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Perfiles educativos

Print version ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.46 n.183 Ciudad de México Jan./Mar. 2024  Epub Oct 07, 2024

https://doi.org/10.22201/iisue.24486167e.2024.183.61380 

Reseñas

Hacer ciencia en el México neoliberal: ¿un dolor de cabeza? Narrativas somáticas de la élite académica sobre el trabajo en universidades estatales

José Manuel Prieto González* 

*Profesor-investigador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) (México). CE: jose.prietogn@uanl.edu.mx

Sieglin, Veronika. Hacer ciencia en el México neoliberal: ¿un dolor de cabeza? Narrativas somáticas de la élite académica sobre el trabajo en universidades estatales. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, Fondo Editorial de Nuevo León, 2020.


Quien se encuentra por vez primera con la portada de este libro puede pensar que la interrogante del título (¿un dolor de cabeza?) es una expresión metafórica, pero no; más allá del doble significado que pueda tener, debe entenderse, sobre todo, en sentido literal, como dolencia somática. Es decir, el trabajo académico, que abarca en este estudio tareas docentes, administrativas y de investigación en universidades estatales mexicanas, produce realmente cefaleas en muchos de sus practicantes, miembros de la élite académica.

Bueno, no sólo dolores de cabeza; este síntoma en particular tiene aquí una notoria carga simbólica o representativa, pero la casuística es muy amplia: insomnio, fatiga, estrés, ansiedad, depresión, colitis, gastritis, dolores musculares, alteraciones cardiovasculares, trastornos de la alimentación, enfermedades de la piel, etc. Se trata, por tanto, de síntomas psicológicos y somáticos que expresan, según la autora, el dolor emocional experimentado -y pocas veces verbalizado- por quienes a menudo se perciben “acorralados” o “agredidos” en la cotidianeidad institucional, y que tienen que afrontar condiciones de trabajo cada vez más apremiantes; a veces, incluso humillantes. Como sugiere Sieglin, tal panorama podría hacer creer a algunos que la única salida consiste en “echar a correr”, aunque esa no parece hoy una solución realista o viable. El problema, sin embargo, tiene que ver con eso, con no saber muy bien qué hacer “cuando el cuerpo dicta correr y la voluntad insiste en permanecer” (p. 111).

Si le hacemos caso a Chomsky (2020), los intelectuales son normalmente unos “privilegiados” (p. 113). Comparativamente con otros tipos de trabajo, y visto sobre todo desde fuera del ámbito docente e investigador, podría pensarse que el medio académico público es un remanso de paz y tranquilidad en términos laborales. La autora recuerda en un momento dado que los trabajos artístico y científico no suelen ser percibidos ni experimentados como alienantes, sino más bien como un “deleite” (p. 205). La realidad es bien distinta: la academia no está libre de violencia laboral. Esa es una de las grandes aportaciones de este libro, que desmitifica las aparentes bondades y ventajas del medio en que se desenvuelve esa élite académica, sustentadas, en buena medida, en el silencio vergonzante de los propios afectados/as. Al poner el foco en esos supuestos privilegiados/as y hacerles hablar, Sieglin saca a flote toda una serie de sufrimientos, malestares, dolencias, abusos y miserias laborales.

Una cuestión clave es preguntarse acerca de la raíz de estas problemáticas. Sieglin no duda en señalar a la ideología neoliberal y a las políticas laborales que le son propias. El relato de la autora sintoniza a la perfección con el discurso crítico de pensadores actuales como Byung-Chul Han (2013; 2015; 2017; 2020). La “sociedad positiva” de la que habla este filósofo es la del exceso de estímulos, la de la sobreabundancia de lenguaje positivizado en la que no hay lugar para sentimientos negativos -sufrimiento, dolor- ni prohibiciones -desregulación- ni enfoques críticos. La “positividad” sustenta el imperativo económico que rige en esta sociedad, que es también una “sociedad del rendimiento” en la que todo se expone como mercancía y se consume sin escrúpulos, incluso el propio cuerpo humano, todo lo cual hace que el sujeto se explote voluntariamente a sí mismo al creer que se está realizando (Han, en Geli, 2018). En ese contexto de trabajo “inhumano”, el ciudadano se ve reducido a “animal laborans” y el alma, según Han, se infarta… La vida se confunde con productividad, rendimiento y optimización. Parte, al menos, de ese diagnóstico ya lo prefiguró Fromm (2019) hace casi medio siglo cuando denunciaba una sociedad (industrial) compuesta por individuos que “se han transformado en mercancías”.

Han (2020) habla también de una sociedad despolitizada, desmemoriada y anestesiada por la hiperactividad, la hiperproducción y la hiperaceleración, cuyos individuos se vuelven intimistas y narcisistas. Ello provoca, a su vez, una desintegración de la esfera pública, de la conciencia pública y crítica y, por ende, una “decadencia de lo social”. Lo que importa es la autorrealización, que conduce a muchos a la autoexplotación y a la alienación. Y eso, en sintonía con el discurso de Sieglin, tiene consecuencias para la salud. Muchos, según Han, viven con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede y se culpan a sí mismos si no triunfan; es decir, no tienen conciencia de la “dominación” que se da en nuestra sociedad. Puede más el deseo, que Spinoza identificó como la esencia misma del hombre: se trata de desear constantemente, lo cual podría verse como expresión de disconformidad fundamental con uno mismo (Rico, 2019; Bedoya, 2018). La “pérfida lógica del neoliberalismo” culmina, así, en el síndrome del “trabajador quemado” -o burnout-, que en lo físico-psíquico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o de productos de consumo u ocio (Han, en Geli, 2018), e incluso en depresiones (Han, 2017). Todo ello redunda también en demérito de la formación universitaria, porque la universidad -dice Han- “tiene clientes y sólo crea trabajadores, no forma espiritualmente” (Han, en Geli, 2018). La solución pasa, a juicio de este pensador, por satisfacer la necesidad que tenemos de un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; un tiempo de fiesta -o de silencio y soledad- que significa estar en calma, sin nada productivo que hacer.

Articulado en cinco capítulos, precedidos de una introducción, el libro de Sieglin toma como base la idea de que el cuerpo es siempre parte de un entorno social con el cual mantiene relaciones de intercambio. A partir de ahí la autora se pregunta qué dicen los cuerpos de su entorno social. La atención se centra en profesores/as de universidades estatales que forman parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), lo que implica una élite académica integrada por entre el 5 y el 20 por ciento del profesorado de tiempo completo que trabaja en dichas instituciones. El problema radica en que, al igual que otros estratos universitarios, ese sector académico se ha visto afectado, a lo largo de las últimas tres décadas de hegemonía neoliberal, en términos de ingreso real y de prestaciones laborales, así como en lo concerniente a las condiciones de trabajo, incluida la “extensión informal de la jornada laboral” y la “intensificación de la explotación laboral” (p. 13). En esto han tenido mucho que ver las evaluaciones periódicas de instancias acreditadoras gubernamentales como el SNI y el Perfil de Profesor Deseable (PRODEP, dependiente de la Secretaría de Educación Pública, SEP). Al incrementarse considerablemente la carga de trabajo, los académicos/as terminan llevándose buena parte del mismo a casa, lo cual interfiere con su tiempo libre y de descanso y desencadena en última instancia -porque el trabajo se vuelve una obsesión- problemas de salud.

¿Por qué no renuncian los afectados/as a tales niveles de presión? Porque hay mucho en juego: no sólo en lo relativo al estímulo económico -percibido en calidad de complemento salarial- sino también al valor simbólico de las acreditaciones, generadoras de visibilidad y prestigio académico, e incluso, de protección contra despidos injustificados u otros atropellos laborales. Porque ese es un problema adicional: el autoritarismo de las autoridades universitarias, su poder “casi absolutista”, que reclama de todos/todas -docentes, estudiantes y personal administrativo- “obediencia incondicional”. De ahí también que la maquinaria burocrática contrate a menudo a los más obedientes, no necesariamente a los más capacitados a nivel académico. Problemas y agravios, además, que los profesores/as deben enfrentar casi siempre solos, habida cuenta de la debilidad e ineficiencia del poder sindical.

Con la intención expresa de explorar en el libro la relación entre culturas organizacionales adversas, violencia en el trabajo y algunas alteraciones de la salud, Sieglin dedica el primer capítulo, de carácter conceptual, a un análisis del cuerpo en la obra de Heidegger. Este pensador toma como base la idea de que el cuerpo de las personas forma parte de un mundo que se comparte con otros. Ello hace que los estados anímicos de los individuos no sean sino resultado de una comprensión corpórea de la propia existencia en el mundo. Heidegger criticó el proyecto occidental de dominación sobre la naturaleza -incluido el propio cuerpo y los seres humanos- a través de la ciencia y la técnica, al entender que se trataba de una relación “cosificante” y “sojuzgante”. Alentó por ello a superar la idea del cuerpo como naturaleza ciega para comprenderlo mejor en su interacción con el entorno y consigo mismo; de esta manera abrió la posibilidad de la “escucha del decir del cuerpo”, es decir, una comprensión diferente de las expresiones somáticas.

Porque las manifestaciones corporales hablan de procesos no perceptibles, de alteraciones funcionales internas, así como de sentimientos, emociones y estados afectivos. ¿Hablan? Sí, pues para Heidegger el habla es un decir que no se agota en lo verbalizado; las formas de decir -de nombrar, de mostrar, de hacer ver- son diversas. Un dolor de cabeza sería, así, una forma no lingüística del habla, incluso una manifestación de un “habla originario”, cuyo significado se establece, en este caso, a partir del contraste entre el dolor y una normalidad no dolorosa. A través del dolor -o de otros síntomas- el cuerpo dice algo acerca de su relación con el mundo. Heidegger sabe que los fenómenos somáticos se producen a través de procesos bioquímicos, pero considera que su plena comprensión va más allá de esos aspectos. En este sentido, según la autora, hurta a las ciencias naturales el monopolio explicativo del funcionamiento del organismo; no niega sus aportaciones pero las considera insuficientes si no se toma en cuenta la interacción con el entorno, el contexto sociocultural. Se abre así un campo de acción propio para las ciencias sociales.

En el segundo capítulo se estudia el papel que juega en la academia mexicana el acoso laboral en relación al desencadenamiento de síntomas cardiovasculares. Ese acoso es visto como “violencia académica”, como una forma de violencia interpersonal prolongada que es ejercida tanto por superiores como por pares, e incluso, por subordinados, y que constituye un estresor importante para los académicos/as. Además, se ve incentivado por elevados niveles de competencia entre los trabajadores, que pueden llevar a identificar a colegas como “competidores indeseables”, lo cual enrarece las buenas relaciones sociales en el trabajo y propicia ambientes de suspicacia, resentimiento y animosidad.

Según Sieglin, a veces el acoso laboral puede llegar a entenderse, incluso, como estrategia gerencial para controlar a la planta laboral. La amplísima relación de fuentes literarias consultada por la autora demuestra que el acoso laboral afecta negativamente al bienestar y la salud en general de los trabajadores, al incrementar sus niveles de estrés, ansiedad y depresión y, potencialmente, reactivar conflictos emocionales pasados no superados; sin embargo, como advierte Sieglin, son pocos los estudios que exploran la vinculación del acoso con ciertos trastornos psicofísicos, como el caso de las enfermedades cardiovasculares. De ahí que, a través de un enfoque cuantitativo, se centre en analizar la presencia de desórdenes cardiovasculares funcionales en miembros del SNI -que fueron autorreportados en una encuesta- a fin de averiguar si tienen relación con el acoso laboral y con elementos estructurales de las organizaciones académicas, mismos que funcionan como estresores crónicos. Algunos resultados son muy significativos, como el hecho de que más de un tercio de los individuos que dijeron sufrir esos trastornos padecieron también de inestabilidad laboral, frente a un 11.7 por ciento del grupo de contraste. De entre las distintas conductas de acoso o formas de violencia detectadas (comportamiento amenazante e intimidatorio; aislamiento social y comunicativo; trato degradante; daño de la reputación pública; sabotaje al trabajo; supervisión abusiva), se pudo comprobar que unas tienen mayor impacto en la salud que otras, y que pueden llevar, en casos extremos, a la “muerte social” de un individuo y a poner fin a su carrera científica.

Sieglin relaciona expresamente lo anterior con las políticas neoliberales, en virtud de las cuales estos sujetos (las y los académicos) ejemplifican vidas laborales precarias. Pero el discurso de la autora no se agota en el diagnóstico: recomienda a los académicos/as esforzarse por la democratización de los espacios universitarios, denunciar -preferiblemente a través de colectivos- la violencia estructural e interpersonal que subsiste en esas instituciones, y exigir a las autoridades universitarias mecanismos eficaces de prevención y atención a toda forma de violencia.

En el tercer capítulo, de corte cualitativo, se explora el “sufrimiento” y las estrategias de afrontamiento frente al acoso a través del caso de una académica de 33 años, sin factores de riesgo previos, que enfrentó diversas crisis de salud (especialmente de hipertensión arterial) tras meses de exposición a acoso laboral intenso. Lo llamativo aquí, de acuerdo al relato de Sieglin, es comprobar cómo las estrategias de afrontamiento de esta joven académica se montaron sobre el imaginario neoliberal del sujeto autorresponsable, autosuficiente, proactivo y racional, que debe tratar de superar los bloqueos y limitaciones impuestos por sus agresores sin mostrar sus sentimientos y emociones.

El cuarto capítulo aborda el problema de los dolores de cabeza frecuentes o crónicos, y lo hace, como en el capítulo 2, a partir de un análisis estadístico basado en la misma encuesta que se presentó entonces. Tras dar a conocer las evidencias que ofrece la literatura para sustentar la tesis de que los entornos laborales disfuncionales influyen de manera significativa en la etiología de los dolores de cabeza, la autora critica la hegemonía de un modelo de causalidad -con un trasfondo ideológico afín a los intereses del capital- que ha reducido tradicionalmente los trastornos de salud a factores biológicos y que subestima el papel del entorno social como factor patogénico. Las dos hipótesis de partida terminan siendo corroboradas, con matices, por los datos: la primera plantea que cuanto más desfavorable o deficiente es la cultura organizacional, mayor será la incidencia del dolor de cabeza; la segunda establece una relación entre el acoso laboral (como violencia interpersonal) y la incidencia de cefaleas. Y ello a pesar de la cautela mostrada por la autora al reconocer que los dolores de cabeza constituyen reacciones somáticas complejas que son influidas por gran cantidad de factores, no sólo los incluidos en su muestra. Sin embargo, no duda en afirmar que “el dolor de cabeza, al igual que otros síntomas somáticos, constituye una acción social: comunica pesares subjetivos, denuncia las trampas y cortocircuitos de la realidad sociolaboral en la que un individuo se encuentra inmerso” (p. 166). En virtud de lo anterior, Sieglin recomienda a estas instituciones avanzar en la construcción de entornos laborales que no comprometan la salud de los trabajadores; y advierte que esa tarea tiene que ser profunda, pues implica cambios estructurales. Queda claro el qué, es decir, la necesidad de intervenir en las estructuras organizacionales disfuncionales, pero lo que no se dice es cómo se hace eso, o por dónde se empieza…

El último capítulo explora la misma problemática de los dolores de cabeza, pero esta vez con un enfoque cualitativo basado en el análisis del discurso, derivado de dos entrevistas a profundidad realizadas a dos profesoras de tiempo completo que trabajan en universidades estatales y forman parte del SNI. Más allá de las diferencias que se presentan entre los dos casos de estudio, ambas entrevistadas han sufrido de cefaleas -aparte de otros trastornos- asociadas a las presiones de trabajo, el estrés, la falta de descanso y el insomnio, o dicho de otro modo, a una “cotidianeidad de perenne sobrexplotación”. En efecto, los relatos de ambas académicas permiten ver la relación entre el dolor de cabeza y diversas formas de explotación laboral, como las jornadas extralargas y la difuminación de la frontera entre trabajo y familia, trabajo y descanso, y entre espacio público y privado. Las exigencias del SNI trastocan la usual diferenciación entre esos elementos al hacer que el trabajo se torne omnipresente y termine por dominar todas las relaciones sociales, esto es, se vuelva “totalitario y enajenante”. El discurso de las entrevistadas lleva a Sieglin a inferir que dispositivos sociolaborales como el SNI, cuyos nombramientos o certificaciones de carácter temporal cumplen en el ámbito académico la ambigua función de enaltecer y amenazar, al mismo tiempo, a los sujetos; han sido promovidos por la ideología neoliberal para proteger las formas de explotación laboral y dominación hegemónicas contra la crítica y la acción transformadora colectivas, de suerte que estos recursos ideológicos moldean la conciencia de los sujetos (sin que se den cuenta) y orientan su actuar consciente; es decir, promueven una reconfiguración de la subjetividad en el mediano y largo plazo, pues con el tiempo los individuos convierten las exigencias políticas -obediencia- y productivas, tanto de las universidades como del Estado, en mandatos propios. En virtud de ello, “la construcción de la realidad social como inmutable y fuera del alcance de los individuos sólo ofrece una solución: el ajuste a las circunstancias” (p. 209). Según la autora, son las políticas de ciencia del Estado mexicano las que han expuesto a los académicos/as a una competencia desenfrenada y los incitan a trasgredir límites constantemente y a no preguntar por el precio que ello pueda implicar. Respecto a esto último, del relato de las informantes se desprende que la relegación de la familia por el trabajo puede convertirse (especialmente para las mujeres científicas) en una fuente de sentimientos de culpa y angustia. Pero los autorreproches van más allá, porque la insatisfacción -espoleada por deseos nunca satisfechos del todo- es casi permanente (Rico, 2019). Dichas autoinculpaciones provienen, según Sieglin, de la interiorización del discurso neoliberal acerca del sujeto productivo ideal, un sujeto que no descansa y que es feliz y realizado cuando trabaja. Una afirmación de una de las entrevistadas es muy elocuente a este respecto: “me recrimino y me digo ‘¡qué floja me he vuelto!’, cuando la realidad es que sigo trabajando los fines de semana” (p. 226). Y eso pasa en buena medida porque los veredictos del SNI y de otros organismos certificadores (SEP-PRODEP) son asumidos -dice la autora- “como si de verdades se tratara”.

Cabe preguntarse por qué, a pesar de lo dicho, sigue funcionando el sistema como lo hace. Ya hemos aludido a la falta de conciencia de la “dominación” que se da en nuestra sociedad (Han, 2017). Chomsky (2020), por su parte, apunta una razón destacable a partir de la distinción entre dos tipos de intelectuales: el “académico-experto”, o intelectual orientado a políticas, y el “intelectual libre” u orientado a valores. Dado que estos últimos son desacreditados como “excéntricos” y “gente ideologizada”, el poder contemporiza básicamente con los primeros, intelectuales tecnocráticos y políticamente pragmáticos que son vistos por la autoridad como “responsables y serios”. Además, han ido reemplazando a los intelectuales libres del pasado hasta convertirse en la corriente intelectual dominante. Mientras algunos de estos académicos-expertos o intelectuales técnicos ya han alcanzado poder y riqueza, otros -según Chomsky- perciben que pueden alcanzarlos si aceptan la sociedad tal como es y promueven el statu quo; tienen claro que su misión es servir a la autoridad y al orden establecido, sin cuestionarlos. Enfrentan los problemas técnicos que surgen en la sociedad contemporánea mediante una “tecnología desprovista de valores”, es decir, sin importar el costo humano.

Finalmente, sólo queda reconocer el arrojo y la valentía de Sieglin para tratar estos temas, que por lo general no son del agrado de las autoridades universitarias, en la medida en que las exponen a la crítica de manera tan abierta. En estos casos el medio académico puede volverse un entorno particularmente hostil. Decir lo que dice la autora en este libro no es fácil para alguien que trabaja en la propia academia mexicana, pero sí es, desde luego, muy necesario si aspiramos a tener mejores universidades y centros de investigación científica en el país. Si no podemos cambiar la universidad, motor de cambio social, menos aún vamos a poder cambiar el país. Recientemente escuchamos decir a la autora en un acto público que alguien le había recordado en una ocasión eso de que “la ropa sucia se lava en casa”, a lo que ella respondió con una inteligente interrogante: “pero ¿qué pasa si la casa no tiene lavandería?”.

Referencias

Bedoya, Mauricio (2018), La gestión de sí mismo, Medellín, Universidad de Antioquia. [ Links ]

Chomsky, Noam (2020), La responsabilidad de los intelectuales, Madrid, Sexto Piso. [ Links ]

Fromm, Erich (2019 [1991]), Del tener al ser: caminos y extravíos de la conciencia, Barcelona, Paidós. [ Links ]

Geli, Carles (2018, 7 de febrero), “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”, entrevista a Byung-Chul Han, El País, sección Cultura, en: https://elpais.com/cultura/2018/02/07/actualidad/1517989873_086219.html (consulta: marzo de 2023). [ Links ]

Han, Byung-Chul (2013), La sociedad de la transparencia, Barcelona, Herder. [ Links ]

Han, Byung-Chul (2015), La sociedad del cansancio, Barcelona, Herder. [ Links ]

Han, Byung-Chul (2017), La expulsión de lo distinto, Barcelona, Herder. [ Links ]

Han, Byung-Chul (2020), La desaparición de los rituales. Una topología del presente, Barcelona, Herder. [ Links ]

Rico, David E. (2019), “Individuo, trabajo y neoliberalismo”, Revista Filosofía UIS, vol. 18, núm. 1, pp. 151-170. DOI: https://doi.org/10.18273/revfil.v18n1-2019007 [ Links ]

* Profesor-investigador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) (México). Doctor en Geografía e Historia.

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