1. Hay que reconocer que, en el caso de los primeros “filósofos” griegos, empezando con Tales, el peso de las simplificaciones historiográficas es aplastante, pues la imagen de cada uno de estos antiguos maestros ha sufrido un proceso radical de estandarización y “todos” hemos sido educados para pensar que Tales fue el primer filósofo y que sus estudios estuvieron consagrados casi exclusivamente al agua; que en la mente de Anaximandro el apeiron ocupó un lugar más que preponderante (compartido únicamente con la teoría del dikēn didonai del fragmento 1); que Parménides pensó en el ser y nada más (o casi); que Zenón pensó en defender a Parménides y nada más, o casi, y así sucesivamente. Sin embargo, pruebas irrefutables demuestran que no es así, por lo que es muy necesario distanciarse de esta representación en extremo simplificada.2
Dadas las circunstancias, resulta liberador y estimulante desprenderse de los esquemas arriba mencionados e intentar reescribir esta historia que empezó a tomar forma no simple y sencillamente en la antigüedad, sino incluso antes de Platón, con una obra del sofista Hipias de Elis de la que tenemos escaso conocimiento,3 la Sunagōgē (“Compilación”). Razones sólidas invitan a presumir, en efecto, que Hipias intentó identificar justo en aquello que nosotros solemos llamar archē -¿cuál archē?, ¿cuántas archai?- un hilo conductor único, desde Homero hasta Gorgias, y encontró la forma de conectar con ese hilo tanto a Museo y Orfeo, como a Tales, Alcmeón, Parménides, Meliso, Empédocles y Gorgias, y tal vez a otros más.4 Más precisamente, tenemos motivos para sospechar que también parte del panorama aristotélico acerca de las aitiai (en el libro primero de la Metafísica) tomó material de la síntesis elaborada por Hipias. Lo sugiere, entre otras cosas, el hecho de que Aristóteles, cuando aborda el tema de Tales, trata inmediata y exclusivamente el núcleo teórico al que Hipias había dado importancia, más aún, encuentra la forma de recordar que, según algunos, ya hoi prōtoi theologēsantes habían empezado a representar a Océano y a Tetis como el origen de la generación y principio vital (tēs genēseōs pateras: 938b30 s.), demostrando con ello que no estaba simplemente remitiendo a un conocido pasaje del Cratilo platónico (402b), sino también, y en especial, a algunas ideas de Hipias con las que estaba de acuerdo.
De aquí se infiere que Hipias concentró su atención justo en el que podríamos llamar el componente filosófico de las doctrinas de los presocráticos, que tomó en consideración, por lo demás -hasta donde sabemos- sin echar mano de la palabra “filosofía”, puesto que en su época dicho término seguramente tenía todavía un significado bastante genérico y era de uso esporádico. Por lo tanto, se podría decir que Hipias tuvo la finalidad de identificar y “extrapolar” una serie de respuestas dadas a una misma pregunta de fondo y que, por ende, también reconoció y señaló como pertenecientes a una categoría (o tipología) única de intelectuales y maestros a algunos poetas antiguos, a unos cuantos “presocráticos” y, por lo menos, a un sofista. Así pues, Hipias logró perfilar el “objeto” (la filosofía), aunque el campo connotativo y denotativo de la palabra en su época seguramente era todavía indeterminado, a tal grado que aún no estaba disponible. De este modo, tanto Hipias como después Platón, Aristóteles y Teofrasto tuvieron que construir un esquema de la protohistoria de la filosofía griega (o mejor dicho prehistoria)5 que tuvo el efecto de condicionar fuertemente no sólo a autores como Diógenes Laercio y Sexto Empírico, por una parte, Clemente Alejandrino y Simplicio, por otra, sino también a toda la historiografía filosófica occidental.
Aunque es desagradable decirlo, tenemos una prueba de lo anterior en una obra largamente esperada, con la que la sección Philosophie der Antike del Neuer Überweg se encamina a su conclusión.6 La obra, muy rica en información, como siempre, tiene muchas virtudes, pero también un defecto evidente que atañe a un grupo significativo de capítulos, entre los cuales está incluida también la exposición sobre Anaximandro (firmada por N. C. Dührsen). En este caso, dos terceras partes de las 38 densas páginas dedicadas a este tema versan sobre el apeiron y el fr. 1. Por consiguiente, esto nos invita a pensar que el conjunto de las demás doctrinas de Anaximandro de las que tenemos noticia fueron mucho menos importantes, menos representativas, menos significativas e incluso marginales. Así pues, Anaximandro habría aplicado sus mejores energías y su creatividad más sobresaliente para elaborar y perfeccionar las teorías del apeiron y del dikēn didonai, mientras que su ocupación secundaria habría dado lugar a los siguientes resultados:
la invención y realización del primer mapamundi de Occidente, con una representación diagramada de la línea costera de toda el área mediterránea (empresa jamás intentada con anterioridad)7 y con una imponente expansión de las supuestas dimensiones de la tierra;
la elaboración de la idea de que el sol tiene que continuar su viaje nocturno con la misma trayectoria circular y, entonces, es capaz de pasar bajo la tierra, presumiblemente a la misma distancia de los dos lados;
la identificación de una razón plausible para considerar lógico el hecho de que la tierra no corre ningún peligro serio de desplomarse en el vacío;
la elaboración de la idea de que la tierra tiene que constituir una inmensa superficie casi del todo llana, circular, rodeada por un río Océano de longitud desmesurada, con un precipicio insalvable situado más allá de la orilla externa de Océano y, debajo, otra superficie de las mismas dimensiones, también llana en términos generales y aproximadamente paralela;8
la identificación y representación del diámetro terrestre, no sin antes haber hecho de esta magnitud la primera Astronomic Unit (AU) de la historia y no sin antes haber supuesto que el cilindro terrestre tenía un grosor igual a un tercio de esta AU que acababa de ser identificada;9
la elaboración de ideas acerca de los astros y, en particular, acerca de las distancias de los diferentes cuerpos celestes desde la tierra utilizando múltiplos de la AU para intentar (es decir, para aventurarse a) cuantificarlas;
la elaboración hipotética de una macrohistoria del cosmos embrionaria, partiendo del estado originario, cuando el sol y los demás astros no se habían aún desprendido de la tierra, pasando por la desecación progresiva de una tierra que ya no estaba tan caliente y por la concentración de las aguas en los mares, hasta su futuro previsible, cuando los mares indefectiblemente se hubieran secado;
la elaboración de conjeturas sobre qué pudo haber ocurrido a aquellos animales marinos que se esforzaron en sobrevivir fuera del agua por primera vez; sobre la eventualidad de que alguna vez la tierra haya sido sacudida por un vórtice que, sin embargo, ahora afecta sólo a los astros; así como sobre varios otros puntos;
la elaboración de otras conjeturas acerca de cómo habrían hecho los primeros hombres para sobrevivir, aun cuando, en los primeros 12 a 15 años de vida, resulte notorio que son del todo incapaces de valerse por sí mismos, así como acerca del papel providencial que, para tal fin, desempeñaron algunos grandes peces;
la elaboración de una explicación unitaria de los fenómenos meteorológicos (Anaximandro “omnia ad spiritum rettulit”, declara Séneca, quien luego lo explica en detalle);
La determinación de la fecha exacta (es decir, cuántos días después del equinoccio de otoño) en que las Pléyades desaparecen en el horizonte, rectificando las cifras ofrecidas por Tales;
la elaboración de otras teorías que, al momento de hacer esta lista, tal vez yo haya olvidado y de otras de las que se ha perdido todo rastro.10
Que quede claro: varios de estos puntos son examinados atentamente por el redactor del capítulo sobre Anaximandro (sin embargo, no hay ningún rastro de los puntos B, D1, E, J, K arriba mencionados, y se reconocerá que, si bien el punto K puede considerarse una trivialidad, el punto B ciertamente no lo es, ni lo son tampoco los puntos E y J. Para Dührsen estas son meras “Einzelheiten des kosmogonischen Entwurfs und sonstige wissenschaftliche Leistungen” (302) y “doxographische Berichte” (297) que la crítica ha juzgado negativamente. Ahora bien, se puede hablar legítimamente de “otros resultados científicos” cuando, a propósito de Thomas Alva Edison, se atribuye una relevancia especial (y con justa razón) a la invención de la bombilla incandescente, tras de lo cual las otras muchas invenciones que Edison patentó pueden llegar a ser, precisamente, unas “sonstige wissenschaftliche Leistungen”, o sea, cosas secundarias. Pero, ¿podemos decir esto mismo a propósito del saber de Anaximandro acerca de la tierra?
Repetiré entonces la pregunta: ¿es posible que la ocupación principal de Anaximandro (su obsesión cognoscitiva, su orgullo principal) haya sido el apeiron? ¿Es posible que el apeiron haya constituido “das Grundwort des Anaximanders” (Riedel, 1987)? ¿No será más verosímil lo contrario, esto es, la marginalidad sustancial del apeiron en el vasto conjunto de las doctrinas de este antiguo maestro?
La censura amistosa que de esta manera dirijo a Dührsen y a los editores del nuevo Grundriss se debe al hecho de que el volumen se publicó hace poco (2013); sin embargo, es del todo evidente que la lista de obras generales y de estudios especializados en los que Anaximandro aparece asociado de preferencia con el apeiron es simple y sencillamente interminable y se extiende prácticamente sin interrupciones no sólo desde la Historia critica philosophiae de Jakob Brucker (siglo XVIII), sino incluso desde Hipias y Aristóteles. Esta circunstancia, en efecto, coincide con otra circunstancia digna de mención: el hecho de que todas las informaciones de las que hice aquí un repaso muy rápido son conocidas desde finales del siglo XIX o, por lo menos, a partir de la primera edición de los Vorsokratiker de Hermann Diels (vol. I, 1903), sólo que fueron olvidadas o pasadas por alto en un número impresionante de casos.
Así pues, la costumbre de identificar un gran numero de informaciones consideradas “secundarias” -de dejarlas en un rincón- es muy antigua y ha tenido sólo pocas y parciales excepciones.11 Por lo demás, el tratamiento dado a Anaximandro en la obra en cuestión fue precedido no sólo por un siglo entero de estudios orientados de manera sistemática a “ver” casi exclusivamente apeiron y dikēn didonai, sino que no constituye tampoco un caso aislado. En el mismo nuevo Grundriss, incluso el capítulo dedicado a Parménides, redactado por M. Kraus, exhibe unas desproporciones comparables. Veinticinco de las cuarenta y ocho densas páginas dedicadas a la exposición de sus doctrinas versan sobre el primer logos (“Die Seinslehre”), nueve tratan de cómo Parménides concibe las opiniones de los mortales y sólo seis y media al conjunto de los temas tratados en el curso del segundo logos; lo anterior, no obstante que, como se sabe, el segundo logos ocupaba no menos de tres cuartas partes de todo el poema. Y entre esas seis páginas y media, tan sólo una y media (pp. 491 s.) da cuenta de las teorías acerca de la tierra y su esfericidad (aunque el autor deja ver sus dudas sobre si se trató efectivamente de una doctrina de Parménides), las zonas climáticas, la luna, la estrella de la mañana y de la noche, las teorías relativas a la formación de los animales y del hombre, y las teorías sobre la sexualidad y la reproducción. También en este caso Kraus está bien acompañado:12 toda una comunidad científica se ha dedicado por generaciones a destacar sólo un aspecto del multifacético Parménides, limitándose a hacer una simple mención de todos los demás. Sin embargo, ¿tener tan poca curiosidad es un motivo de felicitaciones?
Dos cosas faltaron, en resumidas cuentas: por un lado la atención debida hacia el extenso conjunto de informaciones no genéricas que nos ha llegado; por otro, el intento de concebir la creatividad y el trabajo de organización y decantación de las ideas que claramente presupone una materia tan increíblemente amplia y estructurada, como lo es el conjunto de las doctrinas de Anaximandro.13
Por lo tanto, si intentamos cambiar de perspectiva -cosa que yo consideraría absolutamente inaplazable y que, por lo menos en parte, ya ha sido asimilada por la comunidad científica- dos cosas saltan a la vista: primero, el sorprendente y notable “aire de familia” -pero podríamos decir también: la admirable disciplina intelectual- que caracteriza las doctrinas de Anaximandro; y, segundo, su concentración en un único libro, el Peri physeōs. De este libro voy a ocuparme a partir de aquí.
2. El saber de Anaximandro fue depositado en un libro. Fue un homo unius libri y es inevitable suponer que en este libro encontró cabida todo el saber del que hicimos una rápida reseña arriba, tal vez con una excepción, el pinax, la representación diagramada (es decir, cartográfica) de tierra y mares. En efecto, es razonable imaginar que el pinax se concretó bajo la forma de un disco de bronce (una especie de gran escudo); por otro lado, es casi irresistible la tentación de imaginar que una versión reducida del gran pinax, también esbozada a mano, fue incluida en la piel de buey curtida que, presumimos (cf. Hdt., V, 58.12-15), fue utilizada por Anaximandro como “soporte” de su Peri physeōs.
Resulta una reacción espontánea manifestar una sincera admiración por la grandeza -y el valor- de las doctrinas concentradas en ese libro, pero ¿podemos conformarnos con ello? Entre las cosas que quisiéramos saber está no solamente la cuestión del apeiron y del fr. 1 (es decir, si constituyeron elementos importantes, sumamente importantes o marginales), así como del pinax (es decir, si fue o no reproducido e insertado en algún punto del libro). Quisiéramos saber también muchas otras cosas, porque la naturaleza del saber de Anaximandro nos invita a suponer que pudo haber hallado la manera de evitar una disposición desordenada o incluso caótica de los diferentes subtemas tratados por él.
En particular, las diversas etapas de la protohistoria de la tierra, por lo menos, invitan a pensar que fueron dispuestas siguiendo a grandes rasgos un criterio cronológico. Trato de imaginar la explicación de Anaximadro: “En primer lugar, las cortezas de fuego se desprendieron de la orilla externa de la tierra, después se dio la separación entre tierras y mares, luego la formación de los peces en el mar y de las plantas en la parte seca, tras lo cual algunos animales marinos aprendieron a sobrevivir incluso lejos de la humedad. De esta manera, se dio la formación de innumerables especies de animales terrestres (además de los vegetales) y, por último, la de los primeros hombres en estado de una suerte de jóvenes púberes”. Además, resulta espontáneo suponer que Anaximadro, tras haber hablado también del futuro de la tierra, hubiera abordado este tema inmediatamente después. Intento imaginar una vez más: “¿Y en el futuro? En el futuro debemos esperar un proceso lento, pero gradual, de desecamiento de la tierra bajo el efecto del sol, con la consecuencia de que las costas avanzaran y, a largo plazo, el agua de los mares fuera desalojada por completo. Por consiguiente, debemos prever que los peces pudieran acelerar su transformación en animales terrestres”. Dado que estas doctrinas están coordinadas de manera tan intuitiva (y que todas son, además, tan extraordinariamente innovadoras: para convencerse de ello basta hacer una comparación con la historia del mundo esbozada por Hesíodo), resulta de verdad difícil imaginar que, en su presentación, hubiese reinado de manera absoluta el desorden. El hecho de que cada uno de estos sucesos necesite y tenga una explicación muy específica, muy diferente de la de otros, no es indicio de lo contrario, puesto que se nota fácilmente que esto depende de la especificidad de cada suceso tomado en consideración y que el tipo de explicación ofrecido pone en evidencia un denominador común consistente.
Un segundo ejemplo. En el caso de las relaciones espaciales, Anaximandro demuestra haber trabajado con distintos tipos de relaciones, que no difieren únicamente por su magnitud. De hecho, logró repartirse entre cosas tan diferentes como las siguientes: la realización del mapamundi a partir de informaciones recabadas entre los navegantes; la tesis según la cual, de noche, el sol tiene que completar su trayectoria circular pasando por debajo de la tierra; la idea de dar por conocido, aproximadamente, el diámetro de la superficie terrestre (que tiene por centro el Mediterráneo); la identificación de un cono de observación (virtual) para apreciar desde allí todas las tierras y mares; la representación de la tierra como una especie de cilindro hasta con su antitheton, es decir, un plano inferior; la identificación virtual de un cono de observación para apreciar la tierra incluso desde el exterior, o sea, desde lejos -cosa inaudita para su tiempo- e imaginarla así:
Más aún, el desarrollo de un argumento para sostener que la tierra puede estar perfectamente en equilibrio, aun cuando no tenga un soporte que la sostenga, así como que el sol pasa a gran distancia no solamente por arriba, sino también por debajo de la tierra; el uso del diámetro terrestre supuesto como única unidad de medida concebible para estimar las distancias astrales; el cálculo de la fecha en que las Pléyades desaparecen definitivamente del horizonte (v. supra); y muy probablemente también otras doctrinas.
El área o subconjunto en la que podemos suponer que todas estas doctrinas estaban incluidas necesariamente era amplia y articulada, pero se constata fácilmente -¡se constata!- que entre todos los diferentes subtemas tratados por Anaximandro en relación exclusiva con relaciones espaciales14 y en la clase de explicación a la que se recurre en cada caso, existen constantes, analogías y elementos de uniformidad; en conclusión, se trata de una vía de investigación homogénea y unitaria.
Bien, así las cosas, ¿cómo podemos pensar que el ejemplar orden mental del que Anaximandro fue capaz no se transformó también en un principio de orden para la organización de un “libro” necesariamente constituido por un abanico extraordinariamente variado de subtemas tratados? Ciertamente es una grave pérdida no poder corroborar nada al respecto. No obstante, se impone como una eventualidad sustancialmente carente de alternativa que las doctrinas de Anaximandro hayan estado dispuestas en un orden razonable y sensato. En efecto, resulta incluso difícil imaginar qué factores de desorden podrían haber convertido la dispositio de los subtemas tratados en algo relativamente (pero no exageradamente) caótico.
Otro fuerte indicio surge de la consideración de la obra de los dos alumnos de Anaximandro: Anaxímenes y Hecateo (aunque la cronología invita a pensar que este último no pudo haber sido su alumno directo). Anaxímenes podría haber sido el siguiente en escribir un Peri physeōs, es decir, un libro del mismo género acerca de los mismos temas, pero con la pretensión de ser más “adelantado”, más riguroso, más confiable. Resulta interesante notar que, en su libro, Anaxímenes se arriesgó a cuestionar (y al inicio con éxito) una de las ideas más geniales de su maestro: la idea de que la tierra tenía un límite inferior y de que el sol podía completar su supuesta trayectoria circular sin dificultad, pasando a una distancia tan grande como de “nuestro” lado.15 Así pues, Anaxímenes actuó más como un colega que como un alumno, por haber perseguido el objetivo de mejorar y, si fuera el caso, rectificar las doctrinas de su maestro, de tal forma que ofreciera una síntesis más perfecta.16
A su vez Hecateo de Mileto no sólo perfeccionó el pinax de Anaximandro, sino que desarrolló también dos competencias muy especificas: una en ámbito geográfico, al componer la Periēgēsis, amplio repertorio de informaciones acerca de las localidades más variadas (es decir, una especie de protoenciclopedia geográfica); y otra en ámbito histórico, al intentar una especie de proto-historia universal, las Genealogiai. Así pues, por casualidad, un libro dedicado al sistema de las relaciones espaciales y otro al sistema de las relaciones temporales. Ahora bien, las dos obras, claramente distintas entre ellas, lo son igualmente respecto de la obra de Anaximandro. De hecho, éste último -y, siguiendo sus huellas, también Anaxímenes- parece haber adoptado como criterio dedicarse únicamente a estudiar fenómenos intemporales o de larguísimo alcance; absolutamente nada acerca de todo lo que es contingente o histórico (leyes, creencias, guerras, navegación, usos y costumbres, vida en la corte, fiestas religiosas, modalidad de celebración de los matrimonios y de las defunciones, esclavitud, juegos, vestuario, técnicas varias, etc.). Hecateo, por su parte, dirigió su atención precisamente hacia aspectos de este tipo, pero, hay que aclararlo, no hacia cualquier tipo de información, sino que distingue únicamente dos grupos de noticias bien identificados. Hago notar además que, por haber publicado una versión revisada y corregida del pinax redondo de Anaximandro, Hecateo da muestra también de haberse apropiado libremente de un notable producto del ingenio de otro con el propósito de mejorarlo.17
De esta manera, sucedió que, en el mismo contexto cultural y civil se produjeron cuatro libros en prosa (de los primeros en la historia griega), todos caracterizados de manera inequívoca como obras de carácter informativo e instructivo; todos ampliamente complementarios; todos de amplio espectro (¡podemos afirmar que son cuatro enciclopedias especializadas!); todos con un título apropiado y todos, a su manera, profesionales. Esta circunstancia nos hace ver que tanto Anaximandro como Anaxímenes y Hecateo debieron de tener una idea para nada genérica de aquello que para nosotros es un tratado. Y sabemos quién fue el creador del modelo: Anaximandro. Sobre este punto la cronología, a pesar de ser aproximada, es muy clara.
3. Un gran corolario parece desprenderse de las consideraciones arriba expuestas; un corolario con relación al cual, en cierto sentido, lo que se ha venido diciendo hasta este momento constituye una simple premisa. Ya sea que las fuentes lo digan o no, es evidente que la aparición de un “libro” como el de Anaximandro (luego de uno de Anaxímenes y de dos de Hecateo) debió tener el efecto de un fuerte tsunami, puesto que antes de este momento no había existido nunca una oferta de teorías de tan amplio espectro (por tal razón hablé de enciclopedias especializadas), un conjunto tan orgánico de doctrinas, por añadidura sobre temas bastante bien determinados y todos definitivamente innovadores.
Lo que se infiere de aquí es que, muy probablemente, Anaximandro hizo una aportación decisiva a la invención del tratado considerado como depósito de conocimientos (y, podemos presumir, un depósito más bien ordenado), en resumidas cuentas, una aportación decisiva a la invención de un tipo muy particular de “libro”, el Peri physeōs. Este grupo de textos es reconocible no sólo por sus temáticas por lo general recurrentes, por el tipo de saber que proponen y por los indicios de continuidad de una forma de investigación llevada a cabo por muchos intelectuales presocráticos, así como por el título.18 Es reconocible también por el hecho de haber generado desde cero un modelo creíble de libro-archivo, de libro de texto, de libro-enciclopedia que podría abordar los más diversos temas y que, como sea, acerca de un tema (o, mejor dicho, acerca de un abanico de temas) ofrece una gama estructurada de doctrinas capaces de cubrir una extensión grande o enorme. El libro de Anaximandro logró constituir, por lo tanto, una inesperada alternativa al lado didáctico de los poemas homéricos. Y así como su Peri physeōs dio inicio a un nuevo género literario, así también su protopinax dio lugar a muchos otros pinakes (una serie interminable, empezando por el de Hecateo). De hecho, también en nuestros tiempos necesitamos siempre de nuevos mapas geográficos, así como de tratados de todo tipo; también en nuestros tiempos 15 o 20 años son, por lo general, más que suficientes para que sea necesario reescribir o reemplazar incluso (o precisamente) los tratados más acreditados.
Así que, ¿Anaximandro fue también el inventor del tratado?
Hay una objeción que se debe tomar en cuenta. Por lo general, se piensa que los orígenes del tratado se remontan a Aristóteles, quien se distinguió notoriamente por haber introducido la costumbre19 de agrupar el saber en una serie completa de discusiones adyacentes y complementarias, es decir, en secuencia; de manera que, donde termina cierto ámbito, pudiera empezar el siguiente, sin solución de continuidad. A este criterio general responde, por ejemplo, la distinción entre Physica, De caelo y Meteorologica y también la distinción entre el De anima y los tratados llamados Parva Naturalia, que están dedicados a fenómenos “comunes al alma y al cuerpo” (Sens., 1, 436a6-8), por ende, en especial, a los órganos de los sentidos. Por lo demás, tal principio se advierte de manera todavía más evidente en la coexistencia de los tratados de política, ética, poética, retórica, confutaciones sofisticas y analítica.20 Además, hago constar que no es una coincidencia que Aristóteles tenga oportunidad de remitir de vez en cuando a partes de la exposición que hizo en otras obras (v. por ej. Cael., 1.6, 273a14-18; GC, 2.10, 336a12-20; Metaph., 13.8, 1073a32). Así pues, Aristóteles ciertamente impulsó otra vez, renovó, revolucionó la idea misma del tratado. Además, sin duda se debe a él un paso decisivo hacia la elaboración de la idea de sistema de las ciencias, cada una con sus principios y sus aplicaciones, cada una con su propio tratado. Con todo, la invención del tratado no fue mérito de Aristóteles.
La primera etapa del tratado coincidió, en gran medida, con la etapa de los Peri physeōs, y es interesante subrayar que Aristóteles tuvo también el mérito, si bien no exclusivo, de haber sabido redescubrir e impulsar nuevamente el tratado después de que la tradición de los Peri physeōs de hecho se había empantanado.
¿Empantanado en qué sentido? Al parecer, una serie de elementos contribuyeron para determinar la pérdida de identidad y de peso específico de los Peri physeōs. El tratado clásico Peri physeōs (por ejemplo, el de Parménides, que ofrecía un saber astronómico y biológico aún poco estudiado, pero sin duda de primer nivel) entró en crisis, por diferentes razones, a causa de Zenón y de Protágoras (quienes, al parecer, introdujeron el gusto por la paradoja y la pasión por las antilogías); también gracias a Zenón-Meliso-Empédocles-Gorgias, quienes, cada uno a su modo, adulteraron bastante dicho género literario.
Estoy obligado a, por lo menos, hacer alusión a estas dinámicas:
Zenón publicó una colección de paradojas, pero la tituló Peri physeōs, creando un discreto grado de confusión, ya que habló de la physis de la forma más abstracta de todas, es decir, en un sentido sumamente personal. En segundo lugar, introdujo en el mundo griego la figura del sophos que incita a la reflexión pero que propiamente no enseña, no sostiene tesis;21 aun así, parece que adoptó el título “acostumbrado”.
Protágoras, entre otras cosas, tuvo el mérito de haber inventado el género literario de la antilogía, género que a su manera compite con (y tal vez se deriva de) el agón dramático. Como sabemos, se trata de un género caracterizado por la contraposición de dos puntos de vista y por el cuidado con que un autor muy hábil se las ingenia para obtener que los dos contendientes se enfrenten en igualdad de condiciones, de tal manera que quede en manos del público el placer y la responsabilidad de emitir un veredicto, si así lo desea; en otras palabras: que deje perplejo al auditorio y que dé pie a reflexiones personales.
De este modo, pudo tomar forma una notable alternativa al tratado, en el sentido de que, al ser comparados, el tratado podía dar la impresión de humillar (o degradar) el papel del auditorio, al que se ofrecía la posibilidad de escuchar, captar, tratar de entender, pero nada más. En resumidas cuentas, se le daba un papel eminentemente receptivo. Zenón y Protágoras (y luego otros, de diferentes maneras: basta pensar en Sócrates y en los diálogos socráticos), tuvieron el mérito de inventar un modo plausible de estimular al auditorio a enfrentarse con la dificultad, a madurar opiniones propias, a apreciar la creatividad de tan ingeniosas ideas (se admitirá que esto es de verdad mucho). Así pues, las innovaciones de las que estos personajes fueron portadores podrían haber dejado espacio para la idea de que un Peri physeōs cualquiera era ya algo obsoleto.
Mientras Zenón fue el primero en desnaturalizar el típico tratado Peri physeōs, Meliso regresó a su vez al tratado instructivo y bien argumentado, pero lo hizo para luego proponer la doctrina del Ser como alternativa a cualquier otro saber (por eso su obra se tituló Peri physeōs ē peri tou ontos). De manera semejante, Gorgias publicó un Peri tou mē ontos ē peri physeōs en el cual tampoco se hablaba en absoluto de la physis, cosa que el título oportunamente dejaba vislumbrar o sospechar. También estos “juegos”, estas libertades, pudieron poner en entredicho la idea misma de un libro Peri physeōs y causar perjuicios a las expectativas que obras con ese título podían suscitar.
Anaxágoras intentó impulsar nuevamente la idea del Peri physeōs entendido como un depósito de conocimientos puro y simple. En cambio, Empédocles dio una gran importancia a la seducción de la palabra, a la magia de la poesía e incluso al mito de sí mismo, aunque de vez en cuando volvió al tono didáctico y explicativo, no sólo a exhibir su sabiduría. En efecto, su poema es de carácter tal que exige que uno tenga que buscar e identificar los pasajes de carácter informativo, que están inmersos en el continuum poético casi como en Homero. Por tal motivo, al actuar así contribuyó mucho a que los libros Peri physeōs perdieran la función de tratado, la connotación de depósito del saber y de texto en el que se pueden encontrar enseñanzas confiables, hasta el punto de arriesgarse a poner en entredicho la fiabilidad de su propia exposición. Así pues, no es casual que Demócrito, para exponer su saber y su doctrina, haya elegido otro tipo de “contenedores”. De ahí se puede deducir que la fórmula estaba entrando en una crisis quizá irreversible.
También por estas vías resaltan los méritos de Aristóteles, quien no fue el inventor de la forma “tratado”, pero que, al volver a proponerla, la renovó a tal grado que dejó irreconocible su punto de contacto con los Peri physeōs de otra época. Así que honor a Aristóteles, pero sin olvidar al prōtos heuretēs, Anaximandro.