpertos, el hijo de Apolonio Díscolo estipula que su objetivo consiste en sistematizar la regularidad sintáctica que hay en griego, De Constructione, 183.14-16. Apolonio Díscolo no corrige, sino señala variables en la comunicación oral y escrita, con base en la analogía. No juzga expresiones buenas o malas, sino marcas dialectales. Philomen Probert propone traducir la expresión apoloniana οὐ δεόντως como “excepcionalmente”. La tradición gramatical contempla dos tipos de hablantes: aticistas y analogistas. Siebenborn (1976) lista las operaciones analógicas en literatura, en uso común, en etimología y en dialecto. Los sofistas lingüistas conocieron el canon ático y el método analógico.
Luciano de Samosata (s. II d. C.) parodia el aticismo romano, que sin analizar repetía las palabras de los glosarios (ὑπεράττικος ἀρχαιότατον), en su obra Lexiphanes. La tradición ridiculiza a los prescriptivistas que no editan. El analista de los diccionarios cita (κεῖται) palabras del canon literario, pero cuida de no emplearlas fuera del contexto clásico. El imperio destacó un estatus de expertos de griego. La élite grecorromana que consumía glosarios clásicos fue parodiada, ya que repitió y no analizó su tradición clásica.
A modo de conclusión se puede decir que el experto lingüista en época imperial fue quien reprodujo oral y textualmente la literatura tradicional grecorromana. La élite de real prestigio escolar reconocía tanto paradigmas como excepciones en los cánones y en los glosarios. Otros estudiosos de la lengua, como Sexto Empírico, no consideraron expertos a los aticistas, ya que proliferaron sin reconocer la analogía.
El séptimo ponente es R. M. A. Marshall (Universidad de Glasgow), quien participa con la investigación titulada: “Suetonius the Bibliographer” (pp. 119-146). Expone la naturaleza retórica de las bibliografías y obras representativas de Suetonio, a saber, Vitae Caesarum. El género bibliográfico cuenta con una larga tradición desde los tiempos de Calímaco. La biblio-biografía mezcla la vida y obra de un personaje. Galeno reformuló dicho género al escribir su biblio-autobiografía en “De libris propriis liber”. Suetonio no enlistó las obras, sino que aportó motivos retóricos a propósito de la vida cotidiana. El autor romano plasma unos títulos y discrimina otros por razones retóricas. Es claro que el biógrafo fue bibliófilo, que acudió a los templos y que se rodeó de políticos. Suetonio tuvo abiertas las puertas de las oficinas de la corte imperial, puesto que fue oficial de bibliotecas en Roma. Renunció cuando Adriano tomó el poder. Su cargo mezclaba labores en burocracia y edición crítica. Las obras de Suetonio han sufrido adiciones a lo largo de su historia.
Las memorias de personalidades romanas, como Varrón o gobernantes, pueden ser mal catalogadas como biblio-autobiografías. Las adjudicaciones de las obras de autores de literatura griega con el mismo nombre, como Apolonio, son difíciles de establecer. Para resolver algunas discrepancias, es necesario consultar a Diógenes Laercio. Aunque Hermipo en la época helenista no haya sido biblio-biógrafo, sino un pinacógrafo asistente de Calímaco, su obra Aetia ayuda a aclarar dudas acerca del enciclopedismo de Suetonio. Así como los helenistas estructuraron un compendio de literatura griega, Suetonio poseía un entramado de literatura romana. La relación entre helenistas y los secretarios de Suetonio fue indirecta. En época grecorromana, se atisba cierta preocupación por autenticidad de las obras citadas. La vida de un autor se reconstruye a partir de las obras que dejó. Las cartas entre Nepote y Ático vislumbran dicha relación entre literatura y burocracia. Sin duda, Suetonio retomó los estudios moralistas de Nepote.
Las referencias de Suetonio sobre la literatura romana están mezcladas con las de Terencio, Donato y Jerome. Los emperadores intervinieron en la literatura romana. Los cristianos coinciden con la información de Suetonio. El autor escribe temas que pocos saben, de modo que Suetonio suprime los datos famosos. El objetivo se centra en la historia humana y el éxito profesional durante la dinastía republicana. Pero su estilo recae en lo didáctico más que en lo moral. No cita las obras cronológicamente. En conclusión, la naturaleza retórica de Suetonio lleva a que el lector se entretenga.
La octava ponencia pertenece a Sean A. Adams (Universidad de Glagow) y lleva el título: “Translating Texts: Contrasting Roman and Jewish Depictions of Literary Translations” (pp. 147-168). El objetivo de la investigación consiste en comparar textos de salida con los textos de entrada en relación con la cultura romana, griega y judía. El imperio grecolatino expandió su conocimiento de lenguas extranjeras al ir colonizando más regiones. Sin embargo, en esa época abundó más la interpretación oral que la traducción escrita. Adams analiza cómo los romanos y los judíos se aproximaron a los textos griegos. Se sabe que los copistas eran bilingües, pero se desconoce su preparación para traducir.
Los expertos aprendieron a escribir en cursivas durante el imperio. La educación grecolatina motivó exégesis homéricas. En la escuela grecolatina enseñaron la traducción intralingual. Tanto griegos como latinos compartieron materiales de lectura de época helenística, como el glosario: Hermeneumata Pseudodositheana. Es posible identificar traducciones literales (interlingual) en textos legales entre senadores romanos y gobernadores griegos. A inicios del Principado, aparecen Virgilios y Homeros bilingües en las escuelas. El panteón se latiniza por prestigio. La transliteración del persa o del babilonio se divulgó en menor grado. En filosofía, Cicerón intercambia glosas griegas por latinas, por ejemplo σφαῖρα equivale a globus. Si la literatura egipcia fue consumida por griegos, los romanos comercializaron la literatura griega mediante adaptaciones latinas. Cicerón se preocupa por la fidelidad en la literatura grecolatina. La traducción libre propició nuevos géneros y versiones creativas. Los oradores se convirtieron en traductores de la élite romana.
Los autores judíos incrementaron sus estudios en el imperio grecorromano, cuando Roma consolidó sus relaciones comerciales con Grecia. La liturgia judía fue enseñada a los griegos. Judea central tradujo sus leyes al griego. Para Grecia del Este se traducía del arameo y del hebreo. Los traductores anónimos se preocuparon por mantener la fuerza de la lengua de salida, por lo tanto los judíos se disculpan por no dominar el griego ante la corte real de Alejandría. Aristeas se reunió con expertos para traducir del hebreo al griego las leyes de Jerusalén. El equipo de Aristeas usó el método comparativo (ἀντιβάλλειν/collatio). A diferencia de Dionisio Tracio, los judíos iban más allá de la edición y ponían en práctica el texto con la traducción final. El prestigio de Aristeas competía con los demás estudiosos de Judea. La Septuaginta con los LXX se editó a la par que Homero con los 72 en Alejandría. Ambas ediciones, en la biblioteca de la corte de Alejandría, tuvieron un lugar privilegiado.
El latín se enriqueció con las traducciones grecolatinas, pero las traducciones judías no enaltecieron la literatura grecorromana. Los judíos adquirieron prestigio al traducir griego en Egipto gracias a los romanos. Los traductores también pudieron administrar donde se guardaron archivos. En las escuelas el hebreo se tradujo interlineal al griego. La traducción se prefirió en vez del texto original. Las diferencias entre las traducciones latinas y judías son: el texto de origen, la dirección de traducción y el propósito del texto resultante según el prestigio del traductor.
El último ponente es Catherine Hezser (Universidad de Londres), cuya investigación se llama “Rabbis as Intellectuals in the Context of Graeco-Roman and Byzantine Christian Scholasticism” (pp. 169-186). Entre los intelectuales se cuentan filósofos, sofistas, monjes, sacerdotes y rabinos hasta la época bizantina. En el cercano Este del imperio romano, rabinos palestinos se mezclaron con los comentaristas de la cultura grecolatina. Los ‘hakhamim’ eran los sofistas judíos que compilaron textos religiosos y legales. El conocimiento entre rabinos pasó de generación en generación.
Un intelectual podía ser desde un orador, escritores cristianos, hasta un profeta en la Antigüedad; su concepto resulta vago. Los rabinos pertenecieron a una élite subalterna. Integraban las tradiciones judías de las provincias de Palestina y civilizaciones romanizadas. No hubo oficinas rabínicas, pero fueron considerados gurúes entre pequeños círculos de cristianos grecorromanos. En el siglo III, Plotino habla de grupos exclusivos que seguían a los maestros Amonio Saccas, Orígenes y Longino. En la época bizantina dichas enseñanzas informales se institucionalizaron.
Los rabinos enseñaron en casas (batei midrash), mientras Babilonia se helenizaba. Homero y la Torah se forjaron con enseñanzas y disciplinas orales, uno en la escuela y otra en la vida cotidiana. En ambos casos, la enseñanza superior durante la época tardía sirvió para socializar y ganar prestigio en los debates diarios. También los rabinos organizaban disputas orales, ya que los niños memorizaban los volúmenes de la Torah por partes. Sus bibliotecas eran reducidas, porque no necesitaban escritos. En Cesarea, los rabinos preferían discutir sobre la cultura indígena de Palestina, aunque conocían la literatura grecolatina. Los ciudadanos judíos fueron romanizados durante la época imperial.
El códice Mishnah fue estipulado gracias al patriarca R. Yehudah ha-Nasi. Dicho compendio legal remite a los compendios de la Segunda Sofística y a la canonización cristiana del Nuevo Testamento. Midrash sirve por un lado a los rabinos que compilaron e hicieron exégesis de sus tradiciones. Por otro lado, algunos rabinos preferían realizar disputas inéditas. Mishnah y Progymnasmata de Hermógenes comparten rasgos argumentativos con marcos didácticos. Aunque ambas obras fueron enciclopédicas, sus lectores no eran solo oradores. Las compilaciones no seguían un orden establecido, pues carecieron de epítomes e índices. Los editores permanecieron en el anonimato, ya que la autoridad de los rabinos dominaba las audiencias de leyes judías. A diferencia de la tradición textual de época imperial, no sólo hay múltiples manos que intervienen las obras, sino también prolifera la polifonía. König y Woolf dicen que las enciclopedias manifiestan voces yuxtapuestas.
Tanto Mishnah como Talmud fueron divulgados mediante la disputa. Este método consistió en dar varias respuestas a una pregunta inicial acerca de un ritual y en sustentar una de ellas con pasajes o anécdotas. Dado que una persona no puede abarcar toda la Verdad, según los rabinos, la voluntad divina queda abierta a interpretaciones. La audiencia de las escrituras es democrática, aunque la Verdad es única, para los judíos. Después los rabinos adoptaron la estrategia del simposio, como los estoicos, quienes propiciaron la crítica en librerías y los estudios filológicos. La discusión de la literatura clásica se convirtió en un modo de vida (paideia) imperial. Los judíos helenizados fueron excluyendo a los rabinos indígenas (hebreos y arameos) de su élite. La helenización de la erudición judía tardó cerca de cinco siglos. La Scholarship en general se enfocó en preservar la tradición oral y escrita.
Después de las nueve ponencias, este libro ofrece: bibliografía (pp. 187-210), índice temático (pp. 211-212), índice de autores (pp. 213-218) y obras citadas (pp. 219-237). Además de proporcionar a investigadores de Ancient Scholarship traducciones, mapas, fuentes antiguas de información y referencias modernas sobre la producción del libro antiguo en torno a la época imperial.